CAPÍTULO 12
ANIVERSARIO
LALI
Gotas de agua en mi piel, mezclándose con el
protector solar y magnificando la textura de mí bronceado estómago. El sol caía
sobre nosotras, y todos los demás en la playa, provocando una danza de calor en
ondas en la parte superior de la arena entre los brillantes parches de toallas
de playa.
—Señora —dijo el camarero, inclinándose con
dos bebidas. El sudor goteaba de su piel oscura, pero sonreía—. ¿Lo carga a la
habitación?
—Sí, gracias —le dije, tomando mi margarita de
fresa congelada y firmando el recibo.
Eugenia tomó la suya y agitó el hielo con su
pequeño pajita. —Esto. Es. El Cielo.
Todos nos merecíamos un poco de cielo para
recuperarnos del año pasado.
Después de asistir a decenas de funerales,
ayudar mucho a Peter con su culpa, y desplegar más preguntas de los
investigadores. Los estudiantes que se encontraban en la lucha mantuvieron el
nombre de Peter fuera al hablar con las autoridades, pero los rumores se
extendían, y tomó mucho tiempo para que la detención de Adam fuera suficiente
para las familias.
Tomó un montón convencer a Peter para que no
se entregara. La única cosa que parecía detenerlo era el que le rogase que no
me dejara sola, y el saber que Bauti sería acusado por interferir en la
investigación. Los primeros seis meses de nuestro matrimonio estaban lejos de
ser fáciles, y nos pasamos un montón de largas noches discutiendo sobre lo que
era correcto hacer. Tal vez era incorrecto para mí mantener a Peter en prisión,
pero no me importaba. No creía que era más culpable que cualquiera que había
elegido estar en ese sótano esa noche. Nunca me arrepentiría de mi decisión, al
igual que nunca me arrepentiría de mirar directamente a los ojos de ese
detective y mentir hasta mis huesos para salvar a mi marido.
—Sí —dije, mirando el agua subir por la arena
y luego retroceder—. Tenemos que agradecerle a Peter. Estuvo en el gimnasio con
el mayor número de clientes que pudo encajar alrededor de sus clases seis días
a la semana de las cinco de la mañana hasta las diez de la noche. Todo esto fue
gracias a él. Porque te aseguro que no fue el dinero de mis tutorías lo que nos
trajo hasta aquí.
—¿Agradecerle? ¡Cuando me prometió una boda
real, no sabía que quería decir un año después!
—Eugenia —la regañé, girándome hacia ella—.
¿Podrías ser más malcriada? Estamos en una playa, bebiendo margaritas
congeladas en St. Thomas.
—Supongo que me dio un poco de tiempo para
planificar tú despedida de soltera y la renovación de tus votos —dijo, tomando
un sorbo.
Sonreí, girándome hacia ella. —Gracias. Lo
digo en serio. Y esta es la mejor despedida de soltera en la historia de las
despedidas de soltera.
Candela se acercó y se sentó en la silla al
otro lado de mí, su corto cabello castaño de duendecillo brillaba bajo el sol.
Sacudió el agua salada de él, para aligerarlo. —¡El agua está tan cálida!
—dijo, empujando hacia arriba las gafas de sol de gran tamaño—. Hay un tipo
allí que enseña a los niños a hacer windsurf5. Está estúpidamente
caliente.
—Tal vez puedes hablarle para que sea nuestro
stripper más tarde —dijo Eugenia, con la cara seria.
María frunció el ceño. —Eugenia, no. Peter
estaría furioso. Lali, esta no es realmente una despedida de soltera, ¿recuerdas?
Eugenia se encogió de hombros, dejando que sus
ojos se cerraran detrás de sus gafas de sol. Aunque María y yo nos acercamos
demasiado desde que me mudé, ella y Eugenia aún no se hallaban en los mejores
términos. Probablemente debido a que ambas decían exactamente lo que pensaban.
—Culparemos a Candela —dijo Eugenia—. Peter no
puede enojarse con ella. Tiene una deuda eterna con ella por dejarlo entrar a
Morgan esa noche que se encontraban peleados.
