miércoles, 17 de diciembre de 2014

Capítulo 11

11
PERRA FRÍA



Volver a casa solo, en el asiento trasero del Charger de Nicolás, era poco estimulante. Eugenia tiró sus tacones y rió mientras tocaba la mejilla de Nicolás con su dedo gordo. Debía de estar locamente enamorado de ella, ya que él sólo sonrió, divertido con su risa contagiosa.

Mi teléfono sonó. Era Adam. —Tengo un novato listo para dentro de una hora. En Hellerton.

—Sí, eh… No puedo.

—¿Qué?

—Me escuchaste. Dije que no puedo.

—¿Estás enfermo? —preguntó Adam, la ira creciendo en su voz.

—No. Debo asegurarme de que Pidge regrese a salvo a casa.

—Tuve muchos problemas para armar esto, Lanzani.

—Lo sé. Lo siento. Tengo que irme.

Suspiré cuando Nicolás se estacionó en su puesto frente al apartamento y el Porsche de Pablo no se encontraba por ningún lado.

—¿Vienes, primo? —preguntó Nicolás, volteándose en su asiento.

—Sí —dije, mirando mis manos—. Sí, supongo.

Nicolás empujó su asiento hacia adelante para dejarme salir, y me detuve junto al pequeño cuerpo de Eugenia.

—No tienes nada de qué preocuparte, Pit. Confía en mí.

Asentí una vez y los seguí por las escaleras. Fueron directo a la habitación de Nicolás y cerraron la puerta. Caí en el sillón reclinable, escuchando las risas incesantes de Eugenia, y tratando de no imaginar a Pablo poniendo sus manos en la rodilla de Lali, o en su muslo.

Menos de diez minutos después, el motor de un carro ronroneó afuera, e hice mi camino hacia la puerta, sosteniendo la perilla. Podía oír dos pares de pies subiendo por las escaleras. Eran tacones. Una ola de alivio me llenó. Lali estaba en casa.

Sólo sus murmullos se filtraron por la puerta. Cuando hubo silencio y la perilla de la puerta se movió, la giré por completo y abrí rápidamente.

Lali cayó a través del umbral y sostuve su brazo. —Tranquila.

Inmediatamente se volteó para ver la expresión en la cara de Pablo. Era tensa, como si no supiera qué pensar, pero se recuperó rápido, fingiendo ver más allá de mí hacia el interior del apartamento.

—¿Ninguna joven humillada, varada, que necesite un aventón a casa?

Le lancé una mirada furiosa. Él tenía agallas. —No empieces conmigo.

Pablo sonrió y guiñó un ojo a Lali. —Siempre estoy dándole problemas. Ya no tan seguido como solía ser, ya que descubrió que era más fácil si hacía que ellas manejaran sus propios transportes.

—Supongo que eso simplifica las cosas —dijo Lali, volviéndose hacia mí con una sonrisa divertida.

—No es gracioso, Pidge.

—¿Pidge? —preguntó Pablo.

Lali se movió nerviosamente. —Es, eh… una abreviatura de Pigeon. Es sólo un apodo, ni siquiera sé de dónde lo sacó.

—Tendrás que contármelo cuando lo averigües. Suena como una buena historia. —Pablo sonrió—. Buenas noches, Lali.

—¿Quieres decir buenos días? —preguntó ella.
—Eso también —dijo con una sonrisa que me hizo querer vomitar.

Lali estaba ocupada desvaneciéndose, así que para traerla de vuelta a la realidad, cerré de golpe la puerta sin advertencia. Se echó hacia atrás.

—¿Qué? —espetó.

Pisoteé por el pasillo hacia la habitación, con Lali detrás de mí. Se detuvo justo en la puerta, saltando en un pie, tratando de quitarse su tacón. —Él es bueno, Pit.

Observé su lucha para balancearse con una pierna, y finalmente decidí ayudarla antes de que se cayera. —Te vas a lastimar —dije, enganchando mi brazo en su cintura con una mano, y quitando sus tacones con la otra. Me quité la camisa y la tiré en una esquina.

Para mi sorpresa, Lali alcanzó su espalda para bajar la cremallera de su vestido, lo deslizó hacia abajo, y luego pasó una camiseta sobre su cabeza. Hizo una especie de truco de magia con su corpiño para quitarlo y sacarlo de su camiseta. Todas las mujeres parecen saber la misma maniobra.

