domingo, 22 de marzo de 2015

Capítulo 4

LALI

Me detengo en la entrada del modesto rancho de Eugenia y Nicolás, junto a los triciclos rosas posados en el patio. No puedo obligarme a salir del coche. Es como aceptar lo inevitable. Sé que nada traerá de vuelta a Nicolás o cambiará lo que ha ocurrido, pero quizás pueda prolongarlo un poco más.

—Tía Lali, ¿qué estás haciendo?

Salto ante la pequeña voz que me habla. Rufina me está mirando, de pie junto al lado del pasajero del coche. Su pelo rubio y rizado está atado en dos coletas a los lados atadas con cintas y su sonrisa desdentada me alegra el día.

—Nada, cariño, solo estaba pensando —digo mientras salgo del coche y camino hacia donde está ella. Lleva su jersey de fútbol de los domingos y pantalones de chándal y tiene un balón de fútbol bajo el brazo. Es exactamente igual a Nicolás.

—¿Dónde está Noah?

—En el colegio.

Su cara cae mientras mira hacia el suelo. Su pequeño pie en deportivas comienza a balancearse adelante y atrás.

—Mamá dice que no tenemos que ir al colegio todavía. —Su voz se apaga.

Lucho contra las lágrimas mientras mi corazón se rompe por ella y su hermana. Solo han tenido cinco años con su padre y solo lo recordarán si tienen suerte. Me inclino hacia ella y limpio una lágrima de su mejilla.

—Noah puede venir después de la escuela y antes de irse al entrenamiento, ¿de acuerdo?

Ella asiente con la cabeza y la llevo a mis brazos, conduciéndola a su una-vez-feliz hogar.

Es la primera vez que estoy en la casa Riera desde que recibimos la llamada. Vine aquí para estar con las chicas mientras Eugenia estaba en el hospital esperando por una señal de que Nicolás iba a conseguirlo. Pasé por el piso, el mismo piso por el que ellos pasaban cuando las niñas tenían un resfriado o la gripe y los mantenían despiertos por la noche.

El mismo piso en el que Nicolás botó un plato lleno de pollo cuando tropezó con una bolsa de balones de fútbol que olvidó guardar después de la práctica. Eugenia y yo nos reímos tan fuerte. Cuando Nicolás se levantó, tenía grasa de pollo por toda la cara. Una mirada y Eugenia supo que él iba a perseguirla así.

Bajé a Rufina y le di un beso en la frente. No sabía cómo consolarla a ella y a su hermana, mucho menos a su madre.

—¿Dónde está tu hermana? —le pregunté.

Rufina se encogió de hombros.

—Supongo que con mamá.

—Tía Lali, ¿quién va a ver el fútbol conmigo ahora? —Su voz se rompe cuando hace la pregunta más simple de todas. Por lo general tengo respuesta para todo, pero cuando la miro a los ojos no sé qué decirle porque no hay una respuesta. Podría ser yo una semana o el señor Riera, pero nunca será Nicolás. Él era su chico del fútbol.

—Estoy segura de que a Pablo le encantaría, incluso a Noah. Tal vez tu
abuelo pueda venir los domingos.

—No es lo mismo —susurra antes de dejarme en el centro de la sala, rodeada de nada más que recuerdos, una vez capturados por la lente de la vida real y congelados en el pasado.

Y a veces no son suficientes. Habrán muchos recuerdos habrá que no contendrán a Nicolás.

—Oye. —Me giro para encontrar a Eugenia detrás de mí. Su cabello está recogido en un moño descuidado y lleva una de las camisas de Nicolás.

No puedo retener un sollozo lloroso mientras me apresuro a abrazarla. Ella llora en mi pecho, sus sollozos rompiendo mi reserva.

—Lo siento mucho —le digo en voz baja. Sus manos se aferran a mi camisa mientras lucha por controlarse. Ella estaba ahí para mí cuando mi mundo se vino abajo y voy a estar ahí para ella, aunque me mate.

Cuando se echa hacia atrás le limpio las lágrimas, igual que hice por Rufina.

—Ayer parecías estar bien —le digo tratando de recordarle que tiene algunos momentos buenos.

