CAPÍTULO 10
TATUADA
LALI
—¿Qué quieres decir? —dijo, palideciendo—. ¿No
estamos aquí por mí?
El artista del tatuaje nos miró a ambos, un
poco sorprendido por la sorpresa de Peter.
Durante todo el viaje en taxi, asumió que le
iba a comprar un nuevo tatuaje como regalo de boda. Cuando le dije al conductor
nuestro destino, nunca se le ocurrió que sería yo la que se haría el tatuaje.
Habló sobre tatuarse LALI en alguna parte, pero puesto que ya tenía PIDGEON en
la muñeca, pensé que sería redundante.
—Es mi turno —dije, girándome hacia el artista
del tatuaje—. ¿Cómo te llamas?
—Griffin —dijo con tono monótono.
—Por supuesto —dije—. Quiero SRA. LANZANI
aquí. —Puse mi dedo sobre mis pantalones vaqueros en el lado derecho de la
parte baja de mi abdomen, justo lo suficientemente bajo como para que no se
viera, incluso con un bikini.
Quería que Peter fuera el único al tanto de mi
tatuaje, una agradable sorpresa cada vez que él me desnudara.
Sonrió de alegría. —¿Sra. Lanzani?
—Sí, en esta fuente —dije, señalando un cartel
laminado en la pared con los tatuajes de muestra.
Peter sonrió. —Esa te pega. Es elegante, pero
no ostentosa.
—Exactamente. ¿Puedes hacer eso?
—Puedo. Será alrededor de una hora. Tenemos un
par de personas antes que tú. Serán doscientos cincuenta.
—¿Doscientos cincuenta? ¿Por unos pocos
garabatos? —dijo Peter, su boca abriéndose de par en par—. ¿Qué demonios,
Chuck?
—Es Griffin —dijo él, sin verse afectado.
—Lo sé, pero…
—Está bien, bebé —dije—. Todo es más caro en
Las Vegas.
—Vamos a esperar hasta que lleguemos a casa,
Pidge.
—¿Pidge? —dijo Griffin.
Peter le lanzó una mirada de muerte. —Cállate
—advirtió, volviendo la mirada hacia mí—. Esto costará doscientos pavos menos
en casa.
—Si espero, no lo haré.
Griffin se encogió de hombros. —Entonces tal
vez deberías esperar.
Miré a Peter y a Griffin. —No voy a esperar.
Voy a hacer esto. —Saqué mi monedero y le tendí tres billetes a Griffin—. Así
que toma mi dinero —Le fruncí el ceño a Peter—, y tú guarda silencio. Es mi
dinero, mi cuerpo, y esto es lo que quiero hacer.
Peter pareció sopesar lo que estaba a punto de
decir. —Pero… va a doler.
Sonreí. —¿A mí? ¿O a ti?
—A ambos.
Griffin cogió mi dinero y luego desapareció. Peter
se paseó por el suelo como un nervioso
padre expectante. Echó un vistazo por el pasillo, y luego se
paseó un poco más. Era tan lindo como molesto.
En un punto, me suplicó que no lo hiciera, y luego llegó a estar sorprendido y
afectado porque estuviera tan empeñada en seguir adelante.
—Bájate los pantalones —dijo Griffin,
preparando su equipo.
Peter le disparó una mirada penetrante al
hombre de baja estatura y musculoso, pero Griffin se hallaba demasiado ocupado
para notar la aterradora expresión de Peter.
Me senté en la silla, y Griffin pulsó botones.
Mientras la silla se reclinaba, Peter se apoyó en un taburete a mi lado.
Parecía inquieto.
—Pit —dije con voz suave—. Siéntate. —Extendí
la mano y la tomó, sentándose también. Besó mis dedos y me ofreció una dulce
pero nerviosa sonrisa.
Justo cuando pensé que él no podría esperar
más, mi teléfono móvil sonó en mi bolso.
Oh, Dios. ¿Qué pasa si era un mensaje de Bauti?
Peter ya se encontraba buscándola, agradecido por la distracción.
—Déjalo, Pit.
Miró la pantalla y frunció el ceño. Mi
respiración se quedó atascada. Me tendió el teléfono para que lo tomara. —Es Euge.
Se lo cogí y habría sentido alivio de no ser
por el frío algodón frotando el hueso de mi cadera. —¿Hola?
—¿Lali? —dijo Eugenia—. ¿Dónde están? Nicolás
y yo acabamos de llegar a casa. El coche no está.
—Oh —dije, mi voz una octava más alta. No
había planeado decírselo todavía. No sabía cómo darle las noticias, pero era
seguro que iba a odiarme. Al menos durante un tiempo.
—Estamos… en Las Vegas.
Eugenia se rió. —Deja de bromear.
—Estoy hablando totalmente en serio.
