10
ROTO
No le tomó mucho tiempo a Cami averiguar que yo no era buena
compañía. Sostuvo las próximas cervezas mientras me sentaba en mi silla
habitual en el bar The Red. Las luces de colores se perseguían unas a otras por
la sala, y la música era casi lo suficientemente fuerte como para ahogar mis
pensamientos.
Mi paquete de Marlboro Reds casi había desaparecido, pero esa no
era la razón de la sensación de pesadez en mi pecho. Unas pocas chicas habían
ido y venido, tratando de entablar conversación, pero no pude levantar mi línea
de visión desde el cigarrillo medio quemado posado entre dos de mis dedos. La
ceniza era tan larga que era sólo cuestión de tiempo hasta que se desvaneciera,
así que solamente miré las brasas que quedaban, parpadeando contra el papel,
tratando de mantener mi mente alejada de la sensación de hundimiento que la
música no podía ahogar.
Cuando la multitud en el bar disminuyó y Cami no se movía a mil
kilómetros por hora, dejó un vaso vacío delante de mí y luego lo llenó hasta el
borde con Jim Beam. Lo agarré, pero cubrió mi pulsera negra de cuero con sus
dedos tatuados que deletreaban baby doll cuando mantenía sus puños juntos.
—Está bien, Pit. Cuéntame.
—¿Qué? —pregunté, haciendo un débil intento de alejarme.
Negó con la cabeza. —¿La chica?
El vaso tocó mis labios e incliné la cabeza hacia atrás, dejando
que el líquido quemara mi garganta. —¿Qué chica?
Cami puso los ojos en blanco. —¿Qué chica? ¿En serio? ¿Con quién
crees que estás hablando?
—Está bien, está bien. Es Pigeon.
—¿Pigeon?
Estás bromeando.
Me reí una vez. —Lali. Ella es una paloma. Una paloma demoníaca
que me jode tanto la cabeza que no puedo pensar con claridad. Ya nada tiene
sentido, Cami. Cada regla que he hecho se ha roto una por una. Soy un
blandengue. No... peor. Soy Nico.
Cami se rió. —Sé amable.
—Tienes razón. Nicolás es un buen tipo.
—Sé amable contigo mismo, también —dijo, lanzando un trapo sobre
la mesa y pasándolo en círculos—. Enamorarte no es un pecado, Pit, Jesús.
Miré a mí alrededor. —Estoy confundido. ¿Estás hablando conmigo o
con Jesús?
—Lo digo en serio. Así que tienes sentimientos por ella. ¿Y qué?
—Me odia.
—Nah.
—No, la he oído esta noche. Por accidente. Piensa que soy una
basura.
—¿Ella dijo eso?
—Más o menos.
—Bueno, más o menos lo eres.
Fruncí el ceño. —Muchas gracias.
Extendió las manos, con los codos sobre la barra. —En base a tu
comportamiento en el pasado, ¿no estás de acuerdo? Mi punto es... tal vez por
ella, no lo serías. Tal vez por ella podrías ser un hombre mejor. —Sirvió otro
trago y no le di la oportunidad de detenerme antes de tragarlo.
—Tienes razón. He sido un cabrón. ¿Puedo cambiar? Joder, no lo sé.
Probablemente no lo suficiente como para merecerla. Cami se
encogió de hombros, tapando la botella y colocándola en su lugar.
—Creo que deberías dejar que ella juzgue eso.
Encendí un cigarrillo, tomé una respiración profunda, y agregué
más bocanadas de humo a la habitación ya turbia. —Tráeme otra cerveza.
—Pit, creo que ya has tenido suficiente.
—Cami, sólo hazlo, maldita sea.
***
Me desperté con el sol de la tarde brillando a través de las
persianas, pero bien podría haber sido del mediodía en medio de un desierto de
arena blanca. Mis párpados se cerraron al instante, rechazando la luz.
Una combinación de aliento mañanero, productos químicos y líquidos
repugnantes se encontraban atrapados en el interior de mi boca seca. Odiaba la
inevitable boca seca que se producía después de una dura noche de beber.
Mi mente inmediatamente buscó los recuerdos de anoche, pero me
quedé sin nada. Algún tipo de fiesta, era un hecho, pero dónde o con quién era
un completo misterio.
