Sin
vínculos emocionales.
Al
pensar en la conversación, Lali se dijo que no podía haber mentido más. Tenía
un vínculo emocional con Peter Lanzani desde el momento en que lo vio por
primera vez; concretamente, desde el día en que Euge se lo presentó y le
anunció que se iba a casar con él. Había sido amor a primera vista o, por lo
menos, un deseo arrebatador que, lejos de apagarse con los años, aumentaba.
Pero
Lali era consciente de que, si Peter llegaba a sospechar la verdad, se libraría
de ella al instante. Así que respetó su acuerdo y empezó a dormir con él todas
las noches, cada vez más enamorada.
Miró
a Azul, que estaba jugando en ese momento con el agua de la bañera, y sonrió.
La noche anterior, cuando Peter se quedó dormido, cometió el desliz de
inclinarse sobre él y susurrarle que lo quería. Peter no la podía oír, pero
necesitaba decirlo en voz alta, para sentirse mejor.
Por
supuesto que tenían vínculos emocionales. Los tenían porque ella estaba
enamorada de él; y por la propia Azul, que los había unido un poco más.
Al
cabo de unos minutos, sacó a la niña de la bañera y la secó con algunas
dificultades. A medida que crecía, Azul se iba volviendo más rebelde y las tareas
sencillas, como secarla o vestirla se volvían más difíciles. Además, ahora
caminaba mejor y, como no tenía una percepción exacta de los peligros, sufría
pequeños accidentes.
La
semana anterior se había tropezado con una mesita y se había hecho un rasguño
en la cabeza. Al saberlo, Peter retiró inmediatamente la mesita y compró una
nueva, de bordes redondeados, para que Azul no se la volviera a clavar. Lali se
llevó una sorpresa de lo más agradable. Por mucho que Peter insistiera en
mantener las distancias con su hija, era evidente que la quería con todo su
corazón.
En
cuanto terminó de secar a Azul, la niña se le escapó.
—¡Oh,
no, jovencita! ¡Tú no vas a ningún sitio!
Lali
se levantó de golpe para alcanzarla y, entonces, sintió un mareo tan intenso
que estuvo a punto de caerse.
Por
suerte, el mareo se le pasó enseguida.
—¡Azul!
Al
salir al pasillo, vio que Peter se le había adelantado y había capturado a la
pequeña, a quien llevaba en brazos.
—Es
toda una escapista, ¿eh?
Peter
se acercó a ella y le dio a la niña.
—Eso
me temo —contestó Lali, sonriendo—. Tendré que vigilarla con más atención.
Él
la miró con intensidad y dijo:
—¿Te
encuentras bien?
—Sí,
no es nada... Es que me he levantado demasiado deprisa y me he mareado —contestó
con despreocupación.
—Estás
un poco pálida. ¿Seguro que te encuentras bien?
Ella
asintió.
—Estoy
perfectamente. En serio.
Lali
dijo la verdad. Se sentía mejor que antes. Pero, en el fondo de su mente, se
encendió una alarma a la que no quería prestar atención.
Aquella
noche, cuando Lali ya había acostado a Azul y recogido los juguetes que dejaba
tirados por toda la casa, Peter se presentó en el salón.
Para
ella fue toda una sorpresa, porque siempre se quedaba en el despacho, manteniendo
las distancias, hasta que llegaba la hora de acostarse.
Entonces,
la iba a buscar, la tomaba de la mano y la llevaba a su dormitorio, donde
hacían el amor.
Pero
todavía era pronto para acostarse. Era pronto incluso para ella.
—He
estado pensando. Creo que es mejor que esta noche duermas en tu habitación
—declaró Peter.
—¿Por
qué?
Lali
se estremeció. ¿Se habría cansado de ella?
—Porque
necesitas descansar y dormir un poco. No se puede decir que hayas descansado
mucho las dos últimas semanas...
Ella
se sintió decepcionada.
—¿Lo
dices por nuestras noches?
—Por
supuesto.
—No
recuerdo haberme quejado, Peter...
Él
sonrió.
—No,
ya sé que no te has quejado, pero me preocupa tu salud. Acuéstate y duerme bien
esta noche. Si mañana te encuentras mejor, volveremos a la normalidad.
Peter
se inclinó y le dio un beso. Al principio, fue un beso dulce y sin exigencias
de ninguna clase, pero, al cabo de unos segundos, ya se había convertido en uno
ferozmente apasionado. Alexis se excitó tanto como de costumbre y le pasó los
brazos alrededor del cuello, deseando que el encuentro terminara en la cama.
Estaba
tan perdida en la niebla del deseo que tardó unos momentos en darse cuenta de
que la había agarrado por los brazos, en un intento por apartarla.
—Estoy
bien, Peter. Te lo prometo.
—Yo
no estoy tan seguro de eso —replicó—. Además, solo será una noche... Venga,
acuéstate de una vez.
—¿No
podrías dormir conmigo? Te prometo que no...
Él
retrocedió.
—No
hagas promesas que ninguno de los dos podemos cumplir —le rogó—. Nos gustamos
demasiado, Lali.
—Sí,
supongo que eso es verdad...
—Además,
tú y yo nos acostamos para hacer el amor; no para limitarnos a dormir como si
fuéramos una pareja. Acordamos que nuestra relación sería simplemente sexual,
sin vínculos emocionales.
Ella
tuvo que hacer un esfuerzo para sonreír.
—Por
supuesto.
Lali
tardó un buen rato en conciliar el sueño. Se quedó mirando el techo de la
habitación, sumida en sus dudas. Pero, a la mañana siguiente, se sentía
completamente recuperada. Por mucho que le molestara reconocerlo, Lali había
tomado la decisión correcta. Al parecer, necesitaba descansar un poco.
Sin
embargo, su alegría desapareció al cabo de unos minutos. Le estaba cambiando
los pañales a Azul cuando sintió náuseas.
—Oh,
Dios mío...
Lali
restó importancia al suceso porque se dijo que las náuseas se debían a los
pañales de la niña, que no estaban precisamente limpios.
—Tendré
que cambiarte de dieta, preciosa.
La
segunda oleada de náuseas llegó cuando estaba preparando el desayuno a la
pequeña. Y ya no lo pudo desestimar. Reconocía los síntomas y sabía lo que
significaban. No estaba protegida cuando hizo el amor con Peter la primera vez.
Y aunque tuvo intención de pasar por la farmacia para tomarse la píldora del
día siguiente, se le olvidó...
—Maldita
sea...
Peter
no quería tener más hijos. Peter ni siquiera quería una relación seria. Le
había dejado bien claro que debían tomar precauciones para no cometer errores,
pero ella había cometido un error verdaderamente grave.
En
cualquier caso, no podía tomar ninguna decisión sin asegurarse antes.
Por
suerte, Cande se había prestado a quedarse aquella mañana con Ruby, para que
ella pudiera descansar e ir de tiendas por Akaroa.
Era
una ocasión perfecta. En lugar de ver boutiques y tomarse un café en su bar
preferido, pasaría por la farmacia y compraría una prueba de embarazo.
Lali
se quedó mirando el indicador del test. Acababa de descubrir que iba a ser
madre, pero la situación no se parecía nada a la que había imaginado siempre:
estaba encerrada en un cuarto de baño y, en lugar de sentirse feliz, se sentía
profundamente inquieta. Se había quedado embarazada de Peter Lanzani.
Guardó
el test en el envoltorio, lo tiró a la basura y salió del cuarto de baño
después de lavarse las manos rápidamente. Sabía que Peter no se llevaría una
alegría si se llegaba a enterar de lo que había pasado.
Cruzó
la calle y se sentó en el banco de un parque desde el que se veía el puerto. La
gente iba y venía, ajena a su penosa situación. Hacía frío, pero ella no sentía
nada. Por no sentir, ni siquiera sentía la brisa que arrancaba espuma a las
olas.
¿Qué
iba a hacer?
Podía
imaginar la reacción de Peter. En su vida no había espacio para otro niño. De
hecho, casi no tenía espacio para la propia Azul. Pero Lali sabía que era capaz
de amar. Lo sabía porque lo había visto con sus propios ojos. Había amado una
vez y volvería a amar de nuevo.
Solo
tenía que convencerlo para que abriera su corazón y se arriesgara. A fin de
cuentas, su estado no era más que una consecuencia lógica de la muerte de Euge.
Un suceso de esas características dejaba una huella profunda. Su propia familia
era un ejemplo en tal sentido.
Antes
de casarse con su padre, su madre había estado casada con otro hombre, con el
que tuvo hijos. Sin embargo, los hijos se quedaron con él y, cuando ella ya se
casó por segunda vez, se presentó la hija que había tenido de su primer
matrimonio, Ana. El padre de Lali no reaccionó bien; su esposa estaba en el
hospital y tuvo miedo de que la aparición de Ana empeorara su estado, así que
hizo lo posible para que no la viera.
Maria
José Espósito falleció poco después, sin que Ana la hubiera podido ver.
Entonces, Lali comprendió que nada importaba tanto como la familia. Nada en
absoluto.
