sábado, 31 de enero de 2015

Capítulo 7

CAPÍTULO 7

EFECTIVO

PETER
La puerta se abrió. —¡Ella está aquí! Acabo de mostrarle un vestuario para que se refresque. ¿Estás listo?

—Sí —dije, poniéndome de pie de un salto. Me sequé mis manos sudorosas en los pantalones y seguí a Chantilly por el pasillo, hacia el vestíbulo. Me detuve.

—Por aquí, cariño —dijo Chantilly, animándome hacia las puertas dobles que conducían a la capilla.

—¿Dónde está? —pregunté.

Chantilly apuntó. —Ahí dentro. Tan pronto como esté lista, empezaremos. Pero, tienes que estar al final del pasillo, dulzura.

Su sonrisa era dulce y paciente. Me imaginaba que lidiaba con todo tipo de situaciones, desde borrachos hasta nerviosos. Después de una última mirada a la habitación de Lali, seguí a Chantilly por el pasillo y me dio el resumen de dónde pararme. Mientras ella estaba hablando, un hombre con gruesas patillas y un disfraz de Elvis abrió la puerta de manera grandiosa, curvando los labios y tarareando “Blue Hawaii”.

—¡Hombre, realmente me gusta Las Vegas!, ¿te gusta Las Vegas? —dijo, con la impresión de Elvis bien puesta.

Sonreí. —Hoy me gusta.

—¡No se puede pedir más que eso!, ¿te ha dicho la Srta. Chantilly todo lo que necesitas saber para convertirte en señor esta mañana?

—Sí. Creo que sí.

Me dio una palmada en la espalda. —No te preocupes, chico, vas a hacerlo muy bien. Iré a buscar a tu señora. Vuelvo en un parpadeo.

Chantilly se rió. —Oh, ese Elvis. —Después de un par de minutos, Chantilly miró su reloj, y luego caminó por el pasillo hacia las puertas dobles.

—Esto sucede todo el tiempo. —Me aseguró el oficiante.

Después de otros cinco minutos, Chantilly asomó la cabeza a través de las puertas. —¿Peter? Creo que está un poco… nerviosa. ¿Quieres intentar hablar con ella?

Mierda. —Sí —dije. El pasillo parecía corto antes, pero ahora se sentía como un kilómetro. Empujé la puerta, y levanté mi puño. Me detuve, tomé aire, y entonces golpeé un par de veces—. ¿Pidge?

Después de lo que se sintió como dos eternidades, Lali finalmente habló, al otro lado de la puerta. —Estoy aquí. —A pesar de que sólo estar a unos centímetros de distancia, sonaba a kilómetros, como la mañana después que llevé a esas dos chicas a casa desde el bar. Sólo el pensar en esa noche me hizo sentir un mal ardor en el estómago. Ni siquiera me sentía como la misma persona que era entonces.

—¿Estás bien, nena? —pregunté.

—Sí. Sólo… me sentía acelerada. Necesito un momento para respirar.

No sonaba para nada bien. Estaba determinado a mantener mi cabeza, alejar el pánico que solía causarme hacer todo tipo de cosas estúpidas. Necesitaba ser el hombre que Lali merecía. —¿Estás segura de que eso es todo?

No respondió.

Chantilly se aclaró la garganta y retorció sus manos, claramente intentando pensar en algo alentador que decir. Necesitaba estar al otro lado de esa puerta.

—Pidge… —dije, seguido por una pausa. Lo que diría a continuación podía cambiar todo, pero hacer todo bien por Lali triunfó sobre mis propias necesidades épicamente egoístas—. Yo sé que tú sabes que te amo. Lo que podrías no saber es que no hay nada que quiera más que ser tu esposo. Pero si no estás lista, esperaré por ti, Pigeon. No voy a ir a ninguna parte. Quiero decir, sí. Quiero esto, pero solamente si tú lo quieres. Yo sólo… necesito saber que puedes abrir ésta puerta y que podemos caminar por el pasillo, o podemos conseguir un taxi e ir a casa. De cualquier forma, te amo.
Después de otra larga pausa, sabía que era hora. Saqué un viejo y desgastado sobre del bolsillo interior de mi chaqueta, y lo sostuve con ambas manos. El desvanecido trazo de la pluma lo rodeaba, y seguí las líneas con mi dedo índice. Mi madre había escrito las palabras a la futura Sra. Peter Lanzani. Mi papá me lo había dado cuando pensó que las cosas entre Lali y yo estaban volviéndose serias. Sólo había sacado esta carta una vez desde entonces, preguntándome lo que ella escribió dentro, pero nunca rompiendo el sello. Esas palabras no eran para mí. Mis manos temblaban. No tenía ni idea de lo que mamá había escrito, pero de verdad la necesitaba en estos momentos, esperaba que esta vez, ella pudiera de alguna manera llegar de donde estuviera y me ayudara. Me agaché y deslicé el sobre por debajo de la puerta.

  
LALI
Pidge. La palabra solía hacerme rodar los ojos. No sabía por qué empezó a llamarme así en primer lugar, y no me importaba. Ahora, el extraño apodo de Peter con el que me habló en su profunda y áspera voz hizo que mi cuerpo entero se relajara. Me puse de pie y me acerqué a la puerta, sosteniendo mi palma en la madera. —Estoy aquí.

Podía escuchar mi respiración; sibilante, lenta, como si estuviera durmiendo. Cada parte de mí se encontraba relajada. Sus cálidas palabras cayeron lentamente a mí alrededor como una manta acogedora. No importaba lo que sucediera después que fuéramos a casa, siempre y cuando fuera la esposa de Peter. Fue entonces que entendí que si iba a hacer esto para ayudarlo o no, estaba ahí para casarme con el hombre que me amaba más de lo que cualquier hombre amaba a una mujer. Y lo amaba, lo suficiente para tres vidas enteras. En la Capilla Graceland, en este vestido, era casi exactamente donde quería estar. El único lugar mejor sería a su lado al final del pasillo.

Entonces, un pequeño cuadrado blanco apareció a mis pies.

