martes, 6 de enero de 2015

Capítulo 22

22
NADA BUENO PARA NADIE


La siguiente semana pareció no tener fin. Eugenia y yo decidimos que sería mejor si ella se quedaba en Morgan por un tiempo. Nicolás aceptó de mala gana. Lali se perdió las tres clases de historia y encontró otro lugar además de la cafetería para comer. Traté de alcanzarla a la salida de alguna de sus clases, pero o bien ella no había asistido o se había ido antes de que terminasen. No atendería su teléfono.

Nicolás me aseguró que ella estaba bien, y que nada le había pasado. Tan agonizante como era saber que estaba a dos grados de Lali, hubiera sido peor ser separado de ella por completo y no tener ni idea de si estaba viva o muerta. A pesar de que parecía que no quería tener nada que ver conmigo, no podía dejar de esperar que en algún momento, pronto, me perdonaría o que empezaría a extrañarme tanto como la extrañaba yo y aparecería en el departamento. Pensar en no volver a verla nunca de nuevo era demasiado doloroso, así que decidí seguir esperando.
El viernes Nicolás golpeó a mi puerta.

—Pasa —dije desde la cama, mirando el techo.

—¿Sales hoy, amigo?

—No.

—Tal vez deberías llamar a Bauti. Ir a tomar un par de tragos y despejar tu mente por un rato.

—No.

Nicolás suspiró. —Escucha, Eugenia vendrá, pero… y odio hacerte esto… pero no puedes molestarla sobre Lali. Apenas pude convencerla de venir. Ella sólo quiere quedarse en mi habitación, ¿de acuerdo?

—Sí.

—Llama a Bauti. Y necesitas comer algo y tomar una ducha. Te ves como la mierda.

Con eso, Nicolás cerró la puerta. Todavía no cerraba bien desde aquella vez que la eché abajo. Cada vez que alguien la cerraba, el momento en que destruí el departamento porque Lali se había ido, venía a mi mente, y el hecho de que volvió a mí no mucho después, conduciéndonos a nuestra primera vez.

Cerré mis ojos, pero como cada una de las otras noches de la semana, no podía dormir. Cómo gente como Nicolás pasaban por este tormento una y otra vez con diferentes chicas era una locura. Conocer a alguien después de Lali, incluso si esa chica de alguna forma valía algo, no podía imaginar sacar mi corazón ahí de nuevo. No para que pudiera sentirme de esta forma de nuevo. Como en una muerte lenta. Resulta que había tenido razón todo el tiempo.

Veinte minutos después pude escuchar la voz de Eugenia en la sala de estar.

Los sonidos de ellos hablando en voz baja en la habitación de Nicolás como si me ocultaran algo resonaron en todo el apartamento.
Incluso la voz de Eugenia era demasiado para soportar. Saber que probablemente había hablado con Lali era insoportable.

Me obligué a mí mismo a levantarme y hacer mi camino hasta el baño para ocuparme de darme un baño y otras rutinas básicas de higiene que había descuidado la última semana. La voz de Eugenia fue ahogada por el agua, pero al segundo que giré la palanca, podía escucharla de nuevo.

Me vestí y agarré las llaves de mi moto, preparándome para un largo viaje.

Probablemente terminaría en donde papá para contarle las noticias.

Justo cuando pasé por la puerta de la habitación de Nicolás, el teléfono de Eugenia sonó. Era el tono de llamada que le había asignado a Lali. Mi estómago se apretó.

—Puedo pasar a recogerte y llevarte a algún lugar a comer —dijo ella. Lali tenía hambre. Tal vez iría a la cafetería.
Corrí hasta la Harley y salí del estacionamiento, excediendo la velocidad y pasándome las luces rojas y las señales de alto de todo el camino hasta el campus.

Cuando llegué a la cafetería, Lali no estaba ahí. Esperé unos minutos, pero nunca apareció. Mis hombros se hundieron y caminé en la oscuridad a través del estacionamiento. Era una noche tranquila. Fría. Opuesta a la noche que caminé con Lali hasta Morgan después de que ganara nuestra apuesta, recordándome lo vacío que me sentía sin ella a mi lado.

Una pequeña figura a algunos metros de distancia apareció, caminando sola hacia la cafetería. Era Lali.

