domingo, 1 de febrero de 2015

Capítulo 8

CAPÍTULO 8

FINALMENTE

PETER
—No, sólo danos un minuto —dije.

Lali se encontraba medio acostada, medio sentada en el asiento de cuero negro de la limusina, con las mejillas encendidas, respirando con dificultad. Besé
su tobillo y luego puse sus bragas por la punta de sus tacones altos, entregándoselas.

Maldición, era una hermosa vista. No podía quitar mis ojos de ella mientras abotonaba mi camisa. Lali me dedicó una enorme sonrisa mientras colocaba sus bragas de nuevo en sus caderas. El chofer de la limusina llamó a la puerta. Lali asintió y le di luz verde para abrirla. Le entregué la factura y a continuación, levanté a mi esposa en mis brazos. Pasamos a través del vestíbulo y el casino en tan sólo unos minutos. Se podría decir que estaba un poco motivado por llegar a la habitación, por suerte tener a Lali en mis brazos proveía cobertura a mí abultada polla.

Ignoró a todas las personas mirándonos mientras entrábamos al elevador y luego plantó su boca en la mía. El número de piso salió amortiguado cuando traté de decírselo a la pareja divertida cercana a los botones, pero me aseguré por el rabillo de mi ojo que hubieran presionado el correcto.

Tan pronto como entramos al pasillo, mi corazón comenzó a latir con fuerza. Cuando llegamos a la puerta, me esforcé por mantener a Lali en mis brazos y sacar la tarjeta de acceso de mi bolsillo.

—Lo tengo, bebé —dijo ella, sacándola y después besándome mientras abría la puerta.

—Gracias, señora Lanzani.

Lali sonrió contra mi boca. —Ha sido un placer.
 
La llevé a la habitación y la bajé hasta colocarla al pie de la cama. Lali me miró por un momento mientras se quitaba los zapatos de tacón. —Vamos a sacar esto del camino, señora Lanzani. Esta es una prenda de vestir tuya que no quiero arruinar.

Le di la vuelta y luego desabroché lentamente su vestido, besando cada parte de piel mientras era expuesta. Cada centímetro de Lali ya estaba arraigado en mi mente, pero tocar y saborear la piel de la mujer que ahora era mi esposa lo hacía todo nuevo otra vez. Sentí una emoción que nunca había sentido antes.

El vestido cayó al suelo y lo recogí, arrojándolo sobre el respaldo de una silla. Lali desabrochó la parte posterior de su sujetador, dejándolo caer al suelo y metí mis pulgares entre su piel y el tejido de encaje de sus bragas. Sonreí. Ya las había tenido fuera una vez.

Me incliné para besar la piel detrás de su oreja. —Te amo tanto —le susurré, empujando lentamente sus bragas por sus muslos. Cayeron a sus tobillos y ella los pateó lejos con su pie descalzo. Envolví mis brazos a su alrededor, tomando una respiración profunda por la nariz, tirando de su espalda desnuda contra mi pecho.

Necesitaba estar dentro, mi polla estaba prácticamente llegando por ella, pero era importante tomarnos nuestro tiempo. Sólo teníamos un tiro para la noche de bodas, y yo quería que fuera perfecto.

  
LALI
La piel de gallina cubría todo mi cuerpo. Cuatro meses antes, Peter había tomado algo de mí que nunca le había dado a ningún otro hombre. Estuve tan empeñada en dárselo a él que no tuve tiempo para estar nerviosa. Ahora, en nuestra noche de bodas, sabiendo qué esperar y sabiendo lo mucho que me amaba, estaba más nerviosa que en nuestra primera noche.

—Vamos a sacar esto del camino, señora Lanzani. Esta es una prenda de vestir tuya que no quiero arruinar —dijo.

Resoplé una pequeña risa, recordando mi chaqueta de color rosa abotonada y el patrón de manchas de sangre por el centro de esta. Entonces, pensé en ver a Peter en la cafetería la primera vez.

Arruino un montón de suéteres —había dicho con su sonrisa matadora y hoyuelos. La misma sonrisa que quería odiar; los mismos labios que hacían su camino por mi espalda en estos momentos.

Peter me movió hacia adelante y me arrastró hacia la cama, mirando detrás de mí, esperando, esperanzada que subiera. Estaba mirándome, quitándose la camisa, pateando sus zapatos y dejando caer sus pantalones al suelo. Negó con la cabeza, volteándome sobre mi espalda y luego se colocó encima de mí.

—¿No? —pregunté.

—Preferiría mirar a los ojos de mi esposa que ser creativo… al menos por esta noche.

Apartó un cabello suelto de mi cara y, a continuación, me besó en la nariz.

Era un poco divertido ver a Peter tomarse su tiempo, meditando cómo y qué quería hacerme. Una vez que estuvimos desnudos e instalados debajo de las sábanas, tomó una respiración profunda.

—¿Señora Lanzani?

Sonreí. —¿Sí?

—Nada. Sólo quería llamarte así.

—Bueno. Como que me gusta.

Los ojos de Peter escanearon mi rostro. —¿Si?

—¿Es una pregunta real? Porque es un poco difícil mostrarlo más que hacer votos para estar contigo por siempre.

Peter se detuvo, el conflicto oscureciendo su expresión. —Te vi —dijo, su voz apenas un susurro—. En el casino.

Mi memoria instantáneamente retrocedió, segura de que se había cruzado con Agustín y posiblemente había visto a una mujer con la que me parecía. Los ojos celosos le juegan bromas a la gente. Justo cuando estaba preparada para argumentar que no había visto a mi ex, Peter comenzó de nuevo.

—En el suelo. Te vi, Pidge.

Mi estómago se hundió. Me había visto llorar. ¿Cómo podría explicarle eso? No podía. La única manera era crear una distracción.
Empujé mi cabeza en la almohada, mirándolo directamente a los ojos. —¿Por qué me llamas Pidge? Quiero decir, realmente.

Mi pregunta pareció tomarlo desprevenido. Esperé, pidiendo que olvidara todo sobre el tema anterior. No quería mentirle a la cara o admitir lo que había hecho. No esta noche. Nunca.

Su decisión de permitir que cambiara el tema estaba clara en sus ojos. Sabía lo que estaba haciendo e iba a dejarme hacerlo. —¿Sabes lo que es un pigeon?

Sacudí la cabeza en un pequeño movimiento.

—Es una paloma. Son realmente inteligentes. Son leales, y compañeros de por vida. Esa primera vez que te vi en el Círculo, sabía lo que eras. Sabía que debajo de esa abotonada chaqueta y la sangre, no ibas a tragarte mi mierda. Ibas a hacerme ganarlo. Requerirías una razón para confiar en mí. Lo vi en tus ojos, y no pude quitarme ese pensamiento hasta que te vi ese día en la cafetería. A pesar de que traté de ignorarlo, lo sabía incluso entonces. Cada jodida, cada mala elección, eran migajas de pan, de esa forma encontramos el camino hacia el otro. Así llegamos a este momento.

Mi respiración flaqueó. —Estoy tan enamorada de ti.

Su cuerpo se encontraba recostado entre mis piernas, y podía sentirlo contra mis muslos, sólo a un par de centímetros de donde quería que estuviera.

—Eres mi esposa. —Cuando dijo las palabras, la paz llenó sus ojos. Me recordó a la noche en que ganó la apuesta sobre quedarme en su apartamento.

—Sí. Ahora estás estancado conmigo.

Besó mi barbilla. —Al fin.

Se tomó su tiempo mientras se deslizaba suavemente en mi interior, cerrando los ojos por sólo un segundo antes de mirar los míos de nuevo. Se movió contra mí lentamente, rítmicamente, besándome en la boca a intervalos. Incluso aunque Peter siempre había sido cuidadoso y gentil conmigo, las primeras veces fueron un poco incómodas. Debía haber sabido que era nueva en esto, incluso aunque nunca lo mencioné. Todo el campus sabía de las conquistas de Peter, pero mis experiencias con él nunca fueron como los salvajes retozares de los que todos hablaban. Peter siempre era suave y delicado conmigo; paciente. Esta noche no fue una excepción. Tal vez lo fue incluso más.
 