—Estoy segura de que no hay nada que no hayas visto antes —dijo, rodando sus ojos. Se sentó en el colchón y luego empujó sus piernas entre las cobijas y las sábanas. La observé acurrucarse contra la almohada, y luego me quité mis vaqueros, pateándolos a la esquina también.

Estaba curvada en una bola, esperando que fuera a la cama. Me irritaba que hubiera venido a casa con Pablo y que ahora se hubiera desvestido en frente de mí como si nada, pero al mismo tiempo, ese era justo el jodido tipo de situación platónica en la que estábamos, y era todo gracias a mí.

Tantas cosas crecían en mi interior. No sabía qué hacer con todo eso. Cuando hicimos la apuesta, no se me ocurrió que ella podría salir con Pablo.

Hacer un berrinche sólo la llevaría directo a sus brazos. En el fondo, sabía que haría lo que fuera para mantenerla cerca. Si mantener mis celos escondidos significaba más tiempo con Lali, eso es lo que yo haría.
Me arrastré en la cama hasta su lado y levanté mi mano, apoyándola sobre su cadera.

—No fui a una pelea esta noche. Adam llamó. No fui.

—¿Por qué? —preguntó, volteándose.

—Quería asegurarme de que llegarás a casa.

Arrugó su nariz. —No hace falta que me cuides.

Tracé el largo de su brazo con mi dedo. Era tan cálida. —Lo sé. Creo que todavía me siento mal por la otra noche.

—Te dije que no me importaba.

—¿Es por eso que dormiste en el sillón? ¿Por qué no te importaba?

—No podía conciliar el sueño luego de que tus… amigas se fueran.

—Dormiste perfectamente en el sillón. ¿Por qué no podías dormir conmigo?

—Quieres decir, ¿junto a un hombre que todavía olía al par de zorras de bar que acababa de  enviar a casa? ¡No lo sé! ¡Qué egoísta de mi parte!

Retrocedí, tratando de mantener la imagen fuera de mi cabeza. —Te dije que lo sentía.

—Y yo te dije que no me importaba. Buenas noches —dijo, y se volteó.

Me estiré a través de la almohada para poner mi mano en la suya, acariciando el interior de sus dedos. Me incliné y besé su cabello. —Estuve tan preocupado de que no me volvieras a hablar… creo que es peor que seas indiferente.

—¿Qué quieres de mí, Peter? No quieres que esté enojada por lo que hiciste, pero quieres que me importe. Le dijiste a Eugenia que no quieres nada conmigo, pero te enojas tanto cuando yo digo lo mismo, tanto que sales como alma que lleva el diablo y te pones ridículamente borracho. No tienes ningún sentido.
Sus palabras me sorprendieron. —¿Por eso le dijiste aquellas cosas a Eugenia? ¿Por qué le dije que no saldría contigo?

Su expresión era una combinación de sorpresa e ira. —No, quise decir lo que dije. Sólo que no lo decía como un insulto.

—Yo sólo lo dije porque no quiero arruinar las cosas, Pidgeon. Ni siquiera sé cómo merecerte. Trataba de comprenderlo en mi cabeza.

Decir las palabras me hacía sentir enfermo, pero tenían que ser dichas.

—Como sea. Necesito dormir un poco. Tengo una cita esta noche.

—¿Con Pablo?

—Sí. ¿Puedo dormir?

—Por supuesto —dije, saliendo de la cama. Lali no dijo una palabra mientras la dejaba atrás. Me senté en el sillón reclinable, cambiando los canales de la televisión. Demasiado para mantener mi temperamento controlado, pero maldición, esa mujer se podía meter bajo mi piel. Hablar con ella era como tener una conversación con un agujero negro. No importaba lo que dijera, incluso las pocas veces que era claro acerca de mis sentimientos. Su oído selectivo era exasperante. No podía hacerla comprender, y ser directo sólo parecía enojarla.

El sol salió media hora después. A pesar de mi ira residual, fui capaz de quedarme dormido.

Unos momentos después, mi teléfono sonó. Me revolví para buscarlo, todavía medio dormido, y luego lo sostuve contra mi oreja. —¿Sí?