Su cabello estaba recogido en un moño, y cuando estuvo más cerca, noté que no llevaba nada de maquillaje. Sus brazos cruzados contra su pecho, no tenía puesto un abrigo, solamente un grueso cárdigan gris para protegerse del frío.

—¿Pigeon? —dije, caminando hacia la luz de entre las sombras.
Lali se detuvo con una sacudida, y luego se relajó un poco cuando me reconoció.

—¡Jesús, Peter! ¡Asustaste el infierno fuera de mí!

—Si contestaras tu teléfono cuando llamo no tendría que andar a escondidas en la oscuridad.

—Te ves como el infierno —dijo.

—He estado atravesándolo una o dos veces esta semana.

Apretó sus brazos alrededor suyo y tuve que detenerme para no abrazarla y mantenerla caliente.

Lali suspiró. —En realidad estoy de camino para conseguir algo para comer. Te llamaré más tarde, ¿de acuerdo?

—No. Tenemos que hablar.

—Pet…

—Rechacé a Benny. Lo llamé el miércoles y le dije que no.

Estaba esperando que sonriera, o al menos que me mostrara alguna señal de que lo aprobaba.

Su rostro permaneció en blanco. —No sé qué quieres que te diga, Peter.

—Di que me perdonas. Di que regresarás conmigo.

—No puedo.

Mi rostro se desplomó.

Lali intentó pasarme. Instintivamente, me paré frente a ella. Si se alejaba esta vez, la perdería. —No he dormido, o comido… no me puedo concentrar. que me amas. Todo será como solía ser si simplemente vuelves conmigo.

Cerró sus ojos. —Somos disfuncionales, Peter. Creo que simplemente estás obsesionado con la idea de tenerme más que cualquier otra cosa.
—Eso no es cierto. Te amo más que a mi vida, Pigeon.

—Eso es exactamente lo que quiero decir. Esto es una conversación loca.

—No es una locura. Es la verdad.

—De acuerdo… ¿Así que cuál, exactamente, es el orden para ti? ¿Es el dinero, yo, tu vida… o hay algo que vaya antes del dinero?

—Me doy cuenta de lo que he hecho, ¿de acuerdo? Veo que podrías pensar eso, pero si hubiera sabido que ibas a dejarme, nunca habría… Simplemente quería cuidar de ti.

—Ya has dicho eso.

—Por favor, no hagas esto. No puedo soportar sentirme así… está… está matándome —dije al borde del pánico. La pared que Lali mantenía a su alrededor cuando sólo éramos amigos estaba de vuelta, más fuerte que antes. No estaba escuchándome. No podía llegar a ella.

—Terminé con esto, Peter.

Hice una mueca. —No digas eso.

—Ha terminado. Vuelve a tu hogar.

Mis cejas se juntaron. —Tú eres mi hogar.

Lali hizo una pausa, y por un momento sentí que realmente había llegado a ella, pero sus ojos perdieron el enfoque, y la pared estaba levantada de nuevo. —Hiciste una elección, Pit. Yo hice la mía.

—Me voy a quedar fuera del infierno de Las Vegas, y alejado de Benny… voy a terminar la universidad. Pero te necesito. Te necesito. Eres mi mejor amiga.

Por primera vez desde que era un niño, lágrimas calientes quemaban mis ojos y cayeron por una de mis mejillas. Incapaz de contenerme a mí mismo, alcancé a Lali, envolví su pequeño cuerpo con mis brazos, y planté mis labios sobre los suyos. Su boca estaba fría y rígida, así que acuné su rostro entre mis manos, besándola más duro, desesperado por obtener una reacción.

—Bésame —le rogué.

Lali mantuvo su boca apretada, pero su cuerpo estaba sin vida. Si la dejaba ir, ella caería. —¡Bésame! —supliqué—. ¡Por favor, Pigeon! ¡Le dije que no!

Lali se alejó. —¡Déjame tranquila, Peter!

Su hombro chocó conmigo cuando me pasó, pero tomé su muñeca. Mantuvo su brazo recto, extendido detrás de ella, pero no se giró.

—Te estoy rogando. —Caí sobre mis rodillas, su mano aún en la mía. Mi respiración se evaporó mientras hablaba, recordándome el frío—. Te estoy rogando, Lali. No hagas esto.

Lali me miró otra vez, y luego sus ojos recorrieron desde su brazo hacia el mío, viendo el tatuaje en mi muñeca. El tatuaje que enseñaba su nombre.