—¿Qué es esto? —dije, agachándome para recogerlo. El papel era viejo y amarillo. Se encontraba dirigido a la futura Sra. Peter Lanzani.

—Es de mi mamá —dijo Peter.

Se me cortó la respiración. Casi no quería abrirla, era obvio que había sido sellada y guardada a salvo por mucho tiempo.

—Ábrela —dijo Peter, como si pareciera leer mis pensamientos.

Mi dedo se deslizó cuidadosamente entre la apertura, con la esperanza de conservarlo lo mejor que podía, pero fallando miserablemente. Saqué el papel doblado en tres y el mundo entero se detuvo.

No nos conocemos, pero sé que debes ser muy especial. No puedo estar ahí hoy, para ver a mi pequeño prometerte su amor, pero hay unas pocas cosas que creo que podría decirte si lo estuviera. Primero, gracias por amar a mi hijo. De todos mis niños, Peter es el de más tierno corazón. Él también es el más fuerte. Te amará con todo lo que tiene siempre y cuando se lo permitas.

Un niño sin una madre es una criatura muy curiosa. Si Peter es algo como su padre, y sé que lo es, él es un profundo océano de fragilidad, protegido por un grueso muro de malas palabras y fingida indiferencia. Un chico Lanzani te llevará todo el camino hasta el borde, pero si vas con él, te seguirá a donde sea.

Deseo más que cualquier cosa poder estar ahí hoy. Deseo poder ver su rostro cuando tome este paso contigo, poder estar ahí con mi esposo y experimentar este día con todos ustedes. Creo que es una de las cosas que extrañaré más. Pero hoy no es sobre mí. Si estás leyendo esta carta significa que mi hijo te ama. Y cuando un chico Lanzani se enamora, lo hace para siempre.

Por favor, dale a mi bebé un beso de mi parte. Mi deseo para ustedes es que la pelea más grande que tengan sea sobre quién es el más indulgente.

Con amor,

Claudia

—¿Pigeon?
Sostuve la carta contra mi pecho con una mano, y abrí la puerta con la otra.

El rostro de Peter se encontraba tenso de preocupación, pero al segundo que sus ojos encontraron los míos, la preocupación se fue.

Parecía sorprendido de verme. —Estás… no creo que haya una palabra para cuan hermosa estás.

Sus dulces ojos castaños, ensombrecidos por sus gruesas pestañas, calmaron mis nervios. Sus tatuajes estaban escondidos bajo su traje gris y una blanca y fresca camisa abotonada. Dios mío, él era la perfección. Era sexy, era valiente, era tierno, y Peter Lanzani era mío. Todo lo que tenía que hacer era caminar por el pasillo.

—Estoy lista.

—¿Qué dijo? —preguntó.

Mi garganta se tensó, así un sollozo no escaparía. Lo besé en la mejilla. — Eso es de su parte.

—¿Sí? —dijo, una dulce sonrisa llenando su rostro.
—Y está prácticamente segura de todo lo maravilloso que eres, a pesar de que no consiguió verte crecer. Ella es tan maravillosa, Peter. Desearía poder haberla conocido.

—Desearía que ella pudiera haberte conocido. —Se detuvo un momento ante la idea, y luego levantó sus manos.

Su manga retrocedió, revelando su tatuaje de PIGEON. —Vamos a pensarlo. No tienes que decidir ahora. Volveremos al hotel, pensaremos en ello, y… —Suspiró, dejando caer sus brazos y hombros—. Lo sé. Esto es loco. Sólo que lo quería tanto, Peter. Esta locura es mi cordura. Podemos…

No podía soportar verlo tropezar y luchar por más tiempo. —Bebé, detente —dije, tocando su boca con tres de mis dedos—. Sólo detente.

Me miró. Esperando.

—Sólo vamos directo, no me voy de aquí hasta que seas mi esposo.

Al principio sus cejas se elevaron, dubitativas, y luego ofreció una sonrisa cautelosa. —¿Estás segura?

—¿Dónde está mi ramo de flores?

—¡Oh! —dijo Chantilly, distraída por la discusión—. Aquí, cariño. —Me tendió una bola perfectamente redonda de rosas rojas.

Elvis me ofreció su brazo, y lo tomé. —Te veo en el altar, Peter —dijo.

Peter tomó mi mano, besó mis dedos, y luego regresó trotando por el camino que había venido, seguido por una risueña Chantilly.

Ese pequeño toque no era suficiente. De pronto, no podía esperar por tenerlo, y mis pies rápidamente hicieron su camino a la capilla. La marcha nupcial no fue tocada, en cambio “Thing for You”, la canción que bailamos en mi fiesta de cumpleaños, vino a través de los parlantes.

Me detuve y miré a Peter, finalmente consiguiendo una oportunidad de disfrutar de su traje gris y zapatillas Converse negras. Sonrió al ver el reconocimiento en mis ojos. Di otro paso, y luego otro. El oficiante hizo un gesto para que fuera más lento, pero no pude. Todo mi cuerpo necesitaba estar junto Peter más de lo que nunca lo había necesitado antes. Él debió haber sentido lo mismo. Elvis no había llegado a mitad de camino antes de que Peter decidiera dejar de esperar y se dirigiera hacia nosotros. Tomé su brazo.

—Uh… iba a entregarla.

La boca de Peter se levantó en un lado. —Ella ya era mía.

Abracé su brazo, y caminamos el resto del camino, juntos. La música se detuvo, y el oficiante nos hizo una seña.

—Peter … Lali.

Chantilly tomó mi ramo de rosas y, a continuación, se puso de pie a un lado.

Nuestras manos temblorosas se anudaron juntas. Los dos estábamos tan nerviosos y felices que era casi imposible dejarlas quietas.

Incluso sabiendo cuánto realmente quería casarme con Peter, mis manos temblaban. No estaba exactamente segura de lo que decía el oficiante. No puedo recuerdo su cara o lo que usaba, sólo puedo recordar su profunda voz nasal, su acento del noreste, y las manos de Peter sosteniendo las mías.

—Mírame, Pidge —dijo Peter en voz baja.

Miré a mi futuro marido, perdiéndome en la sinceridad y en la adoración de sus ojos. Nadie, ni siquiera Eugenia, nunca me había mirado con tanto amor. Las esquinas de la boca de Peter se levantaron, así que debo haber tenido la misma expresión.

A medida que el oficiante hablaba, los ojos de Peter viajaron sobre mí, mi cara, mi pelo, mi vestido, incluso miró hacia mis zapatos. Luego, se inclinó hasta que sus labios estuvieron a pocos centímetros de mi cuello, e inhaló.

El oficiante se detuvo.

—Quiero recordar todo —dijo Peter.

El oficiante sonrió, asintió con la cabeza, y continuó.
Un flash se disparó, sobresaltándonos. Peter miró hacia atrás, reconoció al fotógrafo, y luego me miró. Reflejábamos nuestras sonrisas cursis mutuamente. No me importaba que nos debiéramos haber visto absolutamente ridículos. Era como si nos estuviésemos preparando para saltar de la colina más alta, para sumergirnos en el río más profundo que alimenta la más magnífica y terrorífica cascada, justo en la mejor y más fantástica montaña rusa del universo. Diez veces.

—El verdadero matrimonio comienza mucho antes del día de la boda —comenzó el oficiante—, y los esfuerzos del matrimonio continúan más allá de final de la ceremonia. Un breve momento en el tiempo y el movimiento de la pluma son todo lo que se necesita para crear el vínculo jurídico del matrimonio, pero se necesita toda una vida de amor, compromiso y perdón para hacer el matrimonio duradero y eterno. Creo, Peter y Lali, que ustedes nos acaban de mostrar lo que su amor es capaz de hacer en un momento de tensión. Sus ayeres fueron el camino que los llevó a esta capilla, y su viaje a un futuro de convivencia se vuelve un poco más claro con cada nuevo día.

Peter apoyó su mejilla contra mi sien. Me alegré mucho de que quisiera tocarme dónde y cada vez que podía. Si pudiera haberlo abrazado sin interrumpir la ceremonia, lo habría hecho. Las palabras del oficiante comenzaron a entremezclarse. Un par de veces, Peter habló, y yo también lo hice. Deslicé el anillo negro su dedo, y sonreí.

—Con este anillo, me uno a ti —dije, repitiendo después el oficiante.

—Linda elección —dijo Peter, admirando su anillo.
Cuando fue el turno de Peter, parecía tener problemas, y luego deslizó dos anillos en mi dedo: mi anillo de compromiso, y un simple anillo de oro.

Quería tomar un momento para apreciar que me había conseguido un anillo oficial de boda, tal vez incluso decirlo, pero estaba teniendo una experiencia fuera de este mundo. Cuanto más me esforzaba para estar presente, más rápido todo parecía suceder.

Pensé que tal vez debería realmente escuchar la lista de cosas que estaba prometiendo, pero la única voz que tenía sentido era la de Peter. —Malditamente seguro que acepto —dijo con una sonrisa—. Y me comprometo a nunca entrar en otra pelea, beber en exceso, jugar, o lanzar un golpe de ira… y que nunca, nunca te haré llorar lágrimas de tristeza otra vez.

Cuando llegó mi turno de nuevo, me detuve. —Sólo quiero que sepas, antes de hacer mis votos, que soy súper terca. Ya sabes que soy difícil de convivir, y has dejado claro en docenas de ocasiones que te vuelvo loco. Y estoy segura de que he vuelto loca a cualquier persona que haya visto estos últimos meses mi indecisión e incertidumbre. Pero quiero que sepas que sea lo que sea el amor, esto tiene que
serlo. Fuimos mejores amigos primero, y tratamos de no enamorarnos, y lo hicimos de todos modos. Si no estás conmigo, no es donde quiero estar. Estoy en esto. Estoy contigo. Podremos ser impulsivos, y absolutamente locos por estar de pie aquí, a nuestra edad, seis meses después de que nos conocimos. Todo esto podría jugar a ser un completamente hermoso y maravilloso desastre, pero quiero eso si es contigo.

—Al igual que Johnny y June —dijo Peter, con los ojos un poco vidriosos —. Todo es cuesta arriba desde aquí, y voy a amar cada minuto de ello.

—¿Aceptas…? —comenzó el oficiante.

—Sí, acepto —dije.

—Está bien —dijo con una sonrisa—, pero tengo que decirlo.

—Lo he escuchado una vez. No necesito escucharlo de nuevo —dije, sonriendo, sin apartar los ojos de Peter. Apretó mis manos. Repetimos más promesas, y luego el oficiante hizo una pausa.

—¿Eso es todo? —preguntó Peter.

El oficiante sonrió. —Eso es todo. Están casados.

—¿En serio? —preguntó, enarcando las cejas. Parecía un niño en la mañana de Navidad.
—Puedes besar a tu…

Peter me tomó en sus brazos y me envolvió con fuerza, besándome, con entusiasmo y pasión al principio, y luego sus labios se desaceleraron, moviéndose contra los míos con más ternura.

Chantilly aplaudió con sus manos pequeñas y regordetas. —¡Esa fue una buena!, ¡la mejor que he visto en toda la semana! Me encanta cuando no salen según lo planeado.

El oficiante dijo—: Les presento a ustedes, Sra. Chantilly y Sr. King, al Sr. y la Sra. Peter Lanzani.

Elvis aplaudió, también, y Peter me levantó en sus brazos. Tomé cada lado de su cara en mis manos y me incliné para besarlo.

—Sólo estoy tratando de no tener un momento Tom Cruise —dijo Peter, sonriendo a todos en la sala—. Ahora entiendo todo el asunto de saltar en el sofá y la manía de golpear el piso. ¡No sé cómo expresar lo que siento!, ¿dónde está Oprah?

Solté una carcajada poco característica. Sonreía de oreja a oreja, y estoy segura de que me veía igual de molestamente feliz. Peter me bajó, y luego miró a todos en la sala.

Parecía un poco sorprendido. —¡Wuju! —gritó, agitando los puños en frente de él. Estaba teniendo un momento muy Tom Cruise. Se echó a reír, y luego me besó de nuevo—. ¡Lo hicimos!

Me reí con él. Me tomó en sus brazos, y me di cuenta de que tenía los ojos un poco más brillantes.

—¡Se casó conmigo! —Le dijo a Elvis—. ¡Mierda, te amo, nena! —gritó de nuevo, abrazándome y besándome. No estaba segura de lo que esperaba, pero esto definitivamente no lo era. Chantilly, el oficiante, e incluso Elvis se reían, medio divertidos, medio atemorizados. El flash del fotógrafo se disparaba como si estuviéramos rodeados de paparazzi.

—Sólo unos pocos papeles para firmar, unas cuantas fotos, y entonces pueden comenzar su felices para siempre —dijo Chantilly. Se dio la vuelta y luego nos miró de nuevo con una amplia sonrisa, sosteniendo un pedazo de papel y un bolígrafo.

—¡Oh! —dijo Chantilly—. Tu ramo. Vamos a necesitarlo en las fotos.

Me dio las flores, y Peter y yo posamos. Nos pusimos de pie juntos.

Mostramos nuestros anillos. Lado a lado, cara a cara, saltando en el aire, abrazos, besos, en un momento Peter me sostuvo en sus brazos. Después de una rápida firma del acta de matrimonio, Peter me llevó de la mano a la limusina esperándonos afuera.

—¿Eso realmente sucedió? —pregunté.

—¡Seguro como el infierno que sucedió!

—¿Vi unos ojos brumosos ahí atrás?

—Pigeon, ahora eres la señora Peter Lanzani. ¡Nunca he sido tan feliz en mi vida!

Una sonrisa estalló en mi cara, me reí y negué con la cabeza. Nunca había visto que una persona loca sea tan entrañable. Me abalancé sobre él, presionando sus labios contra los míos. Desde que su lengua había estado en mi boca en la capilla, lo único en lo que podía pensar era en conseguir tenerla de nuevo allí.

Peter anudó sus dedos en mi pelo mientras me subía encima de él, y me clavó las rodillas en el asiento de cuero a cada lado de sus caderas. Mis dedos se enredaron con su cinturón mientras él se inclinaba para presionar el botón que levantaba la ventanilla de privacidad.

Maldije los botones de su camisa por tomar tanto tiempo para deshacerse, y luego comencé a trabajar con impaciencia en su cremallera. La boca de Peter estaba en todas partes; besando las partes blandas de la piel detrás de la oreja, pasando su lengua por la línea de mi cuello, y mordisqueando mi clavícula. Con sólo un movimiento, me giró sobre mi espalda, inmediatamente deslizando su mano por mi muslo y enganchando mi ropa interior con su dedo. En segundos, colgaba de uno de mis tobillos, y la mano de Peter se movía por el interior de mi pierna, hasta que se detuvo en la tierna piel entre mis muslos.

—Bebé —dije en voz baja antes de que él me hiciera callar con su boca.

Respiraba con dificultad a través de la nariz, sosteniéndome contra él como si fuera la primera y la última vez.

Peter se tiró hacia atrás sobre sus rodillas, sus abdominales definidos, pecho y tatuajes en plena vista. Mis muslos se tensaron instintivamente, pero tomó mi pierna derecha en sus dos manos, apartándola suavemente. Vi como su boca hambrienta trabajó desde los dedos de mis pies, a mis talones, mi pantorrilla, la rodilla, y luego a la cara interna de mi muslo. Levanté mis caderas a su boca, pero él se detuvo en mis muslos por varios minutos, mucho más paciente que yo.

Una vez que su lengua tocó las partes más sensibles de mí, sus dedos se deslizaron entre el vestido y el asiento, agarrando mi trasero, ligeramente tirando de mí hacia él. Todos los nervios se derritieron y se tensaron al mismo tiempo.
Peter había estado en esa posición antes, pero era evidente que había estado conteniéndose, reservando su mejor trabajo para nuestra noche de bodas. Mis rodillas se doblaron, sacudiéndose, y lo agarré de las orejas.

Se detuvo una vez, sólo para susurrar mi nombre contra mi piel húmeda, y me sacudí, cerrando los ojos y sintiendo como si sus palabras estuvieran rodando en la parte posterior de mi cabeza en puro éxtasis. Gemí, haciendo que sus besos fueran más eufóricos, y luego se tensó, levantando mi cuerpo más cerca de su boca.

Cada segundo que pasaba se volvía más intenso, una pared de ladrillo entre el deseo de dejarme ir y la necesidad de permanecer en ese momento. Por último, cuando no podía esperar más, extendí la mano y enterré la cara de Peter en mí.

Grité, sintiéndolo sonreír, vencido por las intensas sacudidas de electricidad recorriendo todo mi cuerpo.

Con todas las distracciones de Peter, no me di cuenta que estábamos en el Bellagio hasta que oí la voz del conductor a través del altavoz. —Lo siento, Sr. y Sra. Lanzani, pero he llegado a su hotel. ¿Les gustaría que de otra vuelta por el Strip?




CONTINUARÁ...

martes, 27 de enero de 2015

Capítulo 6

CAPÍTULO 6

VIVO O MUERTO

PETER

La puerta de la limosina se cerró de golpe detrás de mí. —Oh, mierda. Lo siento. Estoy nervioso.

El conductor ondeó su mano despreocupadamente. —No hay problema. Veintidós dólares, por favor. Luego regresaré con la limo.

La limosina era nueva. Blanca. A Lali le gustaría. Le tendí un billete de treinta. —Entonces estará de vuelta en hora y media, ¿cierto?

—¡Sí, señor! ¡Nunca llego tarde!

Se alejó y me giré. La capilla se encontraba iluminada, brillando contra el cielo matutino. Era más o menos media hora antes del amanecer. Sonreí. A Lali le encantará.

La puerta delantera se abrió, y salió una pareja. Eran de mediana edad, pero él vestía un traje formal, y ella un enorme vestido blanco. Una mujer bajita con un traje de vestir rosa pálido los despedía con la mano, luego me notó.

—¿Peter?

—Sí —dije, abotonando mi chaqueta.

—¡Podría comerte! ¡Espero que tu novia aprecie lo atractivo que eres!

—Ella es más linda que yo.

La mujer se rió. —Soy Chantilly. Básicamente me encargo de todo por aquí. —Colocó sus puños a su costado, en algún lugar sobre sus caderas. Era tan amplia como lo era de alta, y sus ojos se encontraban casi escondidos debajo de gruesas pestañas postizas—. ¡Vamos, cariño! ¡Pasa! ¡Pasa! —dijo, empujándome hacia adentro.

La recepcionista en el escritorio me ofreció una sonrisa y una pequeña montaña de papeleo. Sí, queremos un DVD. Sí, queremos flores. Sí, queremos a Elvis. Acepté todos los cuadritos adecuados, llené nuestros nombres e información, y luego le devolví los papeles.
—Gracias, señor Lanzani —dijo la recepcionista.

Las manos me sudaban. No podía creer que estuviese aquí.

Chantilly palmeó mi brazo, bueno, más bien mi muñeca, ya que eso era a lo más alto que podía llegar. —Por aquí, cariño. Puedes refrescarte y esperar a tu novia aquí dentro. ¿Cuál era su nombre?

—Uh… Lali… —dije, caminando por las puertas que Chantilly abrió. Miré alrededor, notando el sofá y el espejo rodeado por un millón de enormes bombillos. El papel tapiz era concurrido pero agradable, y todo parecía limpio y tradicional, justo como Lali quería.

—Te avisaré cuando llegue —dijo Chantilly con un guiño—. ¿Necesitas algo? ¿Agua?

—Sí, eso sería genial —respondí, sentándome.

—Ya regreso —canturreó mientras salía de la habitación y cerraba la puerta tras de sí. Podía escucharla tarareando por el pasillo.

Me recosté sobre el sofá, intentando procesar lo que acababa de ocurrir, y preguntándome si Chantilly se había pegado a un enchufe de corriente durante cinco horas, o si naturalmente era así de animada. Aunque simplemente me encontraba sentado, mi corazón latía con fuerza contra mi pecho. Esta era la razón por la que las personas tenían testigos; para ayudarlos a calmarse antes de la boda.

Por primera vez desde que aterrizamos, desearía que Nicolás y mis hermanos estuviesen aquí. Me estarían molestando sin parar, ayudándome a apartar mi mente del hecho de que mi estómago rogaba por vomitar.

La puerta se abrió. —¡Aquí tienes! ¿Algo más? Luces un poquito nervioso. ¿Comiste algo?

—Nop. No he tenido tiempo.

—¡Oh, no podemos permitir que te desmayes en el altar! Te traeré un poco de queso con galletas, ¿y quizá un poco de fruta?

—Uh, seguro, gracias —dije, aun ligeramente abrumado por el entusiasmo de Chantilly.

Salió, cerró la puerta, y de nuevo me encontré solo. Mi cabeza cayó contra el respaldo del asiento, y mis ojos examinaron los distintos patrones en la textura de la pared. Agradecía cualquier cosa que evitara que bajara la mirada hacia mi reloj.

¿Iba a venir? Cerré los ojos con fuerza, rehusándome a pensar en eso. Me amaba.

Confiaba en ella. Estaría aquí. Maldición, desearía que mis hermanos estuviesen aquí. Iba a perder mi adorada cabeza.






LALI
—Oh, ¿no luces preciosa? —dijo la conductora al deslizarme al asiento trasero del taxi.

—Gracias —dije, sintiéndome aliviada de haber salido del casino—. Capilla Graceland, por favor.

—¿Quieres comenzar el día casada, o qué? —dijo, sonriéndome por el espejo retrovisor. Tenía cabello gris, muy corto, y su espalda cubría todo el asiento, y un poco más por los costados.

—Sólo parecía la manera más rápida en que podíamos hacerlo.

—Son terriblemente jóvenes para estar tan apurados.

—Lo sé —dije, viendo a Las Vegas pasar al otro lado de mi ventana.

Chasqueó su lengua. —Luces bastante nerviosa. Si estás teniendo dudas, sólo házmelo saber. No me molesta devolverme. Está bien, cariño.

—No estoy nerviosa por casarme.

—¿No?

—No, nos amamos. No estoy nerviosa por eso. Sólo quiero que él esté bien.

—¿Crees que está teniendo dudas?

—No —dije, riéndome una vez. Encuentro su mirada en el espejo—. ¿Usted está casada?

—Lo he estado una o dos veces —dijo, guiñándome—. La primera vez me casé en esa misma capilla donde te casarás tú. Pero bueno, ahí también lo hizo Bon Jovi.

—¿Oh, sí?

—¿Conoces a Bon Jovi? ¡Tommy used to work on the docks! —cantó, para mi gran sorpresa.

—¡Síp! He escuchado de él —dije, divertida y agradecida por la distracción.

—Me encanta. ¡Mira! Tengo el CD. —Lo introdujo, y durante el resto del camino escuchamos los éxitos más famosos de Jon. Wanted Dead or Alive, Always, Bed of Roses, y I’ll Be There for You que justo terminaba cuando nos detuvimos frente a la capilla.

Saqué un billete de cincuenta. —Quédese con el resto. Bon Jovi ayudó.

Me devolvió mi cambio. —Nada de propina, cariño. Me permitiste cantar.

Cerré la puerta y la despedí con mi mano mientras se iba. ¿Ya había llegado Peter? Caminé hasta la capilla y abrí la puerta. Una mujer mayor con un peinado enorme y demasiado brillo labial me recibió. —¿Lali?

—Sí —dije, jugueteando nerviosa con mi vestido.

—Estás bellísima. Mi nombre es Chantilly, y yo seré una de tus testigos. Déjame tomar tus cosas. Las guardaré, y estarán a salvo hasta que termines.

—Gracias —dije, viéndola alejarse con mi cartera. Algo echaba chispas cuando ella caminaba, aunque no se me ocurría realmente qué podía ser—. ¡Oh, espere! El… —dije, mirándome mientras caminaba de vuelta hacia mí con el bolso—. El anillo de Peter está allí dentro. Lo siento.

Sus ojos casi se cerraban por completo cuando sonreía, haciendo que sus pestañas postizas se notaran aún más. —Está bien, cariño. Sólo respira.

—No me acuerdo cómo —dije, deslizando su anillo en mi pulgar.

—Ven —dijo, estirando la mano—. Dame tu anillo y el suyo. Yo se los daré a ambos cuando sea el momento. Elvis estará aquí en un segundo para llevarte al altar.

La miré con la boca abierta. —Elvis.

—¿El Rey? ¿No lo conoces?

—Sí, sé quién es Elvis, pero… —Arrastré mis palabras mientras me quité el anillo con un pequeño jaloneo y lo coloqué en su palma junto al de Peter.

Chantilly sonrió. —Puedes usar esta habitación para refrescarte. Peter está esperando, así que Elvis vendrá a tocar tu puerta en cualquier momento. ¡Nos vemos al otro extremo del altar!

Me miró al cerrar la puerta. Me di la vuelta, asustándome con mi propio reflejo en el enorme espejo detrás de mí. Se encontraba rodeado por unas luces grandes y redondas como esas que una actriz utilizaría en un show de Broadway.

Me senté en el tocador, observándome en el espejo. ¿Eso es lo que era? ¿Una actriz?

Él me esperaba. Peter se encontraba al otro lado del altar, esperándome para que lo acompañara y así pudiésemos comprometer el resto de nuestra vida el
uno al otro.

¿Qué si mi plan no funcionaba? ¿Qué si va a prisión y todo esto fue inútil? ¿Qué si no le hacen absolutamente nada, y todo esto fue por nada? Ya no tendría la excusa de que me había casado porque lo salvaba, antes de siquiera tener la edad legal para beber alcohol. ¿Si lo amaba en verdad necesitaba una excusa? ¿Por qué se casaban las personas? ¿Por amor? De eso teníamos en cantidad. Al principio me
sentía muy segura. Solía sentirme segura de muchas cosas. Ahora no me sentía así.

No me sentía segura de nada.

Pensé en la expresión en el rostro de Peter si se enteraba de la verdad, y luego pensé en lo que dejarlo plantado causaría en él. Nunca querría que sufriera y lo necesitaba como si fuese una parte de mí. De esas dos cosas si me encontraba bastante segura.

Dos toques en la puerta casi me provocaron un ataque de pánico. Me giré, apretando la base de la silla. Era de hierro blanco, con remolinos y curvas que formaban un corazón en el medio.

—¿Señorita? —dijo Elvis en una profunda voz sureña—. Es hora.

—Oh —dije bajito. No sé por qué, ya que no podía escucharme.

—¿Lali? Tu pedazo enorme de intenso amor te está esperando.

Rodé los ojos. —Sólo… necesito un minuto.

El otro lado de la puerta se mantuvo en silencio. —¿Todo bien?

—Sí —dije—. Sólo un minuto, por favor.

Luego de unos minutos, la puerta volvió a sonar. —¿Lali? —Era Chantilly—. ¿Puedo pasar, cariño?

—No. Lo lamento, pero no. Estaré bien. Sólo necesito un poco más de tiempo, y estaré lista.

Luego de otros cinco minutos, tres toques en la puerta causaron que gotas de sudor se formaran en mi nuca. Estos toques me eran conocidos. Más fuertes. Más confiados.


—¿Pidge?



CONTINUARÁ... Hoy os dejo dos caps porque últimamente no subo muy seguido :) Gracias por leer y comentar; y bienvenida a la nueva lectora!! :D

Capítulo 5

CAPÍTULO 5

ATRAPADO

PETER
Me sequé, me cepillé los dientes, y me deslicé en una camiseta y pantalones cortos, y luego mis Nike. Listo. Maldita sea, que bueno era ser un hombre. No
podía imaginar tener que secarme el cabello durante media hora, y luego estirarlo con cualquier plancha caliente que pudiera encontrar, después pasar quince o veinte minutos maquillándome para finalmente tener que vestirme.

Llaves. Billetera. Teléfono. Salir.

Lali había dicho que estaría en las tiendas de la primera planta, pero dijo claramente que no nos podíamos ver antes de la boda. Así que fui por un trago.

Incluso cuando se tiene prisa, si las fuentes Bellagio están bailando con la música, es antiamericano no detenerse y mirarlas. Encendí un cigarrillo y le di una calada, apoyando los brazos en una gran cornisa de concreto que se alineaban en la plataforma de observación. Mire el agua y recordé la última vez que estuve aquí, de pie con Nicolás, mientras Lali eficientemente pateaba los culos de cuatro o cinco veteranos del póquer.

Nicolás. Demonios, estaba tan feliz de que no fuera a esa pelea. Si lo hubiera perdido, o si él hubiera perdido a Eugenia, no estoy seguro de que Lali y yo estuviéramos aquí hoy. Una pérdida como esa cambiaría toda la dinámica de nuestras amistades. Nicolás no podía estar con Lali y conmigo sin Eugenia, y Eugenia no podía estar cerca de nosotros sin Nicolás. Lali no podía estar lejos de Eugenia. Si ellos no hubieran decidido quedarse con sus padres durante las vacaciones de primavera, yo podría estar sufriendo la pérdida de Nicolás en lugar de preparar nuestra boda. Pensar en llamar al tío Jack y a la tía Deana con la noticia de la muerte de su único hijo, hicieron que un largo escalofrío corriera por mi espalda.

Negué con mi cabeza, alejando esos pensamientos mientras recordaba el momento antes de llamar a papá, de pie delante de Keaton, el humo saliendo por las ventanas. Algunos de los bomberos sostenían una manguera para verter agua en el interior, otros estaban sacando a los sobrevivientes. Recordé lo que se sentía, sabiendo que iba a tener que decirle a mi padre que Bauti había desaparecido y que probablemente estaba muerto. Cómo mi hermano había corrido por el camino equivocado en la confusión, y Lali y yo estábamos ahí afuera sin él. El pensamiento de lo que eso le habría hecho a mi papá, me hizo sentir mal del estómago. Mi padre era el hombre más fuerte que conocía, pero no podría soportar la pérdida de ninguna otra persona.

Mi padre y Jack encendieron nuestro pueblo cuando estaban en la secundaria. Fueron la primera generación de hermanos Lanzani patea traseros.

Cuando eran estudiantes universitarios, los lugareños iniciaban las peleas o eran rescatados de ellas. Pablo y Jack Lanzani nunca experimentaron lo segundo, e incluso conocieron y se casaron con las dos únicas chicas de su universidad que podían manejarlos: Deana y Claudia Vargas. Sí, hermanas, haciendo de Nicolás y de mí, dobles primos. Probablemente fue bueno que Jack y Deana se detuvieran en uno, no como mamá teniendo cinco niños revoltosos. Estadísticamente, nuestra familia debió tener una chica, aunque no estoy seguro de que el mundo pueda manejar una chica Lanzani. ¿Todas las peleas y la ira, además de los estrógenos?

Todo el mundo moriría.

Cuando nació Nicolás, el tío Jack sentó cabeza. Nicolás era un Lanzani, pero había heredado el temperamento de su madre. Pepo, Tyler, Tato, Bauti y yo, teníamos el fusible echando chispas como mi padre, pero Nicolás era calmado. Éramos los mejores amigos. Era un hermano que vivía en una casa diferente. Él casi lo era, pero se parecía más a Pepo que el resto de nosotros. Todos compartíamos el mismo ADN.

La fuente se apagó y me alejé, viendo el letrero de Crystals. Si pudiera entrar y salir de allí rápido, tal vez Lali todavía estaba en las tiendas de Bellagio y no me vería.

Aceleré el paso, esquivando a los turistas extremadamente borrachos y cansados. Un corto viaje en las escaleras mecánicas y una puerta después, estaba en el interior del centro comercial. Tenía rectángulos de cristal desplegando tornados coloridos en el agua, tiendas lujosas, y la misma gama impar de personas. Familias a strippers. Sólo en Las Vegas.

Entre y salí de unas tiendas sin suerte, y luego caminé hasta que llegué a una tienda de Tom Ford. En diez minutos, me había encontrado y probado un traje gris perfecto, pero tuve problemas para encontrar una corbata adecuada. —A la mierda —dije, tomando el traje y una camisa blanca de botones ¿Quién dijo que el novio tenía que usar una corbata?

Al salir del centro comercial, vi un par de Converse negros en la ventana.

Entré, pregunté por mi tamaño, me los probé, y sonreí. —Me quedo con ellos —le dije a la mujer ayudándome. Me sonrió, con una mirada en sus ojos que podría haberme calentado hace seis meses. Cuando una mujer te miraba de esa forma significaba que cualquier intento de meterte en sus pantalones se habría hecho mil veces más fácil. Esa mirada significaba: llévame a casa.

—Una gran elección —dijo con una voz suave, insinuante. Su pelo oscuro era largo, grueso y brillante. Probablemente a la mitad de su metro cincuenta. Era una sofisticada belleza asiática, envuelta en un apretado vestido y tacones altísimos. Sus ojos eran agudos, calculadores. Era exactamente el tipo de desafío que a mi viejo yo le hubiera encantado tomar—. ¿Te quedas en Las Vegas mucho tiempo?

—Unos pocos días.

—¿Esta es tu primera vez aquí?

—La segunda.

—¡Oh! Estaba por ofrecerme a enseñarte los alrededores.

—Voy a casarme con estos zapatos en un par de horas.

Mi respuesta apagó el deseo en sus ojos, y sonrió amablemente, pero claramente había perdido el interés. —Felicitaciones.

—Gracias —le dije, tomando mi recibo y la bolsa con la caja de zapatos en el interior.
Me fui, sintiéndome mucho mejor conmigo mismo de lo que habría estado si este fuera un viaje de chicos y la hubiera llevado a mi habitación. Yo no sabía sobre el amor en aquel entonces. Era tan jodidamente fantástico ir a casa con Lali cada noche, y ver la mirada acogedora y amorosa de sus ojos. Nada era mejor que encontrar nuevas ideas para enamorarla de mí de nuevo. Ya viví esa mierda, y esto era mucho, mucho más satisfactorio.
 
Una hora después de salir del Bellagio, había recogido un traje y una banda de oro para Lali, y estaba de vuelta donde empecé, en nuestra habitación de hotel. Me senté en el borde de la cama y agarré el control remoto, presionando el botón de encender. Una escena familiar iluminó la pantalla. Era Keaton, rodeada de cinta amarilla y todavía humeante. El ladrillo alrededor de las ventanas estaba carbonizado, y el terreno circundante se saturó de agua.

El periodista entrevistaba a una chica llorosa, describiendo cómo su compañera de cuarto no había regresado al dormitorio, y seguía esperando para saber si su amiga estaba entre los muertos. No pude aguantar más. Me cubrí la cara con las manos y apoyé los codos en las rodillas. Mi cuerpo temblaba mientras lloraba a mis amigos y a toda la gente que había perdido la vida, mientras pedía perdón una y otra vez por ser la razón por la que estaban allí, y por ser un jodido bastardo y escoger a Lali en lugar de regresar ahí. Cuando no podía llorar más, decidí tomar un baño, estuve un largo rato de pie bajo el agua humeante hasta que alcance el estado de ánimo que Lali necesitaba.
 
Ella no quería verme hasta minutos antes de la boda, así que saqué esos pensamientos de mi cabeza, me vestí, me perfumé, até los cordones de mis Converse y salí. Antes de cerrar, miré por un rato la habitación. Cuando volviera no sería solo Peter, sería el esposo de Lali. Eso era lo único que hacía todo un poco más soportable. Mi corazón empezó a latir con fuerza. El resto de mi vida estaba a solo dos horas.

El ascensor se abrió, y seguí caminando por el pasillo que atravesaba el casino. El traje me hacía sentir como un millón de dólares, y la gente me miraba, preguntándose a donde iba el gilipollas de buen aspecto y Converse. Cuando estaba a mitad de camino, vi a una mujer sentada en el piso con bolsas de compras, llorando en su celular. Me detuve en seco. Era Lali.

