lunes, 22 de junio de 2015

Capítulo 5

Lali se retiró a su habitación con intención de acostarse, aunque sabía que no iba a poder dormir. Habían sido demasiadas emociones para un solo día. La fiesta había salido bien y todo el mundo había entendido que Peter prefiriera estar solo, pero ella se arrepentía de haberlo arrastrado a esa situación.
Ya se había metido en la cama cuando llamaron a la puerta.
—¿Peter?
—Sí, soy yo.
—Adelante...
Peter entró en la habitación y la miró de arriba a abajo. Lali no llevaba más ropa que un camisón de seda.
—Lo siento, no sabía que ya estabas acostada.
Él dio media vuelta con intención de salir, pero ella se acercó y lo detuvo.
—No importa. ¿Querías algo?
Peter la volvió a mirar. Estaba pálido y sus ojos parecían más oscuros. Lali pensó que nunca le había parecido tan peligroso y tan atractivo a la vez. De hecho, se sintió tan insegura que dio un paso atrás.
—Siento haber sido tan brusco contigo.
—No te preocupes. Sé que ha sido muy difícil para ti.
Él no dijo nada. ¿Qué podía decir? Lali había sido la mejor amiga de Euge, pero había cortado su relación con ella y no había estado a su lado durante sus últimos meses de vida. Sencillamente, no podía imaginar lo que Peter había sufrido. Y, a decir verdad, se sentía culpable por ello. Culpable por haberla abandonado y culpable por envidiarla, por desear al hombre que se había casado con ella.
—No es necesario que te disculpes —continuó Lali—. Cometí un error. Debería haber sido más consciente de tus necesidades.
Peter se encogió de hombros.
—¿Mis necesidades? Ni yo mismo sé lo que necesito —le confesó—. A veces me siento como si no supiera nada.
Ella alzó un brazo y le acarició la mejilla.
—Has sufrido mucho, y sé que estás lejos de superarlo. Pero no te preocupes; no te volveré a presionar con compromisos sociales. Es evidente que necesitas más tiempo.
Peter le puso una mano sobre los dedos, causándole una descarga de electricidad que le recorrió el cuerpo con una fuerza devastadora. No podía negar que lo deseaba. Los pezones se le endurecieron bajo la fina tela del camisón y, más abajo, entre las piernas, sintió el intenso anhelo de la necesidad.
—Te equivocas, Lali —replicó él—. Si hay algo que me sobra, es tiempo. Tiempo para pensar, para dar vueltas y más vueltas a las cosas...
Pero no quiero pensar más. Por una vez, solo quiero sentir.
—¿Sentir?
Él asintió.
—Sí, sentir algo más que el dolor que llevo dentro —contestó—. Quiero que el sentimiento de vacío desaparezca.
Peter giró la cabeza de tal forma que sus labios quedaron contra la palma de Lali. Si le hubiera puesto una plancha encendida en la piel, el efecto no habría sido más abrumador. Ella soltó un grito ahogado y apartó la mano. Él inclinó la cabeza y ella se estremeció de placer, sorprendida por las reacciones de su propio cuerpo. Intentó encontrar palabras para describir lo que sentía, pero ya no podía pensar, ya no tenía pensamientos de ninguna clase. Solo había un calor que la quemaba, llamas de necesidad que le lamían la piel mientras se aferraba a Peter, anclándose a su fuerza y derramando todos sus años de deseo prohibido, postergado, en su boca.
Cuando él rompió el contacto, ella se le quedó mirando en silencio.
—Ven conmigo, a mi habitación —dijo Peter —. No podemos hacer el amor aquí.
Lali asintió y dejó que la llevara por el pasillo, hacia su dormitorio. Segundos más tarde, la puerta se cerró a sus espaldas. Ella se tumbó en la cama y Peter se tumbó sobre ella. Al sentir el peso de su cuerpo, Lali se arqueó y sintió la dureza de su erección. Se sentía como si toda su vida hubiera estado destinada a ese instante, y estaba más que dispuesta a saborear cada segundo.
