LALI
Las palabras se convierten en un borrón cuanto
más tiempo me quedo mirándolas.
El papel se moja con mis lágrimas. Las lágrimas
que no han dejado de caer desde que recibí la llamada telefónica. Ahora estoy sosteniendo un formulario
de pedido con su nombre en él. El ramillete del ataúd para ser hecho en
nuestros colores de preparatoria: rojo y dorado. El ramillete de pie para ser
hecho en los colores de su boda, nuestros colores universitarios: verde y
blanco. Esto es lo que quiere Eugenia.
Eugenia va a enterrar a su esposo en pocos días
y sin embargo está lo suficientemente bien como para tomar decisiones sobre qué
tipo de flores adornarán el ataúd de su esposo.
¿Yo? Ni siquiera puedo lograr leer el formulario
de pedido.
Cuando Eugenia llamó y me pidió que hiciera los
arreglos florales tomó todo de mi parte decir que sí cuando realmente quería
decir que no. No quiero hacer esto. Ni siquiera quiero pensar que Nico se ha
ido. Lo he conocido desde el primer grado y ahora se ha ido. Él no se pasará
por aquí el lunes para recoger su pedido habitual. Eugenia no va a recibir su
docena de rosas semanal, algo que ha estado recibiendo desde que él comenzó a proponérsele
a los diecisiete años.
Ellos fueron los afortunados, teniendo todo
calculado en la escuela preparatoria y apegándose a ello. Yo pensé que también
tenía eso, pero fui tomada por sorpresa en mi primer semestre en la
universidad. Mi vida fue puesta patas arriba con unas cuantas palabras cortas y
un portazo, creando un muro entre el amor de mi vida y yo.
Me levanto con las piernas temblorosas, limpio
mis lágrimas y me dirijo hacia la puerta para darle la vuelta al cartel de “Cerrado” a “Abierto”. No quiero abrir hoy, pero tengo que hacerlo. Hay
una boda, una fiesta de ex-alumnos y el funeral de Nicolás en los próximos
días, y soy la afortunada de hacer todos sus arreglos florales.
Fijo la orden de Eugenia en la pizarra junto al
resto de las órdenes. Tengo que tratarla como a cualquier otro cliente a pesar
de que es una a la que desearía no estar despachando.
Respira hondo, me digo a mí misma cuando me pongo a trabajar en
la primera orden. Hay cuarenta ramilletes de muñeca y arreglos florales para la
solapa que hacer hoy y lo único que quiero hacer es aplastar las rosas entre las
palmas de mis manos y lanzarlas por la puerta.
Las campanitas de la puerta rompen mi
concentración. Hora
de poner una cara feliz. Candela está
caminando hacia mí, tazas de café en mano. Me limpio las manos en mi delantal
verde y la encuentro en el mostrador.
—Gracias —le digo justo antes de sorber el
líquido caliente. El camino a mi corazón es definitivamente a través de un café
con leche acaramelado.
—Sabía que lo necesitabas. Podía sentir tu
profundo deseo cuando estaba en la cola.
Candela es mi trabajadora a medio tiempo y mi
amiga a tiempo completo. Se mudó a Beaumont hace tres años para escapar de un
marido abusivo y encajó inmediatamente con Eugenia y conmigo.
—¿Cómo lo estás llevando? —pregunta. Me encojo
de hombros, realmente sin querer hablar de las cosas ahora mismo. Necesito
superar el día. Cuando la noticia se empiece a extender van a volver antiguos compañeros
de clase y, tan vano como suena, quiero lucir bien. No quiero lucir como si
acabara de ser dejada, porque de todos modos eso es lo que la mayoría de ellos
recuerda.
—Yo solo… —Escondo mis ojos detrás de mi mano—.
No tengo recuerdos que no involucren a Nico.
No sé qué va a suceder el lunes cuando abra y él no esté aquí para comprar las
flores de Eugenia. Lo ha hecho durante más de diez años.
—Lo siento tanto, Lali. Desearía que hubiese
algo que pudiera hacer
por ustedes.
—Solo estar ahí para Eugenia es suficiente. Yo
me encargaré de mis propios sentimientos.
Candela rodea el mostrador y me da un abrazo
antes de ir a ponerse el delantal. Estoy agradecida por su ayuda, sobre todo
hoy. Tal vez pueda pasarle los preparativos del funeral y centrarme en lo
alegre.
Pero, pensándolo mejor, tal vez no.
De pie en el frente, mirando dentro de la tienda
está el señor Riera.
Se ve perdido.
—Ya vengo —le digo a Candela cuando me deslizo
por la puerta. El clima es ventoso con un frío en el aire. Definitivamente no
es un día de otoño promedio aquí.
—Señor Riera —digo, extendiendo la mano para
tocarle el brazo. Él perdió a su esposa el año pasado debido al cáncer y ahora
su hijo… no puedo imaginarlo.