Instintivamente, di un paso a un lado, medio escondido tras una fila de máquinas tragamonedas. Con la música, el pitido, y la charla, no podía oír lo que estaba diciendo, pero me heló la sangre. ¿Por qué lloraba? ¿Con quién estaba llorando? ¿No quería casarse conmigo? ¿Debía enfrentarla? ¿Debería caminar hacia ella y que fuera lo que Dios quisiera?

Lali se levantó del suelo, luchando con sus bolsas. Todo en mí quería correr hacia ella y ayudarla, pero tenía miedo. Estaba jodidamente aterrorizado de que si me acercaba a ella en ese momento, me diría la verdad, y tenía miedo de escucharla. El bastardo egoísta en mí se hizo cargo, y me quede allí de pie, mientras se iba.

Una vez que estuvo fuera de mi vista, me senté en el taburete de una máquina tragamonedas. Saqué un cigarrillo, la punta chisporroteó antes que brillara en rojo mientras le daba una larga calada. ¿Qué iba a hacer si Lali cambiaba de opinión? ¿Podríamos volver de algo así? Independientemente de la respuesta, iba a tener que encontrar una forma de hacerlo. Incluso si ella no podía seguir adelante con la boda, no podía perderla.

Me senté allí por un largo tiempo, fumando, deslizando billetes de un dólar en la máquina, mientras una camarera me traía bebidas gratis. Después del cuarto trago, la despedí con un gesto. Emborracharme antes de la boda no resolvería nada. Tal vez por eso Lali estaba reconsiderándolo. Amarla no era suficiente.

Necesitaba madurar de una puta vez, conseguir un trabajo de verdad, dejar de beber, pelear, y controlar mi maldita ira. Me senté solo en el casino, en silencio y prometí que ahora lo haría mejor, y comenzaría en ese momento.

Tomé mi teléfono. A sólo una hora de la boda. Le envié un mensaje a Lali, preocupado de lo que podría responder.

Te extraño.


LALI
Le sonreí a la pantalla del teléfono, al ver que el texto era de Peter. Hice clic en responder, sabiendo que las palabras no podían expresar lo que estaba sintiendo.

También te extraño.

Queda una hora ¿Todavía no estás lista?

Aun no, ¿tú?

Demonios sí. Me veo jojoto increíble. Cuando me veas no tendrás duda de casarte conmigo.

¿Jojoto?

Jodidamente* maldito corrector. ¿Foto?

¡No¡ ¡Es de mala suerte!

Eres Lucky thirteen. Tú tienes suerte.

Vas a casarte conmigo. Así que todavía no está claro. Y no me llames así.

Te amo, nena.

Te amo. Nos vemos pronto.
¿Nerviosa?

Por supuesto, ¿tú no?

Solo siento los pies fríos.

Yo los tengo calientitos.

Ojala pudiera explicarte lo feliz que me siento ahora mismo.

No tienes que hacerlo. Yo siento lo mismo.

<3

Me senté con el teléfono en el mostrador del baño y me miré en el espejo, terminé de aplicarme brillo en mi labio inferior. Después de lanzar un último mechón de cabello hacia atrás, fui a mi cama, donde había colocado cuidadosamente el vestido. No era lo que mi yo de 10 años habría escogido, pero era hermoso, y lo que estábamos haciendo era hermoso. Incluso la razón por qué lo estábamos haciendo era hermoso. Podía pensar en muchos motivos menos nobles para casarse. Y, además de eso, nos amábamos. ¿Estaba mal casarse tan jóvenes? La gente solía hacer esto todo el tiempo.
Negué con la cabeza, tratando de sacudirme todas esas emociones en conflicto que giraban en mi cabeza. ¿Por qué voy ahí una y otra vez? Esto sucedía, y estábamos enamorados. ¿Loco? Sí. ¿Mal? No.

Me deslicé en el vestido y luego subí la cremallera, delante del espejo. —Mucho mejor —dije. En la tienda, aunque el vestido era hermoso, sin el cabello
arreglado y el maquillaje hecho, no se veía bien. Con mis labios rojos y las pestañas rizadas, todo se complementaba.

Acomodé la mariposa de diamantes de imitación en la base de los rizos desordenados que formaban mi peinado de lado, abroché mis zapatos nuevos de correas. Cartera. Teléfono. Anillo de Pit. La capilla tendría todo lo demás. El taxi estaba esperando.

A pesar de que miles de mujeres se casaban en Las Vegas todos los años, no evitaba que todo el mundo estuviera mirándome mientras caminaba por el piso del casino en mi vestido de novia. Algunos sonrieron, otros simplemente miraban, pero todo me hizo sentir incómoda. Cuando mi padre perdió su último partido como profesional después de cuatro partidos en fila, y anunció públicamente que
era mi culpa, recibí la suficiente atención por lo que durarían dos vidas enteras.

Debido a una cuantas palabras dichas con frustración, él había ideado el apodo de “Lucky thirteen” dándome una carga increíble de soportar. Incluso cuando mi madre finalmente decidió dejar a Carlos y mudarnos a Wichita tres años después, volver a empezar de cero parecía imposible.

Disfruté dos semanas enteras siendo una desconocida, antes de que el primer reportero local descubriera quién era y decidiera acercarse a mí, en el jardín delantero de mi escuela secundaria. Sólo hacía falta una chica odiosa, y una hora un viernes en la noche googleando para averiguar porque nadie se preocupó lo suficiente por tratar de conseguir el encabezado “¿Dónde está ahora?”. La segunda parte de mi experiencia en la secundaria se arruinó. Incluso con un mejor amigo bocazas y peleador.

Cuando Eugeni y yo nos fuimos a la universidad, quería ser invisible. Hasta el día que conocí a Peter, estaba disfrutando inmensamente de mi anonimato recién estrenado.


Miré hacia todos los ojos que me miraban fijamente, y me pregunté si estar con Peter siempre me haría sentir tan visible.


CONTINUARÁ...