martes, 7 de julio de 2015

Capítulo 6

Había pasado una semana y Peter no se la podía quitar de la cabeza.
¿Qué lo había empujado a hacerle el amor? ¿Qué lo había empujado a entrar en la ducha con ella, repetir la experiencia de la noche anterior y pedirle que siguiera tomando la píldora?
Durante los siete días transcurridos, se había repetido una y mil veces que él no tenía derecho a pedirle nada. Pero eso no había impedido que la deseara con más fuerza que nunca ni que recordara cada detalle de aquella noche.
Desde el jardín, podía ver que Lali se había quedado dormida en el sofá. Tenía un aspecto absolutamente apacible, como si fuera el ser más inocente del mundo. Peter la admiró y pensó que se estaba convirtiendo en una parte fundamental de su vida; una presencia que agradecía de día y que añoraba de noche, cuando se acostaba solo en la cama y revivía sus dos encuentros amorosos.
Lali no le había hecho la menor recriminación. A decir verdad, ni siquiera había contestado mal a sus múltiples salidas de tono, fruto de la frustración que sentía. Se había limitado a concederle más espacio y marcar las distancias.
Un momento después, Lali abrió los ojos. Luego, sin darse cuenta de que él la estaba observando desde el jardín, se levantó del sofá y se estiró.
Al hacerlo, la camiseta se le subió un poco y él pudo ver la suave piel de su estómago, que le excitó tanto como siempre. Había sido una semana muy difícil. Habría dado cualquier cosa por tomarla allí mismo. Pero seguía convencido de que Lali merecía algo mejor que un hombre como él. Merecía un hombre capaz de amar.
Se alejó hacia la bodega. Necesitaba hacer algo para gastar la energía que estaba acumulando. Pero tenía la sospecha de que etiquetar botellas no era precisamente lo que necesitaba.
Varias horas después, se sentía profundamente satisfecho. Había estado etiquetando botellas todo el día y no tenía ninguna duda de que su pinot noir era el mejor vino que había salido jamás de su bodega. Solo había alrededor de cuatrocientas cajas, pero bastarían para dar un impulso a la marca, Vinos Benoit. Y si la cosecha del año siguiente era tan buena como la de ese año, su reputación subiría como la espuma.
Al oír la puerta, se sobresaltó. Era Lali, que cruzó la bodega y entró en su pequeño despacho con el sol de última hora de la tarde a la espalda.
—¿Dónde está Azul? —preguntó él.
—Con Lucas, en casa de Agus y Cande —respondió ella—. Pasaré a recogerla dentro de una hora.
—¿Dentro de una hora?
Peter arqueó una ceja. No estaba pensando en su hija, sino en las cosas que podía hacer con Lali en sesenta minutos.
—Sí, Lucas y ella se llevan muy bien. Además, me ha parecido que es bueno que salga de vez en cuando de casa. La semana que viene, le devolveré el favor a Cande. Espero que no te importe... Quizá te lo debería haber preguntado.
Peter se maldijo en silencio. Se había portado tan mal con ella que ahora se sentía obligada a disculparse constantemente.
—No te preocupes, Lali. Si a ti te parece bien, está bien —sentenció—. Pero, ¿qué haces aquí? ¿Necesitas algo?
—Quería saber si esta noche vas a cenar con nosotras. Si no te apetece, dejaré tu comida en el horno.
—Déjala en el horno.
Ella suspiró.
—¿Qué ocurre? —preguntó Peter.
Ella se encogió de hombros.
—Nada.
—Acabas de suspirar. Es obvio que te pasa algo.
—Bueno, si te empeñas... Sinceramente, me estoy cansando de que nos evites a Azul y a mí. ¿Es porque nos acostamos? ¿O por otra cosa?
Esta vez fue él quien suspiró.
—Es porque no quiero que te hagas ilusiones.
—¿Porque no quieres que me haga ilusiones? —repitió ella—. Ah, comprendo... Crees que me voy a volver loca por ti, ¿verdad?
Peter no dijo nada.
