domingo, 22 de marzo de 2015

Capítulo 4

LALI

Me detengo en la entrada del modesto rancho de Eugenia y Nicolás, junto a los triciclos rosas posados en el patio. No puedo obligarme a salir del coche. Es como aceptar lo inevitable. Sé que nada traerá de vuelta a Nicolás o cambiará lo que ha ocurrido, pero quizás pueda prolongarlo un poco más.

—Tía Lali, ¿qué estás haciendo?

Salto ante la pequeña voz que me habla. Rufina me está mirando, de pie junto al lado del pasajero del coche. Su pelo rubio y rizado está atado en dos coletas a los lados atadas con cintas y su sonrisa desdentada me alegra el día.

—Nada, cariño, solo estaba pensando —digo mientras salgo del coche y camino hacia donde está ella. Lleva su jersey de fútbol de los domingos y pantalones de chándal y tiene un balón de fútbol bajo el brazo. Es exactamente igual a Nicolás.

—¿Dónde está Noah?

—En el colegio.

Su cara cae mientras mira hacia el suelo. Su pequeño pie en deportivas comienza a balancearse adelante y atrás.

—Mamá dice que no tenemos que ir al colegio todavía. —Su voz se apaga.

Lucho contra las lágrimas mientras mi corazón se rompe por ella y su hermana. Solo han tenido cinco años con su padre y solo lo recordarán si tienen suerte. Me inclino hacia ella y limpio una lágrima de su mejilla.

—Noah puede venir después de la escuela y antes de irse al entrenamiento, ¿de acuerdo?

Ella asiente con la cabeza y la llevo a mis brazos, conduciéndola a su una-vez-feliz hogar.

Es la primera vez que estoy en la casa Riera desde que recibimos la llamada. Vine aquí para estar con las chicas mientras Eugenia estaba en el hospital esperando por una señal de que Nicolás iba a conseguirlo. Pasé por el piso, el mismo piso por el que ellos pasaban cuando las niñas tenían un resfriado o la gripe y los mantenían despiertos por la noche.

El mismo piso en el que Nicolás botó un plato lleno de pollo cuando tropezó con una bolsa de balones de fútbol que olvidó guardar después de la práctica. Eugenia y yo nos reímos tan fuerte. Cuando Nicolás se levantó, tenía grasa de pollo por toda la cara. Una mirada y Eugenia supo que él iba a perseguirla así.

Bajé a Rufina y le di un beso en la frente. No sabía cómo consolarla a ella y a su hermana, mucho menos a su madre.

—¿Dónde está tu hermana? —le pregunté.

Rufina se encogió de hombros.

—Supongo que con mamá.

—Tía Lali, ¿quién va a ver el fútbol conmigo ahora? —Su voz se rompe cuando hace la pregunta más simple de todas. Por lo general tengo respuesta para todo, pero cuando la miro a los ojos no sé qué decirle porque no hay una respuesta. Podría ser yo una semana o el señor Riera, pero nunca será Nicolás. Él era su chico del fútbol.

—Estoy segura de que a Pablo le encantaría, incluso a Noah. Tal vez tu
abuelo pueda venir los domingos.

—No es lo mismo —susurra antes de dejarme en el centro de la sala, rodeada de nada más que recuerdos, una vez capturados por la lente de la vida real y congelados en el pasado.

Y a veces no son suficientes. Habrán muchos recuerdos habrá que no contendrán a Nicolás.

—Oye. —Me giro para encontrar a Eugenia detrás de mí. Su cabello está recogido en un moño descuidado y lleva una de las camisas de Nicolás.

No puedo retener un sollozo lloroso mientras me apresuro a abrazarla. Ella llora en mi pecho, sus sollozos rompiendo mi reserva.

—Lo siento mucho —le digo en voz baja. Sus manos se aferran a mi camisa mientras lucha por controlarse. Ella estaba ahí para mí cuando mi mundo se vino abajo y voy a estar ahí para ella, aunque me mate.

Cuando se echa hacia atrás le limpio las lágrimas, igual que hice por Rufina.

—Ayer parecías estar bien —le digo tratando de recordarle que tiene algunos momentos buenos.

—Ayer no tenía que tomar ninguna decisión, salvo de qué color quería las flores. Hoy tengo que elegir un ataúd y llevar... —Toma una profunda respiración, tapándose la cara con las manos. Su anillo de compromiso de diamantes brilla, captando la luz del sol—. Tengo que escoger su último traje y no sé qué querría llevar.

Esto es algo que ni siquiera puedo imaginar. Yo no sabría qué hacer.

Cuando las cosas cambiaron para mí me quise morir, pero Eugenia y Nicolás me mantuvieron unida. Fueron mi pegamento. El amor de mi vida no murió, él tan solo decidió que yo no era lo que él necesitaba en su vida y se fue. No tuve que enterrarlo o limpiar su oficina. Él se llevó mi corazón cuando cerró la puerta.