Miré a mi izquierda, viendo las sábanas deshechas. Lali ya se
había levantado. Mis pies descalzos se sentían raros contra el suelo mientras
caminaba por el pasillo y encontré a Lali dormida en el sillón. La confusión me
hizo detenerme, y luego el pánico se estableció. Mi cerebro se derramó a través
del alcohol que aún abrumaba mis pensamientos. ¿Por qué no durmió en la
cama? ¿Qué había hecho yo para hacerla
dormir en el sillón? Mi corazón comenzó a latir rápidamente, y luego los vi:
dos envoltorios de preservativos vacíos.
Joder. ¡Joder! La noche anterior regresó a mí en oleadas: bebiendo
de más, esas chicas que no se fueron cuando se los dije, y finalmente mi oferta
para mostrarles a ambas un buen momento, al mismo tiempo, y su apoyo entusiasta
ante la idea.
Mis manos volaron hacia mi cara. Las había traído hasta aquí.
Follado aquí. Lali probablemente había oído todo. Oh, Dios. No podría haberlo
jodido de peor manera. Esto iba más allá de lo malo. Tan pronto como se
despertara, empacaría su mierda y se iría.
Me senté en el sofá, con las manos todavía ahuecadas sobre la boca
y la nariz, y la miré dormir. Tenía que arreglar esto. ¿Qué podría hacer para
solucionar esto?
Una idea estúpida tras otra apareció a través de mi mente. El
tiempo se estaba acabando. Tan silenciosamente como pude, corrí a la habitación
y me cambié de ropa, luego me escabullí en la habitación de Nicolás.
Eugenia se movió y la cabeza de Nicolás apareció. —¿Qué estás
haciendo, Pit? —susurró.
—Tengo que pedirte prestado el coche. Sólo por un segundo. Tengo
que ir a recoger algunas cosas.
—Está bien... —dijo, confundido.
Sus llaves tintinearon cuando las saqué de su armario, y luego me
detuve.
—Hazme un favor. Si se despierta antes de que yo vuelva, mantenla
aquí, ¿de acuerdo?
Nicolás respiró hondo. —Lo intentaré, Peter, pero hombre... anoche
fue...
—Fue malo, ¿no?
La boca de Nicolás se inclinó hacia un lado. —No creo que se
quede, primo, lo siento.
Asentí. —Sólo inténtalo.
Una última mirada al rostro dormido de Lali antes de salir del apartamento
me impulsó a moverme más rápido. El Charger apenas podía mantenerse al día con
la velocidad a la que yo quería ir. Una luz roja me atrapó justo antes de
llegar al mercado y grité, golpeando el volante.
—¡Maldita sea! ¡Cámbiate!
Unos segundos más tarde, la luz parpadeó de rojo a verde, y los
neumáticos giraron un par de veces antes de ganar velocidad.
Corrí a la tienda desde el aparcamiento, totalmente consciente de
que me veía como un loco mientras sacaba el carrito de compras del resto. Un
pasillo tras otro, tomé las cosas que pensé que le gustarían, recordando su
alimentación o incluso hablar sobre ello. Una cosa esponjosa de color rosa
colgaba en una línea fuera de uno de los estantes y terminó en mi carrito,
también.
Una disculpa no iba a hacer que se quedara, pero tal vez lo haría
un gesto. Tal vez vería cuánto lo sentía. Me detuve a pocos metros de la caja
registradora, sintiendo desesperanza. Nada iba a funcionar.
—¿Señor? ¿Está listo?
Negué con la cabeza, abatido. —No... No lo sé.
La mujer me miró por un momento, empujando las manos en los
bolsillos de su delantal blanco y amarillo a rayas. —¿Puedo ayudarle en algo?
Empujé el carrito a su caja sin responder, viéndola mirar todos
los alimentos favoritos de Lali. Ésta era la idea más estúpida de la historia
de las ideas, y la única mujer viva que me importaba iba a reírse de mí,
mientras empacaba.
—Son ochenta y cuatro dólares con setenta y siete centavos.
Una rápida pasada a mi tarjeta de débito y las bolsas estaban en
mis manos.
Salí corriendo hacia el estacionamiento, y en pocos segundos el
Charger consiguió hacer volar las telarañas fuera de su tubo de escape todo el
camino de regreso al apartamento.
Tomé dos pasos a la vez y entré. Las cabezas de Eugenia y Nicolás
eran visibles por encima del sofá. La televisión estaba encendida, pero en
silencio.
Gracias a Dios. Ella todavía dormía. Las bolsas se estrellaron
contra el mostrador cuando las solté y traté de no dejar que los gabinetes
hicieran demasiado ruido mientras guardaba las cosas.
—Cuando Pidge se despierte, háganmelo saber, ¿sí? —Pedí en voz
baja—. Traje espaguetis, mezcla para panqueques y fresas, y esa avena de mierda
con los paquetes de chocolates, y a ella le gusta el cereal de Fruity Pebbles,
¿verdad, Euge?—pregunté, dándome la vuelta. Lali estaba despierta, mirándome
desde la silla.
Su rímel estaba corrido bajo sus ojos. Se veía tan mal como yo me
sentía—. Hola, Pigeon.
Me miró durante unos segundos con una mirada en blanco. Di unos
pasos hacia la sala, más nervioso que la noche de mi primera pelea.
—¿Tienes hambre, Pidge? Voy a hacerte algunos panqueques. O hay
uh… hay avena. Y he conseguido alguna de esa mierda espumosa rosa con la que
las chicas se afeitan y un secador de pelo y… a… un momento, está aquí. —Agarré
una de las bolsas y la llevé a la habitación, vaciándola sobre la cama.
Mientras buscaba esa cosa rosa que pensé que le gustaría, el
equipaje de Lali, lleno, cerrado y esperando junto a la puerta, me llamó la
atención. Mi estómago dio un vuelco y mi boca quedó seca otra vez. Caminé por
el pasillo, tratando de mantenerme tranquilo.
—Tus cosas están empacadas.
—Lo sé —dijo.
Un dolor físico quemó a través de mi pecho. —Te vas.
Lali miró a Eugenia, que se quedó mirándome como si quisiera
matarme.
—¿Realmente esperabas que ella permaneciera aquí?
—Bebé —susurró Nicolás.
—No me provoques, Nico. No te atrevas a defenderlo delante de mí
—explotó Eugeniaa.
Tragué saliva con fuerza. —Lo siento tanto, Pidge. Ni siquiera sé
qué decir.
—Vamos, Lali —dijo Eugenia. Se puso de pie y tiró de su brazo,
pero Lali se quedó sentada.
Di un paso, pero Eugenia me apuntó con el dedo. —¡Qué Dios me
ayude, Peter! ¡Si intentas detenerla, te empaparé en gasolina y te prenderé
fuego mientras duermes!
—Eugenia —rogó Nicolás. Esto se iba a poner mal muy rápido en
todos los sentidos.
—Estoy bien —dijo
Lali, abrumada.
—¿A qué te refieres con que estás bien?
—preguntó Nicolás.
Lali puso los ojos en blanco e hizo un gesto hacia mí. —Peter
trajo a casa mujeres del bar anoche, ¿y qué?
Cerré los ojos, tratando de desviar el dolor. Por mucho que no
quería que se fuera, nunca se me había ocurrido que a ella no le importaría una
mierda.
Eugenia frunció el ceño. —Uh, Lali. ¿Estás diciendo que estás bien
con lo que pasó?
Lali miró alrededor de la habitación. —Peter puede traer a casa a
quien quiera. Es su apartamento.
Me tragué el nudo que se formaba en mi garganta. —¿Tú no empacaste
tus cosas?
Sacudió la cabeza y miró el reloj. —No, y ahora voy a tener que
deshacer todo. Todavía tengo que comer, ducharme y vestirme —dijo, entrando en
el baño.
Eugenia lanzó una mirada de muerte en mi dirección, pero no le
hice caso y me acerqué a la puerta del baño, golpeando ligeramente. —¿Pidge?
—¿Sí? —dijo, con voz débil.
—¿Te vas a quedar? —Cerré mis ojos, esperando el castigo.
—Puedo irme si quieres, pero una apuesta es una apuesta.
Mi cabeza cayó contra la puerta. —No quiero que te vayas, pero no
te culparía si lo hicieras.
—¿Estás diciendo que estoy liberada de la apuesta?
La respuesta era fácil, pero no quería hacerla quedarse si ella no
quería hacerlo. Al mismo tiempo, me aterrorizaba dejarla ir. —Si digo que sí,
¿te irás?
—Bueno, sí. No vivo aquí, tonto —dijo. Una pequeña risa flotó a
través de la puerta de madera.
No podría decir si estaba enojada o sólo cansada de pasar la noche
en el sillón, pero si era lo primero, no había manera de que pudiera dejarla
irse. Nunca la volvería a ver.
—Entonces no, la apuesta sigue en pie.
—¿Puedo tomar una ducha, ahora? —preguntó, su voz suave y
apacible.
—Sí...
Eugenia entró pisando fuerte en el pasillo y se detuvo justo
frente a mi cara.
—Eres un bastardo egoísta —gruñó, cerrando la puerta de Nicolás
detrás de ella.
Entré en el dormitorio, agarré su bata y un par de zapatillas, y
luego regresé a la puerta del baño. Aparentemente se quedaría, pero besarle el
trasero nunca fue una mala idea.
—¿Pigeon? Traje algunas de tus cosas.
—Sólo ponlas en el lavamanos. Yo me encargo.
Abrí la puerta y puse sus cosas en la esquina del fregadero,
mirando al suelo. —Estaba enojado. Te escuché escupirle todo lo que está mal
conmigo Eugenia y me enfureció. Sólo quería salir, tomar unas copas y tratar de
entender algunas cosas, pero antes que lo supiera, estaba borracho y esas
chicas… —Hice una pausa, tratando de evitar que mi voz se rompiera—. Me
desperté esta mañana y no estabas en la cama, y cuando te encontré en el sillón
reclinable y vi los paquetes en el piso, me sentí enfermo.
—Simplemente podrías haberme preguntado, en lugar de gastar todo
ese dinero en el supermercado para sobornarme para que me quedara.
—No me importa el dinero, Pidge. Tenía miedo que te fueras y nunca
me hablaras de nuevo.
—No quise herir tus sentimientos —dijo sinceramente.
—Sé que no lo hiciste. Y sé que no importa lo que diga ahora,
porque lo jodí todo… como siempre hago.
—¿Pit?
—¿Sí?
—No conduzcas tu moto borracho, ¿está bien?
Quería decir más, disculparme de nuevo y decirle que estaba loco
por ella, y estaba literalmente volviéndome loco porque no sabía cómo manejar
lo que sentía, pero las palabras no salían. Mis pensamientos sólo podían
enfocarse en el hecho de que después de todo lo que había pasado, y todo lo que
acababa de decir, lo único que tenía para decirme era un sermón sobre conducir
ebrio a casa.
—Sí, está bien —dije, cerrando la puerta.
Pretendí ver la televisión por horas mientras Lali se arreglaba en
el baño y en la habitación para la fiesta de la fraternidad, y entonces decidí
vestir me antes de que ella necesitara el cuarto.
Una blanca camisa bastante libre de arrugas colgaba en el armario,
la agarré y tomé un par de jeans. Me sentí tonto, parado frente al espejo,
luchando con el botón en la muñeca de la camisa. Finalmente, me rendí y enrollé
cada manga hasta los codos. Eso era más mi estilo, de todos modos.
Caminé hacia el pasillo y me dejé caer en el sofá de nuevo,
escuchando la puerta del baño cerrarse y los pies descalzos de Lali golpeando
el suelo.
Mi reloj apenas se movió, y por supuesto no había nada en la
televisión, excepto audaces rescates de temporales y un comercial sobre el Slap
Chop. Estaba nervioso y aburrido. No era una buena combinación para mí.
Cuando mi paciencia se acabó, golpeé la puerta de la habitación.
—Adelante —dijo Lali desde el otro lado de la puerta.
Estaba de pie en medio de la habitación, un par de tacones puestos
lado a lado en el suelo frente a ella. Lali siempre lucía hermosa, pero esta
noche ni un solo cabello estaba fuera de lugar; se veía como si tuviera que
estar en la portada de una de esas revistas de moda que ves en la caja de la
tienda de comestibles.
Cada parte de ella tenía loción, era suave, perfectamente pulida.
Sólo la visión de ella casi me patea el trasero.
Todo lo que pude hacer fue quedarme ahí, estupefacto, hasta que
finalmente me las arreglé para formar una sola palabra.