—Mariana. —Su voz es entrecortada, ronca. Sus
ojos están demacrados y enrojecidos—. Estaba caminando y cuando miré a la
ventana de aquí recordé la primera vez que tuve que traer a Nicolás para
conseguirle flores a Euge. Ellos iban a algún baile y yo los iba a llevar. —Él
niega con la cabeza, como si no estuviera seguro de si lo está inventando o si
no quiere recordar más.
—Eso fue hace mucho tiempo, señor Riera. ¿Quiere
venir adentro y llamaré a Eugenia por usted? Tal vez ella pueda venir a
recogerlo.
Él niega con la cabeza.
—No quiero molestar a Euge. Ella tiene
suficiente de qué preocuparse como para tener que cuidar de su suegro. —Él deja
de hablar de repente, con los ojos vidriosos. Miro a mi alrededor para ver si
hay algo que ha llamado su atención—. ¿Sigo siendo su suegro?
Mi mano cubre mi boca, pero no puede ahogar mi
llanto.
—Por supuesto que sí —susurro—. Ella es su Euge,
usted es el único que puede llamarla así, sabe. Ella lo quiere como si fuese su
propio padre.
El señor Riera me mira y asiente antes de irse
caminando. Quiero seguirlo y asegurarme de que llega a su casa o a donde sea
que decida ir, pero me quedo congelada en la acera viéndolo alejarse.
Nicolás nunca sabrá el impacto que ha tenido en
todas las personas en
Beaumont.
Cuando logro regresar a la tienda, Candela está
sacando las rosas para los ramilletes fúnebres. Doy un suspiro de alivio dado
que no tuve que pedírselo. Ella simplemente lo sabía. Camino detrás de ella y
envuelvo mis brazos a su alrededor, abrazándola, dándole las gracias por ser
una buena amiga.
Las órdenes llegan como locas, la mayoría de
ellas para Eugenia o para el servicio. Mantengo mi chico de repartos ocupado
hoy y cada vez que él entra está sonriendo de oreja a oreja. No puedo imaginar
por qué. La mayoría de la gente no da propina cuando reciben flores para un
funeral, a menos que, por supuesto, seas la señora Suárez, la presumida mamá
plástica de Eugenia que es todo lo que la palabra “apropiada” representa.
Candela y yo trabajamos lado a lado. Trato de no
prestar atención, pero no puedo dejar de echarle un vistazo cada pocos minutos.
Los arreglos están saliendo a la perfección. Me gustaría pensar que Mason
estaría impresionado.
—¿Cuándo le vas a decir que sí a Pablo?
Amenazo con apuñalar a Candela con mis tijeras
de podar.
—Me lo pidió de nuevo la otra noche —digo
mientras saco un poco de
gipsófila para cortar.
—¿Qué número es?
Me encojo de hombros.
—He perdido la cuenta.
Candela lanza sus tijeras y coloca las manos en
sus caderas.
—¿Qué demonios estás esperando? Él tiene un buen
trabajo, te ama y se preocupa por Noah. No muchos hombres quieren hacer el rol
de papá cuando no es su hijo. —Trato de ocultar mi sonrisa, pero ella me da un puñetazo
en el brazo—. ¿Dijiste que sí?
Asiento, lo cual la hace saltar arriba y abajo.
Ella hala mi mano hacia adelante y frunce el ceño al ver que no estoy usando un
anillo.
—Vamos a esperar hasta que todo se calme. No es
momento para celebrar, ¿sabes? Ambos perdimos a nuestro amigo y aunque estamos
felices y enamorados, Eugenia y los niños son más importantes para nosotros que
decirle a todo el mundo que por fin nos vamos a casar.
Candela envuelve sus brazos alrededor de mí,
sujetándome con fuerza.
—Él te hará feliz, Lali.
—Ya lo hace —respondo cuando ella da un paso
atrás. Ya puedo ver las ruedas girando en su cabeza y esto solo consolida lo
que le dije a Nick: tenemos que fugarnos.
Ella se voltea y comienza a trabajar de nuevo.
—¿Crees que él adoptará a Noah?
Dejo caer mis tijeras al suelo, apenas fallando
mi pie. Me aclaro la garganta.
—Yo… yo no estoy segura de eso.
—¿Por qué no? Lo ha estado criando desde que él
tenía qué, ¿tres años?
Me muerdo el labio y asiento hacia ella.
—Nunca lo hemos discutido y en realidad no
quiero hablar del papá de Noah en estos momentos.
Ella me mira y sonríe.
—Está bien —dice, pero sé que preguntará de
nuevo.
No he pensado en el papá de Noah en años. No,
eso no es cierto. Más como en horas, y más aún desde que Nicolás murió. No sé
si él sabe sobre Nicolás o incluso si le importa. Solo espero que no se
aparezca por aquí.
CONTINUARÁ...
massssssssssssssss
ResponderEliminarCompletamente diferentes las vidas d Lali y Peter
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