Eugenia se quedó en silencio, y luego su voz
fue tan fuerte que me estremecí. —¿POR QUÉ están en Las Vegas? ¡No es como si
tuvieras un buen momento la última vez que estuviste allí!
—Peter y yo decidimos… de algún modo casarnos,
Euge.
—¡Qué! ¡Esto no es divertido, Lali! ¡Es mejor
que estés jodidamente bromeando!
Griffin colocó la transparencia en mi piel y
presionó. Peter le miró como si quisiera matarle por tocarme.
—Eres tonto —dije, pero cuando la máquina de
tatuar comenzó a zumbar, todo mi cuerpo se tensó.
—¿Qué es ese ruido? —dijo Eugenia, echando
humo.
—Estamos en el salón de tatuajes.
—¿Va a marcarse Peter tu verdadero nombre esta
vez?
—No exactamente…
Peter sudaba. —Nena… —dijo, frunciendo el
ceño.
—Puedo hacer esto —dije, centrándome en las
manchas del techo. Salté cuando la yema del dedo de Griffin tocó mi piel, pero
intenté no tensarme.
—Pigeon —dijo con la voz teñida de
desesperación.
—Está bien —dije, negando con la cabeza con
desdén—. Estoy lista. —Sostuve el teléfono apartado de mi oreja, haciendo una
mueca tanto por el dolor como por la inevitable charla.
—¡Voy a matarte, Lali Espósito! —chilló Eugenia—.
¡Matarte!
—Técnicamente, es Lali Lanzani ahora —dije,
sonriéndole a Peter.
—¡No es justo! —se quejó—. ¡Se suponía que iba
a ser tu dama de honor! ¡Se suponía que debía ir a comprar el vestido contigo,
a organizarte una despedida de soltera y a sostener tu ramo!
—Lo sé —dije, viendo la sonrisa de Peter
desvanecerse cuando me estremecí de nuevo.
—No tienes que hacer esto, lo sabes —dijo, sus
cejas juntándose.
Le di un apretón a sus dedos. —Lo sé.
—¡Ya dijiste eso! —espetó Eugenia.
—No estaba hablando contigo.
—Oh, estás hablando conmigo —dijo enfurecida—.
Estás taaaaan hablando conmigo. Nunca vas a oír el final de esto, ¿me has oído?
¡Nunca, jamás, te perdonaré!
—Sí que lo harás.
—¡Tú! ¡Eres una…! ¡Eres completamente
mezquina, Lali! ¡Eres una mejor amiga horrible!
Me reí, haciendo que Griffin se echara para
atrás, resoplando por la nariz.
—Lo siento —dije.
—¿Quién era ese? —espetó Eugenia.
—Ese era Griffin —respondí con total
naturalidad.
—¿Ella ha acabado? —le preguntó a Peter,
enfadado.
Peter asintió una vez. —Sigue así.
Griffin sólo sonrió, y continuó. Todo mi
cuerpo se tensó otra vez.
—¿Quién demonios es Griffin? Déjame adivinar:
¿Invitaste a un total extraño a tu boda y no a tu mejor amiga?
Me encogí, tanto por su estridente voz como
por la aguja pinchando mi piel.
—No. No fue a la boda —dije, conteniendo la
respiración.
Peter suspiró y se movió nerviosamente en la
silla, apretando mi mano. Parecía miserable. No pude evitar sonreír.
—Se supone que yo estoy estrechando tu mano,
¿recuerdas?
—Perdón —dijo, su voz espesa por la angustia—.
No creo que pueda soportar esto. —Abrió la mano un poco y miró a Griffin.
—Date prisa, ¿quieres?
Griffin negó con la cabeza. —Cubierto de
tatuajes y no puedes soportar que tu novia consiga una simple inscripción.
Terminaré en un minuto, amigo.
La expresión de Peter se volvió severa.
—Esposa. Es mi esposa.
Eugenia jadeó, el sonido tan agudo como su
tono. —¿Te estás haciendo un tatuaje? ¿Qué pasa contigo, Lali? ¿Respiraste
vapores tóxicos en ese incendio?
—Peter tiene mi nombre en la muñeca —dije,
bajando la mirada al embarrado desastre negro sobre mi estómago. Griffin
presionó la punta de la aguja contra mi piel, y apreté los dientes—. Estamos
casados —dije a través de los dientes—. También quería algo.
Peter sacudió la cabeza. —No tenías que
hacerlo.
Estreché los ojos. —No empieces conmigo.
Las esquinas de su boca se alzaron, y me miró
con la adoración más dulce que había visto alguna vez.
Eugenia se rió, sonando un poco loca. —Te has
vuelto loca —dijo—. Voy a ingresarte en un manicomio cuando llegue a casa.
