lunes, 12 de enero de 2015

Capítulo 27

27
FUEGO Y HIELO


El humo se había vuelto ineludible. Sin importar la habitación en la que me hallara, cada respiración era poco profunda y caliente, quemando mis pulmones.

Me incliné y agarré mis rodillas, jadeando. Mi sentido de orientación estaba debilitado, tanto por la oscuridad, como por la real posibilidad de no ser capaz de encontrar a mi novia o a mi hermano antes de que fuera tarde. Ni siquiera estaba seguro de si podría encontrar mi camino de vuelta.

Entre los ataques de tos, escuché un sonido de golpeteo viniendo de la habilitación continua.

—¡Ayuda! ¡Alguien ayúdeme!

Era Lali. Determinación renovada vino a mí y me arrastré hacia su voz, avanzando a tientas a través de la oscuridad. Mis manos tocaron una pared, y luego me detuve cuando sentí una puerta. Estaba cerrada con llave. —¿Pidge? —grité, jalando la puerta.

La voz de Lali se volvió más aguda, incentivándome para dar un paso hacia atrás y patear la puerta hasta que se abrió.

Lali estaba parada sobre un escritorio justo debajo de la ventana, golpeando sus manos contra el vidrio tan desesperadamente, que no se dio cuenta que yo había irrumpido en la habitación.

—¿Pigeon? —dije, tosiendo.

—¡Peter! —gritó, lanzándose del escritorio y contra mis brazos.

Ahuequé sus mejillas. —¿Dónde está Bauti?

—¡Él los siguió! —gritó, lágrimas corrían por su rostro—. ¡Intenté que viniese conmigo, pero él no venia!

Miré hacia debajo del salón. El fuego se disparaba hacia nosotros, alimentándose de los muebles cubiertos que estaban alineados en las paredes.

Lali miró boquiabierta la horrible vista y después tosió. Mis cejas se fruncieron, preguntándome donde demonios estaba él. Si estaba en el final del corredor, no tendría oportunidad. Un sollozo brotó de mi garganta, pero la mirada de terror en los ojos de Lali lo forzó a apartarse.

—Vamos, voy a sacarnos de aquí, Pidgeon. —Presioné mis labios contra los de ella en un rápido y firme movimiento, luego subí a la cima de su improvisada escalera.

Empujé la ventana, los músculos de mis brazos temblando mientras empleaba toda mi fuerza restante contra el vidrio.

—¡Aléjate, Lali! ¡Voy a romper el vidrio!

Lali se apartó un paso de mí, su cuerpo entero temblando. Levanté el brazo con el codo doblado y mi puño en alto, y dejé salir un gruñido mientras lo clavaba con fuerza en la ventana. Vidrios se hicieron añicos, y estiré mi mano.
—¡Vamos! —grité.

El calor del fuego se apoderó de la habitación. Motivado por terror puro, levanté a Lali del suelo con un brazo, y la empujé hacia afuera.

Me esperó arrodillada mientras yo salía trepando, y luego me ayudó a levantarme. Sirenas sonaban desde el otro lado del edificio. Luces rojas y azules de camiones de bomberos y carros de policías bailaban a lo largo de los ladrillos en los edificios continuos.

Tiré a Lali conmigo, corriendo a toda velocidad hacia donde un montón de gente estaba parada en frente del edificio. Hojeamos las caras cubiertas de hollín buscando a Bautista mientras gritaba su nombre. Cada vez que llamaba a gritos, mi voz se quebraba más. No estaba allí. Revisé mi teléfono, esperando que él hubiera llamado. Viendo que no lo había hecho, lo cerré de un golpe.

Acercándome a la desesperanza, cubrí mi boca, inseguro de qué hacer a continuación. Mi hermano se había perdido en el ardiente edificio. No estaba afuera, conduciendo a una sola conclusión.
—¡BAUTI! —grité, estirando mi cuello mientras buscaba entre la multitud.

Aquellos que habían escapado estaban abrazándose y lloriqueando detrás de los vehículos de emergencia, observando con horror como los camiones de bomberos disparaban agua por las ventanas. Bomberos corrían dentro, jalando las mangueras detrás de ellos.

—Él no salió —susurré—. Él no salió, Pidge. —Lágrimas corrieron por mis mejillas, y caí sobre mis rodillas.