Por
eso estaba tan decidida a romper las barreras con Peter, a forzarlo a amar otra
vez, a hacerle comprender que su hija era lo más precioso del mundo, un tributo
maravilloso a un matrimonio y un amor que se habían roto por culpa de la
muerte.
Los
ojos de Lali se llenaron de lágrimas, pero luchó contra ellas con todas sus
fuerzas. Lo último que necesitaba en ese momento era una crisis emocional.
Tenía que mantener la compostura. No se podía arriesgar a que Peter adivinara
lo que había pasado. No antes de hablar con él. Justo entonces le sonó el
teléfono. Sabía que era Cande. Le había pedido que la llamara cuando llegara la
hora de pasar a recoger a Azul.
Aún
no sabía qué hacer. Obviamente, tendría que ir al médico para asegurarse de
estaba embarazada, pero no sabía si se lo debía decir a Peter. Ni siquiera
habría sabido por dónde empezar. Estaba atrapada.
Sacudió
la cabeza y se dijo que las pruebas de embarazo no eran seguras al cien por
cien. Pediría cita con el médico y se aseguraría antes de tomar una decisión.
Hasta entonces, se comportaría como si no pasara nada.
Peter
no podía apartar la vista de Lali, que estaba jugando con Azul. El tiempo había
empeorado y hacía bastante frío, así que Lali había encendido un fuego en la
chimenea del salón.
Mientras
la miraba, se preguntaba si encender un fuego era adecuado, teniendo en cuenta
que la niña estaba cerca y se podía quemar. Pero Lali la vigilaba atentamente,
no le quitaba la vista de encima.
—¡Papá!
Azul
lo vio y salió corriendo hacia él. A Peter le pareció increíble que una
criatura de once meses pudiera ser tan rápida. El pelo le había crecido y Lali
se lo había recogido con un lacito que le quedaba precioso.
—¡Papá...!
Dos
bracitos minúsculos se aferraron a sus piernas.
—Te
está pidiendo que la tomes en brazos —le informó Lali.
Él
sonrió.
—¿Me
lo está pidiendo? ¿O me lo está ordenando?
Ella
le devolvió la sonrisa.
—Probablemente,
ordenando.
—Pues
tendrá que ser en otro momento. Tengo trabajo que hacer.
—Oh,
por Dios... Concédele ese deseo. Seguro que no se te cae.
Peter
dudó.
—Vamos,
Peter. Tu hija no es de cristal. Ha crecido mucho y está perfectamente sana
—insistió ella con vehemencia.
—¿Y
a ti qué te pasa? ¿Te has levantado con mal pie?
Peter
se inclinó y tomó a la niña entre sus brazos. Azul apoyó la cabeza en su pecho,
encantada.
—Sabes
perfectamente de qué pie me he levantado —respondió con humor—. Más que nada,
porque estaba contigo.
—Azul
ha cerrado los ojos... Parece que quiere dormir.
—No,
solo está contenta de estar contigo. ¿Por qué no le lees algo?
—¿Leer?
—Sí,
ya sabes, un libro. Uno de esos objetos de papel que están llenos de palabras
y, a veces, de ilustraciones —dijo con ironía—. Entre tanto, yo iré a sacar la
ropa de la lavadora.
Lali
se marchó antes de que él pudiera protestar y, como no podía dejar a solas a Azul,
no tuvo más remedio que quedarse con ella.
Se
acercó al sofá, se sentó, tomó uno de los libros que Lali había dejado junto a
la mesita y abrió el ejemplar. Fue bastante más fácil de lo que había
imaginado. Eran cuentos cortos, con más dibujos que palabras.
Le
leyó el primero y, como pensó que Ruby ya estaría satisfecha, cerró el libro.
Pero su hija tenía otras intenciones y lo volvió a abrir, de modo que Peter
tuvo que leerle un segundo cuento y, después, un tercero.
Ya
estaba en el cuarto cuando Lali volvió al salón con una cesta de ropa limpia.
Para entonces, Azul empezaba a cabecear.
—Ahora
sí se está quedando dormida —dijo ella.
—Creo
que se está durmiendo de puro aburrimiento.
—En
absoluto. Se duerme porque se siente segura contigo —alegó Lali—. Al fin y al
cabo, eres su padre.
Peter
se sintió enormemente orgulloso, pero rechazó la idea.
—Tonterías.
Se duerme porque ya se ha acostumbrado a mi casa. Pero eso cambiará cuando
vuelva con Catherine y tú te marches.
Alexis
lo miró con desconcierto.
—¿Aún
quieres que vuelva con Catherine?