Miró lejos, hacia la cafetería. —Déjame ir, Peter.
El aire salió de mí, y con toda la esperanza enterrada, mis manos cayeron en la acera. Ella no iba a volver. Ya no me quería más, y no había nada que pudiera hacer o decir para cambiar eso.

Varios minutos pasaron antes de que recuperara las fuerzas para ponerme de pie. Mis pies no querían moverse, pero de alguna manera los obligué a cooperar lo suficiente para que me llevaran a la Harley. Me senté en el asiento y dejé que mis lágrimas cayeran. La pérdida era algo que sólo había experimentado una vez en mi vida, pero esto se sentía más real. Perder a Lali no era una historia que recordaba de una niñez temprana; estaba en mi cara, debilitándome como una enfermedad, robándome mis sentidos y, físicamente, siendo extremadamente doloroso.

Las palabras de mi madre hicieron eco en mis oídos. Lali era la chica por la que tenía que luchar, y caí luchando. Nada de eso alguna vez iba a ser suficiente.

Un Dodge Intrepid rojo se estacionó a un lado de mi moto. No tenía que levantar la mirada para ver quién era.
Bautista apagó el motor, descansando un brazo fuera de la ventana abierta.

—Hola.

—Hola —dije, limpiándome los ojos con la manga de la chaqueta.

—¿Noche difícil?

—Sí —asentí, observando el tanque de combustible de la Harley.

—Acabo de salir del trabajo. Necesito un maldito trago. Ve conmigo hasta Dutch.

Tomé un largo y entrecortado suspiro. Bautista, como papá y el resto de mis hermanos, siempre sabían cómo manejarme. Ambos sabíamos que no debía conducir en mi condición.

—Está bien.

—¿Sí? —dijo Bautista con una pequeña sonrisa, una sonrisa de sorpresa.

Pasé la pierna hacia atrás sobre el asiento, y luego caminé hasta el lado de pasajero del auto de Bautista. El calor de la ventilación quemó mi piel, y por primera vez en esa noche sentí lo frío que estaba el aire, y reconocí que no tenía suficiente ropa para la temperatura que hacía afuera.

—¿Nicolás te llamó?

—Síp. —Se retiró de la plaza de aparcamiento y lentamente maniobró a través del estacionamiento, encontrando la calle a paso de tortuga. Se giró a mirarme—. ¿Supongo que un tipo llamado French llamó a su chica? Dijo que tú y Lali estaban peleando afuera de la cafetería.

—No estábamos peleando. Sólo estaba... intentando recuperarla.

Bautista asintió una vez, estacionando en la calle. —Eso es lo que pensé.

No hablamos de vuelta hasta que tomamos nuestros lugares en el bar de Dutch. Había demasiada gente, pero Bill, el dueño y barman, conocía a papá desde que nosotros éramos niños, y la mayoría de los clientes habituales nos vieron crecer.

—Me alegro de verlos chicos. Ha pasado bastante tiempo —dijo Bill, limpiando el mostrador antes de colocar unas cervezas y un chupito en la barra delante de cada uno de nosotros.

—Hola, Bill —dijo Bautista, inmediatamente arrojándose devuelta a su chupito.

—¿Te sientes bien, Peter? —preguntó Bill.

Bautista respondió por mí. —Se va a sentir mejor después de unas cuantas rondas.

Estaba agradecido. En ese momento, si hablaba, me podría haber roto.

Bautista continuó comprándome whisky hasta que mis dientes estaban entumecidos y estaba a punto de perder el conocimiento. Debí haberlo hecho en algún momento entre el bar y el apartamento, porque me desperté a la mañana siguiente en el sofá, en mi ropa, sin saber cómo demonios había llegado allí.
Nicolás cerró la puerta, y oí el sonido familiar del Honda de Eugenia acelerar y alejarse.

Me senté y cerré un ojo. —¿Chicos, tuvieron una buena noche?

—Sí. ¿Tú?

—Supongo que sí. ¿Has oído quien me trajo?

—Sí, Bauti te trajo con el culo arriba y te tiró en el sofá. Estaban riendo, así que no me digas que fue una noche exitosa.

—Bauti puede ser un idiota, pero es un buen hermano.

—Lo es. ¿Tienes hambre?

—Joder, no —gemí.

—Correcto, luego. Me voy a hacer un poco de cereal.

