miércoles, 31 de diciembre de 2014

Capítulo 19

19
LA CASA DE PAPÁ


Viernes. El día de la fiesta de citas, tres días después de que Lali sonrió por el nuevo sofá y entonces minutos más tarde dio vuelta la botella de whisky sobre mis tatuajes.

Las chicas habían terminado de hacer lo que las chicas hacen en las fiestas de citas, y yo estaba sentado frente al departamento, en los escalones, esperando a que Toto fuera a cagar.

Por razones que no podía detallar, mis nervios estaban disparados. Ya había tomado un par de tragos de whisky para tratar de tranquilizarme, pero fue inútil.

Miré mi muñeca, esperando que cualquier ominoso sentimiento que tenía fuera sólo una falsa alarma. Mientras comenzaba a decirle a Toto que se diera prisa porque estaba jodidamente frío afuera, se agachó e hizo su asunto.

—¡Ya casi es hora, pequeño! —dije, alzándolo en brazos y caminando hacia adentro.

—Acabo de llamar al florista. Bueno, floristas. El primero no tenía suficiente —dijo Nicolás.

Sonreí. —Las chicas van a enojarse. ¿Te aseguraste que los entregarán antes de que lleguen a casa?

—Sí.

—¿Qué pasa si llegan a casa temprano?

—Estarán aquí con tiempo de sobra.

Asentí.

—Oye —dijo Nicolás con media sonrisa—, ¿estás nervioso acerca de esta noche?

—No —dije, frunciendo el ceño.

—Lo estás, también, ¡eres un marica! ¡Estás nervioso por la noche de citas!

—No seas idiota —dije, dirigiéndome a mi habitación.

Mi camisa negra ya estaba planchada y esperando en su gancho. No era nada especial, una de las dos camisas con cuello abotonado que tenía.

La fiesta sería mi primera, sí, e iba con mi novia por primera vez, pero el nudo en mi estómago era por algo más. Algo que no podía descifrar. Como si algo terrible estuviera acechando en el futuro inmediato.

Nervioso, regresé a la cocina y me serví otro trago de whisky. El timbre sonó, y levanté la vista del mostrador para ver a Nicolás corriendo a través de la sala desde su habitación, con una toalla en su cintura.

—Podría haberlo conseguido.

—Sí, pero entonces tendrías que parar de llorar en tu Jim Beam —se quejó, jalando la puerta. Un pequeño hombre cargando dos enormes ramos más grandes que él, estaba parado en la entrada.
—Uh, sí... por este camino, amigo —dijo Nicolás, abriendo la puerta más amplia.

Diez minutos más tarde, el departamento empezaba a ser de la forma que imaginé. La idea de conseguir las flores de Lali antes de la fiesta de citas se me había ocurrido, pero un ramo no era suficiente.

Justo cuando uno de los chicos repartidores se fueron, otro llegó, y otro. Una vez que cada superficie en el departamento orgullosamente mostraba al menos dos o tres ramos ostentosos de rosas rojas, rosas, amarillas y blancas, Nicolás y yo estábamos satisfechos.

Tomé una rápida ducha, me rasuré, y me deslizaba en unos vaqueros cuando el motor del Honda zumbó ruidosamente en el estacionamiento. Unos segundos después se apagó, Eugenia atravesó la puerta principal, y luego Lali.

Sus reacciones hacia las flores fue inmediata y Nicolás y yo sonreíamos como idiotas mientras ellas chillaban con deleite.
Nicolás miró alrededor de la habitación con orgullo.

—Fuimos a comprarles dos flores, pero pensamos que un ramo no sería suficiente.

Lali envolvió sus brazos alrededor de mi cuello. —Ustedes chicos... son asombrosos. Gracias.

Palmeé su trasero, dejando mi palma detenerse en la suave curva justo arriba de su muslo.

—Treinta minutos para la fiesta, Pidge.

Las chicas se vistieron en la habitación de Nicolás mientras nosotros esperábamos. Me tomó cinco minutos completos para abotonar mi camisa, encontrar mi cinturón, y deslizarme en calcetines y zapatos. Las chicas, sin embargo, se tomaron jodidamente una eternidad.

Nicolás, impaciente, tocó la puerta. La fiesta empezó hace quince minutos.

—Hora de irnos, señoritas —dijo Nicolás.
Eugenia salió con un vestido que lucía como una segunda piel, y Nicolás chifló, destellando una sonrisa instantánea en su cara.

—¿Dónde está ella? —pregunté.

—Lali tiene un poco de problemas con su zapato. Saldrá en sólo un segundo —explicó Eugenia.

—¡El suspenso me está matando, Pigeon! —llamé.

La puerta chirrió, y Lali salió moviéndose con nerviosismo, con su corto vestido blanco.

Su cabello estaba recogido hacia un lado, y aunque sus pechos estaban cuidadosamente ocultos, se acentuaban por la tela muy apretada.

Eugenia me codeó, y parpadeé. —Mierda.

—¿Estás listo para enloquecer? —preguntó Eugenia.

—No estoy enloqueciendo, luce asombrosa.
Lali sonrió con travesura en sus ojos, y lentamente se dio la vuelta para mostrar la caída inclinada de tela en la parte de atrás.

—De acuerdo, ahora estoy enloqueciendo —dije, caminando hacia ella y alejándola de los ojos de Nicolás.

—¿No te gusta? —preguntó.

—Necesitas una chaqueta. —Corrí hacia el estante y rápidamente cubrí con el abrigo de Lali sus hombros.

—No puede usar eso toda la noche, Pit. —Eugenia río entre dientes.

—Luces hermosa, Lali —dijo Nicolás, tratando de disculpar mi comportamiento.

—Lo haces —dije desesperado por escuchar y entender sin causar una pelea—. Luces increíble, pero no puedes usar eso. Tu falda es... guau, tus piernas son... tu falda es muy corta y ¡sólo es la mitad de un vestido! —Lali sonrió, al menos no estaba cabreada.
—¿Ustedes viven para torturarnos el uno al otro? —Nicolás frunció el ceño.

—¿Tienes un vestido más largo? —pregunté.

Lali bajó la mirada. —Es de hecho bastante modesto en frente. Sólo la parte de atrás muestra mucha piel.

