lunes, 29 de diciembre de 2014

Capítulo 17

17
LA PROPUESTA


La Harley nos llevó a ningún lugar en particular. El tráfico y la esporádica patrulla de policía que se cruzó en nuestro camino fueron suficientes para mantener mis pensamientos ocupados en un principio, pero después de un rato éramos los únicos en la carretera. Sabiendo que la noche finalmente terminaría, decidí que en el momento que la deje en Morgan sería cuando ponga mi último esfuerzo. Independientemente de nuestras citas de bolos platónicas, si continuaba viendo a Pablo, con el tiempo también se detendrían. Todo se detendría.

Presionar a Lali nunca era una buena idea, pero a menos que ponga todas mis cartas sobre la mesa, había una gran probabilidad de perder a la única paloma que había conocido. Lo qué quiero decir y cómo lo diría se reproduce una y otra vez en mi mente. Tendría que ser directo, algo que Lali no podría ignorar o fingir que no escuchó ni entendió.

La aguja había estado amenazando con llegar al final del medidor de gas por varios kilómetros, así que me detuve en la primera gasolinera abierta con que nos topamos.

—¿Quieres algo? —pregunté

Lali sacudió la cabeza, bajándose de la moto. Pasó los dedos por el enredo de su largo, brillante cabello, y sonrió tímidamente.

—Déjalo. Estás jodidamente hermosa.

—Sólo si me pones en un vídeo de principio de los ochenta.

Me reí, y luego bostecé, colocando la boquilla en la abertura del tanque de gas de la Harley.

Lali sacó su celular para ver la hora. —Oh, Dios mío, Pit. Son las tres de la mañana.

—¿Quieres que volvamos? —pregunté, mi estómago hundiéndose.

—Será lo mejor.
—¿Todavía iremos esta noche a los bolos?

—Te dije que lo haría.

—Y todavía irás a la Sig Tau conmigo en un par de semanas, ¿verdad?

—¿Estás insinuando que no mantengo mi palabra? Me parece un poco insultante.

Tiré de la boquilla del tanque de gas y la conecté en su base. —Simplemente ya no sé lo que vas a hacer.

Me senté en la moto y luego ayudé a Lali a subir detrás de mí. Envolvió sus brazos mí alrededor, esta vez por su cuenta, y suspiré, perdido en mis pensamientos antes de arrancar el motor. Agarré las manillas, tomé aire, y justo cuando tenía las pelotas para decírselo, decidí que una estación de servicio no era el fondo apropiado para desnudar mi alma.

—Eres importante para mí, ya sabes —dijo Lali, apretándome con sus brazos.
—No te entiendo, Pigeon. Pensé que conocía a las mujeres, pero eres tan jodidamente confusa que ya no sé a qué te refieres.

—No te entiendo, tampoco. Se supone que debes ser el hombre mujeriego del Eastern. No estoy recibiendo la experiencia completa de primer año que prometieron en el folleto.

No pude evitar sentirme ofendido. Incluso si fuera cierto. —Bueno, eso es lo primero. Nunca había tenido que dormir con una chica para que ella quisiera que la dejara en paz.

—Eso no es lo que fue, Peter.

Arranqué el motor y lo saqué a la calle sin decir una palabra más. Conducir hacia Morgan era insoportable. En mi cabeza, me hablé dentro y fuera sobre cómo enfrentarme a Lali tantas veces. A pesar de que tenía los dedos entumecidos por el frío, conduje lentamente, temiendo el momento en que Lali se enterara de todo, y luego me rechazara por última vez.

Cuando nos detuvimos frente a la entrada de Morgan Hall, mis nervios se sentían como si hubieran sido cortados, prendidos en fuego y dejados en un lío, destrozado. Lali bajó de la moto, y su expresión triste creó un tenue resplandor de pánico dentro de mí. Podría decirme que me vaya al infierno antes de que tuviera la oportunidad de decir nada.

Caminé con Lali a la puerta, y sacó sus llaves, manteniendo la cabeza baja.

Incapaz de esperar un segundo más, tomé su barbilla suavemente en mi mano, y la levanté, esperando pacientemente a que sus ojos se alzaran para encontrarse con los míos.

—¿Te besó? —le pregunté, tocando con mi pulgar sus labios suaves.