Lali me siguió al suelo, sosteniéndome en sus brazos.

—Bauti es inteligente, Pit. Él salió. Tuvo que haber encontrado otra forma.

Me desmoroné dentro del regazo de Lali, sujetando su camisa con los dos puños.

Una hora pasó. Los llantos y lamentos de los sobrevivientes y espectadores afuera del edificio se habían suavizado a un inquietante silencio. Los bomberos sacaron sólo dos sobrevivientes, y luego continuamente salieron con las manos vacías. Cada vez que alguien salía del edificio, contenía mi respiración, una parte de mí esperando que fuera Bautista, la otra temiendo que lo fuese.

Una hora y media después, los cuerpos que regresaban estaban sin vida. En vez de realizarles RCP, simplemente los ponían junto a las otras víctimas, cubriendo sus cuerpos. El suelo estaba plagado de víctimas, superando en número a los que habíamos escapado.

—¿Peter?

Adam estaba de pie junto a nosotros. Me levanté, jalando a Lali conmigo.

—Estoy feliz de que ustedes chicos lo lograran —dijo Adam, luciendo atónito y desconcertado—. ¿Dónde está Bauti?

No contesté.

Nuestros ojos regresaron hacia los restos carbonizados de las residencias de Keaton, el humo negro y denso aún salía de las ventanas. Lali enterró su rostro en mi pecho y agarró mi camisa con sus pequeños puños.

Era una escena horripilante, y todo lo que podía hacer era mirar.

—Tengo que eh… tengo que llamar a mi papá —dije, arrugando mi frente.

—Quizás deberías esperar Peter. No sabemos nada aún —dijo Lali.

Mis pulmones ardían, justo como mis ojos. —Mierda, esto no está bien. Nunca debió haber estado ahí.

—Fue un accidente, Peter. Tú nunca hubieses podido saber que esto pasaría —dijo Lali, tocando mi mejilla.

Mi rostro se comprimió, y cerré fuerte mis ojos. Iba a tener que llamar a mi papá y decirle que Bautista aún estaba adentro de un edificio en llamas, y que era mi culpa. No sabía si mi familia podría soportar otra perdida. Bautista había vivido con mi papá mientras trataba de ayudarlo a recuperarse, y eran un poco más cercanos que el resto de nosotros.

Contuve mi respiración mientras marcaba duro los números, imaginando la reacción de mi padre. El teléfono se sentía frío en mi mano, por lo tanto jalé a Lali contra mí. Incluso si ella no lo sabía aún, estaba helada.

Los números se transformaron en un nombre, y mis ojos se ampliaron.

Estaba recibiendo otra llamada.

—¿Bauti?

—¿Estás bien? —gritó Bauti en mi oído, su voz llena de pánico.

Una risa de sorpresa se escapó de mis labios mientras miraba a Lali. —¡Es Bauti!

Lali jadeó y apretó mi brazo.

—¿Dónde estás? —pregunté, desesperado por encontrarlo.
—¡Estoy en las residencias de Morgan, idiota de mierda! ¡Donde me dijiste que nos encontráramos! ¿Por qué no estás aquí?

—¿Qué quieres decir con que estás en Morgan? Estaré allí en un segundo, ¡Ni se te ocurra moverte!

Despegué a toda velocidad, arrastrando a Lali detrás de mí. Cuando llegamos a Morgan, ambos estábamos tosiendo y jadeando por aire. Bautista bajó corriendo las escaleras, estrellándose contra nosotros.

—¡Dios mío, hermano! ¡Pensé que estabas tostado! —dijo Bautista, apretándonos fuerte.

—¡Idiota! —grité, empujándolo—. ¡Pensé que estabas malditamente muerto! ¡He estado esperando a que los bomberos carguen con tu cuerpo carbonizado desde Keaton!

Le fruncí el ceño a Bautista por un instante, y luego lo atraje de nuevo en un abrazo. Mi mano se extendió rápidamente, hurgando hasta que sentí el suéter de Lali, y después la atraje en un abrazo también. Después de varios instantes, solté a Bautista.

Bautista miró a Lali con gesto de disculpa. —Lo siento, Lali. Entré en pánico.

Ella sacudió su cabeza. —Sólo me alegra que estés bien.

