miércoles, 7 de enero de 2015

Capítulo 23

23
DISCURSO DE ACEPTACIÓN


Las fáciles conversaciones que solíamos tener se perdieron en mí. Nada de lo que venía a mi mente parecía apropiado, y estaba preocupado de molestarla antes de llegar a lo de mi padre.

El plan era que interpretara su parte, empezara a echarme de menos, y entonces tal vez tendría otra oportunidad para suplicar que regresara. Era una apuesta arriesgada, pero lo único que tenía a mi favor.

Entré en el húmedo camino de grava y subí nuestros equipajes hasta el porche frontal.

Papá abrió la puerta con una sonrisa.

—Es bueno verte, hijo. —Sonrió ampliamente cuando miró a la empapada pero hermosa chica junto a mí—. Lali Espósito. Estamos deseando la cena de mañana. Ha pasado mucho tiempo desde que… Bueno. Ha pasado mucho tiempo.
En casa, papá descansó la mano sobre su protuberante estómago y sonrió.

—Los puse en la habitación de invitados, Pit. No me imaginé que quisieran pelearse con la cama simple de tu habitación.

Lali me miró. —Lali uh… va a uh… tomar la habitación de invitados. Yo dormiré en la mía.

Bautista se acercó, su rostro crispado en disgusto. —¿Por qué? Ha estado quedándose en tu apartamento, ¿no?

—Últimamente no —dije, intentando no arremeter en su contra. Sabía exactamente por qué.

Papá y Bautista intercambiaron miradas.

—La habitación de Pepo ha servido de almacenamiento durante años, así que iba a dejarle que tomara tu habitación. Supongo que puede dormir en el sofá —dijo papá, mirando sus andrajosos, descoloridos cojines.

—No te preocupes por eso, Pablo. Sólo intentábamos ser respetuosos —dijo Lali, tocando mi brazo.

La risa de papá rugió por toda la casa, y le acarició la mano. —Ya has conocido a mis hijos, Lali. Deberías saber que es casi malditamente imposible ofenderme.

Señalé hacia las escaleras, y Lali me siguió. Empujé gentilmente la puerta con mi pie y deposité nuestras maletas en el suelo, mirando la cama y luego a Lali. Sus ojos grises se agrandaron mientras escaneaba la habitación, deteniéndose en una foto de mis padres que colgaba en la pared.

—Lo siento, Pidge. Dormiré en el suelo.

—Malditamente seguro que lo harás —dijo, recogiéndose el pelo en una coleta—. No puedo creer que te dejara meterme en esto.

Me senté en la cama, dándome cuenta de lo infeliz que la hacía la situación.

Supongo que parte de mí esperaba que estuviera tan aliviada como yo de estar juntos. —Esto va a ser un jodido desastre. No sé en qué pensaba.

—Sé exactamente en lo que pensabas. No soy estúpida, Peter.

Alcé la vista y la ofrecí una cansada sonrisa. —Pero aun así viniste.

—Tengo que prepararlo todo para mañana —dijo, abriendo la puerta.

Me levanté. —Te ayudaré.

Mientras Lali y preparaba las patatas, los pasteles, y el pavo, estuve ocupado llevando y entregándole las cosas, y completando las pequeñas tareas de cocina que me asignaba. La primera hora fue incómoda, pero cuando los gemelos llegaron, todo el mundo pareció congregarse en la cocina, ayudando a Lali a relajarse. Papá le contó a Lali historias sobre sus chicos, y todos nos reímos de las historietas sobre las anteriores y desastrosas cenas de Acción de Gracias, cuando habíamos intentado hacer algo más que pedir una pizza.

—Claudia era un infierno de cocinera —reflexionó papá—. Pit no lo recuerda, pero no tenía sentido intentarlo después de su muerte.

—Sin presiones, Lali —dijo Bauti. Se rio entre dientes, y luego agarró una cerveza de la nevera—. Juguemos a las cartas. Quiero intentar recuperar parte de mi dinero que Lali tomó.

Papá agitó el dedo. —Sin póker este fin de semana, Bauti. He traído el dominó; ve a prepararlo. Sin apuestas, maldita sea. Lo digo en serio.

Bautista negó con la cabeza. —Está bien, viejo, está bien. —Mis hermanos salieron serpenteando de la cocina, y Bautista los siguió, deteniéndose para mirar hacia atrás—. Vamos, Pit.

—Voy a ayudar a Pidge.

—No hay mucho más que hacer, bebé —dijo Lali—. Adelante.

Sabía que lo había dicho para el show, pero no cambió la forma en la que me hizo sentir. Alcancé su cadera. —¿Estás segura?

Asintió y me incliné para besarla en la mejilla, apretando su cadera con mis dedos antes de seguir a Bautista a la sala de juegos.

Nos sentamos en la habitación de las cartas, preparándonos para una partida amistosa de dominó.

Bautista reventó la caja, maldiciendo al cartón por cortarle debajo de su uña antes de negociar las normas.

Tato soltó un bufido. —Eres un puto bebé, Bauti, sólo acéptalo.

—No puedes contar de todos modos, imbécil. ¿De qué estás tan ansioso?

Me reí por la contestación de Bautista, atrayendo su atención hacia mí.

—Tú y Lali se llevan bien —dijo—. ¿Cómo funciona todo esto?

Sabía a qué se refería, y le disparé una mirada por abordar el tema en frente de los gemelos. —Con mucha persuasión.

Papá llegó y se sentó. —Es una buena chica, Peter. Me alegro por ti, hijo.

—Lo es —dije, intentando no dejar que la tristeza se mostrara en mi cara.

Lali estaba ocupada limpiando en la cocina, y parecía como si pasase cada segundo luchando contra la urgencia de unirme a ella. Podrían ser unas vacaciones familiares, pero quería pasar cada momento libre con ella tanto como pudiera.

Media hora después, ruidos de roce me alertaron sobre el hecho de que el lavavajillas se había iniciado. Lali se acercó a despedirse antes de hacer su camino hacia las escaleras. Me levanté de un salto y tomé su mano.

—Es pronto, Pidge. No te estás yendo a la cama, ¿lo estás?

—Ha sido un día largo. Estoy cansada.

—Estábamos a punto de ver una película. ¿Por qué no vienes aquí abajo y pasas el rato?

Miró hacia las escaleras y luego a mí. —Está bien.

La llevé de la mano hacia el sofá, y nos sentamos juntos mientras los créditos iniciales aparecían.

—Apaga esa luz, Tato —ordenó papá.

Llegué por detrás de Lali, apoyando el brazo sobre el respaldo del sofá.

Luché contra la urgencia de envolver mis brazos alrededor de ella. Tenía dudas sobre su reacción, y no quería aprovecharme de la situación cuando estaba haciéndome un favor.

A mitad de la película, la puerta frontal se abrió de golpe, y Pepo dio vuelta a la esquina, maletas en mano.

—¡Feliz Acción de Gracias! —dijo, dejando su equipaje en el suelo.

Papá se levantó y le abrazó, y todo el mundo hizo lo mismo excepto yo.

—¿No vas a saludar a Pepo? —murmuró Lali.

Observé a mi padre y hermanos abrazarle y reírse. —Tengo una sola noche contigo. No voy desperdiciar ni un segundo de ella.

—Hola, Lali. Es bueno verte de nuevo. —Pepo sonrió.

Toqué la rodilla de Lali. Bajó la vista, y luego me miró. Notando su expresión, aparté la mano de su pierna y entrelacé los dedos en mi regazo.

—Uh-oh. ¿Problemas en el paraíso? —preguntó Pepo.

—Cállate, Pepo —me quejé.

El ambiente en la sala cambió, y todos los ojos se posaron en Lali, esperando una explicación. Sonrío nerviosamente, y luego tomó mi mano entre las suyas.

—Simplemente estamos cansados —dijo, sonriendo—. Hemos trabajado toda la tarde en la comida. —Su mejilla se presionó contra mi hombro.

Miré nuestras manos y luego las apreté, deseando que hubiera alguna manera de poder decir entonces cuánto apreciaba lo que había hecho.

