Peter
mantuvo las distancias los días siguientes, para disgusto y frustración de Lali.
Tenía intención de incluirlo poco a poco en las rutinas de Azul, pero siempre
se las arreglaba para desaparecer. Sin embargo, la breve interacción de padre e
hija había servido para despertar la curiosidad de la pequeña, que ya no tenía
miedo del hombre de expresión sombría que había entrado en su mundo. Ahora,
cuando lo veía, no rompía a llorar. De hecho, tendía a dejar lo que tuviera
entre manos y gatear hacia él.
En
cualquier caso, no se podía negar que habían avanzado un poco. Y Lali adoptó
una rutina diaria que resultó bastante más sencilla de lo previsto porque
Catherine había apuntado a la niña a un grupo de juegos en una guardería local,
donde jugaba con niños de su edad y con otros algo mayores.
Un
día, estando en el grupo, una de las madres se acercó a ella y se sentó a su
lado.
—Hola,
soy Candela —dijo con una sonrisa radiante—. Soy la madre del niño de
pantalones vaqueros y camiseta militar que está gateando.
Lali
le devolvió la sonrisa.
—Encantada
de conocerte. Yo me llamo Lali.
—¿Sabes
algo de Catherine?
—La
operación salió muy bien. Ahora está en la casa de su hermana, en Cashmere.
Candela
guardó silencio y se dedicó a mirar a los niños unos segundos.
Lali
tenía la sensación de que quería decir algo más y no se atrevía. Pero, al
final, la miró de nuevo y dijo en voz baja:
—Nos
llevamos una sorpresa cuando supimos que Azul se iba a quedar en casa de su
padre. Sobre todo, teniendo en cuenta que...
—¿Sí?
—No
quiero meterme donde no me llaman, pero ¿Peter está bien?
Muchos
de nosotros nos hicimos amigos de Peter y de su esposa durante el embarazo de Euge.
Luego, pasó lo que pasó y Peter rompió el contacto —declaró Candela—. Hemos
intentado hablar con él, pero parece que no quiere ver a nadie.
Lali
asintió. Obviamente, no le podía dar explicaciones. No tenía derecho. Pero
intentó tranquilizarla.
—Descuida.
Las cosas van muy bien.
Candela
la miró un momento y soltó un suspiro de alivio.
—No
sabes cuánto me alegro —dijo—. Por cierto, me han comentado que eras amiga de Euge...
Lali
asintió una vez más.
—Sí,
desde la infancia. Estudiamos juntas en el colegio, aunque nos distanciamos un
poco cuando ella se marchó a Auckland para ir a la universidad. Luego,
retomamos el contacto y lo volvimos a perder tras su matrimonio.
Lali
sintió una punzada de amargura. Se sentía culpable por haber roto la relación
con Euge cuando se casó con Peter. Se había ido del país porque no soportaba
ver a su mejor amiga con el hombre que ella deseaba.
—La
echamos mucho de menos... —dijo Candela.
—Yo
también la extraño.
Candela
le apretó la mano con afecto y Lali se sintió un fraude por aceptar la
solidaridad de la otra mujer. Había abandonado a Euge. La había dejado sola
cuando más lo necesitaba. Y todo porque no había sido capaz de controlar sus
hormonas.
Se
sentía en deuda con su difunta amiga. Por eso estaba allí, cuidando de Azul.
Por eso se arriesgaba a compartir casa con el hombre de sus sueños.
—El
domingo por la tarde, si el tiempo lo permite, vamos a hacer una fiesta en la
playa —declaró Candela de repente— con las familias que traemos a los niños a
la guardería. Si quieres, estás invitada... Llevaremos mesas e instalaremos una
barbacoa. Me encantaría que Azul y tú vinierais. Y si puedes traer a Peter,
tanto mejor...
—No
sé si podré, Candela. ¿Te importa que te lo confirme más tarde?
Candela
sacudió la cabeza y sonrió nuevamente.
—No,
por supuesto que no. Aquí tienes mi número de teléfono.
Candela
le dio el número.
—Cuando
sepas si vas a venir, avísame.
*
* *
Lali
se llevó a la niña de la guardería y volvió a la casa de Peter en su coche. Azul
se había quedado dormida en la sillita del asiento trasero, así que la tuvo que
levantar con mucho cuidado y llevarla en brazos hasta la cuna.
Tras
tumbarla en ella, se dedicó a observarla. La pobre niña había perdido a su
madre y, por si eso fuera poco, tenía un padre que no se atrevía a asumir su
responsabilidad.
Apoyó
las manos en la barandilla de la cuna y las cerró con fuerza.
No
sabía cómo, pero debía encontrar la forma de sacar a Peter de su ensimismamiento,
de conseguir que volviera a la vida.
De
lo contrario, le fallaría a Euge, se fallaría a sí misma, y sobre todo, fallaría
a Azul.
El
domingo amaneció despejado. Peter contempló el cielo sin nubes y frunció el
ceño. No quería ir a la fiesta de la playa, de hecho, se había negado en
redondo. Pero Lali había despreciado su negativa y se había comportado como si
su opinión no tuviera la menor importancia.
Consideró
la posibilidad de encerrarse en la bodega o perderse por los viñedos, aunque
las viñas no estaban en condiciones de ocultar a nadie: a medida que se
acercaba el invierno, habían empezado a perder las hojas. Si hubiera sido época
de vendimia, Peter se habría excusado con el argumento de que tenía muchas
cosas que hacer, pero no lo era.
Tenía
que hacer algo. No se sentía con fuerzas para asistir a la fiesta. No se creía
capaz de enfrentarse a las sonrisas y a las palabras de apoyo de aquellas
personas, cuyas buenas intenciones no podían cambiar nada en absoluto.
Pero,
especialmente, no quería estar en compañía de Lali Espósito. Ya le dolía
bastante la tortura de tener que cruzarse con ella todos los días y de volver a
sentir el deseo que lo dominaba desde la primera vez que se habían visto. Tras
la muerte de Euge, la libido de Peter se había apagado hasta el extremo de que
llegó a creer que se había liberado de ella; pero había renacido con más fuerza
que nunca cuando Lali se presentó en su casa.
Era
una sensación tan incómoda como inconveniente.
—Ah,
ya estás preparado...
La
alegre voz de Lali sonó a espaldas de Peter, que se dio la vuelta y se excitó
al contemplar sus largas piernas. Hacía verdaderos esfuerzos por mantener el
control de sus emociones, pero no lo conseguía.
Alzó
la cabeza y miró a la niña. Le había puesto unos pantaloncitos de color rosa,
un jersey a rayas y un gorrito de lana. Azul apartó la cabeza del pecho de
Alexis y dedicó una sonrisa encantadora a su padre, que se estremeció y pensó
que su hija era extraordinariamente guapa; tan guapa como su difunta madre.
—¿Vamos
en tu coche? ¿O en el mío? —continuó ella.
Peter
suspiró.
—No
sé si voy a ir... tengo que comprobar unas cosas en la bodega. ¿Por qué no os
adelantáis vosotras? Yo iré después, si puedo.
Lali
apretó los labios y lo miró con toda la determinación de la que eran capaces
sus ojos.
—No
vas a venir, ¿verdad? —dijo, tajante—. No quieres venir.
Peter
estuvo a punto de negarlo, pero era tan evidente que prefirió ser sincero.
—No,
no quiero ir.
Esta
vez fue ella quien suspiró.
—Está
bien. Entonces, iremos solas. Mejor.
—¿Mejor?
¿Qué quieres decir con eso?
Lali
se encogió de hombros.
—Sé
que te has encerrado en ti mismo desde que Euge falleció, pero te recuerdo que
no eres la única persona que la ha perdido —contestó—. Todos sus amigos la hemos
perdido, y algunos lo han pasado especialmente mal porque tú les has cerrado tu
corazón y los has expulsado de tu vida. Te echan de menos, Peter.
—Yo...
Peter
no terminó la frase. Sabía que Lali tenía razón. Había cortado los lazos con
todos sus amigos porque no soportaba sus palabras de apoyo ni sus discursos de
volver a vivir y seguir adelante.
Pero,
por otro lado, no podía negar que extrañaba la camaradería de algunas personas.
Echaba de menos las discusiones sobre vinos y la posibilidad de divertirse
viendo un partido de rugby y bebiendo unas cervezas en la barra de un bar.
Desgraciadamente,
no sabía si estaba preparado para retomar sus antiguas relaciones. Ni siquiera
sabía si sus amigos reaccionarían bien cuando volviera con ellos. A fin de cuentas,
los había tratado con brusquedad en más de una ocasión. Le disgustaba que
siguieran con sus vidas, tan tranquilos y felices como siempre, mientras él se
hundía en el abismo.
