jueves, 12 de febrero de 2015

Capítulo 10

CAPÍTULO 10

TATUADA

LALI
—¿Qué quieres decir? —dijo, palideciendo—. ¿No estamos aquí por mí?

El artista del tatuaje nos miró a ambos, un poco sorprendido por la sorpresa de Peter.

Durante todo el viaje en taxi, asumió que le iba a comprar un nuevo tatuaje como regalo de boda. Cuando le dije al conductor nuestro destino, nunca se le ocurrió que sería yo la que se haría el tatuaje. Habló sobre tatuarse LALI en alguna parte, pero puesto que ya tenía PIDGEON en la muñeca, pensé que sería redundante.

—Es mi turno —dije, girándome hacia el artista del tatuaje—. ¿Cómo te llamas?

—Griffin —dijo con tono monótono.

—Por supuesto —dije—. Quiero SRA. LANZANI aquí. —Puse mi dedo sobre mis pantalones vaqueros en el lado derecho de la parte baja de mi abdomen, justo lo suficientemente bajo como para que no se viera, incluso con un bikini.

Quería que Peter fuera el único al tanto de mi tatuaje, una agradable sorpresa cada vez que él me desnudara.

Sonrió de alegría. —¿Sra. Lanzani?

—Sí, en esta fuente —dije, señalando un cartel laminado en la pared con los tatuajes de muestra.

Peter sonrió. —Esa te pega. Es elegante, pero no ostentosa.

—Exactamente. ¿Puedes hacer eso?

—Puedo. Será alrededor de una hora. Tenemos un par de personas antes que tú. Serán doscientos cincuenta.

—¿Doscientos cincuenta? ¿Por unos pocos garabatos? —dijo Peter, su boca abriéndose de par en par—. ¿Qué demonios, Chuck?

—Es Griffin —dijo él, sin verse afectado.

—Lo sé, pero…

—Está bien, bebé —dije—. Todo es más caro en Las Vegas.

—Vamos a esperar hasta que lleguemos a casa, Pidge.

—¿Pidge? —dijo Griffin.

Peter le lanzó una mirada de muerte. —Cállate —advirtió, volviendo la mirada hacia mí—. Esto costará doscientos pavos menos en casa.

—Si espero, no lo haré.

Griffin se encogió de hombros. —Entonces tal vez deberías esperar.

Miré a Peter y a Griffin. —No voy a esperar. Voy a hacer esto. —Saqué mi monedero y le tendí tres billetes a Griffin—. Así que toma mi dinero —Le fruncí el ceño a Peter—, y tú guarda silencio. Es mi dinero, mi cuerpo, y esto es lo que quiero hacer.
Peter pareció sopesar lo que estaba a punto de decir. —Pero… va a doler.

Sonreí. —¿A mí? ¿O a ti?

—A ambos.

Griffin cogió mi dinero y luego desapareció. Peter  se paseó por el suelo como un nervioso padre expectante. Echó un vistazo por el pasillo, y luego se
paseó un poco más. Era tan lindo como molesto. En un punto, me suplicó que no lo hiciera, y luego llegó a estar sorprendido y afectado porque estuviera tan empeñada en seguir adelante.

—Bájate los pantalones —dijo Griffin, preparando su equipo.

Peter le disparó una mirada penetrante al hombre de baja estatura y musculoso, pero Griffin se hallaba demasiado ocupado para notar la aterradora expresión de Peter.

Me senté en la silla, y Griffin pulsó botones. Mientras la silla se reclinaba, Peter se apoyó en un taburete a mi lado. Parecía inquieto.
—Pit —dije con voz suave—. Siéntate. —Extendí la mano y la tomó, sentándose también. Besó mis dedos y me ofreció una dulce pero nerviosa sonrisa.

Justo cuando pensé que él no podría esperar más, mi teléfono móvil sonó en mi bolso.

Oh, Dios. ¿Qué pasa si era un mensaje de Bauti? Peter ya se encontraba buscándola, agradecido por la distracción.

—Déjalo, Pit.

Miró la pantalla y frunció el ceño. Mi respiración se quedó atascada. Me tendió el teléfono para que lo tomara. —Es Euge.

Se lo cogí y habría sentido alivio de no ser por el frío algodón frotando el hueso de mi cadera. —¿Hola?

—¿Lali? —dijo Eugenia—. ¿Dónde están? Nicolás y yo acabamos de llegar a casa. El coche no está.

—Oh —dije, mi voz una octava más alta. No había planeado decírselo todavía. No sabía cómo darle las noticias, pero era seguro que iba a odiarme. Al menos durante un tiempo.

—Estamos… en Las Vegas.

Eugenia se rió. —Deja de bromear.

—Estoy hablando totalmente en serio.

Eugenia se quedó en silencio, y luego su voz fue tan fuerte que me estremecí. —¿POR QUÉ están en Las Vegas? ¡No es como si tuvieras un buen momento la última vez que estuviste allí!

—Peter y yo decidimos… de algún modo casarnos, Euge.

—¡Qué! ¡Esto no es divertido, Lali! ¡Es mejor que estés jodidamente bromeando!

Griffin colocó la transparencia en mi piel y presionó. Peter le miró como si quisiera matarle por tocarme.

—Eres tonto —dije, pero cuando la máquina de tatuar comenzó a zumbar, todo mi cuerpo se tensó.
—¿Qué es ese ruido? —dijo Eugenia, echando humo.

—Estamos en el salón de tatuajes.

—¿Va a marcarse Peter tu verdadero nombre esta vez?

—No exactamente…

Peter sudaba. —Nena… —dijo, frunciendo el ceño.

—Puedo hacer esto —dije, centrándome en las manchas del techo. Salté cuando la yema del dedo de Griffin tocó mi piel, pero intenté no tensarme.

—Pigeon —dijo con la voz teñida de desesperación.

—Está bien —dije, negando con la cabeza con desdén—. Estoy lista. —Sostuve el teléfono apartado de mi oreja, haciendo una mueca tanto por el dolor como por la inevitable charla.

—¡Voy a matarte, Lali Espósito! —chilló Eugenia—. ¡Matarte!
—Técnicamente, es Lali Lanzani ahora —dije, sonriéndole a Peter.

—¡No es justo! —se quejó—. ¡Se suponía que iba a ser tu dama de honor! ¡Se suponía que debía ir a comprar el vestido contigo, a organizarte una despedida de soltera y a sostener tu ramo!

—Lo sé —dije, viendo la sonrisa de Peter desvanecerse cuando me estremecí de nuevo.

—No tienes que hacer esto, lo sabes —dijo, sus cejas juntándose.

Le di un apretón a sus dedos. —Lo sé.

—¡Ya dijiste eso! —espetó Eugenia.

—No estaba hablando contigo.

—Oh, estás hablando conmigo —dijo enfurecida—. Estás taaaaan hablando conmigo. Nunca vas a oír el final de esto, ¿me has oído? ¡Nunca, jamás, te perdonaré!

—Sí que lo harás.
—¡Tú! ¡Eres una…! ¡Eres completamente mezquina, Lali! ¡Eres una mejor amiga horrible!

Me reí, haciendo que Griffin se echara para atrás, resoplando por la nariz.

—Lo siento —dije.

—¿Quién era ese? —espetó Eugenia.

—Ese era Griffin —respondí con total naturalidad.

—¿Ella ha acabado? —le preguntó a Peter, enfadado.

Peter asintió una vez. —Sigue así.

Griffin sólo sonrió, y continuó. Todo mi cuerpo se tensó otra vez.

—¿Quién demonios es Griffin? Déjame adivinar: ¿Invitaste a un total extraño a tu boda y no a tu mejor amiga?

Me encogí, tanto por su estridente voz como por la aguja pinchando mi piel.
—No. No fue a la boda —dije, conteniendo la respiración.

Peter suspiró y se movió nerviosamente en la silla, apretando mi mano. Parecía miserable. No pude evitar sonreír.

—Se supone que yo estoy estrechando tu mano, ¿recuerdas?

—Perdón —dijo, su voz espesa por la angustia—. No creo que pueda soportar esto. —Abrió la mano un poco y miró a Griffin.

—Date prisa, ¿quieres?

Griffin negó con la cabeza. —Cubierto de tatuajes y no puedes soportar que tu novia consiga una simple inscripción. Terminaré en un minuto, amigo.

La expresión de Peter se volvió severa. —Esposa. Es mi esposa.

Eugenia jadeó, el sonido tan agudo como su tono. —¿Te estás haciendo un tatuaje? ¿Qué pasa contigo, Lali? ¿Respiraste vapores tóxicos en ese incendio?
—Peter tiene mi nombre en la muñeca —dije, bajando la mirada al embarrado desastre negro sobre mi estómago. Griffin presionó la punta de la aguja contra mi piel, y apreté los dientes—. Estamos casados —dije a través de los dientes—. También quería algo.

Peter sacudió la cabeza. —No tenías que hacerlo.

Estreché los ojos. —No empieces conmigo.

Las esquinas de su boca se alzaron, y me miró con la adoración más dulce que había visto alguna vez.

Eugenia se rió, sonando un poco loca. —Te has vuelto loca —dijo—. Voy a ingresarte en un manicomio cuando llegue a casa.