—Ayer no tenía que tomar ninguna decisión, salvo de qué color quería las flores. Hoy tengo que elegir un ataúd y llevar... —Toma una profunda respiración, tapándose la cara con las manos. Su anillo de compromiso de diamantes brilla, captando la luz del sol—. Tengo que escoger su último traje y no sé qué querría llevar.

Esto es algo que ni siquiera puedo imaginar. Yo no sabría qué hacer.

Cuando las cosas cambiaron para mí me quise morir, pero Eugenia y Nicolás me mantuvieron unida. Fueron mi pegamento. El amor de mi vida no murió, él tan solo decidió que yo no era lo que él necesitaba en su vida y se fue. No tuve que enterrarlo o limpiar su oficina. Él se llevó mi corazón cuando cerró la puerta.

—Quizás deberías preguntarle a las chicas que quieren que se ponga. Deja que te ayuden, porque vas a necesitarlas para pasar por todo esto. Sé que Rufina está preocupada por quien verá el fútbol con ella los domingos.

—Lo sé. —Suspira profundamente—. Ella quiere saber quién la va a arropar por las noches, porque nadie lo hace como papá.

La empujo de vuelta a mis brazos y abrazo a mi amiga. No hay palabras
que yo pueda decirle para ayudar a resolver este problema, solo el tiempo lo hará. Pero el tiempo duele.

Eugenia toma mi consejo y le pide a las gemelas que la ayuden a elegir el último traje de su padre. Cuando salen, las tres sostienen cosas que no combinan. Eugenia me muestra un par de oscuros pantalones de vestir.

Rufina levanta su camiseta de entrenar y Alai me enseña los zapatos con los que va a ser enterrado, un taco y un tenis. Esbozo una sonrisa que las hace reír.

Es perfecto y muy como Nicolás.

El trayecto a la casa funeraria es tranquilo. Eugenia juega con sus anillos, como hizo cuando se comprometió. Miro mi mano desnuda, y me pregunto cuando deslizará Pablo un anillo en mi dedo. No es necesario que anunciemos el compromiso, la gente lo está esperando. Pablo y yo hemos estado juntos durante seis años. Era el momento de tomar una decisión. Un hombre como Pablo no va a esperar siempre. Todo el mundo dice que es una gran captura, ya que es el único de nosotros que realmente hizo algo con su educación, y tienen razón. Sería estúpido no casarse con el pediatra de la ciudad.

La elección de un ataúd es mucho más difícil de lo que parece. Puedes escoger el tipo de madera, las incrustaciones y el color .Todas las cosas que Eugenia tiene que decidir tienen que ser en una oficina que huele a gente muerta.

Eugenia tiene que escoger la música, los programas y la lista de los portadores del féretro. Observo como escribe los nombres, dejando en blanco el sexto lugar.

—Se te ha olvidado uno —señalo.

Ella niega con la cabeza.

—Por si acaso —dice.

No tiene que explicar lo que quiere decir, sé a lo que se refiere, pero no quiero pensar en… él. Después de dejarla, me dirijo a casa. Noah debería haber vuelto del colegio, y yo solo quiero abrazarlo hasta que esté razonablemente segura de que no me va a dejar jamás.

—¿Noah? —lo llamo mientras entro en casa.

La televisión está encendida y lo encuentro tirado en el sofá. Está viendo una película de un viejo partido de Pablo y Nicolás en la escuela preparatoria. Oigo el familiar nombre y miro hacia a Noah, pasándole los dedos por el pelo.

—¿Qué haces, amigo?

—Solo estoy viéndolo —dice, su pelo rizado en mi mano.

Lo empujo a mi regazo y lo abrazo. Me encanta que siga siendo mi niño cuando necesito que lo sea.

—Estas muy graciosa, mamá. —Él se echa a reír. Le suelto el pelo y pellizco su oreja para seguir escuchando sus risas.

—Espera a que tengas mi edad y mires tus videos.

—¿Hay alguien en casa?

—Aquí —grito mientras Pablo entra en casa. Echa un vistazo a lo que estamos viendo y se pone detrás de mí, envolviendo su brazo alrededor de mis hombros.

—¿Por qué estamos viendo esto? —susurra en mi oído. Me encojo de hombros y señalo hacia Noah. Pablo sabe que nunca lo pondría, viendo esos reflejos que no hacen más que abrir viejos recuerdos.