—Pues no te preocupes por mí. Conozco el terreno que piso —continuó ella—. Sin embargo, tu comportamiento de esta semana me parece inadmisible. Te guste o no, Azul es tu hija. Puedo entender que marques las distancias conmigo, pero no con ella. ¿Cuándo vas a asumir tus responsabilidades?
—Por Dios, Lali... ¿Es que le falta algo? Tiene cama, comida, ropa y un techo bajo el que dormir. ¿Qué más necesita?
—Tu amor.
Peter se levantó y se pasó una mano por el pelo.
—No me necesita a mí. Ya os tiene a Catherine y a ti.
—Eso no es suficiente —alegó.
—Pues tendrá que serlo. Yo no le puedo ofrecer nada.
—No digas tonterías.
Él frunció el ceño.
—¿Tonterías? ¿Qué pasa, que ahora me conoces mejor que yo mismo? —ironizó.
—Simplemente, te conozco lo necesario como para saber que no eres el hombre frío y distante que finges ser. Peter Lanzani no es así.
—¿Y cómo es?
Ella dio un paso adelante y se detuvo tan cerca que Peter podía sentir el calor de su cuerpo; tan cerca que estuvo a punto de dejarse llevar y tomarla entre sus brazos. Entonces, ella le clavó un dedo en el pecho.
—Es el hombre que está aquí dentro, el que tú no dejas salir —afirmó—. No sé por qué te empeñas en aislarte del mundo, pero es hora de que te liberes de tu pesar. ¿No crees que ya has sufrido bastante? ¿No crees que mereces vivir un poco?
Lali se apartó.
—Lo dices como si me estuviera imponiendo algún tipo de penitencia.
—¿Y cómo lo llamarías tú? Te estás castigando por algo que no es culpa tuya y que no puedes cambiar. Tú no mataste a Euge. No eres responsable de lo que pasó.
Peter le dio la espalda. No quería que viera su cara de angustia.
—¿ Peter?
Lali le puso una mano en el hombro.
—Estás muy equivocada, ¿sabes? Soy responsable de lo que pasó. Euge murió por culpa de mis expectativas.
—Eso no es verdad...
—Si no hubiera estado tan obsesionado con tener una familia, con llenar la casa de niños, Euge no habría perdido la vida.
—No digas esas cosas, Peter. No sabes lo que habría pasado en otras circunstancias... Además, también era su sueño. En la carta que me escribió, decía que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa y a correr cualquier riesgo por ser madre.
—¡Pero murió, Lali! —la interrumpió él, desesperado—. ¡Y es culpa mía!
Lali lo miró con desconcierto. Era verdad. Se sentía culpable de la muerte de su esposa.
—Pasó lo que pasó, Peter. Ni tú ni ella lo podíais saber. Ni los propios médicos habrían pensado que...
—Tú no lo entiendes, Lali. Yo no sabía nada de su enfermedad. Lo mantuvo en secreto. No me habló de los riesgos que corría si se quedaba embarazada... Si yo lo hubiera sabido, me habría asegurado de que no diera ese paso.
—Estoy segura de ello, pero la decisión también era suya —le recordó—. Y tu esposa quería tener hijos.
—Y yo la quería a ella.
La voz de Peter sonó tan triste que, durante unos segundos, Lali se quedó callada. Pero se acordó de la niña y dijo:
—En cualquier caso, no puedes culpar a Azul. Ella no tiene la culpa. No lo merece.
—Yo no la culpo.
—¿Y esperas que te crea? No eres capaz de estar con ella más de cinco minutos, y nunca si estáis solos —le recriminó.
Peter sacudió la cabeza.
—No es lo que piensas. No la culpo. Es que no me puedo arriesgar a quererla.
Lali se quedó anonadada.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Lo digo porque es verdad. No la puedo amar, no la quiero amar. ¿Qué pasaría si la pierdo como perdí a Euge?
—¿Y qué pasará si vive cien años? —replicó con rapidez.
—Azul nació antes de tiempo y estuvo muy enferma durante el primer mes de vida...
—¿Y qué? Lo ha superado. Es una luchadora; una niña fuerte y saludable que necesita un padre, no un cobarde capaz de pagar a otra persona para que se haga cargo de sus obligaciones.
Peter la miró con ira.
—¿Me estás llamando cobarde?
Lali tuvo que hacer un esfuerzo para no apartar la mirada. Había ido demasiado lejos, pero ya no tenía remedio.
—Me temo que sí.
—Lali...
—Ni siquiera puedes hablar conmigo de lo que pasó la semana pasada, de lo que ocurrió entre nosotros —siguió ella—. Te has dedicado a esconderte y a evitarme durante días. ¿Por qué, Peter? ¿No puedes admitir que te gustó? ¿No puedes admitir que hasta tú mereces un poco de felicidad?
—¡No, no la merezco! —gritó—. ¡Es una traición!
—¿A Euge? Por duro y cruel que sea, Euge está muerta y tú estás vivo, aunque te comportes como si no lo estuvieras —declaró—. Además, Euge no habría querido que te encerraras en vida y te alejaras de todas las personas que te quieren; sobre todo, de una hija que te necesita desesperadamente.
—¿Qué estás diciendo? ¿Qué me acueste contigo cada vez que me apetece? ¿Qué finja que estoy vivo?
—Si es necesario...
Él se acercó y la agarró por los brazos. Vibraba de energía. Lali pensó que estaba con el verdadero Peter Lanzani; un hombre tan apasionado como incapaz de hacerle daño en ningún sentido.
—Y si digo que te quiero ahora, aquí mismo, ¿qué contestarías?
Lali lo miró a los ojos.
—Que solo tenemos cuarenta minutos. Si te parece suficiente...
—Lo será. Por ahora.
Peter la besó. Lali le metió las manos por debajo del jersey y le acarició el estómago. Los siete días transcurridos desde su noche de amor solo habían servido para que se desearan con más fuerza que antes.
Al cabo de unos segundos, él le desabrochó el botón de los vaqueros, le bajó la cremallera e introdujo una mano entre sus braguitas. Ella intentó separar las piernas, pero el pantalón se lo impedía y le molestó tanto que se lo quitó a toda prisa, junto con los zapatos y las propias braguitas. Luego, lo desnudó con la misma desesperación y cerró los dedos sobre la larga y dura superficie de su sexo.
En respuesta, Peter le introdujo un dedo y dijo:
—Estás tan húmeda...
Mientras la acariciaba con una mano, le levantó la sudadera y el sostén de algodón. Al verse así, ella deseó haberse puesto algo más bonito, más excitante; pero dejó de pensar cuando él encontró el cierre del sostén, se lo quitó de encima y le empezó a succionar un pezón. Lali gritó, encantada. Peter  le lamió el otro pezón sin dejar de masturbarla. Pero ella quería más, mucho más, de modo que se sentó en la mesa y separó los muslos para que la penetrara. Peter no se hizo de rogar. Entró en ella e impuso un ritmo que los dejó sin aliento. Lali estaba tan cerca del orgasmo que lo alcanzó en uninstante, asombrada de su intensidad. Peter la llevaba a cumbres que no había conocido con ningún otro hombre. En su estado apenas consciente, completamente dominada por el placer que sentía, casi no notó la última acometida de su amante, que soltó un gemido de satisfacción y, por fin, se quedó inmóvil.
Minutos después, Peter se apartó de ella y dijo:
—Quédate aquí.
Ella sonrió.
—Creo que no me podría mover aunque quisiera...
Peter soltó una carcajada y se visitó con rapidez. Luego, salió del pequeño despacho de la bodega y volvió enseguida con un paño húmedo, que usó para limpiar a Lali.
—No es necesario que hagas eso —dijo ella—. Puedo hacerlo yo.
Peter volvió a sonreír.
—De todas formas, ya he terminado...
Él volvió a salir de la habitación. Lali bajó de la mesa y alcanzó las braguitas. Se sentía tan débil que tuvo la impresión de que las piernas no la sostendrían, pero hizo un esfuerzo y se empezó a vestir.
Ya había terminado cuando Peter regresó y la miró con intensidad.
Lali respiró hondo y se preguntó qué iba a pasar ahora.
—Tenemos que hablar —dijo él.
—¿Es que no estábamos hablando antes? —replicó ella con humor.
Él sacudió la cabeza.
—Me refería a hablar de nosotros.
—¿De nosotros? ¿No quieres que volvamos a...?
Lali no fue capaz de terminar la frase. Tenía miedo de que Peter quisiera poner fin a lo que compartían.
—Por supuesto que quiero. Pero también quiero dejar claro que solo te puedo dar una relación puramente sexual, Lali. Es lo único que te puedo ofrecer. Te has empeñado en que vuelva a vivir y estoy dispuesto a concederte ese deseo... Sin embargo, tendrá que ser con mis condiciones. Seremos amantes, nada más —dijo—. Si te parece suficiente, claro.
Él la miró con detenimiento, esperando su respuesta. Esperaba que su expresión la traicionara y le  diera alguna pista sobre sus sentimientos; pero ella se limitó a asentir y a devolverle la mirada con gesto impasible.
—¿Estás segura, Lali? Porque, si no lo estás, es mejor que no sigamos adelante. No quiero que te hagas ilusiones y empieces a pensar en el amor y en un futuro juntos. No volveré a transitar ese camino. No me siento capaz.
Ella se mordió el labio inferior, con una expresión de tristeza tan reveladora que a Peter se le hizo un nudo en la garganta. Lali necesitaba más. Por supuesto que necesitaba más. Estaba en su forma de ser; quería amar y ser amada a cambio. Desgraciadamente, él no buscaba el amor. Ni podía aceptar el suyo ni estaba dispuesto a devolvérselo.
—Necesito tiempo para pensarlo, Peter.
—Si necesitas tiempo para pensarlo, es que tienes dudas. Y, si tienes dudas, quizás sea mejor que lo olvidemos todo.
A Lali le cambió la expresión. Sus ojos pasaron de la tristeza a una intensidad repentina y, después, para sorpresa de Peter, asintió.
—Muy bien. Acepto.
—¿Aceptas?
Peter no lo podía creer. Le estaba dando la respuesta que deseaba escuchar.
—Sí... —contestó tras un momento de inseguridad—. Seré tu amante.
—¿Sin vínculos emocionales?
Ella asintió otra vez.
—Sin vínculos emocionales.
—Y seguirás tomando la píldora. No quiero que cometamos ningún error. Lamento no haber usado preservativo el otro día.
Peter se dijo que sería mejor que lo usara a partir de entonces. Toda precaución era poca.
—Sigo tomando la píldora, Peter. No tengo intención de dejarla.
—Excelente.
—¿Hay más cosas que debamos tratar?
—Solo una más.
—¿Cuál?
—¿Qué vamos a hacer con las habitaciones? Yo no puedo dormir en la tuya.
Ella se encogió de hombros.
—Entonces, me quedaré en tu dormitorio. Si me quieres en él toda la noche.
—Desde luego que sí.
Lali respiró hondo.
—¿Eso es todo?
—Sí.
—Entonces, iré a buscar a Azul
Peter se acercó a la ventana y miró a Lali, que se alejó por la colina.
Se sentía como si hubiera cambiado algo entre ellos y no fuera precisamente para mejor. Ni siquiera estaba seguro de haber tomado la decisión correcta.

Cuando volvió al trabajo, prefirió no pensar en lo mucho que había deseado abrazarla y hacerle el amor, una y otra vez. Prefirió pensar que ya tendrían tiempo por la noche, en la oscuridad de su habitación.


CONTINUARÁ.... ¡Hola! Primero que todo, lo siento por no subir. Realmente no tengo excusas,no tenia muchas ganas de meterme en el ordenador simplemente. Pero bueno, aquí estoy y voy a compensar por no haber subido estos días haciendo una maratón, así que en un rato subo el próximo capítulo. 

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