miércoles, 4 de febrero de 2015

Capítulo 9

CAPÍTULO 9

ANTES

LALI
Un zumbido me sacó de mi profundo sueño. Las cortinas mantenían todo fuera menos un poco del sol que las rodeaba. La cobija y sábanas colgaban de la cama tamaño King. Mi vestido cayó de la silla hasta el suelo, uniéndose al traje de Peter que se encontraba regado por la habitación, y solo podía ver uno de mis tacones.

Mi cuerpo desnudo estaba enredado con el de Peter, después de la tercera vez que consumamos nuestro matrimonio, nos desmayamos exhaustos.

De nuevo el zumbido. Era mi teléfono en la mesa de noche. Me estiré sobre Peter y lo abrí, viendo el nombre de Bauti.

Adam arrestado.

John Savage en la lista de muertos.

Eso era todo lo que decía. Me sentí enferma mientras borraba el mensaje, preocupada de que quizás Peter no diera más detalles porque la policía se encontraba con Pablo ahora, quizás diciéndole a su padre que Peter podría estar involucrado. Miré la hora en mi teléfono. Eran las diez en punto.

John Savage era una persona menos que investigar. Una muerte más por la que Peter se sentiría culpable. Intenté recordar si vi a John antes del incendio. Fue noqueado. Quizás nunca se levantó. Pensé en esas chicas asustadas que Bauti y yo vimos en el pasillo del sótano. Pensé en Hilary Short, a quien conocía de la clase de cálculo, y sonreía mientras se encontraba de pie al lado de su nuevo novio, cerca de la pared opuesta del Auditorio Keaton, cinco minutos antes del incendio. Qué tan larga era realmente la lista de muertos y quién se encontraba en ella era algo que intenté no pensar.

Tal vez todos deberíamos ser castigados. La verdad era que todos fuimos responsables porque fuimos irresponsables. Hay una razón por la cual los jefes de bomberos despejan este tipo de eventos y se toman medidas de seguridad.

Ignoramos todo eso. Encender la radio o la televisión sin ver las imágenes en las noticias era imposible, así que Peter y yo las evitábamos cuando era posible. Pero toda esta atención de los medios significaba que los investigadores estarían más motivados para encontrar a quien culpar. Me preguntaba si su búsqueda detendría a Adam, o si buscarían sangre. Si yo fuera uno de los padres de esos estudiantes muertos, puede que sí.

No quería ver a Peter ir a la cárcel por el comportamiento irresponsable de alguien, y para bien o para mal, eso no traería a nadie de regreso. Hice todo en lo que pude pensar para mantenerlo fuera de problemas, y negaré que estuviera esa noche en el Auditorio Keaton hasta con mi último respiro.

La gente hacía cosas peores por aquellos a quienes amaban.

—Peter —dije, empujándolo. Se encontraba boca abajo, con su cabeza enterrada debajo de la almohada.

—Uggggghhhhh —gruñó—. ¿Quieres que te haga el desayuno? ¿Quieres huevos?

—Son pasadas las diez.

—Todavía califica como almuerzayuno. —Cuando no respondí, ofreció de nuevo—: Bien, ¿un sándwich de huevo?

Me detuve, y luego lo miré con una sonrisa. —¿Cariño?

—¿Sí?

—Estamos en Las Vegas.

Peter levantó la cabeza y encendió la lámpara. Después de que las últimas veinticuatro horas se asentaran, su mano salió de debajo de la almohada y
enganchó su brazo a mi alrededor, tirándome debajo de él. Situó su cadera entre mis muslos, y luego inclinó la cabeza para besarme; suavemente, tiernamente, dejando que sus labios permanecieran en los míos hasta que se sentían cálidos y hormigueantes.

—Todavía puedo conseguirte huevos. ¿Quieres que llame al servicio a la habitación?

—Realmente tenemos que llegar al avión.

Su rostro cayó. —¿Cuánto tiempo tenemos?

—Nuestro vuelo es a las cuatro. La salida es a las once.

Peter frunció el ceño, y miró por la ventana. —Debería haber reservado un día extra. Deberíamos estar acostados en la cama o al lado de la piscina.

Besé su mejilla. —Mañana tenemos clases. Ahorraremos e iremos a algún lado después. No quiero pasar nuestra luna de miel en Las Vegas, de todas formas.

Su cara se retorció con disgusto. —Definitivamente no quiero pasarla en Illinois.

Le concedí eso asintiendo. No podía discutir eso. Illinois no era el primer lugar que venía a mi mente cuando pensaba en la luna de miel. —St. Thomas es hermoso. Ni siquiera necesitamos pasaporte.

—Eso es bueno. Desde que ya no peleo, necesitaremos ahorrar de donde podamos.
Sonreí. —¿Ya no lo haces?

—Te lo dije, Pidge. No necesito todo eso cuando te tengo a ti. Cambiaste todo. Eres el mañana. Eres el apocalipsis.

Mi nariz se arrugó. —No creo que me guste esa palabra.

Sonrió y rodó en la cama, sólo a unos centímetros de mi costado izquierdo.