Se alejó. —Tú sí que sabes cómo arruinar una noche perfecta, ¿no?

—Pensaste que fue perfecta, ¿eh? ¿Significa eso que la pasaste bien?

—Siempre lo hago cuando estoy contigo.

Mis ojos se detuvieron, y sentí mi rostro comprimirse en un ceño. —¿Te besó?

—Sí —suspiró, irritada.

Cerré mis ojos con fuerza, sabiendo que mi próxima pregunta podría resultar un desastre. —¿Eso es todo?

—¡Eso no es asunto tuyo! —dijo, tirando de la puerta.

La empujé cerrándola y me puse en su camino. —Necesito saber.

—¡No, no lo necesitas! ¡Muévete, Peter! —Clavó el codo en mi costado, tratando de obtener algo.

—Pigeon...

—¿Crees que porque ya no soy virgen voy a lanzarme a cualquier otro? ¡Gracias! —dijo, empujando mi hombro.

—No he dicho eso, ¡maldita sea! ¿Es mucho pedir por un poco de paz mental?

—¿Por qué te daría tranquilidad saber si estoy durmiendo con Pablo?

—¿Cómo no lo sabes? ¡Es obvio para todos los demás, menos para ti!

—Supongo que soy una idiota, entonces. Estás brillante esta noche, Pit —dijo, alcanzando la manija de la puerta.

Agarré sus hombros. Ella lo estaba haciendo de nuevo, la rutina inconsciente que se había vuelto costumbre. El momento de mostrar mis cartas era ahora. —La forma en que me siento por ti... es una locura.

—Acertaste en la parte de la locura —espetó, tirando de mí.

—Practiqué en mi cabeza todo el tiempo que estuvimos en la moto, así que escúchame.

—Peter…

—Sé que estamos jodidos, ¿de acuerdo? Soy impulsivo y tengo mal genio, y te metiste bajo mi piel como nadie más. Actúas como si me odiaras un minuto, y luego como si me necesitaras al siguiente. Nunca acierto en nada, y no te merezco... pero estoy malditamente enamorado de ti, Lali. Te amo más de lo que he querido a nadie ni nada, nunca. Cuando estás cerca, no necesito alcohol, ni dinero, ni lucha, o algo de una sola noche... todo lo que necesito es a ti. Eres en todo lo que pienso. Eres todo lo que soñé. Eres todo lo que quiero.

No dijo nada durante varios segundos. Sus cejas levantadas, y sus ojos se veían aturdidos mientras procesaba todo lo que yo había dicho. Parpadeó un par de veces.

Tomé cada lado de su cara y la miré a los ojos. —¿Te has acostado con él?

Los ojos de Lali brillaron, y luego negó con la cabeza. Sin pensarlo, mis labios se estrellaron contra los de ella, y deslicé mi lengua dentro de su boca. No me rechazó, en cambio su lengua desafió a la mía, y agarró mi camiseta en sus puños, tirándome cerca. Un gemido involuntario emanó de mi garganta, y envolví mis brazos a su alrededor.

Cuando supe que tenía mi respuesta, me aparté, sin aliento. —Llama a Pablo. Dile que no quieres verlo nunca más. Dile que estás conmigo.

Cerró sus ojos. —No puedo estar contigo, Peter.

—¿Por qué diablos no? —pregunté, dejándola ir.

Lali negó con la cabeza. Había demostrado ser impredecible un millón de veces antes, pero la forma en la que me había besado significaba algo más que amistad, y era demasiado tarde para que sea sólo simpatía. Eso me dejó con una sola conclusión.

—Increíble. La única chica que quiero, y ella no me quiere.

Vaciló antes de hablar. —Cuando Eugenia y yo nos mudamos aquí, fue sabiendo que mi vida daría un giro en una forma determinada. O más bien, que no resultaría de cierta manera. Las peleas, el juego, la bebida... es lo que dejé atrás.

Cuando estoy cerca de ti... todo está allí para mí en un irresistible y tatuado paquete. No me mudé cientos de kilómetros para vivir todo de nuevo.

—Sé que mereces más que yo. ¿Crees que no lo sé? Pero si hay alguna mujer que se hizo para mí... eres tú. Haré todo lo que tenga que hacer, Pidge. ¿Me oyes? Haré cualquier cosa.

Se apartó de mí, pero no me rendiría. Ella estaba finalmente hablando, y si se alejaba esta vez, no podríamos tener otra oportunidad.

Sostuve la puerta con la mano. —Dejaré de pelear al segundo que me gradúe. No voy a beber una sola gota de nuevo. Te haré feliz siempre, Pigeon. Si sólo creyeras en mí, puedo hacerlo.

—No quiero que cambies.

—Entonces dime qué hacer. Dime y lo haré —declaré.

—¿Me prestas tu teléfono? —preguntó.

Fruncí el ceño, sin saber lo que iba a hacer. —Por supuesto. —Saqué el teléfono de mi bolsillo, y se lo entregué.

Tocó los botones por un momento, y luego marcó, cerrando los ojos mientras esperaba.

—Lo siento por llamar tan temprano —tartamudeó—, pero esto no podía esperar. Yo... no puedo ir a cenar contigo el miércoles.

Había llamado Pablo. Mis manos temblaban de miedo, preguntándome si ella le pediría que la recogiera, para salvarla, o algo más.

Y continuó—: No puedo verte de nuevo, de hecho. Estoy… bastante segura de que estoy enamorada de Peter.

Todo mi mundo se detuvo. Traté de reproducir sus palabras de nuevo.
¿Había oído bien? ¿De verdad dijo lo que pensaba que había dicho, o era sólo una ilusión?

Lali me devolvió el teléfono, y luego miró regañadientes a mis ojos.

—Colgó el teléfono —dijo con el ceño fruncido.

—¿Me amas?

—Son los tatuajes —dijo, frívola y encogiéndose de hombros, como si no hubiera dicho lo que siempre he querido escuchar.

Pigeon me amaba.

Una amplia sonrisa se extendió por mi cara.

—Ven conmigo a casa —dije, envolviéndola en mis brazos.

Sus cejas se alzaron. —¿Dijiste todo eso para tenerme en tu cama? Debí haberte dado una gran impresión.
—Lo único que estoy pensando ahora mismo es en tenerte en mis brazos toda la noche.

—Vamos.

No lo dudé. Una vez que Lali estaba segura en la parte trasera de mi moto, corrí a casa, tomando cada atajo, pasando cada luz amarilla, y entrando y saliendo del poco tráfico que había a esa hora de la mañana.

Cuando llegamos al apartamento, apagar el motor y el levantar a Lali en mis brazos parecía simultáneo.

Se rió contra mis labios mientras buscaba a tientas la cerradura de la puerta principal. Cuando la dejé en el suelo y cerré la puerta detrás de nosotros, dejé escapar un largo suspiro de alivio.

—No ha parecido como un hogar desde que te fuiste —dije, besándola otra vez.

Toto correteó por el pasillo y meneó su pequeña cola peluda, pateando las piernas de Lali.

La había extrañado casi tanto como yo.

La cama de Nicolás chilló, y luego sus pisadas resonaron en el piso. Su puerta se abrió de golpe mientras entrecerraba los ojos por la luz. —¡Joder no, Pit no estás haciendo esta mierda! Estás enamorado de La... —Sus ojos se enfocaron y reconoció su error—...li. Hola, Lali.

—Hola, Nico —dijo Lali con una sonrisa divertida, dejando a Toto en el suelo.

Antes que Nicolás pudiera hacer preguntas, empujé a Lali por el pasillo.

Nos estrellamos el uno al otro. Yo no había planeado nada más que tenerla a mi lado en la cama, pero ella tiró de mi camisa hacia arriba y sobre la cabeza con intención. La ayudé con su chaqueta, y luego se quitó su suéter y camiseta. No había duda de la mirada en sus ojos, y yo no estaba dispuesto a discutir.

Pronto los dos estábamos completamente desnudos, y la pequeña voz dentro de mí queriendo saborear el momento y tomar las cosas con calma fue fácilmente dominada por los besos desesperados de Lali y los gemidos suaves que hizo cada vez que la tocaba casi en cualquier lugar.

La bajé al colchón, y su mano salió disparada hacia la mesita de noche. Al instante, recordé mi ruptura poco ceremoniosa de la pecera de condones para prometer mi soltería intencionada.

—Mierda —dije, jadeando—. Me deshice de ellos.

—¿Qué? ¿De todos? —Suspiré.

—Pensé que tú no... si no estaba contigo, no los necesitaría.

—¡Me estás tomando el pelo! —dijo, dejando caer la cabeza contra la cabecera de la frustración.

Me agaché, respirando con dificultad, apoyando mi frente contra su pecho.

—Considérate lo opuesto a una conclusión inevitable.
Los momentos siguientes fueron un borrón. Lali hizo algún extraño conteo, concluyendo que no podía quedar embarazada esa semana en particular, y antes de darme cuenta, estaba dentro de ella, sintiendo cada una de sus partes en contra de cada una de las mías. Nunca había estado con una chica sin la funda delgada de látex, pero al parecer una fracción de milímetro hizo una gran diferencia. Cada movimiento creando iguales y abrumadores sentimientos contradictorios: retrasar lo inevitable, o ceder porque se sentía tan jodidamente bueno.

Cuando la cadera de Lali se levantó contra la mía, y sus incontrolables quejidos y gemidos escalaron a un fuerte y satisfecho grito, yo no podía aguantar más.

—Lali —susurré desesperado—, necesito un... necesito...

—No te detengas —rogó. Sus uñas se clavaron en mi espalda.

Me balanceé en ella una última vez. Debo haber sido rudo, porque la mano de Lali voló hasta mi boca. Cerré los ojos, dejando ir todo, sintiendo que mis cejas se presionaron juntas mientras mi cuerpo se convulsionaba y se ponía rígido.

Respirando con dificultad, miré a los ojos de Lali. Usando sólo una sonrisa cansada, satisfecha, me miró, esperando algo. La besé una y otra vez, y luego tomé cada lado de su cara con las manos y la besé de nuevo, esta vez con más ternura.

La respiración de Lali se ralentizó, y suspiró. Incliné mi cuerpo hacia un lado, relajándome junto a ella, y luego la atraje hacia mí. Apoyó la mejilla contra mi pecho, su cabello en cascada bajo mi brazo. La besé en la frente una vez más, cerrando juntos los dedos en la parte baja de su espalda.

—No te vayas esta vez, ¿está bien? Quiero despertar tal como ahora en la mañana.

Lali me besó en el pecho, pero no levantó la vista. —No iré a ninguna parte.

Esa mañana, acostado con la mujer que amo, una silenciosa promesa se formó en mi cabeza. Iba a ser un mejor hombre para ella, alguien que merecía. No más perder el control. Se acabaron las rabietas, o estallidos de violencia.

Cada vez que apretaba mis labios contra su piel, esperando que despertara, repetía esa promesa en mi mente.

Lidiar con la vida fuera del apartamento mientras trataba de permanecer fiel a esa promesa resultó ser una lucha. Por primera vez, no sólo me importaba alguien, sino que también estaba desesperado por mantenerla. Sentimientos de sobreprotección y celos picaban el juramento que había hecho unas horas antes.

Para la hora del almuerzo, Chris Jenks me había hecho enfurecer y se lo regresé. Lali fue afortunadamente paciente y me perdonó, incluso cuando amenacé a Pablo veinte minutos más tarde.

Lali había demostrado más de una vez que ella podía aceptarme por lo que era, pero no quería ser el idiota violento al que todo mundo estaba acostumbrado. Mezclando mi rabia con estos nuevos sentimientos de celos era más difícil controlarme de lo que hubiera imaginado.
Recurrí a evitar situaciones que podrían lanzarme a la rabia, y permanecer ajeno al pensamiento de que Lali no sólo era increíblemente sensual, cada pene en el campus estaba curioso acerca de cómo ella había domado al único hombre que pensaban nunca se asentaría. Parecía que esperaban que yo lo jodiera todo para poder intentarlo ellos, lo cual sólo me hacía sentir aún más molesto y cascarrabias.

Para mantener mi mente ocupada, me centré en hacerles quedar en claro a las estudiantes de que yo estaba fuera del mercado, lo que había enfurecido a la mitad de población femenina de la escuela.

Caminando hacia The Red con Lali en Halloween, me di cuenta de que el aire frío de finales de otoño no obstaculizaba al gran número de mujeres a utilizar una gran variedad de trajes exhibicionistas. Abracé a mi novia, agradecido de que no viniera vestida como una Barbie prostituta, o jugadora-de-fútbol-guión-travestiputa, lo que significaba que el número de amenazas que tendría que hacer por mirar sus tetas o preocuparme porque se agachara se mantendrían al mínimo.
Nicolás y yo jugábamos billar mientras las chicas miraban. Estábamos ganando otra vez, después de habernos embolsado $360 en los dos últimos juegos.

Por la esquina de mi ojo, vi a Gastón acercarse a Eugenia y a Lali. Rieron un rato y luego Gastón las llevó hacia la pista de baile. La belleza de Lali destaca, incluso en medio de la piel desnuda, brillos y evidente escotes de Blanca Nieves y árbitros a su alrededor.

Antes de que terminara la canción, Eugenia y Lali dejaron a Gastón en la pista de baile y se dirigieron hacia la barra. Me levanté sobre las puntas de mis pies para encontrar la parte superior de sus cabezas en el mar de gente.

—Te toca—dijo Nicolás.

—Las chicas se han ido.

—Probablemente fueron por bebidas. Tira, mandilón.

Con vacilación, me incliné, concentrado en la bola, pero luego fallé.

—¡Peter! ¡Era un tiro fácil! ¡Me estás matando! —Se quejó Nicolás.

Todavía no podía ver a las chicas. Conocer los dos incidentes de agresión sexual el año anterior, me puso nervioso de que Lali  y Eugenia caminaran solas.

Drogar a chicas inocentes no era algo inaudito, incluso en nuestra pequeña ciudad universitaria.

Dejé mi palo de billar sobre la mesa y comencé a atravesar la pista de baile de madera.

La mano de Nicolás cayó en mi hombro. —¿A dónde vas?

—A encontrar a las chicas. Recuerdas lo que pasó el año pasado con esa chica Heather.

—Oh. Sí.

Cuando finalmente encontré a Lali y a Eugenia, vi a dos chicos comprándoles bebidas. Ambos eran chaparros, uno era más gordo que el otro, con el rostro sudoroso. Los celos deberían haber sido la última cosa que debería sentir al mirarlo, pero el hecho de que él claramente intentaba algo con mi novia hizo que esto tratara menos sobre cómo luce y más sobre mi ego; incluso aunque él no supiera que ella estaba conmigo, debería haberlo asumido simplemente al mirarla que no estaría sola. Mis celos se mezclaban con furia. Le había dicho a Lali una docena de veces que no hiciera algo tan potencialmente peligroso como aceptar una bebida de un extraño; la ira rápidamente asumió el control.

El tipo que le gritaba a Lali sobre el sonido de música se inclinó hacia ella.

—¿Quieres bailar?

Lali sacudió la cabeza. —No, gracias. Estoy aquí con mi…

—Novio —dije, cortándola. Bajé mi mirada hacia los tipos. Era casi ridículo tratar de intimidar a los dos hombres que vestían togas, pero aun así solté mi expresión: Te Voy a Matar. Hice una seña con la cabeza al otro extremo de la habitación—. Váyanse, ahora.

Los hombres se encogieron y luego miraron a Eugenia y a Lali antes de retirarse detrás de la cortina de la multitud.

Nicolás besó a Eugenia. —¡No puedo llevarte a ningún lado! —Ella rió y Lali me sonrió.

Yo estaba demasiado enojado como para devolverle la sonrisa.

—¿Qué? —preguntó, desconcertada.

—¿Por qué le permitiste comprarte una bebida?

Eugenia se soltó de Nicolás. —No lo hicimos, Peter. Les dije que no.

Tomé la botella de la mano de Lali. —Entonces, ¿qué es esto?

—¿Es en serio? —preguntó.

—Sí, es jodidamente en serio —dije, lanzando la cerveza en la basura cerca de la barra—. Te he dicho cientos de veces... no puedes aceptarle bebidas a cualquier chico. ¿Qué pasa si puso algo en ella?

Eugenia levantó su copa. —Las bebidas nunca salieron de nuestra vista, Pit. Estás exagerando.

—No estoy hablando contigo —le dije, mirando fijamente a Lali.

Sus ojos destellaban, reflejando mi ira. —No le hables así.

—Peter —me advirtió Nicolás—, déjalo ir.

—No me gusta que dejes a otros chicos comprarte bebidas —dije.

Lali levantó una ceja. —¿Estás intentando discutir?

—¿Te molestaría caminar hasta la barra y verme compartir una copa con alguna chica?

—Está bien. No eres consciente de todas las mujeres, ahora. Lo entiendo. Debo hacer el mismo esfuerzo.

—Sería bueno —dije, apretando mis dientes.

—Vas a tener que bajarle a tu tono de novio celoso, Peter. No hice nada malo.

—¡Camino aquí, y un tipo te está comprando una bebida!

—¡No le grites! —dijo Eugenia.

Nicolás puso su mano en mi hombro. —Todos hemos bebido bastante. Sólo salgamos de aquí.

La ira de Lali se volvió una mueca. —Tengo que decirle a Gastón que ya nos vamos —Se quejó, haciéndome a un lado para pasar a la pista de baile.

La tomé de la muñeca. —Voy contigo.
Se soltó de mi agarre. —Soy totalmente capaz de caminar unos metros por mí misma, Peter. ¿Qué está mal contigo?

Lali salió disparada rumbo a Gastón, quien movía sus brazos y saltaba en medio del suelo de madera. El sudor se vertía por su frente. Al principio él sonrió, pero cuando ella gritó que se iba, rodó sus ojos.

Lali dijo mi nombre sin hacer sonido. Me estaba echando la culpa, lo que sólo me hizo molestarme aún más. Por supuesto que me molestaría si ella hiciera algo que pudiera provocar que saliera lastimada. Parecía no importarle mucho cuando yo atacaba a Chris Jenks, pero cuando me molestaba sobre que aceptara bebidas de extraños, tenía la audacia de enojarse.

Al igual que mi ira hervida por la rabia, un idiota en un disfraz de pirata agarró a Lali y se presionó contra ella. El lugar se puso borroso, y antes de que fuera consciente, mi puño estaba en su rostro. El pirata cayó al suelo, pero cuando Lali se fue con él, regresé a la realidad.
Con sus palmas sobre el piso de baile, se veía aturdida. Yo estaba congelado en estado de shock, mirándola, en cámara lenta, giró su mano para ver que se encontraba cubierta de brillante sangre roja que chorreaba de la nariz del pirata.

Traté de levantarla. —¡Oh, mierda! ¿Estás bien, Pidge?

Cuando Lali se puso de pie, se apartó de mí, tirando de su brazo. —¿Estás loco?

Eugenia agarró la muñeca de Lali y tiró de ella a través de la multitud, sólo soltándola cuando estuvimos fuera. Tuve que caminar el doble de rápido para alcanzarlas.

En el estacionamiento, Nicolás había abierto el Charger y Lali se deslizó en su asiento.

Traté de suplicarle perdón. Estaba más que furiosa. —Lo siento, Pigeon, no sabía que te tenía agarrada.

—¡Tu puño estuvo a cuatro centímetros de mi cara! —dijo, agarrando la toalla manchada de aceite que Nicolás le había lanzado. Limpiándose la sangre de la mano, envolviendo la tela en cada dedo, claramente asqueada.

Pestañeé. —No lo habría atacado si hubiera sabido que te tenía agarrada. Sabes eso, ¿verdad?

—Cállate, Peter. Sólo cállate —dijo, mirando la parte trasera de la cabeza de Nicolás.

—Pidge...

Nicolás golpeó el volante con la palma de su mano. —¡Cállate, Peter! ¡Dijiste que lo sientes, ahora cierra la maldita boca!

No podía decir nada. Nicolás tenía razón: jodí toda la noche y repentinamente la posibilidad de que Lali me dejara era alarmante.

Cuando llegamos el apartamento, Eugenia besó a su novio para despedirse.

—Nos vemos mañana, bebé.

Nicolás asintió en resignación y la besó. —Te amo.

Yo sabía que se iban por mi culpa. De lo contrario, las chicas pasarían la noche en el apartamento al igual que cada fin de semana.

Lali pasó a mi lado hasta la Honda de Eugenia sin decir una palabra.

Me acerqué a su lado, formando una sonrisa incómoda en un intento de calmar la situación. —Vamos. No te vayas molesta.

—Oh, no estoy molesta. Estoy furiosa.

—Necesita tiempo para calmarse, Peter —me advirtió Eugenia, abriendo la puerta.

Cuando la cerradura se abrió, entré en pánico, puse mi mano contra la puerta. —No te vayas, Pigeon. Perdí el control. Lo siento.

Lali levantó la mano, mostrando los restos de sangre seca en su palma. —Llámame cuando crezcas.
Apoyé mi cadera contra la puerta. —No puedes irte.

Lali levantó una ceja y Nicolás trotó alrededor del auto para llegar a nosotros. —Peter, estás borracho. Estás a punto de cometer un grave error. Sólo déjala ir a casa, calmarse... ambos pueden hablar mañana cuando estén sobrios.

—No se puede ir —dije desesperado mirando fijamente a Lali a los ojos.

—No va a funcionar, Peter —dijo, tirando la puerta—. ¡Muévete!

—¿A qué te refieres con que no va a funcionar? —le pregunté, agarrando su brazo. El temor de Lali diciendo las palabras, terminando ahí me hizo reaccionar sin pensar.

—Me refiero a la cara triste. No voy a creérmela —dijo, soltándose.

Me invadió un alivio de corto plazo. No iba a terminarlo. Por lo menos, no todavía.
—Lali —dijo Nicolás—, este es el momento del que hablaba. Tal vez deberías…

—Mantente fuera de esto, Nico —soltó Eugenia, arrancando el auto.

—Lo voy a arruinar. Lo voy a arruinar bastante, Pidge, pero tienes que perdonarme.

—¡Voy a tener un moretón gigante en mi trasero mañana en la mañana! ¡Golpeaste a ese tipo porque estabas molesto conmigo! ¿Qué debería decirme eso? ¡Porque las banderas rojas están elevándose en todo el lugar ahora mismo!

—Nunca he golpeado a una chica en mi vida —dije, sorprendido de que siquiera pensara que podía ponerle una mano encima, o a cualquier otra mujer de hecho.

—¡Y yo no voy a ser la primera! —dijo, tirando de la puerta—. ¡Muévete, maldita sea!

Asentí, dando un paso hacia atrás. Lo último que quería era que se fuera, pero era mejor que estuviera furiosa a que terminara mandándome a la mierda.

Eugenia puso el coche en marcha, y vi a Lali a través de la ventana.

—Vas a llamarme mañana, ¿verdad? —le pregunté, tocando el parabrisas.

—Sólo vámonos, Euge —dijo, mirando hacia adelante.

Cuando ya no se veían las luces de freno, entré al apartamento.

—Peter —advirtió Nicolás—, no lo jodas, hermano. Lo digo en serio.

Asentí, caminando hacia mi cuarto derrotado. Parecía que justo cuando obtenía un puñado de cosas, mi maldito genio salía a relucir. Tenía que controlarlo, o iba a perder lo mejor que me había pasado.

Para pasar el tiempo, cociné chuletas de cerdo y puré de patatas, pero sólo lo esparcí por mi plato, incapaz de comer. Lavar la ropa ayudó a noquear una hora, y entonces decidí darle a Toto un baño. Jugamos un rato, pero incluso él me dejó y se acurrucó en la cama. Mirando hacia el techo, obsesionado con lo estúpido que había sido, no estaba siendo productivo, así que decidí sacar todos los platos del gabinete y lavarlos a mano.

La noche más larga de mi vida.

Las nubes comenzaron a colorarse, el sol comenzaba a salir. Agarré las llaves de la moto y salí a dar un paseo, acabé delante de Morgan Hall.

Harmony Handler estaba saliendo a correr. Me miró por un momento, manteniendo su mano sobre la puerta.

—Hola, Peter —dijo con su típica sonrisita. Que se desvaneció rápidamente—. Guau. ¿Está enfermo o algo? ¿Necesitas que te lleve a algún lugar? —Debo haber lucido como el infierno. Harmony siempre había sido un amor. Su hermano era un Sig Tau, por lo que no la conocía tan bien. Las hermanitas estaban prohibidas.

—Hola, Harmony —dije, intentando darle una sonrisa—. Quería darle una sorpresa a Lali con el desayuno. ¿Crees que pueda pasar?

—Eh... —dudó, mirando hacia atrás, a través de la puerta de cristal—. Nancy podría enloquecer. ¿Seguro que estás bien?

Nancy era la mamá del dormitorio de Morgan Hall. Había oído hablar de ella, pero nunca la había visto y dudaba que siquiera lo notara. Se decía por el campus que bebía más que los residentes y rara vez era vista fuera de su habitación.

—Sólo ha sido una noche larga. Vamos. —Sonreí—. Sabes que no le importará.

—Está bien, pero no fui yo.

Sostuve mi mano en mi corazón. —Lo prometo.

Subí las escaleras y toqué suavemente en la puerta de Lali.

La perilla giró rápidamente, pero la puerta se abrió lentamente, gradualmente, revelando a Lali y Eugenia al otro lado del cuarto. La mano de María se retiró de la perrilla y regresó a las sábanas de su cama.

—¿Puedo pasar?

Lali se sentó rápidamente. —¿Estás bien?

Entré y caí de rodillas ante ella. —Lo siento, Lali. Lo siento —dije, envolviendo mis brazos alrededor de su cintura y enterrando la cabeza en su regazo.

Lali acunó mi cabeza en sus brazos.

—Yo, uh... —tartamudeó Eugenia—. Me voy.

La compañera de Lali, María dio pisotones por el cuarto, agarrando sus cosas para ducharse. —Siempre estoy muy limpia cuando estás por aquí, Lali —dijo, golpeando la puerta detrás de ella.

Miré a Lali. —Sé que me vuelvo loco cuando se trata de ti, pero Dios sabe que lo estoy intentando, Pidge. No quiero arruinarlo.

—Entonces no lo hagas —dijo simplemente.

—Esto es difícil para mí, ¿sabes? Siento que en cualquier momento vas a averiguar cuan pedazo de mierda soy y me vas a dejar. Cuando bailaban anoche, vi una docena de tipos mirándote. Vas a la barra, y veo que agradeces a ese chico por la bebida. Luego esa bolsa de mierda en la pista de baile te agarra.

—Tú no me ves a mí golpeando a cualquier chica que se te acerca. No puedo quedarme encerrada en el apartamento todo el tiempo. Vas a tener que controlar tu temperamento.

—Lo haré —dije, asintiendo—. Nunca he querido a una novia antes, Pigeon. No estoy acostumbrado a sentirme de esta manera acerca de alguien... por nadie. Si eres paciente conmigo, juro que me controlaré.

—Vamos aclarar algo; no eres un pedazo de mierda, eres increíble. No importa quién me compre bebidas o quien me invite a bailar o quién coquetee conmigo. Voy a casa contigo. Me has pedido que confíe en ti, y tú no pareces confiar en mí.

Fruncí el ceño. —Eso no es verdad.

—Si piensas que voy a dejarte por cualquier tipo que se aparezca, entonces no me tienes mucha fe.

Apretó mi agarre. —No soy lo suficientemente bueno para ti, Pidge. Eso no quiere decir no confíe en ti, sólo me preparo para lo inevitable.

—No digas eso. Cuando estamos solos, eres perfecto. Somos perfectos. Pero luego dejas que todos los demás lo arruinen. No espero un cambio de 180 grados, pero tienes que elegir tus batallas. No puedes pelear cada vez que alguien me mire.

Asentí, sabiendo que tenía razón. —Hago todo lo que tú quieras. Sólo... dime que me amas. —Era plenamente consciente lo ridículo que sonaba, pero no importaba ya.

—Sabes que lo hago.

—Necesito oírte decirlo.

—Te amo —dijo. Tocó mis labios con los suyos y luego me alejó unos centímetros—. Ahora deja de ser tan bebé.

Una vez que me besó, mi corazón comenzó a calmarse y todos los músculos en mi cuerpo se relajaron. Me aterró lo mucho que la necesitaba. No podía imaginar que el amor fuera así para todos, de ser así los hombres andarían por ahí caminando como locos en el segundo que fueran lo suficientemente grandes como para notar a las niñas.

Tal vez sólo era yo. Tal vez éramos sólo ella y yo. Tal vez juntos éramos esta entidad volátil que hacía implosión o se fundía. De cualquier manera, parecía que en el momento en que la encontré, mi vida se había volteado boca abajo. Y no quería que fuera de ninguna otra manera.


CONTINUARÁ...

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