Lali
miró a Peter y supo que había escuchado su conversación con la enfermera. Era
lo peor que podía haber pasado. Habría preferido que no se enterara de esa
forma. Le habría gustado que las cosas hubieran sido distintas; que no se
hubiera visto obligado a llevarla al hospital ni a quedarse allí, esperándola
mientras se hacía un montón de preguntas.
Cuando
despertó aquella mañana y descubrió que estaba sangrando, sintió pánico. Llamó
al ambulatorio, pidió una cita urgente e intentóencontrar a alguien que se
quedara al cuidado de Azul.
Al
pensar en lo sucedido, se dijo que al menos había pasado algo bueno. La
estancia en la sala de espera había servido para que Peter pasara un rato largo
con su hija.
—¿Nos
vamos? —preguntó ella.
Sabía
que tendría que darle explicaciones cuando se quedaran a solas, pero prefería
hablar con él en casa. No quería mantener esa conversación en un lugar tan
público como un hospital, sometidos a las miradas de los curiosos.
—Por
supuesto.
Peter
la llevó al coche y arrancó. Durante el camino, Lali guardó silencio y se
dedicó a contemplar el paisaje por la ventanilla, aunque era consciente de que
él la miraba de vez en cuando con intensidad.
Obviamente,
esperaba respuestas. Pero ella se alegró de que no la interrogara en el
interior del vehículo.
Al
llegar a la casa, Lali intentó sacar a Azul de la sillita. Peter la apartó
suavemente y dijo:
—No,
yo me encargaré de ella. Entra y descansa un poco.
Lali
obedeció, entró en la casa y de dirigió al dormitorio principal. No estaba
particularmente cansada, pero se sentía débil y se dijo que, si dormía un poco,
tendría la excusa perfecta para retrasar la inevitable conversación. Desgraciadamente,
Peter llegó antes de que se pudiera acostar.
—¿Y
bien? —preguntó.
Lali
se sentó en la cama. Había llegado el momento que tanto temía. Y sabía que
tenía que decirle la verdad, pero no encontraba las palabras adecuadas.
Por
fin, suspiró y dijo:
—He
estado a punto de sufrir un aborto.
Él
se quedó helado.
—¿Cómo?
—Esta
mañana, al despertar, he notado que estaba sangrando y he llamado al
ambulatorio —explicó—. Por suerte, no es tan grave como creía. Me han dicho que
la hemorragia desaparecerá y que el bebé se encuentra bien.
—El
bebé —repitió él, sin más.
Ella
asintió.
—Sí.
—Y
sospecho que yo soy el padre de ese bebé.
—Sí
—declaró Lali en voz baja.
Peter
se pasó una mano por el pelo.
—Dime,
Lali... ¿Cuándo tenías intención de contármelo?
—Yo...
No lo sé, Peter.
—¿Cómo?
¿Es que no me lo ibas a contar?
—Quería
esperar un poco —admitió.
Él
empezó a caminar de un lado a otro, nervioso.
—No
puedo creer que me hayas mentido —dijo.
—¿Mentirte?
¿Yo?
—Sí,
mentir. Me dijiste que estabas tomando la píldora, pero es evidente que no era
verdad. Hiciste el amor conmigo a sabiendas de que te podías quedar embarazada,
a pesar de saber perfectamente que yo no quería tener más hijos —la acusó.
—Te
equivocas, Peter. Solo ha sido un error. Estoy tomando la píldora, pero me
había saltado un par antes de que nos acostáramos por primera vez... —le
confesó con voz trémula—. Pensé que no pasaría nada.
—Pero
ha pasado.
—Sí,
ha pasado.
Él
volvió a suspirar.
—No
debí confiar en ti. No debí hacer el amor contigo... Dios mío, ¿qué vamos a
hacer ahora? —se preguntó, desesperado.
—Bueno,
si la hemorragia se detiene y todo sigue bien, supongo que seremos padres de un
niño —contestó con suavidad.
Peter
la miró con horror.
—¿Qué
quieres decir con eso de que si la hemorragia y se detiene y todo sigue bien?
¿Es que existe la posibilidad de que no salga bien?
—El
médico quiere hacerme unas pruebas para estar más seguro. Me dará cita esta
misma semana.
—No,
no, no puedes esperar a que te den cita. Iremos a una clínica especializada.
—No
me lo puedo permitir, Peter. No tengo tanto dinero.
—Pues
lo pagaré yo. Necesito saber lo que pasa.
Peter
cambió de dirección y se dirigió a la salida; obviamente, con intención de
hacer unas llamadas telefónicas.
—Peter,
por favor...
—¿Sí?
—Créeme.
Yo no sabía lo que iba a pasar. No lo quería.
Él
sacudió la cabeza.
—Yo
tampoco lo deseaba, Lali.
—¿Y
qué va a pasar ahora?
Peter
se encogió de hombros.
—De
momento, descansa un rato.
—¿Y
Azul?
—No
te preocupes por ella. Si se despierta, me ocuparé de ella.
Lali
frunció el ceño.
