viernes, 31 de julio de 2015

Capítulo 9

Lali miró a Peter y supo que había escuchado su conversación con la enfermera. Era lo peor que podía haber pasado. Habría preferido que no se enterara de esa forma. Le habría gustado que las cosas hubieran sido distintas; que no se hubiera visto obligado a llevarla al hospital ni a quedarse allí, esperándola mientras se hacía un montón de preguntas.
Cuando despertó aquella mañana y descubrió que estaba sangrando, sintió pánico. Llamó al ambulatorio, pidió una cita urgente e intentóencontrar a alguien que se quedara al cuidado de Azul.
Al pensar en lo sucedido, se dijo que al menos había pasado algo bueno. La estancia en la sala de espera había servido para que Peter pasara un rato largo con su hija.
—¿Nos vamos? —preguntó ella.
Sabía que tendría que darle explicaciones cuando se quedaran a solas, pero prefería hablar con él en casa. No quería mantener esa conversación en un lugar tan público como un hospital, sometidos a las miradas de los curiosos.
—Por supuesto.
Peter la llevó al coche y arrancó. Durante el camino, Lali guardó silencio y se dedicó a contemplar el paisaje por la ventanilla, aunque era consciente de que él la miraba de vez en cuando con intensidad.
Obviamente, esperaba respuestas. Pero ella se alegró de que no la interrogara en el interior del vehículo.
Al llegar a la casa, Lali intentó sacar a Azul de la sillita. Peter la apartó suavemente y dijo:
—No, yo me encargaré de ella. Entra y descansa un poco.
Lali obedeció, entró en la casa y de dirigió al dormitorio principal. No estaba particularmente cansada, pero se sentía débil y se dijo que, si dormía un poco, tendría la excusa perfecta para retrasar la inevitable conversación. Desgraciadamente, Peter llegó antes de que se pudiera acostar.
—¿Y bien? —preguntó.
Lali se sentó en la cama. Había llegado el momento que tanto temía. Y sabía que tenía que decirle la verdad, pero no encontraba las palabras adecuadas.
Por fin, suspiró y dijo:
—He estado a punto de sufrir un aborto.
Él se quedó helado.
—¿Cómo?
—Esta mañana, al despertar, he notado que estaba sangrando y he llamado al ambulatorio —explicó—. Por suerte, no es tan grave como creía. Me han dicho que la hemorragia desaparecerá y que el bebé se encuentra bien.
—El bebé —repitió él, sin más.
Ella asintió.
—Sí.
—Y sospecho que yo soy el padre de ese bebé.
—Sí —declaró Lali en voz baja.
Peter se pasó una mano por el pelo.
—Dime, Lali... ¿Cuándo tenías intención de contármelo?
—Yo... No lo sé, Peter.
—¿Cómo? ¿Es que no me lo ibas a contar?
—Quería esperar un poco —admitió.
Él empezó a caminar de un lado a otro, nervioso.
—No puedo creer que me hayas mentido —dijo.
—¿Mentirte? ¿Yo?
—Sí, mentir. Me dijiste que estabas tomando la píldora, pero es evidente que no era verdad. Hiciste el amor conmigo a sabiendas de que te podías quedar embarazada, a pesar de saber perfectamente que yo no quería tener más hijos —la acusó.
—Te equivocas, Peter. Solo ha sido un error. Estoy tomando la píldora, pero me había saltado un par antes de que nos acostáramos por primera vez... —le confesó con voz trémula—. Pensé que no pasaría nada.
—Pero ha pasado.
—Sí, ha pasado.
Él volvió a suspirar.
—No debí confiar en ti. No debí hacer el amor contigo... Dios mío, ¿qué vamos a hacer ahora? —se preguntó, desesperado.
—Bueno, si la hemorragia se detiene y todo sigue bien, supongo que seremos padres de un niño —contestó con suavidad.
Peter la miró con horror.
—¿Qué quieres decir con eso de que si la hemorragia y se detiene y todo sigue bien? ¿Es que existe la posibilidad de que no salga bien?
—El médico quiere hacerme unas pruebas para estar más seguro. Me dará cita esta misma semana.
—No, no, no puedes esperar a que te den cita. Iremos a una clínica especializada.
—No me lo puedo permitir, Peter. No tengo tanto dinero.
—Pues lo pagaré yo. Necesito saber lo que pasa.
Peter cambió de dirección y se dirigió a la salida; obviamente, con intención de hacer unas llamadas telefónicas.
—Peter, por favor...
—¿Sí?
—Créeme. Yo no sabía lo que iba a pasar. No lo quería.
Él sacudió la cabeza.
—Yo tampoco lo deseaba, Lali.
—¿Y qué va a pasar ahora?
Peter se encogió de hombros.
—De momento, descansa un rato.
—¿Y Azul?
—No te preocupes por ella. Si se despierta, me ocuparé de ella.
Lali frunció el ceño.
—Pero estabas esperando a unos mensajeros... me dijiste que hoy ibas a estar muy ocupado —le recordó.
Peter se encogió de hombros.
—Bueno, tendré que dejarlo para otro día, ¿no te parece?