—Pigeon —dije, haciendo un gesto de dolor—, no quiero que estés enojada, pero no puedo llevarte a la casa de la fraternidad luciendo así. Me meteré en una pelea en los primeros cinco minutos.

Se inclinó y besó mis labios. —Tengo fe en ti.

—Esta noche va a apestar —gruñí.

—Esta noche va a ser fantástica —dijo Eugenia, ofendida.

—Sólo piensa en lo fácil que será quitármelo después —dijo Lali. Se puso de puntillas para besar mi cuello.

Miré el techo, tratando de no dejar que sus labios, pegajosos de su brillo labial, debilitaran mi caso.

—Ese es el problema. Todos los otros tipos allí estarán pensando lo mismo.

—Pero tú eres el único que conseguirá descubrirlo —dijo con entonación.

Cuando no respondí, se inclinó otra vez para mirarme a los ojos—. ¿De verdad quieres que me cambie?

Escaneé su cara, y cada parte de ella, y entonces exhalé. —No importa lo que uses, eres hermosa.

—Sólo debería acostumbrarme a eso, ahora, ¿cierto? —Lali se encogió de hombros, y sacudí mi cabeza.

—Está bien, ya estamos tarde. Vámonos.

***
Mantuve mis brazos alrededor de Lali mientras caminábamos a través del césped de la casa Sigma Tau. Lali temblaba, así que caminé rápidamente y torpemente tirando de ella, tratando de sacarla del frío tan rápido como sus tacones altos lo permitían. Al segundo que atravesamos las gruesas puertas dobles, inmediatamente prendí un cigarro en mi boca para agregar la típica niebla de la fiesta de fraternidad. El bajo de las bocinas resonaba como un latido debajo de nuestros pies.

Después de que Nicolás y yo nos hicimos cargo de los abrigos de las chicas, guié a Lali hacia la cocina, con Nicolás y Eugenia justo detrás. Nos quedamos de pie allí, con cervezas en mano, oyendo a Jay Gruber y Brad Pierce discutiendo mi última pelea. Lexie se apartó de la camisa de Brad, claramente aburrida con la plática de hombres.

—Amigo, ¿pusiste el nombre de tu chica en tu muñeca? ¿Qué en el infierno te poseyó para hacer eso? —dijo Brad.

Le di la vuelta a mi mano para revelar el apodo de Lali. —Estoy loco por ella —dije, bajando la mirada hacia Lali.
—Apenas la conoces —se burló Lexie.

—La conozco.

En mi visión de perfil, vi a Nicolás empujar a Eugenia hacia las escaleras, así que tomé la mano de Lali y lo seguí. Desafortunadamente, Brad y Lexie hicieron lo mismo. En una fila, bajamos las escaleras hacia el sótano, la música creciendo más fuerte con cada paso.

Al segundo que mi pie golpeó el último escalón, el DJ puso una canción lenta. Sin dudarlo, jalé a Lali a la pista de baile de concreto, alineado con los muebles que habían sido empujados hacia los lados por la fiesta.

Lali encajaba perfectamente en la curva de mi cuello.

—Estoy contento que nunca fui a una de estas cosas antes —le dije en su oído—. Es correcto que te haya traído sólo a ti.

Lali presionó su mejilla contra mi pecho, y sus dedos presionaron mis hombros.
—Todos te están mirando en este vestido —dije—, creo que es algo genial... estar con la chica que todos quieren.

Lali se inclinó hacia atrás para ponerme los ojos en blanco. —Ellos no me quieren. Están curiosos de por qué me quieres. De cualquier forma, siento pena por cualquiera que piense que tiene una oportunidad. Estoy desesperadamente y completamente enamorada de ti. ¿Cómo siquiera podía preguntárselo?

—Tú sabes porque te quiero. No sabía que estaba perdido hasta que me encontraste. No sabía lo solo que estaba hasta la primera noche que pasé sin ti en mi cama. Eres lo único que he hecho bien. Tú eres por quien he estado esperando, Pidgeon.

Lali se alzó para tomar mi cara entre sus manos, y envolví mis brazos alrededor de ella, levantándola del piso. Nuestros labios se presionaron suavemente, y mientras trabajaba sus labios contra los míos, me aseguré silenciosamente de comunicar lo mucho que la amaba en ese beso, porque nunca podría hacerlo correctamente con sólo palabras.
Después de unas canciones y un momento hostil, aunque entretenido, entre Lexie y Eugenia, decidí que era un buen momento para dirigirnos arriba. —Ven, Pidge. Necesito un cigarro.

Lali me siguió hacia arriba en las escaleras. Me aseguré de agarrar su abrigo antes de continuar hacia el balcón. El segundo que dimos un paso afuera, me detuve, Lali también se detuvo a mi lado, frente a Pablo y una muy maquillada chica que él toqueteaba.

El primer movimiento fue hecho por Pablo, quien llevó su mano debajo de la falda de la chica.

—Lali —dijo, sorprendido y sin aliento.

—Hola, Pablo —replicó Lali, conteniendo una carcajada.

—Cómo, uh... ¿cómo has estado?

Ella sonrió amablemente. —He estado genial, ¿tú?

—Uh. —Miró a su cita—. Lali, esta es Amber. Amber... Lali.

—¿Lali Lali? —preguntó ella.

Pablo le dio un rápido e incómodo asentimiento. Amber estrechó la mano de Lali con una mirada disgustada en su cara, y entonces me miró como si acabara de encontrar al enemigo.

—Gusto en conocerte... creo.

—Amber —advirtió Pablo.

Reí una vez, y entonces abrí las puertas para que pasaran. Pablo agarró la mano de Amber y se dirigió hacia a la casa.

—Eso fue... raro —dijo Lali, sacudiendo su cabeza y doblando sus brazos alrededor de ella. Miró sobre el borde hacia dos parejas enfrentando el viento invernal.

—Por lo menos, ha superado sus malditos intentos para que regreses —le dije, sonriendo.
—No creo que estuviera tratando de hacerme regresar tanto como tratando de mantenerme lejos de ti.

—Llevó a una chica a casa una vez. Ahora se comporta como si hubiese hecho un hábito el recoger y salvar a todas las estudiantes de primer año que he embolsado.

Lali me lanzó una mirada irónica por la esquina de su ojo. —¿Te he dicho lo mucho que detesto esa palabra?

