viernes, 31 de julio de 2015

Capítulo 11

Lali tomó sus bocetos y salió de la habitación. Al llegar al dormitorioprincipal, se puso a recoger sus cosas. Y entonces, rompió a llorar.
Estaba acostumbrada al dolor. Había perdido a su madre y, poco después, a Euge. Pero aquello era distinto; no se parecía nada. Peter no la necesitaba, no la quería, no la amaba. Y le dolía terriblemente.
Entró en el vestidor para sacar la maleta y, al ver la ropa de Euge, se emocionó un poco más.
—Lo siento, Euge. Te he fallado —se dijo en voz alta—. Pensé que lo conseguiría, que, si tenía la paciencia necesaria, lograría que Peter volviera a vivir. Pero he fallado. Lo siento, amiga mía. Lo siento por todo, pero, especialmente, porque permití que mis sentimientos por Peter seinterpusieran en nuestra amistad.
En ese momento, oyó que Azul se había despertado y que Peter había entrado en la habitación para cuidar de su hija.
—Al menos, he conseguido que se sienta más cerca de ella, que se comporte como un padre de verdad...
Lali alcanzó la maleta, la llevó al dormitorio y empezó a guardar suspertenencias. A continuación, se secó las lágrimas e hizo un esfuerzo por recuperar el aplomo. Necesitaba estar tranquila para despedirse de Azul y, quizás, del propio Peter.
Respiró hondo y salió del dormitorio tras echar un vistazo al que había sido su hogar durante tantas semanas. Habría dado cualquier cosa por quedarse allí, pero no podía. Sería mejor que lo asumiera y se marchara sin mirar atrás.
Mientras avanzaba por el pasillo, apareció Jenny con la niña en brazos.
En cuanto la vio, Azul saltó al suelo y corrió hacia ella. Lali la abrazó con fuerza y se la devolvió a la niñera, intentando mantener la calma.
—Bueno, será mejor que me marche... Si me he dejado algo, te ruego que me lo envíes. Catherine tiene mi dirección.
Jenny sonrió.
—Así lo haré. Y gracias por haberme ayudado tanto esta semana. Si no hubieras estado presente, habría sido mucho más difícil.
Lali le devolvió la sonrisa.
—De nada... ¿Sabes dónde está Peter? Me gustaría despedirme de él.
—Creo que ha ido a la bodega. Ha dicho que tenía que cargar unas cajas de vino en un camión, o algo así.
—Comprendo.
Lali respiró hondo y tomó la maleta, que había dejado en el suelo.
—Bueno, me voy. Me espera un largo viaje.

* * *
—Voy a matar a ese hombre —bramó Cristian Gomez—. No voy a permitir que traten así a mi hermanastra.
Carlos, el padre de Lali, había quedado con Ana y su marido para ir a recoger a Lali a Akaroa. Pero Carlos estaba tan fuera de sí que, al final, optaron por dejarlo en casa.
—No es culpa suya, Cris —dijo Lali —. Peter no me ha engañado. Me metí en ese lío sola, a sabiendas de lo que podía ocurrir.
—Lo que ha hecho ese tipo no tiene justificación alguna —insistió Cris, furioso.
—Vamos, Cris... Intenta ponerte en su lugar. Imagina que te has casado con una mujer que se queda embarazada sin decirte que el parto puede acabar con su vida. Imagina que muere cuando da a luz y que, después, por si eso fuera poco, te cruzas con otra mujer que te vuelve a mentir en un asunto importante.
Ana se acercó a su marido y le pasó un brazo alrededor de la cintura.
—Déjalo ya, Cris. Lali necesita nuestro apoyo, no tu censura.
—Yo no estoy enfadado con ella —protestó Cris—. Es que no me gusta que le hagan daño.
—A mí tampoco me gusta. Pero Lali es una mujer adulta, perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones.
—Y perfectamente capaz de sobrevivir a ellas —intervino Lali—. Pero os agradezco mucho que hayáis venido a buscarme; no sabéis cuánto...
Alexis no terminó la frase. Rompió a llorar otra vez.
—Oh, lo siento. No sé qué me pasa, pero no puedo dejar de llorar.
Ana le acarició la mejilla.
—Lo comprendo, Lali.
Cuando llegaron a la casa de su padre, ya era de madrugada; pero todas las luces estaban encendidas.
Lali se frotó los ojos y soltó un suspiro de alivio al distinguir a su padre en el porche. Abrió la portezuela, salió corriendo hacia él y se arrojó a sus brazos.
Carlos susurró unas palabras cariñosas en su idioma materno, el italiano.
Por fin estaba en su hogar, a salvo. Lali se preguntó si Azul llegaría a tener una sensación de seguridad tan profunda como la que ella tenía cuando estaba con su padre.
Peter se levantó el cuello de la chaqueta para protegerse del frío. Habían pasado cuatro semanas, tres días y dos horas desde que Lali se fue.
La extrañaba terriblemente. Y no solo desde un punto de vista físico. La echaba tanto de menos que no soportaba estar en la casa porque todo le recordaba a ella. Además, Azul estaba tan nerviosa que Jenny no sabía qué hacer con ella, la niña solo se tranquilizaba cuando estaba con él, y cada vez era más exigente.
Con el paso del tiempo, Peter había llegado a comprender que Lali había hecho mucho más que ser una buena niñera. Le había hecho ver sus defectos como padre y como hombre. Le había hecho ver que no se podía esconder en su trabajo ni delegar sus responsabilidades, que los problemas no desparecían por el simple hecho de que él se tapara los ojos.
Ahora sabía que se había comportado como un estúpido. Por eso se había acercado a la tumba de Euge, en la que dejó un ramo de rosas amarillas, sus flores favoritas.
Se arrodilló sobre la fría lápida y se quedó en silencio un buen rato. No había estado en el cementerio desde el día del entierro. Se había intentado convencer de que no importaba, de que Euge no estaba realmente en aquellugar. Y, evidentemente, no estaba. Pero necesitaba hablar con ella.
Respiró hondo y dijo:
—Hola, Euge, soy yo. Sé que debería haber venido antes, pero estaba tan enfadado contigo que no podía pensar con claridad.
Peter se pasó una mano por el pelo.
—¿Por qué no me dijiste lo que te pasaba? ¿Por qué guardaste el secreto? Yo quería una familia, pero te quería más a ti. ¿Por qué no me lo contaste?
Tras unos segundos de espera, siguió hablando.
—Nuestra hija es preciosa, Euge. Es igual que tú. Pero yo estaba tan encerrado en mí mismo, tan enfadado contigo y con el mundo, que tenía miedo de acercarme a ella... Menos mal que, al final, he entrado en razón. Y es una chica maravillosa. Lali y Catherine me han ayudado mucho, ¿sabes? Sobre todo, Lali.
Peter suspiró.
—Cuando llegó a casa, despertó algo en mí que no quería volver a sentir.
Me sacó de mi encierro y me enseñó a amar otra vez, pero yo fui tan estúpido que la eché de mi lado. No sabes cuánto me arrepiento... Hoy he venido porque quiero que sepas que, pase lo que pase, no te olvidaré nunca. Te quise con toda mi alma y tú me diste el regalo de una hija. Pase lo que pase, te llevaré siempre en mi corazón.
Peter se levantó. Luego, volvió a mirar la lápida bajo la que  descansaban los restos de su difunta esposa y caminó hacia la salida del cementerio. Hacia su futuro.
Catherine le había dicho que estaba haciendo lo correcto, y Peter se lo recordó una y otra vez mientras conducía por la carretera.
Aún tenía dudas, pero por fin sabía lo que quería. Cuando le confesó a Catherine que iba en busca de Lali, ella se limitó a sonreír y a decir que ya era hora. Y tenía razón. Así que, a la mañana siguiente, se subió al coche y se puso en marcha tras dejar a la niña al cuidado de Catherine, porque Jenny tenía el día libre.
Tras varias horas de viaje, se detuvo en Kaikoura para llamar a Catherine y asegurarse de que su hija se encontraba bien. Habló con ella diez minutos y, a continuación, volvió al coche. Hora y media después, llegó a casa de Lali y detuvo el vehículo en el vado. Estaba tan nervioso que tenía la sensación de que el corazón se le iba a salir por la boca.
¿Había hecho bien al dirigirse directamente a su casa? ¿No habría sido mejor que la llamara antes?
—A buenas horas... —se dijo en voz alta.
Salió del coche y se dirigió corriendo a la entrada del edificio; se había puesto a llover.
Alzó un brazo y llamó al timbre. Un hombre de edad avanzada y cabello canoso le abrió la puerta.
—Buenos días —dijo con un marcado acento inglés—. ¿En qué le puedo ayudar?
—Me preguntaba si Lali está en casa... —replicó Peter inseguro.
El hombre frunció el ceño.
—Yo soy su padre, Carlos Espósito.
Peter asintió y le estrechó la mano.
—Encantado de conocerlo, señor Espósito. Soy Peter Lanzani.
El padre de Lali apartó la mano al instante.
—¿Se puede saber qué hace aquí?
—Quería hablar con su hija.
—Ah, vaya, ahora quiere hablar con ella.
—Si es posible, sí. Sé que debería haberlo hecho antes, pero... ¿Puedo entrar?
Carlos sacudió la cabeza.
—Eso no es decisión mía, jovencito. Pero tiene suerte; porque, si fuera por mí, ya lo habría echado a patadas.
Peter tragó saliva.
