domingo, 25 de enero de 2015

Capítulo 4

CAPÍTULO 4

TRES HORAS

PETER
Lali me tomó la mano, jalándome mientras caminamos por el casino hacia los ascensores. Yo arrastraba los pies, tratando de echar un vistazo alrededor antes de que subiéramos. Sólo habían pasado unos meses desde la última vez que estuvimos en Las Vegas, pero esta vez era menos estresante. Nos encontrábamos aquí por una razón mucho mejor. De cualquier modo, Lali seguía completamente enfocada, negándose a hacer una pausa el tiempo suficiente para que me pusiera demasiado cómodo en alguna mesa. Ella odiaba Las Vegas y con buena razón, lo que me hizo cuestionar aún más por qué decidió venir aquí, pero mientras estuviera en una misión para ser mi esposa, yo no iba a discutir.

—Pit —dijo, jadeando—, los ascensores están justo... allí... —Me tiró un poco más hasta llegar a su destino final.

—Estamos de vacaciones, Pidge. Relájate.

—No, nos vamos a casar, y tenemos menos de veinticuatro horas para hacerlo.

Presioné el botón, llevándonos a ambos a un espacio abierto al lado de la multitud. No debería haber sido una sorpresa que haya tanta gente que esté finalizando su noche tan cerca de la salida del sol, pero incluso un chico de fraternidad salvaje como yo podría estar impresionado aquí.

—Todavía no lo puedo creer —le dije. Llevé sus dedos a mi boca y los besé.

Lali seguía mirando por encima de las puertas del ascensor, viendo los números descender. —Ya lo has mencionado. —Me miró y una de las esquinas de su boca se curvó—. Créelo, cariño. Estamos aquí.

Mi pecho se levantó mientras mis pulmones se llenaban de aire, preparándose para dejar escapar un largo suspiro. En los últimos tiempos, o tal vez nunca, mis huesos y músculos se habían sentido tan relajados. Mi mente estaba a gusto. Se sentía extraño sentir todas esas cosas, sabiendo lo que acababa de dejar detrás en el campus, y al mismo tiempo se sentía tan responsable. Era desconcertante y perturbador, esto de sentirse feliz un minuto, y como un criminal al siguiente.

Se formó una rendija entre las puertas del ascensor, y luego se deslizaron lentamente hasta abrirse, permitiendo que los pasajeros se dirijan al pasillo. Lali y yo salimos juntos con nuestra pequeña maleta. Una mujer tenía un bolso grande, un gran equipaje de mano que tenía el tamaño de dos de los nuestros, y una maleta vertical de cuatro ruedas, en la que podría caber al menos dos niños pequeños.

—¿Te estás mudando aquí? —le pregunté—. Eso es genial. —Lali me dio un codazo en las costillas.

Ella me lanzó una larga mirada, luego a Lali, y después habló con un acento francés. —No. —Apartó la mirada, claramente infeliz de que le haya hablado.

Lali y yo intercambiamos miradas, y entonces ella ensanchó sus ojos, en silencio diciendo: Guau, qué perra. Traté de no reírme. Maldita sea, amaba a esa mujer, y me encantaba saber lo que pensaba sin que tenga que decirme una palabra.
La mujer francesa asintió. —Presiona el botón del piso treinta y cinco, por favor. —Casi el Penthouse. Por supuesto.

Cuando las puertas se abrieron en el piso veinticuatro, Lali y yo salimos a la alfombra adornada, un poco perdidos, haciendo el repaso que las personas siempre hacen cuando miran su habitación de hotel. Finalmente, al final del pasillo, Lali insertó su llave electrónica y la sacó rápidamente.
 
La puerta hizo clic. La luz se tornó verde. Entramos.
Lali encendió la luz y sacando su bolso por encima de su cabeza, lo arrojó sobre la cama king-size. Me sonrió. —Es lindo.

Solté el bolso, dejándolo caer, y luego tomé a Lali en mis brazos. —Ya está. Estamos aquí. Cuando durmamos en esta cama más tarde, vamos a ser marido y mujer.

Lali me miró a los ojos, profundos y reflexivos, y luego tomó un lado de mi cara. Una esquina de su boca se curvó. —Tengamos por seguro que así será. No pude empezar a imaginar qué pensamientos se arremolinaban detrás de sus hermosos ojos grises, porque casi de inmediato esa mirada reflexiva desapareció.