Me senté en el sofá, repasando la noche anterior en mi mente. Las últimas horas fueron confusas, pero cuando me volví a acordar de ver a Lali en la escuela, di un respingo.

—Le dije a Euge que teníamos planes hoy. Pensé que podríamos ir a la maderería para reemplazar tu chirriante puerta de mierda.

—No hace falta que me cuides, Nico.

—No lo hago. Nos vamos en una media hora. Primero lávate, apestas —dijo, sentado en el sillón reclinable con su cuenco de Trigos Mini—. Y luego volvemos a casa y estudiamos. Finales.

—Joder —dije con un suspiro.

—Voy a pedir una pizza para el almuerzo, y nos podemos comer las sobras de la cena.

—Acción de Gracias se acerca, ¿recuerdas? Voy a estar comiendo pizzas en las tres comidas del día durante dos días seguidos. No, gracias.

—Está bien, comida china, entonces.

—Eres un controlador excesivo —dije.
—Lo sé. Confía en mí, te ayudará.

Asentí lentamente, esperando que tuviera razón.

***
Los días pasaban lentamente. Pero quedarse hasta tarde para estudiar con Nicolás y a veces Eugenia, ayudaba a acortar las noches de insomnio. Bautista prometió no decirle a papá o el resto de los chicos Lanzani sobre Lali hasta después de Acción de Gracias, pero todavía lo temía, saber que ya les había dicho que ella iría. Preguntarían por ella, y luego verían a través de mí cuando les mintiera.

Después de mi última clase del viernes, llamé a Nicolás. —Hola, ya sé que se supone que está fuera de los límites, pero necesito saber a dónde va Lali en las vacaciones.

—Bueno, eso es fácil. Va a estar con nosotros. Va a pasar las vacaciones en donde de Eugenia.

—¿En serio?

—Sí, ¿por qué?
—Por nada —dije, y de pronto colgué el teléfono.

Caminé por el campus bajo la lluvia, esperando a que la clase de Lali la dejara salir. Fuera del edificio Hoover, vi como algunas personas de la clase de cálculo de Lali se congregaron afuera. La nuca de Pablo apareció a la vista, y después Lali.

Estaba acurrucada en el interior de su abrigo de invierno, parecía incómoda con el balbuceo de Pablo.

Me quité la gorra roja de béisbol y fui corriendo en su dirección. Los ojos de Lali se desviaron a los míos, el reconocimiento hizo que levantara sus cejas mínimamente.

Me repetía el mismo mantra en mi cabeza. No importa el comentario que el imbécil de Pablo haga, juega en frío. No arruines más esto. No. Jodas. Más. Esto.

Para mi sorpresa, Pablo se fue sin decirme una palabra.
Metí las manos en los bolsillos de mi sudadera con capucha. —Nicolás dijo que vas a ir con él y Euge a Wichita mañana.

—¿Sí?

—¿Pasarás todas tus vacaciones en lo de Eugenia?

Se encogió de hombros, esforzándose con demasiada fuerza para no ser afectada por mi presencia. —Soy realmente cercana con sus padres.

—¿Qué pasa con tu mamá?

—Ella es una alcohólica, Peter. No sabe que es Acción de gracias.

Mi estómago dio un vuelco, sabiendo que la respuesta a mi siguiente pregunta iba a ser mi última oportunidad. Un trueno rodó por encima de nosotros y miré hacia arriba, entrecerré mis ojos cuando las grandes gotas cayeron sobre mi cara.

—Necesito pedirte un favor —dije, esquivando la dura lluvia—. Ven aquí.
—Empujé a Lali bajo el techo más cercano para que no se empapara con el repentino aguacero.

—¿Qué clase de favor? —preguntó, claramente sospechando. Era difícil escucharla a través de la lluvia.

—Mi uh... —Cambié mi peso, mis nervios tratando de obtener lo mejor de mí. ¡Mi mente gritaba abortar!, pero estaba decidido a intentarlo, por lo menos—. Papá y los chicos todavía están esperándote el jueves.

—Peter —gimió Lali.

Miré a mis pies. —Dijiste que ibas a venir.

—Lo sé, pero... es un poco inapropiado ahora, ¿no te parece?

—Dijiste que ibas a venir —dije, tratando de mantener la voz calmada.

—Todavía estábamos juntos cuando estuve de acuerdo en ir a casa contigo. Sabías que no iba a ir.