Una vez que me relajé, y comencé a moverme contra él, Peter se estiró hacia abajo. Puso su mano debajo de mi rodilla y la levantó gentilmente, poniéndola en su cadera. Se deslizó en mi interior de nuevo, esta vez más profundo. Suspiré y alcé las caderas hacia él. Había cosas mucho peores en la vida que prometer sentir el cuerpo desnudo de Peter Lanzani contra mí y en mi interior por el resto de mi vida. Mucho, mucho peores.

Me besó y me saboreó, tarareando contra mi boca. Moviéndose contra mí, ansiándome, tirando de mi piel mientras alzaba mi otra pierna y me empujaba las rodillas contra el pecho, así podía presionarse en mi interior más profundo. Gemí y me moví, incapaz de mantenerme callada cuando se posicionó de forma que podría entrar en mí por diferentes ángulos, moviendo sus caderas debajo de mis uñas, que excavaban en la piel de su espalda. Mis uñas se encontraban enterradas profundamente en su sudorosa piel, pero podía sentir sus músculos sobresaliendo y deslizándose debajo de ellas.

Los muslos de Peter se frotaban y chocaban levemente contra mi trasero. Se sostuvo a sí mismo sobre un codo, y luego se reacomodó, tirando de mis piernas con él hasta que mis tobillos descansaban en sus hombros. Me hizo el amor más duro entonces, e incluso aunque fue un poco doloroso, ese dolor disparó chispas de adrenalina por todo mi cuerpo. Llevando cada pizca de placer que sentía a un nuevo nivel.

—Oh, Dios… Peter —dije, suspirando su nombre. Necesitaba decir algo, algo que dejase salir la intensidad que se construía en mi interior.

Mis palabras hicieron que su cuerpo tensara, y el ritmo de sus movimientos se hizo más rápido, más rígido, hasta que gotas de sudor se formaron en nuestra piel, haciendo que deslizarse contra el otro fuese más fácil.

Dejó mis piernas en la cama mientras se posicionaba directamente sobre mí de nuevo. Sacudió la cabeza. —Te sientes tan bien —gimió—. Quiero que dure toda la noche, pero…

Toqué su oreja con mis labios. —Quiero que te corras —dije, terminando la simple frase con un suave y pequeño beso.

Relajé las caderas, dejando que mis rodillas se alejaran más, acercándolas a la cama. Peter se presionó más profundo en mi interior, una y otra vez, sus movimientos aumentando mientras gemía. Agarré mi rodilla, empujándola contra mi pecho. El dolor se sentía tan bien que era adictivo, y lo sentí construirse hasta que todo mi cuerpo se tensó con cortas, pero fuertes explosiones. Gemí en voz alta, sin preocuparme si alguien podía oír.

Peter gimió en reacción. Finalmente, sus movimientos se ralentizaron, pero eran más fuertes, hasta que al fin gritó—: ¡Oh, joder! ¡Maldita sea! ¡Agh! —gritó. Su cuerpo se sacudió y tembló mientras presionaba su frente duramente contra mi mejilla.
Ya que ambos estábamos sin aire, no hablamos. Peter mantuvo su mejilla contra la mía, sacudiéndose una vez más antes de esconder su rostro en la almohada debajo de mi cabeza. Besé su cuello, saboreando la sal en su piel.

—Tenías razón —dije. Peter se reacomodó para mirarme, curioso—. Fuiste mi último primer beso.


Sonrió, presionando sus labios contra mí duramente, y luego ocultó su rostro en mi cuello. Respiraba pesadamente, pero aun así, se las arregló para susurrar dulcemente—: Te amo tanto, Pigeon.


CONTINUARÁ...

1 comentario: