viernes, 5 de diciembre de 2014

Capítulo 2

2
Denotación


¿Qué estás haciendo? —preguntó Nicolás. Estaba parado en medio de la habitación, con un par de sneakers en una mano y ropa interior sucia en la otra.

—Uh, ¿limpiando? —le pregunté, metiendo los caballitos de tequila en el lavavajillas.

—Ya vi. Pero… ¿Por qué?

Sonreí, con la espalda hacia Nicolás. Él iba a patear mi trasero.

—Estoy esperando compañía.

—¿Y?

—La paloma.

—¿Eh?

—Lali, Nico. Invité a Lali.

—Amigo, no. ¡No! No jodas esto para mí, hombre. Por favor no.

Me di la vuelta, cruzando los brazos. —Traté, Nico. Lo hice. Pero, no pude.

—Me encogí de hombros—. Hay algo sobre ella. No puedo evitarlo.

Su mandíbula se apretó, y luego pisoteó hasta su cuarto, azotando la puerta detrás de él.

Terminé de lavar en el lavavajillas, y luego di la vuelta al sofá para asegurarme de que no hubiera ningún envoltorio vacío de condones visible. No sería divertido explicar eso.


El hecho de que había estado con una buena parte de las chicas hermosas en esta escuela no era un secreto, pero no veía la razón para recordárselo cuando ella viniera a mi apartamento. Se trataba de la presentación.

Se trataba de Pigeon, sin embargo. Haría falta mucho más que publicidad falsa para meterla en mi sofá. En ese punto, la estrategia consistía en ir un paso a la vez.

Si me centraba en el resultado final, el proceso iba a ser jodido. Ella veía cosas. Estaba más lejos de la inocencia que yo; a años luz de distancia. Esta operación era nada menos que precaria.

Yo estaba clasificando la ropa sucia en mi dormitorio cuando oí la puerta abrirse. Nicolás generalmente escuchaba el auto de Eugenia antes para ir a recibirla a la puerta.

Idiota.

Murmuré, el cierre de la puerta de Nicolás era mi señal. Entré en la sala y allí estaba: gafas, el pelo amontonado en la parte superior de su cabeza y lo que podía haber sido un pijama. No me habría sorprendido si hubiera estado usando ropa sucia.

Era tan difícil no reventar en carcajadas. Ni una sola vez una mujer había venido a mi apartamento vestida así. Mi puerta principal había visto faldas de mezclilla, vestidos transparentes sobre bikinis. Un puñado de veces, maquillaje a kilos con mucho brillos. Pero nunca pijamas.

Su apariencia explicaba inmediatamente porque había sido tan fácil convencerla de que viniera. Ella estaba tratando de darme nauseas para que la deje en paz. Si no luciera absolutamente sexy hasta con eso, hubiera funcionado, pero su piel estaba impecable, y su falta de maquillaje y gafas sólo hacían resaltar más el color de sus ojos.

—Ya era hora de que llegaras —dije, dejándome caer en el sillón.

Al principio, parecía orgullosa de su idea, pero cuando hablamos y no dije nada, estaba claro que ella sabía que su plan había fracasado. Mientras menos sonreía, más tenía que detenerme para no sonreír de oreja a oreja. Era muy divertido. No podría superarlo.

Nicolás y Eugenia se nos unieron diez minutos más tarde. Lali estaba nerviosa, y yo estaba malditamente cerca de empezar a delirar. Nuestra conversación se había dirigido a su duda de que no podría escribir un sencillo trabajo para ella, cuestionando mi afición por la lucha. Me gustaba hablar con ella acerca de cosas normales. Era preferible a la difícil tarea de decirle que se fuera después de estar con ella. Ella no me entendía, y yo como que quería que lo hiciera, a pesar de que parecía enojada.

—¿Quién eres tú… el Karate Kid? ¿Dónde aprendiste a luchar?

Nicolás y Eugenia parecían estar avergonzados por Lali. No sé por qué, a mí no me importaba. El hecho de que yo no hablara mucho de mi infancia no quería decir que estuviera avergonzado.

—Tuve un papá con problemas alcohólicos y mal temperamento, y cuatro hermanos mayores que portaban el gen de idiotez.

—Oh —dijo simplemente. Sus mejillas se pusieron rojas, y en ese momento, sentí una punzada en el pecho. No estaba seguro de lo que era, pero me molesto bastante.

—No te avergüences, Pidge. Papá dejó de beber, los hermanos maduraron.

—No estoy avergonzada. —Su lenguaje corporal no coincidía con sus palabras. Luché por pensar en algo para cambiar de tema, pero luego su mirada sexy, desaliñada, vino a mi mente. Su desconcierto fue remplazado inmediatamente por la irritación, algo que era mucho más cómodo.

Eugenia propuso que viéramos televisión. La última cosa que quería hacer era estar en una habitación con Lali, siendo incapaz de hablarle. Me paré. —¿Tienes hambre, Pidge?

—Ya comí.

Las cejas de Eugenia se levantaron. —No, no lo has hecho. Oh… es cierto, se me olvidaba que tú tomaste una ¿pizza? antes de que viniéramos.

Lali se sintió avergonzada de nuevo, pero cubrió rápidamente su enojo.

Aprender su patrón emocional no llevaba mucho tiempo. Abrí la puerta, tratando de mantener mi voz casual. Nunca había estado tan ansioso por estar a solas con una chica, sobre todo sin tener sexo con ella. —Vamos. Tienes que tener hambre.

Sus hombros se relajaron un poco. —¿A dónde vas?

—Dondequiera que tú desees. Podemos ir a una pizzería. —Me encogí por dentro. Eso pudo haber sido demasiado impaciente.

Miró sus pantalones. —Realmente no estoy vestida.

No tenía idea de lo hermosa que lucía. Eso la hacía aún más atractiva. —Te ves bien. Vamos, que estoy muriendo de hambre.

Una vez que ella estaba sobre mi Harley, por fin pude pensar con claridad otra vez. Mis pensamientos eran por lo general más relajados en mi moto. Las piernas de Lali tenían mis caderas apretadas, pero eso era extrañamente relajante, también. Casi un alivio.

Esa sensación extraña que sentía a su alrededor me desorientaba. No me gustaba, pero de nuevo, me recordaba que ella estaba cerca, así que era tan reconfortante como inquietante. Decidí resolver mi mierda. Lali podía ser una paloma, pero sólo era una jodida chica. No necesitaba tener mis boxers hechos un manojo.

Además, había algo debajo de esa fachada de niña buena. Me odiaba porque había sido lastimada por alguien como yo. De ninguna manera era una puta, sin embargo. Ni una puta reformada. Yo las podía detectar a un kilómetro de distancia. Por fin había encontrado a una chica que era lo suficientemente interesante como para quererla conocer, y una versión de mí ya la había lastimado.

A pesar de que la acababa de conocer, el pensamiento de que algún imbécil le hiciera daño me enfureció. Que Lali me asociara con alguien que le había hecho daño era peor. Pisé el acelerador cuando entramos al estacionamiento de Pizza Shack. El viaje no había sido suficiente para solucionar la mierda en mi cabeza.

Ni siquiera estaba pensando en mi velocidad, por lo que cuando Lali saltó de la moto y empezó a gritar, yo no podía dejar de reír.

—Conduje al límite de velocidad.

—¡Sí, si estuviéramos en la autopista! —Quitó la maraña de cabello por debajo de la corona de su cabeza, y luego separó su largo cabello con los dedos.

No podía dejar de mirarla mientras lo envolvía y se lo ataba de nuevo. Me imaginaba que así lucía en la mañana, y luego tuve que pensar en los primeros diez minutos de Salvando al Soldado Ryan para mantener mi polla lejos de ponerse dura. Sangre. Gritos. Intestinos visibles. Granadas. Tiroteos. Más sangre.

Mantuve la puerta abierta. —No dejaría que nada te pasara, Pigeon.

Pisoteó furiosa junto a mí hacia el restaurante. Fue una lástima, era la primera chica a la que le había querido abrir la puerta. Había estado esperando ese momento, y ni siquiera se dio cuenta.

Después de seguirla dentro, me dirigí a la mesa de la esquina. El equipo de futbol estaba sentado en varias mesas juntas en el medio de la habitación. Ya gritaban que yo tenía una cita, y apreté los dientes. No quería que Lali escuchara.

Por primera vez me sentí avergonzado por mi conducta. Pero no duró mucho. Al ver a Lali sentarse al otro lado de la mesa, malhumorada y molesta, me animé enseguida.

Pedí dos cervezas. La mirada de disgusto en la cara de Lali me pilló con sorpresa. La camarera coqueteaba abiertamente conmigo, y Lali y estaba infeliz. Al parecer, podía hacerla enojar sin siquiera intentarlo.

—¿Vienes aquí a menudo? —espetó, mirando a la mesera.

Diablos, sí. Ella estaba celosa. Espera. Tal vez la manera en la que era tratado por las mujeres era una desviación. Eso no me sorprendía, ni un poco. Esta chica hacía que mi cabeza diera vueltas.

Apoyé mis codos en la mesa, negándome a dejarla ver lo que me hacía. —Así que, ¿cuál es tu historia, Pidge? ¿Eres una odia-hombres en general, o sólo me odias a mí?

—Creo que sólo a ti.

Me tuve que reír. —No puedo comprenderte. Tú eres la única chica que ha estado disgustada conmigo, antes del sexo. No te pones nerviosa cuando hablas conmigo, y no tratas de llamar mi atención.

—No es un truco. Simplemente no me caes bien.

Auch. —No estarías aquí si no te gustara.

Mi persistencia dio sus frutos. Su ceño fruncido se suavizó y relajó la piel alrededor de mis ojos.

—No digo que eres una mala persona. Simplemente no me gusta ser un objetivo por el sólo hecho de tener una vagina.

Lo que fuese que se apoderó de mí, no lo pude contener. Tratar de contener mi risa fue en vano, y luego me eché a reír. Ella no creía que yo fuera un idiota después de todo, sólo no le gustaba mi forma de llegar. Una oleada de alivio se apoderó de mí, y me reí más fuerte de lo que me había reído en años. Tal vez nunca.

—¡Oh, Dios mío! ¡Me estás matando! Eso es. Hemos de ser amigos. No voy a aceptar un no por respuesta.

—No me importa ser amigos, pero eso no quiere decir que tratarás de meterte en mis bragas cada cinco segundos.

—No dormirás conmigo. Lo entiendo.

Eso fue todo. Sonrió, y en ese momento, se abrió un nuevo mundo de posibilidades. Mi cerebro brilló con canales porno-Pigeon, y luego todo el sistema cayó, y apareció un recordatorio sobre la nobleza. Sobre no querer arruinar esta rara amistad que acababa de empezar.

Le devolví la sonrisa. —Tienes mi palabra. Ni siquiera pensaré en tus bragas… a menos que quieras que lo haga.

Apoyó sus pequeños codos en la mesa y se inclinó. Por supuesto, mis ojos fueron derecho a sus tetas, y la forma en que ahora presionaban el borde de la mesa.

—Y eso no sucederá, por lo que podemos ser amigos.
Desafío aceptado.

—Entonces, ¿cuál es tu historia? —preguntó Lali—. ¿Siempre has sido Peter “Mad Dog” