martes, 16 de junio de 2015

Capítulo 2

Lali apretó a Azul contra su pecho. Sentía el calor de su diminuto cuerpo y el aroma de su piel infantil.
Todo iba bien. Catherine se había ido unos momentos antes, le desagradaba dejar a su nieta, pero había tomado la decisión más adecuada.
Una suave brisa le revolvió el cabello a Azul, que acarició la mejilla de Lali. Al sentir su contacto, se acordó de Euge y sintió una punzada de dolor.
Sin darse cuenta, apretó a Azul con demasiada fuerza y la pequeña protestó.
—Lo siento, preciosa —dijo en voz baja.
Tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas. Pero se prometió en silencio que cuidaría de la hija de su amiga, que la querría y la cuidaría en su nombre y que jamás se olvidaría de Euge.
Al volver al interior de la casa, se dio cuenta de que Peter no estaba por ninguna parte. Dejó a Azul en el suelo, con los juguetes que Catherine le había llevado, y se sentó con ella. Parecía bastante tranquila, aunque Catherine le había dicho que podía llegar a ser muy exigente.
Le acababa de dar un oso de peluche cuando, en algún lugar de la casa, sonó un portazo. Azul se sobresaltó y Lali rio con suavidad.
—Menudo ruido, ¿eh? — Lali la tumbó en el suelo y le hizo cosquillas en los pies—. Ha sido muy fuerte...
La niña respondió con una sonrisa tímida, y Lali pensó que había heredado la sonrisa de su padre.
—Vas a ser tan guapa que romperás corazones a tu paso.
Los ojos azules de Azul se llenaron de lágrimas.
—Oh, Dios mío... ¿No te ha gustado lo que he dicho?
Lali sentó a la niña en su regazo, en un intento por tranquilizarla, pero Azul rompió a llorar de todas formas.
Vio a Peter en el umbral.
—¿Qué le pasa? ¿Por qué está llorando? —preguntó.
La niña lloró con más fuerza.
—No lo sé. Puede que se haya asustado al verte... O que se sienta insegura porque está en una casa que no conoce y, además, con una persona que no conoce.
Él asintió.
—¿Puedes hacer algo para tranquilizarla?
Lali frunció el ceño.
—Estoy haciendo lo que puedo —contestó—. Pero tendría más éxito si dejaras de hablar en un tono tan seco.
Peter hizo caso omiso.
—Será mejor que la tengas en su habitación cuando yo esté en casa.
Ella lo miró con extrañeza.
—Esta casa también es suya, Peter... Estás bromeando, ¿verdad?
Peter le clavó la mirada.
—No.
Él dio media vuelta con intención de salir de la habitación, pero Lali perdió la paciencia y le dijo, con tanta firmeza como le fue posible:
—Basta ya. Cualquiera diría que Azul es una desconocida que no te importa. Es tu hija.
Peter se giró lentamente.
—Una hija que yo no quería tener en esta casa. Su presencia es un problema para mí y, dado que te has ofrecido a ser su niñera, espero que dediques todas tus energías a Azul.
Lali no reconocía al hombre que estaba ante ella. Su cuerpo le gustaba tanto como siempre, pero sus palabras parecían de otra persona.
—¿Entendido? —dijo él—. Y ahora, espero que hagas lo necesario para que se calme, y que lo hagas rápido.
Lali notó que Peter intentaba fingirse despreocupado, pero no se dejó engañar. Podía ver la tensión en su mirada.
—Quédate con ella un momento.
—¿Cómo? —dijo él, desconcertado.
—Tengo que prepararle la comida. Ya es su hora.
Peter dio un paso atrás y la miró como si le hubiera pedido que echara un vaso de vinagre en el mejor de sus vinos.
—¿Me estás diciendo que eres incapaz de hacer tu trabajo de niñera?
—No, por supuesto que no —replicó con tanta paciencia como pudo—. Simplemente te he pedido que sostengas a tu hija y la entretengas un poco mientras yo le preparo la comida.
Él la miró irritado.
—Lo siento, pero no te pago un sueldo para que me dejes a Azul cuando te convenga.
Peter dio media vuelta otra vez y se marchó.
Entonces, Azul miró a Lali, se metió el pulgar en la boca y dejó de llorar. Por lo visto, se alegraba de que su padre se hubiera ido.
—Bueno, no ha ido tan bien como esperaba —dijo a la pequeña—. Nos tendremos que arreglar sin él.
Lali le dio un beso en la cabeza y, tras tomarla en brazos, la sentó en su sillita, le dio una galleta para que la mordisqueara un rato y se dedicó a leer las notas que Catherine le había dejado. Al parecer, la niña se echaba la siesta dos veces al día y dormía con toda normalidad de noche, después del biberón.