¿Yo? Hubiera sido mejor estar muerto si Peter me hubiera visto salir de ese edificio sin ti. Traté de encontrarte después de que saliste corriendo, pero luego me perdí y tuve que encontrar otra manera. Caminé alrededor del edificio para encontrar esa ventana, pero me encontré con unos policías y me obligaron a salir. ¡Me he estado volviendo loco por aquí! —dijo él, pasando su mano por su cabeza.

Limpié las mejillas de Lali con mis pulgares, y luego levanté mi camisa, usándola para limpiar el hollín de mi cara. —Salgamos de aquí. Los policías van a estar arrastrándose por aquí pronto.

Después de abrazar a mi hermano de nuevo, se dirigió hacia su carro y nosotros caminamos hacia el Honda de Eugenia. Observé la hebilla del cinturón de Lali, y luego fruncí el ceño cuando tosió.

—Tal vez, debería llevarte al hospital y conseguir que te revisen.

—Estoy bien —dijo, entrelazando sus dedos con los míos. Bajó la mirada, viendo una profunda cortada a lo largo de mis nudillos—. ¿Eso es de la pelea o de la ventana?

—La ventana —contesté, frunciendo el ceño hacia sus uñas ensangrentadas.

Sus ojos se humedecieron. —Salvaste mi vida, ¿sabes?

Mis cejas se juntaron. —No me hubiera ido sin ti.

—Sabía que vendrías.

Sostuve la mano de Lali dentro de la mía hasta que llegamos al apartamento. Lali tomó un largo baño y con manos temblorosas, nos serví a los dos un vaso con whisky.
Caminó por el pasillo silenciosamente, y luego se derrumbó aturdida en la cama.

—Aquí —dije, entregándole un vaso lleno de líquido ámbar—. Te ayudara a relajarte.

—No estoy cansada.

Le tendí el vaso de nuevo. Podía ser que ella hubiera crecido alrededor de mafiosos en las Vegas, pero apenas habíamos visto la muerte, mucho de ella, y habíamos escapado por poco. —Sólo trata de descansar un poco, Pidge.

—Estoy casi asustada de cerrar los ojos —dijo, tomando el vaso y bebiéndose de un trago el líquido.

Tomé el vaso vacío y lo coloqué sobre la mesita de noche, luego me senté a su lado en la cama. Estuvimos en silencio, reflexionando sobre las últimas horas.

No parecía real.

—Una gran cantidad de gente murió esta noche —dije.

—Lo sé.

—No sabremos precisamente cuántos hasta mañana.

—Bauti y yo pasamos a un grupo de chicos en el camino. Me pregunto si lo lograron. Se veían muy asustados…

Las manos de Lali comenzaron a temblar, así que la consolé de la única manera que sabía hacerlo. La sostuve.

Se relajó contra mi pecho y suspiró. Su respiración se niveló, y apretó su mejilla contra mi piel, acurrucándose. Por primera vez desde que habíamos vuelto juntos, me sentí completamente cómodo con ella, como si hubiéramos regresado las cosas a cómo iban antes de las Vegas.

—¿Peter?

Bajé mi barbilla y susurré contra su cabello—: ¿Qué, nena?

Nuestros teléfonos sonaron al unísono, y ella simultáneamente contestó el suyo mientras me pasaba el mío.

—¿Hola?

—¿Peter? ¿Están bien, hombre?

—Sí, amigo. Estamos bien.

—Estoy bien, Euge. Estamos todos bien —dijo Lali, tranquilizando a Eugenia en la otra línea.

—Mamá y papá están con los pelos de puntas. Lo estamos viendo en las noticias justo ahora. No les dije que estarías allí. ¿Qué? —Nicolás alejó su rostro del teléfono para contestarle a sus padres—. No, mamá. Sí, ¡estoy hablando con él! ¡Está bien! ¡Están en el apartamento! Entonces —continuó—, ¿qué demonios sucedió?

—Las malditas linternas. Adam no quería ninguna luz fuerte llamando la atención y que nos atraparan. Una prendió fuego todo el maldito lugar… Es malo. Nico. Muchas personas murieron.

Nicolás respiró profundamente. —¿Alguien que conozcamos?

—No lo sé, todavía.