Los ojos de Lali se llenaron de lágrimas.
—Lo siento, Peter. Lo siento mucho.
—Yo también.
Ella se quedó mirando la puerta cuando él la cerró. Estaba angustiada y se sentía terriblemente culpable. Había visto su cara de preocupación cuando la llevó al hospital y había sido testigo de su desconcierto cuando  escuchó la conversación con la enfermera.
Desesperada, se llevó una mano al estómago. Esperaba que todo saliera bien. Por el niño, por ella misma y, especialmente, por Peter.
Las cosas no habían salido según sus planes. No quería que Peter se enterara de esa manera; tenía intención de decírselo a su modo, en su debido momento. Pero la naturaleza se le había adelantado y había tomado la iniciativa. Ahora le tocaba a ella. Y no sabía qué hacer.
Peter estaba en el salón, caminando de un lado a otro. Se había comprometido a cuidar de Azul mientras Lali descansaba y, como el alcance del busca era bastante corto, no podía salir de la casa.
Si hubiera podido, se habría dirigido a los viñedos y habría caminado y caminado durante horas. El cielo se había cubierto de nubes oscuras, que poco después empezaron a derramar las primeras gotas de agua. Peter se acercó a una ventana y se dedicó a mirar la lluvia.
Lali estaba embarazada.
Se quedó mirando el jardín y sacudió la cabeza, incapaz de creerlo. No podía ser verdad. No se podía repetir la historia. La vida no se cansaba de darle golpes: primero le había quitado a Euge y ahora, de repente, lo condenaba a esa situación.
Lali lo había traicionado de la misma forma que su difunta esposa. Había destrozado su confianza en ella. Le había prometido que podían hacer el amor tranquilamente, que estaba tomando la píldora y que no pasaría nada. Pero había pasado. Una ráfaga de lluvia golpeó los cristales. Peter no se movió. No se podía mover.
Justo cuando empezaba a abrir su corazón, justo cuando había decidido que Lali merecía la pena y que, quizás, había llegado el momento de empezar a vivir otra vez, ella le mentía y se quedaba embarazada.
Era un maldito estúpido. ¿Es que no había aprendido nada? Todo el mundo mentía, hasta los seres más queridos. Bree le había mentido. Y Lali, que parecía tan honrada, también le había mentido.
No tenía ni pies ni cabeza. Especialmente, porque sabía que estaba enamorada de él. Se lo había oído decir una noche, cuando ella creía que estaba dormido. Aunque él ya lo sabía. Lo había notado en sus palabras, enm su forma de acariciarlo, en su forma de hacer el amor. Y le había llegado a lo más profundo de su alma.
Pero había mentido igual que Euge y, al igual que ella, se había puesto en peligro. Aquel bebé era una amenaza para su salud.
Peter siempre había querido una familia grande. El deseo había permanecido en él incluso después de la muerte de su esposa. Pero lo mantenía bajo control porque no se quería arriesgar a sufrir otra experiencia como la que había sufrido con Euge.
No lo podía aceptar. Simplemente, no podía. Ya había perdido a una de las mujeres de su vida, a una mujer a la que había jurado amor eterno. Y el dolor de su perdida había sido terrible. Como el dolor de descubrir que le había ocultado sus problemas de salud. No estaba dispuesto a perder también a Lali.
La quería demasiado. Se había enamorado.
Al darse cuenta, sintió miedo. No de amar, sino de perder. El embarazo ya la había puesto en peligro. Si se repetía la experiencia de Euge, no lo podría soportar. Tenía que arrancar esos sentimientos de su corazón, alejarse de ella.
Por desgracia, pensarlo era más difícil que hacerlo. Lali se había ganado su afecto con su forma de ser. Peter había hecho todo lo que había estado en su mano por mantener las distancias, pero había fracasado e, incluso ahora, después de lo que había sucedido, ardía en deseos de entrar en su habitación y abrazarla.
Pero eso no era posible. Tenía que reconstruir sus defensas y conseguir que, esta vez, fueran completamente impenetrables. Hasta el punto de que nada ni nadie pudiera llegar de nuevo a su corazón.
Más seguro, sacó el teléfono móvil del bolsillo y buscó en su lista de contactos hasta encontrar al tocólogo de Bree. Marcó su número rápidamente, para no correr el riesgo de cambiar de opinión. Por lo sucedido con su esposa, sabía que era uno de los mejores profesionales del país. Y Lali merecía lo mejor.
Al cabo de unos minutos, cuando ya había conseguido una cita para dos días más tarde, cortó la comunicación y se guardó el teléfono. Ahora, solo quedaba esperar.
Dos días más tarde, Peter y Lali subieron al coche y se dirigieron a la consulta del especialista.