—Quizás deberías preguntarle a las chicas que quieren que se ponga. Deja que te ayuden, porque vas a necesitarlas para pasar por todo esto. Sé que Rufina está preocupada por quien verá el fútbol con ella los domingos.

—Lo sé. —Suspira profundamente—. Ella quiere saber quién la va a arropar por las noches, porque nadie lo hace como papá.

La empujo de vuelta a mis brazos y abrazo a mi amiga. No hay palabras
que yo pueda decirle para ayudar a resolver este problema, solo el tiempo lo hará. Pero el tiempo duele.

Eugenia toma mi consejo y le pide a las gemelas que la ayuden a elegir el último traje de su padre. Cuando salen, las tres sostienen cosas que no combinan. Eugenia me muestra un par de oscuros pantalones de vestir.

Rufina levanta su camiseta de entrenar y Alai me enseña los zapatos con los que va a ser enterrado, un taco y un tenis. Esbozo una sonrisa que las hace reír.

Es perfecto y muy como Nicolás.

El trayecto a la casa funeraria es tranquilo. Eugenia juega con sus anillos, como hizo cuando se comprometió. Miro mi mano desnuda, y me pregunto cuando deslizará Pablo un anillo en mi dedo. No es necesario que anunciemos el compromiso, la gente lo está esperando. Pablo y yo hemos estado juntos durante seis años. Era el momento de tomar una decisión. Un hombre como Pablo no va a esperar siempre. Todo el mundo dice que es una gran captura, ya que es el único de nosotros que realmente hizo algo con su educación, y tienen razón. Sería estúpido no casarse con el pediatra de la ciudad.

La elección de un ataúd es mucho más difícil de lo que parece. Puedes escoger el tipo de madera, las incrustaciones y el color .Todas las cosas que Eugenia tiene que decidir tienen que ser en una oficina que huele a gente muerta.

Eugenia tiene que escoger la música, los programas y la lista de los portadores del féretro. Observo como escribe los nombres, dejando en blanco el sexto lugar.

—Se te ha olvidado uno —señalo.

Ella niega con la cabeza.

—Por si acaso —dice.

No tiene que explicar lo que quiere decir, sé a lo que se refiere, pero no quiero pensar en… él. Después de dejarla, me dirijo a casa. Noah debería haber vuelto del colegio, y yo solo quiero abrazarlo hasta que esté razonablemente segura de que no me va a dejar jamás.

—¿Noah? —lo llamo mientras entro en casa.

La televisión está encendida y lo encuentro tirado en el sofá. Está viendo una película de un viejo partido de Pablo y Nicolás en la escuela preparatoria. Oigo el familiar nombre y miro hacia a Noah, pasándole los dedos por el pelo.

—¿Qué haces, amigo?

—Solo estoy viéndolo —dice, su pelo rizado en mi mano.

Lo empujo a mi regazo y lo abrazo. Me encanta que siga siendo mi niño cuando necesito que lo sea.

—Estas muy graciosa, mamá. —Él se echa a reír. Le suelto el pelo y pellizco su oreja para seguir escuchando sus risas.

—Espera a que tengas mi edad y mires tus videos.

—¿Hay alguien en casa?

—Aquí —grito mientras Pablo entra en casa. Echa un vistazo a lo que estamos viendo y se pone detrás de mí, envolviendo su brazo alrededor de mis hombros.

—¿Por qué estamos viendo esto? —susurra en mi oído. Me encojo de hombros y señalo hacia Noah. Pablo sabe que nunca lo pondría, viendo esos reflejos que no hacen más que abrir viejos recuerdos.

Noah sigue riéndose y diciéndole a Pablo lo graciosos que nos veíamos en el instituto. Cada vez, le recuerdo que tengo fotos suyas de bebé, desnudo, y que se las enseñaré a todas sus novias.

Beaumont gana el partido y esa es mi señal para apagarlo. Busco allí el botón, el pánico invadiéndome. No quiero ver lo que hay al final.

—Mamá, ¿a quién estás besando?

Miro la pantalla y veo al chico que acosa mis sueños y mi realidad. Se vuelve y mira a la cámara, sus brazos a mi alrededor. Cuando veo sus ojos verdes me muerdo el labio.

Desde que Nicolás murió, he estado pensando cada vez más en él, y me pregunto si es feliz. Me levanto y apago la TV, para no tener que mirarlo más.


—No es nadie, bebé —le digo mientras salgo de la habitación.


CONTINUARÁ... ¡Hola! Siento no haber podido subir antes, pero estaba de viaje. Gracias por firmar. ¡Un beso!

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