En principio, parecía fácil. Lali suspiró y miró otra vez a la pequeña.
¿Cómo era posible que Peter se negara a cuidar de Azul? Le parecía tan absurdo que, si no hubiera hablado con él unos segundos antes, habría rechazado la posibilidad de que pudiera ser tan frío.
Pero, ¿seguro que lo suyo era frialdad? Había notado algo extraño en sus ojos, algo que no había sabido interpretar. Y, al pensar en su expresión, llegó a una conclusión tan desconcertante como extraña.
Peter estaba asustado. Por algún motivo, tenía miedo de su propia hija.
Un segundo después, Azul se frotó los ojos con las manitas llenas de migas de galleta y Lali se puso en acción. Si quería dar de cenar a la pequeña, tendría que darse prisa; estaba a punto de quedarse dormida.
Al cabo de un rato, ya la había bañado, le había cambiado los pañales, le había puesto un pijama y le había dado el biberón. La acostó en la cuna, a continuación, comprobó que el busca estaba encendido y salió del dormitorio.
Ya en el pasillo, se detuvo. No sabía qué hacer. ¿Debía buscar a Peter y pedirle explicaciones por su extraño comportamiento? ¿U olvidar el asunto y comportarse como si no hubiera pasado nada?
Como aún no había guardado sus cosas, se dirigió al dormitorio principal con intención de vaciar la maleta. Al entrar en el vestidor, vio que uno de los lados estaba completamente vacío y el otro, lleno de ropa de mujer. Lali tocó la ropa y se le hizo un nudo en la garganta; aún olía al perfume favorito de Euge.
El sentimiento de desolación por la muerte de su amiga se combinó con otro de solidaridad profunda hacia el hombre que aún no había sido capaz de guardar las pertenencias de su difunta esposa.
Salió del vestidor y se dirigió a una cómoda. Los cajones no tenían nada, así que los llenó con sus cosas y, a continuación, quitó la maleta de encima de la cama.
Entonces, llamaron a la puerta.
—¿Sí?
Peter entró en la habitación y el cuerpo de Lali reaccionó al instante.
Quizás no fuera el hombre que había sido, pero le causaba el mismo efecto.
El corazón se le había acelerado y la respiración se le había vuelto irregular.
—¿Qué quieres?
Lali lo miró a los ojos y se dijo que debía ser más tolerante con él. A fin de cuentas, había perdido lo que más amaba.
—Solo te quería preguntar si necesitas algo.
Ella asintió y guardó silencio. No estaba segura de que mencionar las pertenencias de Euge fuera lo más oportuno.
—He notado que la niña ha dejado de llorar. ¿Se encuentra bien?
—Sí, se ha quedado dormida —respondió—. Seguro que no la vuelves a oír hasta mañana por la mañana.
—¿Y cómo sabes que se encuentra bien? No estás con ella —observó.
Lali dio una palmadita al pequeño altavoz que llevaba prendido del cinturón.
—Lo sé por esto. En cuanto se despierte, lo sabré.
—¿Estás segura?
—Por supuesto que sí. El aparato parece nuevo y, además, comprobé las pilas.
Peter se estremeció.
—Las pilas son viejas. Compra otras y cámbialas —le ordenó.
Al menos, estaba demostrando que el bienestar de su hija le importaba.
—¿Quieres algo más? He pensado que podría preparar la cena... Azul ya ha comido, pero nosotros no.
—No te molestes, prefiero cenar solo —dijo—. Ya me prepararé algo.
Ella se encogió de hombros.
—No es ninguna molestia. Cocinar para dos es igual que cocinar para uno. Pero, si no me quieres acompañar, te dejaré la cena en el horno.
Él asintió.
—Gracias.
—Si cambias de opinión, dímelo; me encantaría charlar contigo.
Aunque, si lo prefieres, podríamos desayunar juntos mañana por la mañana, con Azul. Creo que sería tan bueno para ella como para ti.
Peter suspiró y se pasó una mano por la cara.
—Mira, sé que solo quieres hacer lo que te parece mejor para la niña, pero vuestra presencia es una complicación. No me lo pongas más difícil.
—Bueno...
—Olvídalo, Lali. Si las cosas pudieran ser de otra forma, actuaría de otra forma. Pero son como son —dijo—. Cuando Catherine se recupere, todo volverá a la normalidad.
—¿A la normalidad? Esto no es normal. No es normal en absoluto —protestó Alexis—. Euge no habría querido que mantuvieras las distancias con tu propia hija.
Él frunció el ceño.
—Haz tu trabajo y deja de meterte en mi vida.
Peter se marchó al instante y ella se quedó completamente desolada.