—Vaya. —Sonrió y miró su vestido. Su dulce sonrisa me devolvió a
la realidad—. Te ves increíble —dije, incapaz de quitar mis ojos de ella.
Se inclinó para ponerse un zapato y luego el otro. La tela negra y
ceñida se movió ligeramente hacia arriba, exponiendo sólo un centímetro más de
sus muslos.
Lali se levantó y me dedicó un gesto de aprobación. —Tú también te
ves bien.
Metí las manos en los bolsillos, rehusándome a decir “Debo de estar enamorándome
de ti en este preciso momento,” o alguna de las otras
estúpidas cosas que bombardeaban mi mente.
Saqué mi codo, y Lali lo tomó, permitiéndome escoltarla por el
pasillo hacia la sala.
—Pablo va a mearse encima cuando te vea —dijo Eugenia.
En general, Eugenia era una buena chica, pero estaba descubriendo
lo desagradable que podía ser si estaba en su lado malo. Traté de no tropezar
con ella mientras caminábamos hasta el Charger de Nicolás, y mantuve la boca
cerrada todo el camino hacia la casa de Sig Tau.
En el momento en que Nicolás abrió la puerta del auto, pudimos oír
la ruidosa y desagradable música de la casa. Parejas estaban besándose y mezclándose,
alumnos de primer año corrían alrededor tratando de mantener el daño del jardín
al mínimo, y chicas de la fraternidad caminaban cuidadosamente tomadas de la
mano, dando pequeños saltos, tratando de caminar a través del suave césped sin
hundir sus tacones de aguja.
Nicolás y yo abrimos el camino, con Eugenia y Lali justo detrás de
nosotros. Pateé un vaso de plástico rojo fuera del camino, y después sostuve la
puerta abierta. Nuevamente, Lali fue totalmente ajena a mi gesto.
Una pila de vasos rojos se asentaban en el mostrador de la cocina
al lado del barril. Llené dos y le llevé uno a Lali. Me incliné hacia su oído.
—No tomes nada de nadie que no sea Nico o yo. No quiero que nadie le agregue
algo a tu bebida.
Puso los ojos en blanco. —Nadie va a poner nada en mi bebida, Peter.
Obviamente no conocía a mis hermanos de fraternidad. Había oído historias,
de nadie en particular. Lo que era algo bueno, porque si alguna vez atrapaba a
alguien tirando esa mierda, les daría una paliza sin dudarlo.
—Sólo no aceptes nada que no venga de mí, ¿de acuerdo? Ya no estás
en Kansas, Pigeon.
—No había escuchado eso antes —espetó, bebiéndose de golpe la
mitad del vaso de cerveza antes de retirar el plástico de su cara. Podía beber,
le concedía eso.
Nos paramos en el pasillo de las escaleras, tratando de pretender
que todo estaba bien. Algunos de mis hermanos de fraternidad se detuvieron para
charlar mientras bajaban por las escaleras, y lo mismo hicieron algunas chicas
de fraternidad, pero rápidamente las rechacé, deseando que Lali lo notara. No
lo hizo.
—¿Quieres bailar? —pregunté, tirando de su mano.
—No, gracias —respondió. No podía culparla, después de anoche.
Tenía suerte de que todavía me hablara. Sus delgados y elegantes dedos tocaron
mi hombro—. Estoy cansada, Pit.
Puse mi mano sobre la suya, preparado para disculparme de nuevo,
para decirle que me odiaba a mí mismo por lo que había hecho, pero sus ojos se
alejaron de los míos hacia alguien detrás de mí.
—¡Hola, Lali! ¡Viniste!
Los pelos de mi nuca se erizaron. Pablo Martínez.
Los ojos de Lali se iluminaron, y retiró su mano de la mía en un
rápido movimiento. —Sí, hemos estado aquí desde hace una hora o algo así.
—¡Te ves increíble! —gritó.
Hice una mueca, pero él estaba tan preocupado por Lali que no lo
notó.
—¡Gracias! —Ella sonrió.
Se me ocurrió que yo no era el único que podía hacerla sonreír de
ese modo, y de repente trabajaba para mantener mi temperamento bajo control.
Pablo asintió hacia la sala y sonrió. —¿Quieres bailar?
—No, estoy un poco cansada.
Una pequeña gota de alivio apagó mi enojo un poco. No era yo;
realmente estaba muy cansada para bailar, pero el enojo no tardó mucho en
volver. Estaba cansada porque estuvo despierta la mitad de la noche por los
ruidos que hacía quienquiera que yo traje a casa, y la otra mitad durmió en el
sillón reclinable.
Ahora, Pablo estaba aquí, entrando a lo grande como el caballero
de brillante armadura como siempre lo hacía. Rata bastarda.
Pablo me miró, imperturbable por mi expresión. —Pensé que no
vendrías.
—Cambié de opinión —dije, tratando de no darle un puñetazo y
borrar cuatro años de trabajo de ortodoncia.
—Ya veo —dijo Pablo, mirando a Lali—. ¿Quieres ir a tomar un poco
de aire fresco?
Ella asintió, y sentí como si alguien me hubiera golpeado hasta
sacarme el aire. Siguió a Pablo por las escaleras. Vi como él se detuvo,
tomando su mano mientras subían las escaleras hasta el segundo piso. Cuando
llegaron arriba, Pablo abrió las puertas hacia el balcón.
Lali desapareció y cerré mis ojos con fuerza, tratando de bloquear
el grito en mi cabeza. Todo en mí decía que debía ir allí arriba y traerla de
vuelta. Agarré la barandilla, conteniéndome.
—Te ves enojado —dijo Eugenia, chocando su vaso rojo con el mío.
Mis ojos se abrieron de golpe. —No, ¿por qué?
Hizo una mueca. —No me mientas. ¿Dónde está Lali?
—Arriba. Con Pablo.
—Oh.
—¿Qué se supone que significa eso?
Se encogió de hombros. Sólo había estado ahí poco más de una hora,
y ya tenía esa mirada familiar en sus ojos. —Estás celoso.
Cambié mi peso, incómodo con alguien, además de Nicolás, siendo
tan directo conmigo. —¿Dónde está Nico?
Eugenia hizo rodar los ojos. —Haciendo sus deberes como estudiante
de primer año.
—Por lo menos no tiene que quedarse después y limpiar.
Levantó el vaso hasta su boca y bebió un sorbo. No estaba seguro
de cómo podía ya estar casi ebria.
—Entonces, ¿lo estás?
—¿Estoy qué?
—¿Celoso?
Fruncí el ceño. Eugenia generalmente no era tan desagradable. —No.
—Número dos.
—¿Eh?
—Esa es la mentira número dos. —Miré alrededor. Nicolás
seguramente me rescataría pronto—. Realmente la jodiste anoche —dijo, sus ojos
de pronto limpios.
—Lo sé.
Entrecerró los ojos, mirándome tan intensamente que quise huir. Eugenia
Suárez era una pequeña cosa rubia, pero era intimidante como la mierda cuando quería
serlo.
—Deberías alejarte, Peter. —Miró arriba, hacia la cima de las
escaleras—. Él es lo que ella piensa que quiere.
Mis dientes se apretaron. Ya sabía eso, pero era peor oírlo de Eugenia.
Antes de esto, pensé que ella tal vez estaría bien conmigo y Lali, y eso de
alguna manera significaba que no era un completo idiota por perseguirla. —Lo
sé.
Levantó una ceja. —No creo que lo sepas.
No respondí, tratando de no hacer contacto visual con ella. Tomó
mi mentón con su mano, aplastando mis mejillas contra mis dientes.
—¿Lo haces?
Traté de hablar, pero sus dedos ahora aplastaban mis labios
juntos. Me eché hacia atrás y aparté su mano. —Probablemente no. No soy
exactamente conocido por hacer lo correcto.
Eugenia me miró por unos segundos, y después sonrió. —Está bien, entonces.
—¿Eh?
Me dio una palmada en la mejilla y luego me señaló. —Tú, Mad Dog, eres
exactamente de lo que vine a protegerla. Pero, ¿sabes qué? Todos estamos rotos
de una manera u otra. Incluso con tu épica metida de pata, podrías ser
exactamente lo que necesita. Tienes una oportunidad más —dijo, sosteniendo un
dedo a dos centímetros de mí nariz—. Sólo una. No lo arruines… ya sabes… más de
lo usual.
Eugenia se alejó y desapareció por el pasillo. Era tan rara.
La fiesta se desarrolló como usualmente lo hacía: Drama, un par de
peleas, chicas metiéndose en una pelea, una pareja o dos teniendo una discusión
terminando con la chica en lágrimas, y luego estaban los rezagados, ya sea desmayados
o vomitando en un área no designada.
Mis ojos viajaron a la parte superior de las escaleras más veces
de las que deberían. Incluso cuando las chicas prácticamente me rogaban que las
llevara a casa, continué mirando, tratando de no imaginar a Lali y Pablo
haciéndolo, o incluso peor, él haciéndola reír.
—Hola, Peter —llamó una aguda y cantarina voz por detrás. No me di
vuelta, pero no tomó mucho para que la chica se moviera hasta entrar en mi
línea de visión. Se inclinó sobre los postes de madera de la barandilla—. Te
ves aburrido. Creo que debería hacerte compañía.
—No estoy aburrido. Puedes irte —dije, comprobando la parte
superior de las escaleras de nuevo. Lali se detuvo en el descansillo, su
espalda hacia las escaleras.
Rió. —Eres tan divertido.
Lali pasó a mi lado despreocupadamente, hacia donde Eugenia
estaba. La seguí, dejando a la chica ebria hablando sola.
—Si quieren pueden adelantarse —dijo Lali con moderado
entusiasmo—. Pablo se ofreció para llevarme a casa.
—¿Qué? —dijo Eugenia, sus cansados ojos iluminados como una doble fogata.
—¿Qué?
—dije, incapaz de contener mi irritación.
Eugenia se giró. —¿Hay algún problema?
La fulminé con la mirada. Ella sabía exactamente cuál era mi
problema. Tomé a Lali por el codo y tiré de ella alrededor de la esquina.
—Ni siquiera lo conoces.
Liberó su mano de mi agarre. —Esto no es de tu incumbencia, Peter.
—Al demonio si no lo es. No dejaré que viajes a casa con un
completo extraño. ¿Y si trata de aprovecharse de ti?
—¡Bien! ¡Él
es lindo!
No podía creerlo. Realmente estaba cayendo en su juego. —¿Pablo Martínez, Pidge?
¿En serio? Pablo Martínez.
¿Qué clase de nombre es ese, de todos modos?
Se cruzó de brazos y alzó el mentón. —Ya está bien, Pit. Estás comportándote
como un idiota.
Me incliné, furioso. —Lo mataré si te toca.
—Me gusta.
Una cosa era asumir que estaba siendo engañada, y otra era
escucharla admitirlo. Ella era demasiado buena para mí; maldición, sin duda era
demasiado buena para Pablo Martínez. ¿Por qué se comportaba de forma frívola
por ese idiota?
Mi rostro se tensó en reacción a la ira que corría por mis venas.
—Está bien. Si terminas debajo de él en el asiento trasero de su
coche, después no vengas llorando conmigo.
Su boca se abrió, estaba ofendida y furiosa. —No te preocupes, no lo
haré —dijo, alejándose de mí.
Me di cuenta de lo que había dicho, y entonces tomé su brazo y
suspiré, sin girar del todo. —No quise decir eso, Pidge. Si te lastima, si tan
sólo te hace sentir incómoda, sólo házmelo saber.
Sus hombros cayeron. —Sé que no lo quisiste decir. Pero tienes que
ponerle un alto a este exceso de sobreprotección de hermano mayor que tienes.
Me reí. Ella realmente no lo entendía. —No estoy jugando al
hermano mayor, Pigeon. Nada de eso.
Pablo rodeó la esquina y metió las manos en los bolsillos. —¿Todo
listo?
—Sí, vamos —dijo Lali, tomando el brazo de Pablo.
Fantaseé con correr detrás de él y empujar mi codo contra la parte
posterior de su cabeza, pero entonces Lali se giró y me vio mirándolo.
Ya basta, articuló.
Caminó con Pablo, y él mantuvo la puerta abierta para ella.
Una amplia sonrisa se extendió en su rostro, en apreciación.
Por supuesto. Cuando él lo hizo, sí lo notó.
CONTINUARÁ...
subi massssssssssss plissssssssssss
ResponderEliminar+++++++
ResponderEliminar