domingo, 8 de marzo de 2015

Capítulo 1

PETER

Un ligero ronquido me recuerda que no estoy solo. La pesadez de un cuerpo tirado me pone en marcha inmediatamente. El perfume rancio de un día viejo perdura en el aire y en mis sábanas.

Las cortinas están recogidas, el sol está brillando a través de la gran ventana que me provee la mejor vista y privacidad.

Girándome, hay un rostro que no recuerdo. Un rostro que no posee nombre en mi memoria o en cualquier recuerdo vivido de cómo terminó ella en mi hotel sola en mi cama.

La parte de mi cama la puedo imaginar.

El cabello rubio me dice que no me molesté en conocer su nombre o preguntarle cuál era su bebida favorita. Garantizaría que nuestra conversación fue entre miradas, manos y labios solamente. Solo hay un color de cabello que puede hacer que mi corazón lata, y rubio no lo es.

Tampoco lo es rojo.

Los ojos también.

Nunca marrones.

Tienen que ser azules o verdes, pero nunca azules.

Esto no es un espiral descendente o algún efecto inducido por las drogas en el momento. No consumo drogas, nunca lo he hecho, quizá tomé excesivamente en ocasiones como la noche anterior. Este soy yo afrontándome con mis fallas y errores. Puede que sea exitoso cuando estoy en escena, pero en la noche estoy solo.

Estoy malditamente asustado de morir solo.

Alcanzo mi teléfono para ver la hora. En vez de eso voy a la galería que lleva a su imagen, mi meñique deslizándose sobre su rostro. La veré cuando vaya a casa y no sé qué diré.

Sé que me odia.

Me odio.

Arruiné su vida. Eso es lo que su mensaje de voz decía. Aquel que he tenido guardado por los últimos diez años. Aquel que transfiero de teléfono a teléfono solo para poder oír su voz cuando estoy en mis peores momentos.

Puedo recitar cada palabra llena de odio que ella me dijo cuando estaba demasiado ocupado y nunca encontré el tiempo para llamarle.

Nunca encontré un segundo para llamarla y explicarle lo que había hecho para nosotros. Ella era mi mejor amiga y la dejé escabullirse de mis dedos solo para salvarme a mí mismo del dolor de escucharla decir que ya no me quería.

También tenía sueños.

Y mis sueños la incluían a ella, pero ella nunca iría por ellos. No estoy viviendo su sueño americano. Estoy viviendo el mío.

Mi decisión lo destruyó todo.

Mi compañera de cama se acerca y me acaricia el brazo. Me alejo rápidamente. Ahora que estoy sobrio, no tengo deseos de tener nada con esta persona.

—Peter —dice en su seductor tono que suena como un bebé. Cuando una mujer habla así hace que mi piel se tense. ¿No ven que las hace sonar ridículas? A ningún hombre con bolas le gusta eso. No es sexy.

Envolviendo la sabana en mi muñeca me siento o balanceando mis piernas sobre el borde, lejos de ella y de su errante mano. Mi espalda se tensa cuando siento que la cama se mueve. Poniéndome de pie, jalo la
sabana para mantenerme de alguna forma cubierto. No debería importarme, pero lo hace. Me ha visto en la oscuridad, pero no permitiré que ella o su cámara den otra mirada.

—Estoy ocupado. —Mi voz es estricta y de un tono monótono muy practicado—. Jorge el conserje, se asegurará de que tomes un taxi.

Me duermo a propósito mirando hacia el baño para no mirarlas nunca cuando les digo que se vayan. Es más fácil así, sin emociones. No tengo que ver sus rostros y ver como la esperanza desaparece. Cada una de ellas espera ser la que me domestique, la que me haga comprometerme.

No he tenido una novia desde que entré a la industria y algo de una noche no va a cambiar eso. Estas chicas no significan nada y nunca lo harán.
Cambiaría. Podría sentar cabeza y casarme.

Tener un niño o dos.

Pero, ¿por qué?

Mi mánager, María, lo amaría, especialmente si fuera ella. Es la única con quien me he vuelto a acostar. La primera vez fue un error de juicio, una solitaria noche en el camino equivocación. Ahora ella quiere más. Pero yo no.

Cuando me dijo que estaba embarazada quise saltar de un risco. No quería niños, al menos no con ella. Cuando pienso en tener una esposa, es alta y morena. Está tonificada por años de ser porrista y su trote de cinco millas diarias. No es una hambrienta ejecutiva de la industria de la música quien habla sobre contratar niñeras antes de que un doctor pueda confirmar su embarazo.

Ella sugirió matrimonio, me asusté y volé a Australia a aprender a surfear.

Abortó dos meses después. Hice la promesa de que mantendríamos las cosas de manera profesional desde ese día, y desde entonces empecé mi rutina de cosa de una noche. A pesar de todo, ella aún me ama, y espera a que yo cambie mi manera de pensar.

—Sabes —dice la ebria de la noche anterior entre arrastre de pies y respiraciones—. Había escuchado que eras un idiota, pero no lo creí. Pensé que teníamos algo especial.

Río y niego con mi cabeza. Lo había escuchado todo, cada una piensa que tenemos algo especial porque es la más impresionante noche que han tenido jamás.

—No te escogí por tu cerebro. —Camino hacia el baño y cierro, poniendo seguro para asegurarme.

Recostándome contra la pared golpeo mi cabeza contra la madera.

Cada vez que me digo que voy a parar, creo que lo he logrado hasta que algo me hace querer olvidar. Mis manos arañan mi rostro en pura frustración.

No estoy pensando en irme a casa.

La razón para regresar es verme a mí desde el lavamanos del baño. El gran artículo de una página sobre el hombre a quien solía llamar mi mejor amigo. Tomando el papel, leo sobre el papel las palabras que he memorizado.

Nicolás Riera, padre de dos niños, murió trágicamente cuando el auto que conducía fue chocado por detrás por un camión de dieciocho ruedas.

Muerto.

Se había ido.

Y no estuve ahí.

Me fui como una gallina cuando no dije adiós.

Cambié mi número de teléfono porque ella no dejaría de llamar. Tuve que hacer un receso y Nico era parte de eso. Ella y Eugenia eran mejores amigas y él le diría donde estaba y qué estaba haciendo. Era mejor de esta manera.

Se suponía que iba a irme por un año. Me dije que regresaría a casa después de doce meses, arreglaría todo y le mostraría que no era la misma persona de quién se había enamorado. Ella vería eso y me lo agradecería, seguiría adelante y se casaría con un joven exitoso en los negocios, uno que se despertara cada día y se pusiera una camisa y pantalones de pliegues suaves que ella habría planchado en su hogar perfecto.

Aprieto el papel en mis manos y pienso en todo lo que he perdido. No me arrepiento, ni puedo. Me hice esto y lo hice de la única manera que
conocía. Simplemente no pensé que me importaría tanto perder todo.

Me perdí el día en que él le pidió a Eugenia que se casaran. Algo que supe que quería hacer desde que teníamos dieciséis.

Me perdí su matrimonio y el nacimiento de sus mellizos. Era un padre y un esposo. Tenía tres personas que dependían de él y ahora se había ido.

Nunca vería a sus hijos crecer y hacer las cosas que nosotros hicimos cuando éramos más jóvenes. Todas las cosas que dijimos que nuestros hijos harían juntos. Me perdí de esto porque tenía algo que probarme a mí mismo. Me rendí de nuestro sueño y sobre la vida que habíamos planeado.


Y ahora me dirijo a casa para enfrentar la música.


CONTINUARÁ... 

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