Se alzó sobre las puntas de sus pies y me dio un beso en la boca. —¿A qué hora es la boda?




LALI
—¿En tres horas? —Mantuve mis músculos relajados, aunque todo mi cuerpo quería tensarse. Estábamos perdiendo mucho tiempo, y no tenía manera de explicarle a Peter por qué necesita acabar con esto de una vez.

¿Acabar con esto de una vez? ¿Así es como me sentía realmente al respecto? Tal vez no se trataba sólo de que Peter necesitaba una coartada plausible. Tal vez tenía miedo de acobardarme si tenía demasiado tiempo para pensar en lo que íbamos a hacer.

—Sí —dijo Peter—. Supuse que necesitarías tiempo para conseguir un vestido y un peinado y toda esa mierda femenina. ¿Me... me equivoqué?

—No. No, está bien. Supongo que pensé que llegaríamos aquí y simplemente lo haríamos. Pero, tienes razón.

—No vamos a ir al Red, Pidge. Nos vamos a casar. Sé que no es en una iglesia, pero pensé que...
—Sí. —Sacudí la cabeza y cerré los ojos por un segundo, y luego lo miré—. Sí, tienes razón. Lo siento. Voy a bajar para buscar algo blanco, y luego vuelvo aquí y me prepararé. Si no puedo encontrar algo aquí, me iré a Crystals. Hay más tiendas allí.

Peter se acercó a mí, deteniéndose a tan sólo unos centímetros de distancia. Me miró durante unos instantes, el tiempo suficiente para hacerme retorcer.

—Dime —dijo en voz baja. Sin importar cuánto tratara de justificarme, él me conocía lo suficientemente bien para saber —cara de póquer o no— que le ocultaba algo.

—Creo que lo que estás percibiendo es agotamiento. No he dormido en casi veinticuatro horas.

Suspiró, me besó en la frente, y luego se fue a la nevera. Se inclinó, y luego se volvió, sosteniendo dos pequeñas latas de Red Bull. —Problema resuelto.

—Mi prometido es un genio.

Me entregó una lata y, a continuación, me tomó en sus brazos. —Me gusta eso.

—¿Qué crea que eres un genio?

—Ser tu prometido.

—¿Sí? Todavía no me acostumbro a eso. Te llamaré de una manera diferente en tres horas.

—Me va a gustar aún más el nuevo nombre.

Sonreí, viendo a Peter abrir la puerta del baño.

—Mientras encuentras un vestido, me voy a tomar otra ducha, afeitarme, y luego tratar de encontrar algo que ponerme.

—¿Así que no estarás aquí cuando vuelva?

—¿Quieres que esté? Es en la capilla Graceland, ¿verdad? Pensé que simplemente nos encontraríamos allí.

—Va a ser bastante lindo vernos mutuamente en la capilla, justo antes de hacerlo, vestida y lista para caminar por el pasillo.

—¿Vas a caminar sola por Las Vegas durante tres horas?

—Crecí aquí, ¿recuerdas?

Peter pensó por un momento. —¿Agustín sigue trabajando como supervisor del casino?

Levanté una ceja. —No lo sé. No he hablado con él. Pero incluso si así fuera, el único casino que me queda cerca es el Bellagio, y eso está justo a la suficiente distancia para que yo camine a nuestra habitación.

Peter pareció satisfecho con eso, y luego asintió. —Nos vemos allí. —Me guiñó un ojo, y luego cerró la puerta del baño.

Agarré mi bolso de la cama y la llave electrónica de la habitación, y, después de echar un vistazo a la puerta del baño, agarré el celular de Peter de la mesa de noche.
Abriendo los contactos, presioné sobre el nombre que necesitaba, envié la información de contacto a mi teléfono a través de un mensaje de texto, y luego
borré el mensaje al segundo en que se envió. Cuando dejé abajo el teléfono, la puerta del baño se abrió y Peter apareció en sólo una toalla.

—¿Licencia matrimonial? —preguntó.

—La capilla se hará cargo de eso por un pago extra.

Peter asintió, pareciendo aliviado, y luego cerró la puerta de nuevo. Jalé la puerta de la habitación para abrirla y me dirigí al ascensor, registrando y luego llamando al nuevo número.

—Por favor, contesta —susurré. El ascensor se abrió, revelando una multitud de mujeres jóvenes, probablemente sólo un poco mayores que yo. Se reían y arrastraban las palabras, la mitad de ellas discutiendo acerca de su noche y las demás decidiendo si debían ir a la cama o sólo quedarse levantadas para no perder sus vuelos a casa.

—Contesta, maldita sea —dije después del primer timbre. Tres timbres después, saltó el correo de voz.
Te has comunicado con Bauti. Ya sabes qué hacer.

—Ugh —resoplé, dejando que mi mano cayera a mi muslo. La puerta se abrió, y caminé con propósito hacia las tiendas de Bellagio.

Después de buscar por demasiados lujos, demasiada mala calidad, demasiado encaje, demasiadas cuentas, y demasiado... de todo, por fin lo encontré: el vestido que usaría cuando me convertiría en la señora Lanzani. Era blanco, por supuesto, y llegaba hasta las rodillas. Bastante simple, de verdad, excepto por el escote y una cinta de raso blanco que se ataba alrededor de la cintura. Me paré en el espejo, dejando que mis ojos estudiaran cada línea y detalle. Era hermoso, y me sentía hermosa en él. En sólo un par de horas, estaría parada junto a Peter Lanzani, viendo cómo sus ojos captan cada curva de la tela.

Caminé a lo largo de la pared, explorando los numerosos velos. Después de intentar con el cuarto, lo puse de nuevo en su cubículo, nerviosa. Un velo era demasiado formal. Demasiado inocente. Otro me llamó la atención, y caminé allí, dejando que mis dedos se deslizaran sobre las diferentes cuentas, perlas, piedras y metales de diversas horquillas. Eran menos delicadas, y más... yo. Había muchos en
la mesa, pero yo seguía regresando a uno en particular. Tenía una pequeña peinilla de plata, y el resto era sólo decenas de diamantes de imitación de diferentes tamaños que de alguna manera formaban una mariposa. Sin saber por qué, lo sostuve en mi mano, segura de que era perfecto.

Los zapatos se hallaban en la parte trasera de la tienda. No tenía una gran cantidad para elegir, pero por suerte no fui muy exigente y elegí el primer par de tacones de tiras plateadas que vi. Dos tirantes pasaron sobre mis dedos de los pies, y dos más alrededor de mi tobillo, con un grupo de perlas para camuflar el cinturón. Afortunadamente tenían disponible la talla seis, así que me dirigí a la última cosa en mi lista: la joyería.

Elegí un simple pero elegante par de pendientes de perla. En la parte superior, donde se sujetaban a mi oreja, había un pequeño circonio cúbico, lo suficientemente llamativo para una ocasión especial, y un collar a juego. Nunca en mi vida había querido destacar. Al parecer, ni siquiera mi boda me cambiaría eso.
Pensé en la primera vez que estuve de pie frente a Peter. Estaba sudoroso, sin camisa, y jadeando, y yo estaba cubierta de sangre de Marek Young. Eso fue hace sólo seis meses, y ahora nos vamos a casar. Y tengo diecinueve años. Sólo tengo diecinueve años.

¿Qué diablos estoy haciendo?

Me paré en la caja registradora, mirando imprimirse el recibo para el vestido, los zapatos, la horquilla, y la joyería, tratando de no hiperventilar.

La pelirroja detrás del mostrador arrancó el recibo y me lo entregó con una sonrisa. —Es un vestido precioso. Una buena elección.

—Gracias —le dije. No estaba segura de sí le devolví la sonrisa o no. De repente, aturdida, me alejé, sosteniendo la bolsa contra mi pecho.

Después de una breve parada en la tienda de joyas buscando un anillo de bodas de titanio negro para Peter, eché un vistazo a mi teléfono y luego lo dejé de nuevo en mi bolso. Lo estaba haciendo bien.
Cuando entré en el casino, mi bolso comenzó a vibrar. Puse la bolsa entre mis piernas y busqué el teléfono. Después de que sonó dos veces, mis dedos
buscaban con más desesperación, arañando y empujando todo a un lado para encontrar al teléfono a tiempo.

—¿Hola? —chillé—. ¿Bauti?

—¿Peter? ¿Está todo bien?

—Sí —suspiré mientras me sentaba en el suelo contra el lateral de la máquina tragamonedas más cercana—. Estamos bien. ¿Cómo estás?

—He estado pasando el rato con Cami. Está bastante molesta por el incendio. Perdió a algunos de sus clientes habituales.

—Oh, Dios, Bauti. Lo siento mucho. No puedo creerlo. No parece real —le dije, con mi garganta sintiéndose apretada—. Había tantos. Sus padres probablemente ni siquiera lo saben todavía. —Sostuve mi mano en mi cara.

—Sí. —Suspiró, sonando cansado—. Se parece a una zona de guerra allí. ¿Qué es ese ruido? ¿Estás en una galería? —Parecía disgustado, como si ya supiera la respuesta, y no podía creer que fuéramos tan insensibles.

—¿Qué? —le dije—. Dios, no. Nosotros... tomamos un vuelo a Las Vegas.

¿Qué? —dijo, indignado. O tal vez sólo confuso, no podía estar segura. Él era excitable.

Me encogí ante la desaprobación en su voz, sabiendo que era sólo el comienzo. Yo tenía un objetivo. Tenía que dejar mis sentimientos a un lado lo mejor que podía hasta que lograra lo que vine a buscar. —Sólo escucha. Es importante. No tengo mucho tiempo, y necesito tu ayuda.

—Está bien. ¿Con qué?

—No hables. Sólo escucha. ¿Me lo prometes?

—Lali, deja de jugar. Sólo dime de una jodida vez.

—Había un montón de gente en la pelea de anoche. Mucha gente murió. Alguien tiene que ir a la cárcel por ello.

—¿Crees que va a ser Peter?

—Él y Adam, sí. Tal vez John Savage, y cualquier otro que crean que trabajaba allí. Gracias a Dios Nicolás no estaba en la ciudad.

—¿Qué hacemos?

—Le pedí a Peter que se casara conmigo.

—Uh... bien. ¿Cómo diablos le va a ayudar eso?

—Estamos en Las Vegas. Tal vez si podemos probar que nos encontrábamos fuera para casarnos a las pocas horas, aun si unas pocas docenas de chicos universitarios borrachos dan testimonio de que él estuvo en la pelea, esto va a sonar una locura suficiente para crear una duda razonable.

—Lali —suspiró.

Un sollozo quedó atrapado en mi garganta. —No lo digas. Si crees que no va a funcionar, no me lo digas, ¿de acuerdo? Fue todo en lo que pude pensar, y si él se entera de por qué estoy haciendo esto, no se casaría.

—Por supuesto que no lo hará. Lali, sé que tienes miedo, pero esto es una locura. No puedes casarte con él para mantenerlo fuera de problemas. Esto no va a funcionar, de todos modos. Ustedes no se fueron hasta después de la pelea.

—Te dije que no me lo digas.

—Lo siento. Él tampoco querría que hagas esto. Querría que te cases con él porque tú quieres. Si alguna vez se entera, le vas a romper el corazón.

—No lo sientas, Bauti. Va a funcionar. Por lo menos le dará una oportunidad. Es una oportunidad, ¿no? Son mejores probabilidades de las que él tenía.

—Supongo —dijo, sonando derrotado.

Suspiré y asentí, tapándome la boca con la mano libre. Las lágrimas nublaron mi visión, haciendo un caleidoscopio de la planta del casino. Una probabilidad era mejor que nada.

—Felicitaciones —dijo.

—¡Felicidades! —dijo Cami en el fondo. Su voz sonaba cansada y ronca, aunque estaba segura de que era sincera.

—Gracias. Mantenme actualizada. Hazme saber si van a husmear la casa, o si oyes algo acerca de una investigación.

—Lo haré... y es jodidamente raro que nuestro hermano pequeño sea el primero en casarse.

Me eché a reír una vez. —Supéralo.

—Vete a la mierda. Y, te quiero.

—Yo también te quiero, Bauti.

Sostuve el teléfono en mi regazo con ambas manos, viendo que la gente que pasaba me miraba. Obviamente se preguntaban por qué estaba sentada en el suelo, pero no lo suficiente para preguntarme.

Me levanté, cogí mi cartera y bolso, y respiré hondo.


—Aquí viene la novia —dije, dando mis primeros pasos.


CONTINUARÁ...

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