—Me alegra que estés bien, hermano. Estoy… Jesús, estoy feliz de que estés bien.

Lali describió los horribles momentos cuando tropezaba a través de la oscuridad, tratando de encontrar su camino de salida.

Hice un gesto de dolor cuando relató cómo clavó sus dedos en la ventana cuando trataba de abrirla.

—Euge, no te vayas tan pronto. Estamos bien —dijo Lali—. Estamos bien —dijo de nuevo, esta vez enfatizando—. Puedes abrazarme el viernes. También te amo. Diviértete.

Apreté mi teléfono celular un poco contra mi oreja. —Mejor abraza a tu chica, Nico. Sonaba molesta.

Nicolás suspiró. —Yo sólo… —Volvió a suspirar.

—Lo sé, hombre.

—Te quiero. Eres mucho más hermano de lo que nunca podría tener.

—Yo, también. Nos vemos pronto.

Volví con Lali y colgamos nuestros teléfonos, nos sentamos en silencio, aún procesando lo que había sucedido. Me recosté contra la almohada, y luego empujé a Lali contra mi pecho.

—¿Eugenia está bien?

—Está molesta, pero está bien.

—Estoy feliz de que no estuvieran allí.

Podía sentir la mandíbula de Lali trabajando en contra de mi piel y maldije interiormente por haberle dado ideas más espantosas.

—Yo también —dijo con un escalofrío.

—Lo siento. Has pasado por mucho esta noche, no debería añadir nada más a tu plato.

—Tú estabas allí también, Pit.

Pensé acerca de cómo fue. Buscar a Lali en la oscuridad, sin saber si la encontraría y finalmente, dar patadas a la puerta al ver su rostro.

—No me asusto muy a menudo —le dije—. Me asusté la primera mañana en que desperté y tú no estabas allí. Estaba asustado cuando me dejaste después de Las Vegas. Estaba asustado cuando pensé que iba a tener que decirle a mi papá que Bauti había muerto en esa construcción. Pero cuando te vi a través de las llamas en ese sótano… me sentía aterrorizado. Llegué a la puerta, estaba a pocos metros de la salida y no pude irme.

—¿Qué quieres decir? ¿Estás loco? —preguntó sacudiendo la cabeza para mirarme a los ojos.

—Nunca había estado tan seguro de nada en mi vida. Me di la vuelta, hice mi camino a ese cuarto, y allí estabas. Nada más importaba. Ni siquiera sabía si lo lograríamos o no, sólo quería estar donde tú estuvieras, donde sea que eso signifique. De la única cosa de la que estoy asustado es de una vida sin ti, Pigeon.

Lali se inclinó, besándome suavemente en los labios. Cuando nuestras bocas se separaron, sonrió. —Entonces no tienes nada de qué estar asustado. Estaremos juntos para siempre.

Suspiré. —Lo haría todo otra vez, sabes. No cambiaría ni un segundo si eso significara que estaríamos aquí, en este momento.

Ella tomó una respiración profunda y besé suavemente su frente.

—Esto es —susurré.

—¿Qué?

—El momento. Cuando te veo dormir… ¿esa paz en tu rostro? Eso es. No lo he tenido desde que mi madre murió, pero lo puedo sentir nuevamente. —Tomé otra respiración profunda y la atraje hacia mí—. Supe en el momento en que te conocí que había algo en ti que yo necesitaba. Resultó que no era algo de ti. Eras sólo tú.

Lali me dio una sonrisa cansada mientras enterraba su cara en mi pecho —Somos nosotros, Pit. Nada tiene sentido a menos que estemos juntos. ¿No has notado eso?

¿Notarlo? ¡Te he estado diciendo eso todo el año! —bromeé—. Es oficial. Bimbo, peleas, rompimientos, Pablo, Las Vegas… incluso incendios… nuestra relación puede soportar cualquier cosa.

Levantó la cabeza, con sus ojos fijos en los míos. Pude ver un plan formándose detrás de su iris. Por primera vez, no me preocupaba cual sería su próximo paso, porque sabía en mi corazón que cualquier camino que eligiera, sería un sendero que caminaríamos juntos.

—¿Las Vegas? —preguntó.

Fruncí el ceño, formando una línea entre mis cejas. —¿Sí?

—¿Has pensado en volver?

Mis cejas se alzaron con incredulidad. —No creo que sea una buena idea para mí.

—¿Y si fuéramos sólo por una noche?

Eché un vistazo alrededor de la habitación oscura, confuso. —¿Una noche?

—Cásate conmigo —soltó. Oí la palabras, pero me tomó un segundo registrarlas.

Mi boca se ensanchó en una sonrisa ridícula. Ella estaba llena de mierda, pero si eso era lo que la ayudaba a olvidarse de lo que acabábamos de pasar, yo estaba feliz de hacerlo.

—¿Cuándo?

Se encogió de hombros. —Podemos fijar un vuelo para mañana. Son las vacaciones de primavera. No tengo nada para mañana. ¿Y tú?

—Yo me encargaré de todo —le dije, tratando de alcanzar mi teléfono. Lali levantó la barbilla, haciendo gala de su lado terco—. American Airlines—dije, observando su reacción de cerca. Ni se inmutó.

—American Airlines ¿En que puedo ayudarle?

—Necesito dos boletos para Las Vegas, por favor. Mañana.

La mujer buscó el tiempo de vuelo y luego preguntó cuanto tiempo íbamos a quedarnos.

—Mmmmm… —Esperé a que Lali cediera, pero no lo hizo—. Dos días. Ida y vuelta. Lo que tenga.

Apoyó su barbilla en mi pecho con una gran sonrisa, esperando a que yo terminara la llamada La mujer preguntó por mi información de pago. Así que le pedí a Lali mi billetera.

Ese fue el momento en que pensé que se reiría y me diría que cuelgue el teléfono, pero felizmente sacó la tarjeta de mi billetera y me la entregó.

Le di los números de mi tarjeta de crédito al agente, mirando a Lali después de cada serie.

Ella se limitó a escuchar, divertida. Dije la fecha de vencimiento y se me pasó por la mente que estaba a punto de pagar por dos billetes de avión que probablemente no usaría. Lali tenía una maldita cara de póker, después de todo.

—Er, sí señora. Los recogeremos en el mostrador. Gracias.

Le pasé el teléfono a Lali y lo colocó en la mesita de noche.

—Me acabas de pedir que me case contigo —le dije, todavía esperando que admitiera que no iba enserio.

—Lo sé.

—Ese es un asunto real, sabes. Sólo pedí dos boletos para mañana temprano. Entonces eso significa que nos casaremos mañana en la noche.

—Gracias.

Mis ojos se estrecharon. —Vas a ser la señora Lanzani cuando empieces las clases el lunes.

—Oh —dijo, mirando a su alrededor.

Levanté una ceja. —¿Tienes dudas?

—Tendré que cambiar serios papeles la próxima semana.

Asentí lentamente, con cautela esperanzada. —¿Te vas a casar conmigo mañana?

Sonrió. —Ajá.
—¿Hablas en serio?

—Sip.

—¡Te amo, maldita sea! —Agarre cada lado de su cara, golpeando mis labios contra los de ella—. Te amo demasiado, Pigeon —le dije, besándola una y otra vez.

Sus labios tenían problemas para seguirme.

—Sólo recuerda, que dentro de cincuenta años, todavía estaré pateando tu trasero en el póker. —Soltó una risita.

—Si significan sesenta o setenta años contigo, nena… tienes todo mi permiso para hacer lo que quieras.

Levantó una ceja. —Tú no quisiste decir eso.

—¿Quieres apostar?

Su dulce sonrisa se convirtió en la expresión de la confiada Lali Espósito que vi presionar como una profesional en la mesa de póker en las vegas. —¿Estás lo suficientemente confiado como para apostar la brillante moto que está afuera?

—Pondría todo lo que tengo en tus manos. No me arrepiento de ningún segundo contigo, Pidge y nunca lo haré.

Tendió una mano y la tomé sin titubear, agitándola una vez y luego llevándomela a la boca, presionando mis labios tiernamente contra sus nudillos.

—Lali Lanzani… —dije, incapaz de dejar de sonreír.

Me abrazó, tensando sus hombros mientras los apretaba. —Peter y Lali Lanzani. Tendrá un bonito anillo para ella.

—¿Anillo? —le dije, frunciendo el ceño.