Un
segundo después, Lali recogió la bolsa que había preparado y se dirigió a la
salida, dándolo por perdido. Peter la miró con horror y exclamó:
—¡Espera!
Lali
se detuvo y se giró.
—He
cambiado de opinión —dijo—. Os acompaño. Iremos en mi todoterreno.
Peter
le quitó la bolsa y se la puso al hombro.
Veinte
minutos más tarde, cuando ya se acercaban a la playa donde se iba a celebrar la
fiesta, a Peter se le hizo un nudo en la garganta. Estaba nervioso, y se
sobresaltó al sentir la mano de Lali en el brazo.
—Estarás
bien, Peter. Te lo prometo.
Él
no dijo nada.
—No
te preocupes por la gente —continuó ella—. Son amigos tuyos.
Saben
que lo has pasado muy mal. Comprenden tu situación.
Peter
dudó de que sus amigos comprendieran nada, pero alejó esos pensamientos. Alzó
la cabeza y miró a Azul por el retrovisor. La sensación de ahogo se volvió casi
insoportable, pero soltó un suspiro y dijo:
—Bueno,
vamos allá.
Bajó
del vehículo y abrió la portezuela trasera para sacar la bolsa con la comida,
los pañales y el carrito de la pequeña. Dejó el carrito en el suelo e intentó
desplegarlo, pero no sabía cómo.
—Deja
que lo haga yo.
Lali
dejó a la niña en brazos de Peter y desplegó el carrito en dos segundos.
—¿No
debería ir sentada? —pregunto él.
—De
momento, está bien donde está. ¿Verdad, preciosa?
Lali
acarició la cara de la niña, que la recompensó con una risita. A Peter le
pareció un sonido tan delicioso que se emocionó. Pero apartó la sensación de
inmediato. No podía permitir que las emociones lo dominaran.
—No,
no... —dijo con vehemencia—. Es mejor que vaya en el carrito.
Sentó
a la pequeña.
—Estaba
mejor contigo, Peter... —alegó Lali.
—Sé
lo que intentas hacer.
Ella
frunció el ceño.
—No
te entiendo.
—Me
entiendes perfectamente, pero no te vas a salir con la tuya. No me puedes
encajar en el molde que me has preparado.
Lali
lo miró airada y apretó los labios con fuerza.
—¿Eso
es lo que crees? ¿Qué intento meterte en un molde? Estás muy equivocado, Peter...
Yo no pretendo nada. Simplemente, eres el padre de Azul y es hora de que
empieces a asumir tus responsabilidades.
Peter
ya se disponía a replicar cuando ella añadió, con más dulzura:
—Sé
que echas de menos a Euge y que estabas muy enamorado de ella, pero rechazar a Azul
no te devolverá a tu esposa. Como mucho, solo servirá para que su recuerdo se
apague con más rapidez.
Peter
se encogió de hombros.
—Mira,
Lali... Estoy haciendo lo que puedo, de la única forma que sé —le confesó—.
Solo te pido que no me presiones. Déjame ser quien soy.
Peter
tomó la bolsa y se dirigió al grupo que estaba en la playa. En el fondo, sabía
que ella tenía razón. Euge no habría querido que abandonara a su hija; no
habría aprobado que la dejara al cuidado de Catherine.
Sin
embargo, su actitud no se debía enteramente al miedo. El tiempo que Azul estuvo
en el hospital, se dio cuenta de que Catherine necesitaba tanto a la niña de su
difunta hija como Azul a una mujer que le diera su amor.
Además,
¿qué sabía él de bebés? No sabía nada de nada. Azul estaría mejor con su abuela
y, entre tanto, él tendría la soledad que necesitaba para llorar a Euge.
Además
del problema de la niña, la presencia de Lali en la casa le había despertado un
deseo que, hasta entonces, creía dormido. Con su calor, con sus palabras, con
su contacto físico ocasional, Lali había revivido emociones que Peter se había
negado a sí mismo y que, en su opinión, no merecía.
Peter
no estaba dispuesto a arriesgarse otra vez. No quería amar. No se podía
permitir el lujo de condenarse a otra pérdida. No quería sentir.