—Lo siento —le dije, tirando de ella a mi lado. Encendí un cigarrillo y tomé una respiración profunda, girando mi mano. Las delicadas pero gruesa líneas negras de tinta que se entretejían para formar la palabra Pigeon—. ¿Es extraño que este tatuaje no sólo sea mi nuevo favorito,  sino que también me haga sentir a gusto el saber que está ahí?

—Muy extraño —dijo Lali. Le lancé una mirada, y se rió—. Estoy bromeando. No puedo decir que lo entiendo, pero es dulce... en una especie de forma a lo Peter Lanzani.
—Si se siente tan bien tener esto en mi brazo, no puedo imaginar cómo se sentirá el poner un anillo en tu dedo.

—Peter...

—En cuatro o tal vez cinco años —le dije, internamente asombrado de que hubiese ido tan lejos.

Lali respiró. —Tenemos que reducir la velocidad. Muy, muy despacio.

—No empieces, Pidge.

—Si seguimos a este ritmo, voy a estar descalza y embarazada antes de graduarme. No estoy lista para vivir contigo, no estoy lista para un anillo, y ciertamente no estoy preparada para sentar cabeza.

Ahuequé suavemente sus hombros. —Este no es el discurso de "quiero ver otras personas", ¿verdad? Porque no voy a compartirte. De ninguna manera.

—No quiero a nadie más —dijo, exasperada.

Me relajé y liberé sus hombros, volviendo a agarrar la barandilla. —¿Qué estás diciendo, entonces? —le pregunté, aterrorizado por su respuesta.

—Estoy diciendo que tenemos que reducir la velocidad. Eso es todo lo que digo.

Asentí, insatisfecho.

Lali me cogió el brazo. —No te enojes.

—Parece que damos un paso adelante y dos pasos atrás, Pidge. Cada vez que pienso que estamos en la misma página, levantas una pared. No lo entiendo... la mayoría de las chicas acosan a sus novios para que se lo tomen en serio, para hablar de sus sentimientos, para dar el siguiente paso...

—¿Creo que hemos establecido que no soy la mayoría de las chicas?

Dejé caer mi cabeza, frustrado. —Estoy cansado de adivinar. ¿Hacia dónde ves que esto está yendo, Lali?

Apretó los labios contra mi camisa. —Cuando pienso en mi futuro, te veo.

La abracé a mi lado, todos los músculos de mi cuerpo inmediatamente relajándose con sus palabras. Los dos miramos las nubes moviéndose a través de la noche sin estrellas, el cielo negro. La risa y el murmullo de las voces inferiores provocaron una sonrisa en el rostro de Lali. Vi los mismos asistentes a la fiesta que ella, acurrucados juntos y corriendo a la casa desde la calle.

Por primera vez en el día, el sentimiento ominoso que se había cernido sobre mí todo el día comenzó a desvanecerse.

—¡Lali! ¡Ahí estás! He estado buscándote por todos lados —dijo Eugenia, apresurándose a través de la puerta. Levantó su teléfono celular—. Acabo de hablar por teléfono con mi padre. Carlos les llamó anoche.
La nariz de Lali frunció. —¿Carlos? ¿Por qué los llamó?

Eugenia levantó las cejas. —Tu madre le sigue colgando.

—¿Qué es lo que quiere?

Eugenia apretó los labios. —Saber dónde estabas.

—No se lo dijeron, ¿verdad?

La cara de Eugenia cayó. —Es tu padre, Lali. Papá pensó que tenía derecho a saber.

—Va a venir aquí —dijo Lali, su voz hinchada de pánico—. ¡Va a venir aquí, Euge!

—¡Lo sé! ¡Lo siento! —dijo Eugenia, tratando de consolar a su amiga. Lali se apartó de ella y se cubrió la cara con las manos.

No estaba seguro de qué demonios pasaba, pero toqué los hombros de Lali. —No te hará daño, Pidge —le dije—. No lo voy a dejar.
—Encontrará una manera —dijo Eugenia, mirando a Lali con los ojos pesados—. Siempre lo hace.

—Tengo que salir de aquí. —Lali se apretó su abrigo, y luego tiró de las manijas de las puertas francesas. Estaba demasiado alterada para detenerse el tiempo suficiente como para empujar primero y antes de tirar las manijas de las puertas. Mientras las lágrimas caían por sus mejillas, cubrí sus manos con las mías. 

Después de ayudar a abrir las puertas, Lali me miró. No estaba segura de sí tenía las mejillas ruborizadas de vergüenza o por el frío, pero todo lo que quería era hacer que eso desapareciera.

Tomé a Lali bajo mi brazo, y juntos nos fuimos a través de la casa, por las escaleras y a través de la multitud hacia la puerta principal. Lali se movió rápidamente, desesperada por llegar a la seguridad del apartamento. Sólo había oído hablar elogios de Carlos Espósito como jugador de póker por mi padre. Ver a Lali correr como una niña asustada me hacía odiar cada momento que mi familia perdió admirándolo.
A medio paso, la mano de Eugenia salió disparada y agarró el abrigo de Lali.

—Lali —susurró, señalando a un pequeño grupo de personas.

Estaban apiñadas alrededor de un hombre más viejo, desaliñado, sin afeitar y sucio hasta el punto en que parecía que olía. Señalaba a la casa, con una imagen pequeña. Las parejas asentían, discutiendo la foto entre ellos.

Lali irrumpió hacia el hombre y le sacó la foto de las manos. —¿Qué demonios estás haciendo aquí?

Miré la foto en su mano. No podía haber tenido más de quince años, flaca, con el pelo ratonil y los ojos hundidos. Ella debía de haber sido miserable. No es de extrañar que quisiera alejarse.

Las tres parejas que lo rodeaban se alejaron. Miré hacia atrás a sus rostros asombrados, y luego esperé a que el hombre respondiera. Era Carlos jodido Espósito. Lo reconocí por los agudos ojos inconfundibles ubicados en esa cara sucia.
Nicolás y Eugenia estaban a cada lado de Lali. Ahuequé sus hombros desde atrás.

Carlos miró el vestido de Lali y chasqueó la lengua en señal de desaprobación. —Bueno, bueno, Cookie. Puedes sacar a la chica de Vegas…

—Cállate. Cállate, Carlos. Sólo da la vuelta —señaló tras él—, y vuelve a cualquier lugar de donde vengas. No quiero que estés aquí.

—No puedo, Cookie. Necesito tu ayuda.

—Dime algo nuevo —se burló Eugenia.

Carlos entrecerró los ojos hacia ella, y luego volvió su atención a su hija. —Te ves increíblemente hermosa. Has crecido. No te reconocería en la calle.

Lali suspiró. —¿Qué quieres?

Él levantó las manos y se encogió de hombros. —Parece que me he metido en un lío, nena. Tu viejo padre necesita un poco de dinero.

Todo el cuerpo de Lali se puso tenso. —¿Cuánto?

—Lo estaba haciendo relativamente bien, realmente lo estaba. Sólo tenía que pedir un granito de arena para salir adelante y... ya sabes.

—Lo sé —le espetó—. ¿Cuánto necesitas?

—Veinticinco.

—Mierda, Carlos, ¿dos mil quinientos? Si te largas en este mismo instante... Te los daré —dije, sacando mi cartera.

—Quiere decir veinticinco mil —dijo Lali, su voz fría.

Los ojos de Carlos rodaron encima de mí, de mi cara a mis zapatos. —¿Quién es este payaso?

Mis cejas se alzaron de mi cartera, y por instinto, me incliné hacia mi presa.

La única cosa que me detenía era sentir el pequeño cuerpo de Lali entre nosotros, y saber que este hombrecito sucio era su padre. —Puedo ver, ahora, por qué un hombre como tú se ha reducido a pedirle a su hija adolescente un préstamo.

Antes de que Carlos pudiera hablar, Lali sacó su celular. —¿A quién le debes esta vez, Carlos?

Carlos se rascó su grasoso y canoso cabello. —Bueno, es una historia divertida, Cookie…

¿Quién? —gritó Lali.

—Benny.

Lali se inclinó hacia mí. —¿Benny? ¿Le debes a Benny? ¿Qué diablos estabas...? —Hizo una pausa—. No tengo esa cantidad de dinero, Carlos.

Sonrió. —Algo me dice que sí.

—¡Bien, no lo tengo! ¿Realmente lo has hecho, esta vez, no? ¡Sabía que no pararías hasta que terminaras muerto!

Se movió, la sonrisa satisfecha en su rostro había desaparecido. —¿Cuánto tienes?

—Once mil. Estaba ahorrando para un coche.

Los ojos de Eugenia se lanzaron en dirección a Lali. —¿De dónde sacaste once mil dólares, Lali?

—Las peleas de Peter.

Tiré de sus hombros hasta que me miró. —¿Has obtenido once mil de mis peleas? ¿Cuándo estabas apostando?

—Adam y yo tenemos un acuerdo —dijo casualmente.

Los ojos de Carlos estaban repentinamente animados. —Puedes duplicar eso en un fin de semana, Cookie. Puedes hacerme veinticinco para el domingo, y Benny no enviará a sus matones por mí.

—Me dejará sin nada, Carlos. Necesito pagar la escuela —dijo Lali, un deje de tristeza en su voz.

—Oh, puedes conseguirlo de nuevo en muy poco tiempo —dijo, agitando la mano con desdén.
—¿Cuándo es la fecha límite? —preguntó Lali.

—El lunes. A la media noche —dijo, sin pedir disculpas.

—No tienes que darle una jodida moneda de diez centavos, Pidge —le dije.

Carlos agarró la muñeca de Lali. —¡Es lo menos que puedes hacer! ¡No estaría en este lío si no fuera por ti!

Eugenia le dio una palmada en la mano y luego lo empujó. —¡No te atrevas a empezar esa mierda otra vez, Carlos! ¡Ella no te obligó a pedirle dinero prestado a Benny!

Carlos miró a Lali. La luz de odio en sus ojos hizo que cualquier conexión que tuviera con su hija desapareciera. —Si no fuera por ella, habría tenido mi propio dinero. Me arrebataste todo lo que era mío, Lali. ¡No tengo nada!

Lali ahogó un grito. —Voy a reunir el dinero de Benny para el domingo. Pero cuando lo haga, quiero que me dejes en paz. No voy a hacer esto otra vez, Carlos. A partir de ahora, estás por tu cuenta, ¿me oyes? Mantente. Alejado.

Apretó los labios y asintió. —Como tú digas, Cookie.

Lali se dio la vuelta y se dirigió hacia el coche.

Eugenia suspiró. —Hagan sus maletas, muchachos. Nos vamos a Las Vegas.

—Caminó hacia el Charger, y Nicolás y yo nos pusimos de pie, congelados.

—Espera. ¿Qué? —Él me miró—. Como Las Vegas, ¿Las Vegas? ¿Al igual que en Nevada?

—Eso parece —le dije, metiendo las manos en los bolsillos.

—Sólo vamos a reservar un vuelo a Las Vegas —dijo Nicolás, todavía tratando de procesar la situación.

—Sí.

Nicolás se acercó a la puerta abierta de Eugenia para dejar que ella y Lali entraran al lado del pasajero, y luego la cerró de golpe, su cara en blanco.

—Nunca he estado en Las Vegas.


Una sonrisa traviesa elevó mi boca hacia un lado. —Parece que es hora de estallar esa cereza.


CONTINUARÁ... ¡Hola! He podido subir :) Así que, ¡FELIZ AÑO NUEVO! Disfrutar mucho y pasarlo genial esta noche :) Gracias por leer y firmar!!

martes, 30 de diciembre de 2014

Capítulo 18

18
LUCKY THIRTEEN



Medio emocionado, medio nervioso como el infierno, entré en la casa de mi padre, mis dedos entrelazados con los de Lali. Humo del cigarrillo de mi padre y mis hermanos provenía de la sala de juegos, mezclándose con el ligero olor almizclado de la alfombra que era más vieja que yo.

A pesar de que Lali estuvo molesta al principio por no tener mucho aviso antes de conocer a mi familia, parecía más a gusto de lo que yo me sentía. Traer una novia a casa no era un hábito de los hombres Lanzani, y cualquier predicción de sus reacciones no era fiable en el mejor de los casos.

Bautista salió a la vista primero. —¡Santo Cristo! ¡Es el idiota!

Cualquier esperanza de que mis hermanos pretendieran no ser otra cosa que salvajes era una pérdida de tiempo. Los amaba de todos modos, y conociendo a Lali, también lo haría.
—Oye, oye... cuida tu lenguaje frente a la señorita —dijo papá, asintiendo hacia Lali.

—Pidge, este es mi papá, Pablo Lanzani. Papá, esta es Pigeon.

—¿Pigeon? —preguntó Pablo, con una expresión divertida en el rostro.

—Lali —dijo ella, estrechándole la mano.

Señalé a mis hermanos, cada uno asintiendo cuando decía su nombre. —Bautista, Tato, Tyler y Pepo.

Lali parecía un poco abrumada. No podía culparla, nunca le había hablado de mi familia, y cinco chicos serían abrumadores para cualquiera. De hecho, cinco chicos Lanzani eran francamente aterradores para la mayoría.

Al crecer, los niños del barrio aprendieron a no meterse con ninguno de nosotros, y sólo una vez alguien cometió el error de hacerlo. Éramos frágiles, pero nos uníamos como una sólida fortaleza si era necesario. Eso estaba claro, incluso para aquellos que no pretendían intimidarnos.

—¿Lali tiene apellido? —preguntó papá.

—Espósito —dijo, asintiendo cortésmente.

—Es un placer conocerte, Lali —dijo Pepo con una sonrisa. Lali no lo habrá notado, pero la expresión de Pepo era una fachada para lo que realmente hacía: analizar cada palabra y movimiento suyo. Él siempre estaba en búsqueda de alguien que pudiera potencialmente balancear nuestro ya débil barco. Las olas no eran bienvenidas, y siempre había hecho su trabajo al calmar las potenciales tormentas.

Papá no puede soportarlo, solía decir. Ninguno de nosotros podía discutir contra esa lógica. Cuando uno o unos cuantos de nosotros nos encontrábamos en problemas, iríamos con Pepo, y él se encargaría de ello antes que papá pudiera averiguarlo. Años de acoger a un grupo de escandalosos, violentos chicos hizo que Pepo se convierta en un hombre mucho antes de lo que debería. Lo respetábamos por eso, incluyendo mi padre, pero años de ser nuestro protector lo volvieron un poco arrogante a veces. Pero Lali se mantuvo sonriendo y ajena al hecho de que ahora era un blanco bajo la mirada del guardián de la familia.

—Un gran placer —dijo Bautista, sus ojos ambulantes en lugares que habrían conseguido que cualquier otro muriera.

Papá golpeó la parte trasera de su cabeza y gritó.

—¿Que dije? —dijo, frotándose la parte posterior de la cabeza.

—Siéntate, Lali. Míranos quitarle el dinero a Pit —dijo Tato.

Saqué una silla para Lali, y se sentó. Miré a Bautista, y respondió sólo con un guiño. Sabelotodo.

—¿Conociste a Stu Unger? —preguntó Lali, señalando una polvorienta foto.

No pude creerle a mis oídos.
Los ojos de papá se iluminaron. —¿Sabes quién es Stu Unger?

Lali asintió. —Mi papá es un fan también.

Papá se puso de pie, señalando la polvorienta foto a su lado. —Y ese de allí es Doyle Brunson.

Lali sonrió. —Mi papá lo vio jugar una vez. Es increíble.

—El abuelito de Peter era un profesional. Nos tomamos al póquer muy en serio por aquí. —Papá sonrió.

No era sólo que Lali nunca hubiera mencionado el hecho que conocía algo sobre póquer, también era la primera vez que la había escuchado hablar de su padre.

Mientras observábamos a Trenton barajar y repartir, traté de olvidar lo que había sucedido.

Con sus largas piernas, ligeras pero perfectas y proporcionadas curvas, y grandes ojos, Lali era increíblemente hermosa, pero conocer a Stu Unger por su nombre la había hecho tener un gran éxito con mi familia. Me acomodé un poco más arriba en mi asiento. No había forma que ninguno de mis hermanos pudiera traer a casa a alguien que superara eso.

Trenton levantó una ceja. —¿Quieres jugar, Lali?

Ella negó con la cabeza. —No creo que debería.

—¿No sabes cómo? —preguntó papá.

Me incliné para besar su frente. —Juega... yo te enseño.

—Deberías darle un beso de despedida a tu dinero en este momento, Lali —se rió Pepo.

Lali apretó los labios y metió la mano en su bolso, sacando dos billetes de cincuenta. Se los entregó a papá, esperando pacientemente que se los cambiara por fichas. Bautista sonrió, dispuesto a tomar ventaja de su confianza.

—Tengo fe en las habilidades para enseñar de Peter —dijo Lali.

Tato aplaudió. —¡Demonios, sí! ¡Voy a volverme rico esta noche!

—Empecemos con poco esta vez —dijo papá, lanzando una ficha de cinco dólares.

Bautista repartió, y abrió en abanico las cartas de Lali. —¿Alguna vez has jugado?

—Ha pasado un tiempo —asintió.

—No se vale el Go Fish, optimista —dijo Trenton, mirando sus cartas.

—Cierra la boca, Bauti —gruñí, lanzándole una rápida mirada amenazante antes de volver a mirar las cartas de Lali—. Estás buscando cartas altas, números consecutivos, y de la misma clase si eres muy afortunada.

Perdimos las primeras rondas, pero Lali se rehusaba a que la ayudara.
Luego de eso, empezó a recuperarse con bastante rapidez. Tres manos más tarde, había pateado todos sus traseros sin siquiera pestañear.

—¡Mierda! —Se quejó Bautista—. ¡La suerte del principiante apesta!

—Tienes a una chica que aprende rápido, Pit —dijo papá, moviendo su boca alrededor de su cigarro.

Tomé un trago de mi cerveza, sintiéndome como el rey del mundo. —¡Me estás haciendo orgulloso, Pigeon!

—Gracias.

—Aquellos que no pueden, enseñan —dijo Pepo, sonriendo.

—Muy gracioso, imbécil —murmuré.

—Consíguele una cerveza a la chica —dijo papá, una sonrisa divertida levantaba sus ya hinchadas mejillas.
Con mucho gusto fui y saqué una botella de la nevera, usé el ya roto borde de la encimera para sacar la tapa de la botella. Lali sonrió cuando puse la botella frente a ella y no dudó en tomar uno de sus tan conocidos grandes tragos.

Se limpió los labios con el dorso de la mano, y luego esperó que mi papá le diera sus fichas.

Cuatro manos más tarde, Lali había tomado lo último de su tercera cerveza y miraba a Tato de cerca. —Está de tu parte, Tato. ¿Vas a seguir siendo un bebé o vas a dar la cara como un hombre?

Se me estaba haciendo muy difícil mantener la excitación en otras zonas.

Mirar a Lali ganándoles a mis hermanos —y a un veterano del póquer como era mi padre— ronda tras ronda me calentaba. Nunca había visto una mujer más sexy en mi vida, y sucedía que era mi novia.

—¡Que se joda! —dijo Tato, lanzando sus últimas fichas adentro.

—¿Qué tienes, Pigeon? —le pregunté con una sonrisa. Me sentía como un niño en navidad.

—¿Tato? —solicitó Lali, con el rostro completamente en blanco.

Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro. —¡Flush! —Sonrió, extendiendo sus cartas boca arriba sobra la mesa.

Todos miramos a Lali. Sus ojos recorrieron a los hombres a su alrededor y luego golpeó las cartas sobre la mesa. —¡Acepten su derrota y lloren, chicos! ¡Ases y ochos!

—¿Un Full House? ¿Qué demonios? —gritó Bautista.

—Lo siento. Siempre quise decir eso —dijo Lali, riendo mientras agarraba sus fichas.

Los ojos de Bautista se estrecharon. —Esto no es sólo suerte de principiante. Ella juega.

Miré a Pepo por un momento. No quitó sus ojos de Lali.

Entonces, la miré. —¿Has jugado alguna vez, Pidge?

Apretó los labios y se encogió de hombros, dejando que una dulce sonrisa apareciera en las comisuras de su boca. Mi cabeza cayó hacia atrás, y me eché a reír. Intenté decirle lo orgulloso que estaba, pero las palabras no salieron por el temblor incontrolable que sacudía mi cuerpo. Golpeé la mesa con el puño varias veces, tratando de controlarme.

—¡Tu novia nos acaba de estafar! —dijo Tato, señalando en mi dirección.

—¡DE NINGUNA JODIDA MANERA! —gimió Bautista, poniéndose de pie.

—Buen plan, Peter. Traer un tiburón de cartas a la noche de póquer —dijo papá, guiñándole un ojo a Lali.

—¡No lo sabía! —dije, negando con la cabeza.

—¡Tonterías! —dijo Pepo, con los ojos todavía en mi novia.

—¡En serio! —dije.

—Odio decirlo, hermano. Pero creo que acabo de enamorarme de tu chica —dijo Tyler.

De repente mi risa se había ido y fruncí el ceño. —Oye, ya.

—Ya está bueno. Estaba solamente dejándotela fácil, Lali, pero quiero mi dinero de vuelta, ahora —advirtió Bautista.

Me senté a mirar las últimas rondas, viendo a los chicos tratando de recuperar su dinero. Ronda tras ronda, Lali los arrollaba. Ni siquiera pretendía ir fácil contra ellos.

Una vez que mis hermanos quedaron sin dinero, papá terminó la noche y Lali le devolvió cien dólares a cada uno de ellos, excepto a papá, quién no los quiso tomar.

Tomé la mano de Lali, y caminamos hacia la puerta. Mirar a mi novia ganarle a mis hermanos fue entretenido, pero aún estaba decepcionado que les devolviera parte de su dinero.

Me apretó la mano. —¿Qué sucede, bebé?

—¡Acabas de regalar cuatrocientos dólares, Pidge!

—Si esta hubiese sido una noche de póquer en Sig Tau, me los hubiera quedado. No les puedo robar a tus hermanos la primera vez que los conozco.

—¡Ellos se hubieran quedado con tu dinero!

—No lo hubiera dudado ni por un segundo, tampoco —dijo Tyler.

Por el rabillo de mi ojo, vi a Pepo mirando a Lali desde el sillón reclinable en la esquina de la sala de estar. Había estado más tranquilo que de costumbre.

—¿Por qué sigues mirando a mi chica, Pepo?

—¿Cuál dijiste que era tu apellido? —preguntó Pepo.

Lali se movió nerviosamente, pero no contestó.

Puse mi brazo alrededor de su cintura, y me volví hacia mi hermano, no muy seguro de a qué quería llegar. Él pensaba que sabía algo, y se preparaba para hacer su jugada.

—Es Espósito. ¿Por qué?

—Puedo entender por qué no lo averiguaste antes de esta noche, Pit, pero ya no tienes ninguna excusa —dijo Pepo, presumido.

—¿De qué mierda estás hablando? —pregunté.

—¿Por casualidad no estarás emparentada con Carlos Espósito? —preguntó Pepo.

Todas las cabezas se giraron, esperando la respuesta de Lali.
Envolvió su dedo en su pelo, claramente nerviosa. —¿De dónde conoces a Carlos?

Mi cuello se giró incluso más en su dirección. —Es uno de los mejores jugadores de póquer que haya existido. ¿Lo conoces?

—Es mi padre —dijo. Pareció casi doloroso de responder.

La sala entera estalló.

—¡DE NINGUNA JODIDA MANERA!

—¡LO SABÍA!

—¡ACABAMOS DE JUGAR CON LA HIJA DE CARLOS ESPÓSITO!

—¿CARLOS ESPÓSITO? ¡MIERDA!

Las palabras resonaron en mis oídos, pero aun así me tomó varios segundos procesarlo. Tres de mis hermanos saltaban arriba y abajo, gritando, pero para mí la habitación entera estaba congelada, y el mundo silencioso.
Mi novia, que también era mi mejor amiga, era la hija de una leyenda del póquer, alguien que mis hermanos, mi padre e incluso mi abuelo, idolatraban.

La voz de Lali me regresó al presente. —Les dije que no debía jugar.

—Si nos hubieras dicho que eras la hija de Carlos Espósito, tal vez te hubiéramos tomado más en serio —dijo Pepo.

Lali me miró desde abajo de sus pestañas, esperando una reacción.

—¿Tú eres Lucky Thirteen11? —le pregunté, sin habla.

Bautista se paró y la señaló. —¡Lucky Thirteen está en nuestra casa! ¡De ninguna manera! ¡No lo puedo creer!

—Ese fue un apodo que la prensa me dio. Y la historia no era exactamente correcta —dijo Lali, inquieta.
Incluso en medio de la resonante conmoción de mis hermanos, la única cosa que podía pensar era lo malditamente caliente que era la chica de la que estaba enamorado, era prácticamente una celebridad. Aún mejor, era famosa por algo exageradamente genial.

—Necesito llevar a Lali a casa, chicos —dije.

Papá miró a Lali por encima de sus anteojos. —¿Por qué no era correcta?

—Yo no le quité la suerte a mi padre. Es decir, es ridículo. —Se echó a reír, enroscando su pelo nerviosamente alrededor de su dedo.

Pepo negó con la cabeza. —No, Carlos dio esa entrevista. Dijo que a la media noche de tu decimotercer cumpleaños su suerte se acabó.

—Y la tuya empezó —añadí.

—¡Fuiste criada por mafiosos! —dijo Bauti, sonriendo con emoción.

—Oh... no —Se rió una vez—. Ellos no me criaron. Sólo estuvieron alrededor... bastante.

—Es una pena, Carlos soltándole tu nombre a la mafia por medio de la prensa. Eras sólo una niña —dijo mi papá, sacudiendo la cabeza.

—En todo caso, fue suerte de principiantes —dijo Lali.

Me di cuenta por la mirada en su cara que estaba incómoda por toda la atención.

—Fuiste enseñada por Carlos Espósito —dijo papá, sacudiendo la cabeza con asombro—. Estabas jugando profesionalmente y ganando a la edad de trece años, por Cristo Santo. —Me miró y sonrió—. No apuestes en su contra, hijo. Ella no pierde.

Mi mente inmediatamente regresó a la pelea cuando Lali apostó en mi contra, sabiendo que iba a perder, y tener que vivir conmigo por un mes. Durante todo este tiempo pensé que no se preocupaba por mí, y ahora me doy cuenta de que no era así.

—Uh… nos tenemos que ir, papá. Adiós, chicos.

Conduje por las calles, entrando y saliendo del tráfico. Cuanto más rápido subía la aguja del velocímetro, más apretados los muslos de Lali me sujetaban, haciéndome tener más ganas de llegar al apartamento.

Lali no dijo una palabra cuando aparqué la Harley y la conduje al piso de arriba, y todavía no hablaba cuando le ayudé con su chaqueta.

Se dejó el pelo suelto y me quedé mirándola con asombro. Era casi como si fuera una persona diferente, y no podía esperar para poner mis manos sobre ella.

—Sé que estás enojado conmigo —dijo, mirando al suelo—. Discúlpame que no te lo dije, pero no es algo de lo que hablo.

Sus palabras me sorprendieron. —¿Enojado contigo? Estoy tan caliente que no puedo ver claramente. Le acabas de robar el dinero a los imbéciles de mis hermanos sin siquiera pestañear, lograste asombrar a mi papá, y estoy bastante seguro que perdiste a propósito aquella apuesta que hicimos antes de mi pelea.

—Yo no diría eso...

—¿Pensaste que ibas a ganar?

—Bueno... no, no exactamente —dijo, quitándose los zapatos de tacón.

Apenas podía contener la sonrisa que avanzó a mi cara. —Entonces querías estar aquí conmigo. Creo que me acabo de enamorar de ti de nuevo.

Lali pateó sus tacones en el armario. —¿Cómo es que no estás enojado en este momento?

Suspiré. Tal vez debería haber estado molesto. Pero sólo… no lo estaba. —Es algo bastante importante, Pidge. Debiste habérmelo dicho. Pero entiendo por qué no lo hiciste. Viniste aquí para escapar de todo eso. Es como si el cielo se abriera… ahora todo tiene sentido.

—Bueno, eso es un alivio.
—Lucky Thirteen —dije, agarrando el dobladillo de su camisa y tirándola por encima de su cabeza.

—No me llames así, Peter. No es algo bueno.

—Eres jodidamente famosa, Pigeon. —Desabroché sus jeans y los bajé hasta sus tobillos, ayudándola a salir.

—Mi padre me odió luego de eso. Todavía me culpa por todos sus problemas.

Me quité la camisa y la abracé, impaciente por sentir su piel contra la mía. —Todavía no puedo creer que la hija de Carlos Espósito está parada frente a mí, he estado contigo todo este tiempo y no tenía ni idea.

Me empujó. —¡No soy la hija de Carlos Espósito, Peter! Eso fue lo que dejé atrás. Soy Lali. ¡Sólo Lali! —dijo, caminando al armario. Arrancó una camiseta del perchero y se la puso.

—Lo siento. Estoy un poco deslumbrado.

—¡Solamente soy yo! —Sostuvo la palma de su mano contra su pecho, su voz al borde de la desesperación.

—Sí, pero...

—Pero nada. La manera en que me estás mirando ahora. Es justamente por eso que no te lo había dicho. —Cerró los ojos—. No voy a vivir así de nuevo, Pit. Ni siquiera contigo.

—¡Guau! Cálmate, Pigeon. No nos dejemos llevar. —La tomé en mis brazos, de repente me preocupé de a dónde iba la conversación—. No me importa lo que fuiste o lo que ya no eres. Sólo te quiero a ti.

—Entonces, supongo que tenemos eso en común.

Tiré de ella suavemente a la cama, y luego me acurruqué a su lado, aspirando el ligero olor a cigarro mezclado con su champú. —Somos sólo tú y yo contra el mundo, Pidge.

Se acurrucó a mi lado, parecía satisfecha con mis palabras. Cuando se relajó contra mi pecho, suspiró.

—¿Qué sucede? —pregunté.

—No quiero que nadie se entere, Pit. No quería que te enteraras.

—Te amo, Lali. No lo volveré a mencionar, ¿de acuerdo? Tu secreto está a salvo conmigo —dije, apretando mis labios suavemente contra su frente.

