6
CHUPITOS
El sol acababa de empezar a arrojar sombras sobre las paredes de
mi habitación cuando abrí los ojos. El pelo de Lali estaba enredado y
desordenado, cubriendo mi cara. Respiré profundamente por la nariz.
Amigo. ¿Qué estás
haciendo… además de ser espeluznante? pensé. Me giré sobre mi
espalda, pero antes de poder detenerme a mí mismo, inspiré otra vez. Ella
todavía olía a champú y loción.
Unos segundos más tarde, sonó la alarma y Lali empezó a
despertarse.
Pasó su mano por mi pecho y luego la retiró.
—¿Peter? —dijo aturdida—. La alarma. —Esperó un minuto y luego
suspiró, estirándose por encima de mí, esforzándose hasta que finalmente
alcanzó la alarma y luego le dio un golpe contra el plástico hasta que el ruido
se detuvo.
Se dejó caer contra la almohada y resopló. Una risita escapó de
mis labios y jadeó.
—¿Estabas despierto?
—Prometí que me portaría bien. No dije nada al respecto de
permitirte acostarte sobre mí.
—No me acosté sobre
ti. No podía alcanzar el despertador. Esa tiene que ser la alarma más molesta
que he oído. Suena como un animal moribundo.
—¿Quieres desayunar? —Coloqué las manos detrás de mi cabeza.
—No tengo hambre.
Parecía enfadada por algo, pero ignoraba por qué. Probablemente no
era una persona mañanera. Aunque con esa lógica, en realidad no era una persona
de tarde o una persona nocturna, tampoco. Ahora que lo pensaba, era una especie
de perra malhumorada… y me gustaba.
—Bueno, yo sí. ¿Por qué no vienes conmigo a la cafetería que está
cerca?
—No creo que pueda soportar tu falta de habilidad para conducir
tan temprano.
Metió sus pequeños pies en sus zapatillas y luego se dirigió
arrastrando los pies hasta la puerta.
—¿A dónde vas?
Se enfadó al instante. —A vestirme e ir a clase. ¿Necesitas un
itinerario mientras estoy aquí?
¿Quería jugar duro? Está bien. Jugaría. Caminé hacia ella y apoyé
las manos sobre los hombros. Maldita sea, su piel se sentía bien contra la mía.
—¿Siempre eres tan temperamental o eso cambiará una vez que creas que no estoy
elaborando ningún complejo plan para meterme en tus bragas?
—No soy
temperamental.
Me incliné, susurrando en su oído—: No quiero acostarme contigo,
Pidge. Me gustas demasiado.
Su cuerpo se tensó, y luego me fui sin decir otra palabra. Saltar
de un lado a otro para celebrar la emoción de la victoria habría sido un poco
obvio, así que me contuve hasta que estuve lo suficientemente escondido detrás
de la puerta, y luego hice unos cuantos golpes con el puño en el aire de modo
festivo.
Hacerla estar en guardia no era siempre fácil, pero cuando
funcionaba, me sentía como si estuviera un paso más cerca de… ¿De qué? No
estaba exactamente seguro. Simplemente se sentía correcto.
Había pasado mucho tiempo desde que había ido a comprar algo de
comida, así que el desayuno no era muy elaborado, pero era lo suficientemente
bueno. Rompí unos huevos en un bol, añadí una mezcla de cebolla, pimientos
verdes y rojos, y luego lo vertí en un sartén.
Lali entró y se sentó en un taburete.
—¿Estás segura de que no quieres desayunar?
—Estoy segura. Gracias, sin embargo.
Acababa de salir rodando de la cama y aun así lucía hermosa. Era
ridículo. Estaba seguro de que no podía ser normal, pero tampoco lo sabía. Las
únicas chicas que había visto en la mañana eran las de Nicolás, y no había
mirado a ninguna lo suficientemente cerca como para tener una opinión.
Nicolás tomó unos platos y los sostuvo frente a mí. Recogí los
huevos con la espátula y los dejé caer en cada plato. Lali miró con leve
interés.
Eugenia soltó un resoplido mientras Nico dejaba el plato delante
de ella. —No me mires de esa manera, Nico. Lo siento, simplemente no quiero ir.
Nicolás había estado abatido durante días por el rechazo de
Eugenia de su invitación a la fiesta de citas. No la culpaba. Las fiestas de
citas eran una tortura. El hecho de que ella no quisiera ir era algo
impresionante. La mayoría de las chicas se morían por ser invitadas a esas
cosas.
—Bebé —replicó Nicolás—, la Hermandad tiene una fiesta de citas
dos veces al año. Falta un mes. Tendrás un montón de tiempo para encontrar un
vestido y hacer todas esas cosas de chicas.
Eugenia no cedió. Me desconecté de ellos hasta que me di cuenta de
que Eugenia concordaba con ir sólo si Lali también lo hacía. Si Lali iba, eso
significaba que iría con una cita. Eugenia me miró y alzó una ceja.
Nicolás no dudó. —Pit no va a las fiestas de citas. Es algo a lo
que llevas a tu novia… y Peter no… ya sabes.
Eugenia se encogió de hombros. —Podríamos emparejarla con alguien.
Empecé a hablar, pero Lali claramente no estaba feliz. —Los puedo
oír, ¿saben? —replicó.
Eugenia hizo un mohín. Esa era la cara a la que Nicolás no podía
negarle nada. —Por favor, Lali. Te encontraremos un buen chico que sea
divertido e ingenioso, y sabes que me aseguraré de que sea caliente. ¡Te
prometo que te lo pasarás bien! Y ¿quién sabe? Quizás consigas ligar.
Fruncí el ceño. ¿Eugenia le encontraría un hombre? Para la fiesta
de citas. Uno de mis hermanos de fraternidad. Oh, demonios, no. La idea de ella
haciéndolo con cualquiera hizo
que se me erizaran los vellos de la nuca.
La sartén hizo un ruido fuerte cuando la arrojé al fregadero. —No
he dicho que no la llevaría.
Lali rodó los ojos. —No me hagas ningún favor, Peter.
Di un paso. —Eso no es lo que quise decir, Pidge. Las fiestas de
citas son para tipos con novia, y todo el mundo sabe que a mí no me va ese
rollo del noviazgo. Pero no tendré que preocuparme porque esperes un anillo de
compromiso después.
Eugenia hace un mohín de nuevo. —¿Por fis, Lali?
Lali parecía como si estuviera padeciendo algún dolor. —¡No me
mires así! Peter no quiere ir. Yo no quiero ir… no seríamos una compañía muy agradable.
Cuanto más pensaba en ello, más me atraía la idea. Crucé los
brazos y me apoyé en el fregadero. —No dije que no quisiera ir. Creo que será
divertido si vamos los cuatro.
Lali retrocedió cuando todos los ojos se volvieron hacia ella.
—¿Por qué no pasamos el rato aquí?
Yo estaba bien con eso.
Los hombros de Eugenia se desplomaron y Nicolás se inclinó hacia adelante.
—Porque tengo que ir, Lali —dijo Nicolás—. Soy un estudiante de
primer año. Tengo que asegurarme de que todo vaya bien, de que todo el mundo
tenga una cerveza en la mano, cosas así.
Lali estaba mortificada. Claramente no quería ir, pero lo que más
miedo me daba era que ella no podía decirle que no a Eugenia, y Nicolás estaba dispuesto
a decir cualquier cosa para que su novia fuera. Si Lali no iba conmigo, podía
terminar pasando la noche —toda la noche— con uno de mis hermanos de fraternidad.
No eran malos tipos, pero había escuchado las historias que contaban, e
imaginármelos hablando de Lali era algo que no podría soportar.
Atravesé la cocina y envolví mis brazos alrededor de los hombros
de Lali.
—Vamos, Pidge. ¿Quieres ir conmigo?
Lali miró a Eugenia, luego a Nicolás. Pasaron sólo unos pocos
segundos hasta que me miró a los ojos, pero pareció una maldita eternidad.
Cuando sus ojos finalmente se encontraron con los míos, sus
barreras se derrumbaron. —Sí —dijo con un suspiro. El entusiasmo en su voz era
inexistente, pero no importaba. Iría conmigo, y esa certeza me permitió
respirar otra vez.
Eugenia gritó del modo en que lo hacen las chicas, dio palmadas y
luego agarró a Lali y la abrazó.
Nicolás me ofreció una sonrisa agradecida, y luego otra a Pigeon.
—Gracias, Lali —dijo, colocándole una mano en la espalda.
Nunca había visto a nadie menos feliz de ir a una cita conmigo,
pero de nuevo, yo no era la causa por la que ella se sentía infeliz.
Las chicas terminaron de prepararse y se fueron temprano para su
clase de las ocho. Nicolás volvió a ocuparse de los platos, feliz de por fin
haberse salido con la suya.
—Amigo, gracias. Creía que Eugenia no iría.
—¿Qué demonios? ¿Intentaban emparejar a Pidge con alguien?
—No. Quiero decir, Eugenia podría hacerlo. No lo sé. ¿Qué importa?
—Importa.
—¿Si?
—Simplemente no… no hagan eso, ¿está bien? No quiero verla besándose
en un rincón oscuro con Pablo Martínez.
Nicolás asintió, frotando los restos de huevo del sartén. —O con
cualquier otra persona.
—¿Y?
—¿Cuánto tiempo crees que esto permanecerá así?
Fruncí el ceño. —No lo sé. Tanto como pueda. Simplemente no me presiones.
—Peter, ¿la quieres o no? Hacer todo lo posible para impedir que
salga con otra persona cuando ni siquiera estás con ella, eso es una forma un
poco idiota de actuar.
—Sólo somos amigos.
Nicolás me dirigió una sonrisa dudosa. —Los amigos hablan de un
polvo de fin de semana. De algún modo, no veo que eso pueda suceder entre
ustedes.
—No, pero eso no significa que no podamos ser amigos.
Las cejas de Nicolás se alzaron con incredulidad. —En cierto modo,
sí, hermano.
No se equivocaba. Simplemente yo no quería admitirlo. —Es sólo
que… —Hice una pausa, observando la expresión de Nicolás. De todas las
personas, él sería el último que me juzgaría, pero me hacía sentir débil
admitir lo que había estado pensando y cómo frecuentemente pensamientos sobre Lali
cruzaban mi mente. Nicolás lo entendería, pero eso no me hacía sentir mejor
para decirlo en voz alta—. Hay algo en ella que necesito. Eso es todo. ¿Es
extraño que piense que es fantástica como el infierno y que no quiera
compartirla?
—No puedes compartirla si no es tuya.
—¿Qué sé acerca de tener citas, Nico? Tú. Tú y tus retorcidas y
necesitadas relaciones. Si ella conoce a alguien más y empiezan a salir, la
perderé.
—Entonces, sal con ella.
Negué con la cabeza. —Todavía no estoy listo.
—¿Y eso por qué? ¿Tienes miedo? —preguntó Nicolás, arrojándome el trapo
a la cara. Cayó al suelo y me incliné para recogerlo. La tela retorcida y estirada
en mis manos mientras la retorcía de un lado a otro.
—Ella es diferente, Nicolás. Es buena.
—¿Qué estás esperando?
Me encogí de hombros. —Sólo una razón más, supongo.
Nicolás hizo una mueca de desaprobación y luego se agachó para
encender el lavavajillas. Una mezcla de sonidos mecánicos y líquidos llenó la
habitación y Nicolás se fue a su habitación. —Se acerca su cumpleaños, ya
sabes. Euge quiere que organicemos algo juntos.
—¿El cumpleaños de Lali?
—Sí. En poco más de una semana.