—Por favor, señor Espósito... Se lo ruego. Sé que me he portado mal con su hija. Sé que le he hecho daño y que...
Carlos lo miró con ira.
—¿Que le ha hecho daño? Ha hecho mucho más que hacerle daño. Mi hija está profundamente deprimida. Cuando se marchó de aquí, estaba llena de esperanza... Cuando volvió, era una sombra de lo que había sido.
—Lo siento —insistió Peter, avergonzado—. Lo siento sinceramente.
—Sus disculpas no significan nada para mí. Usted es un hombre que niega el afecto a su propia hija; un hombre que desprecia el amor de la mía y que, no contento con ello, la echa de su casa cuando las cosas se ponen difíciles. Su comportamiento me parece despreciable, señor Lanzani. Pero no soy yo quien lo debe disculpar, sino Lali.
—Entonces, permítame que la vea. Deje que hable con ella —le rogó.
—No.
A Peter se le encogió el corazón.
—¿No? ¿Es que no me quiere ver?
—Es que no está en casa todavía —contestó—. Si está decidido a hablar con ella, puede esperar aquí. Pero prométame una cosa.
—Lo que sea.
—Si se le pide que marche, márchese. Y no vuelva nunca.
La idea de no volver a ver a Lali, de no volver a contemplar su cara de felicidad cuando estaba contenta y su gesto de concentración cuando trabajaba en sus bocetos, se le hizo insoportable. Pero era posible que la hubiera perdido para siempre. A fin de cuentas, su padre tenía razón: la había echado de su casa y había despreciado su afecto.
—Si es lo que Lali quiere, me iré.
Carlos asintió.
—En tal caso, espere en el porche. Sin el permiso de mi hija, no lo puedo invitar a mi casa —sentenció.
Carlos le cerró la puerta en las narices. Peter se sentó en una de las sillas y pensó que se lo tenía bien merecido. La ropa se le había mojado y tenía frío, lo cual auguraba una espera de lo más incómoda, pero no le importó, haría lo que fuera por retomar su relación con Lali. Y esta vez, si ella se lo permitía, no volvería a estropear las cosas.
Estaba lloviendo y la carretera no se encontraba en buenas condiciones, así que Lali conducía con cuidado.
Estaba contenta. Tenía un padre que la adoraba, una hermanastra que la quería con locura, un cuñado que era casi un hermano para ella y un niño que crecía en su interior. Incluso tenía una empresa que iba viento en popa.
Lo tenía todo. Todo salvo el amor del hombre del que se había enamorado.
Ya estaba llegando a la casa cuando vio un coche aparcado en la parte delantera. A Lali le extrañó que su padre tuviera visita. Había hablado por teléfono con él y no le había dicho nada. Y al distinguir la matrícula del gran todoterreno negro, se estremeció.
—No pasa nada —dijo, llevándose una mano al estómago—. Tu padre ha venido a vernos.
Detuvo el vehículo y alcanzó el paraguas para salir. De repente, Peter abrió la portezuela y la miró. Ella se quedó helada en el asiento.
—Yo me encargo del paraguas —dijo él.
Peter lo abrió y esperó a que Lali saliera.
—Gracias. ¿Qué haces aquí?
—Te estaba esperando.
Al llegar al porche, Peter cerró el paraguas y lo sacudió. Lali lo miró con detenimiento y pensó que seguía tan guapo y atractivo como siempre.
Pero estaba decidida a seguir con su vida, había tomado una decisión y no la iba a cambiar si Peter no le ofrecía lo que necesitaba.
Él se estremeció y ella se dio cuenta de que estaba empapado.
—Entra en casa. Será mejor que te seques. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Una hora, más o menos.
—¿En el porche? Dios mío, te habrás quedado helado... ¿Es que mi padre no está en casa?
Peter sonrió con debilidad.
—Oh, sí. Claro que está.
—Ah...
Lali abrió la puerta y lo acompañó al vestíbulo.
—¿Papá? Ya estoy en casa.
Su padre apareció de inmediato.
—¿Le has dejado entrar? —preguntó.
—Ha hecho un viaje muy largo para llegar aquí. Y está lloviendo.
Carlos frunció el ceño.
—Está bien, como quieras. Os dejaré a solas para que podáis hablar.
Estaré en casa de Cris y Ana. Si me necesitas, llámame.
—Por supuesto.
Su padre se acercó a ella se puso una gabardina y, antes de salir de la casa, dijo:
Ti amo, Lali.
Tras unos segundos de silencio incómodo, Lali le ofreció a Peter una toalla para que se secara.
— Lali...
—Muy bien, te escucho —dijo ella.
Peter se frotó mandíbula.
—He venido para pedirte disculpas. Te he tratado mal. Merecías mucho más de lo que te he dado. Estaba tan preocupado por mí mismo... Me ofreciste una luz en mitad de la oscuridad. Lograste que volviera a sentir, pero sentí tanto que me asusté y, al final, te aparté de mí.