—¡Estúpido! —dijo Bautista, fuerte en mi oído.

—¿Qué hora es? —pregunté, mirando el televisor. Pasaban los dibujos animados de los sábados por la mañana.

—Las diez y algo. Necesito tu ayuda con el camión de papá. Creo que es el módulo de la ignición. Ni siquiera está encendiendo.
—Bauti —dije a través de un bostezo—. No sé un carajo acerca de carros. Por eso tengo una moto.

—Entonces, pregúntale a Nicolás. Tengo que ir a trabajar en una hora, y no quiero dejar a papá varado.

Bostecé de nuevo. —Maldición, Bauti, no dormí en toda la noche. ¿Qué está haciendo Tyler?

—¡Trae tu trasero hasta acá! —gritó antes de colgar.

Lancé mi teléfono al sofá y luego me levanté, mirando el reloj en el televisor.

Bauti no se había alejado mucho cuando adivinó la hora. Eran las diez con veinte minutos.

La puerta de Nicolás estaba cerrada, así que escuché por un minuto antes de tocar dos veces y asomar mi cabeza dentro. —Oye, Nico. ¡Nicolás!

—¿Qué? —dijo Nicolás. Su voz sonaba como si hubiera tragado grava y la hubiera pasado con ácido.

—Necesito tu ayuda.

Eugenia lloriqueó un poco, pero no se movió.
—¿Con qué? —preguntó Nicolás. Se sentó, tomando una camiseta del suelo y deslizándola sobre su cabeza.

—El camión de papá no arranca. Bauti cree que es la ignición.

Nicolás terminó de vestirse y luego se inclinó sobre Eugenia. —Voy a donde Pablo por unas horas, nena.

—¿Hmmm?

Nicolás besó su frente. —Voy a ayudar a Peter con el camión de Pablo. Regresaré.

—Está bien —dijo Eugenia, durmiéndose de nuevo antes de que Nicolás dejara la habitación. Se puso el par de tenis que estaban en la sala y tomó sus llaves.

—¿Vienes o qué? —preguntó.

Caminé por el pasillo hasta mi habitación, arrastrando el trasero como cualquier hombre que sólo ha tenido cuatro horas de sueño, y no ha dormido bien.

Me coloqué una camiseta sin mangas y luego una sudadera con capucha, y unos vaqueros. Haciendo lo mejor posible para caminar silencioso, gentilmente giré la perilla de la puerta de mi cuarto, pero me detuve antes de salir. La espalda de Lali estaba hacia mí, su respiración uniforme, y sus piernas desnudas tendidas en direcciones opuestas. Tuve un casi incontrolable impulso de meterme en la cama con ella.

—¡Vamos! —llamó Nicolás.

Cerré la puerta y lo seguí hasta el Charger. Tomamos turnos para bostezar durante todo el camino hasta donde papá, demasiado cansados para conversar.
La entrada de grava crujió bajo las llantas del Charger, y saludé a Bautista y a papá antes de pisar el patio.

El camión de papá estaba estacionado en frente de la casa. Empujé mis manos en los bolsillos delanteros de mi sudadera, sintiendo el frío en el aire. Hojas caídas crujían bajo mis botas mientras caminaba a través del césped.

—Bueno, hola, Nicolás —dijo papá con una sonrisa.

—Hola, tío Pablo. Escuché que tenías un problema de ignición.

Papá puso una mano en su cintura redonda. —Eso creemos… eso creemos.

—Asintió, mirando el motor.

—¿Qué les hace creer eso? —preguntó Nicolás, enrollando sus mangas.

Bautista señaló el salpicadero. —Eh… está derretido. Ese fue mi primer indicio.
—Bien hecho —dijo Nicolás—. Peter y yo iremos a la tienda de repuestos y recogeremos uno nuevo. Lo pondré y estarás listo.

—En teoría —dije, pasándole un destornillador a Nicolás.

Desatornilló los pernos del módulo de ignición y luego lo quitó. Todos observamos la cubierta derretida.

Nicolás señaló el descubierto sitio donde el módulo de ignición estaba. —Vamos a tener que remplazar esos cables. ¿Ven las marcas de quemaduras? —preguntó, tocando el metal—. El aislamiento de los cables está derretido también.

—Gracias, Nico. Voy a bañarme. Tengo que alistarme para ir a trabajar —dijo Bautista.

Nicolás usó el destornillador para dar un saludo descuidado a Bautista, y luego lo tiró en la caja de herramientas.

—Chicos, parece que tuvieron una larga noche —dijo papá.
La mitad de mi boca se levantó. —Así fue.

—¿Cómo está tu joven dama? ¿Eugenia?

Nicolás asintió, una amplia sonrisa se ubicó a través de su cara. —Está bien, Pablo. Todavía dormida.

Papá se rió una vez y asintió. —¿Y tu joven dama?

Me encogí de hombros. —Tiene una cita con Pablo Martínez esta noche. No es exactamente mía, papá.

Papá guiñó un ojo. —Todavía.

La expresión de Nicolás cayó. Luchaba contra un ceño fruncido.

—¿Qué es esto, Nico? ¿No apruebas la paloma de Peter?

El uso poco serio del apodo de papá en Lali tomó a Nicolás por sorpresa, y su boca tembló, amenazando una sonrisa. —No, me gusta Lali, está bien. Es sólo que es lo más cercano a una hermana para Eugenia. Me pone nervioso.

Papá asintió enfáticamente. —Entendible. Aunque, me parece que esta es diferente, ¿no crees?

Nicolás se encogió de hombros. —Ese en parte es el punto. No quiero que el primer corazón roto de Peter sea por la mejor amiga de Eugenia. Sin ofender, Peter.

Fruncí el ceño. —No confías en mí en absoluto, ¿verdad?

—No es eso. Bueno, más o menos.

Papá tocó el hombro de Nicolás. —Tienes miedo, ya que este es el primer intento de Peter en una relación, va a meter la pata y a estropear las cosas para ti.

Nicolás agarró un trapo sucio y se limpió las manos. —Me siento mal por admitirlo, pero sí. Sin embargo, estoy apoyándote, hermano, realmente lo hago.

Bautista dio un portazo en la puerta con tela metálica cuando salió de la casa. Me dio un puñetazo en el brazo, incluso antes de que lo viera levantar un puño.

—¡Hasta luego, perdedores! —Bautista se detuvo y giró sobre sus talones—. No me refería a ti, papá.

Papá ofreció una media sonrisa y sacudió la cabeza. —Claro que no, hijo.

Bauti sonrió, y luego se metió en su coche, un Dodge Intrepid rojo oscuro y deteriorado. Ese auto no era genial ni siquiera cuando íbamos al instituto, pero él lo amaba. Sobre todo porque lo compró con su esfuerzo. Un pequeño cachorro negro ladró, volviendo mi atención hacia la casa.

Papá sonrió, palmeando su muslo. —Bueno, vamos, miedoso.

El cachorro dio un par de pasos hacia adelante, y luego retrocedió a la casa, ladrando.

—¿Cómo lo está haciendo? —pregunté.
—Hizo pis en el baño dos veces.

Hice una mueca. —Lo siento.

Nicolás se rió. —Al menos entendió la idea.

Papá asintió y sacudió la mano con indulgencia.

—Sólo hasta mañana —le dije.

—Está bien, hijo. Ha estado entreteniéndonos. A Bauti le gusta.

—Bien. —Sonreí.

—¿Dónde estábamos? —preguntó papá.

Me froté el brazo que latía por el puñetazo de Bauti. —Nicolás me recordaba el fracaso que cree que soy cuando se trata de chicas.

Nicolás se rió una vez. —Eres un montón de cosas, Pit. Un fracaso no es una de ellas. Sólo creo que tienes un largo camino por recorrer, entre tú y el temperamento de Lali, las probabilidades están en tu contra.

Mi cuerpo se tensó y me enderecé. —Lali no tiene un mal temperamento.

Papá sacudió la mano. —Cálmate, pequeño. No está hablando mal de Lali.

—Ella no es así.

—Está bien —dijo papá con una pequeña sonrisa. Siempre sabía cómo manejarnos cuando las cosas se ponían tensas, y por lo general trataba de apaciguarnos antes de que hubiéramos ido demasiado lejos.

Nicolás tiró el trapo sucio sobre la caja de herramientas. —Vamos a conseguir ese repuesto.

—Déjame saber cuánto te debo.

Negué con la cabeza. —Lo tengo, papá. Estamos a mano por el perro.

Papá sonrió y comenzó a recoger el desorden que Trenton dejó en la caja de herramientas. —Está bien, entonces. Nos vemos en un rato.

Nicolás y yo fuimos en el Charger a la tienda de repuestos. Hacía mucho frío. Apreté los extremos de mis mangas en los puños para mantener las manos calientes.

—Es una perra fría hoy —dijo Nicolás.

—Casi.

—Creo que le va a gustar el cachorro.

—Eso espero.

Después de unos cuantos minutos de silencio, Nicolás asintió. —No era mi intención insultar a Lali. Lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé.

—Sé lo que sientes por ella, y la verdad es que espero que funcione. Sólo estoy nervioso.

—Sí.

Nicolás se detuvo en el estacionamiento de la tienda de repuestos y estacionó, pero no apagó el motor. —Tiene una cita con Pablo Martínez esta noche, Peter. ¿Cómo crees que estarás cuando pase a recogerla? ¿Has pensado en ello?

—Estoy tratando de no hacerlo.

—Bueno, tal vez deberías. Si realmente quieres que esto funcione, tienes que dejar de reaccionar de la manera que quieres, y reaccionar de la manera en que funcione para ti.

—¿Cómo?

—¿Crees que vas a ganar algún punto si estás haciendo un mohín mientras ella se está preparando y, a continuación, actúas como un idiota con Pablo? ¿O crees que ella apreciará si le dices lo increíble que se ve y la despides como un amigo haría?

—No quiero ser sólo su amigo.

—Ya lo sé, y lo sabes, y Lali probablemente lo sabe, también... y puedes estar absolutamente seguro de que Pablo lo sabe.

—¿Tienes que seguir diciendo ese jodido nombre?

Nicolás apagó el motor. —Vamos, Pit. Tú y yo sabemos que siempre y cuando sigas mostrándole a Pablo que lo que hace te cabrea, él seguirá ese juego.

No le des la satisfacción, y juega mejor que él. Demostrará lo imbécil que es, y Lali se librará de él por su cuenta.

Pensé en lo que estaba diciendo, y luego lo miré. —¿Tú... realmente lo crees?

—Sí, ahora vamos a conseguir ese repuesto para Pablo y volvamos a casa antes de que Eugenia se despierte y explote mi teléfono porque ya no se acuerda de lo que le dije cuando me fui.

Me reí y seguí a Nicolás en la tienda. —Es un jodido idiota.
No pasó mucho tiempo para encontrar la parte que Nicolás buscaba, y no mucho más para que la remplazara. En poco más de una hora, Nicolás había instalado el módulo de encendido, encendió el camión, y tuve una visita lo suficientemente larga con papá. Para cuando nos despedíamos mientras el Charger retrocedía fuera de la calzada, ya era unos pocos minutos después de mediodía.

Como Nicolás predijo, Eugenia ya estaba despierta en el momento en que llegamos al apartamento. Trató de actuar irritada antes de que Nicolás explicara nuestra ausencia, pero era obvio que estaba más que contenta de tenerlo en casa.

—He estado tan aburrida. Lali sigue durmiendo.

—¿Todavía? —le pregunté, quitándome las botas.

Eugenia asintió e hizo una mueca. —A la chica le gusta dormir. A menos que se haya emborrachado increíblemente la noche anterior, duerme para siempre. He dejado de intentar convertirla en una persona mañanera.

La puerta crujió cuando la abrí lentamente. Lali estaba boca abajo, casi en la misma posición que estaba cuando me fui, justo al otro lado de la cama. Parte de su cabello estaba enmarañado contra su cara, la otra en suaves ondas a través de mi almohada.

La camiseta de Lali se agrupaba alrededor de su cintura, dejando al descubierto sus bragas azul claro. Sólo eran de algodón, no era particularmente sexy, y parecía en estado de coma, pero aun así, mirándola acostada al azar en mis sábanas blancas con el sol de la tarde entrando por las ventanas, su belleza era indescriptible.

—¿Pidge? ¿Vas a levantarte hoy?

Murmuró y luego volvió la cabeza. Di unos cuantos pasos más en la habitación.

—Pigeon.

—Hep... merf... furfon... shaw.
Eugenia tenía razón. No despertaría pronto. Cerré la puerta suavemente detrás de mí, y entonces me uní a Nicolás y Eugenia en la sala de estar. Comían de un plato de nachos que Eugenia había hecho, mirando algo de chicas en la televisión.

—¿Se despertó? —preguntó Eugenia.

Negué con la cabeza, sentándome en el sillón. —Nop. Estaba hablaba de algo, sin embargo.

Eugenia sonrió, con los labios sellados para evitar que los alimentos se cayeran. —Hace eso —dijo, con la boca llena—. Oí que te fuiste de tu habitación anoche. ¿Qué ocurrió?

—Estaba siendo un imbécil.

Las cejas de Eugenia se levantaron. —¿Cómo es eso?

—Me sentía frustrado. Casi le dije cómo me sentía y era como si le hubiera entrado por un oído y salido por el otro.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Cansado por el momento.

Un nacho voló a mi cara, pero se quedó corto, aterrizando en mi camisa. Lo recogí y lo metí en mi boca, haciendo crujir la tortilla, el queso y la crema agria. No era del todo malo.

—Lo digo en serio. ¿Qué le dijiste?

Me encogí de hombros. —No me acuerdo. Algo acerca de ser quien se merecía.

—Oh —dijo Eugenia, suspirando. Se apartó de mí, en dirección a Nicolás, con una sonrisa irónica—. Eso fue muy bueno. Incluso tú tienes que admitirlo.

La boca de Nicolás se curvó a un lado, esa era la única reacción que obtendría de él por ese comentario.

—Eres un gruñón —dijo Eugenia, con el ceño fruncido.

Nicolás se levantó. —No, cariño. Simplemente no me estoy sintiendo del todo bien. —Cogió una revista de automóviles de la mesa, y se dirigió al baño.

Con una expresión simpática, Eugenia observó a Nicolás salir, y luego se volvió hacia mí, con el rostro transformándose por el disgusto. —Supongo que utilizaré tu baño durante las próximas horas.

—Si no quieres perder tu sentido del olfato por el resto de tu vida.

—Puede que quiera después de eso —dijo, temblando.

Eugenia volvió a poner la película, y vimos el resto de ella. Realmente no sabía de lo que iba. Una mujer hablaba algo sobre vacas viejas y como su compañero de cuarto era un gigoló. Al final de la película, Nicolás se nos había unido, y el personaje principal se había dado cuenta de que tenía sentimientos por su compañera de cuarto, ella no era una vaca vieja, después de todo, y el gigoló, ahora reformado, estaba enojado por algún estúpido malentendido. Ella sólo tenía que perseguirlo por la calle, besarlo, y todo estaba bien. No era la peor película que jamás había visto, pero aun así era una película para chicas... y todavía de mala calidad.

Al medio día, el apartamento estaba bien iluminado, y el televisor encendido, aunque en silencio. Todo parecía normal, pero también vacío. Los anuncios robados estaban aún en las paredes, colgaban al lado de nuestros carteles favoritos de cerveza con chicas calientes semidesnudas posando en varias posiciones. Eugenia había limpiado el apartamento, y Nicolás se encontraba tumbado en el sofá, pasando entre los canales. Era un sábado normal. Pero algo estaba mal. Algo faltaba.

Lali.

Incluso con ella en la habitación de al lado, dormida, el apartamento se sentía diferente sin su voz, sus golpes juguetones, o incluso el sonido de ella mordiéndose las uñas. Me había acostumbrado a todo esto, en nuestro poco tiempo juntos.

Justo cuando los créditos de la segunda película comenzaron a rodar, oí la puerta de la habitación abrirse y los pies de Lali arrastrándose por el suelo. La puerta del baño se abrió y se cerró. Iba a empezar a prepararse para su cita con Pablo.

Al instante, mi temperamento comenzó a hervir.

—Pit —advirtió Nicolás.

Las palabras de Nicolás de hoy temprano se repetían en mi cabeza. Pablo estaba jugando el juego, y yo tenía que jugar mejor. Mi adrenalina se calmó, y me relajé contra el cojín del sofá. Ya era hora de poner mi cara de póquer.

El zumbido de los tubos del baño señalaron la intención de Lali de tomar una ducha. Eugenia se puso de pie, y luego casi bailó hacia mi baño. Podía oír sus voces bromeando, pero no pude entender lo que decían.

Me acerqué suavemente al pasillo, y acerqué la oreja a la puerta.

—No estoy muy emocionado de que escuches a mi chica orinar —dijo Nicolás en un susurro.

Puse mi dedo en los labios, y luego volví mi atención a sus voces.

—Se lo he explicado —dijo Lali.

Se escuchó la cadena del inodoro y el grifo se encendió, y de repente Lali gritó. Sin pensarlo, agarré el pomo de la puerta y la abrí.

—¿Pidge?

Eugenia se echó a reír. —Sólo tiré la cadena del inodoro, Pit, cálmate.

—Oh. ¿Estás bien, Pigeon?

—Estoy genial. Fuera. —Cerré la puerta y suspiré. Eso fue una estupidez.

Después de unos segundos de tensión, me di cuenta de que ninguna de las chicas sabía que me encontraba justo al otro lado de la puerta, así que coloqué la oreja en la madera de nuevo.

—¿Es mucho pedir cerraduras para las puertas?—preguntó Lali—. ¿Euge?
—Es realmente una lástima que ustedes dos no pudieron estar en la misma página. Tú eres la única chica que podría haber… —Suspiró—. Olvídalo. Ya no importa.

El agua se apagó. —Eres tan mala como él —dijo Lali, su voz cargada con frustración—. Es un virus… nadie aquí tiene sentido. Estás enojada con él, ¿recuerdas?

—Lo sé —respondió Eugenia.

Esa fue mi señal para volver a la sala de estar, pero mi corazón latía a un millón de kilómetros por hora. Por alguna razón, si Eugenia pensaba que estaba bien, sentía como si tuviera luz verde, que yo no era un completo idiota por tratar de estar en la vida de Lali.

Tan pronto como me senté en el sofá, Eugenia salió del baño.

—¿Qué? —preguntó ella, sintiendo que algo andaba mal.

—Nada, cariño. Ven a sentarte —dijo Nicolás, acariciando el espacio vacío a su lado.

Eugenia felizmente cumplió, tumbándose a su lado, con el torso apoyado en su pecho.

El secador de pelo se encendió en el baño, y miré el reloj. La única cosa peor que tener que estar bien con Lali saliendo en una cita con Pablo, era tener a Pablo esperando a Lali en mi apartamento. Mantener la calma durante unos minutos mientras ella agarraba su bolso y salía era una cosa. Mirar su fea cara mientras se sentaba en mi sofá, sabiendo que él planeaba entrar en sus pantalones al final de la noche, era otra.

Un poco de mi ansiedad se alivió cuando Lali salió del baño. Llevaba un vestido rojo, y sus labios combinaban a la perfección. Su cabello en rizos, me recordó a una de esas chicas modelos de los años cincuenta. Pero, mejor… Mucho mejor.

Sonreí, y ni siquiera estaba obligado. —Estás... hermosa.

—Gracias —dijo, claramente tomándola con la guardia baja.

El timbre sonó, y al instante la adrenalina se apoderó de mis venas. Tomé una respiración profunda, decidido a mantener la calma.

Lali abrió la puerta, y a Pablo le tomó varios segundos para hablar.

—Eres la criatura más hermosa que he visto —susurró.

Sí, definitivamente iba a vomitar antes de que terminara lanzando un puñetazo. Qué perdedor.

La sonrisa de Eugenia se extendió de una oreja a la otra. Nicolás parecía muy feliz, también. Negándome a dar la vuelta, mantuve mis ojos en el televisor. Si veía la mirada de suficiencia en el rostro de Parker, treparía sobre el sofá y lo noquearía al piso sin que siquiera diera un paso.

La puerta se cerró y me incliné hacia adelante, con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos.
—Lo hiciste bien, Pit —dijo Nicolás.


—Necesito un trago.


CONTINUARÁ.... Como mañana no subiré, y el viernes no lo sé, os subo hoy otro :) Gracias por leer y firmar! Besitos. 

2 comentarios: