PETER
Un ligero ronquido me recuerda que no estoy
solo. La pesadez de un cuerpo tirado me pone en marcha inmediatamente. El
perfume rancio de un día viejo perdura en el aire y en mis sábanas.
Las cortinas están recogidas, el sol está
brillando a través de la gran ventana que me provee la mejor vista y
privacidad.
Girándome, hay un rostro que no recuerdo. Un
rostro que no posee nombre en mi memoria o en cualquier recuerdo vivido de cómo
terminó ella en mi hotel sola en mi cama.
La parte de mi cama la puedo imaginar.
El
cabello rubio me dice que no me molesté en conocer su nombre o preguntarle cuál
era su bebida favorita. Garantizaría que nuestra conversación fue entre miradas, manos y labios
solamente. Solo hay un color de cabello que puede hacer que mi corazón lata, y
rubio no lo es.
Tampoco lo es rojo.
Los ojos también.
Nunca marrones.
Tienen que ser azules o verdes, pero nunca
azules.
Esto no es un espiral descendente o algún efecto
inducido por las drogas en el momento. No consumo drogas, nunca lo he hecho,
quizá tomé excesivamente en ocasiones como la noche anterior. Este soy yo afrontándome
con mis fallas y errores. Puede que sea exitoso cuando estoy en escena, pero en
la noche estoy solo.
Estoy malditamente asustado de morir solo.
Alcanzo mi teléfono para ver la hora. En vez de
eso voy a la galería que lleva a su imagen, mi meñique deslizándose sobre su
rostro. La veré cuando vaya a casa y no sé qué diré.
Sé que me odia.
Me odio.
Arruiné su vida. Eso es lo que su mensaje de voz
decía. Aquel que he tenido guardado por los últimos diez años. Aquel que
transfiero de teléfono a teléfono solo para poder oír su voz cuando estoy en
mis peores momentos.
Puedo recitar cada palabra llena de odio que
ella me dijo cuando estaba demasiado ocupado y nunca encontré el tiempo para
llamarle.
Nunca encontré un segundo para llamarla y
explicarle lo que había hecho para nosotros. Ella era mi mejor amiga y la dejé
escabullirse de mis dedos solo para salvarme a mí mismo del dolor de escucharla
decir que ya no me quería.
También tenía sueños.
Y mis sueños la incluían a ella, pero ella nunca
iría por ellos. No estoy viviendo su sueño americano. Estoy viviendo el mío.
Mi decisión lo destruyó todo.
Mi compañera de cama se acerca y me acaricia el
brazo. Me alejo rápidamente. Ahora que estoy sobrio, no tengo deseos de tener
nada con esta persona.
—Peter —dice en su seductor tono que suena como
un bebé. Cuando una mujer habla así hace que mi piel se tense. ¿No ven que las
hace sonar ridículas? A ningún hombre con bolas le gusta eso. No es sexy.
Envolviendo la sabana en mi muñeca me siento o
balanceando mis piernas sobre el borde, lejos de ella y de su errante mano. Mi
espalda se tensa cuando siento que la cama se mueve. Poniéndome de pie, jalo la
sabana para mantenerme de alguna forma cubierto.
No debería importarme, pero lo hace. Me ha visto en la oscuridad, pero no
permitiré que ella o su cámara den otra mirada.
—Estoy ocupado. —Mi voz es estricta y de un tono
monótono muy practicado—. Jorge el conserje, se asegurará de que tomes un taxi.
Me duermo a propósito mirando hacia el baño para
no mirarlas nunca cuando les digo que se vayan. Es más fácil así, sin
emociones. No tengo que ver sus rostros y ver como la esperanza desaparece.
Cada una de ellas espera ser la que me domestique, la que me haga
comprometerme.
No he tenido una novia desde que entré a la
industria y algo de una noche no va a cambiar eso. Estas chicas no significan
nada y nunca lo harán.
Cambiaría. Podría sentar cabeza y casarme.
