Lali
se retiró a su habitación con intención de acostarse, aunque sabía que no iba a
poder dormir. Habían sido demasiadas emociones para un solo día. La fiesta
había salido bien y todo el mundo había entendido que Peter prefiriera estar
solo, pero ella se arrepentía de haberlo arrastrado a esa situación.
Ya
se había metido en la cama cuando llamaron a la puerta.
—¿Peter?
—Sí,
soy yo.
—Adelante...
Peter
entró en la habitación y la miró de arriba a abajo. Lali no llevaba más ropa
que un camisón de seda.
—Lo
siento, no sabía que ya estabas acostada.
Él
dio media vuelta con intención de salir, pero ella se acercó y lo detuvo.
—No
importa. ¿Querías algo?
Peter
la volvió a mirar. Estaba pálido y sus ojos parecían más oscuros. Lali pensó
que nunca le había parecido tan peligroso y tan atractivo a la vez. De hecho,
se sintió tan insegura que dio un paso atrás.
—Siento
haber sido tan brusco contigo.
—No
te preocupes. Sé que ha sido muy difícil para ti.
Él
no dijo nada. ¿Qué podía decir? Lali había sido la mejor amiga de Euge, pero
había cortado su relación con ella y no había estado a su lado durante sus
últimos meses de vida. Sencillamente, no podía imaginar lo que Peter había
sufrido. Y, a decir verdad, se sentía culpable por ello. Culpable por haberla
abandonado y culpable por envidiarla, por desear al hombre que se había casado
con ella.
—No
es necesario que te disculpes —continuó Lali—. Cometí un error. Debería haber
sido más consciente de tus necesidades.
Peter
se encogió de hombros.
—¿Mis
necesidades? Ni yo mismo sé lo que necesito —le confesó—. A veces me siento
como si no supiera nada.
Ella
alzó un brazo y le acarició la mejilla.
—Has
sufrido mucho, y sé que estás lejos de superarlo. Pero no te preocupes; no te
volveré a presionar con compromisos sociales. Es evidente que necesitas más
tiempo.
Peter
le puso una mano sobre los dedos, causándole una descarga de electricidad que
le recorrió el cuerpo con una fuerza devastadora. No podía negar que lo
deseaba. Los pezones se le endurecieron bajo la fina tela del camisón y, más
abajo, entre las piernas, sintió el intenso anhelo de la necesidad.
—Te
equivocas, Lali —replicó él—. Si hay algo que me sobra, es tiempo. Tiempo para
pensar, para dar vueltas y más vueltas a las cosas...
Pero
no quiero pensar más. Por una vez, solo quiero sentir.
—¿Sentir?
Él
asintió.
—Sí,
sentir algo más que el dolor que llevo dentro —contestó—. Quiero que el
sentimiento de vacío desaparezca.
Peter
giró la cabeza de tal forma que sus labios quedaron contra la palma de Lali. Si
le hubiera puesto una plancha encendida en la piel, el efecto no habría sido
más abrumador. Ella soltó un grito ahogado y apartó la mano. Él inclinó la
cabeza y ella se estremeció de placer, sorprendida por las reacciones de su
propio cuerpo. Intentó encontrar palabras para describir lo que sentía, pero ya
no podía pensar, ya no tenía pensamientos de ninguna clase. Solo había un calor
que la quemaba, llamas de necesidad que le lamían la piel mientras se aferraba a
Peter, anclándose a su fuerza y derramando todos sus años de deseo prohibido,
postergado, en su boca.
Cuando
él rompió el contacto, ella se le quedó mirando en silencio.
—Ven
conmigo, a mi habitación —dijo Peter —. No podemos hacer el amor aquí.
Lali
asintió y dejó que la llevara por el pasillo, hacia su dormitorio. Segundos más
tarde, la puerta se cerró a sus espaldas. Ella se tumbó en la cama y Peter se
tumbó sobre ella. Al sentir el peso de su cuerpo, Lali se arqueó y sintió la
dureza de su erección. Se sentía como si toda su vida hubiera estado destinada
a ese instante, y estaba más que dispuesta a saborear cada segundo.
Llevó
las manos a la camisa de Peter y se la desabrochó. Mientras él la besaba,
excitando su piel con el roce de su mandíbula sin afeitar, ella le quitó la
prenda y le acarició el estómago. Quería acariciar cada centímetro de su
cuerpo, probar cada centímetro de su cuerpo y, a continuación, dejar que él la
probara.
Le
pasó un dedo por el cuello y, tras detenerse un momento en sus hombros, trazó
las líneas de los músculos de su pecho. Peter se estremeció, sobre todo cuando
ella le frotó los pezones con los pulgares y se inclinó para besarlos.
Entonces,
él se apoyó en un codo y la agarró por las muñecas, para impedir que continuara
con sus caricias.
—Pero
quiero tocarte... —protestó Lali.
—Paciencia.
Peter
le levantó los brazos por encima de la cabeza. Le encantaba estar así,
completamente a su merced, ofreciéndose con total confianza.
Él
la besó en los labios y en el cuello, haciendo que se retorciera y arqueara de
placer, que se mostrara suplicante, anhelante. Y, entonces, le soltó las manos,
le quitó el camisón y cerró la boca sobre uno de sus
pechos.
—Oh,
Peter...
Peter
tembló, intentando refrenarse, mientras le succionaba los pezones y le
provocaba oleadas de sensaciones a cual más intensa en la entregada
Lali.
Tras
unos segundos de caricias, se apartó de ella y admiró su cuerpo desnudo bajo la
luz de la luna, que entraba por la ventana.
—Eres
preciosa.
Lali
tuvo una extraña sensación de irrealidad, como si estuviera viendo una película
antigua en blanco y negro cuyos protagonistas se encontraban por primera vez.
Y, en cierto sentido, era verdad. Peter y ella se estaban encontrando por
primera vez. Habían sido simples conocidos antes de que ella rompiera el
contacto con Euge y casi enemigos desde entonces. Aunque Lali lo amara, no
sabían nada el uno del otro.
Pero,
al menos, sabía una cosa: que esta vez no se había alejado de ella; que, en
lugar de marcar las distancias, la había llevado a su dormitorio y le estaba
haciendo el amor.
Las
cosas habían cambiado de repente.
En
ese momento, Lali decidió que le daría todo lo que necesitara, todo lo que
quisiera. Aunque, a cambio, solo recibiera una parte de lo que ella deseaba.
Soltó
un gemido mientras Peter seguía con la exploración de su cuerpo, hasta llegar a
su entrepierna. Cuando él le separó los muslos y empezó a lamer, ella estuvo a
punto de saltar de la cama. Fue como si toda su energía se hubiera concentrado
en un solo lugar. En cuestión de segundos, cayó por el precipicio del placer y
llegó a un clímax tan exquisito e intenso que se le saltaron las lágrimas.
Antes
de que pasaran los últimos coletazos del orgasmo, Peter se quitó los pantalones
y los calzoncillos y se volvió a colocar entre sus piernas.
Luego,
con un gemido gutural, la penetró. Ella sintió que sus músculos interiores se
contraían sobre él, dándole la bienvenida a su interior, a su calor.
Casi
no se había recuperado del primer orgasmo cuando notó que se acercaba al segundo.
Peter se siguió moviendo una y otra vez, intoxicándola con un placer renovado,
hasta que soltó un grito y se deshizo en ella.
Satisfecha,
Lali cerró los brazos alrededor de su cuerpo y se apretó con fuerza,
concentrada en el sonido de su respiración y en su estremecimiento.
Peter
casi no podía respirar y, desde luego, no podía pensar. Se apartó de Lali y se
tumbó a su lado para aliviar el calor que sentía.
Aún
no podía creer lo que habían hecho.
Siempre
había sabido que hacer el amor con Lali sería una experiencia explosiva. Por
eso había mantenido las distancias; precisamente por eso. Y se sintió culpable.
Creía que, al dejarse llevar por el deseo, al dejar que lo arrastrara de esa
forma, había traicionado la memoria de la única mujer a la que había prometido
fidelidad.
Sus
ojos se llenaron de lágrimas y la boca le supo amarga de repente.
En
su opinión, él no merecía sentir placer. Ni merecía encontrar ese placer en los
brazos de Lali Espósito.
Podía
sentir su presencia. Podía oír su respiración, todavía acelerada.
Notaba
el calor de su cuerpo, que inconscientemente le ofrecía su afecto y su apoyo. Cerró
los ojos con fuerza y se maldijo en silencio.
