viernes, 19 de junio de 2015

Capítulo 4

Peter aparcó en el vado de la casa. Lali se había mantenido en silencio durante todo el trayecto, solo habían sido veinte minutos escasos, pero le había parecido un siglo y se alegró de llegar. Sin embargo, su alivio era poca cosa en comparación con la rabia que sentía. En teoría, Lali estaba allí para cuidar de Azul, solo para cuidar de Azul y estaba haciendo bastante más que eso.
Su vida era más sencilla antes de que ella apareciera. Llevaba una existencia solitaria, pero también segura. Ahora, en cambio, cada día amanecía con un desafío nuevo que le incomodaba más que el anterior.
Salió del vehículo y sacó las bolsas y el carrito del maletero mientras Lali se encargaba de la pequeña.
—Voy a darle el biberón para que se tranquilice y se quede dormida —declaró ella—. Vuelvo enseguida.
Él asintió.
—Te espero en el despacho.
Peter se dedicó a caminar por el despacho los minutos siguientes, nervioso. No sabía qué hacer, pero sabía que la presencia de Lali le estaba causando muchos problemas. Tenía que librarse de ella.
Por fin, Lali llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta.
—Me ha costado tranquilizarla, pero ya se ha quedado dormida —dijo.
Ella cruzó el despacho y se sentó al otro lado de la mesa, bajo la atenta mirada de Peter. Los vaqueros ajustados le acentuaban las curvas y la longitud de las piernas. Era una mujer preciosa.
—Ya sé por qué ha estado tan difícil últimamente —continuó ella—. Le he mirado la boca y le están saliendo dientes nuevos.
Peter gruñó algo ininteligible y se acomodó en su sillón, con la mesa de por medio.
—Quiero hablar contigo de lo que ha pasado hoy.
Ella asintió.
—Lo siento mucho, Peter. Ha sido culpa mía. Me descuidé un momento y la perdí de vista... Lo siento de verdad.
—Sentirlo no es suficiente, Lali. No creo que seas la persona adecuada para cuidar de mi hija —replicó.
Lali lo miró y dijo, con voz quebrada:
—¿No crees que estás exagerando?
—Estás aquí para cuidar de Azul y no haces muy bien tu trabajo.
—Por Dios, Peter... Cualquiera diría que la he dejado sola en mitad de la nada. Estaba en el parque, con varios adultos.
Lali se levantó de repente y se apoyó en la mesa, ofreciéndole una visión tan arrebatadora de su escote que Peter se quedó sin habla.
—Mira, admito que he cometido un error, pero te prometo que, a partir de ahora, tendré más cuidado. No me apartaré de ella ni un segundo. Seré su sombra.
Él sacudió la cabeza.
—No sé qué decir, Lali.
—Azul necesita una niñera. Y si no soy yo, ¿quién va a ser? Catherine no volverá hasta dentro de dos semanas, y no se encuentra en condiciones de cuidar a una niña pequeña, llena de energía —le recordó—. Además, ten en cuenta que, para entonces, es posible que Azul ya haya empezado a caminar... ¿Y quién se va a encargar de ella, Peter? ¿Quién se dedicará a vigilarla? ¿Tú?
Peter se estremeció, pero esta vez no fue de deseo, sino de terror. No podía asumir la responsabilidad de cuidar de Ruby. Simplemente, no podía.
Si una niñera experta como Lali cometía errores, ¿qué le pasaría a él, que no tenía ninguna experiencia con niños?
—Supongo que la podrías llevar a una guardería —siguió ella—, pero tengo entendido que Euge quería que creciera en casa.
—Eso no es asunto tuyo, Lali.
—Puede que no, pero... ¿qué vas a hacer? ¿Encerrarte aquí y seguir viviendo solo, expulsando a todo el mundo de tu vida? A Euge no le habría gustado.
—¡Basta ya! —exclamó él—. Estoy dispuesto a concederte otra oportunidad, Lali; pero solo una más.
—¿Por qué reaccionas así? ¿Es que te disgusta la verdad?
—No sigas por ese camino —le advirtió—. Te estás metiendo donde no te llaman.
Lali hizo caso omiso.
—Euge se llevaría un disgusto si te pudiera ver ahora. Te has encerrado tanto en ti mismo que te has convertido en un témpano, en un hombre sin sentimientos que ni siquiera es capaz de demostrar afecto a tu hija.
Peter se levantó del sillón y la agarró de los brazos.
—¿Qué no soy capaz de demostrar afecto? ¿Que no tengo sentimientos?
Te voy a demostrar lo equivocada que estás.
Sin pensarlo, sin valorar las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer, Peter bajó la cabeza y asaltó la boca de Lali, que soltó un gemido. Fue un beso apasionado, sin el menor asomo de timidez, un beso tan embriagador que los dos perdieron el control unos minutos.
Ella le pasó los brazos alrededor del cuello y se apretó contra él, frotándose suavemente contra el bulto de su erección. Peter le levantó la camiseta y le acarició la cintura antes de ascender hasta sus pechos, embutidos en un sostén de encaje. Luego, le acarició los pezones por encima de la tela. Habría dado cualquier cosa por llevárselos a la boca, por juguetear con ellos, por saborearlos. Quería descubrir hasta el último de sus secretos.
Fue la propia fuerza de su deseo lo que sacó a Peter del trance. A regañadientes, sacó las manos de debajo de la camiseta, dio un paso atrás y la miró a los ojos, que ardían con la misma pasión que los suyos.
—¿Lo ves, Lali? Contrariamente a lo que crees, soy capaz de sentir —dijo con voz ronca—. De hecho, siento demasiado.
Lali se quedó en el despacho cuando Peter desapareció.
Su mente estaba llena de preguntas. ¿Qué había pasado? Obviamente, sabía lo que había pasado, pero no entendía por qué. Habían empezado a discutir y, luego, sin más, se estaban besando como si la vida les fuera en ello. No tenía sentido.
Sacudió la cabeza y se llevó una mano temblorosa a los labios, que aún sentían el eco de su ardorosa posesión. Su cuerpo estaba lleno de energía; una energía intensa que exigía satisfacción a toda costa. Había sido una experiencia desconcertante. Lali siempre había sabido que se sentía atraída por él, pero no imaginaba que sus emociones fueran tan profundas.
Acababa de descubrir que su deseo no era simplemente de carácter físico. Anhelaba la clase de relación que Peter y Euge habían tenido; el mismo tipo de amor que habían compartido sus propios padres durante los mejores y los peores años de su matrimonio. Un amor que ni siquiera se había roto cuando su madre empezó a sufrir los síntomas de la demencia senil.
Al principio, su padre había cuidado de ella en casa y, más tarde, cuando la tuvieron que ingresar, la siguió cuidando en el hospital. La quería tanto que no se apartó de ella hasta que falleció.
Lali quería ese tipo de relación. Quería la misma devoción, la misma entrega. Pero no había conocido a nadie que estuviera a la altura de sus deseos. A nadie salvo a Peter, el hombre más atractivo que había conocido nunca y, como le había demostrado durante su matrimonio con Euge, unhombre que amaba hasta el final, con todas sus fuerzas. No era extraño que estuviera enamorada de él.
Pero, ¿sus sentimientos eran recíprocos? Aunque lo sucedido demostraba claramente que la deseaba, eso no quería decir que estuviera enamorado de ella. De hecho, ni siquiera sabía si era capaz de amar otra vez. Había pasado poco tiempo desde la muerte de Bree y Peter distaba de haberse recuperado.
¿Qué debía hacer? ¿Presionarlo lenta y suavemente, para que se viera obligado a afrontar lo que sentían? ¿O esperar a ver lo que pasaba? En cuanto a Euge, siempre formaría parte de sus vidas. Azul era un testimonio permanente en ese sentido y, al mismo tiempo, un testimonio de que el amor verdadero no se podía destruir. Pero Lali también sabía que Peter podía volver a amar y que el amor crecía hasta en las circunstancias más adversas. Sus padres eran un buen ejemplo. ¿Qué podía hacer?
Por una parte, era consciente de que no tendría ninguna oportunidad si Peter no derribaba los muros que había levantado a su alrededor; por otra, no estaba segura de tener derecho a pedirle que los derribara.
Lali estaba viendo un programa educativo con Azul cuando cayó en la cuenta de que ya llevaba un mes en casa de Peter Lanzani. Pero la niña se puso a reír en ese momento y la sacó de sus pensamientos.
—Vaya, parece que hoy está contenta...
Lali se giró hacia el umbral del salón y miró a Peter, que observaba a su hija con una sonrisa en los labios.