—Hablando de cansancio, estoy agotada —suspiró Lali—. Me voy de cabeza a la cama, bebé. —Miró a los demás—. Buenas noches, chicos.

—Buenas noches, hermanita —dijo papá.

Todos mis hermanos dieron las buenas noches, y observaron a Lali hacer su camino por las escaleras.

—Me voy, también —dije.
—Apuesto a que lo haces —bromeó Bautista.

—Bastardo afortunado —murmuró Tyler.

—Oye. No hablaremos de tu hermana de esa forma —advirtió papá.

Ignorando a mis hermanos corrí por las escaleras, agarrando la puerta de la habitación justo antes de que se cerrara. Dándome cuenta de que podría querer desvestirse, y de que ya no estaría cómoda haciéndolo delante de mí, me congelé.

—¿Quieres que espere en la sala mientras te pones el pijama?

—Voy a meterme en la ducha. Me vestiré en el baño.

Me froté la nuca. —Está bien. Me haré una cama, entonces.

Sus grandes ojos eran de acero sólido mientras asentía, su pared obviamente impenetrable. Tomó algunas cosas de su bolsa antes de dirigirse al baño.
Excavando en el armario por sábanas y una manta, extendí las fundas en el suelo junto a la cama, agradecido de que al menos tuviéramos un tiempo a solas para hablar. Lali salió del baño, dejé caer una almohada en el suelo sobre la cabecera de las mantas, y luego tomé mi turno para la ducha.

No perdí el tiempo, rápidamente frotando el jabón por todo mi cuerpo, dejando que el agua enjuagara la espuma tan pronto como se formaba. En menos de diez minutos, estaba seco y vestido, caminando hacia la habitación.

Lali estaba tumbada en la cama cuando regresé, las sábanas tan arriba de su pecho como podían. La cama improvisada no era ni de cerca tan atractiva como una con Lali acurrucada en su interior. Me di cuenta de que mi última noche a su lado la pasaría despierto, escuchando su respiración a escasos centímetros de distancia, sin poder tocarla.

Apagué la luz, y me situé en el suelo. —Esta es nuestra última noche juntos, ¿verdad?

—No quiero pelear, Pit. Sólo duérmete.

Me di la vuelta para mirarla, apoyando la cabeza sobre mi mano. Lali se giró, también, y nuestros ojos se encontraron.

—Te amo.

Me observó por un momento. —Lo prometiste.

—Prometí que esto no era un truco para volver a estar juntos. No lo fue. —Estiré una mano para tocar la suya—. Pero si hubiera significado estar contigo de nuevo, no puedo decir que no lo habría considerado.

—Me preocupo por ti. No quiero hacerte daño, pero debería haber seguido mi instinto en primer lugar. Nunca hubiera funcionado.

—Pero me amaste, sin embargo, ¿cierto?

Apretó los labios. —Aún lo hago.

Cada emoción se apoderó de mí en oleadas, tan fuertemente que no pude distinguir una de otra. —¿Puedo pedirte un favor?
—Estoy en parte en el medio de la última cosa que me pediste que hiciera —dijo con una sonrisa.

—Si realmente esto es todo… si de verdad has acabado conmigo… ¿me dejarías sostenerte esta noche?

—No creo que sea una buena idea, Pit.

Mi mano apretó más la suya. —¿Por favor? No puedo dormir sabiendo que estás a centímetros de distancia, y que nunca tendré la oportunidad de nuevo.

Lali me miró durante unos segundos, y luego frunció el ceño. —No voy a acostarme contigo.

—Eso no es lo que estoy pidiendo.

Los ojos de Lali recorrieron el suelo por un rato mientras contemplaba su respuesta. Finalmente cerrando los ojos con fuerza, se deslizó del borde de la cama, y apartó las sábanas.

Me metí en la cama a su lado, estrechándola entre mis brazos apresuradamente. Se sentía tan increíblemente bien el acoplamiento con toda la tensión en la habitación, que me esforcé por no derrumbarme.

—Voy a echar de menos esto —dije.

Besé su pelo y la acerqué más, enterrando mi cara en su cuello. Descansó su mano en mi espalda, y tomé otra bocanada, intentando respirarla, para que este momento en el tiempo se grabara en mi cerebro.

—No… no creo que pueda hacer esto, Peter —dijo tratando de liberarse.

No quería restringirla, pero si resistirme significaba evitar el dolor ardiente que había sentido por días, tenía sentido aferrarse.

—No puedo hacer esto —volvió a decir.

Sabía lo que quería decir. Estar juntos así era desgarrador, pero no quería que terminara.
—Entonces no lo hagas —dije contra su piel—, dame otra oportunidad.

Luego de un último intento de liberarse, Lali cubrió su cara con ambas manos y lloró en mis brazos. La miré, con lágrimas quemándome los ojos.
 
Tiré gentilmente de una de sus manos y besé su palma. Lali respiró escalonadamente mientras miraba sus labios, y de vuelta a sus ojos. —Nunca amaré a nadie de la forma que te amo, Pigeon.

Resopló y tocó mi rostro, ofreciéndome un gesto de disculpa. —No puedo.

—Lo sé —dije, mi voz quebrándose—. Nunca me convencí de que yo fuera lo suficientemente bueno para ti.

La cara de Lali se arrugó y sacudió la cabeza. —No eres sólo tú, Pit. No somos buenos el uno para el otro.

Sacudí la cabeza, queriendo estar en desacuerdo, pero tenía en parte razón.
Merecía algo mejor, lo que ella siempre había querido. ¿Quién mierda era yo para arrebatarle eso?

Con ese reconocimiento, respiré profundo, y descansé la cabeza en su pecho.

***
Me desperté, escuchando conmoción en el piso de arriba.

—¡Ay! —gritó Lali de la cocina.

Bajé las escaleras corriendo, poniéndome una remera por la cabeza.

—¿Estás bien Pidge? —El suelo frío envió ondas expansivas por mi cuerpo, empezando en los pies—. ¡Mierda! ¡El suelo está jodidamente congelado! —Salté de un pie al otro, haciendo que Lali sofocara una risa.

Todavía era temprano, quizás cinco o seis, y todos estaban dormidos. Lali se inclinó para empujar el pavo en el horno, y mi erección mañanera tuvo incluso una razón más para sobresalir a través de mis pantaloncillos cortos

—Puedes volver a la cama. Sólo tengo que poner el pavo dentro —dijo.

—¿Vienes?

—Sí.

—Muéstrame el camino —dije, barriendo mi mano hacia las escaleras.

Me arranqué la camisa mientras metíamos nuestras piernas bajo las sabanas, tirando de la manta hacia el cuello. Apreté mis brazos a su alrededor mientras temblábamos, esperando a que nuestro calor corporal calentara el espacio entre nuestra piel y las mantas.

Miré por la ventana, viendo los copos de nieve caer del cielo gris. Besé el pelo de Lali, y pareció derretirse contra mí. En ese abrazo, se sentía como si nada hubiera cambiado.

—Mira, Pidge. Está nevando.
Giró para enfrentar la ventana. —Se siente como navidad —dijo, presionando ligeramente su mejilla contra mi piel. Un suspiro desde mi garganta hizo que me mirara.

—¿Qué?

—No estarás aquí para navidad.

—Estoy aquí, ahora.

Tiré mi boca en una media sonrisa, y me incliné para besar sus labios. Lali se echó hacia atrás y sacudió la cabeza.

—Pit…

La sostuve fuerte y bajé el mentón. —Me quedan menos de veinticuatro horas contigo, Pidge. Te voy a besar. Te voy a besar un montón hoy. Todo el día. Cada vez que pueda. Si quieres que pare, sólo di la palabra, pero hasta entonces, voy a hacer que cada segundo de mi último día contigo cuente.

—Peter… —empezó Lali, pero después de unos segundos de pensarlo, su línea de visión bajó de mis ojos a mis labios.

No queriendo dudar, inmediatamente me acerqué y la besé. Me besó de vuelta, y aunque sólo quería que fuera corto y dulce, mis labios se abrieron, haciendo que su cuerpo reaccionara. Su lengua se deslizó en mi boca, y cada parte de mí me gritó que fuera a toda máquina. La empujé contra mí, y Lali dejó caer una pierna al costado, acogiendo mis caderas para que encajaran firmemente entre sus muslos.
 
En cuestión de segundos, estaba desnuda debajo de mí y sólo me tomó dos movimientos para sacarme la ropa. Presionando mi boca contra la suya, duro, agarré las vigas de hierro de la cabecera de la cama con ambas manos, y en un rápido movimiento, me empujé dentro de ella. Mi cuerpo se sintió inmediatamente caliente, y no pude dejar de moverme contra ella, incapaz de controlarme. Gemí contra la boca de Lali cuando arqueó la espalda para mover sus caderas contra las mías. En un punto apretó los pies contra el colchón para poder levantarse y dejarme penetrarla completamente.

Con una mano en el hierro, y la otra en la nuca de Lali, me mecí dentro de ella una y otra vez, todo lo que había pasado entre nosotros, todo el dolor que había sentido, olvidado. La luz de la ventana se derramó mientras perlas de sudor empezaron a formarse en nuestra piel, facilitando el poder deslizarme.

Estaba a punto de acabar cuando las piernas de Lali comenzaron a estremecerse, y clavó las uñas en mi espalda. Sostuve mi aliento y me empujé en su interior por última vez, gimiendo por los intensos espasmos que recorrían mi cuerpo.

Lali se relajó contra el colchón, su línea de pelo empapada, y sus extremidades flácidas.

Respiraba como si hubiera terminado una maratón, mi sudor cayéndome por el pelo, bajando por mi oído y por el costado de mi rostro.

Los ojos de Lali se enfocaron cuando escuchó voces murmurando abajo.
Me di la vuelta, escaneando su cara con pura adoración.

—Dijiste que sólo me ibas a besar. —Me miró como lo hacía antes, haciendo que fuera sencillo pretender.

—¿Por qué no nos quedamos todo el día en la cama?

—¿Vine aquí a cocinar, recuerdas?

—No, viniste a ayudarme a cocinar, y no me presentaré a trabajar durante ocho horas.

Tocó mi rostro, su expresión preparándome para lo que podría decir.

—Peter, creo que…

—No lo digas ¿está bien? No quiero pensar en eso hasta que tenga que hacerlo. —Me paré y me puse los calzoncillos, caminando hacia su mochila. Arrojé su ropa a la cama, y tiré de mi camisa por mi cabeza—. Quiero recordar este como un buen día.
Pareció que no mucho después de despertarnos, ya era hora de almorzar, el día pasó demasiado jodidamente rápido. Temía cada minuto, maldiciendo el reloj cuando se acercaba la noche.

Ciertamente, había terminado con Lali. Ni siquiera importaba que estuviera fingiendo, me negué a considerar la verdad mientras estuviera a mi lado.

Cuando nos sentamos para la cena, papá insistió en que cortara el pavo, y Lali sonrió orgullosa mientras hacía los honores.

El clan Lanzani aniquiló el duro trabajo de Lali, y la llenó de cumplidos.

—¿Hice suficiente? —rio.

Papa sonrió, llevando su tenedor a la boca para limpiarlo para el postre. —Hiciste suficiente, Lali. Sólo queríamos abastecernos hasta el próximo año… A menos que quieras hacer esto de nuevo en Navidad. Eres una Lanzani, ahora.  Espero que estés con nosotros en cada día de fiesta, y no para cocinar.
Con las palabras de papá, la verdad se infiltró y mi sonrisa se desvaneció.

—Gracias, Pablo.

—No le digas eso, papá —dijo Bautista—. Tiene que cocinar. ¡No he tenido una comida decente desde que tenía cinco años! —Se metió media porción de tarta de nuez en la boca, gimiendo con satisfacción.

Mientras mis hermanos limpiaban la mesa y lavaban los platos, me senté con Lali en el sillón, tratando de no sostenerla muy fuerte. Papá ya se había acostado, su estómago lleno, dejándolo muy cansado para tratar de estar despierto.