Noah sigue riéndose y diciéndole a Pablo lo graciosos que nos veíamos en el instituto. Cada vez, le recuerdo que tengo fotos suyas de bebé, desnudo, y que se las enseñaré a todas sus novias.

Beaumont gana el partido y esa es mi señal para apagarlo. Busco allí el botón, el pánico invadiéndome. No quiero ver lo que hay al final.

—Mamá, ¿a quién estás besando?

Miro la pantalla y veo al chico que acosa mis sueños y mi realidad. Se vuelve y mira a la cámara, sus brazos a mi alrededor. Cuando veo sus ojos verdes me muerdo el labio.

Desde que Nicolás murió, he estado pensando cada vez más en él, y me pregunto si es feliz. Me levanto y apago la TV, para no tener que mirarlo más.


—No es nadie, bebé —le digo mientras salgo de la habitación.


CONTINUARÁ... ¡Hola! Siento no haber podido subir antes, pero estaba de viaje. Gracias por firmar. ¡Un beso!

martes, 10 de marzo de 2015

Capítulo 3

PETER

Salí en la noche para evitar que la gente me siguiera. Dormí durante todo el día y llegué a casa en setenta y dos horas.


En casa.

Qué extraña palabra. Desde que puedo recordar, he vivido en un hotel. Son fáciles, tranquilos y con seguridad de primera clase. Nunca he tenido que irme si no quería. Tengo a alguien que me hace la compra de la comida y de la ropa. Cuando algo se rompe, hay alguien allí para arreglarlo y mis invitados están seleccionados.

El clima es más frío de lo que recordaba. Espero que mi doncella empacara la ropa apropiada. María me tiene que enviar un nuevo traje al hotel. Ella quería venir conmigo como apoyo moral, pero me negué. No la necesito. No la quiero aquí. Solo entrar y salir, le dije. Salvo que la dejé un par de días antes de lo previsto porque necesito tiempo para verla.

Incluso si es solo para verla desde el otro lado de la calle, necesito más tiempo para recordarme a mí mismo por qué dejé la Universidad y que sus sueños pasaran incontables días en un estrecho estudio y noches sin dormir viajando en autobús al otro lado del país. Necesito la visión de ella de que punto de conducir a casa es la decisión correcta para mí, independientemente de que la herí.

Necesito saber si ella ha seguido adelante, espero que ella lo tenga. ¿Cuántos hijos tiene? Y, ¿cómo se gana la vida su esposo? Espero que la trate mejor de lo que yo lo hice porque se lo merece y mucho más…

Entrando en Holiday Inn, en las afueras de Beaumont, apagué mi moto antes de que el director venga a decirme que estoy perturbando su paz. Pongo el pie debajo de apoyo y mi casco, me deslizo en un par de gafas falsificadas y tiro de una gorra de béisbol sobre mi cabeza. Sé que los rumores se extenderán una vez que ponga un pie en Beaumont, pero por unos pocos días me gustaría ser anónimo. Deslizo en mis brazos mi estuche de guitarra a prueba de agua y la desengancho de la parte trasera de mi moto.

El paseo hasta el vestíbulo es minuciosamente largo. Este hotel se encuentra cerca de la autopista y el ruido está muy presente. Este es el hotel más modesto y nadie del pueblo se le ocurriría mirar por mí aquí. Recuerdo cuando le dije a Sam de reservar mi habitación aquí y pensé que me mataba con solo decir que era un hotel de tres estrellas. Sin embargo, aquí estoy caminando en un pobre vestíbulo con la televisión a todo volumen y el café rancio en un bote junto a rosquillas de la mañana.

—¿Cómo puedo ayudarte? —La empleada está hablando incluso antes
de que esté en la puerta. Su voz es muy aguda y molesta, un agudo y doloroso recordatorio de uñas en la pizarra. Su pelo tira hacia atrás con tanta fuerza que su rostro no tiene más remedio más que sonreír. Sus labios están pintados de color rojo Hollywood. Quiero darle un pañuelo de papel en la mano y decirle que los chicos de Hollywood realmente no van a por los labios pintados de rojo porque son la evidencia.