Llevó las manos a la camisa de Peter y se la desabrochó. Mientras él la besaba, excitando su piel con el roce de su mandíbula sin afeitar, ella le quitó la prenda y le acarició el estómago. Quería acariciar cada centímetro de su cuerpo, probar cada centímetro de su cuerpo y, a continuación, dejar que él la probara.
Le pasó un dedo por el cuello y, tras detenerse un momento en sus hombros, trazó las líneas de los músculos de su pecho. Peter se estremeció, sobre todo cuando ella le frotó los pezones con los pulgares y se inclinó para besarlos.
Entonces, él se apoyó en un codo y la agarró por las muñecas, para impedir que continuara con sus caricias.
—Pero quiero tocarte... —protestó Lali.
—Paciencia.
Peter le levantó los brazos por encima de la cabeza. Le encantaba estar así, completamente a su merced, ofreciéndose con total confianza.
Él la besó en los labios y en el cuello, haciendo que se retorciera y arqueara de placer, que se mostrara suplicante, anhelante. Y, entonces, le soltó las manos, le quitó el camisón y cerró la boca sobre uno de sus
pechos.
—Oh, Peter...
Peter tembló, intentando refrenarse, mientras le succionaba los pezones y le provocaba oleadas de sensaciones a cual más intensa en la entregada
Lali.
Tras unos segundos de caricias, se apartó de ella y admiró su cuerpo desnudo bajo la luz de la luna, que entraba por la ventana.
—Eres preciosa.
Lali tuvo una extraña sensación de irrealidad, como si estuviera viendo una película antigua en blanco y negro cuyos protagonistas se encontraban por primera vez. Y, en cierto sentido, era verdad. Peter y ella se estaban encontrando por primera vez. Habían sido simples conocidos antes de que ella rompiera el contacto con Euge y casi enemigos desde entonces. Aunque Lali lo amara, no sabían nada el uno del otro.
Pero, al menos, sabía una cosa: que esta vez no se había alejado de ella; que, en lugar de marcar las distancias, la había llevado a su dormitorio y le estaba haciendo el amor.
Las cosas habían cambiado de repente.
En ese momento, Lali decidió que le daría todo lo que necesitara, todo lo que quisiera. Aunque, a cambio, solo recibiera una parte de lo que ella deseaba.
Soltó un gemido mientras Peter seguía con la exploración de su cuerpo, hasta llegar a su entrepierna. Cuando él le separó los muslos y empezó a lamer, ella estuvo a punto de saltar de la cama. Fue como si toda su energía se hubiera concentrado en un solo lugar. En cuestión de segundos, cayó por el precipicio del placer y llegó a un clímax tan exquisito e intenso que se le saltaron las lágrimas.
Antes de que pasaran los últimos coletazos del orgasmo, Peter se quitó los pantalones y los calzoncillos y se volvió a colocar entre sus piernas.
Luego, con un gemido gutural, la penetró. Ella sintió que sus músculos interiores se contraían sobre él, dándole la bienvenida a su interior, a su calor.
Casi no se había recuperado del primer orgasmo cuando notó que se acercaba al segundo. Peter se siguió moviendo una y otra vez, intoxicándola con un placer renovado, hasta que soltó un grito y se deshizo en ella.
Satisfecha, Lali cerró los brazos alrededor de su cuerpo y se apretó con fuerza, concentrada en el sonido de su respiración y en su estremecimiento.
Peter casi no podía respirar y, desde luego, no podía pensar. Se apartó de Lali y se tumbó a su lado para aliviar el calor que sentía.
Aún no podía creer lo que habían hecho.
Siempre había sabido que hacer el amor con Lali sería una experiencia explosiva. Por eso había mantenido las distancias; precisamente por eso. Y se sintió culpable. Creía que, al dejarse llevar por el deseo, al dejar que lo arrastrara de esa forma, había traicionado la memoria de la única mujer a la que había prometido fidelidad.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y la boca le supo amarga de repente.
En su opinión, él no merecía sentir placer. Ni merecía encontrar ese placer en los brazos de Lali Espósito.
Podía sentir su presencia. Podía oír su respiración, todavía acelerada.
Notaba el calor de su cuerpo, que inconscientemente le ofrecía su afecto y su apoyo. Cerró los ojos con fuerza y se maldijo en silencio.
Había cometido un error terrible. Se dijo que, si lo hubiera pensado antes, se habría encerrado en su dormitorio, a solas con la botella de brandy que había sacado del despacho para emborracharse y olvidar.
Justo entonces, ella lo tomó de la mano. Peter sintió que el colchón se hundía un poco cuando ella cambió de posición para ponerse de lado y mirarlo a los ojos.
Pero él no la miró. No se atrevía.
Se puso tenso, esperando que dijera algo. Sin embargo, Lali se limitó a acariciarle el pecho con movimientos circulares, que lo tranquilizaron al instante.
Peter pensó que no se quería tranquilizar. Quería gritar, insultarse a sí mismo por haberla llevado a su habitación y haberle hecho el amor; por haberse rendido a las necesidades de su cuerpo y haberla tomado sin pensar, sin calcular las consecuencias.
Sin protección.
—Oh, no...
—¿Qué ocurre? —preguntó ella, preocupada.
Peter la miró al fin.
—Hemos hecho el amor sin preservativo.
Lali sonrió.
—No te preocupes. Estoy tomando la píldora.
Peter la observó con detenimiento. ¿Estaría diciendo la verdad? En principio, no tenía motivos para mentir.
Un segundo después, ella se incorporó y se puso a horcajadas sobre él.
—No pasa nada, Peter. Solo quiero hacer el amor otra vez.
—Esto no es amor, Lali.
Ella suspiró y sacudió la cabeza.
—Déjate llevar. Deja que disfrute de ti —insistió—. Disfruta de mí.
Lali se inclinó y lo besó en la boca. Le pasó la lengua por los labios y luego, se los mordió con suavidad.
Él intentó resistirse al deseo que empezó a crecer en él, pero no lo consiguió. Pudo sentir el calor de su entrepierna mientras ella permanecía inclinada sobre su cuerpo y, después, sin saber cómo, se sorprendió devolviéndole el beso con una pasión donde se unían toda la necesidad y toda la desesperación que había acumulado durante los meses anteriores.
Cuando ella rompió el contacto, él estuvo a punto de protestar. Pero las pequeñas manos de Lali le acariciaron el pecho y el estómago y, por fin, se cerraron sobre su sexo, que empezó a masturbar con dulzura.
La sensación fue arrebatadora, aunque no tanto como la que llegó a continuación. Lali bajó un poco y se introdujo el pene en la boca.
La húmeda caricia de sus labios y de su lengua le causó una reacción en cadena de placer que se llevó por delante hasta el más pequeño de sus pensamientos. Ya no quería saber nada. Ya no se quería preguntar sobre las supuestas consecuencias morales de lo que estaban haciendo. Solo había espacio para el deseo y su inevitable conclusión.
Tras lamerlo un rato, Lali volvió a cambiar de postura. Se puso exactamente encima del miembro al que había estado dedicando su atención y descendió poco a poco, dándole otra vez la bienvenida.
Ella soltó un gemido y se empezó a mover. La tensión de Peter fue creciendo hasta que llegó un momento en que no podía soportarlo más.
Entonces, cerró las manos sobre sus caderas y se empezó a mover con ella, aceptando un ritmo que los volvía locos de placer a los dos. Pero Lali quería más, así que le apartó las manos de las caderas y se las llevó a los pechos, para que se los acariciara.
—Oh, sí... —suspiró.
Peter jugueteó con sus pezones y pensó que era magnífica. El pelo le caía por los hombros como una cascada y su esbelto cuello se arqueaba hacia atrás con su larga y curvada espalda. Peter supo que estaba a punto de llegar al orgasmo, pero mantuvo el control hasta que Lali gritó de nuevo y se estremeció.
Tras alcanzar el clímax, se quedaron abrazados, juntos.
Esta vez, Peter no experimentó la punzada del sentimiento de culpabilidad. Estaba demasiado cansado para pensar y demasiado satisfecho como para estropear la magia del momento con sus dudas.
Ya pensaría al día siguiente, cuando se levantara y se mirara al espejo.
Lali notó que las sábanas estaban frías y supo que Peter se había ido.
Esperaba que se quedara con ella toda la noche, pero sabía que él tenía sus demonios personales y que, más tarde o más temprano, tendría que enfrentarse a ellos.
Abrió los ojos y buscó el camisón con la mirada, considerando la posibilidad de volver a su dormitorio. Aún no había amanecido, aunque la oscuridad se estaba empezando a retirar. Y allí, junto a la ventana, estaba Peter.
Lali apartó el edredón y se acercó a él. Luego, le pasó los brazos alrededor de la cintura y se apoyó en su espalda sin decir nada.
Peter no se movió.
—¿Te encuentras bien? —Lali le dio un beso en el hombro.
Él se puso tenso.
—Sí... y no.
—Habla conmigo, Peter. Estoy aquí.
Él sacudió la cabeza.
—Creo que...
—¿Sí?
—Creo que anoche hice mal. No debí arrastrarte a mi dormitorio.
—Pues yo me alegro de que lo hicieras. Nos necesitábamos. Teníamos que hacer algo con lo que sentíamos —dijo Lali en voz baja—. No hay razón para que te sientas culpable.
Peter suspiró.
—Yo... No puedo.
Lali se apartó de él y dio un paso atrás.
—Lo comprendo, Peter. No pasa nada.
Lali tuvo que hacer un esfuerzo para no desmoronarse. La noche anterior había sido muy especial para ella, y esperaba que también lo hubiera sido para él. Pero, por lo visto, se había hecho esperanzas de forma precipitada.
Tendrían que tomárselo con calma, sin prisas. Si le concedía un poco de espacio, cabía la posibilidad de que se diera cuenta de que merecía ser feliz.
—Claro que pasa —replicó él—. No he hecho nada para ganarme tu comprensión. Te he utilizado, Lali. ¿No crees que mereces algo mejor?
Ella respiró hondo.
—Los dos merecemos algo mejor. Pero yo también te he utilizado a ti. No estás solo en esto, Peter; por muy aislado que te sientas, no estás solo. Estoy contigo.
Peter la miró perplejo.
—¿Ni siquiera vas a permitir que me disculpe por lo que he hecho?
Ella sacudió la cabeza.
—No has hecho nada que necesite una disculpa. Nada en absoluto —insistió, alzando la voz un poco—. ¿Intenté apartarte de mí? ¿Te pedí que te marcharas? ¿Rechacé tus labios cuando me besaste? No, Peter. Me entregué voluntariamente.
—Pero...
—Todos necesitamos ayuda de vez en cuando. Por desgracia, tú tienes miedo de pedirla... y, si la pides, te parece un síntoma de debilidad, algo de lo que te debes arrepentir.
—De todas formas, creo que debería haberme refrenado.
—Maldita sea, Peter —Lali lo miró con exasperación—. Anoche demostraste ser todo un hombre, una persona capaz de pedir lo que necesita. Y yo fui toda una mujer, una persona capaz de entregar lo que necesita. Si no hubiera querido estar contigo, no habría estado. Será mejor que lo asumas.
Lali se alejó de él y alcanzó el camisón, que estaba en el suelo. Después, se lo puso y salió de la habitación para dirigirse a su dormitorio. En cuanto llegó, se quitó el camisón y se metió en la ducha. Aún faltaba una hora para el amanecer y para el paseo matinal de Azul. Podría haber descansado un poco, pero estaba demasiado tensa; así que abrió el grifo, dejó que el agua la empapara y cerró los ojos durante unos segundos.
Cuando los volvió a abrir, Peter estaba con ella. El agua le caía por el pelo y por los hombros. Su mirada era intensa y sus labios, tentadores.
Peter alcanzó el jabón y se frotó las manos con él antes de dar la vuelta a Lali, que se encontró de cara a la pared. Luego, le empezó a dar un masaje en los hombros y bajó hasta el centro de su espalda, eliminando todas las tensiones que ella había acumulado la noche anterior.
Al sentir las manos de Peter en las nalgas, ella se estremeció. Sus pechos se habían hinchado y ansiaban sus caricias; sus pezones ardían en deseo de sentir su boca. Apretó los muslos en un intento por aliviar la presión que se había acumulado en su cuerpo, pero solo sirvió para aumentar el deseo de que la tocara.
De repente, él se apretó contra ella. Lali notó su pene contra las nalgas y se excitó un poco más. A continuación, Peter le pasó los brazos alrededor del tronco y cerró las manos sobre sus pechos, que masajeó con dulzura.
Lali se apoyó en la pared, echó las caderas hacia atrás y separó las piernas, ofreciéndose. Esperaba que Peter la tomara de inmediato, pero Peter no tenía prisa; llevó una mano a su entrepierna y le acarició el clítoris.
Tras unos momentos de caricias, Lali notó que las piernas le temblaban. Sabía que el orgasmo estaba creciendo en su interior, lentamente y, cuando por fin la penetró, fue como si hubiera llegado a lo más profundo de su ser. Nunca había sentido nada tan intenso, tan complejo, tan sublime.
Peter se empezó a mover. Lali sentía el vello de sus piernas contra los muslos y la dureza de su estómago contra las nalgas. Ya no podía refrenarse más. Tuvo un orgasmo que esta vez no llegó en oleadas, sino de golpe, completamente arrebatador. Y, en algún momento, mientras aquel torbellino la arrastraba, él también llegó al clímax. Poco a poco, se fueron calmando. Peter alcanzó de nuevo el jabón y la limpió con delicadeza. Lali se lo agradeció mucho, porque no tenía fuerzas ni para moverse.
—Sigue tomando la píldora —dijo él.
Peter salió de la ducha, alcanzó una toalla y se marchó.
Lali se quedó tan sorprendida que, durante unos momentos, pensó que había soñado toda la escena. Pero los latidos todavía acelerados de su corazón y el profundo sentimiento de satisfacción que la dominaba le hicieron comprender que había sido real.
Pensó en lo que Peter había dicho antes de marcharse y en lo que ella le había dicho de la píldora. Técnicamente, era cierto. La estaba tomando.
Pero había sido algo laxa durante el mes anterior y era posible que se hubiera saltado alguna. Si iban a seguir así, sería mejor que se lo tomara con más seriedad.
Cerró la llave del agua y se secó con una toalla, preguntándose si lo que había surgido entre ellos era suficiente. ¿Se podía conformar con una relación sexual? ¿Podía disfrutar de sus encuentros sin establecer un lazo emocional con él?
En otra época, la respuesta habría sido negativa. No estaba buscando una relación sexual, sino una relación amorosa. Pero Peter no estaba en condiciones de ofrecerle lo que ella quería. Solo le podía dar eso.
Decidió concederse una oportunidad y ver lo que pasaba. En el mejor de los casos, el hielo de su corazón se empezaría a derretir; en el peor, se habrían divertido un poco.
Al volver al dormitorio, alcanzó el bolso y sacó la caja de las píldoras. Tal como temía, se había saltado un par. Y como no se quería arriesgar a sufrir más olvidos, se puso una alarma en el teléfono móvil.
Para estar más segura, se dijo que pasaría por la farmacia de la localidad y preguntaría por la píldora del día después. No creía que hubiera pasado nada, pero todas las precauciones eran pocas.
Justo entonces, oyó que Azul se había despertado. Se vistió a toda prisa y entró en el cuarto de la pequeña para empezar otro día de trabajo. Pero, mientras la sacaba de la cuna, se dio cuenta de que aquello había dejado de ser un trabajo y se había convertido en otra cosa. Azul y Peter le habían dado algo que había echado de menos durante mucho tiempo: la sensación de ser útil, de que alguien la necesitara.
Sonrió y pensó que tenía que luchar por lo que quería. Estaba segura de que aquello podía funcionar, de que podían ser una familia. Con un poco de suerte, Peter Lanzani comprendería que él también la necesitaba.
Además, solo tenía dos opciones: seguir adelante y arriesgarse o rendirse sin luchar y alejarse de él, como había hecho cuando se casó con Euge.

Lali eligió la primera. Pero sabía que le esperaba un camino difícil.


CONTINUARÁ...

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