—No es tan loco. Nos amamos. Hemos estado prácticamente
viviendo juntos a intervalos todo el año. —Está bien, no todo un año… no es que
importara ahora. Bastaba con mencionarlo para darle más munición a Eugenia.
—¡Porque tienes diecinueve, idiota! ¡Porque te
fuiste y no se lo dijiste a nadie, y porque no estoy allí! —gritó.
Durante un segundo, culpabilidad y dudas se
deslizaron en mi interior.
Durante un instante, dejé salir la pizca más
diminuta de pánico pensando que acababa de cometer un enorme error, pero en el
momento en el que miré a Peter y vi la increíble cantidad de amor en sus ojos,
todo se fue.
—Lo siento, Euge, tengo que irme. Te veré
mañana, ¿está bien?
—¡No sé si quiero verte mañana! ¡No creo que
quiera ver a Peter nunca más!
—Te veré mañana, Euge. Sé que quieres ver mi
anillo.
—Y tu tatuaje —dijo, una sonrisa en su voz.
Le di el teléfono a Peter. Griffin pasó los
mil pequeños cuchillos de dolor y angustia a través de mi piel inflamada otra
vez. Peter metió mi teléfono en su bolsillo, agarrando mi mano con las suyas,
inclinándose para tocar su frente con la mía.
No saber qué esperar ayudaba, pero el dolor
era un fuego lento. Mientras Griffin rellenaba las partes más gruesas de las
letras, me estremecí, y cada vez que él se apartaba para limpiar el exceso de
tinta con un trapo, me relajaba.
Después de unas cuantas quejas más de Peter,
Griffin nos hizo saltar con una exclamación en voz alta. —¡LISTO!
—¡Gracias a Dios! —dije, dejando caer la
cabeza hacia atrás contra la silla.
—¡Gracias a Dios! —gritó Peter, y luego suspiró
con alivio. Acarició mi mano, sonriendo.
Bajé la mirada, admirando las hermosas líneas
negras escondidas bajo el emborronado lío negro.
Sra. Maddox
—Vaya —dije, alzándome sobre los codos.
El ceño fruncido de Peter se convirtió al
instante en una sonrisa de triunfo.
—Es hermoso.
Griffin negó con la cabeza. —Si tuviera un
dólar por cada nuevo marido tatuado que trajo a su esposa aquí y se puso peor
que ella… bueno, no tendría que tatuar a nadie más de nuevo.
La sonrisa de Peter desapareció. —Simplemente
dale las instrucciones para el cuidado posterior, listillo.
—Tendré una copia impresa de las instrucciones
y algo de crema para la piel —dijo Griffin, divertido por Peter.
Mi mirada seguía volviendo a la elegante
escritura en mi piel. Estábamos casados. Era una Lanzani, al igual que todos
esos maravillosos hombres que había llegado a amar. Tenía una familia, aunque
llena de hombres enojados, locos y adorables, pero eran míos. Les pertenecía,
como ellos me pertenecían.
Peter extendió la mano, bajando la mirada a su
dedo anular. —Lo hicimos, bebé. Todavía no puedo creer que seas mi esposa.
—Créelo —dije sonriendo de alegría.
Me acerqué a Peter, señalando su bolsillo, y
luego volví mi mano, abriendo la palma. Me dio el teléfono y saqué la cámara
para tomar una foto de mi reciente tatuaje. Me ayudó a levantarme de la silla,
con cuidado de evitar mi costado derecho. Era sensible a cada movimiento que
hacía que los pantalones se frotaran contra mi piel a carne viva.
Después de una breve parada en el mostrador, Peter
me soltó el tiempo suficiente para abrirme la puerta, y luego salimos hacia un
taxi que esperaba. Mi teléfono móvil sonó otra vez. Eugenia.
—Nos va a hacer sentir miserables por un largo
tiempo, ¿cierto? —dijo Peter, viéndome silenciar mi teléfono. No me encontraba
de humor para soportar otra reprimenda.
—Hará pucheros por veinticuatro horas, después
de que vea las fotos, lo superará.
—¿Estás segura de eso, Sra. Lanzani?
Me reí entre dientes. —¿Alguna vez vas a dejar
de llamarme así? Lo has dicho cientos de veces desde que salimos de la capilla.
Negó con la cabeza mientras sostenía la puerta
del taxi abierta para mí. —Dejaré de llamarte así cuando esto termine siendo
real.
—Oh, es real, ¿de acuerdo? Tengo recuerdos de
la noche de boda para probarlo. —Me deslicé hasta la mitad y luego lo observé
mientras se sentaba junto a mí.
Se apoyó en mí, pasando su nariz por la
sensible piel de mi cuello hasta llegar a mi oreja. —Desde luego que sí.
CONTINUARÁ...
me encantoooo.. masssssssssss
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