Por lo visto, no podía mencionar el nombre de su difunta amiga sin que él saliera corriendo. Era evidente que la había querido mucho y que no se había recuperado de la pérdida de su amor. Pero, ¿cómo era posible que no extendiera ese amor a su pequeña?
Peter estaba tumbado en la cama, consciente de que ya no podía dormir más. Había llegado el momento de levantarse y de huir a la bodega antes de que Lali y Azul tomaran posesión de la casa.
Ya no estaba en su santuario particular. Ya no encontraría en aquellas paredes la paz que necesitaba. Ya no sería el lugar tranquilo y seguro donde se podía quedar a solas con sus recuerdos.
Llevaban una semana en la casa, una semana que le había parecido un siglo.
El día anterior, se había llevado un disgusto al comprobar que Lali había cambiado la disposición de los muebles del salón. Cuando se interesó al respecto, ella dijo que los había cambiado de sitio para evitar que Azul sufriera un accidente: la niña se subía al sofá y a las sillas para intentar alcanzar los objetos más diversos. Peter aprobó su decisión, pero le causó un pesar profundo porque el orden anterior era el orden de Euge.
Bostezó y se estiró en la cama. Había dormido tan mal como todos los días desde que Lali lo acusó indirectamente de ser un mal padre. Sus palabras le habían hecho daño. Lali no imaginaba lo que sentía cuando miraba a Azul; no entendía que veía a Euge, y que su sentimiento de pérdida era tan intenso que no lo podía soportar.
Y luego estaba el miedo. Una bestia irracional que había crecido en su interior y que amenazaba con tragárselo todo. ¿Qué pasaría si a Azul le pasaba algo malo? ¿Qué ocurriría si él no sabía qué hacer o no reaccionaba a tiempo? El peso de la responsabilidad lo abrumaba tanto que la presencia de Lali no le producía el menor alivio.
Apartó la sábana, se levantó y se subió los pantalones del pijama. Oyó un chillido procedente del cuarto de la niña. El sonido lo dejó helado durante un segundo, pero se puso rápidamente en movimiento al oír un segundo chillido. Al llegar a la habitación de Azul, estaba tan asustado que tuvo que hacer un esfuerzo para llevar la mano al pomo de la puerta.
Azul no dejaba de chillar. ¿Dónde diablos se había metido Lali?
Temblando, entró en el dormitorio y clavó los ojos en la niña, intentando encontrar la causa de su aflicción. Pero no encontró ningún motivo que la explicara. Aparentemente, estaba bien. Así que cruzó la habitación y se detuvo junto a la cuna.
De repente, la niña sacó los bracitos de entre los barrotes como si intentara alcanzar algo. Peter echó un vistazo a su alrededor y vio un osito de peluche en el suelo. ¿Sería posible que estuviera tan alterada por un simple juguete?
Se inclinó, recogió el peluche y se lo dio. La niña dejó de chillar unos segundos, pero enseguida se tumbó en la cuna y rompió a llorar otra vez.
—Oh, Dios mío... Hoy vas a tener uno de esos días, ¿verdad?
Lali pasó a toda prisa junto a Peter.
—¿Dónde demonios te habías metido? Azul estaba chillando —dijo él.
—Solo ha pasado un minuto desde que ha empezado a chillar —declaró ella en su defensa—. Aunque te comprendo... Cuando se pone así, es tan insoportable que un minuto parece un siglo.
Sacó a Azul de la cuna y la tomó en brazos. Peter fue consciente de que la niña se apretaba contra ella en busca de afecto y, sobre todo, en busca de los grandes y redondeados senos de Lali.
Peter se excitó. Por si la silueta de sus senos no fuera suficiente, se había presentado con unos pantaloncitos de pijama tan cortos que dejaban ver toda la extensión de sus largas y morenas piernas.
Pero, entonces, notó algo que no le gustó tanto.
—¿A qué huele?
—Ah, claro... Ahora entiendo que se haya despertado antes de lo normal.
Peter frunció el ceño.
—No te entiendo.
—Necesita que le cambien los pañales —explicó ella.
Él retrocedió.
—¿Estás segura de que solo es eso? Quizás deberíamos llamar al médico.
Lali soltó una carcajada que a él le sonó muy suave, demasiado íntima.
—No veo qué tiene de gracioso —protestó él—. Podría estar enferma.
—No te preocupes tanto. No le pasa nada.
Lali tumbó a la niña en la mesita, le puso una mano en el estómago y le quitó los pañales manchados antes de alcanzar uno limpio. El olor se volvió insoportable. Pero Peter no salió del dormitorio porque el olor le diera asco, sino porque seguía excitado por culpa de Lali e intentaba disimular su erección.