Pero no lo hago. No digo hola ni tampoco le sonrío. Solo quiero llegar a mi habitación y tal vez dormir un poco.

—Tengo que registrarme —le digo. Le entrego mi licencia de conducir y espero. Mis dedos comienzan a tamborilear sobre el mostrador mientras mira los nombres en el ordenador. Cada vez que me mira, sonríe y yo quiero dar un paso atrás. Alguien debería decirle que usa demasiado maquillaje y que si tira más de su cabello se quedará calva.

—¿Es el señor Lanzani tú papá? Él es el profesor de ciencias políticas de mi clase —pregunta con un brillo de esperanza en sus ojos.

Niego con la cabeza, aunque la respuesta es probablemente sí. Lo sabría pero no me habla desde que abandoné la Universidad.

—Oh, bueno, eso es muy malo. Él es realmente un gran profesor.

—Qué suerte —le digo. Su cara es inexpresiva ante mi falta de entusiasmo.

—Si hay algo que pueda hacer por ti, házmelo saber —dice de nuevo con su aguda e infantil voz. Ella deja las tarjetas magnéticas en el mostrador y me pide que llene la hoja de registro del automóvil. Escribo solo la información pertinente, evitando la marca y modelo de la moto. No necesitan saberlo.

Recojo las tarjetas-llave y me meto en el ascensor. Cuando entro, miro la tarjeta y suspiro. Estoy en el sexto piso, el más alto que tienen, pero no lo suficientemente alto para mí. Esto bastará y es solo a corto plazo. Solo estoy aquí para decir adiós a Nicolás y verla un rato antes de volver a mi vida.

Los pasillos apestan. Eso es lo primero que noto cuando salgo del ascensor. Eso y la horrible alfombra que recubre los pasillos. Detesto el olor a tabaco rancio. Me meto en mi habitación, dejando caer mi bolso sobre una de las camas dobles. Me acerco a la puerta corredera de cristal, abro las gruesas y oscuras cortinas mirando las luces de Beaumont.

Deslizo el pestillo y abro la puerta, dejando entrar el aire frío.

El sonido de cristales rotos me hace mirar a la izquierda.

Inmediatamente, ojalá no lo hubiera hecho porque sola en la distancia se está la torre de agua de Nicolás y yo, junto con algunos otros que utilizábamos para subir después de nuestros juegos. Nos gustaba tener una caja de cerveza por ahí y dejar a las chicas abajo y ver quién golpeaba la cama de mi camioneta con sus botellas vacías.

—Parece que alguien está llevando a cabo nuestra tradición —le digo a
nadie.
***
Nico, ven aquí abajo. Me siento sola —grita Eugenia hacia él.

Las risas entre nosotros y las chicas eran suficientes para mantener un flujo constante de ruido en el aire.

—Te amo bebé —le grita a través de sus manos ahuecadas a Nicolás.

—Me voy a casar con esa chica y hacer los bebés más hermosos con ella.

Empezamos a reír, pero yo sé que es verdad. Eugenia camina en el agua hacia donde está Nicolás. Conozco el sentimiento. Miro hacia abajo y veo la silueta de mi chica de pie junto a mi coche, mi chaqueta de letterman me hace ponerme furioso porque está envuelta a su alrededor. Pero esta es la tradición.

—Sé un hombre —le digo, dándole una palmadita en la espalda.

—Boda doble —grita mientras vomito mi cerveza en el aire.

—Tío, eres un amigo. No se supone que hablemos de bodas y mierdas —dice Gastón resoplando antes de beber su cerveza.

Nicolás se encoge de hombros.

—Cuando amas a alguien, simplemente lo sabes.

***
Nada es igual y todo podría haber sido como fue planeado. Nicolás no se supone que se habría ido. En todo caso, debería ser yo. Cometí un error en el plan.

Doy un paso atrás en la habitación, cerrando la ventana y tirando de las cortinas. Cuando miro la cama, se está burlando de mí, diciéndome que no estoy invitado. No me desea tanto como yo no la quiero.

No puedo quedarme aquí. Esta habitación me va a ahogar. Me deshago de mi disfraz y agarro mi chaqueta y mi casco, pero de nuevo,  tal vez no. La última vez que fui de viaje en carretera tomé una decisión imprevista.