No lo sabía, y ya es demasiado tarde, de todos modos. Pepo está volando, y Tyler dejó el trabajo. Todo el mundo está deseando verte.

Lali se encogió, haciendo girar un mechón de su cabello húmedo alrededor de su dedo. —Ellos iban a venir de todos modos, ¿no es así?

—No todos. No hemos estado todos nosotros ahí para Acción de Gracias en años. Todos hicieron un esfuerzo por estar ahí, ya que les prometí una comida real. No hemos tenido una mujer en la cocina desde que murió mamá y…

—Eso no es sexista ni nada.

—Eso no es lo que quise decir, Pidge, vamos. Todos te queremos ahí. Eso es todo lo que estoy diciendo.

—No les has dicho sobre de nosotros, ¿verdad?

—Papá preguntaría por qué, y no estoy dispuesto a hablar con él sobre eso. Nunca podré sacarme de la cabeza lo estúpido que soy. Por favor, ven, Pidge.

—Tengo que poner el pavo a las seis de la mañana. Tendríamos que salir de aquí a las cinco...

—O podríamos quedarnos allí.

Sus cejas se alzaron. —¡De ninguna manera! Ya es bastante malo que vaya a tener que mentirle a tu familia y fingir que todavía estamos juntos.

Su reacción, a pesar de lo previsto, aún picó un poco en mi ego. —Actúas como si te estuviera pidiendo prenderte fuego.

—¡Deberías haberles dicho!

—Lo haré. Después de Acción de Gracias... les diré.

Suspiró y miró hacia otro lado. Esperar por su respuesta fue como arrancarme las uñas una por una.
—Si me prometes que este no es un truco para tratar de volver a estar juntos, lo haré.
Asentí, tratando de no parecer demasiado ansioso. —Te lo prometo.

Sus labios formaron una dura línea, pero no había el más mínimo atisbo de una sonrisa en sus ojos. —Nos vemos a las cinco.

Me incliné para besarla en su mejilla. Sólo había querido darle un beso rápido, pero mis labios se habían perdido en su piel, y era difícil separarse. —Gracias, Pigeon.

Después de que Nicolás y Eugenia se dirigieran a Wichita en el Honda, limpié el apartamento, doblé la última carga de ropa, fumé medio paquete de cigarrillos, llené una bolsa de viaje, y luego discutí con el reloj por ser tan lento.

Cuando finalmente dieron las cuatro y media, corrí escaleras abajo al auto de Nicolás, tratando de no acelerar todo el camino hasta Morgan.

Cuando llegué a la puerta de Lali, su expresión confusa me tomó por sorpresa.

—Peter —suspiró.
—¿Estás lista?

Lali levantó una ceja. —¿Lista para qué?

—Dijiste que te recogiera a las cinco.

Cruzó los brazos sobre su pecho. —¡Quise decir cinco de la mañana!

—Oh. Creo que debería llamar a papá y hacerle saber que no vamos a estar ahí después de todo.

—¡Peter! —se lamentó.

—Traje el coche de Nico, así no teníamos que lidiar con las maletas en la moto. Hay un dormitorio disponible en el que puedes dormir. Podemos ver una película o…

—¡No me voy a quedar en casa de tu padre!

Mi rostro se ensombreció. —Está bien. Te uh... Te veré por la mañana.

Di un paso atrás, y Lali cerró la puerta. Aún vendría, pero mi familia definitivamente sabría que algo pasaba si ella no se presenta esta noche como yo había dicho que haría. Caminé por el pasillo lentamente a medida que marcaba el número de mi padre. Iba a preguntar por qué, y no quería mentirle abiertamente.

—Peter, espera.

Me volteé para ver a Lali de pie en el pasillo.

—Dame un minuto para empacar algunas cosas.

Sonreí, casi abrumado por el alivio. Caminamos juntos de regreso a su habitación, y esperé en la puerta mientras metía un par de cosas en una bolsa. La escena me recordó a la noche que había ganado la apuesta, y me di cuenta que no cambiaría ni un solo segundo del tiempo que pasamos juntos.

—Todavía te amo, Pidge.

No levantó la vista. —No lo hagas. No estoy haciendo esto por ti.


Aspiré una bocanada de aire, el dolor físico tirando en todas las direcciones sobre mi pecho. —Lo sé.


CONTINUARÁ...

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