Acarició su mejilla contra mi piel, y la apreté. Los acontecimientos de la noche parecían un sueño. La primera vez que llevaba una chica a casa, y no sólo era la hija de un famoso jugador de póker, sino que también podía dejarlos fácilmente a todos sin dinero en una sola mano. Por ser el jodido de la familia, sentí que por fin había ganado un poco de respeto por parte de mis hermanos mayores.

Y todo debido a Lali.

Me tumbé en la cama, incapaz de detener mi mente lo suficiente como para quedarme dormido. La respiración de Lali se había igualado media hora antes.

Mi móvil se iluminó y sonó una sola vez, lo que indica un mensaje de texto.

Lo abrí, y de inmediato fruncí el ceño. El nombre del remitente se desplazaba a través de la pantalla: Jason Brasil.

Amigo. Hablando de golpear a Pablo.

Con mucho cuidado, saqué el brazo de debajo de la cabeza de Lali para usar las dos manos para escribir la respuesta.

¿Quién lo dice?

Lo digo yo, está sentado aquí.

¿Ah, sí? ¿Qué está diciendo?

Es sobre Pigeon. ¿De verdad quieres saber?

No seas idiota.

Dice que todavía lo llama.

Negativo.

Antes, dijo que ella está esperando que metas la pata para poder deshacerse de ti.

¿Dijo cómo?

Dijo que el otro día le contó que se sentía muy infeliz, pero que eras un tipo loco y que estaba preocupada de qué hacer.

Si ella no estuviera a mi lado iría allí a patear su maldito trasero.

No vale la pena. Todos sabemos que está ardido.

Todavía me molesta.

Lo he oído. No te preocupes por esas estupideces. Tienes a tu chica a tu lado.

De no haber tenido a Lali durmiendo a mi lado, habría salido en mi moto directamente a la casa de Sig Tau a pegarle un puñetazo a la dentadura de Parker de-cinco-mil-dólares. Tal vez también un bate contra su Porsche.

Pasó media hora antes que los temblores de la rabia finalmente disminuyeran. Lali no se había movido. El suave sonido que hacía con su nariz cuando dormía ayudó a ralentizar mi ritmo cardíaco, y en poco tiempo tuve la oportunidad tomarla de vuelta a mis brazos y relajarme.

Lali no estaba llamando a Pablo. Si no era feliz, me lo habría dicho. Tomé una respiración profunda y vi la sombra del árbol de afuera danzando en la pared.

***

—No lo hizo —dijo Nicolás, parado a medio paso.

Las chicas nos dejaron solos en el apartamento para ir a comprar un vestido para la cita de la fiesta, así que le conté a Nicolás lo de Pablo de camino a la tienda de muebles.

—Claro que lo hizo. —Le pasé mi teléfono para que lo viera—. Brasil me envió un mensaje anoche y lo delató.

Nicolás suspiró y sacudió la cabeza. —Él sabía que iba a volver contigo. Me refiero... ¿cómo no? Esos tipos son más chismosos que las chicas.

Me detuve al ver un sofá que me llamó la atención. —Apuesto a que eso es por qué lo hizo. Con la esperanza de que yo me enterara.

Asintió. —Seamos realistas. El viejo tú tendría un ataque de celos y la asustarías lanzándola justo a los brazos de Pablo.

—Bastardo —dije mientras un vendedor se acercaba.

—Buenos días, caballeros. ¿Puedo ayudarlos a encontrar algo en particular?

Nicolás se arrojó sobre el sofá, y luego rebotó un par de veces antes de asentir. —Estoy de acuerdo.

—Sí. Voy a llevar este —le dije.

—¿Lo va llevar? —dijo, un poco sorprendido.

—Sí —dije, un poco sorprendido por su reacción—. ¿Es posible?

—Sí, señor, se puede. ¿Quieres saber el precio?

—Lo dice aquí, ¿no?

—Sí.

—Entonces, me lo llevo. ¿Dónde pago?

—Por aquí, señor.

El vendedor trató sin éxito de hablar de algunos elementos más que coincidían con el sofá, pero tenía unas cuantas cosas para comprar ese día.

Nicolás les dio nuestra dirección, y el vendedor me dio las gracias por ser la venta más fácil del año.

—¿A dónde vamos ahora? —me preguntó, tratando de mantenerse a la par de camino al Charger.

—Calvin.

—¿Quieres un nuevo tatuaje?

—Sí.

Me miró, cauteloso. —¿Qué vas a hacer, Pit?

—Lo que siempre dije que haría si encontraba a la chica adecuada.

Se puso delante de la puerta del pasajero. —No estoy seguro que esto sea una buena idea. ¿No crees que deberías hablar con Lali primero... ya sabes, para que no se asuste?

Fruncí el ceño. —Podría decir que no.

—Es mejor que diga que no, que tú haciéndolo y salga corriendo del apartamento porque la asustaste. Las cosas han ido bien entre ustedes. ¿Por qué no lo dejas por un rato?

Puse las manos en sus hombros. —Eso no suena como yo en absoluto —le dije, y luego lo moví a un lado.
Trotó alrededor de la parte delantera del Charger, y luego se sentó en el asiento del conductor. —Todavía creo que es una mala idea.

—Anotado.

—Entonces, ¿dónde?

—Steiner.

—¿La joyería?

—Sí.

—¿Por qué, Peter? —preguntó, su voz más dura que antes.

—Ya lo verás.

Negó con la cabeza. —¿Estás intentando que salga corriendo?

—Va a suceder, Nico. Sólo quiero tenerlo. Para cuando llegue el momento.

—Ningún tiempo cercano es el adecuado. Estoy tan enamorado de Eugenia, que me vuelve loco a veces, pero no tenemos la edad suficiente para esta mierda todavía, Peter. Y… ¿si dice que no?

Mis dientes se apretaron ante la idea. —No voy a preguntarle hasta que sepa que está lista.

Su boca se torció. —Justo cuando creo que no puedes hacer nada más loco, haces otra cosa que me recuerda que estás mucho más allá de loco.

—Espera a ver la piedra que vamos a buscar.

Giró la cabeza lentamente en mi dirección. —Ya has ido de compras, ¿verdad?


Sonreí.


CONTINUARÁ... Hola!! Espero poder subir mañana, pero por si no puedo: ¡¡Feliz año nuevo!! Gracias por leer y firmar y os deseo lo mejor para el próximo año :)