—Por
supuesto. Anda, llévatela y acuéstala.
—Sí,
señor.
Lali
sonó tan seca que él frunció el ceño.
—Lali,
el hecho de que le lea cuentos no significa que nos hayamos convertido en una
familia perfecta. No estoy dispuesto a jugar a eso.
—No,
claro que no. Ni siquiera estás dispuesto a asumir lo que sientes.
Lali
alcanzó a la niña y desapareció.
Peter
se quedó pensando en su comentario. Él no le había pedido que lo dejara a solas
con la niña ni, desde luego, le había pedido su opinión sobre el futuro de Azul.
Desde ese punto de vista, las palabras de Lali no debían molestarle;
simplemente, lo que pasara con su hija no era asunto suyo. Pero le habían
molestado.
Además,
si estaba tan convencido de que no quería cuidar de la niña, ¿por qué se sentía
ridículamente orgulloso cada vez que se sentaba con él? ¿Por qué se sentía
vacío cada vez que se alejaba?
Habían
pasado diez semanas desde la operación de Catherine, diez semanas desde que Lali
se presentó en la casa para cuidar de Azul.
Catherine
ya caminaba bien y, gracias a las sesiones de fisioterapia, se encontraba tan
fuerte que le preguntó si podía ir de visita y quedarse un par de horas con la
niña. Lali se lo concedió sin dudarlo y decidió aprovechar para ir al médico y
asegurarse de que se había quedado embarazada.
Según
sus cálculos, llevaba seis semanas de embarazo.
Afortunadamente,
era poco tiempo para que se le notara y, por suerte también, no tenía más
síntomas que las típicas náuseas matinales.
Pero,
de todas formas, Peter estaba tan ocupado en la bodega que no se habría dado
cuenta de nada. Y Lali se sentía dividida al respecto. Por una parte, le
alegraba que mantuviera las distancias porque, de ese modo, no existía el menor
peligro de que sospechara; por otra, lamentaba su comportamiento porque suponía
un obstáculo en su objetivo de desarrollar los lazos emocionales entre padre e
hija.
Sin
embargo, no se podía negar que habían avanzado bastante. Como tantas otras
veces, se preguntó qué pasaría cuando el embarazo empezara a ser evidente y no
lo pudiera disimular. Se acostaba con Peter todas las noches; hacían el amor
todas las noches. Él conocía tan bien su cuerpo que, más tarde o más temprano,
notaría los cambios. Sus pechos estaban más sensibles que antes y, como había
notado aquella mañana, cuando se puso el sostén, también eran más grandes.
Tenía
que encontrar la forma de decírselo. No podía esperar a que se diera cuenta.
Tenía que encontrar el momento adecuado.
La
visita al médico fue como la seda. El doctor la felicitó por el embarazo y ella
se fingió entusiasmada al respecto. ¿Qué otra cosa podía hacer? No le quedaba
más opción que seguir adelante y asumir las consecuencias de sus decisiones.
Sin
embargo, las consecuencias iban más allá de su relación con Peter.
Había
dejado temporalmente el trabajo para cuidar a Azul, pero esa complicación era
poco relevante en comparación con lo que ocurriría cuando diera a luz. ¿Cómo
iba a dirigir su negocio? No podía esperar que Ana se hiciera cargo de todo.
Sacudió
la cabeza y suspiró. Estaba cuidando a Azul porque se sentía en deuda con la
difunta Euge, a quien había dejado en la estacada. Su pobre amiga ni siquiera
sospechó el motivo que la empujó a romper su relación.
No
podía imaginar que estaba enamorada de Peter, su esposo. Si lo hubiera sabido,
no le habría pedido en aquella carta que cuidara de él y de su hija.
Sin
embargo, las cosas eran como eran. Euge había muerto y Peter y ella tenían que
superar su sentimiento de culpa y seguir adelante.
Solo
esperaba que, por el camino, encontraran una solución a sus problemas.Y que esa
solución pasara por un futuro juntos.
CONTINUARÁ...
++++++++
ResponderEliminarSubi otroooooo plissssss no dejes asi
ResponderEliminarHay siento qe se va a pudrir todo :(
ResponderEliminarMaaass
ResponderEliminarQ miedo la reacción de peterrrr
Situación complicada!!!!
ResponderEliminarhttp://sonrioporlaliter.blogspot.com.ar/?m=0 nuevo blog con adaptaciones! Pasen :)
ResponderEliminarEste libro desear lo prohibido donde lo puedo descargar?
ResponderEliminarmassssssssssssssssssssssssssssss
ResponderEliminarmasssssssssssssssssssssssssssssssssssss