—Eso no quiere decir que quiero estar en el
lado equivocado de la rabia Lanzani —dijo Candela, estremeciéndose.
Me burlé. —Sabes que él no ha arremetido en
mucho tiempo. Tiene bajo control su ira ahora.
Candela y yo compartimos dos clases ese semestre,
y cuando la invité al apartamento para estudiar, Peter la reconoció como la
chica que lo dejó entrar a nuestro dormitorio. Como Peter, su hermano también
era miembro de la fraternidad Sigma Tau, así que ella era una de las pocas
chicas bonitas en el
campus con la que Peter no se había acostado.
—Peter y Shepley estarán aquí mañana por la
tarde —dijo Eugenia—. Tenemos que hacer nuestra fiesta esta noche. No crees que
Peter esté sentado en casa sin hacer nada, ¿verdad? Vamos a salir y vamos a
jodidamente pasar bien el rato, te guste o no.
—Eso está bien —le dije—. Simplemente sin
strippers. Y no demasiado tarde. Esta boda tendrá público. No quiero verme con
resaca.
Candela levantó la bandera al lado de su
silla, y casi inmediatamente un camarero vino.
—¿En qué puedo ayudarla, señorita?
—Una piña colada, por favor.
—Por supuesto —dijo, retrocediendo.
—Este lugar es ostentoso —dijo Eugenia.
—Y te preguntas por qué nos tomó un año
ahorrar para esto.
—Tienes razón. No debería haber dicho nada. Pit
quería que tuvieras lo mejor. Lo entiendo. Y fue agradable que mamá y papá
pagaran mi pasaje. De seguro no habría sido capaz de llegar de otro modo.
Me reí.
—Me prometiste que podía ser una dama de honor
y hacer todo lo que me hiciste perder el año pasado. Los veo pagando como
regalo de boda y regalo de aniversario para ti, y un regalo de cumpleaños para
mí todo en uno. Si me preguntas, lo consiguieron barato.
—Todavía es demasiado.
—Lali, te quieren como a una hija. Papá está
muy emocionado sobre caminar contigo hacia el altar. Déjalos hacer esto sin
arruinar el espíritu —dijo Eugenia.
Sonreí. Mark y Pam me trataron como familia.
Después de que mi padre me colocó en una situación peligrosa el año pasado,
Mark decidió que necesitaba un nuevo padre —y se nominó a sí mismo. Si
necesitaba ayuda con la matrícula o los libros o una aspiradora nueva, Mark y
Pam se aparecían en mi puerta. Ayudarme también les dio una excusa para
visitarnos a Eugenia y a mí, y era obvio que disfrutaban la mayor parte de eso.
Ahora no sólo tenía al revoltoso clan Lanzani
como familia, sino que también tenía a Mark y Pam. Había pasado de pertenecer a
nadie, a ser parte de dos familias maravillosas que eran increíblemente
importantes para mí. Al principio, me hizo sentir ansiosa. Nunca he tenido
mucho que perder antes. Pero con el tiempo, me di cuenta de que mi nueva
familia no iba a ir a ninguna parte, y aprendí cuánto bien podía venir de la
desgracia.
—Lo siento. Voy a tratar de aceptar esto
amablemente.
—Gracias.
—¡Gracias! —dijo Candela, tomando su bebida de
la bandeja. Firmó la cuenta y comenzó a sorber el brebaje con sabor a fruta—.
¡Estoy muy emocionada de ir a esta!
—También yo —dijo Eugenia, mirando en mi
dirección. Apenas me había perdonado por casarme sin ella. Y, honestamente,
esperaba que nunca tratara de sacar el mismo movimiento conmigo. Pero el
matrimonio seguía siendo un largo camino que recorrer para ella.
Ella y Nicolás iban a conseguir su propio
apartamento, pero ambos decidieron que a pesar de que se hallaban siempre
alrededor del otro, Eugenia se quedaría en Morgan, y Nicolás se mudaría a
Helms, el dormitorio de hombres.
Mark y Pam eran los más contentos con este
arreglo. Amaban a Nicolás, pero estaban preocupados de que el estrés de las
cuentas y los trabajos del mundo real afectaran a Nicolás y a Eugenia en el
enfoque de la escuela. Eugenia se esforzaba, incluso en los dormitorios.