—Pero
estabas esperando a unos mensajeros... me dijiste que hoy ibas a estar muy
ocupado —le recordó.
Peter
se encogió de hombros.
—Bueno,
tendré que dejarlo para otro día, ¿no te parece?
Los
ojos de Lali se llenaron de lágrimas.
—Lo
siento, Peter. Lo siento mucho.
—Yo
también.
Ella
se quedó mirando la puerta cuando él la cerró. Estaba angustiada y se sentía terriblemente
culpable. Había visto su cara de preocupación cuando la llevó al hospital y
había sido testigo de su desconcierto cuando
escuchó la conversación con la enfermera.
Desesperada,
se llevó una mano al estómago. Esperaba que todo saliera bien. Por el niño, por
ella misma y, especialmente, por Peter.
Las
cosas no habían salido según sus planes. No quería que Peter se enterara de esa
manera; tenía intención de decírselo a su modo, en su debido momento. Pero la
naturaleza se le había adelantado y había tomado la iniciativa. Ahora le tocaba
a ella. Y no sabía qué hacer.
Peter
estaba en el salón, caminando de un lado a otro. Se había comprometido a cuidar
de Azul mientras Lali descansaba y, como el alcance del busca era bastante
corto, no podía salir de la casa.
Si
hubiera podido, se habría dirigido a los viñedos y habría caminado y caminado
durante horas. El cielo se había cubierto de nubes oscuras, que poco después
empezaron a derramar las primeras gotas de agua. Peter se acercó a una ventana
y se dedicó a mirar la lluvia.
Lali
estaba embarazada.
Se
quedó mirando el jardín y sacudió la cabeza, incapaz de creerlo. No podía ser
verdad. No se podía repetir la historia. La vida no se cansaba de darle golpes:
primero le había quitado a Euge y ahora, de repente, lo condenaba a esa
situación.
Lali
lo había traicionado de la misma forma que su difunta esposa. Había destrozado
su confianza en ella. Le había prometido que podían hacer el amor
tranquilamente, que estaba tomando la píldora y que no pasaría nada. Pero había
pasado. Una ráfaga de lluvia golpeó los cristales. Peter no se movió. No se podía
mover.
Justo
cuando empezaba a abrir su corazón, justo cuando había decidido que Lali
merecía la pena y que, quizás, había llegado el momento de empezar a vivir otra
vez, ella le mentía y se quedaba embarazada.
Era
un maldito estúpido. ¿Es que no había aprendido nada? Todo el mundo mentía,
hasta los seres más queridos. Bree le había mentido. Y Lali, que parecía tan
honrada, también le había mentido.
No
tenía ni pies ni cabeza. Especialmente, porque sabía que estaba enamorada de
él. Se lo había oído decir una noche, cuando ella creía que estaba dormido.
Aunque él ya lo sabía. Lo había notado en sus palabras, enm su forma de acariciarlo,
en su forma de hacer el amor. Y le había llegado a lo más profundo de su alma.
Pero
había mentido igual que Euge y, al igual que ella, se había puesto en peligro.
Aquel bebé era una amenaza para su salud.
Peter
siempre había querido una familia grande. El deseo había permanecido en él
incluso después de la muerte de su esposa. Pero lo mantenía bajo control porque
no se quería arriesgar a sufrir otra experiencia como la que había sufrido con
Euge.
No
lo podía aceptar. Simplemente, no podía. Ya había perdido a una de las mujeres
de su vida, a una mujer a la que había jurado amor eterno. Y el dolor de su
perdida había sido terrible. Como el dolor de descubrir que le había ocultado
sus problemas de salud. No estaba dispuesto a perder también a Lali.
La
quería demasiado. Se había enamorado.
Al
darse cuenta, sintió miedo. No de amar, sino de perder. El embarazo ya la había
puesto en peligro. Si se repetía la experiencia de Euge, no lo podría soportar.
Tenía que arrancar esos sentimientos de su corazón, alejarse de ella.
Por
desgracia, pensarlo era más difícil que hacerlo. Lali se había ganado su afecto
con su forma de ser. Peter había hecho todo lo que había estado en su mano por
mantener las distancias, pero había fracasado e, incluso ahora, después de lo
que había sucedido, ardía en deseos de entrar en su habitación y abrazarla.
Pero
eso no era posible. Tenía que reconstruir sus defensas y conseguir que, esta
vez, fueran completamente impenetrables. Hasta el punto de que nada ni nadie
pudiera llegar de nuevo a su corazón.
Más
seguro, sacó el teléfono móvil del bolsillo y buscó en su lista de contactos
hasta encontrar al tocólogo de Bree. Marcó su número rápidamente, para no
correr el riesgo de cambiar de opinión. Por lo sucedido con su esposa, sabía
que era uno de los mejores profesionales del país. Y Lali merecía lo mejor.
Al
cabo de unos minutos, cuando ya había conseguido una cita para dos días más
tarde, cortó la comunicación y se guardó el teléfono. Ahora, solo quedaba
esperar.
