lunes, 22 de junio de 2015

Capítulo 5

Lali se retiró a su habitación con intención de acostarse, aunque sabía que no iba a poder dormir. Habían sido demasiadas emociones para un solo día. La fiesta había salido bien y todo el mundo había entendido que Peter prefiriera estar solo, pero ella se arrepentía de haberlo arrastrado a esa situación.
Ya se había metido en la cama cuando llamaron a la puerta.
—¿Peter?
—Sí, soy yo.
—Adelante...
Peter entró en la habitación y la miró de arriba a abajo. Lali no llevaba más ropa que un camisón de seda.
—Lo siento, no sabía que ya estabas acostada.
Él dio media vuelta con intención de salir, pero ella se acercó y lo detuvo.
—No importa. ¿Querías algo?
Peter la volvió a mirar. Estaba pálido y sus ojos parecían más oscuros. Lali pensó que nunca le había parecido tan peligroso y tan atractivo a la vez. De hecho, se sintió tan insegura que dio un paso atrás.
—Siento haber sido tan brusco contigo.
—No te preocupes. Sé que ha sido muy difícil para ti.
Él no dijo nada. ¿Qué podía decir? Lali había sido la mejor amiga de Euge, pero había cortado su relación con ella y no había estado a su lado durante sus últimos meses de vida. Sencillamente, no podía imaginar lo que Peter había sufrido. Y, a decir verdad, se sentía culpable por ello. Culpable por haberla abandonado y culpable por envidiarla, por desear al hombre que se había casado con ella.
—No es necesario que te disculpes —continuó Lali—. Cometí un error. Debería haber sido más consciente de tus necesidades.
Peter se encogió de hombros.
—¿Mis necesidades? Ni yo mismo sé lo que necesito —le confesó—. A veces me siento como si no supiera nada.
Ella alzó un brazo y le acarició la mejilla.
—Has sufrido mucho, y sé que estás lejos de superarlo. Pero no te preocupes; no te volveré a presionar con compromisos sociales. Es evidente que necesitas más tiempo.
Peter le puso una mano sobre los dedos, causándole una descarga de electricidad que le recorrió el cuerpo con una fuerza devastadora. No podía negar que lo deseaba. Los pezones se le endurecieron bajo la fina tela del camisón y, más abajo, entre las piernas, sintió el intenso anhelo de la necesidad.
—Te equivocas, Lali —replicó él—. Si hay algo que me sobra, es tiempo. Tiempo para pensar, para dar vueltas y más vueltas a las cosas...
Pero no quiero pensar más. Por una vez, solo quiero sentir.
—¿Sentir?
Él asintió.
—Sí, sentir algo más que el dolor que llevo dentro —contestó—. Quiero que el sentimiento de vacío desaparezca.
Peter giró la cabeza de tal forma que sus labios quedaron contra la palma de Lali. Si le hubiera puesto una plancha encendida en la piel, el efecto no habría sido más abrumador. Ella soltó un grito ahogado y apartó la mano. Él inclinó la cabeza y ella se estremeció de placer, sorprendida por las reacciones de su propio cuerpo. Intentó encontrar palabras para describir lo que sentía, pero ya no podía pensar, ya no tenía pensamientos de ninguna clase. Solo había un calor que la quemaba, llamas de necesidad que le lamían la piel mientras se aferraba a Peter, anclándose a su fuerza y derramando todos sus años de deseo prohibido, postergado, en su boca.
Cuando él rompió el contacto, ella se le quedó mirando en silencio.
—Ven conmigo, a mi habitación —dijo Peter —. No podemos hacer el amor aquí.
Lali asintió y dejó que la llevara por el pasillo, hacia su dormitorio. Segundos más tarde, la puerta se cerró a sus espaldas. Ella se tumbó en la cama y Peter se tumbó sobre ella. Al sentir el peso de su cuerpo, Lali se arqueó y sintió la dureza de su erección. Se sentía como si toda su vida hubiera estado destinada a ese instante, y estaba más que dispuesta a saborear cada segundo.
Llevó las manos a la camisa de Peter y se la desabrochó. Mientras él la besaba, excitando su piel con el roce de su mandíbula sin afeitar, ella le quitó la prenda y le acarició el estómago. Quería acariciar cada centímetro de su cuerpo, probar cada centímetro de su cuerpo y, a continuación, dejar que él la probara.
Le pasó un dedo por el cuello y, tras detenerse un momento en sus hombros, trazó las líneas de los músculos de su pecho. Peter se estremeció, sobre todo cuando ella le frotó los pezones con los pulgares y se inclinó para besarlos.
Entonces, él se apoyó en un codo y la agarró por las muñecas, para impedir que continuara con sus caricias.
—Pero quiero tocarte... —protestó Lali.
—Paciencia.
Peter le levantó los brazos por encima de la cabeza. Le encantaba estar así, completamente a su merced, ofreciéndose con total confianza.
Él la besó en los labios y en el cuello, haciendo que se retorciera y arqueara de placer, que se mostrara suplicante, anhelante. Y, entonces, le soltó las manos, le quitó el camisón y cerró la boca sobre uno de sus
pechos.
—Oh, Peter...
Peter tembló, intentando refrenarse, mientras le succionaba los pezones y le provocaba oleadas de sensaciones a cual más intensa en la entregada
Lali.
Tras unos segundos de caricias, se apartó de ella y admiró su cuerpo desnudo bajo la luz de la luna, que entraba por la ventana.
—Eres preciosa.
Lali tuvo una extraña sensación de irrealidad, como si estuviera viendo una película antigua en blanco y negro cuyos protagonistas se encontraban por primera vez. Y, en cierto sentido, era verdad. Peter y ella se estaban encontrando por primera vez. Habían sido simples conocidos antes de que ella rompiera el contacto con Euge y casi enemigos desde entonces. Aunque Lali lo amara, no sabían nada el uno del otro.
Pero, al menos, sabía una cosa: que esta vez no se había alejado de ella; que, en lugar de marcar las distancias, la había llevado a su dormitorio y le estaba haciendo el amor.
Las cosas habían cambiado de repente.
En ese momento, Lali decidió que le daría todo lo que necesitara, todo lo que quisiera. Aunque, a cambio, solo recibiera una parte de lo que ella deseaba.
Soltó un gemido mientras Peter seguía con la exploración de su cuerpo, hasta llegar a su entrepierna. Cuando él le separó los muslos y empezó a lamer, ella estuvo a punto de saltar de la cama. Fue como si toda su energía se hubiera concentrado en un solo lugar. En cuestión de segundos, cayó por el precipicio del placer y llegó a un clímax tan exquisito e intenso que se le saltaron las lágrimas.
Antes de que pasaran los últimos coletazos del orgasmo, Peter se quitó los pantalones y los calzoncillos y se volvió a colocar entre sus piernas.