—Nos preocuparemos de los anillos después, bebé. En cierto modo te arrojé esto encima.

—Uh… —interrumpí, recordando la caja en el cajón. Me pregunté si dársela era una buena idea. Hace unas semanas, tal vez incluso algunos días atrás, Lali podría haberse asustado, pero ya hemos pasado por eso. Esperaba.

—¿Qué?

—No te enojes —le dije—. Yo… como que ya me hice cargo de esa parte.

—¿Qué parte?

Me quedé mirando el techo y suspiré, dándome cuenta de mi error demasiado tarde. —Vas a enloquecer.

—Peter…

Busqué en el cajón de la mesita de noche y tanteé alrededor por un momento.

Lali frunció el ceño y luego sopló el pelo húmedo de sus ojos. —¿Qué? ¿Compraste más condones?

Me reí una vez. —No, Pidge —le dije, llegando más lejos en el cajón. Mi mano finalmente tocó los rincones familiares, y vi la expresión de Lali mientras sacaba la cajita de su escondite.

Lali bajó la mirada mientras colocaba el cuadrado de terciopelo en mi pecho, llegando detrás para descansar mi cabeza en mi brazo.

—¿Qué es eso?

—¿Qué es lo que parece?

—Está bien, déjame reformular la pregunta: ¿Cuándo conseguiste esto?

Inhalé. —Hace un tiempo.

—Pit…

—Sólo lo vi un día… y supe que sólo había un lugar al que podía pertenecer… en tu perfecto dedo meñique.

—¿Un día, cuándo?

—¿Importa?

—¿Puedo verlo? —Sonrió, sus iris grises brillando.

Su inesperada reacción provocó otra ancha sonrisa a través de mi cara. —Ábrelo.

Lali tocó ligeramente la caja con un dedo y luego agarró el sello de oro con las dos manos, tirando lentamente para abrir la tapa. Sus ojos se ensancharon y luego cerró la tapa.

—¡Peter! —se lamentó.

—Sabía que ibas a enloquecer —le dije, sentándome y ahuecando mis manos sobre las suyas.

—¿Es que estás loco?

—Lo sé, sé lo que estás pensando, pero tenía que hacerlo. Era único. ¡Y tenía razón! No he visto uno así que sea tan perfecto como este. —Me encogí por dentro, esperando que se recuperara del hecho de que yo había admitido la frecuencia con la que veía los anillos.
Sus ojos se abrieron de golpe y luego despacio deslizó sus manos por la caja.

Intentando otra vez, abrió la tapa y luego sacó el anillo de la abertura que lo mantenía en su lugar.

—Es… Dios mío, es increíble —susurró mientras yo tomaba su mano izquierda en la mía.

—¿Puedo ponerlo en tu dedo? —le pregunté, mirándola. Cuando asintió, apreté mis labios y luego deslicé la banda de plata sobre su nudillo, manteniéndola en su lugar por un segundo o dos antes de soltarla.

Ahora es increíble.

Los dos nos quedamos mirando su mano por un momento. Se encontraba finalmente donde pertenecía.

—Pudiste haber pagado la cuota inicial de un auto con esto —dijo en voz baja, como si tuviera que susurrar en presencia del anillo.
Toqué su dedo anular con mis labios, besando su piel justo por delante de su nudillo. —Me había imaginado cómo se vería en tu mano un millón de veces. Ahora que está ahí…

—¿Qué? —Sonrió, esperando a que yo terminara.

—Pensé que iba a tener que sudar cinco años antes de sentirme de esta manera.

—Lo quería tanto como tú. He tenido un infierno con la cara de póker. —dijo presionando sus labios contra los míos.


Por mucho que quería desnudarla hasta que lo único que tuviera fuera mi anillo. Me ubiqué en la almohada y dejé descansar su cuerpo contra el mío. Si había una manera de centrarse en algo más que en el horror de esa noche, lo habíamos conseguido.


CONTINUARÁ... Ya queda poquito para que se termine esta adaptación, queda un capítulo más y el epílogo. Luego subiré el tercer y último libro de esta trilogía. Gracias por leer y firmar :)

2 comentarios:

  1. te juro que amo esta trilogía . .massssssss

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo tambiéen la amo, es una de las mejores que he leído :)

      Eliminar