La señal de salida en color rojo de encima de la escalera es más tentadora que el ascensor. Golpeo mi hombro contra la puerta y bajo corriendo las escaleras, deslizándome por la barandilla como lo hacía cuando era más joven, algo que no he hecho en mucho tiempo.

Mi casco está antes de llegar al vestíbulo. Lo último que quiero es que la
recepcionista trate de obtener alguna idea sobre quién soy. Mi suerte, ella se dejaría entrar en mi habitación, mintiendo sobre un error de sábanas y esperando que las reclame.

Voy a pasar.

—¿Necesitas una llamada de atención? —me pregunta mientras me apresuro a través del vestíbulo. ¿Habla en serio? Saco mi teléfono y miro la hora, es más de medianoche.

Niego con la cabeza.

—Estoy bien —le digo mientras abro la puerta y me dirijo a mi moto.

No hay nada como el rugido de un motor. La vibración solo me consuela. Hago girar el acelerador antes de patear mi moto a todo velocidad desgastando el suelo del estacionamiento. Siento que está mirando, y apostaría cualquier cosa a que se está lamiendo los labios con excitación.

Sin destino en mente me voy por las carreteras secundarias. Cuánto menos tráfico, mejor. Solo yo y la carretera y el sol que se cierne con la amenaza de asomar su fea cabeza para empezar otro día de mierda… Estoy impresionado cuando llegó a la línea de Beaumont. Bueno, en realidad no. He estado pensando en este pueblo sin parar desde que me enteré de lo de Nicolás. El pueblo es tranquilo, luces de hierro forjado iluminan el camino de las calles.

Nada ha cambiado.

Me detengo mientras hago mi camino por la ciudad. Giro a la izquierda, giro a la derecha y termino en la calle donde crecí. Cuando paro frente a mi casa de la infancia, una luz en el exterior y otra en el interior, sé que mi padre está despierto.

Nada ha cambiado.

La blanca casa de dos pisos con la roja puerta es la misma. No hay coches en la calzada, el césped está cuidado a la perfección. Mi habitación está a oscuras y me pregunto qué hicieron con ella. ¿Mis imágenes aún revisten el pasillo o las quitaron cuando les traicioné de la peor manera? ¿Qué van a decir cuando su desafiante hijo llame a la puerta y se quiera quedar a cenar?

Conduzco dos manzanas más abajo y a un lado paro frente a la casa de Espósito. No soy tonto al pensar que todavía vive aquí, pero sé que no se perdería esto a menos que ella y Eugenia ya no sean amigas.

La luz del porche se enciende y el señor Espósito abre la puerta, el hombre que iba a ser mi suegro sale al porche. Sé que él no me puede ver a través de mi casco, pero tal vez se lo está preguntando.

Está allí y me mira fijamente y yo a él. Ha envejecido, al igual que yo asumo que mi padre también. Da un paso hacia abajo sobre la hierba y sé que es mi señal para irme. Golpeó el acelerador y salgo por la calle, dejando atrás al señor Espósito en su patio preguntándose quién era yo.


CONTINUARÁ...


lunes, 9 de marzo de 2015

Capítulo 2

LALI

Las palabras se convierten en un borrón cuanto más tiempo me quedo mirándolas.

El papel se moja con mis lágrimas. Las lágrimas que no han dejado de caer desde que recibí la llamada telefónica. Ahora estoy sosteniendo un formulario de pedido con su nombre en él. El ramillete del ataúd para ser hecho en nuestros colores de preparatoria: rojo y dorado. El ramillete de pie para ser hecho en los colores de su boda, nuestros colores universitarios: verde y blanco. Esto es lo que quiere Eugenia.

Eugenia va a enterrar a su esposo en pocos días y sin embargo está lo suficientemente bien como para tomar decisiones sobre qué tipo de flores adornarán el ataúd de su esposo.

¿Yo? Ni siquiera puedo lograr leer el formulario de pedido.

Cuando Eugenia llamó y me pidió que hiciera los arreglos florales tomó todo de mi parte decir que sí cuando realmente quería decir que no. No quiero hacer esto. Ni siquiera quiero pensar que Nico se ha ido. Lo he conocido desde el primer grado y ahora se ha ido. Él no se pasará por aquí el lunes para recoger su pedido habitual. Eugenia no va a recibir su docena de rosas semanal, algo que ha estado recibiendo desde que él comenzó a proponérsele a los diecisiete años.

Ellos fueron los afortunados, teniendo todo calculado en la escuela preparatoria y apegándose a ello. Yo pensé que también tenía eso, pero fui tomada por sorpresa en mi primer semestre en la universidad. Mi vida fue puesta patas arriba con unas cuantas palabras cortas y un portazo, creando un muro entre el amor de mi vida y yo.

Me levanto con las piernas temblorosas, limpio mis lágrimas y me dirijo hacia la puerta para darle la vuelta al cartel de “Cerrado” a “Abierto”. No quiero abrir hoy, pero tengo que hacerlo. Hay una boda, una fiesta de ex-alumnos y el funeral de Nicolás en los próximos días, y soy la afortunada de hacer todos sus arreglos florales.

Fijo la orden de Eugenia en la pizarra junto al resto de las órdenes. Tengo que tratarla como a cualquier otro cliente a pesar de que es una a la que desearía no estar despachando.

Respira hondo, me digo a mí misma cuando me pongo a trabajar en la primera orden. Hay cuarenta ramilletes de muñeca y arreglos florales para la solapa que hacer hoy y lo único que quiero hacer es aplastar las rosas entre las palmas de mis manos y lanzarlas por la puerta.

Las campanitas de la puerta rompen mi concentración. Hora de poner una cara feliz. Candela está caminando hacia mí, tazas de café en mano. Me limpio las manos en mi delantal verde y la encuentro en el mostrador.

—Gracias —le digo justo antes de sorber el líquido caliente. El camino a mi corazón es definitivamente a través de un café con leche acaramelado.

—Sabía que lo necesitabas. Podía sentir tu profundo deseo cuando estaba en la cola.

Candela es mi trabajadora a medio tiempo y mi amiga a tiempo completo. Se mudó a Beaumont hace tres años para escapar de un marido abusivo y encajó inmediatamente con Eugenia y conmigo.

—¿Cómo lo estás llevando? —pregunta. Me encojo de hombros, realmente sin querer hablar de las cosas ahora mismo. Necesito superar el día. Cuando la noticia se empiece a extender van a volver antiguos compañeros de clase y, tan vano como suena, quiero lucir bien. No quiero lucir como si acabara de ser dejada, porque de todos modos eso es lo que la mayoría de ellos recuerda.

—Yo solo… —Escondo mis ojos detrás de mi mano—. No tengo  recuerdos que no involucren a Nico. No sé qué va a suceder el lunes cuando abra y él no esté aquí para comprar las flores de Eugenia. Lo ha hecho durante más de diez años.

—Lo siento tanto, Lali. Desearía que hubiese algo que pudiera hacer
por ustedes.

—Solo estar ahí para Eugenia es suficiente. Yo me encargaré de mis propios sentimientos.

Candela rodea el mostrador y me da un abrazo antes de ir a ponerse el delantal. Estoy agradecida por su ayuda, sobre todo hoy. Tal vez pueda pasarle los preparativos del funeral y centrarme en lo alegre.

Pero, pensándolo mejor, tal vez no.

De pie en el frente, mirando dentro de la tienda está el señor Riera.

Se ve perdido.

—Ya vengo —le digo a Candela cuando me deslizo por la puerta. El clima es ventoso con un frío en el aire. Definitivamente no es un día de otoño promedio aquí.

—Señor Riera —digo, extendiendo la mano para tocarle el brazo. Él perdió a su esposa el año pasado debido al cáncer y ahora su hijo… no puedo imaginarlo.

—Mariana. —Su voz es entrecortada, ronca. Sus ojos están demacrados y enrojecidos—. Estaba caminando y cuando miré a la ventana de aquí recordé la primera vez que tuve que traer a Nicolás para conseguirle flores a Euge. Ellos iban a algún baile y yo los iba a llevar. —Él niega con la cabeza, como si no estuviera seguro de si lo está inventando o si no quiere recordar más.

—Eso fue hace mucho tiempo, señor Riera. ¿Quiere venir adentro y llamaré a Eugenia por usted? Tal vez ella pueda venir a recogerlo.