—No es tan loco. Nos amamos. Hemos estado prácticamente viviendo juntos a intervalos todo el año. —Está bien, no todo un año… no es que importara ahora. Bastaba con mencionarlo para darle más munición a Eugenia.

—¡Porque tienes diecinueve, idiota! ¡Porque te fuiste y no se lo dijiste a nadie, y porque no estoy allí! —gritó.

Durante un segundo, culpabilidad y dudas se deslizaron en mi interior.

Durante un instante, dejé salir la pizca más diminuta de pánico pensando que acababa de cometer un enorme error, pero en el momento en el que miré a Peter y vi la increíble cantidad de amor en sus ojos, todo se fue.

—Lo siento, Euge, tengo que irme. Te veré mañana, ¿está bien?

—¡No sé si quiero verte mañana! ¡No creo que quiera ver a Peter nunca más!

—Te veré mañana, Euge. Sé que quieres ver mi anillo.

—Y tu tatuaje —dijo, una sonrisa en su voz.

Le di el teléfono a Peter. Griffin pasó los mil pequeños cuchillos de dolor y angustia a través de mi piel inflamada otra vez. Peter metió mi teléfono en su bolsillo, agarrando mi mano con las suyas, inclinándose para tocar su frente con la mía.

No saber qué esperar ayudaba, pero el dolor era un fuego lento. Mientras Griffin rellenaba las partes más gruesas de las letras, me estremecí, y cada vez que él se apartaba para limpiar el exceso de tinta con un trapo, me relajaba.

Después de unas cuantas quejas más de Peter, Griffin nos hizo saltar con una exclamación en voz alta. —¡LISTO!

—¡Gracias a Dios! —dije, dejando caer la cabeza hacia atrás contra la silla.

—¡Gracias a Dios! —gritó Peter, y luego suspiró con alivio. Acarició mi mano, sonriendo.

Bajé la mirada, admirando las hermosas líneas negras escondidas bajo el emborronado lío negro.

Sra. Maddox

—Vaya —dije, alzándome sobre los codos.
El ceño fruncido de Peter se convirtió al instante en una sonrisa de triunfo.

—Es hermoso.

Griffin negó con la cabeza. —Si tuviera un dólar por cada nuevo marido tatuado que trajo a su esposa aquí y se puso peor que ella… bueno, no tendría que tatuar a nadie más de nuevo.

La sonrisa de Peter desapareció. —Simplemente dale las instrucciones para el cuidado posterior, listillo.

—Tendré una copia impresa de las instrucciones y algo de crema para la piel —dijo Griffin, divertido por Peter.

Mi mirada seguía volviendo a la elegante escritura en mi piel. Estábamos casados. Era una Lanzani, al igual que todos esos maravillosos hombres que había llegado a amar. Tenía una familia, aunque llena de hombres enojados, locos y adorables, pero eran míos. Les pertenecía, como ellos me pertenecían.
Peter extendió la mano, bajando la mirada a su dedo anular. —Lo hicimos, bebé. Todavía no puedo creer que seas mi esposa.

—Créelo —dije sonriendo de alegría.

Me acerqué a Peter, señalando su bolsillo, y luego volví mi mano, abriendo la palma. Me dio el teléfono y saqué la cámara para tomar una foto de mi reciente tatuaje. Me ayudó a levantarme de la silla, con cuidado de evitar mi costado derecho. Era sensible a cada movimiento que hacía que los pantalones se frotaran contra mi piel a carne viva.

Después de una breve parada en el mostrador, Peter me soltó el tiempo suficiente para abrirme la puerta, y luego salimos hacia un taxi que esperaba. Mi teléfono móvil sonó otra vez. Eugenia.

—Nos va a hacer sentir miserables por un largo tiempo, ¿cierto? —dijo Peter, viéndome silenciar mi teléfono. No me encontraba de humor para soportar otra reprimenda.

—Hará pucheros por veinticuatro horas, después de que vea las fotos, lo superará.
—¿Estás segura de eso, Sra. Lanzani?

Me reí entre dientes. —¿Alguna vez vas a dejar de llamarme así? Lo has dicho cientos de veces desde que salimos de la capilla.

Negó con la cabeza mientras sostenía la puerta del taxi abierta para mí. —Dejaré de llamarte así cuando esto termine siendo real.

—Oh, es real, ¿de acuerdo? Tengo recuerdos de la noche de boda para probarlo. —Me deslicé hasta la mitad y luego lo observé mientras se sentaba junto a mí.


Se apoyó en mí, pasando su nariz por la sensible piel de mi cuello hasta llegar a mi oreja. —Desde luego que sí.

CONTINUARÁ...

1 comentario: