CAPÍTULO 3
AFORTUNADA
LALI
Cuando las ruedas del avión aterrizaron en la pista del
Aeropuerto Internacional de McCarran, Peter finalmente estaba relajado y
recargado en mi hombro. Las luces brillantes de Las Vegas habían sido visibles
desde los últimos diez minutos, señalándonos como un faro, hacia todo lo que
odiaba, y todo lo que quería.
Peter se despertó lentamente, mirando por la ventanilla
con rapidez antes de besar la cúspide de mi hombro. —¿Estamos aquí?
—Viva. Creí que tal vez volverías a dormir. Va a ser un día
largo.
—No hay forma de que regrese a dormir luego de ese sueño
—dijo, estirándose—. No estoy seguro de si quiero dormir de nuevo.
Mis dedos estrecharon los suyos. Odiaba verlo tan
perturbado. Él no hablaría sobre su sueño, pero no tomó mucho descubrir dónde
se encontraba mientras estaba durmiendo. Me pregunté si alguna persona que
hubiera escapado de Keaton sería capaz de cerrar sus ojos sin ver el humo y los
rostros aterrorizados.
El avión llegó a la puerta de embargue, la luz del cinturón de seguridad sonó, y las luces de la cabina se encendieron, indicándole
a todos ponerse de pie y retirar su equipaje de mano. Todo el mundo tenía
prisa, a pesar de que nadie iba a salir de allí antes que las personas sentadas
frente a ellos.
Me senté, fingiendo paciencia, observando a Peter ponerse
de pie para retirar nuestro equipaje. Su camisa se subió cuando levantó el
brazo, revelando sus abdominales moviéndose y luego contrayéndose cuando bajó
los bolsos.
—¿Tienes un vestido en esto?
Negué con la cabeza.
—Pensé que encontraría uno aquí.
Asintió una vez. —Sí, apuesto que tienen
bastantes de donde escoger. Una mejor selección para una boda de Las Vegas que
en casa.
—Exactamente mi modo de pensar.
Peter extendió su mano y me ayudó a dar los
dos pasos hacia el pasillo. —Lucirás asombrosa sin importar lo que te pongas.
Besé su mejilla y tomé mi bolso justo cuando
la línea comenzó a moverse.
Seguimos a los otros pasajeros hasta la puerta
y hacia la terminal.
—Déjà vu —susurró Peter.
Me sentí de la misma forma. Las máquinas
tragamonedas cantaban sus canciones de sirena y proyectaban coloridas luces
brillantes, prometiendo
falsamente suerte y mucho dinero. La última
vez que Peter y yo estuvimos aquí, era fácil identificar a las parejas que iban
a casarse, y me pregunté si nosotros éramos igual de evidentes.
Peter tomó mi mano cuando pasamos a la zona
para retirar el equipaje, y luego continuamos hacia la señal que marcaba taxis. Las puertas automáticas se separaron y
caminamos hacia el aire de la noche desierta. Todavía estaba sofocantemente
caliente y seco. Inhalé el calor, permitiéndole a las Vegas saturar cada parte
de mí.
Casarme con Peter sería la cosa más fácil y
más difícil que había hecho nunca. Necesitaba despertar las partes de mí que
fueron moldeadas en las esquinas más oscuras de esta ciudad para hacer que mi
plan funcionara. Si Peter pensaba que estaba haciendo esto por cualquier otra
razón diferente a sólo querer comprometerme con él, nunca me permitiría llegar
hasta el final, y Peter no era exactamente ingenuo, y aun peor, me conocía
mejor que cualquier otro, sabía de lo que era capaz. Si conseguía realizar la
boda y mantenía a Peter fuera de prisión sin que supiera por qué, sería mi
mejor engaño hasta ahora.
A pesar de que habíamos rodeado a la multitud
esperando por el equipaje, había una larga línea para los taxis. Suspiré.
Deberíamos haber estado casándonos en este momento. Todavía estaba oscuro, pero
habían pasado casi cinco horas desde el incendio. No podíamos permitirnos más
líneas.
—¿Pidge? —Peter estrechó mi mano—. ¿Estás
bien?
—Sí —dije, sacudiendo mi cabeza y sonriendo—.
¿Por qué?
—Pareces… un poco tensa.
Tomé control de mi cuerpo; cómo estaba de pie,
mi expresión facial, cualquiera cosa que podría advertirlo. Mis hombros estaban
tan tensos que estaban colgando alrededor de mis orejas, así que los obligué a
relajarse. —Sólo estoy lista.
—¿Para acabarlo de una vez? —preguntó, su ceño
frunciéndose por largo tiempo. Si no lo hubiera conocido mejor, nunca lo
hubiese captado.
—Pit —dije, envolviendo mis brazos alrededor
de su cintura—, ésta fue mi idea, ¿recuerdas?
—También lo fue la última vez que fuimos a Las
Vegas. ¿Recuerdas cómo acabó?
Reí, y luego me sentí terrible. La línea
vertical de sus cejas se formó cuando las acercó con más profundidad. Esto era
tan importante para él. Cuánto me amaba era abrumador la mayoría del tiempo,
pero esta noche era diferente. —Tengo prisa, sí. ¿Tú no?
—Sí, pero algo está mal.
—Sólo estás nervioso. Deja de preocuparte.
Su rostro se relajó y me abrazó. —De acuerdo.
Si dices que estás bien, entonces te creo.
Quince largos minutos después, y estábamos al
frente de la línea. Un taxi se estacionó en el bordillo y se detuvo. Peter
abrió la puerta para mí, y me incliné hacia el asiento trasero y me deslicé,
esperando que entrara.
El conductor del taxi miró sobre su hombro.
—¿Viaje corto?
Peter situó nuestro único bolso de mano frente
a él en el suelo del coche. —Viajamos ligero.
—Bellagio, por favor —dije calmadamente,
impidiéndole el paso a la urgencia en mi voz.
Con letras que no comprendía, una alegre
melodía circense resonaba a través de los parlantes a medida que nos dirigíamos
desde el aeropuerto hacia la famosa calle Strip. Las luces eran visibles a
kilómetros antes de que llegáramos al hotel.
Cuando llegamos a la Strip, noté un río de
gente caminando de un lado a otro a los costados de la carretera. Incluso en
las tempranas horas de la mañana, las aceras estaban abarrotadas con solteros,
mujeres empujaban coches con sus bebés dormidos, personas disfrazadas tomaban
fotos por propina, y los hombres de negocio, aparentemente buscaban relajarse.
Peter colocó su brazo alrededor de mis
hombros. Me recargué contra él, tratando de no mirar mi reloj por décima vez.
El taxi aparcó en el acceso circular del
Bellagio, y Peter se inclinó hacia adelante con billetes para pagarle al
conductor. Luego sacó nuestro equipaje de mano con ruedas, y esperó por mí.
Salí rápidamente, tomando su mano y pisando hacia el concreto. Como si no
estuviéramos en la temprana AM, personas estaban de pie en la línea de taxi
para ir a un casino diferente, y otros estaban regresando, tambaleándose y
riendo luego de una larga noche de copas.
Peter apretó mi mano. —Realmente estamos aquí.
—¡Sip! —dije, tirando de él hacia adentro. El
cielo raso estaba decorado llamativamente. Todos en el vestíbulo estaban de pie
con sus narices en el aire.
—¿Qué estás…? —dije, girándome hacia Peter.
Estaba permitiéndome arrastrarlo mientras asimilaba el cielo raso.
—¡Mira, Pidge! Es… guau —dijo, asombrado ante
los enormes multicolores floreciendo, besando el cielo raso.
—¡Sip! —dije, tironeándolo hasta el escritorio
frontal.
—Registrándonos —dije—. Y necesitamos
programar una boda en la capilla local.
—¿En cuál? —preguntó el hombre.
—Cualquiera. Una agradable. Abierta las
veinticuatro horas.
—Podemos organizarlo. Solo comprobaré tu
registro aquí, y luego el organizador puede ayudarte con la capilla de bodas,
los espectáculos, cualquier cosa que quieras.
—Genial —dije, girándome hacia Peter con una
sonrisa triunfante. Todavía estaba mirando el cielo raso—. ¡Peter! —dije,
tirando se su brazo.
Se giró, recuperándose de su estado
hipnótico—. ¿Sí?
—¿Puedes acercarte al organizador y programar
la boda?
—¿Sí? Quiero decir, sí. Puedo hacer eso. ¿En cuál?
Reí una vez. —Cerca. Abierta toda la noche.
Elegante.
—Entendido —dijo. Pellizcó mi mejilla antes de
arrastrar el bolso de mano hacia el escritorio del organizador.
—Estamos registrados como Lanzani —dije,
sacando un pedazo de papel—. Este es nuestro número de confirmación.
—Ah, sí. Tengo una suite de luna de miel
disponible. ¿Le gustaría cambiar?
Negué con la cabeza. —Estamos bien. —Peter
estaba al otro lado de la habitación, hablando con un hombre detrás del
escritorio. Estaban mirando juntos el folleto, y él tenía una enorme sonrisa en
su rostro mientras el hombre señalaba los diferentes lugares.
—Por favor, permite que esto funcione —dije,
entre dientes.
—¿De qué habla, señora?
—Oh. Nada —dije, mientras se giraba para
seguir cliqueando en su computadora.
PETER
Lali se inclinó con una sonrisa cuando besé su
mejilla, y luego continuó con el registro mientras me giraba hacia el
organizador para concretar una capilla.
Miré en dirección a mi futura esposa, sus
largas piernas apoyadas en un par de
tacones de plataforma que hacían a un buen par de piernas lucir incluso
mejor. Su ligera y delgada camisa, sólo lo suficientemente transparente, me
sentí decepcionado de ver una camiseta sin mangas debajo. Sus gafas de sol
favoritas estaban ajustadas al frente de su sombrero favorito y solo algunos
mechones largos de su cabello caramelo, un poco ondulados después de secarlos
naturalmente luego de su ducha, caían en cascada escapando de su sombrero. Mi Dios,
esa mujer era jodidamente sexy. Ni siquiera tenía que intentarlo, y todo lo que
yo quería era estar sumergido en todo su asunto. Ahora que estábamos
comprometidos, no sonaba como un pensamiento tan bastardo.
—¿Señor? —dijo el organizador.
—Oh, sí. Hola —dije, dándole una última mirada
a Lali antes de prestarle al tipo toda mi atención—. Necesito una capilla.
Abierta toda la noche. Elegante.
Sonrió. —Por supuesto, señor. Tenemos varias
para usted justo aquí en Bellagio. Son completamente hermosas y…
—¿De casualidad no tienes a Elvis en una
capilla de aquí, cierto? Imagino que si vamos a casarnos en Las Vegas,
deberíamos ser casados por Elvis o al menos
invitarlo, ¿sabes?
—No, señor. Me disculpo, las capillas del
Bellagio no ofrecen un impostor de Elvis. Sin embargo, puedo encontrar un par
de números para que usted llame y pida esa aparición en su boda. También hay,
por supuesto, la mundialmente famosa Capilla Graceland, si lo prefiere. Ellos
tienen paquetes que incluyen un impostor de Elvis.
—¿Elegantes?
—Estoy seguro de que estará muy complacido.
—Muy bien, esa. Tan rápido como sea posible.
El organizador sonrió. —¿Tenemos prisa,
cierto?
Comencé a sonreír, pero me di cuenta que ya
estaba sonriendo, y probablemente lo había estado, como un idiota, desde que
llegué al escritorio. —¿Ves esa chica de allí?
Él la miró. Rápidamente. Respetuosamente. Me
agradaba. —Sí señor. Es un hombre afortunado.
—Estoy seguro de que lo soy. Programa la boda
para dos… ¿tal vez tres horas desde ahora? Necesitará tiempo para terminar
algunas cosas y estar lista.
—Muy considerado de su parte, señor. —Cliqueó
un par de botones en su teclado y luego agarró el ratón, moviéndolo alrededor y
cliqueándolo un par de veces. Su sonrisa se desvaneció a medida que se
concentraba y luego levantó su rostro de nuevo cuando terminó. La impresora
zumbó, y luego me entregó un pedazo de papel—. Aquí tiene, señor.
Felicitaciones. —Extendió su puño y lo choqué, sintiéndome como si me acabase
de entregar un boleto ganador de la lotería.
CONTINUARÁ...
Meee encantoooo. Subi massss
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