jueves, 8 de enero de 2015

Capítulo 25

25
POSESIÓN


Ella va a estar allí.

Aparecer sería un error.

Sería difícil.

Ella va a estar allí.

¿Qué pasa si alguien le pide bailar?

¿Y si conoce a su futuro esposo y estoy ahí para presenciarlo?

No quiere verme.

Podría emborracharme y hacerla enfadar.

Podría emborracharse y hacerme enfadar.

No debería ir.

Tenía que ir. Ella estaría allí.

Hice una lista mental de los pros y los contras de ir a la fiesta de San Valentín, pero siempre regresaba a la misma conclusión: tenía que ver a Lali, y ahí era donde ella iba a estar.

Nicolás se preparaba en su cuarto, apenas me hablaba desde que él y Eugenia habían regresado nuevamente. En parte debido a que permanecieron encerrados en su habitación para recuperar el tiempo perdido, y todavía me culpaba por las cinco semanas que habían pasado separados.

Eugenia no perdió ningún momento para hacerme saber que me odiaba hasta las entrañas, sobre todo después de que la última vez le había roto el corazón a Lali. Había hablado con Lali cuando había abandonado su cita con Pablo para venir conmigo a la pelea. Por supuesto que la quería allí, pero cometí el error de admitir que era también principalmente porque quería demostrar que aún era mía. Quería saber que Pablo no tenía control sobre ella. Lali sentía que había tomado ventajas de sus sentimientos hacia mí, y tenía razón.

Todas esas cosas fueron suficientes como para hacerme sentir culpable, pero el hecho de que Lali hubiera sido atacada en el lugar donde la había llevado hacía que se me hiciera casi imposible mirarla a los ojos. Nuestro cercano encuentro con la ley, sumado a todo esto, me hacía sentir como un gran pedazo de mierda.

A pesar de mis constantes disculpas, Eugenia pasó sus días en el apartamento disparando sucias miradas en mi dirección, haciendo injustificados comentarios de mierda. Incluso después de todo eso, me alegré de que Nicolás y Eugenia se hubieran reconciliado. Si ella nunca hubiera regresado con él, Nicolás nunca me lo hubiera perdonado.

—Me voy —dijo Nicolás. Entró en mi habitación, donde estaba sentado en bóxer, aún en conflicto sobre qué hacer—. Recogeré a Euge en su dormitorio.

Asentí una vez. —¿Lali todavía irá?

—Sí. Con Gastón.

Logré una media sonrisa. —¿Eso debería hacer que me sienta mejor?

Nicolás se encogió de hombros. —Lo haría. —Miró alrededor, a mis paredes y asintió—. Pusiste las fotos de nuevo.

Miré a mí alrededor, asintiendo otra vez. —No lo sé. No se sentía bien tenerlas sólo encerradas en un cajón.

—Supongo que te veré más tarde.

—Oye, ¿Nico?

—¿Sí? —dijo, sin voltearse.

—Realmente lo siento, primo.

Nicolás suspiró. —Lo sé.

En el segundo que se fue, entré en la cocina para servirme un último trago de whisky. El líquido ambarino permaneció en el vaso, esperando a ofrecer consuelo.

Lo lancé en mi garganta y cerré los ojos, pensando en hacer un viaje a la tienda de licores. Pero no había suficiente whisky en el universo para ayudarme a tomar una decisión.

—A la mierda —dije, cogiendo las llaves de la moto.

Después de una parada en Ugly Liquor Fixer13, llevé mi Harley por encima del bordillo y aparqué en el patio delantero de la casa de la fraternidad, abriendo la botella de un cuarto de litro que acababa de comprar.

Encontrando valor en la botella, entré en Sig Tau. Toda la casa estaba cubierta de rosa y rojo, adornos baratos colgando del techo, el brillo cubriendo el suelo. El bajo de los altavoces en la planta baja zumbaba por toda la casa, amortiguando el constante sonido de risas y conversaciones.

De pie solo en la habitación, tuve que girar y maniobrar a través de la multitud de parejas, buscando a Nicolás, Eugenia, Gastón o Lali. Especialmente a Lali. Ella no estaba en la cocina, o en cualquiera de las otras habitaciones.

Tampoco estaba en el balcón, así que bajé. Mi respiración se cortó cuando la vi.