—¡Papá! ¡Papá! —exclamó la pequeña.
Lali la miró con ternura. La niña había mostrado cada vez más interés por Peter. La curiosidad inicial de Azul se había transformado en un deseo evidente de llamar la atención de su padre. Pero ni él ni ella esperaban lo que estaba a punto de pasar.
De repente, se levantó del suelo y dio unos pasitos inseguros hacia él.
—Dios mío, está andando... —dijo Lali —. ¡Está andando!
Peter no apartó la vista de Azul.
—¿Es normal que ande tan pronto?
—Bueno, solo tiene diez meses, pero lo ha estado intentando desde hace un par de semanas... —contestó.
La niña perdió el equilibrio y Peter se acercó rápidamente y la tomó en brazos antes de que pudiera caer.
A Lali se le hizo un nudo en la garganta. Por fin, el hombre de sus sueños se empezaba a comportar como un padre.
—Papá... —insistió la niña.
—Exacto —dijo Lali —. Es tu padre, tu papá.
La niña le acarició la cara a Peter, que miró a Lali con el ceño fruncido.
—¿Por qué me miras así? —preguntó ella—. Eres su padre, ¿no? Es lógico que te reconozca como tal.
—No me reconoce como su padre. Me llama papá porque te oye decirlo y te imita.
Ella se encogió de hombros.
—Es posible, pero yo prefiero pensar que te reconoce. Además, ¿por qué te incomoda tanto? ¿Prefieres que te trate como si fueras un desconocido?
Él guardó silencio. La niña dio media vuelta y empezó a caminar hacia su niñera con la ayuda de Peter, que se aseguró de que no volviera a tropezar. Cuando llegó a su destino, Lali la abrazó y la cubrió de besos.
—¡Qué maravilla! ¡Ya has aprendido a andar... ! A partir de ahora, tendré que vigilarte con más atención.
Lali alzó la cabeza y miró a Peter, que las observaba con una expresión extraña. ¿Sería posible que se hubiera emocionado? ¿O quizás estaba triste porque no se sentía capaz de ser tan afectuoso con Azul como ella?
No estaba segura, pero decidió aprovechar la oportunidad para mencionar un asunto en el que había estado pensando.
—Peter...
—¿Sí?
—Catherine vuelve a casa este fin de semana y, como coincide con la fecha del cumpleaños de Euge, se me ha ocurrido que podríamos hacer algo para celebrarlo. No sé... podríamos invitar a unos cuantos amigos. Sería una forma de dar la bienvenida a tu suegra y de honrar la memoria de Euge.
—Sinceramente, no necesito fiestas para recordar a mi esposa. No me parece una buena idea —dijo él.
Ella respiró hondo.
—Ya imaginaba que te opondrías. Precisamente por eso, me he adelantado y la he organizado sin decirte nada. Todos se alegraron mucho cuando los llamé.
Peter la miró con ira.
—No tenías derecho a hacer una cosa así.
—Mira, sé que te estás esforzando por volver a la normalidad...
—¿A la normalidad? —la interrumpió—. La normalidad terminó con la muerte de mi esposa. No sabes lo que significó para mí.
Azul notó que el ambiente había cambiado y se empezó a poner nerviosa, así que Lali la abrazó con más fuerza.
—No, no lo sé. Razón de más para que honremos su memoria todos juntos —alegó—. Catherine y tus amigos te necesitan. De hecho, creo que tú también los necesitas y que estarías de acuerdo conmigo si no te hubieras empeñado en condenarte a la soledad.
Peter entrecerró los ojos y la miró en silencio unos momentos.
—Está bien —dijo—. Pero no esperes que aplauda tu decisión.
—Solo te pido que estés presente.
—A veces, pides demasiado.
Peter salió de la habitación y la dejó con un profundo sentimiento de angustia. Se había salido con la suya, pero al precio de hacerle daño otra vez.
Entonces, la niña alzó la cabeza y miró a su alrededor.
—¿Papá?
Lali sonrió a Azul.
—Se ha ido, preciosa, pero volverá. Te aseguro que, al final, volverá.

* * *

Peter miró a las personas que se habían reunido en su casa. Sabía que, si Euge hubiera seguido con vida, habría organizado una fiesta como esa paracelebrar su cumpleaños. Estaban su madre, sus amigos, Lali y varios primos de él. Pero, por algún motivo, se sentía completamente fuera de lugar. Sonreía, hablaba con ellos y les servía copas, pero casi en calidad de observador externo. Además, las conversaciones de los invitados le ponían de mal humor.
Demostraban que habían seguido adelante con sus vidas, ajenos a la desaparición física de Euge y, aunque fuera lo más natural del mundo, lemolestaba terriblemente. Hacían que se sintiera más solo, más vacío, más abandonado.
Miró a Catherine para saber si se encontraba bien. Era una situación especialmente difícil para ella, pero parecía a la altura de las circunstancias. No tenía miedo de derramar una o dos lágrimas o de soltar una carcajada, según los casos, cuando alguien recordaba alguna anécdota de Euge.
Momentos después, Catherine se dio cuenta de que Peter la estaba mirando y se apartó del grupo para hablar con él.
—A Euge le habría encantado esta fiesta, ¿verdad?
Peter no dijo nada. Ella le puso una mano en el hombro.
—Lali ha hecho un gran trabajo.
—Sí, bueno... Todo el mundo ha contribuido.
—Pero ha sido idea suya, Peter. Y nos ha unido de nuevo —replicó su suegra—. Sé que siempre echaré de menos a Euge, pero hoy me siento un poco mejor, ¿sabes?
Peter asintió porque era lo apropiado, aunque su estado emocional no se parecía nada al de Catherine. Él no se sentía mejor. No encontraba alivio alguno en la presencia de sus amigos. Necesitaba espacio, silencio, soledad.
Cuando Catherine volvió con los invitados, él aprovechó la circunstancia para salir de la casa. Ya se había hecho de noche, pero ni siquiera se dio cuenta. Tomó el camino que llevaba la bodega, pasó de largo y siguió colina abajo hasta que no pudo seguir más, porque habría supuesto lanzarse a las oscuras aguas del puerto.
Estuvo allí hasta que la luna llegó a lo más alto. Entonces, dio media vuelta y se dirigió a la casa. Había estado tanto tiempo fuera que se había quedado helado.
Al llegar a casa, se llevó una alegría. Los invitados ya se habían marchado; en el vado no quedaba ningún coche. Y, como no quería ver a nadie, entró por la puerta de atrás y se dirigió directamente a su habitación, deseando estar a solas.
—¿ Peter? ¿Eres tú?
Peter se detuvo en seco al cruzarse con Lali en el pasillo. Era la última persona con quien le apetecía hablar.
—¿Te encuentras bien?
Él soltó una carcajada.
—¿Que si me encuentro bien? No, Lali, no estoy bien.
Peter siguió andando, pero ella lo alcanzó y lo detuvo.
—Lo siento, Peter. Creí que organizar una fiesta era una buena idea, pero puede que me haya equivocado.
—Sí, es posible —ironizó.
Peter la miró con intensidad antes de añadir:
—Te dije que me pedías demasiado.
—Lo sé... Me he dado cuenta, aunque sea un poco tarde. Y lo siento de verdad —insistió—. Ha sido muy duro. Incluso para mí.
—Ya.
—Peter, sé cómo te sientes y...
—¿Lo sabes? —preguntó con incredulidad—. ¿Crees que lo sabes? Pues no, Lali. Dudo que alcances a imaginar cómo me siento.
—No eres el único que ha perdido a Euge —se defendió ella.
—¡Pero Euge era mi esposa! —bramó él con tanta rabia como tristeza—. Era mi esposa, Lali. Todo mi mundo.
Peter se alejó, entró en su dormitorio y cerró de un portazo, sin preguntarse si el ruido despertaría a Azul, que ya estaba durmiendo.
Se quedó de pie en la oscura habitación, sin moverse y casi sin respirar, porque tenía miedo de que el monstruo que había crecido en su interior se liberara y lo dominara por completo. El monstruo que estaba enfadado con todo y con todos porque la muerte se había llevado a Euge. El monstruo que estaba enfadado con la propia Euge porque le había ocultado su enfermedad y se había quedado embarazada a sabiendas del riesgo que corría.
El monstruo que se odiaba a sí mismo porque, a pesar de lo mucho que había querido a Euge y lo mucho que la echaba de menos, seguía deseando a Lali Espósito, su mejor amiga. Y con más fuerza que nunca.



CONTINUARÁ...

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