Lali le dejó hablar.
—No quería volver a sentirme vulnerable. La muerte de Euge me dolió tanto que me dejó un vacío intenso... La simple idea de enamorarme de otra persona me parecía inadmisible. Pensaba que no merecía el amor.
»Cuando llegaste a mi casa, yo estaba encerrado en mí mismo. Tenía miedo de todo. Había dejado de vivir. Sin embargo, tú te empeñaste en devolverme la vida... y no aceptabas un no por respuesta. Me acordaba mucho de lo que sentí la primera vez que te vi. Me causaste una impresión tan profunda que pensé en ti durante meses.
Ella frunció el ceño.
—Sé que tú sentiste lo mismo que yo. Por eso te alejaste de Euge, ¿verdad?
—Sí —contestó en un susurro.
Lali cerró los ojos, avergonzada. Si Peter se había dado cuenta, cabía la posibilidad de que Bree también lo hubiera notado.
—Yo adoraba a mi esposa, pero, por alguna razón, también me sentía atraído por ti. Y cuando volviste, esas emociones renacieron —declaró con voz rota—. No sabes cuánto te odié... Por lo que me hacías sentir y porque me parecía que estaba traicionando a Euge.
Lali guardó silencio.
—Pero también te traicioné a ti, ¿sabes? —continuó él—. Traicioné tu confianza y tu amor. No sabes cuánto lo siento. Primero me diste el regalo de tu afecto y, después, el de tu embarazo. Pero estaba tan preocupado con la posibilidad de que te pasara lo mismo que a Bree, tan preocupado con la posibilidad de que la historia se estuviera repitiendo, que me alejé aún más. Lo siento mucho, Lali. ¿Serás capaz de perdonarme?
Lali suspiró.
—Peter, me has hecho mucho daño. Cuando me fui de tu casa, estaba tan destrozada que no creía que lo pudiera superar. Con el tiempo, he conseguido recuperarme y empezar a hacer planes de futuro — Lali sacudió la cabeza—. No lo sé. Simplemente, no sé si puedo volver a confiar en ti.
—Siento haberte hecho daño —dijo en voz baja—. Estoy enamorado de ti, Lali, te quiero tanto que me duele enormemente lo que te he hecho.
Haré lo que sea necesario, lo que tú quieras. Deja que te dé el amor que mereces. Deja que te demuestre lo mucho que significas para mí, lo mucho que nuestro hijo significa para mí.
—Nuestros hijos —puntualizó ella.
Él la miró con desconcierto.
—¿Hijos?
—Dos, para ser exactos.
Peter se quedó atónito al saber que iba a ser padre de gemelos. Pero, en lugar de preocuparse, sonrió de oreja a oreja.
—¡Dos hijos! Dios mío... ¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde mi primera cita con el doctor Taylor.
—Oh, Lali... —Peter la abrazó—. Te aseguro que dedicaré el resto de mi vida a hacerte feliz. Me has dado tanto, me has enseñado tanto... Has hecho que sea un buen padre para Azul y, sobre todo, me has devuelto el amor. Te lo debo todo.
—No me debes nada salvo tu amor, Peter. Si eres capaz de darlo...
—Es todo tuyo, mi vida. Yo soy todo tuyo —afirmó—. No te puedo prometer que no cometa más errores en el futuro... a fin de cuentas, soy humano. Pero te prometo que intentaré ser el mejor hombre que pueda, el mejor marido y el mejor padre.
—¿El mejor marido?
—Por supuesto. Quiero que seas mi esposa, Lali. Quiero estar contigo hasta el fin de mis días...
De repente, Peter se levantó del sofá y se arrodilló ante ella.
—¿Te quieres casar conmigo? ¿Quieres que criemos juntos a Azul y a nuestros dos hijos?
—Oh, Peter... Por supuesto que quiero —contestó, emocionada—. Sí, claro que sí. Me casaré contigo y estaré siempre a tu lado. Estoy enamorada de ti desde que te vi por primera vez, pero jamás pensé que
tuviera esta oportunidad... Y te aseguro que no la voy a desaprovechar. Te amo, Peter. Con toda mi alma.
Lali se arrodilló junto a él y lo abrazó.
—No te arrepentirás, Lali —dijo él—. Seré el mejor de los maridos y el mejor de los padres mientras tú me quieras.
—Entonces, lo serás para siempre.

Lali lo miró a los ojos y lo besó.



FIN

Capítulo 10

Lali estaba en la cocina, preparándose una taza de café, cuando oyó que la puerta de la casa se cerraba.
Peter había vuelto.
