CAPÍTULO 11
CAMINO A CASA
PETER
Lali observó pasar Las Vegas por su ventana.
Sólo la visión de ella me hacía querer tocarla, y ahora que era mi esposa, esa
sensación se amplificaba. Pero estaba esforzándome mucho para no hacer que se
arrepintiera de su decisión.
Jugar relajadamente solía ser mi súper poder.
Ahora, me hallaba peligrosamente cerca de ser Nicolás.
Incapaz de detenerme, deslicé mi mano y apenas
toqué su dedo meñique. —Vi las fotos de la boda de mis padres. Pensaba que mamá
era la novia más hermosa que jamás había visto. Entonces, te vi en la capilla y
cambié de opinión.
Bajó la mirada a nuestros dedos tocándose,
entrelazando sus dedos con los míos, y luego me miró. —Cuando dices cosas así,
Lali, haces que me enamore de ti otra vez. —Se frotó contra mí y luego me besó
en la mejilla—. Me gustaría haber podido conocerla.
—A mí también. —Me detuve, preguntándome si
debería decir el pensamiento que estaba en mi cabeza—. ¿Qué hay de tu mamá?
Lali sacudió la cabeza, apoyándose en mis
brazos. —Ella no era de lo mejor antes de mudarnos a Wichita. Después de que
llegáramos ahí, su depresión empeoró. Simplemente se fue. Si no hubiera
conocido a Eugenia, habría estado sola.
Ella ya se encontraba en mis brazos, pero
también quería abrazar a la versión de dieciséis años de mi esposa. Y a la de
su infancia, para el caso. Había tantas cosas por las que pasó de las que no
pude protegerla.
—Yo... yo sé que no es cierto, pero Carlos me
dijo tantas veces que lo arruiné. A los dos. Tengo este miedo irracional de que
haré lo mismo contigo.
—Pigeon —la regañé, besando su cabello.
—Es extraño, ¿no? Que cuando empecé a jugar,
su suerte se fue. Dijo que yo tomé su suerte. Como si tuviera ese poder sobre
él. Hizo que algunas emociones estuvieran seriamente en un conflicto para una
adolescente.
El dolor en sus ojos provocó que un fuego
familiar se presentara en mí, pero rápidamente apagué las llamas con una
profunda respiración. No estaba seguro de si ver a Lali herida alguna vez me
haría sentir nada menos que un poco loco, pero ella no necesitaba a un novio
impulsivo. Necesitaba a un esposo comprensivo. —Si tuviera algún puto sentido
común, te habría hecho su amuleto de la suerte en lugar de su enemigo. Es su
pérdida, Pidge. Tú eres la mujer más increíble que conozco.
Repiqueteó con sus uñas. —Él no quería que yo
fuera su suerte.
—Podrías ser mi suerte. Me siento un gran
afortunado de mierda justo ahora.
Me dio un codazo en las costillas
juguetonamente. —Vamos a mantenerlo de esa manera.
—No tengo ni una sola duda de que lo haremos.
Aún no lo sabes, pero tú me salvaste.
Algo se encendió en los ojos de Lali, y apretó
su mejilla contra mi hombro.
—Espero que sí.
LALI
Peter me abrazó contra su costado, dejándome
ir sólo lo suficiente para que pudiéramos avanzar. No éramos la única pareja
excesivamente cariñosa esperando en la línea del mostrador para registrar la
entrada. Era el final de las vacaciones de primavera y el aeropuerto estaba
lleno.
Una vez que nos dieron nuestros pases de
embarque, lentamente nos abrimos paso a través de la seguridad. Cuando
finalmente llegamos al frente de la línea, Peter seguía provocando al detector,
así que el agente de la AST hizo que se quitara su
anillo.
Peter accedió a regañadientes, pero una vez
que pasamos por la seguridad y nos sentamos en un banco cercano para ponernos
los zapatos, Peter gruñó un par de inaudibles maldiciones, y luego se relajó.
—Está bien, bebé. Está de vuelta en tu dedo
—dije, riendo ante su reacción.
Peter no habló, sólo me besó en la frente
antes de dejáramos seguridad para dirigirnos a nuestra puerta. Los otros
turistas de primavera parecían igual de exhaustos y felices que nosotros. Y
divisé a otras parejas llegando de la mano, que se veían tan nerviosos y
emocionados como lo estábamos Peter y yo cuando llegamos a Las Vegas.
Rocé los dedos de Peter con los míos.
Suspiró.