Él niega con la cabeza.

—No quiero molestar a Euge. Ella tiene suficiente de qué preocuparse como para tener que cuidar de su suegro. —Él deja de hablar de repente, con los ojos vidriosos. Miro a mi alrededor para ver si hay algo que ha llamado su atención—. ¿Sigo siendo su suegro?

Mi mano cubre mi boca, pero no puede ahogar mi llanto.

—Por supuesto que sí —susurro—. Ella es su Euge, usted es el único que puede llamarla así, sabe. Ella lo quiere como si fuese su propio padre.

El señor Riera me mira y asiente antes de irse caminando. Quiero seguirlo y asegurarme de que llega a su casa o a donde sea que decida ir, pero me quedo congelada en la acera viéndolo alejarse.

Nicolás nunca sabrá el impacto que ha tenido en todas las personas en
Beaumont.

Cuando logro regresar a la tienda, Candela está sacando las rosas para los ramilletes fúnebres. Doy un suspiro de alivio dado que no tuve que pedírselo. Ella simplemente lo sabía. Camino detrás de ella y envuelvo mis brazos a su alrededor, abrazándola, dándole las gracias por ser una buena amiga.

Las órdenes llegan como locas, la mayoría de ellas para Eugenia o para el servicio. Mantengo mi chico de repartos ocupado hoy y cada vez que él entra está sonriendo de oreja a oreja. No puedo imaginar por qué. La mayoría de la gente no da propina cuando reciben flores para un funeral, a menos que, por supuesto, seas la señora Suárez, la presumida mamá plástica de Eugenia que es todo lo que la palabra “apropiada” representa.

Candela y yo trabajamos lado a lado. Trato de no prestar atención, pero no puedo dejar de echarle un vistazo cada pocos minutos. Los arreglos están saliendo a la perfección. Me gustaría pensar que Mason estaría impresionado.

—¿Cuándo le vas a decir que sí a Pablo?

Amenazo con apuñalar a Candela con mis tijeras de podar.

—Me lo pidió de nuevo la otra noche —digo mientras saco un poco de
gipsófila para cortar.

—¿Qué número es?

Me encojo de hombros.

—He perdido la cuenta.

Candela lanza sus tijeras y coloca las manos en sus caderas.

—¿Qué demonios estás esperando? Él tiene un buen trabajo, te ama y se preocupa por Noah. No muchos hombres quieren hacer el rol de papá cuando no es su hijo. —Trato de ocultar mi sonrisa, pero ella me da un puñetazo en el brazo—. ¿Dijiste que sí?

Asiento, lo cual la hace saltar arriba y abajo. Ella hala mi mano hacia adelante y frunce el ceño al ver que no estoy usando un anillo.

—Vamos a esperar hasta que todo se calme. No es momento para celebrar, ¿sabes? Ambos perdimos a nuestro amigo y aunque estamos felices y enamorados, Eugenia y los niños son más importantes para nosotros que decirle a todo el mundo que por fin nos vamos a casar.

Candela envuelve sus brazos alrededor de mí, sujetándome con fuerza.

—Él te hará feliz, Lali.

—Ya lo hace —respondo cuando ella da un paso atrás. Ya puedo ver las ruedas girando en su cabeza y esto solo consolida lo que le dije a Nick: tenemos que fugarnos.

Ella se voltea y comienza a trabajar de nuevo.

—¿Crees que él adoptará a Noah?

Dejo caer mis tijeras al suelo, apenas fallando mi pie. Me aclaro la garganta.

—Yo… yo no estoy segura de eso.

—¿Por qué no? Lo ha estado criando desde que él tenía qué, ¿tres años?

Me muerdo el labio y asiento hacia ella.

—Nunca lo hemos discutido y en realidad no quiero hablar del papá de Noah en estos momentos.

Ella me mira y sonríe.

—Está bien —dice, pero sé que preguntará de nuevo.


No he pensado en el papá de Noah en años. No, eso no es cierto. Más como en horas, y más aún desde que Nicolás murió. No sé si él sabe sobre Nicolás o incluso si le importa. Solo espero que no se aparezca por aquí.


CONTINUARÁ...