Puse los pies de Lali en mi regazo, y le saqué los zapatos, masajeando las plantas de sus pies con mis pulgares. Ella amaba eso, y lo sabía. Puede ser que hubiera estado tratando de recordarle sutilmente lo bueno que éramos juntos, aunque en el fondo supiera que era tiempo para que siguiera adelante.

Lali me amaba, pero también le importaba demasiado como para enviarme a empacar cuando debía. Aunque antes le había dicho que no podía alejarme de ella, finalmente me daba cuenta de que la amaba demasiado como para joder su vida quedándome, o para perderla completamente obligándonos a ambos a aguantar hasta que nos odiáramos.

—Esta ha sido la mejor Acción de Gracias que hemos tenido desde que mamá murió —dije.

—Me alegro de haber estado aquí para verlo.

Tomé aire. —Soy diferente —dije, en conflicto con lo que diría después—, no sé lo que me pasó en Las Vegas. Ése no era yo. Estaba pensando en todo lo que podría comprar con ese dinero, y eso fue en todo lo que pensé. No vi lo mucho que te dolía que te hiciera volver allí, pero en el fondo, creo que lo sabía. Merezco que me dejes. Merecía todas las noches sin dormir y todo el dolor que he sentido. Necesitaba eso para darme cuenta de lo mucho que te necesito y de lo que estoy dispuesto a hacer para mantenerte en mi vida. Has dicho que has terminado conmigo, y lo acepto. Soy una persona diferente desde que te conocí. He cambiado… para bien. Pero no importa cuánto lo intente, parece que no puedo hacer las cosas bien contigo. Fuimos amigos primero, y no te puedo perder, Pigeon. Siempre te amaré, pero si no puedo hacerte feliz, no tiene sentido tratar de recuperarte. No puedo imaginarme estar con alguien más, pero voy a ser feliz siempre y cuando seamos amigos.

—¿Quieres que seamos amigos?

—Quiero que seas feliz. Sin importar qué.

Sonrió, rompiendo la parte de mi corazón que quería retirar lo que había dicho. Parte de mí esperaba que me dijera que me callara la boca porque nos pertenecíamos el uno al otro.

—Cincuenta dólares a que me lo agradecerás cuando conozcas a tu futura esposa.

—Esa es una apuesta fácil —dije. No podía imaginar una vida sin ella, y ella ya pensaba en nuestros futuros separados—. La única mujer con la cual deseo casarme acaba de romperme el corazón.

Lali limpió sus ojos y se levantó. —Creo que es hora de que me lleves a casa.

—Vamos, Pigeon. Lo siento, eso no fue gracioso.

—No es eso, Pit. Estoy cansada, y estoy lista para ir a casa.

Contuve el aliento y asentí, parándome. Lali se despidió de mis hermanos con un abrazo, y le pidió a Bautista que saludara a papá. Me paré en la puerta con nuestras maletas, mirándolos ponerse de acuerdo para volver en navidad.

Cuando frené para detenerme en Morgan Hall, tuve un pequeño sentimiento de cierre, pero no evitó que mi corazón se rompiera. Me incliné para besar su mejilla, y sostuve la puerta abierta, mirándola mientras entraba. —Gracias por lo de hoy. No sabes lo feliz que hiciste a mi familia.

Lali se detuvo al pie de las escaleras. —Les dirás mañana, ¿no?

Miré al Charger, tratando de contener las lágrimas. —Estoy seguro de que ya lo saben. No eres la única con una cara de póker, Pidge.

La dejé sola en los escalones, negándome a mirar atrás. Desde ahora, el amor de mi vida era sólo una conocida. No estaba seguro de qué expresión tenía mi rostro, pero no quería que la viera.

El Charger se quejó mientras manejaba más allá del límite a la casa de mi padre. Me tambaleé en la sala, y Pepo me entregó una botella de whiskey.

Todos tenían un poco en un vaso.

—¿Les dijiste? —le pregunté a Bautista, mi voz estaba rota.

Bautista asintió.


Caí de rodillas, y mis hermanos me rodearon, poniendo sus manos en mi cabeza y hombros como apoyo.


CONTINUARÁ...

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