Volvió unos minutos después, más tranquilo. Para entonces, Lali ya había puesto unos pañales limpios a Azul.
—¿Te encuentras bien, Peter?
La voz de Lali lo sacó de sus pensamientos.
—Sí, sí... perfectamente —replicó.
—En ese caso, sostén a Azul mientras yo me voy a lavar las manos.
Antes de que él pudiera protestar, Lali le dejó a la niña en los brazos.
Y Peter se estremeció, muerto de miedo. ¿Qué pasaría si le hacía daño, si hacía algo mal? ¿Qué haría si empezaba a llorar otra vez?
Miró los ojos azules de su hija, tan parecidos a los de Euge. Bajo sus pestañas se formaron gotas, como si estuviera al borde del llanto.
—Gracias Peter. Ya me encargo de ella.
Peter le devolvió a la niña, inmensamente aliviado. Pero, de repente, pasó algo que no esperaba. Se sintió como si echara de menos el peso de su hija, la calidez de su piel, la respiración de sus pequeños pulmones.
Dio un paso atrás y, luego, otro.
No, no se podía sentir así. No se podía permitir el lujo de amar otra vez y de volver a perder el amor, como le había pasado con su esposa.
Con esfuerzo, se sobrepuso al sentimiento de vacío y apartó la mirada de la niña, que ahora lo observaba con interés pegada al pecho de Lali.
—¿Estás segura de que se encuentra bien?
Lali sonrió.
—Claro que está bien —afirmó—. Aunque se ha despertado tan pronto que luego tendrá que echarse una siesta más larga de lo normal.
—Bueno... pero no dudes en llamar al médico si su estado te preocupa.
—No dudaré. Te lo prometo.
La voz de Lali sonó más suave que antes y, cuando sus miradas se cruzaron, Peter tuvo la sensación de que sentía lástima de él.
No quería la solidaridad de nadie. No quería la conmiseración de nadie.
Las cosas le iban bien, muy bien. O, al menos, intentó convencerse de que le iban bien.
Pero no se pudo engañar. Empezaba a notar la influencia de Azul y de Lali, una influencia profunda, que ejercían en planos distintos. Y le abrumaba tanto que dio media vuelta y salió de la habitación.
Necesitaba estar solo. Marcar las distancias.
Lali admiró el cuerpo de Peter cuando salió del dormitorio, apartó la vista con un suspiro cuando el objeto de sus deseos se subió los pantalones del pijama, que le estaban demasiado grandes y se le caían.
Siempre había sido un hombre extraordinariamente atractivo. De hecho, su pérdida de peso contribuía a enfatizar la belleza y la definición de sus músculos, particularmente, a la altura de su estómago.
Lali se alegró de tener que cuidar de Azul, porque la presencia de la niña había impedido que hiciera algo tan estúpido como acercarse a él y tocarlo. Habría dado cualquier cosa por llevar las manos a su estómago e introducirlas por debajo de los pantalones. Habría dado cualquier cosa por comprobar si Peter Lanzani era susceptible a sus encantos.
La boca se le hizo agua, y sintió un cosquilleo en la yema de los dedos.
Cerró los ojos brevemente, en un intento por borrar la imagen del cuerpo de Peter, pero su huella se volvió más profunda.
Sacudió la cabeza y se dijo que el deseo solo serviría para complicar las cosas. No la llevaría a ninguna parte ni les haría ningún bien a ninguno.
Estaba allí en calidad de niñera, para hacer un trabajo. Sería mejor que lo recordara.
Llevó a Azul a su dormitorio, para vigilarla mientras se vestía, y siguió analizó lo sucedido. Ahora lo entendía todo. Comprendía la renuencia de Peter a estar con la niña, a tenerla en brazos, a interrelacionarse con ella en cualquier sentido. Comprendía esa extraña obsesión por su estado físico.
Había dejado a la niña en sus brazos porque quería hacer un pequeño experimento. Y había sido un éxito. Tal como imaginaba, Peter había sentido miedo, no miedo de su hija, sino miedo por su hija, por lo que le pudiera pasar.
El instinto paternal de Peter era muy intenso, aunque no supiera qué hacer con él. Y Lali pensó que le podía echar una mano en ese sentido.
Si él se lo permitía.
Se giró hacia la fotografía enmarcada de Euge, que decoraba la mesita del dormitorio, y dijo en voz alta:
—Peter es un caso difícil. Pero creo que ya he dado el primer paso.

Lali se sintió súbitamente esperanzada. Era consciente de que su amiga habría aprobado sus esfuerzos por arrancar a Peter de las garras de la depresión.


CONTINUARÁ...

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