Se le hizo un nudo en la garganta y se preguntó qué iba a pasar ahora. Desde su visita a la consulta del tocólogo, sus conversaciones se habían limitado a un intercambio tan breve de palabras que apenas duraba unos segundos. Todavía no le había contado todo lo sucedido en la consulta, pero tenía buenos motivos para callarse. Peter la había apartado de él por completo. No se trataba únicamente de que ahora durmiera sola en el dormitorio principal. Había trazado una línea y hacía lo posible para que no la cruzara.
En cualquier caso, el embarazo era muy importante para Lali. Habría preferido que Peter estuviera a su lado, apoyándola; pero si no le dejaba más opciones, afrontaría el proceso en soledad.
Al oír sus pasos en el pasillo, se puso tensa. Peter entró en la cocina y ella se giró para mirarlo a los ojos.
—Me voy a duchar. ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo?
Peter sonó como el hombre del que se había enamorado, pero no era exactamente el mismo. En sus ojos no había ni rastro de calidez; solo un vacío intenso.
—Sí, estoy bien. Ya te lo he dicho... Solo tengo que tomarme las cosas con calma y no esforzarme mucho.
Él asintió.
—De todas formas, no quiero que saques a Azul de la cuna. Mi hija pesa demasiado —dijo—. Ya la levantaré yo cuando se despierte.
Peter se dio media vuelta y se fue.
Se había acostumbrado a hacer ese tipo de cosas. Se iba de casa cuando Azul estaba durmiendo y volvía cuando estaba a punto de despertar o cuando la tenían que acostar. Y siempre que la veía con la niña en brazos, se enfadaba. Pero Lali no estaba dispuesta a dejar de hacer su trabajo. A fin de cuentas, era la niñera de Azul.
Se preguntó si su relación iba a ser así a partir de entonces; un intercambio continuo de palabras superficialmente amables que excluían todos los asuntos importantes salvo su estado de salud. Una parte de ella quiso seguirlo, detenerlo y obligarlo a afrontar lo que pasaba. Forzarlo a reconocer lo que habían compartido antes de que él supiera que estaba esperando un niño. Descubrir si entre ellos había algo más que una relación sexual.
Pero la mirada de Peter le había dicho todo lo que necesitaba saber. Esa relación había desaparecido, había terminado para siempre. Peter no quería saber nada de ella. Las tensiones y las alegrías del embarazo iban a ser cuestión exclusivamente suya; una época solitaria sin nadie que estuviera a su lado para maravillarse por la vida que crecía en su interior.
Por suerte, no había vuelto a sufrir ninguno de los síntomas que la habían llevado al ambulatorio. El doctor Taylor había acertado al decir que no le pasaba nada, que ese tipo de cosas eran relativamente comunes durante los tres primeros meses.
Sin embargo, Lali no se sentía segura en absoluto. Estaba llena de temores, y la enorme brecha que se había abierto entre Peter y ella la condenaba a la soledad. Desde luego, podría haber hablado con su familia, pero no les quería contar lo sucedido porque aún albergaba la esperanza de que Peter cambiara de actitud.
Suspiró y pensó que, al menos, tenía a Catherine. Había llamado por teléfono y le había dicho que pasaría de visita. Y cuando la suegra de Peter llegó, a Lali le bastó una mirada para saber que algo andaba mal.
Estaban mirando a Azul mientras jugaba con sus juguetes cuando Catherine declaró:
—Peter se puso en contacto conmigo hace un par de días.
—¿Y eso?
—Quiere que busque otra niñera para Azul. Una mujer que se encargue de ella hasta que yo me encuentre mejor.
Lali se sintió como si le hubieran dado una bofetada.
—¿Quiere que me vaya?
—Bueno, no dijo eso... por lo menos, no con esas palabras —contestó Catherine—. Pero me ha pedido que empiece a buscarla de inmediato.
—No sabía nada. No me ha dicho nada.
Catherine cambió de posición en la silla.
—¿Es verdad que estás embarazada?
—Sí.
—¿De cuántos meses?
Lali suspiró.
—De nueve semanas.
—¿Y estás bien?
—¿Te ha contado lo que pasó el lunes? Me tuvo que llevar al ambulatorio porque me sentía mal... y dos días más tarde, fuimos a ver al obstetra de Euge.
Catherine sacudió la cabeza.
—No, no me lo ha contado, pero ya sabía que pasaba algo. Ha cambiado de actitud. Se comporta como se comportaba cuando Euge falleció.
Catherine se levantó de la silla y se sentó junto a Lali, en el sofá. Luego, le pasó un brazo por encima de los hombros y dijo:
—Cuéntamelo.
Lali se lo contó.
Dejó atrás sus temores y se lo dijo todo, aunque no sabía cómo reaccionaría Catherine al saber que se había estado acostando con el esposo de su difunta hija.
Por fortuna, Catherine se mostró más comprensiva de lo que había imaginado. Se limitó a escucharla con atención y a abrazarla con fuerza o susurrar unas palabras de apoyo cuando la ocasión lo requería.
Al terminar de hablar, los ojos Lali se habían llenado de lágrimas.
Catherine sacó un pañuelo y se lo dio.
—Pobrecilla... Te has enamorado de él, ¿verdad?
Lali asintió.
—Sí —dijo—. ¿No estás enfadada conmigo?
—¿Por qué me iba a enfadar? —replicó, perpleja.
—Porque Peter es el viudo de Euge. Aún no ha pasado ni un año de su muerte y ya me he arrojado a sus brazos.
Catherine soltó una carcajada.
—Oh, querida mía... No digas esas cosas. —Catherine le dio una palmada en la pierna—. Echo terriblemente de menos a mi hija, pero está muerta y nadie me la puede devolver. En cuanto a Peter y tú... a decir verdad, te estoy agradecida por lo que has hecho. Cuando tú llegaste, Peter estaba en el fondo de un pozo oscuro. Pero tú le has devuelto la vida y le has dado algo por lo que luchar.
Lali la miró con extrañeza.
—¿Algo por lo que luchar? No te entiendo...
—Se había encerrado en sí mismo para no volver a sentir nada, ni siquiera por Azul. Aún recuerdo la cara que tenía en el hospital, cuando miraba la incubadora. En sus ojos no había el menor rastro de emoción —dijo Catherine—. Entonces me di cuenta de que Azul iba a necesitar ayuda... De que los dos la iban a necesitar.
Lali no dijo nada.
—Cuidar de Azul me ayudó a superar la pérdida de Euge —siguió Catherine—. Estoy segura de que también le habría ayudado a Peter, pero la niña estuvo tan enferma durante su primer mes de vida, que se alejó un poco más.
—No sé cómo pudo hacer eso.
Catherine se encogió de hombros.
—Yo diría que es obvio. Peter es un hombre fuerte, de emociones intensas. Emociones que a veces le superan y que no puede refrenar.
—Sí, pero...
—No seas tan dura con él. El padre de Bree se parecía mucho a Peter, ¿sabes? De hecho, estoy segura de que mi hija estaba enamorada de Peter por los mismos motivos que yo de mi esposo —le confesó—. Él también se encerraba en sí mismo cuando se sentía vulnerable. No lo podía evitar.
Azul dejó sus juguetes, se puso de pie y avanzó hacia su abuela, que la tomó entre sus brazos y la sentó sobre sus piernas.
—Peter no sabía lo que se estaba perdiendo hasta que tú llegaste, Lali.
—Es posible que tengas razón, pero ya no hay nada que hacer. Lo de mi embarazo ha destruido la relación que teníamos.
—Puede que sí y puede que no. Yo creo que solo necesita tiempo para pensar.
—Pues, si es verdad que está buscando a una niñera, a mí no me queda mucho tiempo... —observó Lali.
Catherine dio un beso a Azul y la dejó en el suelo.
—No te rindas, Lali. Si crees que Peter merece la pena, lucha por él.
Catherine se marchó pocos minutos después, tras prometerle que la llamaría al día siguiente.
Odiaba tener que admitirlo, pero echaba de menos a Lali. Sinembargo, había tomado una decisión y se mantendría firme.
Lali se tenía que ir.
Lamentablemente, Catherine no se encontraba en condiciones de cuidar a Azul, así que no tenía más remedio que encontrar una niñera tan pronto como fuera posible. Entre tanto, se dedicaba a vigilar a Lali para asegurarse de que no hiciera demasiados esfuerzos. Por un lado, odiaba la idea de perderla de vista; por otro, ardía en deseos de que se fuera de una vez. Y nunca, jamás, se permitía el lujo de pensar en el hijo que estaba esperando.
Entró en la casa y se pasó una mano por el pelo. Iba a hablar con ella para informarle de que estaba buscando una niñera y de que, dentro de poco, ya no necesitaría sus servicios. Pero no le apetecía en absoluto.
Entró en el cuarto de baño, abrió el grifo de la ducha, se desnudo y se metió bajo el agua. Tenía frío porque había estado todo el día en los viñedos, podando las viñas. Era un trabajo lento y metódico que, no obstante, le había ofrecido una ocasión excelente para pensar.
Cerró los ojos y alcanzó el bote de champú. Cuando los volvió a abrir, se dio cuenta de que se había equivocado de bote y había tomado el de Lali, que olía a flores. Se excitó tanto que lanzó el bote contra la pared, desesperado.
Lali parecía estar en todas partes. En sus pensamientos, en sus sueños, hasta en el cuarto de baño.
Salió de la ducha, se secó a toda prisa y se vistió, decidido a hablar con Lali y poner fin a esa situación tan pronto como fuera posible.
Lali estaba en la cocina, con Azul. Azul miró a su padre y sonrió de oreja a oreja.
—Tengo que hablar contigo esta noche. ¿Cuándo te viene bien?
Lali arqueó una ceja.
—¿Que cuándo me viene bien? ¿Crees que tienes que pedir una cita para hablar conmigo? —preguntó con humor.
—No sé si necesito una cita, pero se trata de algo importante.
Lali asintió.
—Si me quieres decir que estás buscando una niñera, olvídalo. Catherineme informó ayer —dijo—. ¿Ya la has encontrado?
Peter la miró con sorpresa.
—No, aún no... Tengo varias candidatas.
—Me alegro.
Él no dijo nada.
—He pensado que, por el bien de Azul, sería bueno que tuviéramos un periodo de transición cuando llegue la nueva niñera —continuó Lali —. Un par de semanas... Lo justo para que la niña se acostumbre a ella.
—¿Te parece necesario?
—Sería conveniente, ¿no crees? Si me voy antes de que Azul se acostumbre, lo pasarán mal las dos.
—Sí, es posible.
—También sería bueno que estés más a menudo en casa.
—¿Por qué?
Lali suspiró.
—Porque eres su padre y necesita la estabilidad que tú le proporcionas.
—Creo que exageras. Dentro de poco volverá con Catherine y tendrá toda la estabilidad del mundo —alegó.
—¿Estás decidido a dejarla con Catherine? ¿Lo dices en serio? ¿Vas a dejar a Azul con su abuela?
—Por supuesto. Aquí no se puede quedar.
Lali frunció el ceño.
—¿Por qué no?
—Porque no tengo tiempo —sentenció.
—Eso es una tontería, Peter. Si vas a contratar a una niñera, no tendrás que preocuparte por Azul. No hay motivo por el que no pueda estar en tu casa.
—Bueno...
Peter se quedó repentinamente sin palabras. Al mirar a su hija, se dio cuenta de que quería tenerla a su lado. No se sentía capaz de cuidar de ella sin ayuda, pero Lali tenía razón. Entre la niñera nueva y Catherine, que sin duda estaría encantada de echarle una mano, la podría sacar adelante sin descuidar sus obligaciones en la bodega.
Se había acostumbrado a Azul hasta el extremo de que ya no imaginaba su vida sin aquel rostro angelical que le sonreía cada vez que estaban en la misma habitación. Sin ella, se habría sentido perdido, vacío.
—¿Peter?
—Está bien, me lo pensaré.
Ella sonrió con debilidad.
—Bueno, es un avance...
Peter se quedó de pie en la cocina, sin saber qué hacer.
—¿Qué tal te ha ido esta semana? —preguntó tras un silencio incómodo.
Ella se encogió de hombros.
—Bien...
—¿Cuándo tienes que volver al médico?
—Tenía una cita para dentro de cuatro semanas —contestó—. Pero si no voy a estar aquí para entonces, buscaré otro especialista cuando llegue a casa.
—Yo me encargaré de todos los gastos.
—Gracias.
—Y de los gastos del bebé, claro... Cuando nazca.
—Te llamaré si necesito tu ayuda.
—Lo digo en serio. Estoy dispuesto a asumir mis responsabilidades.
Ella soltó un bufido.
—Oh, sí... todas tus responsabilidades menos las que importan —ironizó.
Él se ruborizó.
—No insistas con eso, Lali. Me pides demasiado.
—¿En serio? Me extraña que digas eso, teniendo en cuenta que Azul y el hijo que estoy esperando te lo dan todo sin esperar nada a cambio. No creo que pedir que los quieras sea pedir demasiado.
Peter apretó los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas de las manos. Necesitaba el dolor para refrenarse, para no abalanzarse sobre ella y demostrarle lo mucho que la quería.
—Ya he dicho lo que he venido a decir. No me esperes para cenar —declaró, muy serio—. Volveré tarde.
Lali se quedó en la cocina, deprimida. Había sido una estúpida al pensar que tenía alguna esperanza con él. Por lo visto, su relación estaba condenada desde el principio. ¿Cómo era posible que no se diera cuenta de que se necesitaban?
Le dolía pensar que Peter se estaba negando el amor porque estaba tan destrozado que no tenía fuerzas ni para intentarlo otra vez. Pero, a pesar de ello, no entendía que, puestos a elegir entre el amor y la soledad, alguien pudiera elegir la soledad.
Durante los días siguientes, fue testigo de sus entrevistas a niñeras. Cada vez que llegaba una, le pedía que llevara a Azul para presentársela.
Algunas de las entrevistas fueron bien; otras, no tanto. Y por fin, a finales de semana, Peter le informó de que había encontrado a la persona adecuada.
Lali se sintió como si la tierra se hubiera abierto bajo sus pies. Su tiempo estaba contado. Dentro de poco, se marcharía.