Saludó
con la mano a uno de los hombres que estaban junto a la barbacoa y caminó hacia
él. Se sintió extrañamente relajado cuando le estrechó la mano a Nico.
—Me
alegro mucho de verte —dijo su amigo, que sonrió y le dio un abrazo—. Te hemos
echado de menos.
—Y
yo a vosotros.
Nico
le ofreció una cerveza y él la aceptó. Durante los minutos siguientes, se
acercaron varias personas más que, para alivio de Peter, no se refirieron ni a
su prolongada ausencia ni a la muerte de Euge.
Estaba
empezando a disfrutar cuando a uno de los chicos señaló a Lali, que estaba
sentada con los niños y con varias mujeres.
—¿Niñera
nueva? Es una preciosidad... —dijo con humor—. Supongo que te alegrarás de
tenerla en tu casa.
Peter
se puso tenso.
—Lali
era amiga de Euge. Está cuidando de mi hija, pero eso es todo —replicó—. Solo
es una situación temporal, hasta que Catherine regrese.
La
mención de Euge dejó tan helados a los amigos de Peter como si les hubiera
echado un cubo de agua fría.
—Lo
siento. No estaba insinuando nada —se defendió el hombre.
—No
importa. Olvídalo.
Peter
se intentó comportar como si el asunto no le hubiera molestado, pero le había
molestado. Fue consciente de que en su enfado había algo más. A fin de cuentas,
el comentario de su amigo no merecía una reacción tan extrema por su parte.
Había sido una simple insinuación; una tontería sin importancia.
Entonces,
¿por qué le había irritado tanto?
Lali
supo que alguien la estaba mirando cuando se le erizó el vello de la nuca. Se
dio la vuelta y descubrió que los ojos de Peter estaban clavados en ella, pero
él apartó la mirada enseguida y se puso a charlar con sus compañeros.
Mientras
contemplaba la escena, se le alegró el corazón. Peter necesitaba divertirse un
poco; merecía divertirse un poco.
Justo
entonces, Peter soltó una carcajada y ella pensó que tenía la risa más
atractiva del mundo. Luego, él se inclinó para sacar un refresco de la nevera y
ella admiró la tensión de sus músculos bajo el jersey fino que se había puesto.
No
podía negar que lo deseaba. Su cuerpo reaccionaba de un modo absolutamente
visceral cuando estaban cerca.
—Es
muy guapo, ¿verdad?
La
voz de Candela la sobresaltó.
—¿Cómo?
—Me
refería a Peter.
Lali
se ruborizó.
—Ah,
sí, bueno...
Candela
sonrió.
—No
te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo.
—¿Secreto?
¿Qué secreto?
Candela
arqueó una ceja y la miró con ironía.
—¿Desde
cuándo te gusta?
Lali
suspiró.
—Desde
hace años —respondió, sorprendida de su propia sinceridad.
—Comprendo...
Lali
ni siquiera supo por qué se lo había dicho. Ni sus propios padres lo sabían.
Había guardado el secreto tan bien que nadie imaginaba que se sentía atraída
por Peter Lanzani. Y ahora, se lo confesaba a una mujer que era una
desconocida.
—No
se lo digas a nadie, por favor.
—Claro
que no. ¿Por qué lo iba a decir? Además, me alegra mucho.
—¿Por
qué? —preguntó, confundida.
—Porque
tengo la impresión de que eres exactamente lo que Peter necesita. Estar de luto
es una cosa, pero esconderse del mundo es otra cosa bien distinta —observó—.
Todos merecemos un poco de felicidad, ¿no crees?
—Sí,
eso es cierto.
Felicidad.
Lali se preguntó si podría llevar ese ingrediente tan esquivo a la vida de Peter;
si encontraría las fuerzas necesarias para conseguir que aceptara a su hija y,
sobre todo, que volviera a amar.
Pero
el amor le pareció lo de menos. Azul era lo más importante. Además, no estaba
segura de merecer el amor de Peter.
Después
de comer, los adultos se quedaron sentados mientras los niños jugaban en la
playa y en un parque cercano. Lali se levantó y se dirigió al parque para ver
si Azul se encontraba bien; la había dejado al cuidado de unas mujeres.
Por
el camino, oyó un grito procedente de la playa que la distrajo. Solo fue un
segundo, pero suficiente para que perdiera de vista a Azul y sintiera un acceso
de pánico. ¿Dónde se habría metido?