Dos
días más tarde, Peter y Lali subieron al coche y se dirigieron a la consulta
del especialista.
—No
sé por qué te has empeñado en que cambie de médico —dijo ella de repente—. La
hemorragia ya se ha detenido.
—Pero
querrás saber por qué se produjo, ¿verdad?
Ella
suspiró.
—Son
cosas que pasan, Peter. No significa que me pase nada malo.
Él
sacudió la cabeza, insatisfecho con su afirmación.
—No,
siempre hay un motivo para todo.
Lali
guardó silencio y se giró hacia la ventanilla.
—¿Te
encuentras bien? —continuó él.
—Sí,
un poco mareada, pero eso normal. Es por las náuseas matinales... curiosamente,
solo se me quitan cuando conduzco.
—¿Prefieres
conducir tú?
—No,
no tiene importancia.
—Si
necesitas que nos detengamos en algún momento, dímelo.
Lali
también suspiró.
—Por
supuesto —dijo—. ¿Crees que Azul estará bien con Catherine?
Parecía
bastante ofuscada cuando nos hemos ido.
—Sé
tranquilizará.
—Eso
espero...
—Si
estás preocupada, llama a Catherine.
Ella
sacudió la cabeza.
—No
creo que sea necesario.
Una
hora y cuarto después, llegaron a la consulta. Peter aparcó junto al edificio y
acompañó a Lali a la entrada. Estaba tan nervioso que, por primera vez, se
preguntó si aquello había sido una buena idea.
Ya
dentro, se dirigieron a la recepción. Lali dio su nombre y, después, se fue con
Peter a la sala de espera. Él pensó que, si la suya hubiera sidouna relación
normal, ella lo habría tomado de la mano en busca de su apoyo; pero su relación
no era normal, así que se limitó a sentarse a su lado, en una silla.
Momentos
después, Lali dijo:
—¿Podrías
dejar de mirarme? Te aseguro que no me voy a romper.
—Bueno
es saberlo.
Peter
se inclinó y alcanzó una revista de la mesita.
—¿Señorita
Espósito? —preguntó un hombre.
—Sí,
soy yo.
Peter
y ella se levantaron al mismo tiempo. El hombre se acercó con una sonrisa y
estrechó la mano de Lali.
—Buenos
días. Soy Taylor. Encantado de conocerte.
Taylor
se giró hacia Peter y añadió:
—Me
alegro mucho de verte. ¿Qué tal está Azul?
—Bien,
creciendo...
El
obstetra los miró a los dos, como preguntándose por la relación que mantenían. Lali
se dio cuenta y le dio la explicación más fácil.
—Yo
soy la niñera de Azul.
—Ah,
comprendo... Bueno, ¿queréis pasar a la consulta?
—Prefiero
entrar sola —dijo Lali.
Peter
estuvo a punto de protestar y decir que, en calidad de padre del bebé, tenía
derecho a entrar con ella. Pero no eran pareja y, además, Lali ya había dicho
que prefería quedarse a solas con el médico.
Se
sentó de nuevo y se dijo que la historia se repetía. Una vez más, la mujer de
su vida lo mantenía en la oscuridad más absoluta, a distancia.
Euge
siempre se las había arreglado para que el obstetra le diera cita cuando sabía
que él estaba ocupado y no la podría acompañar. En su momento, Peter no le
había dado importancia; pero ahora sabía que era una forma de impedir que
supiera lo que pasaba.
La
espera fue insufrible. Se le hizo tan difícil que, al cabo de un rato, cansado
de estar sentado en la silla, se levantó, se acercó a la recepcionista y le
pidió que, si Lali salía de la consulta, le dijera que estaba fuera.
Hacía
frío, aunque el sol brillaba entre las nubes. Peter se quedó junto al coche e
intentó convencerse de que no le importaba que Lali hubiera entrado sola. Era
mejor así. Debían mantener las distancias. Además, él no le podía ofrecer nada.
No era más que un hombre roto por su pasado; un hombre con miedo a confiar en
los demás; un hombre al que traicionaban constantemente.
Se
dijo que, si se repetía esas cosas con frecuencia, cabía la posibilidad de que,
al final, se las creyera.
—Dios
mío...
Suspiró
y se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta. Luego, se apoyó en el
vehículo, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
Si
se hubiera alejado de ella. Si no la hubiera besado. Si no hubieran hecho el
amor.
La
vida estaba llena de condicionales, pero las cosas eran como eran y ya no
tenían remedio. ¿Qué podía hacer? ¿Sería capaz de pasar otra vez por el mismo
infierno? ¿Sobreviviría a la tortura de ver que aquel hijo crecía en su
interior, a sabiendas de que ese mismo hijo podía acabar con la vida de Lali? No;
definitivamente, no.
Peter
sabía que su forma de afrontar la situación no era la más valiente de las
posibles. Sin embargo, ya había pasado por ahí y no quería repetir la experiencia.
Solo había un problema.
Que
estaba enamorado de Lali Espósito.
CONTINUARÁ...
Reconoce k está enamorado ,pero se sigue poniendo trabas él solo
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