Pero aún había un destello de luz en mitad de la oscuridad. Faltaban unos días para el cumpleaños de Azul, y Catherine había sugerido que lo celebraran en la guardería porque había sitio de sobra y, de esa manera, la niña podría jugar con sus amigos.
A Lali le pareció bien, pero Peter se negó a ir.
—No —dijo categóricamente cuando Lali lo invitó.
—Es el cumpleaños de tu hija...
—No se dará ni cuenta.
Lali suspiró.
—Esa no es la cuestión.
—No, claro que no es la cuestión. ¿No te has parado a pensar que, además del cumpleaños de Azul, también es el aniversario de la muerte de Euge?
—Por supuesto que sí —replicó ella—. Pero, ¿qué vas a hacer? ¿Castigar a Azul durante el resto de su vida? ¿Le vas a negar que celebre su cumpleaños porque su madre falleció ese mismo día? ¿Por qué te empeñas en aferrarte al dolor?
—He dicho que no voy a ir. Punto.
Las semanas siguientes pasaron muy deprisa. La niñera nueva, Jenny, era una chica muy competente.
Lali hacía verdaderos esfuerzos por llevarse bien con ella, pero no podía negar que sentía celos de su relación con Azul, que la trataba como si llevaran toda la vida juntas. Hasta Catherine pensaba que Jenny estaba haciendo un trabajo excelente.
Como ahora tenía más tiempo libre, Lali volvió a pensar en sus diseños y se concentró en el desarrollo de una idea que se le había ocurrido: una gama de ropa para mujeres embarazadas. No tenía ningunaexperiencia al respecto, pero era todo un desafío. Y siempre le habían gustado los desafíos.
Además, necesitaba distraerse con algo. Dejar a Peter iba a ser la decisión más difícil de su vida. Y por si eso fuera poco, aún tenía que
hablar con su padre para contarle que se había quedado embarazada. Sabía que se llevaría una decepción, pero esperaba que se le pasara con el tiempo.
Aunque no todo iba a ser tan difícil. Volver a la casa de su padre implicaba volver a estar cerca de Ana y de su marido, Christian, un hombre que casi era un hermano para ella.
—¿Esos diseños son tuyos? —preguntó Jenny al ver los bocetos en la mesa de la cocina—. Tienes mucho talento...— Lali sonrió.
—Gracias. Estoy pensando en hacer una gama de ropa para embarazadas.
—¿Eres diseñadora? Pensaba que eras niñera...
—Bueno, soy las dos cosas. Empecé como niñera, pero luego me interesé por el diseño y fundé mi propia empresa —le explicó—. Antes de venir a casa de Peter, estuve viajando por Europa, buscando inspiración, ya sabes.
Jenny miró los bocetos con detenimiento.
—¿Por eso te vas? ¿Para trabajar en tus diseños?
Lali no tuvo ocasión de responder. Peter entró en ese momento en la cocina y alcanzó una cafetera para servirse una taza.
—Ya hemos molestado bastante a Lali —dijo él, que había escuchado la última parte de su conversación—. Es hora de que vuelva a sus cosas.
Lali pensó que no quería volver a ninguna parte, que estaba donde quería estar. Pero él no la quería allí ni como amante ni como compañera ni como simple amiga.
Al notar la tensión que había entre ellos, Jenny les dio una excusa rápida y los dejó a solas.
—Jenny cuida muy bien de Azul.
—Ya me he dado cuenta. Mi hija está a salvo con ella.
—¿A salvo, Peter? ¿A salvo? ¿Eso es todo lo que te preocupa? ¿Y qué me dices del amor? ¿No crees que es tan importante como la seguridad? ¿Es que tus padres no te quisieron cuando eras niño? Por supuesto que te quisieron... Estuvieron todo el tiempo, contigo, porque es lo que los padres hacen. No renuncian a criar a sus hijos.
—Es curioso que digas eso, teniendo en cuenta que eres niñera. Si los padres fueran como tú dices, las niñeras no tendrían trabajo.
Ella gimió.
—Sabes que no me refiero a eso. Me refiero a que un padre de verdad no rompe los vínculos emocionales con...
—¡Ya basta! —bramó él—. Deja de castigarme, Lali. Azul está bien con Jenny y, si es necesario, estoy seguro de que Catherine me ayudará. Si quieres, te puedes ir hoy mismo. Te pagaré a final de mes y hablaré con mis abogados para que se encarguen de prestarte todo el apoyo que necesites cuando des a luz.
—¿Hoy? ¿Quieres que me vaya hoy? Pero si aún me queda una semana...
Lali se sentó en una de las sillas de la cocina, sintiéndose repentinamente débil. No podía creer que Peter la estuviera echando de su casa.
—Sí, quiero que te vayas de inmediato —contestó—. Ya no te necesito.
—Lo sé... Ese es el problema —dijo ella en voz baja—. Que nunca me has necesitado.



CONTINUARÁ...