Luego, con un gemido gutural, la penetró. Ella sintió que sus músculos interiores se contraían sobre él, dándole la bienvenida a su interior, a su calor.
Casi no se había recuperado del primer orgasmo cuando notó que se acercaba al segundo. Peter se siguió moviendo una y otra vez, intoxicándola con un placer renovado, hasta que soltó un grito y se deshizo en ella.
Satisfecha, Lali cerró los brazos alrededor de su cuerpo y se apretó con fuerza, concentrada en el sonido de su respiración y en su estremecimiento.
Peter casi no podía respirar y, desde luego, no podía pensar. Se apartó de Lali y se tumbó a su lado para aliviar el calor que sentía.
Aún no podía creer lo que habían hecho.
Siempre había sabido que hacer el amor con Lali sería una experiencia explosiva. Por eso había mantenido las distancias; precisamente por eso. Y se sintió culpable. Creía que, al dejarse llevar por el deseo, al dejar que lo arrastrara de esa forma, había traicionado la memoria de la única mujer a la que había prometido fidelidad.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y la boca le supo amarga de repente.
En su opinión, él no merecía sentir placer. Ni merecía encontrar ese placer en los brazos de Lali Espósito.
Podía sentir su presencia. Podía oír su respiración, todavía acelerada.
Notaba el calor de su cuerpo, que inconscientemente le ofrecía su afecto y su apoyo. Cerró los ojos con fuerza y se maldijo en silencio.
Había cometido un error terrible. Se dijo que, si lo hubiera pensado antes, se habría encerrado en su dormitorio, a solas con la botella de brandy que había sacado del despacho para emborracharse y olvidar.
Justo entonces, ella lo tomó de la mano. Peter sintió que el colchón se hundía un poco cuando ella cambió de posición para ponerse de lado y mirarlo a los ojos.
Pero él no la miró. No se atrevía.
Se puso tenso, esperando que dijera algo. Sin embargo, Lali se limitó a acariciarle el pecho con movimientos circulares, que lo tranquilizaron al instante.
Peter pensó que no se quería tranquilizar. Quería gritar, insultarse a sí mismo por haberla llevado a su habitación y haberle hecho el amor; por haberse rendido a las necesidades de su cuerpo y haberla tomado sin pensar, sin calcular las consecuencias.
Sin protección.
—Oh, no...
—¿Qué ocurre? —preguntó ella, preocupada.
Peter la miró al fin.
—Hemos hecho el amor sin preservativo.
Lali sonrió.
—No te preocupes. Estoy tomando la píldora.
Peter la observó con detenimiento. ¿Estaría diciendo la verdad? En principio, no tenía motivos para mentir.
Un segundo después, ella se incorporó y se puso a horcajadas sobre él.
—No pasa nada, Peter. Solo quiero hacer el amor otra vez.
—Esto no es amor, Lali.
Ella suspiró y sacudió la cabeza.
—Déjate llevar. Deja que disfrute de ti —insistió—. Disfruta de mí.
Lali se inclinó y lo besó en la boca. Le pasó la lengua por los labios y luego, se los mordió con suavidad.
Él intentó resistirse al deseo que empezó a crecer en él, pero no lo consiguió. Pudo sentir el calor de su entrepierna mientras ella permanecía inclinada sobre su cuerpo y, después, sin saber cómo, se sorprendió devolviéndole el beso con una pasión donde se unían toda la necesidad y toda la desesperación que había acumulado durante los meses anteriores.
Cuando ella rompió el contacto, él estuvo a punto de protestar. Pero las pequeñas manos de Lali le acariciaron el pecho y el estómago y, por fin, se cerraron sobre su sexo, que empezó a masturbar con dulzura.
La sensación fue arrebatadora, aunque no tanto como la que llegó a continuación. Lali bajó un poco y se introdujo el pene en la boca.
La húmeda caricia de sus labios y de su lengua le causó una reacción en cadena de placer que se llevó por delante hasta el más pequeño de sus pensamientos. Ya no quería saber nada. Ya no se quería preguntar sobre las supuestas consecuencias morales de lo que estaban haciendo. Solo había espacio para el deseo y su inevitable conclusión.
Tras lamerlo un rato, Lali volvió a cambiar de postura. Se puso exactamente encima del miembro al que había estado dedicando su atención y descendió poco a poco, dándole otra vez la bienvenida.
Ella soltó un gemido y se empezó a mover. La tensión de Peter fue creciendo hasta que llegó un momento en que no podía soportarlo más.
Entonces, cerró las manos sobre sus caderas y se empezó a mover con ella, aceptando un ritmo que los volvía locos de placer a los dos. Pero Lali quería más, así que le apartó las manos de las caderas y se las llevó a los pechos, para que se los acariciara.
—Oh, sí... —suspiró.
Peter jugueteó con sus pezones y pensó que era magnífica. El pelo le caía por los hombros como una cascada y su esbelto cuello se arqueaba hacia atrás con su larga y curvada espalda. Peter supo que estaba a punto de llegar al orgasmo, pero mantuvo el control hasta que Lali gritó de nuevo y se estremeció.
Tras alcanzar el clímax, se quedaron abrazados, juntos.
Esta vez, Peter no experimentó la punzada del sentimiento de culpabilidad. Estaba demasiado cansado para pensar y demasiado satisfecho como para estropear la magia del momento con sus dudas.
Ya pensaría al día siguiente, cuando se levantara y se mirara al espejo.
Lali notó que las sábanas estaban frías y supo que Peter se había ido.
Esperaba que se quedara con ella toda la noche, pero sabía que él tenía sus demonios personales y que, más tarde o más temprano, tendría que enfrentarse a ellos.
Abrió los ojos y buscó el camisón con la mirada, considerando la posibilidad de volver a su dormitorio. Aún no había amanecido, aunque la oscuridad se estaba empezando a retirar. Y allí, junto a la ventana, estaba Peter.
Lali apartó el edredón y se acercó a él. Luego, le pasó los brazos alrededor de la cintura y se apoyó en su espalda sin decir nada.
Peter no se movió.
—¿Te encuentras bien? —Lali le dio un beso en el hombro.
Él se puso tenso.
—Sí... y no.
—Habla conmigo, Peter. Estoy aquí.
Él sacudió la cabeza.
—Creo que...
—¿Sí?
—Creo que anoche hice mal. No debí arrastrarte a mi dormitorio.
—Pues yo me alegro de que lo hicieras. Nos necesitábamos. Teníamos que hacer algo con lo que sentíamos —dijo Lali en voz baja—. No hay razón para que te sientas culpable.
Peter suspiró.
—Yo... No puedo.
Lali se apartó de él y dio un paso atrás.
—Lo comprendo, Peter. No pasa nada.
Lali tuvo que hacer un esfuerzo para no desmoronarse. La noche anterior había sido muy especial para ella, y esperaba que también lo hubiera sido para él. Pero, por lo visto, se había hecho esperanzas de forma precipitada.
Tendrían que tomárselo con calma, sin prisas. Si le concedía un poco de espacio, cabía la posibilidad de que se diera cuenta de que merecía ser feliz.
—Claro que pasa —replicó él—. No he hecho nada para ganarme tu comprensión. Te he utilizado, Lali. ¿No crees que mereces algo mejor?
Ella respiró hondo.
—Los dos merecemos algo mejor. Pero yo también te he utilizado a ti. No estás solo en esto, Peter; por muy aislado que te sientas, no estás solo. Estoy contigo.
Peter la miró perplejo.
—¿Ni siquiera vas a permitir que me disculpe por lo que he hecho?
Ella sacudió la cabeza.
—No has hecho nada que necesite una disculpa. Nada en absoluto —insistió, alzando la voz un poco—. ¿Intenté apartarte de mí? ¿Te pedí que te marcharas? ¿Rechacé tus labios cuando me besaste? No, Peter. Me entregué voluntariamente.
—Pero...
—Todos necesitamos ayuda de vez en cuando. Por desgracia, tú tienes miedo de pedirla... y, si la pides, te parece un síntoma de debilidad, algo de lo que te debes arrepentir.
—De todas formas, creo que debería haberme refrenado.
—Maldita sea, Peter —Lali lo miró con exasperación—. Anoche demostraste ser todo un hombre, una persona capaz de pedir lo que necesita. Y yo fui toda una mujer, una persona capaz de entregar lo que necesita. Si no hubiera querido estar contigo, no habría estado. Será mejor que lo asumas.
Lali se alejó de él y alcanzó el camisón, que estaba en el suelo. Después, se lo puso y salió de la habitación para dirigirse a su dormitorio. En cuanto llegó, se quitó el camisón y se metió en la ducha. Aún faltaba una hora para el amanecer y para el paseo matinal de Azul. Podría haber descansado un poco, pero estaba demasiado tensa; así que abrió el grifo, dejó que el agua la empapara y cerró los ojos durante unos segundos.
Cuando los volvió a abrir, Peter estaba con ella. El agua le caía por el pelo y por los hombros. Su mirada era intensa y sus labios, tentadores.
Peter alcanzó el jabón y se frotó las manos con él antes de dar la vuelta a Lali, que se encontró de cara a la pared. Luego, le empezó a dar un masaje en los hombros y bajó hasta el centro de su espalda, eliminando todas las tensiones que ella había acumulado la noche anterior.
Al sentir las manos de Peter en las nalgas, ella se estremeció. Sus pechos se habían hinchado y ansiaban sus caricias; sus pezones ardían en deseo de sentir su boca. Apretó los muslos en un intento por aliviar la presión que se había acumulado en su cuerpo, pero solo sirvió para aumentar el deseo de que la tocara.
De repente, él se apretó contra ella. Lali notó su pene contra las nalgas y se excitó un poco más. A continuación, Peter le pasó los brazos alrededor del tronco y cerró las manos sobre sus pechos, que masajeó con dulzura.
Lali se apoyó en la pared, echó las caderas hacia atrás y separó las piernas, ofreciéndose. Esperaba que Peter la tomara de inmediato, pero Peter no tenía prisa; llevó una mano a su entrepierna y le acarició el clítoris.
Tras unos momentos de caricias, Lali notó que las piernas le temblaban. Sabía que el orgasmo estaba creciendo en su interior, lentamente y, cuando por fin la penetró, fue como si hubiera llegado a lo más profundo de su ser. Nunca había sentido nada tan intenso, tan complejo, tan sublime.
Peter se empezó a mover. Lali sentía el vello de sus piernas contra los muslos y la dureza de su estómago contra las nalgas. Ya no podía refrenarse más. Tuvo un orgasmo que esta vez no llegó en oleadas, sino de golpe, completamente arrebatador. Y, en algún momento, mientras aquel torbellino la arrastraba, él también llegó al clímax. Poco a poco, se fueron calmando. Peter alcanzó de nuevo el jabón y la limpió con delicadeza. Lali se lo agradeció mucho, porque no tenía fuerzas ni para moverse.
—Sigue tomando la píldora —dijo él.
Peter salió de la ducha, alcanzó una toalla y se marchó.
Lali se quedó tan sorprendida que, durante unos momentos, pensó que había soñado toda la escena. Pero los latidos todavía acelerados de su corazón y el profundo sentimiento de satisfacción que la dominaba le hicieron comprender que había sido real.
Pensó en lo que Peter había dicho antes de marcharse y en lo que ella le había dicho de la píldora. Técnicamente, era cierto. La estaba tomando.
Pero había sido algo laxa durante el mes anterior y era posible que se hubiera saltado alguna. Si iban a seguir así, sería mejor que se lo tomara con más seriedad.
Cerró la llave del agua y se secó con una toalla, preguntándose si lo que había surgido entre ellos era suficiente. ¿Se podía conformar con una relación sexual? ¿Podía disfrutar de sus encuentros sin establecer un lazo emocional con él?
En otra época, la respuesta habría sido negativa. No estaba buscando una relación sexual, sino una relación amorosa. Pero Peter no estaba en condiciones de ofrecerle lo que ella quería. Solo le podía dar eso.
Decidió concederse una oportunidad y ver lo que pasaba. En el mejor de los casos, el hielo de su corazón se empezaría a derretir; en el peor, se habrían divertido un poco.
Al volver al dormitorio, alcanzó el bolso y sacó la caja de las píldoras. Tal como temía, se había saltado un par. Y como no se quería arriesgar a sufrir más olvidos, se puso una alarma en el teléfono móvil.
Para estar más segura, se dijo que pasaría por la farmacia de la localidad y preguntaría por la píldora del día después. No creía que hubiera pasado nada, pero todas las precauciones eran pocas.
Justo entonces, oyó que Azul se había despertado. Se vistió a toda prisa y entró en el cuarto de la pequeña para empezar otro día de trabajo. Pero, mientras la sacaba de la cuna, se dio cuenta de que aquello había dejado de ser un trabajo y se había convertido en otra cosa. Azul y Peter le habían dado algo que había echado de menos durante mucho tiempo: la sensación de ser útil, de que alguien la necesitara.
Sonrió y pensó que tenía que luchar por lo que quería. Estaba segura de que aquello podía funcionar, de que podían ser una familia. Con un poco de suerte, Peter Lanzani comprendería que él también la necesitaba.
Además, solo tenía dos opciones: seguir adelante y arriesgarse o rendirse sin luchar y alejarse de él, como había hecho cuando se casó con Euge.

Lali eligió la primera. Pero sabía que le esperaba un camino difícil.


CONTINUARÁ...

viernes, 19 de junio de 2015

Capítulo 4

Peter aparcó en el vado de la casa. Lali se había mantenido en silencio durante todo el trayecto, solo habían sido veinte minutos escasos, pero le había parecido un siglo y se alegró de llegar. Sin embargo, su alivio era poca cosa en comparación con la rabia que sentía. En teoría, Lali estaba allí para cuidar de Azul, solo para cuidar de Azul y estaba haciendo bastante más que eso.
Su vida era más sencilla antes de que ella apareciera. Llevaba una existencia solitaria, pero también segura. Ahora, en cambio, cada día amanecía con un desafío nuevo que le incomodaba más que el anterior.
Salió del vehículo y sacó las bolsas y el carrito del maletero mientras Lali se encargaba de la pequeña.
—Voy a darle el biberón para que se tranquilice y se quede dormida —declaró ella—. Vuelvo enseguida.
Él asintió.
—Te espero en el despacho.
Peter se dedicó a caminar por el despacho los minutos siguientes, nervioso. No sabía qué hacer, pero sabía que la presencia de Lali le estaba causando muchos problemas. Tenía que librarse de ella.
Por fin, Lali llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta.
—Me ha costado tranquilizarla, pero ya se ha quedado dormida —dijo.
Ella cruzó el despacho y se sentó al otro lado de la mesa, bajo la atenta mirada de Peter. Los vaqueros ajustados le acentuaban las curvas y la longitud de las piernas. Era una mujer preciosa.
—Ya sé por qué ha estado tan difícil últimamente —continuó ella—. Le he mirado la boca y le están saliendo dientes nuevos.
Peter gruñó algo ininteligible y se acomodó en su sillón, con la mesa de por medio.
—Quiero hablar contigo de lo que ha pasado hoy.
Ella asintió.
—Lo siento mucho, Peter. Ha sido culpa mía. Me descuidé un momento y la perdí de vista... Lo siento de verdad.
—Sentirlo no es suficiente, Lali. No creo que seas la persona adecuada para cuidar de mi hija —replicó.
Lali lo miró y dijo, con voz quebrada:
—¿No crees que estás exagerando?
—Estás aquí para cuidar de Azul y no haces muy bien tu trabajo.
—Por Dios, Peter... Cualquiera diría que la he dejado sola en mitad de la nada. Estaba en el parque, con varios adultos.
Lali se levantó de repente y se apoyó en la mesa, ofreciéndole una visión tan arrebatadora de su escote que Peter se quedó sin habla.
—Mira, admito que he cometido un error, pero te prometo que, a partir de ahora, tendré más cuidado. No me apartaré de ella ni un segundo. Seré su sombra.
Él sacudió la cabeza.
—No sé qué decir, Lali.
—Azul necesita una niñera. Y si no soy yo, ¿quién va a ser? Catherine no volverá hasta dentro de dos semanas, y no se encuentra en condiciones de cuidar a una niña pequeña, llena de energía —le recordó—. Además, ten en cuenta que, para entonces, es posible que Azul ya haya empezado a caminar... ¿Y quién se va a encargar de ella, Peter? ¿Quién se dedicará a vigilarla? ¿Tú?
Peter se estremeció, pero esta vez no fue de deseo, sino de terror. No podía asumir la responsabilidad de cuidar de Ruby. Simplemente, no podía.
Si una niñera experta como Lali cometía errores, ¿qué le pasaría a él, que no tenía ninguna experiencia con niños?
—Supongo que la podrías llevar a una guardería —siguió ella—, pero tengo entendido que Euge quería que creciera en casa.
—Eso no es asunto tuyo, Lali.
—Puede que no, pero... ¿qué vas a hacer? ¿Encerrarte aquí y seguir viviendo solo, expulsando a todo el mundo de tu vida? A Euge no le habría gustado.
—¡Basta ya! —exclamó él—. Estoy dispuesto a concederte otra oportunidad, Lali; pero solo una más.
—¿Por qué reaccionas así? ¿Es que te disgusta la verdad?
—No sigas por ese camino —le advirtió—. Te estás metiendo donde no te llaman.
Lali hizo caso omiso.
—Euge se llevaría un disgusto si te pudiera ver ahora. Te has encerrado tanto en ti mismo que te has convertido en un témpano, en un hombre sin sentimientos que ni siquiera es capaz de demostrar afecto a tu hija.
Peter se levantó del sillón y la agarró de los brazos.
—¿Qué no soy capaz de demostrar afecto? ¿Que no tengo sentimientos?
Te voy a demostrar lo equivocada que estás.
Sin pensarlo, sin valorar las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer, Peter bajó la cabeza y asaltó la boca de Lali, que soltó un gemido. Fue un beso apasionado, sin el menor asomo de timidez, un beso tan embriagador que los dos perdieron el control unos minutos.
Ella le pasó los brazos alrededor del cuello y se apretó contra él, frotándose suavemente contra el bulto de su erección. Peter le levantó la camiseta y le acarició la cintura antes de ascender hasta sus pechos, embutidos en un sostén de encaje. Luego, le acarició los pezones por encima de la tela. Habría dado cualquier cosa por llevárselos a la boca, por juguetear con ellos, por saborearlos. Quería descubrir hasta el último de sus secretos.
Fue la propia fuerza de su deseo lo que sacó a Peter del trance. A regañadientes, sacó las manos de debajo de la camiseta, dio un paso atrás y la miró a los ojos, que ardían con la misma pasión que los suyos.
—¿Lo ves, Lali? Contrariamente a lo que crees, soy capaz de sentir —dijo con voz ronca—. De hecho, siento demasiado.
Lali se quedó en el despacho cuando Peter desapareció.
Su mente estaba llena de preguntas. ¿Qué había pasado? Obviamente, sabía lo que había pasado, pero no entendía por qué. Habían empezado a discutir y, luego, sin más, se estaban besando como si la vida les fuera en ello. No tenía sentido.
Sacudió la cabeza y se llevó una mano temblorosa a los labios, que aún sentían el eco de su ardorosa posesión. Su cuerpo estaba lleno de energía; una energía intensa que exigía satisfacción a toda costa. Había sido una experiencia desconcertante. Lali siempre había sabido que se sentía atraída por él, pero no imaginaba que sus emociones fueran tan profundas.
Acababa de descubrir que su deseo no era simplemente de carácter físico. Anhelaba la clase de relación que Peter y Euge habían tenido; el mismo tipo de amor que habían compartido sus propios padres durante los mejores y los peores años de su matrimonio. Un amor que ni siquiera se había roto cuando su madre empezó a sufrir los síntomas de la demencia senil.
Al principio, su padre había cuidado de ella en casa y, más tarde, cuando la tuvieron que ingresar, la siguió cuidando en el hospital. La quería tanto que no se apartó de ella hasta que falleció.
Lali quería ese tipo de relación. Quería la misma devoción, la misma entrega. Pero no había conocido a nadie que estuviera a la altura de sus deseos. A nadie salvo a Peter, el hombre más atractivo que había conocido nunca y, como le había demostrado durante su matrimonio con Euge, unhombre que amaba hasta el final, con todas sus fuerzas. No era extraño que estuviera enamorada de él.
Pero, ¿sus sentimientos eran recíprocos? Aunque lo sucedido demostraba claramente que la deseaba, eso no quería decir que estuviera enamorado de ella. De hecho, ni siquiera sabía si era capaz de amar otra vez. Había pasado poco tiempo desde la muerte de Bree y Peter distaba de haberse recuperado.
¿Qué debía hacer? ¿Presionarlo lenta y suavemente, para que se viera obligado a afrontar lo que sentían? ¿O esperar a ver lo que pasaba? En cuanto a Euge, siempre formaría parte de sus vidas. Azul era un testimonio permanente en ese sentido y, al mismo tiempo, un testimonio de que el amor verdadero no se podía destruir. Pero Lali también sabía que Peter podía volver a amar y que el amor crecía hasta en las circunstancias más adversas. Sus padres eran un buen ejemplo. ¿Qué podía hacer?
Por una parte, era consciente de que no tendría ninguna oportunidad si Peter no derribaba los muros que había levantado a su alrededor; por otra, no estaba segura de tener derecho a pedirle que los derribara.
Lali estaba viendo un programa educativo con Azul cuando cayó en la cuenta de que ya llevaba un mes en casa de Peter Lanzani. Pero la niña se puso a reír en ese momento y la sacó de sus pensamientos.
—Vaya, parece que hoy está contenta...
Lali se giró hacia el umbral del salón y miró a Peter, que observaba a su hija con una sonrisa en los labios.
—¡Papá! ¡Papá! —exclamó la pequeña.
Lali la miró con ternura. La niña había mostrado cada vez más interés por Peter. La curiosidad inicial de Azul se había transformado en un deseo evidente de llamar la atención de su padre. Pero ni él ni ella esperaban lo que estaba a punto de pasar.
De repente, se levantó del suelo y dio unos pasitos inseguros hacia él.
—Dios mío, está andando... —dijo Lali —. ¡Está andando!
Peter no apartó la vista de Azul.
—¿Es normal que ande tan pronto?
—Bueno, solo tiene diez meses, pero lo ha estado intentando desde hace un par de semanas... —contestó.
La niña perdió el equilibrio y Peter se acercó rápidamente y la tomó en brazos antes de que pudiera caer.
A Lali se le hizo un nudo en la garganta. Por fin, el hombre de sus sueños se empezaba a comportar como un padre.
—Papá... —insistió la niña.
—Exacto —dijo Lali —. Es tu padre, tu papá.
La niña le acarició la cara a Peter, que miró a Lali con el ceño fruncido.
—¿Por qué me miras así? —preguntó ella—. Eres su padre, ¿no? Es lógico que te reconozca como tal.
—No me reconoce como su padre. Me llama papá porque te oye decirlo y te imita.
Ella se encogió de hombros.
—Es posible, pero yo prefiero pensar que te reconoce. Además, ¿por qué te incomoda tanto? ¿Prefieres que te trate como si fueras un desconocido?
Él guardó silencio. La niña dio media vuelta y empezó a caminar hacia su niñera con la ayuda de Peter, que se aseguró de que no volviera a tropezar. Cuando llegó a su destino, Lali la abrazó y la cubrió de besos.
—¡Qué maravilla! ¡Ya has aprendido a andar... ! A partir de ahora, tendré que vigilarte con más atención.
Lali alzó la cabeza y miró a Peter, que las observaba con una expresión extraña. ¿Sería posible que se hubiera emocionado? ¿O quizás estaba triste porque no se sentía capaz de ser tan afectuoso con Azul como ella?
No estaba segura, pero decidió aprovechar la oportunidad para mencionar un asunto en el que había estado pensando.
—Peter...
—¿Sí?
—Catherine vuelve a casa este fin de semana y, como coincide con la fecha del cumpleaños de Euge, se me ha ocurrido que podríamos hacer algo para celebrarlo. No sé... podríamos invitar a unos cuantos amigos. Sería una forma de dar la bienvenida a tu suegra y de honrar la memoria de Euge.
—Sinceramente, no necesito fiestas para recordar a mi esposa. No me parece una buena idea —dijo él.
Ella respiró hondo.
—Ya imaginaba que te opondrías. Precisamente por eso, me he adelantado y la he organizado sin decirte nada. Todos se alegraron mucho cuando los llamé.
Peter la miró con ira.
—No tenías derecho a hacer una cosa así.
—Mira, sé que te estás esforzando por volver a la normalidad...
—¿A la normalidad? —la interrumpió—. La normalidad terminó con la muerte de mi esposa. No sabes lo que significó para mí.
Azul notó que el ambiente había cambiado y se empezó a poner nerviosa, así que Lali la abrazó con más fuerza.
—No, no lo sé. Razón de más para que honremos su memoria todos juntos —alegó—. Catherine y tus amigos te necesitan. De hecho, creo que tú también los necesitas y que estarías de acuerdo conmigo si no te hubieras empeñado en condenarte a la soledad.
Peter entrecerró los ojos y la miró en silencio unos momentos.
—Está bien —dijo—. Pero no esperes que aplauda tu decisión.
—Solo te pido que estés presente.
—A veces, pides demasiado.
Peter salió de la habitación y la dejó con un profundo sentimiento de angustia. Se había salido con la suya, pero al precio de hacerle daño otra vez.
Entonces, la niña alzó la cabeza y miró a su alrededor.
—¿Papá?
Lali sonrió a Azul.
—Se ha ido, preciosa, pero volverá. Te aseguro que, al final, volverá.

* * *

Peter miró a las personas que se habían reunido en su casa. Sabía que, si Euge hubiera seguido con vida, habría organizado una fiesta como esa paracelebrar su cumpleaños. Estaban su madre, sus amigos, Lali y varios primos de él. Pero, por algún motivo, se sentía completamente fuera de lugar. Sonreía, hablaba con ellos y les servía copas, pero casi en calidad de observador externo. Además, las conversaciones de los invitados le ponían de mal humor.
Demostraban que habían seguido adelante con sus vidas, ajenos a la desaparición física de Euge y, aunque fuera lo más natural del mundo, lemolestaba terriblemente. Hacían que se sintiera más solo, más vacío, más abandonado.
Miró a Catherine para saber si se encontraba bien. Era una situación especialmente difícil para ella, pero parecía a la altura de las circunstancias. No tenía miedo de derramar una o dos lágrimas o de soltar una carcajada, según los casos, cuando alguien recordaba alguna anécdota de Euge.
Momentos después, Catherine se dio cuenta de que Peter la estaba mirando y se apartó del grupo para hablar con él.
—A Euge le habría encantado esta fiesta, ¿verdad?
Peter no dijo nada. Ella le puso una mano en el hombro.
—Lali ha hecho un gran trabajo.
—Sí, bueno... Todo el mundo ha contribuido.
—Pero ha sido idea suya, Peter. Y nos ha unido de nuevo —replicó su suegra—. Sé que siempre echaré de menos a Euge, pero hoy me siento un poco mejor, ¿sabes?
Peter asintió porque era lo apropiado, aunque su estado emocional no se parecía nada al de Catherine. Él no se sentía mejor. No encontraba alivio alguno en la presencia de sus amigos. Necesitaba espacio, silencio, soledad.
Cuando Catherine volvió con los invitados, él aprovechó la circunstancia para salir de la casa. Ya se había hecho de noche, pero ni siquiera se dio cuenta. Tomó el camino que llevaba la bodega, pasó de largo y siguió colina abajo hasta que no pudo seguir más, porque habría supuesto lanzarse a las oscuras aguas del puerto.
Estuvo allí hasta que la luna llegó a lo más alto. Entonces, dio media vuelta y se dirigió a la casa. Había estado tanto tiempo fuera que se había quedado helado.
Al llegar a casa, se llevó una alegría. Los invitados ya se habían marchado; en el vado no quedaba ningún coche. Y, como no quería ver a nadie, entró por la puerta de atrás y se dirigió directamente a su habitación, deseando estar a solas.
—¿ Peter? ¿Eres tú?
Peter se detuvo en seco al cruzarse con Lali en el pasillo. Era la última persona con quien le apetecía hablar.
—¿Te encuentras bien?
Él soltó una carcajada.
—¿Que si me encuentro bien? No, Lali, no estoy bien.
Peter siguió andando, pero ella lo alcanzó y lo detuvo.
—Lo siento, Peter. Creí que organizar una fiesta era una buena idea, pero puede que me haya equivocado.
—Sí, es posible —ironizó.
Peter la miró con intensidad antes de añadir:
—Te dije que me pedías demasiado.
—Lo sé... Me he dado cuenta, aunque sea un poco tarde. Y lo siento de verdad —insistió—. Ha sido muy duro. Incluso para mí.
—Ya.
—Peter, sé cómo te sientes y...
—¿Lo sabes? —preguntó con incredulidad—. ¿Crees que lo sabes? Pues no, Lali. Dudo que alcances a imaginar cómo me siento.
—No eres el único que ha perdido a Euge —se defendió ella.
—¡Pero Euge era mi esposa! —bramó él con tanta rabia como tristeza—. Era mi esposa, Lali. Todo mi mundo.
Peter se alejó, entró en su dormitorio y cerró de un portazo, sin preguntarse si el ruido despertaría a Azul, que ya estaba durmiendo.
Se quedó de pie en la oscura habitación, sin moverse y casi sin respirar, porque tenía miedo de que el monstruo que había crecido en su interior se liberara y lo dominara por completo. El monstruo que estaba enfadado con todo y con todos porque la muerte se había llevado a Euge. El monstruo que estaba enfadado con la propia Euge porque le había ocultado su enfermedad y se había quedado embarazada a sabiendas del riesgo que corría.
El monstruo que se odiaba a sí mismo porque, a pesar de lo mucho que había querido a Euge y lo mucho que la echaba de menos, seguía deseando a Lali Espósito, su mejor amiga. Y con más fuerza que nunca.