El ritmo de la música era más lento, y la angelical sonrisa era perceptible incluso en el oscuro sótano. Sus brazos estaban alrededor del cuello de Gastón, mientras él se movía torpemente con ella en la música.

Mis pies me impulsaron hacia delante, y antes de que supiera lo que estaba haciendo, o deteniéndome a pensar en las consecuencias, me encontraba a centímetros de ellos.

—¿Te importa si interrumpo, Gastón?

Lali se quedó inmóvil, sus ojos brillando con reconocimiento.

Los ojos de Gastón rebotaron en mí y en ella. —Por supuesto.

—Gastón —susurró ella mientras se retiraba.

La apreté contra mí y di un paso.

Lali siguió bailando, pero mantuvo el mayor espacio posible entre nosotros. —Pensé que no vendrías.

—No iba a venir, pero sabía que estabas aquí. Tuve que venir.

Con cada minuto que pasaba, esperaba que se alejase, y con cada minuto que permaneció en mis brazos, se sintió como un milagro. —Estás hermosa, Pidge.

No.

—¿No qué? ¿Qué no te diga que eres hermosa?

—Sólo… no.

—No quise decir eso.

Gracias —espetó.

—No… tú luces hermosa, eso es verdad. Estaba hablando de lo que dije en mi habitación. No voy a mentir. Disfruté alejándote de tu cita con Pablo…

—No era una cita, Peter. Solo estábamos comiendo. Él ahora no me habla, gracias a ti.

—Lo escuché. Lo siento.

—No, no lo haces.

—T-Tienes razón —dije, tartamudeando cuando me di cuenta de que se estaba enfadando—. Pero yo… Esa no era la única razón por la que te llevé a la pelea. Te quería allí conmigo, Pidge. Eres mi amuleto de la suerte.

—No soy tu nada.

Mis cejas se alzaron y me detuve en medio. —Tú eres mi todo.

Los labios de Lali formaron una fina línea, pero sus ojos se suavizaron.

—Realmente no me odias… ¿verdad?

Lali se dio la vuelta, poniendo más distancia entre nosotros. —A veces desearía hacerlo, haría todo este infierno más sencillo.

Una pequeña sonrisa cautelosa tiró de mis labios. —Entonces, ¿qué te molesta más? ¿Lo que hice para que quisieras odiarme? ¿O saber que no puedes?

En un instante, la ira de Lali regresó. Se apartó de mí, corriendo por las escaleras hasta la cocina. Me quedé solo en medio de la pista, un tanto estupefacto e indignado de que de alguna manera había logrado reavivar su odio hacía mí de nuevo. Tratar de hablar con ella parecía inútil ahora. Toda interacción sólo se añadía a la creciente bola de confusión que era nuestra relación.

Subí las escaleras y caminé directamente hacia el barril de cerveza, maldiciendo mi codicia, la vacía botella de whisky yaciendo en algún sitio en el patio delantero de Sig Tau.

Después de una hora de cervezas, conversaciones aburridas y borrachas con mis hermanos de fraternidad y sus citas, le eché una ojeada a Lali, intentando atrapar su mirada. Estaba mirándome, pero desvió la mirada. Eugenia parecía estar en medio de un intento de animarla, y luego Gastón tocó su brazo. Era evidente que estaba listo para irse.

Se bebió el resto de su cerveza en un rápido trago, y luego tomó la mano de Gastón. Caminó dos pasos, y luego se congeló cuando la misma canción que habíamos bailado en su fiesta de cumpleaños flotó por las escaleras. Ella extendió la mano y agarró la botella de Gastón, tomando otro trago.

No estaba seguro de si era el whisky hablando, pero algo en la expresión de sus ojos me dijo que los recuerdos de la canción desencadenados eran tan dolorosos para ella como lo eran para mí.

Todavía se preocupaba por mí. Tenía que hacerlo.

Uno de mis hermanos de fraternidad se apoyó en el mostrador junto a Lali y sonrió. —¿Quieres bailar?

Era Brad, y aunque sabía que él probablemente sólo notó la mirada triste en su rostro y trataba de alegrarla, los pelos en mi nuca se erizaron. Mientras que negaba con la cabeza para decir que no, estaba a su lado, y mi jodidamente estúpida boca se movió antes de que mi cerebro pudiera decirle que parara.

—Baila conmigo.

Eugenia, Nicolás y Gastón miraban a Lali, esperando su respuesta tan ansiosamente como yo.