—Sólo espero no tener problemas. No me gusta
la idea de estar de pie delante de toda esa gente mirándonos.
Eugenia exhaló una risa. —Elvis no fue
invitado, pero estoy segura de que aun así será hermosa.
—Todavía no puedo creer que Elvis estuvo en tu
boda —dijo Candela, riendo.
—No el que está muerto —dijo María sin
expresión.
—Él no fue invitado en esta ocasión —dije,
mirando a los niños tomando clases de windsurf y haciéndolo por su cuenta.
—¿Cómo fue? ¿Casarse en Las Vegas? —preguntó Candela.
—Fue... —dije, pensando en el momento en que
nos fuimos, casi exactamente un año atrás—, estresante y aterrador. Estaba
preocupada. Lloré. Fue bastante perfecto.
La expresión de Candela era una combinación de
disgusto y sorpresa. —Así suena.
PETER
—Vete a la mierda —le dije, disgustado.
—¡Oh, vamos! —dijo Nicolás, temblando de
risa—. Solías decir que yo era el único sometido.
—Vete a la mierda otra vez.
Nicolás apagó el motor. Había aparcado el
Charger en el lado más alejado del estacionamiento de Cherry Papa’s. Casa de
las más gordas y sucias strippers de la ciudad. —No es como si fueras a
llevarte a una de ellas a casa.
—Se lo prometí a Pidge. Sin strippers.
—Te prometí una despedida de soltero.
—Amigo, vamos a casa. Estoy lleno, cansado, y
tenemos que coger un avión en la mañana.
Nicolás frunció el ceño. —Las chicas han
estado tumbadas en una playa en St. Thomas durante todo el día, y ahora es
probable que estén de fiesta en un club.
Sacudí la cabeza. —No vamos a clubs sin el
otro. Ella no haría eso.
—Lo haría si Eugenia lo planeó.
Sacudí la cabeza de nuevo. —No, jodidamente no
lo haría. No voy a entrar en el club de striptease. O bien eliges otra cosa, o
me llevas a casa.
Nicolás suspiró y entrecerró los ojos. —¿Qué
hay con eso?
Seguí su línea de visión a la próxima cuadra.
—¿Un hotel? Nico, te amo, hombre, pero no es una despedida de soltero real.
Estoy casado. E incluso si no lo estuviera, todavía no tendría sexo contigo.
Nicolás sacudió su cabeza. —Hay un bar allí.
No es un club. ¿Está eso permitido en tu larga lista de reglas del matrimonio?
Fruncí el ceño. —Solo respeto a mi esposa. Y
sí, imbécil, podemos entrar ahí.
—Increíble —dijo, frotándose las manos.
Atravesamos la calle, y Nicolás abrió la
puerta. Estaba completamente oscuro.
—Uh... —comencé.
De repente, las luces se encendieron. Los
gemelos, Tato y Tyler, lanzaron confeti en mi cara, la música comenzó a sonar a
todo volumen, y luego vi la peor cosa que jamás había visto en mi vida:
Bautista en una tanga, cubierto de unos diez kilos de brillo corporal. Llevaba
una barata peluca amarilla, y Cami se reía en voz alta, animándolo.
Nicolás me empujó el resto del camino. Mi papá
se hallaba a un lado de la sala, de pie junto a Pepo. Ambos sacudían sus
cabezas. Mi tío Jack se encontraba al otro lado de Pepo, y luego el resto de la
habitación estaba llena de hermanos Sigma Tau y jugadores de fútbol.
—Dije sin strippers —expresé, mirando atónito
como Bautista bailaba por la habitación como Britney Spears.
Nicolás se echó a reír. —Lo sé, hermano, pero
parece que el espectáculo comenzó antes de llegar aquí.
Era un choque de trenes. Mi cara se frunció
con disgusto mientras miraba a Bautista golpear y moler su camino a través del
cuarto; a pesar de que yo no quería. Todos en la sala lo animaban. Figuras de
cartón de tetas colgaban del techo, y había incluso un pastel de pechos en una
mesa al lado de mi padre. Había estado en varias despedidas de soltero antes, y
ésta tenía que ganar algún tipo de premio por la más rara.