Yaciendo sobre su estómago, sacó las manos de debajo suyo, poniéndolas bajo su pecho y apoyó la mejilla en el colchón, observándome por un momento, sus ojos mirando fijamente los míos.

—Dijiste algo en la boda… que éramos como Johnny y June. No entendí la referencia.

Sonrió. —¿No conoces a Johnny Cash y June Carter?

—Más o menos.

—Ella luchó contra él con uñas y dientes, también. Lucharon, y él se comportó como un estúpido acerca de un montón de cosas. Arreglaron las cosas y pasaron el resto de su vida juntos.

—¿Oh, sí? Apuesto a que no tenía un papá como Carlos.

—Nunca volverá a lastimarte, Pigeon.

—No puedes prometer eso. Justo cuando empiezo a acomodarme en un lugar, él aparece.

—Bueno, vamos a tener trabajos regulares, estamos en quiebra como cualquier otro estudiando universitario, así que no tendrá razones para olfatear por dinero. Necesitaremos cada centavo. Es algo bueno que todavía tenga algunos ahorros para nosotros.

—¿Alguna idea de dónde aplicarás para un trabajo? Yo pensé en tutorías. Matemáticas.

Peter sonrió. —Serás buena en eso. Quizás sea tutor de ciencias.

—Eres muy bueno en eso. Puedo ser tu referencia.

—No creo que cuente si viene de mi esposa.

Parpadeé. —Oh, Dios mío. Eso suena loco.

Peter se rió. —Cierto. Me encanta. Me voy a encargar de ti, Pidge. No puedo prometer que Carlos nunca te lastimará de nuevo, pero puedo prometer que haré lo que pueda para evitarlo. Y si lo hace, te amaré hasta superarlo.

Le ofrecí una pequeña sonrisa, y luego me estiré para tocarle la mejilla. —Te amo.

—Te amo —respondió enseguida—. ¿Fue un buen padre… antes de todo eso?

—No lo sé —dije, mirando hacia el techo—. Supongo que creo que lo fue.

¿Pero qué sabe un niño sobre ser un buen padre? Tengo buenos recuerdos de él. Bebió por lo que puedo recordar y apostaba, pero cuando su suerte era buena, era amable. Generoso. Muchos de sus amigos eran hombres de familia… también trabajaban para la mafia, pero tenían hijos. Eran buenos y no les importaba que Carlos me llevara. Pasé un montón de tiempo detrás de escena, viendo cosas que la mayoría de los niños no logran ver porque en ese entonces me llevaba a todos lados. —Sentí una sonrisa arrastrarse, y luego cayó una lágrima—. Sí, supongo que lo fue, a su manera. Lo amaba. Para mí, él era perfecto.

Peter tocó mi sien con su dedo, limpiando tiernamente la humedad. —No llores, Pidge.

Sacudí la cabeza, intentando hacer como si no pasara nada. —¿Ves? Todavía puede herirme, incluso cuando no está aquí.

—Estoy aquí —dijo, tomando mi mano. Todavía me miraba fijamente, su mejilla contra las sábanas—. Diste vuelta mi mundo, y obtuve un nuevo comienzo… como un apocalipsis.

Fruncí el ceño. —Todavía no me gusta.

Se levantó de la cama, envolviendo las sábanas en la cintura. —Depende de cómo lo mires.

—No, no realmente —dije, observándolo caminar al baño.

—Salgo en cinco.

Me estiré, dejando que mis extremidades se extendieran sobre la cama, y luego me senté, peinando mi cabello con los dedos. El inodoro se vació y luego se encendió el grifo. No bromeaba. Estaría listo en unos minutos y yo seguía desnuda en la cama.

Colocar mi vestido y su traje en el equipaje de mano demostró ser un desafío, pero finalmente lo logré. Peter salió del baño y rozó sus dedos con los míos mientras pasaba a su lado.
 
Dientes limpios, cabello peinado, me cambié y a las once salíamos. Peter tomó fotografías del techo del vestíbulo con su teléfono, y luego echó un último vistazo antes de salir hacia la larga línea de taxis. Incluso en la sombra hacía calor, y mis piernas ya se hallaban pegadas a mis vaqueros.

Mi teléfono zumbó en el bolso. Lo comprobé rápidamente.

Policías acabn de irse. Papá stá con Tim, pero les dije que estaban en Vegas casándose. Creo que se lo creyeron.

¿D vrdad?

¡Sí! Deberían darme un Oscar por esa mierda. JS.

Di un largo suspiro de alivio.

—¿Quién era? —preguntó Peter.

—Eugenia —dije, dejando que el teléfono se deslizara de nuevo en mi bolso—. Está enojada.

Sonrió. —Apuesto a que sí.

—¿A dónde? ¿El aeropuerto? —preguntó Peter, estirando su mano hacia mí.

La tomé, girándola lo suficiente como para que pudiera ver mi apodo en su muñeca—. No, estoy pensando que necesitamos hacer una parada rápida antes.

Una de sus cejas se levantó. —¿En dónde?

—Ya lo verás.


CONTINUARÁ...


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