—No sé por qué te has empeñado en que cambie de médico —dijo ella de repente—. La hemorragia ya se ha detenido.
—Pero querrás saber por qué se produjo, ¿verdad?
Ella suspiró.
—Son cosas que pasan, Peter. No significa que me pase nada malo.
Él sacudió la cabeza, insatisfecho con su afirmación.
—No, siempre hay un motivo para todo.
Lali guardó silencio y se giró hacia la ventanilla.
—¿Te encuentras bien? —continuó él.
—Sí, un poco mareada, pero eso normal. Es por las náuseas matinales... curiosamente, solo se me quitan cuando conduzco.
—¿Prefieres conducir tú?
—No, no tiene importancia.
—Si necesitas que nos detengamos en algún momento, dímelo.
Lali también suspiró.
—Por supuesto —dijo—. ¿Crees que Azul estará bien con Catherine?
Parecía bastante ofuscada cuando nos hemos ido.
—Sé tranquilizará.
—Eso espero...
—Si estás preocupada, llama a Catherine.
Ella sacudió la cabeza.
—No creo que sea necesario.
Una hora y cuarto después, llegaron a la consulta. Peter aparcó junto al edificio y acompañó a Lali a la entrada. Estaba tan nervioso que, por primera vez, se preguntó si aquello había sido una buena idea.
Ya dentro, se dirigieron a la recepción. Lali dio su nombre y, después, se fue con Peter a la sala de espera. Él pensó que, si la suya hubiera sidouna relación normal, ella lo habría tomado de la mano en busca de su apoyo; pero su relación no era normal, así que se limitó a sentarse a su lado, en una silla.
Momentos después, Lali dijo:
—¿Podrías dejar de mirarme? Te aseguro que no me voy a romper.
—Bueno es saberlo.
Peter se inclinó y alcanzó una revista de la mesita.
—¿Señorita Espósito? —preguntó un hombre.
—Sí, soy yo.
Peter y ella se levantaron al mismo tiempo. El hombre se acercó con una sonrisa y estrechó la mano de Lali.
—Buenos días. Soy Taylor. Encantado de conocerte.
Taylor se giró hacia Peter y añadió:
—Me alegro mucho de verte. ¿Qué tal está Azul?
—Bien, creciendo...
El obstetra los miró a los dos, como preguntándose por la relación que mantenían. Lali se dio cuenta y le dio la explicación más fácil.
—Yo soy la niñera de Azul.
—Ah, comprendo... Bueno, ¿queréis pasar a la consulta?
—Prefiero entrar sola —dijo Lali.
Peter estuvo a punto de protestar y decir que, en calidad de padre del bebé, tenía derecho a entrar con ella. Pero no eran pareja y, además, Lali ya había dicho que prefería quedarse a solas con el médico.
Se sentó de nuevo y se dijo que la historia se repetía. Una vez más, la mujer de su vida lo mantenía en la oscuridad más absoluta, a distancia.
Euge siempre se las había arreglado para que el obstetra le diera cita cuando sabía que él estaba ocupado y no la podría acompañar. En su momento, Peter no le había dado importancia; pero ahora sabía que era una forma de impedir que supiera lo que pasaba.
La espera fue insufrible. Se le hizo tan difícil que, al cabo de un rato, cansado de estar sentado en la silla, se levantó, se acercó a la recepcionista y le pidió que, si Lali salía de la consulta, le dijera que estaba fuera.
Hacía frío, aunque el sol brillaba entre las nubes. Peter se quedó junto al coche e intentó convencerse de que no le importaba que Lali hubiera entrado sola. Era mejor así. Debían mantener las distancias. Además, él no le podía ofrecer nada. No era más que un hombre roto por su pasado; un hombre con miedo a confiar en los demás; un hombre al que traicionaban constantemente.
Se dijo que, si se repetía esas cosas con frecuencia, cabía la posibilidad de que, al final, se las creyera.
—Dios mío...
Suspiró y se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta. Luego, se apoyó en el vehículo, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
Si se hubiera alejado de ella. Si no la hubiera besado. Si no hubieran hecho el amor.
La vida estaba llena de condicionales, pero las cosas eran como eran y ya no tenían remedio. ¿Qué podía hacer? ¿Sería capaz de pasar otra vez por el mismo infierno? ¿Sobreviviría a la tortura de ver que aquel hijo crecía en su interior, a sabiendas de que ese mismo hijo podía acabar con la vida de Lali? No; definitivamente, no.
Peter sabía que su forma de afrontar la situación no era la más valiente de las posibles. Sin embargo, ya había pasado por ahí y no quería repetir la experiencia. Solo había un problema.

Que estaba enamorado de Lali Espósito.


CONTINUARÁ...

1 comentario:

  1. Reconoce k está enamorado ,pero se sigue poniendo trabas él solo

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