Por
suerte, Azul solo había avanzado un par de metros. Se había puesto a gatear
hacia los columpios y había quedado oculta tras unos chicos.
Aliviada,
Lali apretó el paso. Azul se volvió a sentar y empezó a mordisquear una ramita
que estaba en el suelo.
—¿Qué
haces con eso? —preguntó, divertida.
Entonces,
apareció Peter.
—¿Qué
diablos tiene en la boca? —bramó.
Él
se inclinó y le quitó la ramita. La niña empezó a chillar.
—Se
supone que la tienes que vigilarla —continuó él.
—Y
la estaba vigilando...
—No
muy bien, por lo visto. ¿Cómo es posible que seas tan irresponsable? Cualquiera
sabe qué se puede meter en la boca cuando no la miras.
—Por
Dios, Peter, solo es una rama. Además, los niños pequeños siempre se meten
cosas en la boca... No te preocupes. Tu hija está bien.
—¿Ah,
sí? ¿Y qué habría pasado si en lugar de una rama se hubiera metido algún objeto
tóxico? ¿O si se hubiera caído y se hubiera clavado la rama en la garganta?
—replicó—. Yo diría que tengo motivos para preocuparme.
El
tono de censura de Peter le heló la sangre en las venas. Lali sabía que tenía
parte de razón; se suponía que era su niñera y, sin embargo, había fallado en
sus obligaciones. Mantuvo la compostura, tomó a Azul en brazos y la acunó
suavemente para que dejara de llorar.
Él
tiró la rama al suelo, disgustado.
—Sabía
que esto era un error. Nos vamos ahora mismo.
Peter
le dio la espalda y se alejó del parque.
—¿Te
encuentras bien? —preguntó Cande, que se He oído vuestra conversación y...
—Descuida.
No tiene importancia.
—Es
un padre muy protector, ¿no?
—Sí,
demasiado. Aunque, en este caso, está en lo cierto. Debería haber estado más
atenta —dijo.
—Es
obvio que tiene miedo de perderla como perdió a Euge —afirmó Cande—. Todos los
padres tenemos miedo por nuestros hijos, pero él tiene más motivos.
Lali
suspiró y lanzó una mirada a Peter, que se acababa de despedir de sus amigos y
estaba recogiendo las cosas.
—Sí,
eso es verdad.
—Bueno,
seguro que se tranquilizará con el tiempo.
—Ojalá...
Cande
sonrió.
—¿Sabes
una cosa? Muchos llegamos a pensar que, tras el fallecimiento de Euge, Peter no
sería capaz de querer a su hija; pensamos que, en cierto sentido, la
consideraba culpable de su muerte... Pero he cambiado de opinión. Después de
verlo esta tarde, estoy segura de que su problema es otro. Simplemente, quiere
tanto a esa niña que tiene miedo de perderla.
Lali
asintió.
—Sí,
estoy de acuerdo contigo —dijo—. En fin... Gracias por invitarnos a la fiesta.
Solo siento que termine de un modo tan amargo.
—No
es para tanto, Lali. Me alegra que hayáis podido venir. Pero espero que nos
veamos en otra ocasión...
—Sí,
yo también lo espero.
Lali
se despidió de todos y se dirigió al lugar donde estaba Peter, que le lanzó una
mirada cargada de impaciencia.
—Tenemos
que hablar —dijo él.
—Cuando
lleguemos a casa.
Ella
pensó que era cierto. Tenían que hablar. Pero también tenía la sospecha de que Peter
no le haría el menor caso.
Contempló
su cara pétrea y se estremeció al distinguir el fondo de dolor que había en sus
ojos. De haber estado en su mano, le habría devuelto la felicidad al instante.
Mientras
volvían a la casa, dudó por primera vez de su decisión de ayudarlo con Azul. La
situación se estaba complicando y carecía de la objetividad necesaria para
afrontarla con frialdad.
Pero,
¿cómo podía ser objetiva cuando, cada vez que lo veía, sentía el deseo de
hacerle el amor apasionadamente?
CONTINUARÁ...
Massssss massss
ResponderEliminarPadre primerizo,con demasiado miedo.
ResponderEliminarEstá volcando sus inseguridades en Lali.
Subi mas!
ResponderEliminarTe voy a recomendar, beso :)
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