—Déjame en paz, Peter —dijo, cruzando los brazos.

—Esta es nuestra canción, Pidge.

—No tenemos una canción.

—Pigeon…

No.

Ella miró a Brad y forzó una sonrisa. —Me encantaría bailar, Brad.

Las pecas de Brad se extendieron por sus mejillas cuando sonrió, haciendo un gesto con su mano para guiar a Lali hacia las escaleras.

Me tambaleé hacia atrás, sintiendo como si acabara de recibir un puñetazo en el estómago. Una combinación de ira, celos y tristeza hirvió en mi sangre.

—¡Un brindis! —grité, subiendo a una silla. En mi camino a la cima le robé la cerveza a alguien y la puse delante de mí—. ¡Por los idiotas! —dije, señalando a Brad—. Y por las chicas que rompen tú corazón. —Hice una reverencia a Lali.

Tenía la garganta apretada—. Y por el absoluto y horrible horror de perder a tú mejor amiga porque fuiste lo suficientemente estúpido como para enamorarte de ella.

Incliné hacia atrás la cerveza, terminando lo que quedaba, y luego la tiré al suelo. La habitación estaba en silencio excepto por la música que se reproducía en el sótano, y todo el mundo me miró con masiva confusión.
Un rápido movimiento de Lali llamó mi atención cuando agarró la mano de Brad, llevándolo abajo, hacia la pista de baile.

Salté de la silla, dirigiéndome hacia el sótano, pero Nicolás puso su puño en el lado derecho de mi pecho, inclinándose hacia mí. —Necesitas detenerte —dijo en voz baja—. Esto sólo va a terminar mal.

—Si termina, ¿qué importa? —Empujé a Nicolás, pasándolo y bajé las escaleras hasta donde Lali bailaba con Brad. La bola de nieve era demasiado grande para detenerla, por lo tanto decidí sólo rodar con ella. Allí no había vergüenza en lanzar balones fuera. No podríamos volver a ser amigos, así que odiarnos el uno al otro parecía una buena idea.

Me abrí paso entre las parejas en la pista de baile, deteniéndome junto a Lali y Brad. —Los interrumpo.

—No, no lo harás. ¡Jesús! —dijo Lali, agachando la cabeza con vergüenza.

Mis ojos se dirigieron hacia los de Brad. —Si no te alejas de mi chica, te cortaré la garganta. Aquí mismo, en la pista de baile.

Brad parecía en conflicto, con los ojos nerviosamente saltando de mí a su pareja de baile. —Lo siento, Lali —dijo, lentamente apartando los brazos de ella.

Se retiró hacia las escaleras.

—Cómo me siento hacia ti esta noche, Peter… está muy cerca del odio.

—Baila conmigo —le supliqué, balanceándome para mantener el equilibrio.

La canción terminó y Lali suspiró. —Ve a beber otra botella de whisky, Pit. —Se volvió a bailar con el único hombre solo en la pista de baile.

El ritmo era más rápido, y con cada nota que sonaba, Lali se acercaba más y más a su nueva pareja de baile. David, mi hermano Sig Tau menos favorito, bailaba detrás de ella, agarrando sus caderas. Sonrieron, mientras un par de manos la tomaron, poniendo sus manos por todo su cuerpo. David agarró sus caderas y clavó la pelvis en su trasero. Todo el mundo miraba. En lugar de sentirme celoso, la culpa se apoderó de mí. Esto es a lo que la había reducido.

En dos pasos, me agaché y envolví mis brazos alrededor de las piernas de Lali, tirándola sobre mi hombro, empujando a David contra el suelo por ser tan oportunista.
 
—¡Bájame! —dijo Lali, golpeándome con sus puños en la espalda.

—No voy a dejar que te avergüences por mí —gruñí, bajando las escaleras de dos en dos.

Cada par de ojos que pasamos miró a Lali patearme y gritarme mientras la llevaba a través de la habitación. —¿Tú no crees —dijo, mientras luchaba—, que esto es vergonzoso? ¡Peter!

—¡Nicolás! ¿Está Donnie fuera? —grité, esquivando sus piernas agitándose.

—Uh… ¿sí? —dijo.
—¡Bájala! —dijo Eugenia, acercándose a nosotros.

—Eugenia —dijo Lali, retorciéndose—, ¡no te quedes ahí! ¡Ayúdame!

La boca de Eugenia se alzó y se echó a reír de una vez. —Ustedes dos se ven ridículos.

—¡Muchas gracias, amiga! —dijo ella, incrédula. Una vez que estuvimos fuera, Lali sólo protestaba más—. ¡Bájame, maldición!
 
Me acerqué al coche donde esperaba Donnie, abrí la puerta de atrás, y arrojé a Lali en el interior. —Donnie, ¿tú eres el conductor designado esta noche?

Donnie se dio la vuelta, mirando nerviosamente nuestra lucha desde el asiento del conductor. —Sí.

—Necesito que nos lleves a mi apartamento —le dije cuando me senté junto a Lali.

—Peter… No creo…
—Hazlo, Donnie, o te juro que golpearé la parte de atrás de tu cabeza con mi puño, lo juro por el amor de Dios.

Donnie inmediatamente puso el coche en marcha y se alejó de la acera.

Lali se abalanzó sobre la manija de la puerta. —¡No voy a ir a tu apartamento!

Cogí una de sus muñecas, y luego la otra. Se inclinó hacia abajo, hundiendo sus dientes en mi antebrazo. Dolió como el infierno, pero sólo cerré los ojos.

Cuando estaba seguro de que había roto mi piel y se sentía como fuego siendo disparado en mi brazo, gruñí para contrarrestar el dolor.

—Haz lo mejor que puedas, Pidge. Estoy cansado de tu mierda.

Me soltó y luego se retorció, tratando de golpearme, más por ser insultada que para tratar de escapar. —¿Mi mierda? ¡Déjame salir de este maldito auto!
Tiré de sus muñecas cerca de mi rostro. —¡Te amo, maldición! ¡No irás a ningún sitio hasta que estés sobria y arreglemos esto!

—¡Tú eres el único que no ha arreglado esto, Peter!

Solté sus muñecas, y se cruzó de brazos, poniendo mala cara el resto del camino hasta el apartamento.

Cuando el auto desaceleró para detenerse, Lali se inclinó hacia delante. —¿Puedes llevarme a casa, Donnie?

Abrí la puerta, y luego saqué a Lali por el brazo, levantándola sobre mihombro de nuevo. —Buenas noches, Donnie —le dije, llevándola por las escaleras.

—¡Llamaré a tu padre! —gritó Lali.

No podía dejar de reír. —¡Y él probablemente me golpeará en el hombro y me dirá que ya era hora!
El cuerpo de Lali se retorcía mientras sacaba las llaves del bolsillo. —Detente, Pidge, ¡o caeremos por las escaleras! —Finalmente la puerta se abrió y entré directamente a la habitación de Nicolás.

—¡BÁJAME! —gritó Lali.

—Está bien —le dije, dejándola caer sobre la cama de Nicolás—. Duerme. Hablaremos por la mañana.

Me imaginé lo enojada que ella debía de estar, pero a pesar de que tenía la espalda palpitante de ser embestida por los puños de Lali durante los últimos veinte minutos, fue un alivio tenerla en el apartamento nuevo.

—¡No puedes decirme qué hacer, Peter! ¡No te pertenezco!

Sus palabras encendieron una profunda ira dentro de mí. Me acerqué a lacama, planté mis manos en el colchón a cada lado de sus piernas, y me incliné sobre su rostro.

—¡BUENO, YO TE PERTENEZCO! —grité. Puse tanta fuerza detrás de mis palabras que podía sentir toda la sangre en mi rostro. Lali se encontró con mi mirada, negándose igualmente a retroceder. Miré sus labios, jadeante—. Te pertenezco —le susurré, mi ira iba desapareciendo así como el deseo iba creciendo.

Lali se acercó, pero en vez de golpearme el rostro, tomó cada una de mis mejillas y estrelló su boca contra la mía. Sin dudarlo, la levanté en mis brazos y la llevé a mi dormitorio, dejándonos caer a ambos en el colchón.

Lali agarró mi ropa, desesperada por quitármela. Le desabroché el vestido con un movimiento suave, y luego observé mientras lo tiraba rápidamente por encima de su cabeza, arrojándolo al suelo. Nuestros ojos se encontraron, y luego la besé, gimiendo en su boca cuando me besó también.

Antes de que incluso tuviera la oportunidad de pensar, ambos estábamos desnudos. Lali agarró mi trasero, ansiosa por tenerme dentro de ella, pero me resistí, la adrenalina quemándome a través del whisky y la cerveza. Mis sentidos regresaron, y los pensamientos de consecuencias permanentes comenzaron a parpadear en mi mente. Había sido un imbécil, la había cabreado, pero no quería que Lali se preguntara si había tomado ventaja de este momento.

—Los dos estamos borrachos —le dije, respirando con dificultad.

—Por favor. —Sus piernas se apretaron en mis caderas, y podía sentir los músculos bajo su piel suave temblar en anticipación.

—Esto no está bien. —Luché contra la neblina de alcohol que me decía que las próximas horas con ella valían la pena todo lo que pasara después de este momento.

Apoyé mi frente contra la suya. Por mucho que la quisiera, el pensamiento doloroso de hacer que Lali se avergonzara en la mañana fue más fuerte que lo que mis hormonas me decían que hiciera. Si realmente quería seguir adelante con esto, necesitaba una prueba contundente.

—Te quiero —susurró contra mi boca.

—Necesito que lo digas.

—Diré lo que quieras que diga.

—Entonces di que me perteneces. Di que me tomas de vuelta. No haré esto a menos que estemos juntos.

—Nunca hemos estado separados, ¿cierto?

Sacudí mi cabeza, deslizando mis labios sobre los suyos. No era suficiente.

—Necesito escuchar que lo digas. Necesito saber que eres mía.

—He sido tuya desde el momento en que nos conocimos —dijo, suplicando.

La miré a los ojos durante unos segundos, y luego sentí en mi boca formarse una media sonrisa, esperando que sus palabras fueran ciertas y no sólo hablara en el momento. Me incliné y la besé con ternura, y luego poco a poco me hundí en ella. Todo mi cuerpo se sentía como si se derritiera en su interior.

—Dilo de nuevo. —Una parte de mí no podía creer que esto estuviera sucediendo realmente.

—Soy tuya —respiró—. No quiero estar separada de ti nunca más.

—Prométemelo —le dije, gimiendo con otro empuje.

—Te amo. Te amaré por siempre. —Me miró directamente a los ojos cuando habló, y esto finalmente me hizo entender que sus palabras no eran sólo una promesa vacía.

Cerré mi boca sobre la de ella, el ritmo de nuestros movimientos mejorando el momento. No había nada más que decir, y por primera vez en meses, mi mundo no estaba al revés. Lali arqueó la espalda y sus piernas envolvieron mi cintura, enganchada en los tobillos. Saboreé todas las partes de su piel a las que pude llegar como si hubiera estado muriendo de hambre por ella. La otra parte de mí estaba aquí. Pasó una hora, y luego otra. Incluso cuando estaba agotado, seguí adelante, temeroso de que si nos deteníamos, me iba a despertar, y todo esto sería sólo un sueño.

***
Entrecerré los ojos a la luz que se vertía en la habitación. No pude dormir en toda la noche, sabiendo que cuando saliera el sol, todo habría terminado. Lali se movió, y apreté los dientes. Las pocas horas que pasamos juntos no eran suficientes. No estaba listo.

Lali rozó su mejilla contra mi pecho. Besé su pelo, luego su frente, y luego sus mejillas, su cuello, sus hombros, y luego llevé su mano a mi boca y tiernamente besé su muñeca, su palma y sus dedos. Quería estrecharla, pero me contuve. Mis ojos se llenaron de lágrimas ardientes por tercera vez desde que la había traído a mi apartamento. Cuando se despertara, iba a estar mortificada, enojada, y luego me dejaría para siempre.

Nunca había tenido tanto miedo de ver las diferentes sombras de gris en su iris.
Sus ojos aún estaban cerrados, pero Lali sonrió, y llevé mi boca de nuevo a la de ella, aterrado de que me golpeara.

—Buenos días —dijo contra mi boca.

Me moví un poco sobre ella y luego continué posando mis labios por varias partes en su piel. Mis brazos penetraron debajo de ella, entre su espalda y el colchón, envolviéndola y enterré mi cara en su cuello, disfrutando de su olor antes de que saliera disparada por la puerta.

—Estás callado esta mañana —dijo, pasando sus manos sobre la piel desnuda de mi espalda. Deslizó sus manos por encima de mi trasero, y luego enganchó su pierna sobre mi cadera.

Negué con la cabeza. —Sólo quiero estar así.

—¿Me perdí algo?

—No quería despertarte. ¿Por qué no vuelves a dormir?

Lali se recostó contra la almohada, levantando mi barbilla para que la mirara.

—¿Qué diablos está mal contigo? —preguntó, su cuerpo de repente tenso.

—Sólo vuelve a dormir, Pidge. ¿Por favor?

—¿Pasó algo? ¿Es Eugenia? —Con la última pregunta, se sentó.

Me senté con ella, restregándome los ojos.

—No… Eugenia está bien. Ellos llegaron alrededor de las cuatro de la mañana. Aún están durmiendo. Es temprano, sólo vayamos a dormir.

Sus ojos saltaban en torno a diferentes puntos de mi habitación al recordar la noche anterior. Sabiendo que en cualquier momento recordaría el hecho de que la saqué de la fiesta y que hice un espectáculo, puse ambas manos a cada lado de su rostro y la besé por última vez.

—¿Has dormido? —preguntó, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura.
—Yo… no podía. No quería…

Me besó en la frente. —Lo que sea que pase, lo superaremos juntos. ¿Por qué no duermes? Veremos qué hacer cuando despiertes.

Eso no era lo que esperaba. Mi cabeza se levantó y escaneé su rostro. —¿Qué quieres decir con: veremos qué hacer?

Sus cejas se juntaron. —No sé qué está pasando, pero estoy aquí.

—¿Estás aquí? ¿Como, te estás quedando? ¿Conmigo?

Su expresión se dispersó en diferentes direcciones. —Sí. ¿Pensé que habíamos hablado anoche de eso?

—Lo hicimos. —Probablemente parecía un tonto, pero asentí enfáticamente.

Los ojos de Lali se estrecharon. —Pensaste que despertaría enfadada contigo, ¿cierto? ¿Pensaste que me iría?
—Eso es por lo que eres famosa.

—¿Es por eso que estás tan enfadado? ¿Estabas preocupado por lo que pasaría cuando despertara?

Me moví. —No quería que anoche sucediera de esa forma, estaba un poco borracho, te seguí en la fiesta como un maldito acosador, y luego te traje aquí en contra de tu voluntad… y luego nosotros… —Sacudí la cabeza, disgustado conmigo mismo.

—¿Tuvimos el mejor sexo de mi vida? —dijo Lali, sonriendo y apretando mi mano.

Sonreí una vez, asombrado de lo bien que iba la conversación. —Entonces ¿estamos bien?

Lali tomó mi rostro y me besó tiernamente. —Sí, tontito. Lo prometí, ¿no? Te dije todo lo que querías escuchar, estamos juntos, ¿y todavía no eres feliz?

Mi respiración vaciló, y contuve las lágrimas. Todavía no parecía real.

—Peter, basta. Te amo —dijo, usando sus dedos para suavizar las líneas alrededor de mis ojos—. Este enfrentamiento absurdo pudo haber terminado el día de Acción de Gracias, pero…

—Espera… ¿qué? —la interrumpí, inclinándome sobre ella.

—Estaba completamente preparada para rendirme en Acción de Gracias, pero tú dijiste que habías terminado de hacerme feliz, y yo era muy orgullosa para decirte que te quería de vuelta.

—¿Estás bromeando? ¡Intentaba hacerlo fácil para ti! ¿Sabes cuán miserable he sido?

Lali frunció el ceño. —Parecías bien después de las vacaciones.

—¡Eso era por ti! Tenía miedo de perderte si no pretendía estar bien con lo de ser amigos. ¿Pude estar contigo todo este tiempo? ¿Qué diablos, Pidge?

—Yo… Yo… Lo siento.

—¿Lo sientes? Casi bebí hasta la muerte, casi no podía salir de la cama, destruí mi teléfono en millones de piezas en la víspera de Año Nuevo para evitar llamarte y me dices que… ¿lo sientes?

Lali se mordió el labio inferior y asintió, avergonzada. —Lo siento… Mucho, mucho.

—Estás perdonada —le dije sin dudarlo—. No lo vuelvas a hacer nunca.

—No lo haré. Lo prometo.


Negué con la cabeza, sonriendo como un idiota. —Te amo, maldita sea.


CONTINUARÁ...

1 comentario:

  1. ayy amo esta novee .. son tan lindosss . .subi massssssssssss

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