Había
cometido un error terrible. Se dijo que, si lo hubiera pensado antes, se habría
encerrado en su dormitorio, a solas con la botella de brandy que había sacado
del despacho para emborracharse y olvidar.
Justo
entonces, ella lo tomó de la mano. Peter sintió que el colchón se hundía un
poco cuando ella cambió de posición para ponerse de lado y mirarlo a los ojos.
Pero
él no la miró. No se atrevía.
Se
puso tenso, esperando que dijera algo. Sin embargo, Lali se limitó a
acariciarle el pecho con movimientos circulares, que lo tranquilizaron al instante.
Peter
pensó que no se quería tranquilizar. Quería gritar, insultarse a sí mismo por
haberla llevado a su habitación y haberle hecho el amor; por haberse rendido a
las necesidades de su cuerpo y haberla tomado sin pensar, sin calcular las
consecuencias.
Sin
protección.
—Oh,
no...
—¿Qué
ocurre? —preguntó ella, preocupada.
Peter
la miró al fin.
—Hemos
hecho el amor sin preservativo.
Lali
sonrió.
—No
te preocupes. Estoy tomando la píldora.
Peter
la observó con detenimiento. ¿Estaría diciendo la verdad? En principio, no
tenía motivos para mentir.
Un
segundo después, ella se incorporó y se puso a horcajadas sobre él.
—No
pasa nada, Peter. Solo quiero hacer el amor otra vez.
—Esto
no es amor, Lali.
Ella
suspiró y sacudió la cabeza.
—Déjate
llevar. Deja que disfrute de ti —insistió—. Disfruta de mí.
Lali
se inclinó y lo besó en la boca. Le pasó la lengua por los labios y luego, se
los mordió con suavidad.
Él
intentó resistirse al deseo que empezó a crecer en él, pero no lo consiguió.
Pudo sentir el calor de su entrepierna mientras ella permanecía inclinada sobre
su cuerpo y, después, sin saber cómo, se sorprendió devolviéndole el beso con
una pasión donde se unían toda la necesidad y toda la desesperación que había
acumulado durante los meses anteriores.
Cuando
ella rompió el contacto, él estuvo a punto de protestar. Pero las pequeñas
manos de Lali le acariciaron el pecho y el estómago y, por fin, se cerraron
sobre su sexo, que empezó a masturbar con dulzura.
La
sensación fue arrebatadora, aunque no tanto como la que llegó a continuación. Lali
bajó un poco y se introdujo el pene en la boca.
La
húmeda caricia de sus labios y de su lengua le causó una reacción en cadena de
placer que se llevó por delante hasta el más pequeño de sus pensamientos. Ya no
quería saber nada. Ya no se quería preguntar sobre las supuestas consecuencias
morales de lo que estaban haciendo. Solo había espacio para el deseo y su
inevitable conclusión.
Tras
lamerlo un rato, Lali volvió a cambiar de postura. Se puso exactamente encima
del miembro al que había estado dedicando su atención y descendió poco a poco,
dándole otra vez la bienvenida.
Ella
soltó un gemido y se empezó a mover. La tensión de Peter fue creciendo hasta
que llegó un momento en que no podía soportarlo más.
Entonces,
cerró las manos sobre sus caderas y se empezó a mover con ella, aceptando un
ritmo que los volvía locos de placer a los dos. Pero Lali quería más, así que
le apartó las manos de las caderas y se las llevó a los pechos, para que se los
acariciara.
—Oh,
sí... —suspiró.
Peter
jugueteó con sus pezones y pensó que era magnífica. El pelo le caía por los
hombros como una cascada y su esbelto cuello se arqueaba hacia atrás con su
larga y curvada espalda. Peter supo que estaba a punto de llegar al orgasmo,
pero mantuvo el control hasta que Lali gritó de nuevo y se estremeció.
Tras
alcanzar el clímax, se quedaron abrazados, juntos.
Esta
vez, Peter no experimentó la punzada del sentimiento de culpabilidad. Estaba
demasiado cansado para pensar y demasiado satisfecho como para estropear la
magia del momento con sus dudas.
Ya
pensaría al día siguiente, cuando se levantara y se mirara al espejo.
Lali
notó que las sábanas estaban frías y supo que Peter se había ido.
Esperaba
que se quedara con ella toda la noche, pero sabía que él tenía sus demonios
personales y que, más tarde o más temprano, tendría que enfrentarse a ellos.
Abrió
los ojos y buscó el camisón con la mirada, considerando la posibilidad de
volver a su dormitorio. Aún no había amanecido, aunque la oscuridad se estaba
empezando a retirar. Y allí, junto a la ventana, estaba Peter.
Lali
apartó el edredón y se acercó a él. Luego, le pasó los brazos alrededor de la
cintura y se apoyó en su espalda sin decir nada.
Peter
no se movió.
—¿Te
encuentras bien? —Lali le dio un beso en el hombro.
Él
se puso tenso.
—Sí...
y no.
—Habla
conmigo, Peter. Estoy aquí.
Él
sacudió la cabeza.
—Creo
que...
—¿Sí?
—Creo
que anoche hice mal. No debí arrastrarte a mi dormitorio.
—Pues
yo me alegro de que lo hicieras. Nos necesitábamos. Teníamos que hacer algo con
lo que sentíamos —dijo Lali en voz baja—. No hay razón para que te sientas
culpable.
Peter
suspiró.
—Yo...
No puedo.
Lali
se apartó de él y dio un paso atrás.
—Lo
comprendo, Peter. No pasa nada.
Lali
tuvo que hacer un esfuerzo para no desmoronarse. La noche anterior había sido
muy especial para ella, y esperaba que también lo hubiera sido para él. Pero,
por lo visto, se había hecho esperanzas de forma precipitada.
Tendrían
que tomárselo con calma, sin prisas. Si le concedía un poco de espacio, cabía
la posibilidad de que se diera cuenta de que merecía ser feliz.
—Claro
que pasa —replicó él—. No he hecho nada para ganarme tu comprensión. Te he
utilizado, Lali. ¿No crees que mereces algo mejor?
Ella
respiró hondo.
—Los
dos merecemos algo mejor. Pero yo también te he utilizado a ti. No estás solo
en esto, Peter; por muy aislado que te sientas, no estás solo. Estoy contigo.
Peter
la miró perplejo.
—¿Ni
siquiera vas a permitir que me disculpe por lo que he hecho?
Ella
sacudió la cabeza.
—No
has hecho nada que necesite una disculpa. Nada en absoluto —insistió, alzando
la voz un poco—. ¿Intenté apartarte de mí? ¿Te pedí que te marcharas? ¿Rechacé
tus labios cuando me besaste? No, Peter. Me entregué voluntariamente.
—Pero...
—Todos
necesitamos ayuda de vez en cuando. Por desgracia, tú tienes miedo de
pedirla... y, si la pides, te parece un síntoma de debilidad, algo de lo que te
debes arrepentir.
—De
todas formas, creo que debería haberme refrenado.
—Maldita
sea, Peter —Lali lo miró con exasperación—. Anoche demostraste ser todo un
hombre, una persona capaz de pedir lo que necesita. Y yo fui toda una mujer,
una persona capaz de entregar lo que necesita. Si no hubiera querido estar
contigo, no habría estado. Será mejor que lo asumas.
Lali
se alejó de él y alcanzó el camisón, que estaba en el suelo. Después, se lo
puso y salió de la habitación para dirigirse a su dormitorio. En cuanto llegó,
se quitó el camisón y se metió en la ducha. Aún faltaba una hora para el
amanecer y para el paseo matinal de Azul. Podría haber descansado un poco, pero
estaba demasiado tensa; así que abrió el grifo, dejó que el agua la empapara y
cerró los ojos durante unos segundos.
Cuando
los volvió a abrir, Peter estaba con ella. El agua le caía por el pelo y por
los hombros. Su mirada era intensa y sus labios, tentadores.
Peter
alcanzó el jabón y se frotó las manos con él antes de dar la vuelta a Lali, que
se encontró de cara a la pared. Luego, le empezó a dar un masaje en los hombros
y bajó hasta el centro de su espalda, eliminando todas las tensiones que ella
había acumulado la noche anterior.
Al
sentir las manos de Peter en las nalgas, ella se estremeció. Sus pechos se
habían hinchado y ansiaban sus caricias; sus pezones ardían en deseo de sentir
su boca. Apretó los muslos en un intento por aliviar la presión que se había
acumulado en su cuerpo, pero solo sirvió para aumentar el deseo de que la
tocara.