Tener un niño o dos.
Pero, ¿por qué?
Mi mánager, María,
lo amaría, especialmente si fuera ella. Es la única con quien me he vuelto a
acostar. La primera vez fue un error de juicio, una solitaria noche en el
camino equivocación. Ahora ella quiere más. Pero yo no.
Cuando me dijo que estaba embarazada quise
saltar de un risco. No quería niños, al menos no con ella. Cuando pienso en
tener una esposa, es alta y morena. Está tonificada por años de ser porrista y
su trote de cinco millas diarias. No es una hambrienta ejecutiva de la
industria de la música quien habla sobre contratar niñeras antes de que un
doctor pueda confirmar su embarazo.
Ella sugirió matrimonio, me asusté y volé a
Australia a aprender a surfear.
Abortó dos meses después. Hice la promesa de que
mantendríamos las cosas de manera profesional desde ese día, y desde entonces
empecé mi rutina de cosa de una noche. A pesar de todo, ella aún me ama, y
espera a que yo cambie mi manera de pensar.
—Sabes —dice la ebria de la noche anterior entre
arrastre de pies y respiraciones—. Había escuchado que eras un idiota, pero no
lo creí. Pensé que teníamos algo especial.
Río y niego con mi cabeza. Lo había escuchado
todo, cada una piensa que tenemos algo especial porque es la más impresionante
noche que han tenido jamás.
—No te escogí por tu cerebro. —Camino hacia el
baño y cierro, poniendo seguro para asegurarme.
Recostándome contra la pared golpeo mi cabeza
contra la madera.
Cada vez que me digo que voy a parar, creo que
lo he logrado hasta que algo me hace querer olvidar. Mis manos arañan mi rostro
en pura frustración.
No estoy pensando en irme a casa.
La razón para regresar es verme a mí desde el
lavamanos del baño. El gran artículo de una página sobre el hombre a quien
solía llamar mi mejor amigo. Tomando el papel, leo sobre el papel las palabras
que he memorizado.
Nicolás Riera, padre de dos niños, murió
trágicamente cuando el auto que conducía fue chocado por detrás por un camión
de dieciocho ruedas.
Muerto.
Se había ido.
Y no estuve ahí.
Me fui como una gallina cuando no dije adiós.
Cambié mi número de teléfono porque ella no
dejaría de llamar. Tuve que hacer un receso y Nico era parte de eso. Ella y Eugenia
eran mejores amigas y él le diría donde estaba y qué estaba haciendo. Era mejor
de esta manera.
Se suponía que iba a irme por un año. Me dije
que regresaría a casa después de doce meses, arreglaría todo y le mostraría que
no era la misma persona de quién se había enamorado. Ella vería eso y me lo
agradecería, seguiría adelante y se casaría con un joven exitoso en los
negocios, uno que se despertara cada día y se pusiera una camisa y pantalones
de pliegues suaves que ella habría planchado en su hogar perfecto.
Aprieto el papel en mis manos y pienso en todo
lo que he perdido. No me arrepiento, ni puedo. Me hice esto y lo hice de la
única manera que
conocía. Simplemente no pensé que me importaría
tanto perder todo.
Me perdí el día en que él le pidió a Eugenia que
se casaran. Algo que supe que quería hacer desde que teníamos dieciséis.
Me perdí su matrimonio y el nacimiento de sus
mellizos. Era un padre y un esposo. Tenía tres personas que dependían de él y
ahora se había ido.
Nunca vería a sus hijos crecer y hacer las cosas
que nosotros hicimos cuando éramos más jóvenes. Todas las cosas que dijimos que
nuestros hijos harían juntos. Me perdí de esto porque tenía algo que probarme a
mí mismo. Me rendí de nuestro sueño y sobre la vida que habíamos planeado.
Y ahora me
dirijo a casa para enfrentar la música.
CONTINUARÁ...
subiiiii massssssssssss
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