Las paredes goteaban con el agua de la lluvia. Las gotas cayendo
en charcos, como si estuvieran llorando por él, el bastardo mentiroso en el
centro del sótano en un charco de su propia sangre.
Respiré con fuerza, mirándolo, pero no por mucho tiempo. Mis dos
Glocks estaban señalando en direcciones opuestas, ambas apuntando a los
hombres de Benny hasta que el resto del equipo llegó.
El auricular enterrado profundamente en mi oído zumbó. —ETA en
diez segundos, Lanzani. Buen trabajo. —El jefe del equipo, Henry Givens, habló
en voz baja, sabiendo tan bien como yo que con Benny muerto, todo había
terminado.
Una docena de hombres armados con rifles automáticos, y vestidos
de negro de pies a cabeza, se precipitaron por la puerta, y bajé mis armas. —No
son más que hombres de bolsa. Sáquenlos de aquí.
Tras guardar mis pistolas, quité la cinta restante de mis muñecas
y me encaminé a las escaleras del sótano. Pepo estaba esperándome al final de
éstas, su chaqueta color caqui y su pelo empapados por la tormenta.
—Hiciste lo que tenías que hacer —dijo, siguiéndome hasta el
coche—. ¿Estás bien? —preguntó, estirando su mano para tocar el corte en mi
ceja.
Había estado sentado en esa silla de madera durante dos horas, mi
culo siendo pateado por Benny mientras me interrogaba. Se habían dado cuenta de
todo esta mañana, todo parte del plan, por supuesto, pero al final el
interrogatorio debía de terminar con su arresto, no su muerte.
Apreté la mandíbula. Había recorrido un largo camino sin perder
los estribos y golpear a cualquiera que despertara mi ira. Sin embargo, tomó
segundos para que todo mi entrenamiento saliera por la ventana, y todo sucedió
cuando Benny pronunció su nombre.
—Tengo que ir a casa, Pepo. He estado fuera durante semanas, y es
nuestro aniversario… O lo que queda de él.
Abrí la puerta del coche, pero Pepo agarró mi muñeca. —Tienes que
ser interrogado. Has pasado años en este caso.
—Perdido. He perdido años.
Pepo suspiró. —No quieres llevar esto a casa contigo, ¿o sí?
Ahora fue mi turno para suspirar. —No, pero tengo que ir. Se lo
prometí.
—Voy a llamarla. Se lo explicaré.
—Mentirás.
—Es lo que hacemos.
La verdad siempre era fea. Pepo tenía razón. Él prácticamente me
crió, pero realmente nunca lo conocí hasta que fui reclutado por el FBI. Cuando
Pepo fue a la universidad, pensé que estudiaba publicidad, y más tarde nos dijo
que era un ejecutivo de publicidad en California. Él estaba lejos de casa, para
él era fácil mantener su mentira.
Recordando, ahora tenía sentido por qué Pepo había decidido volver
a casa sin necesidad de una ocasión en especial, la noche en que conoció a Lali.
En aquel entonces, apenas había comenzado a investigar a Benny y sus numerosas
actividades ilegales, fue simplemente suerte ciega que su hermano menor
conociera y se enamorara de la hija de uno de los deudores de Benny. Incluso
mucho mejor que termináramos enredados en su negocio.
En el segundo en que me gradué con el título en justicia criminal,
tuvo sentido que el FBI se pusiera en contacto conmigo. Nunca se me ocurrió, o
a Lali, que ellos tuvieran miles de solicitudes al año, y que no solían hacer
reclutamiento.
Pero yo ya era un agente encubierto, alguien que ya tenía
conexiones con Benny. Años de entrenamiento y tiempo fuera de casa habían
culminado con Benny en el suelo, con sus ojos muertos mirando hacia el techo
del subterráneo. La bala entera de mi Glock enterrada profundamente en su
torso.
Encendí un cigarrillo. —Llama a Sarah en la oficina. Dile que me
reserve un boleto en el siguiente vuelo. Quiero estar en casa antes de la
medianoche.
—Amenazó a tu familia, Peter. Todos sabemos de lo que Benny es
capaz. Nadie te culpa.
—Sabía que estaba atrapado, Pepo. Sabía que no tenía adónde ir.
Fui su carnada. Me cebó y caí en su trampa.
—Puede ser. Pero detallando la tortura y la muerte de la esposa de
su conocido más letal no era precisamente un buen negocio. Tenía que saber que
no podía intimidarte.
—Sí —dije entre dientes, recordando la vívida imagen que Benny
había pintado de secuestrar a Lali para después pelar la piel de su carne pieza
a pieza hasta los huesos—. Apuesto a que él está deseando no ser un buen
narrador de historias en estos momentos.
—Y siempre está Carlos. Él es el siguiente en la lista.
—Te lo dije, Pepo. No puedo consultar en eso. No es una buena idea
que yo participe.
Pepo se limitó a sonreír, dispuesto a esperar otro momento para
tener esa discusión.
Me deslicé en el asiento trasero del coche que estaba esperando
para llevarme al aeropuerto. Una vez que la puerta se cerró detrás de mí, y el
conductor se alejó de la acera, marqué el número de Lali.
—Hola, cariño —dijo Lali.
Inmediatamente, tomé una respiración profunda. Su voz era todo lo
que necesitaba.
—Feliz aniversario, Pigeon. Estoy de camino a casa.
—¿Lo estás? —preguntó, alzando la voz una octava—. El mejor
regalo.
—¿Cómo va todo?
—Estamos en casa de papá. Santino acaba de ganar otra mano de
póker. Estoy empezando a preocuparme.
—Es tu hijo, Pidge. ¿Te sorprende que sea bueno en el juego?
—Me ganó, Pit. Es muy bueno.
Hice una pausa. —¿Te ganó?
—Sí.
—Pensé que tenías una regla sobre eso.
—Lo sé. —Suspiró—. Lo sé. Ya no juego, pero tuvo un mal día, y era
una buena manera de hacerlo hablar sobre ello.
—¿Cómo es eso?
—Hay un niño en la escuela. Hoy hizo un comentario sobre mí.
—No es la primera vez que un niño hace un pase a la caliente
maestra de matemáticas.
—No, pero supongo que fue especialmente crudo. Santi le dijo que
se callara. Hubo una pelea.
—¿Santi pateó su trasero?
—¡Peter!
Me eché a reír. —¡Sólo era una pregunta!
—Lo vi desde mi salón. Allegra llegó antes que yo. Ella pudo…
haber humillado a su hermano. Un poco. No a propósito.
Cerré los ojos. Allegra, con sus grandes ojos color miel, cabello
largo y oscuro, y sus cuarenta kilos de tacaña, era mi mini-yo. Tenía mi mal
humor y nunca perdía su tiempo con palabras. Su primera pelea fue en el jardín
de niños, defendiendo a su hermano gemelo, Santino, contra una pobre e inocente
niña que le estaba tomando el pelo. Tratamos de explicarle que la niña
probablemente sólo estaba enamorada, pero Alle no aceptó nada de eso. No
importaba cuántas veces Santino le rogaba para que le permitiera pelear sus
propias batallas, ella era ferozmente protectora con él, aun cuando él era ocho
minutos mayor que ella.
—Déjame hablar con ella.
—¡Alle! ¡Papá está en el teléfono!
Una pequeña y dulce voz llenó la línea. Era increíble para mí que
ella pudiera ser tan salvaje como lo era, y aún así sonar, y verse, como un
ángel.
—Hola, papi.
—Cariño… ¿te metiste en algún problema hoy?
—No fue mi culpa, papi.
—Nunca lo es.
—Santi estaba sangrando. No podía moverse.
Mi sangre hirvió, pero dirigir a mis hijos en la dirección
correcta siempre venía primero. —¿Qué dijo papá?
—Me dijo: “Ya era hora de que alguien humillara a Steven Matese.”
Me alegré de que no pudiera verme sonreír ante su perfecta
imitación de Pablo Lanzani.
—No te culpo de querer defender a tu hermano, Alle, pero tienes
que dejarlo pelear algunas de sus batallas por su cuenta.
—Lo haré. Pero no cuando él esté en el suelo.
Contuve otra oleada de risas. —Déjame hablar con mamá. Estaré en
casa en unas horas. Te quiero mucho, bebé.
—¡Yo también te quiero, papi!
El teléfono trastabilló un poco cuando Allegra puso a Lali en el
teléfono, y la suave voz de mi esposa estuvo de vuelta en la línea.
—No ayudaste para nada, ¿verdad? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
—Probablemente no. Tuvo un buen argumento.
—Siempre lo tiene.
—Eso es cierto. Escucha, estamos entrando en el aeropuerto. Nos
vemos pronto. Te amo.
Cuando el conductor aparcó junto a la acera en la terminal, me
apresuré para tomar mi bolsa del maletero. Sarah, la asistente de Pepo, acababa
de enviar el itinerario a través de un correo electrónico, y mi vuelo salía en
media hora. Corrí a través de la entrada y seguridad, llegué a la puerta justo
cuando llamaban al primer grupo.
El vuelo de regreso pareció durar una eternidad, como siempre lo
hacía. A pesar de que duré quince minutos refrescándome y cambiándome de ropa
en el baño, lo que siempre era un desafío, el tiempo aún parecía que gateaba.
Saber que mi familia me esperaba era brutal, pero el hecho de que
era nuestro onceavo aniversario era peor. Sólo quería sostener a mi esposa. Era
todo lo que quería hacer para siempre. Estaba tan enamorado de ella, tanto como
lo estaba en el primero.
Cada aniversario era una victoria, el dedo medio para todos los
que pensaron que no íbamos a durar. Lali me domó, el matrimonio me asentó, y cuando
me convertí en padre, toda mi perspectiva cambió.
Miré hacia mi muñeca y aparté el puño de la camisa. El apodo de Lali
seguía allí, y todavía me hacía sentir mejor saber que lo estaba.
El avión aterrizó y tuve que contenerme para no correr a través de
la terminal. Una vez que llegué a mi coche, mi paciencia había terminado. Por primera
vez en años, pasé luces rojas en los semáforos. En realidad, fue bastante divertido,
me recordó a mis días en la universidad.
Estacioné en la entrada y apagué las luces. La luz del porche se
encendió cuando me acerqué a la puerta.
Lali abrió la puerta, con su cabello color caramelo apenas
rozándole los hombros, y sus grandes ojos grises, aunque un poco cansados,
mostraron lo aliviada que estaba de verme. La atraje a mis brazos, tratando de
no apretarla con demasiada fuerza.
—Oh, Dios mío. —Suspiré, enterrando mi rostro en su pelo—. Te
extrañé mucho.
Lali se apartó, tocando la cortada en mi ceja. —¿Te caíste?
—Ha sido un día difícil en el trabajo. Puede que me haya topado
contra la puerta de un coche mientras salía del aeropuerto.
Lali me abrazó otra vez, clavando sus dedos en mi espalda. —Estoy
tan feliz de que estés en casa. Los niños están en cama, pero se negaron a ir a
dormir hasta que llegaras.
Me aparté y asentí, luego me incliné hacia su cintura, ahuecando
el redondo estómago de Lali. —¿Y tú? —le pregunté a mi tercer hijo. Besé el
ombligo sobresaliente de Lali y luego me puse de pie.
Lali se frotó su estómago con movimientos circulares. —Él todavía
se está cocinando.
—Bien. —Saqué una caja pequeña de mi equipaje de mano y la sostuve
frente a mí—. Hoy, hace once años, estábamos en Las Vegas. Y ese aún es el
mejor día de mi vida.
Lali tomó la caja y luego tiró de mi mano hasta que estuvimos en
la entrada. Olía a una combinación de limpieza, velas y niños. Olía como un
hogar.
—También tengo algo para ti.
—Oh, ¿sí?
—Sí. —Sonrió. Me dejó por un momento, desapareciendo por la
oficina, y luego salió con un sobre manila—. Ábrelo.
—¿Correspondencia? La mejor esposa del mundo —bromeé.
Lali sólo sonrió.
Abrí el sobre y saqué la pequeña pila de papeles. Fechas, horas, transacciones,
incluso correos electrónicos. De y hacia Benny por el padre de Lali, Carlos. Él
había estado trabajando durante años para Benny. Le pidió prestado dinero y
luego tuvo que trabajar para pagar su deuda, para que no lo mataran cuando Lali
se negó a pagar.
Sólo había un problema: Lali sabía que trabajaba con Pepo… pero
por lo que sabía, ella pensaba que yo trabajaba en publicidad.
—¿Qué es esto? —le pregunté, fingiendo confusión.
Lali todavía tenía una cara de póker perfecta. —Es la conexión que
necesitas para atar a Carlos con Benny. Esto de aquí —dijo, tirando del segundo
documento de la pila— es el clavo en el ataúd.
—Está bien… ¿pero qué se supone que debo hacer con ellos?
La expresión de Lali se transformó en una sonrisa dudosa. —Lo que
sea que hagas con estas cosas, cariño. Sólo pensé que si hacía un poco de
investigación, podrías quedarte en casa un poco más esta vez.
Mi mente se aceleró, tratando de encontrar una salida. De alguna
manera, se dio cuenta. —¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?
—¿Importa?
—¿Estás molesta?
Lali se encogió de hombros. —Estaba un poco dolida al principio.
Tienes algunas cuantas mentiras blancas
bajo el cinturón.
La abracé, los papeles y el sobre todavía en mi mano. —Lo siento,
Pidge. Lo siento de verdad. —Me alejé—. No le has dicho a nadie, ¿verdad? —Negó
con la cabeza—. ¿Ni siquiera a Eugenia o Nicolás? ¿Ni a papá o a los niños?
Sacudió la cabeza otra vez. —Soy lo suficientemente inteligente
como para entenderlo, Peter. ¿Crees que no soy lo suficientemente lista como
para guardarlo para mí misma? Tu seguridad está en juego.
Ahuequé sus mejillas en mi mano. —¿Qué significa esto?
Sonrió. —Esto significa que puedes dejar de decir que tienes que
ir a otra convención. Algunas de tus historias para cubrirte son francamente
insultantes.
La besé otra vez, tiernamente tocando mis labios con los suyos.
—¿Y ahora qué?
—Besa a los niños, luego tú y yo podemos celebrar once años de “lo
logramos en sus caras.” ¿Qué tal eso?
Mi boca se estiró en una amplia sonrisa, y luego miré hacia los
papeles. —¿Vas a estar bien con esto? ¿Ayudar a acabar con tu padre?
Lali frunció el ceño. —Él lo ha dicho muchas veces. Yo fui su fin.
Por lo menos puedo hacerlo sentirse orgulloso por tener razón. Y los niños
están más seguros de esta manera.
Puse los papeles en el extremo de la mesa de la entrada.
—Hablaremos de esto más tarde.
Caminé por el pasillo, tirando de Lali de la mano y llevándola
detrás de mí. La habitación de Allegra era la más cercana, por lo que entré y
besé su mejilla, con cuidado de no despertarla, y luego crucé el pasillo hasta
la habitación de Santino. Todavía estaba despierto, acostado en silencio.
—Hola, pequeño.
—Hola, papá.
—Escuché que tuviste un día difícil. ¿Estás bien? —Asintió—.
¿Estás seguro?
—Steven Matese es un idiota.
Asentí. —Tienes razón, pero probablemente podrías encontrar una
forma más adecuada para describirlo. —Santino torció su boca hacia un lado—.
Así que, ¿le ganaste a mamá en el póker hoy, eh?
Santino sonrió. —Dos veces.
—Ella no me dijo esa parte —le dije, girándome hacia Lali. Su
oscura y curvilínea silueta apareció en la puerta iluminada—. Puedes darme
jugada-porjugada mañana.
—Sí, señor.
—Te quiero.
—Yo también te quiero, papá.
Besé la nariz de mi hijo y luego seguí a su madre por el pasillo
hasta la habitación. Las paredes estaban llenas de retratos familiares, de la
escuela, y obras de arte enmarcadas.
Lali estaba de pie en el centro de la habitación, con su vientre
lleno de nuestro tercer hijo, vertiginosamente bella y feliz de verme, incluso
después de haberse enterado de lo que le había estado ocultando la mayor parte
de nuestro matrimonio.
Nunca había estado enamorado, antes de Lali, y nadie despertó mi
interés desde entonces. Mi vida era la mujer que estaba delante de mí y la
familia que habíamos hecho juntos.
Lali abrió la caja, y me miró con lágrimas en los ojos. —Siempre
sabes que regalarme. Es perfecto —dijo, sus gráciles dedos tocando las tres
piedras de nacimiento de nuestros hijos. Lo deslizó en el dedo anular derecho,
extendiendo la mano para admirar su nuevo adorno.
—No tan bueno como tú consiguiéndome un ascenso. Sabrán lo que
hiciste, ya sabes, y las cosas se complicarán.
—Parece que siempre pasa eso con nosotros —dijo, inafectada.
Tomé una respiración profunda y cerré la puerta del dormitorio
detrás de mí. A pesar de que nos poníamos en medio del infierno el uno al otro,
siempre encontrábamos el cielo. Tal vez eso era más de lo que un par de
pecadores se merecían, pero no iba a quejarme.
FIN!
Bueno, hemos terminado con el segundo libro de esta trilogía. Mañana subiré la sinposis del tercero y, si puedo el primer cap. Antes de nada quiero decir que el tercer libro no es una continuación, es como la explicación de las partes que no se explican en estos libros... ya lo iréis viendo :). Gracias por leer y firmar!!
muy buenoi!! lastima q el tercero no sea una continuacion!
ResponderEliminarlolaz
Me encantoooo.. Segui
ResponderEliminarHolaaaa encontré hace unos días tu blog .. Y recién termino de leer todo ... Me encantaron las historias que subiste espero q pronto puedas subir otra
ResponderEliminar@x_Ferreyra