Su respuesta me tomó por sorpresa. Fue pesada
y llena de estrés. Cuanto más nos acercábamos a la puerta, más lento caminaba.
También me preocupaba la reacción a la que nos enfrentaríamos en casa, pero me
sentía más preocupada por la investigación. Tal vez pensaba lo mismo y no
quería hablar conmigo al respecto.
En la Puerta Once, Peter se sentó a mi lado,
manteniendo su mano en la mía. Su rodilla rebotaba, y no dejaba de tocar y
tirar de sus labios con su mano libre. Su bigote de tres días se contraía cada
vez que movía la boca. O bien estaba volviéndose loco por dentro o había bebido
una taza de café sin que yo lo supiera.
—¿Pigeon? —dijo finalmente.
Oh, gracias a Dios. Hablará conmigo sobre
ello.
—¿Sí?
Pensó en lo que podría decir, y luego volvió a
suspirar. —Nada.
Fuese lo que fuese, quería arreglarlo. Pero si
él no pensaba en la investigación o en enfrentarse a las consecuencias del
incendio, no quería tocar el tema. No mucho tiempo después de que tomáramos
nuestro asiento, primera clase fue llamada para abordar. Peter y yo nos
quedamos con todos los demás para ponernos en la fila de clase turista.
Peter cambió de un pie al otro, frotándose la
nuca y apretando mi mano.
Era tan obvio que quería decirme algo. Lo
carcomía, y no sabía qué más hacer aparte de apretar su mano.
Cuando nuestro grupo de embarque empezó a
formar una línea, Peter vaciló. —No puedo deshacerme de este sentimiento —dijo.
—¿Qué quieres decir? ¿Cómo un mal
presentimiento? —dije, de repente muy nerviosa. No sabía si se refería al
avión, Las Vegas o ir a casa. Todo lo que podía salir mal entre nuestro
siguiente paso y nuestra llegada al campus pasó por mi mente.
—Tengo está loca sensación de que una vez que
lleguemos a casa, voy a despertar. Como si nada de esto fuera real. —La
preocupación brillaba en sus ojos, poniéndolos vidriosos.
De todas las cosas por las que preocuparse, se
preocupaba por perderme, al igual que yo me preocupaba por perderlo. Fue
entonces, en ese momento, que supe que habíamos hecho lo correcto. Eso sí,
éramos jóvenes, y sí, estábamos locos, pero estábamos enamorados como nadie.
Éramos más viejos que Romeo y Julieta.
Más viejos que mis abuelos. Puede no haber
sido hace mucho tiempo desde que fuimos niños, pero había personas con diez o
más años de experiencia que aún no lo tenían juntos. No teníamos todo resuelto,
pero nos teníamos el uno al otro, y eso era más que suficiente.
Cuando volviéramos, era probable que todo el
mundo estuviera esperando la ruptura, esperando el deterioro de una pareja que
se casó demasiado joven. Sólo imaginar las miradas, las historias y los rumores
hizo que se me pusiera la piel de gallina. Podía llevarnos toda una vida
demostrarles a todos que esto funcionaba.
Habíamos cometido tantos errores, y sin duda
volveríamos a cometer miles más, pero las probabilidades estaban a nuestro
favor. Antes les demostramos que se equivocaban.
Después de un partido de tenis de
preocupaciones y palabras tranquilizadoras, finalmente envolví mis brazos
alrededor del cuello de mi marido, tocando con mis labios muy ligeramente los
suyos. —Apostaría mi primer hijo. Así de segura estoy. —Esta era una apuesta
que no perdería.
—No puedes estar tan segura —dijo.
Levanté una ceja y mi boca se elevó hacia un
lado. —¿Quieres apostar?
Peter se relajó, tomando su pase para abordar
de mis dedos, y entregándoselo a la asistente.
—Gracias —dijo, escaneándolo y luego
devolviéndoselo. Hizo lo mismo con el mío, y así como lo hicimos hace poco más
de veinticuatro horas, caminamos de la mano por el túnel de embarque.
—¿Estás insinuando algo? —preguntó Peter. Se
detuvo—. No estás... ¿es por eso que querías casarte?
Me reí, sacudí la cabeza, y lo arrastré.
—Dios, no. Creo que hemos dado un gran paso, lo suficiente como para que nos
dure un tiempo.
Asintió una vez. —Bastante justo, Sra. Lanzani.
—Me apretó la mano y abordamos el avión a casa.
me encantooo . .masssssssss
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