CONTINUARÁ...

jueves, 18 de junio de 2015

Capítulo 3

Peter mantuvo las distancias los días siguientes, para disgusto y frustración de Lali. Tenía intención de incluirlo poco a poco en las rutinas de Azul, pero siempre se las arreglaba para desaparecer. Sin embargo, la breve interacción de padre e hija había servido para despertar la curiosidad de la pequeña, que ya no tenía miedo del hombre de expresión sombría que había entrado en su mundo. Ahora, cuando lo veía, no rompía a llorar. De hecho, tendía a dejar lo que tuviera entre manos y gatear hacia él.
En cualquier caso, no se podía negar que habían avanzado un poco. Y Lali adoptó una rutina diaria que resultó bastante más sencilla de lo previsto porque Catherine había apuntado a la niña a un grupo de juegos en una guardería local, donde jugaba con niños de su edad y con otros algo mayores.
Un día, estando en el grupo, una de las madres se acercó a ella y se sentó a su lado.
—Hola, soy Candela —dijo con una sonrisa radiante—. Soy la madre del niño de pantalones vaqueros y camiseta militar que está gateando.
Lali le devolvió la sonrisa.
—Encantada de conocerte. Yo me llamo Lali.
—¿Sabes algo de Catherine?
—La operación salió muy bien. Ahora está en la casa de su hermana, en Cashmere.
Candela guardó silencio y se dedicó a mirar a los niños unos segundos.
Lali tenía la sensación de que quería decir algo más y no se atrevía. Pero, al final, la miró de nuevo y dijo en voz baja:
—Nos llevamos una sorpresa cuando supimos que Azul se iba a quedar en casa de su padre. Sobre todo, teniendo en cuenta que...
—¿Sí?
—No quiero meterme donde no me llaman, pero ¿Peter está bien?
Muchos de nosotros nos hicimos amigos de Peter y de su esposa durante el embarazo de Euge. Luego, pasó lo que pasó y Peter rompió el contacto —declaró Candela—. Hemos intentado hablar con él, pero parece que no quiere ver a nadie.
Lali asintió. Obviamente, no le podía dar explicaciones. No tenía derecho. Pero intentó tranquilizarla.
—Descuida. Las cosas van muy bien.
Candela la miró un momento y soltó un suspiro de alivio.
—No sabes cuánto me alegro —dijo—. Por cierto, me han comentado que eras amiga de Euge...
Lali asintió una vez más.
—Sí, desde la infancia. Estudiamos juntas en el colegio, aunque nos distanciamos un poco cuando ella se marchó a Auckland para ir a la universidad. Luego, retomamos el contacto y lo volvimos a perder tras su matrimonio.
Lali sintió una punzada de amargura. Se sentía culpable por haber roto la relación con Euge cuando se casó con Peter. Se había ido del país porque no soportaba ver a su mejor amiga con el hombre que ella deseaba.
—La echamos mucho de menos... —dijo Candela.
—Yo también la extraño.
Candela le apretó la mano con afecto y Lali se sintió un fraude por aceptar la solidaridad de la otra mujer. Había abandonado a Euge. La había dejado sola cuando más lo necesitaba. Y todo porque no había sido capaz de controlar sus hormonas.
Se sentía en deuda con su difunta amiga. Por eso estaba allí, cuidando de Azul. Por eso se arriesgaba a compartir casa con el hombre de sus sueños.
—El domingo por la tarde, si el tiempo lo permite, vamos a hacer una fiesta en la playa —declaró Candela de repente— con las familias que traemos a los niños a la guardería. Si quieres, estás invitada... Llevaremos mesas e instalaremos una barbacoa. Me encantaría que Azul y tú vinierais. Y si puedes traer a Peter, tanto mejor...
—No sé si podré, Candela. ¿Te importa que te lo confirme más tarde?
Candela sacudió la cabeza y sonrió nuevamente.
—No, por supuesto que no. Aquí tienes mi número de teléfono.
Candela le dio el número.
—Cuando sepas si vas a venir, avísame.

* * *

Lali se llevó a la niña de la guardería y volvió a la casa de Peter en su coche. Azul se había quedado dormida en la sillita del asiento trasero, así que la tuvo que levantar con mucho cuidado y llevarla en brazos hasta la cuna.
Tras tumbarla en ella, se dedicó a observarla. La pobre niña había perdido a su madre y, por si eso fuera poco, tenía un padre que no se atrevía a asumir su responsabilidad.
Apoyó las manos en la barandilla de la cuna y las cerró con fuerza.
No sabía cómo, pero debía encontrar la forma de sacar a Peter de su ensimismamiento, de conseguir que volviera a la vida.
De lo contrario, le fallaría a Euge, se fallaría a sí misma, y sobre todo, fallaría a Azul.
El domingo amaneció despejado. Peter contempló el cielo sin nubes y frunció el ceño. No quería ir a la fiesta de la playa, de hecho, se había negado en redondo. Pero Lali había despreciado su negativa y se había comportado como si su opinión no tuviera la menor importancia.
Consideró la posibilidad de encerrarse en la bodega o perderse por los viñedos, aunque las viñas no estaban en condiciones de ocultar a nadie: a medida que se acercaba el invierno, habían empezado a perder las hojas. Si hubiera sido época de vendimia, Peter se habría excusado con el argumento de que tenía muchas cosas que hacer, pero no lo era.
Tenía que hacer algo. No se sentía con fuerzas para asistir a la fiesta. No se creía capaz de enfrentarse a las sonrisas y a las palabras de apoyo de aquellas personas, cuyas buenas intenciones no podían cambiar nada en absoluto.
Pero, especialmente, no quería estar en compañía de Lali Espósito. Ya le dolía bastante la tortura de tener que cruzarse con ella todos los días y de volver a sentir el deseo que lo dominaba desde la primera vez que se habían visto. Tras la muerte de Euge, la libido de Peter se había apagado hasta el extremo de que llegó a creer que se había liberado de ella; pero había renacido con más fuerza que nunca cuando Lali se presentó en su casa.
Era una sensación tan incómoda como inconveniente.
—Ah, ya estás preparado...
La alegre voz de Lali sonó a espaldas de Peter, que se dio la vuelta y se excitó al contemplar sus largas piernas. Hacía verdaderos esfuerzos por mantener el control de sus emociones, pero no lo conseguía.
Alzó la cabeza y miró a la niña. Le había puesto unos pantaloncitos de color rosa, un jersey a rayas y un gorrito de lana. Azul apartó la cabeza del pecho de Alexis y dedicó una sonrisa encantadora a su padre, que se estremeció y pensó que su hija era extraordinariamente guapa; tan guapa como su difunta madre.
—¿Vamos en tu coche? ¿O en el mío? —continuó ella.
Peter suspiró.
—No sé si voy a ir... tengo que comprobar unas cosas en la bodega. ¿Por qué no os adelantáis vosotras? Yo iré después, si puedo.
Lali apretó los labios y lo miró con toda la determinación de la que eran capaces sus ojos.
—No vas a venir, ¿verdad? —dijo, tajante—. No quieres venir.
Peter estuvo a punto de negarlo, pero era tan evidente que prefirió ser sincero.
—No, no quiero ir.
Esta vez fue ella quien suspiró.
—Está bien. Entonces, iremos solas. Mejor.
—¿Mejor? ¿Qué quieres decir con eso?
Lali se encogió de hombros.
—Sé que te has encerrado en ti mismo desde que Euge falleció, pero te recuerdo que no eres la única persona que la ha perdido —contestó—. Todos sus amigos la hemos perdido, y algunos lo han pasado especialmente mal porque tú les has cerrado tu corazón y los has expulsado de tu vida. Te echan de menos, Peter.
—Yo...
Peter no terminó la frase. Sabía que Lali tenía razón. Había cortado los lazos con todos sus amigos porque no soportaba sus palabras de apoyo ni sus discursos de volver a vivir y seguir adelante.
Pero, por otro lado, no podía negar que extrañaba la camaradería de algunas personas. Echaba de menos las discusiones sobre vinos y la posibilidad de divertirse viendo un partido de rugby y bebiendo unas cervezas en la barra de un bar.
Desgraciadamente, no sabía si estaba preparado para retomar sus antiguas relaciones. Ni siquiera sabía si sus amigos reaccionarían bien cuando volviera con ellos. A fin de cuentas, los había tratado con brusquedad en más de una ocasión. Le disgustaba que siguieran con sus vidas, tan tranquilos y felices como siempre, mientras él se hundía en el abismo.
Un segundo después, Lali recogió la bolsa que había preparado y se dirigió a la salida, dándolo por perdido. Peter la miró con horror y exclamó:
—¡Espera!
Lali se detuvo y se giró.
—He cambiado de opinión —dijo—. Os acompaño. Iremos en mi todoterreno.
Peter le quitó la bolsa y se la puso al hombro.
Veinte minutos más tarde, cuando ya se acercaban a la playa donde se iba a celebrar la fiesta, a Peter se le hizo un nudo en la garganta. Estaba nervioso, y se sobresaltó al sentir la mano de Lali en el brazo.
—Estarás bien, Peter. Te lo prometo.
Él no dijo nada.
—No te preocupes por la gente —continuó ella—. Son amigos tuyos.
Saben que lo has pasado muy mal. Comprenden tu situación.
Peter dudó de que sus amigos comprendieran nada, pero alejó esos pensamientos. Alzó la cabeza y miró a Azul por el retrovisor. La sensación de ahogo se volvió casi insoportable, pero soltó un suspiro y dijo:
—Bueno, vamos allá.
Bajó del vehículo y abrió la portezuela trasera para sacar la bolsa con la comida, los pañales y el carrito de la pequeña. Dejó el carrito en el suelo e intentó desplegarlo, pero no sabía cómo.
—Deja que lo haga yo.
Lali dejó a la niña en brazos de Peter y desplegó el carrito en dos segundos.
—¿No debería ir sentada? —pregunto él.
—De momento, está bien donde está. ¿Verdad, preciosa?
Lali acarició la cara de la niña, que la recompensó con una risita. A Peter le pareció un sonido tan delicioso que se emocionó. Pero apartó la sensación de inmediato. No podía permitir que las emociones lo dominaran.
—No, no... —dijo con vehemencia—. Es mejor que vaya en el carrito.
Sentó a la pequeña.
—Estaba mejor contigo, Peter... —alegó Lali.
—Sé lo que intentas hacer.
Ella frunció el ceño.
—No te entiendo.
—Me entiendes perfectamente, pero no te vas a salir con la tuya. No me puedes encajar en el molde que me has preparado.
Lali lo miró airada y apretó los labios con fuerza.
—¿Eso es lo que crees? ¿Qué intento meterte en un molde? Estás muy equivocado, Peter... Yo no pretendo nada. Simplemente, eres el padre de Azul y es hora de que empieces a asumir tus responsabilidades.
Peter ya se disponía a replicar cuando ella añadió, con más dulzura:
—Sé que echas de menos a Euge y que estabas muy enamorado de ella, pero rechazar a Azul no te devolverá a tu esposa. Como mucho, solo servirá para que su recuerdo se apague con más rapidez.
Peter se encogió de hombros.
—Mira, Lali... Estoy haciendo lo que puedo, de la única forma que sé —le confesó—. Solo te pido que no me presiones. Déjame ser quien soy.
Peter tomó la bolsa y se dirigió al grupo que estaba en la playa. En el fondo, sabía que ella tenía razón. Euge no habría querido que abandonara a su hija; no habría aprobado que la dejara al cuidado de Catherine.
Sin embargo, su actitud no se debía enteramente al miedo. El tiempo que Azul estuvo en el hospital, se dio cuenta de que Catherine necesitaba tanto a la niña de su difunta hija como Azul a una mujer que le diera su amor.
Además, ¿qué sabía él de bebés? No sabía nada de nada. Azul estaría mejor con su abuela y, entre tanto, él tendría la soledad que necesitaba para llorar a Euge.
Además del problema de la niña, la presencia de Lali en la casa le había despertado un deseo que, hasta entonces, creía dormido. Con su calor, con sus palabras, con su contacto físico ocasional, Lali había revivido emociones que Peter se había negado a sí mismo y que, en su opinión, no merecía.
Peter no estaba dispuesto a arriesgarse otra vez. No quería amar. No se podía permitir el lujo de condenarse a otra pérdida. No quería sentir.
Saludó con la mano a uno de los hombres que estaban junto a la barbacoa y caminó hacia él. Se sintió extrañamente relajado cuando le estrechó la mano a Nico.
—Me alegro mucho de verte —dijo su amigo, que sonrió y le dio un abrazo—. Te hemos echado de menos.
—Y yo a vosotros.
Nico le ofreció una cerveza y él la aceptó. Durante los minutos siguientes, se acercaron varias personas más que, para alivio de Peter, no se refirieron ni a su prolongada ausencia ni a la muerte de Euge.
Estaba empezando a disfrutar cuando a uno de los chicos señaló a Lali, que estaba sentada con los niños y con varias mujeres.
—¿Niñera nueva? Es una preciosidad... —dijo con humor—. Supongo que te alegrarás de tenerla en tu casa.
Peter se puso tenso.
—Lali era amiga de Euge. Está cuidando de mi hija, pero eso es todo —replicó—. Solo es una situación temporal, hasta que Catherine regrese.
La mención de Euge dejó tan helados a los amigos de Peter como si les hubiera echado un cubo de agua fría.
—Lo siento. No estaba insinuando nada —se defendió el hombre.
—No importa. Olvídalo.
Peter se intentó comportar como si el asunto no le hubiera molestado, pero le había molestado. Fue consciente de que en su enfado había algo más. A fin de cuentas, el comentario de su amigo no merecía una reacción tan extrema por su parte. Había sido una simple insinuación; una tontería sin importancia.
Entonces, ¿por qué le había irritado tanto?
Lali supo que alguien la estaba mirando cuando se le erizó el vello de la nuca. Se dio la vuelta y descubrió que los ojos de Peter estaban clavados en ella, pero él apartó la mirada enseguida y se puso a charlar con sus compañeros.
Mientras contemplaba la escena, se le alegró el corazón. Peter necesitaba divertirse un poco; merecía divertirse un poco.
Justo entonces, Peter soltó una carcajada y ella pensó que tenía la risa más atractiva del mundo. Luego, él se inclinó para sacar un refresco de la nevera y ella admiró la tensión de sus músculos bajo el jersey fino que se había puesto.
No podía negar que lo deseaba. Su cuerpo reaccionaba de un modo absolutamente visceral cuando estaban cerca.
—Es muy guapo, ¿verdad?
La voz de Candela la sobresaltó.
—¿Cómo?
—Me refería a Peter.
Lali se ruborizó.
—Ah, sí, bueno...
Candela sonrió.
—No te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo.
—¿Secreto? ¿Qué secreto?
Candela arqueó una ceja y la miró con ironía.
—¿Desde cuándo te gusta?
Lali suspiró.
—Desde hace años —respondió, sorprendida de su propia sinceridad.
—Comprendo...
Lali ni siquiera supo por qué se lo había dicho. Ni sus propios padres lo sabían. Había guardado el secreto tan bien que nadie imaginaba que se sentía atraída por Peter Lanzani. Y ahora, se lo confesaba a una mujer que era una desconocida.
—No se lo digas a nadie, por favor.
—Claro que no. ¿Por qué lo iba a decir? Además, me alegra mucho.
—¿Por qué? —preguntó, confundida.
—Porque tengo la impresión de que eres exactamente lo que Peter necesita. Estar de luto es una cosa, pero esconderse del mundo es otra cosa bien distinta —observó—. Todos merecemos un poco de felicidad, ¿no crees?
—Sí, eso es cierto.
Felicidad. Lali se preguntó si podría llevar ese ingrediente tan esquivo a la vida de Peter; si encontraría las fuerzas necesarias para conseguir que aceptara a su hija y, sobre todo, que volviera a amar.
Pero el amor le pareció lo de menos. Azul era lo más importante. Además, no estaba segura de merecer el amor de Peter.
Después de comer, los adultos se quedaron sentados mientras los niños jugaban en la playa y en un parque cercano. Lali se levantó y se dirigió al parque para ver si Azul se encontraba bien; la había dejado al cuidado de unas mujeres.
Por el camino, oyó un grito procedente de la playa que la distrajo. Solo fue un segundo, pero suficiente para que perdiera de vista a Azul y sintiera un acceso de pánico. ¿Dónde se habría metido?
Por suerte, Azul solo había avanzado un par de metros. Se había puesto a gatear hacia los columpios y había quedado oculta tras unos chicos.
Aliviada, Lali apretó el paso. Azul se volvió a sentar y empezó a mordisquear una ramita que estaba en el suelo.
—¿Qué haces con eso? —preguntó, divertida.
Entonces, apareció Peter.
—¿Qué diablos tiene en la boca? —bramó.
Él se inclinó y le quitó la ramita. La niña empezó a chillar.
—Se supone que la tienes que vigilarla —continuó él.
—Y la estaba vigilando...
—No muy bien, por lo visto. ¿Cómo es posible que seas tan irresponsable? Cualquiera sabe qué se puede meter en la boca cuando no la miras.
—Por Dios, Peter, solo es una rama. Además, los niños pequeños siempre se meten cosas en la boca... No te preocupes. Tu hija está bien.
—¿Ah, sí? ¿Y qué habría pasado si en lugar de una rama se hubiera metido algún objeto tóxico? ¿O si se hubiera caído y se hubiera clavado la rama en la garganta? —replicó—. Yo diría que tengo motivos para preocuparme.
El tono de censura de Peter le heló la sangre en las venas. Lali sabía que tenía parte de razón; se suponía que era su niñera y, sin embargo, había fallado en sus obligaciones. Mantuvo la compostura, tomó a Azul en brazos y la acunó suavemente para que dejara de llorar.
Él tiró la rama al suelo, disgustado.
—Sabía que esto era un error. Nos vamos ahora mismo.
Peter le dio la espalda y se alejó del parque.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Cande, que se He oído vuestra conversación y...
—Descuida. No tiene importancia.
—Es un padre muy protector, ¿no?
—Sí, demasiado. Aunque, en este caso, está en lo cierto. Debería haber estado más atenta —dijo.
—Es obvio que tiene miedo de perderla como perdió a Euge —afirmó Cande—. Todos los padres tenemos miedo por nuestros hijos, pero él tiene más motivos.
Lali suspiró y lanzó una mirada a Peter, que se acababa de despedir de sus amigos y estaba recogiendo las cosas.
—Sí, eso es verdad.
—Bueno, seguro que se tranquilizará con el tiempo.
—Ojalá...
Cande sonrió.
—¿Sabes una cosa? Muchos llegamos a pensar que, tras el fallecimiento de Euge, Peter no sería capaz de querer a su hija; pensamos que, en cierto sentido, la consideraba culpable de su muerte... Pero he cambiado de opinión. Después de verlo esta tarde, estoy segura de que su problema es otro. Simplemente, quiere tanto a esa niña que tiene miedo de perderla.
Lali asintió.
—Sí, estoy de acuerdo contigo —dijo—. En fin... Gracias por invitarnos a la fiesta. Solo siento que termine de un modo tan amargo.
—No es para tanto, Lali. Me alegra que hayáis podido venir. Pero espero que nos veamos en otra ocasión...
—Sí, yo también lo espero.
Lali se despidió de todos y se dirigió al lugar donde estaba Peter, que le lanzó una mirada cargada de impaciencia.
—Tenemos que hablar —dijo él.
—Cuando lleguemos a casa.
Ella pensó que era cierto. Tenían que hablar. Pero también tenía la sospecha de que Peter no le haría el menor caso.
Contempló su cara pétrea y se estremeció al distinguir el fondo de dolor que había en sus ojos. De haber estado en su mano, le habría devuelto la felicidad al instante.
Mientras volvían a la casa, dudó por primera vez de su decisión de ayudarlo con Azul. La situación se estaba complicando y carecía de la objetividad necesaria para afrontarla con frialdad.

Pero, ¿cómo podía ser objetiva cuando, cada vez que lo veía, sentía el deseo de hacerle el amor apasionadamente?


CONTINUARÁ...