De
repente, él se apretó contra ella. Lali notó su pene contra las nalgas y se
excitó un poco más. A continuación, Peter le pasó los brazos alrededor del
tronco y cerró las manos sobre sus pechos, que masajeó con dulzura.
Lali
se apoyó en la pared, echó las caderas hacia atrás y separó las piernas,
ofreciéndose. Esperaba que Peter la tomara de inmediato, pero Peter no tenía
prisa; llevó una mano a su entrepierna y le acarició el clítoris.
Tras
unos momentos de caricias, Lali notó que las piernas le temblaban. Sabía que el
orgasmo estaba creciendo en su interior, lentamente y, cuando por fin la
penetró, fue como si hubiera llegado a lo más profundo de su ser. Nunca había
sentido nada tan intenso, tan complejo, tan sublime.
Peter
se empezó a mover. Lali sentía el vello de sus piernas contra los muslos y la
dureza de su estómago contra las nalgas. Ya no podía refrenarse más. Tuvo un
orgasmo que esta vez no llegó en oleadas, sino de golpe, completamente
arrebatador. Y, en algún momento, mientras aquel torbellino la arrastraba, él
también llegó al clímax. Poco a poco, se fueron calmando. Peter alcanzó de
nuevo el jabón y la limpió con delicadeza. Lali se lo agradeció mucho, porque
no tenía fuerzas ni para moverse.
—Sigue
tomando la píldora —dijo él.
Peter
salió de la ducha, alcanzó una toalla y se marchó.
Lali
se quedó tan sorprendida que, durante unos momentos, pensó que había soñado
toda la escena. Pero los latidos todavía acelerados de su corazón y el profundo
sentimiento de satisfacción que la dominaba le hicieron comprender que había
sido real.
Pensó
en lo que Peter había dicho antes de marcharse y en lo que ella le había dicho
de la píldora. Técnicamente, era cierto. La estaba tomando.
Pero
había sido algo laxa durante el mes anterior y era posible que se hubiera
saltado alguna. Si iban a seguir así, sería mejor que se lo tomara con más
seriedad.
Cerró
la llave del agua y se secó con una toalla, preguntándose si lo que había
surgido entre ellos era suficiente. ¿Se podía conformar con una relación
sexual? ¿Podía disfrutar de sus encuentros sin establecer un lazo emocional con
él?
En
otra época, la respuesta habría sido negativa. No estaba buscando una relación
sexual, sino una relación amorosa. Pero Peter no estaba en condiciones de
ofrecerle lo que ella quería. Solo le podía dar eso.
Decidió
concederse una oportunidad y ver lo que pasaba. En el mejor de los casos, el
hielo de su corazón se empezaría a derretir; en el peor, se habrían divertido
un poco.
Al
volver al dormitorio, alcanzó el bolso y sacó la caja de las píldoras. Tal como
temía, se había saltado un par. Y como no se quería arriesgar a sufrir más
olvidos, se puso una alarma en el teléfono móvil.
Para
estar más segura, se dijo que pasaría por la farmacia de la localidad y
preguntaría por la píldora del día después. No creía que hubiera pasado nada,
pero todas las precauciones eran pocas.
Justo
entonces, oyó que Azul se había despertado. Se vistió a toda prisa y entró en
el cuarto de la pequeña para empezar otro día de trabajo. Pero, mientras la
sacaba de la cuna, se dio cuenta de que aquello había dejado de ser un trabajo
y se había convertido en otra cosa. Azul y Peter le habían dado algo que había
echado de menos durante mucho tiempo: la sensación de ser útil, de que alguien
la necesitara.
Sonrió
y pensó que tenía que luchar por lo que quería. Estaba segura de que aquello
podía funcionar, de que podían ser una familia. Con un poco de suerte, Peter
Lanzani comprendería que él también la necesitaba.
Además,
solo tenía dos opciones: seguir adelante y arriesgarse o rendirse sin luchar y
alejarse de él, como había hecho cuando se casó con Euge.
Lali
eligió la primera. Pero sabía que le esperaba un camino difícil.
CONTINUARÁ...
Massssss :)
ResponderEliminarMaaaas :)
ResponderEliminarLindo capítulo :)))
ResponderEliminarme muero
ResponderEliminaresto va a terminar mal lloroo
maass
Bien k se arriesgue lali...pero me da k va a sufrir.
ResponderEliminarEl que no arriesga no gana
ResponderEliminar+++++
@x_ferreyra7