—Oye —dijo Bautista, sin aliento y sudando.
Sacó unos mechones de pelo amarillo de su cara.
—¿Perdiste una apuesta? —pregunté.
—De hecho, lo hice.
Tato y Tyler se encontraban al otro lado de la
habitación, golpeando sus rodillas y se reían tan fuerte que apenas podían
respirar.
Le di una palmada al culo de Bautista. —Te ves
caliente, hermano.
—Gracias —dijo. La música empezó y sacudió sus
caderas hacia mí. Lo alejé, y sin inmutarse, bailó por la habitación para
entretener a la multitud.
Miré a Nicolás. —No puedo esperar para ver
cómo le explicas esto a Lali.
Sonrió. —Ella es tu esposa. Tú lo harás.
Por las próximas cuatro horas, bebimos y
hablamos, y vimos a Bautista hacer un completo ridículo de sí mismo. Mi padre,
como era de esperar, se fue antes de tiempo. Él, junto con mis otros hermanos,
tenía que tomar un avión.
Todos volaríamos a St. Thomas en la mañana
para la renovación de mis votos.
Durante el último año, Lali hizo tutorías, y
yo hice un poco de entrenamiento personal en el gimnasio local. Habíamos
conseguido ahorrar un poco después de los costos escolares, la renta y el pago
de su automóvil para viajar a St. Thomas y quedarnos unos días en un hotel
agradable. Teníamos un montón de cosas que podríamos haber hecho con el dinero,
pero Eugenia seguía hablando de eso y no nos dejaría abandonar la idea. Luego,
cuando los padres de Eugenia nos dieron el regalo de bodas/regalo de cumpleaños
de Eugenia/regalo de aniversario, tratamos de decir no, pero Eugenia fue
insistente.
—Muy bien, chicos. Voy a estar muerto mañana
si no me voy a dormir.
Todo el mundo gimió y se burlaron de mí con
palabras como sometido y azotado, pero la verdad era que
todos estaban acostumbrados al nuevo y más doméstico Peter Lanzani. No había
puesto mi puño en la cara de alguien en casi un año.
Bostecé y Nicolás me dio un puñetazo en el
hombro. —Vamos.
Condujimos en silencio. No estaba seguro de lo
que Nicolás pensaba, pero no podía jodidamente esperar para ver a mi esposa.
Ella me había dejado el día anterior, y era la primera vez que estábamos
separados desde que nos casamos.
Nicolás se detuvo en el apartamento y apagó el
auto. —Servicio a la puerta, perdedor.
—Admítelo. Lo extrañas.
—¿El apartamento? Sí, un poco. Pero te extraño
peleando y nosotros haciendo toneladas de dinero.
—Sí. A veces lo hago, también. Nos vemos en la
mañana.
—Te recojo aquí a las seis y media.
—Nos vemos.
Nicolás se alejó lentamente mientras yo subía
los escalones, en busca de las llaves del apartamento. Odiaba volver a casa
cuando Lali no se hallaba aquí. No había nada peor después de conocernos, y era
lo mismo ahora. Tal vez aún más miserable porque Nicolás y Eugenia ni siquiera
se encontraban allí para molestarme.
Empujé la llave y abrí la puerta, cerrándola
tras de mí y lanzando mi billetera en la barra de desayuno. Ya había llevado a
Toto al hotel para mascotas para ser atendido mientras no nos encontrábamos
aquí. Estaba jodidamente silencioso. Suspiré. El apartamento había cambiado
mucho en el último año. Los carteles y señales de bar desaparecieron, y las
fotos de nosotros y pinturas aparecieron. Ya no era un piso de soltero, pero
era un buen cambio.
Fui a mi habitación, me desnudé hasta quedar
en mi bóxer Calvin Klein, y me metí en la cama, enterrándome bajo el edredón
floral azul y verde; algo más que nunca habría visto el interior de este
apartamento si no fuese por Lali. Acerqué su almohada y apoyé la cabeza. Olía
como ella.
El reloj marcaba las dos de la madrugada.
Estaría con ella en doce horas.
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