—Bueno, tenemos que hacer algo. ¿Sabes qué le gusta? ¿Tiene Eugenia
algo en mente? Supongo que mejor le
compro algo. ¿Qué demonios le compro?
Nicolás sonrió mientras cerraba la puerta de su habitación. —Te
las arreglarás. Las clases empiezan en cinco minutos. ¿Vendrás en mi coche?
—Nah. Voy a ver si puedo conseguir llevar a Lali en la parte
trasera de mi moto. Es lo más cerca que puedo estar dentro de sus muslos.
Nicolás se rió y luego cerró la puerta detrás de él.
Me dirigí a mi habitación y me puse un par de vaqueros y una
camiseta. Cartera, llaves, teléfono. No podía imaginar ser una chica. La rutina
de mierda por la que tenían que pasar sólo para salir por la puerta consumía la
mitad de sus vidas.
La clase duró una maldita eternidad y luego atravesé corriendo el
campus hasta Morgan Hall. Lali estaba de pie en la entrada principal con un
tipo, y mi sangre empezó a hervir al instante. Unos pocos segundos más tarde,
reconocí a Gastón y suspiré con alivio. Gastón agitaba los brazos, obviamente
en medio de una gran historia, tomándose una pausa únicamente para darle una
calada a su cigarrillo.
Cuando me acerqué, Gastón le hizo un guiño a Lali. Lo tomé como
una buena señal. —Hola, Peter —cantó.
—Gastón. —Asentí, cambiando rápidamente mi atención a Lali—. Me
dirijo a casa, Pidge. ¿Necesitas un aventón?
—Estaba a punto de entrar —dijo, sonriéndome.
Mi estómago se hundió, y hablé sin pensar. —¿No te vas a quedar
conmigo esta noche?
—No, sí lo haré. Sólo tenía que recoger un par de cosas que
olvidé.
—¿Cómo qué?
—Bueno, mi maquinilla de afeitar para empezar. ¿Qué te importa?
Maldita sea, me gustaba. —Ya es hora de que te afeites las
piernas. Están destrozando las mías.
Los ojos de Gastón casi se salieron de sus órbitas.
Lali frunció el ceño. —¡Así es como empiezan los rumores! —Miró a
Gastón—. Estoy durmiendo en su cama... sólo durmiendo.
—Correcto —dijo Gastón con una sonrisa de suficiencia.
Antes de saber lo que ocurría, ella estaba dentro, pisoteando las
escaleras hasta su habitación. Di dos pasos a la vez para emparejarme a su
paso.
—Oh, no te enojes. Sólo bromeaba.
—Todo el mundo ya asume que estamos teniendo sexo. Estás
empeorando las cosas.
Al parecer, que ella tuviera sexo conmigo era algo malo. Si
tuviera preguntas acerca de si se interesaba en mí de esa manera en absoluto,
ella daría la respuesta: No, sólo no, pero infiernos no. —¿A quién le importa
lo que piensen?
—¡A mí, Peter! ¡A mí! —Abrió la puerta de su dormitorio
empujándola, luego miró de un lado del cuarto al otro, abriendo y cerrando
cajones, empujando cosas en una bolsa. De repente, me ahogaba en un intenso
sentimiento de pérdida, de esos donde tienes que reír o llorar. Una risita se
escapó de mi garganta.
Los ojos grises de Lali se oscurecieron y se dirigieron a mí. —No
es gracioso. ¿Quieres que todo el colegio piense que soy una de tus putas?
¿Mis putas?
No eran mías. Pero sí eran putas.
Cogí el bolso de sus manos. Esto no iba bien. Para ella, asociarse
conmigo, por no hablar de estar en una relación conmigo, significaba hundir su
reputación. ¿Por qué todavía quería ser mi amiga, si eso era lo que sentía?
—Nadie piensa eso. Y si lo hacen, mejor que se aseguren que no me
entere.
Sostuve la puerta abierta, y pasó a través de ella. Justo cuando
la solté y comencé a seguirla, se detuvo y me obligó a mantener el equilibrio
sobre las puntas de los dedos de los pies para no topar con ella. La puerta se
cerró detrás de mí, empujándome hacia adelante. —¡Guau! —dije, chocando con
ella.
Se dio la vuelta. —¡Oh, Dios mío! —Al principio pensé que nuestro
choque la había lastimado. La mirada de asombro en su rostro me había
preocupado por un segundo, pero luego continuó—: Probablemente piensen que
estamos juntos y que tú estás descaradamente continuando con tu... estilo de vida. ¡Debo
verme patética! —Hizo una pausa, sumida en el horror de su conclusión, y luego
negó con la cabeza—. No creo que deba quedarme contigo. Deberíamos estar lejos
el uno del otro, en general, por un tiempo.
Tomó su bolso de mis manos, y lo agarré de nuevo. —Nadie piensa
que estamos juntos, Pidge. No tienes que dejar de hablarme para probar tu
punto. —Me sentí un poco desesperado, lo que era bastante inquietante.
Tiró del bolso. Decidido, lo tiré hacia atrás. Después de unos
cuantos tirones, gruñó con frustración.
—¿Has tenido alguna vez una chica, una amiga, que se quedara
contigo? ¿Alguna vez has llevado clases con esas chicas en la escuela? ¿Has
almorzado con ellas todos los días? ¡Nadie sabe qué pensar de nosotros, incluso
cuando se los decimos!
Me acerqué al estacionamiento con su bolso, mi mente corriendo.
—Voy a arreglar esto, ¿de acuerdo? No quiero que nadie piense mal de ti por mi
culpa.
Lali era siempre un misterio, pero la mirada afligida en sus ojos
me tomó por sorpresa. Era inquietante hasta el punto en que quería hacer algo
para que su sonrisa no desapareciera. Estaba inquieta y claramente molesta. Lo
odiaba tanto que me hizo lamentar todo lo cuestionable que alguna vez había
hecho porque era una cosa más que se ponía en el camino.
Fue entonces cuando la realización me golpeó. Como pareja, no
íbamos a funcionar. No importa lo que hiciera o cómo me las arreglara para
complacerla, nunca sería lo suficientemente bueno. No quería que ella terminara
con alguien como yo. Sólo tendría que conformarme con las migajas de tiempo que
podría conseguir.
Admitir eso para mí mismo era una píldora difícil de tragar, pero
al mismo tiempo, una voz familiar me susurró desde los oscuros rincones de mi
mente que necesitaba luchar por lo que quería. Luchar parecía mucho más fácil
que la alternativa.
—Déjame compensártelo —dije—. ¿Por qué no vamos esta noche a The Dutch?
—The Dutch era un hoyo en la pared7,
pero mucho menos concurrido que The Red. Sin tantos buitres dando vueltas.
—Ese es un bar de moteros. —Frunció el ceño.
—Está bien, entonces vamos al club. Te llevaré a cenar y luego podemos
ir a The Red Door. Yo invito.
—¿Cómo es que salir a cenar y luego a un club va a solucionar el
problema? Cuando la gente nos vea juntos, lo hará peor.
Terminé de atar la bolsa a la parte trasera de mi moto y luego me
senté a horcajadas en el asiento. No discutió acerca de la bolsa. Eso siempre
era prometedor.
—Piénsalo. Yo, borracho, ¿en una habitación llena de mujeres con
poca ropa? No tomará mucho tiempo para que la gente sepa que no somos una
pareja.
—Entonces, ¿qué se supone que debo hacer? ¿Llevar a casa a un
chico borracho del bar para probar el punto?
Fruncí el ceño. La idea de que saliera con un chico hizo que mi
mandíbula se tensara, como si hubiera derramado jugo de limón en mi boca. —No
me refería a eso. No hay necesidad de excederse.
Rodó los ojos, y luego se subió al asiento, envolviendo sus brazos
alrededor de mi cintura. —¿Alguna chica extraña nos seguirá a casa desde el
bar? ¿Así es como
vas a arreglar las cosas conmigo?
—No estás celosa, ¿verdad, Pigeon?
—¿Celosa de qué? ¿De la imbécil infectada de
ETS a quien mandarás al diablo en la mañana?
Me reí, y luego encendí el motor. Si ella supiera lo imposible que
era. Cuando la tenía alrededor, todo el mundo parecía desaparecer. Me tomó toda
mi atención y concentración mantenerme un paso por delante de ella.
Informamos a Nicolás y Eugenia de nuestros planes, y luego las
chicas comenzaron su rutina. Me metí en la ducha primero, dándome cuenta
demasiado tarde de que debí haber sido el último, porque las chicas toman mucho
más tiempo que Nicolás y yo para prepararse.
Nicolás, Eugenia y yo esperamos una eternidad para que Lali
saliera del baño, pero cuando por fin salió, casi perdí el equilibrio. Sus
piernas parecían que fueran eternas con su corto vestido negro. Sus pechos
jugaban a “me ves, ahora no me ves,” sólo apenas haciendo su presencia cuando
se giró, y sus largos rizos colgaban a un lado en lugar de sobre su pecho.
No recordaba que estaba bronceada, pero su piel tenía un brillo
saludable contra la tela de su vestido oscuro.
—Bonitas piernas —dije.
Sonrió. —¿He mencionado que la maquinilla de afeitar es mágica?
Mágico mi trasero. Era jodidamente hermosa. —No creo que sea la maquinilla.
La saqué de la puerta de la mano, llevándola al Charger de Nicolás.
No se alejó, y la sostuve hasta que llegamos al coche. Se sentía mal dejarla
ir. Cuando llegamos al restaurante de sushi, entrelacé los dedos entre los de
ella mientras caminábamos en el interior.
Pedí una ronda de sake, y luego otra. La camarera no nos pidió identificación
hasta que pedí cerveza. Sabía que Eugenia tenía una identificación falsa, y me
quedé impresionado cuando Lali sacó la de ella como un campeón.
Una vez que la camarera la miró y se fue, la agarré. Su foto
estaba en la esquina, y todo parecía de fiar por lo que yo sabía. Nunca había
visto una identificación de Kansas antes, pero esta era perfecta. El nombre que
se leía era Jessica James, y por alguna razón, eso me excitó. Fuerte.
Lali sacudió la identificación y se salió de mis manos, pero la
atrapó en pleno vuelo al suelo, y en segundos estaba escondida dentro de su
cartera.
Sonrió y le devolví la sonrisa, apoyándome en los codos. —¿Jessica
James?
Reflejó mi posición, apoyándose en los codos y emparejando mi
mirada. Era tan segura. Increíblemente sexy.
—Sí. ¿Y qué?
—Interesante elección.
—Así es el rollo de California. Gallina.
Nicolás se echó a reír, pero se detuvo abruptamente cuando Eugenia
retomó su cerveza. —Cálmate, cariño. El sake tarda en golpear.
Eugenia se limpió la boca y sonrió. —He tomado sake antes, Nico.
Deja de preocuparte.
Cuanto más bebíamos, más fuerte gritábamos. A los camareros no
parecía importarle, pero eso era probablemente porque era tarde y sólo había
otras cuantas personas en el otro extremo del restaurante, y estaban casi tan
borrachos como nosotros. Excepto Nicolás. Era demasiado protector con su coche
como para beber demasiado cuando conducía, y amaba a Eugenia más que a su
coche. Cuando ella apareció, él no sólo controló su consumo, sino que también
siguió todas las leyes de tráfico y utilizó las luces intermitentes.
Dominado.
La camarera trajo la cuenta, y tiré un poco de dinero sobre la
mesa, empujando hasta que Lali se deslizó fuera de la cabina. Me dio un codazo jugando,
y arrojé con indiferencia mi brazo alrededor de ella mientras caminaba por el
estacionamiento.
Eugenia se deslizó en el asiento delantero junto a su novio, y
comenzó a lamerle la oreja. Lali me miró y rodó los ojos, pero a pesar de ser
una audiencia cautiva, ella estaba teniendo un buen momento.
Después de que Nicolás se detuvo en The Red, nos llevó a través de
las filas de autos dos o tres veces.
—Es para esta noche, Nico —murmuró Eugenia.
—Oye, tengo que encontrar un amplio espacio. No quiero que un idiota
borracho raye la pintura.
Quizás. O simplemente prolongaba el baño de lengua que su oído
recibía de Eugenia. Qué asco.
Nicolás estacionó en el borde de la parcela, y ayudé a Lali a
bajar. Salió y tiró de su vestido, y luego sacudió sus caderas un poco antes de
tomar mi mano.
—Quería preguntarles acerca de sus identificaciones —dije—. Son
perfectas. No las consigues por aquí. —Lo sabría. Había comprado muchas.
—Sí, las hemos tenido durante mucho tiempo. Era necesario... —¿Por
qué diablos haría falta que tenga una identificación falsa?—, en Wichita.
La grava crujía bajo nuestros pies mientras caminábamos, y la mano
de Lali apretó la mía mientras navegaba por las rocas con sus tacones.
Eugenia resbaló. Solté la mano de Lali en reacción, pero Nicolás
atrapó a su novia antes de que cayera al suelo.
—Es algo bueno tener conexiones —dijo Eugenia, riendo.
—Dios, mujer —dijo Nicolás, sosteniendo su brazo antes de que
cayera al suelo—. Creo que ya has terminado por esta noche.
Fruncí el ceño, preguntándome qué demonios significaba todo
aquello. —¿De qué estás hablando, Euge? ¿Qué conexiones?
—Lali tiene algunos viejos amigos que...
—Son identificaciones falsas, Pit —dijo Lali, interrumpiendo antes
de que Eugenia pudiera terminar—. Tienes que conocer a las personas adecuadas
si quieres que se hagan bien, ¿verdad?
Miré a Eugenia, a sabiendas de que algo no estaba bien, pero
miraba a todas partes, excepto a mí. Presionar el asunto no parecía
inteligente, sobre todo porque Lali me había llamado Pit. Podría acostumbrarme
a eso, viniendo de ella.
Le tendí la mano. —Correcto. —La tomó, sonriendo con la expresión
de un estafador. Pensó que me había engañado. Definitivamente iba a volver a
eso más tarde.
—¡Necesito otro trago! —dijo ella, tirando de mí hacia la gran
puerta roja del club.
—¡Chupitos! —gritó Eugenia.
Nicolás suspiró. —Oh, sí. Eso es lo que necesitas. Otro chupito.
Todas las cabezas en la sala se giraron cuando Lali entró, incluso
un par de tipos con sus novias, descaradamente rompiendo sus cuellos o
recostándose en su silla para mirar por más tiempo.
Oh, joder. Esta
será una noche muy mala, pensé, apretando mi mano alrededor de la de Lali.
Caminamos hasta la barra más cercana a la pista de baile. Megan
estaba en las sombras humeantes de las mesas de billar. Su sitio de caza
habitual. Sus grandes ojos azules se clavaron en mí antes de que incluso la
reconociera parada allí. No me miró por mucho. La mano de Lali todavía seguía
en la mía, y la expresión de Megan cambió en el momento que lo vio. Asentí
hacia ella, y sonrió.
Mi asiento habitual en el bar estaba libre, pero era el único
libre a lo largo dela barra. Cami me vio llegar con Lali, por lo que se rió una
vez, y luego puso en alerta de mi llegada a las personas sentadas en los taburetes
alrededor, advirtiéndoles de su desalojo inminente. Se fueron sin quejarse.
Digan lo que quieran. Ser
un psicópata cabrón tenía sus ventajas.
CONTINUARÁ
masssssssssssss
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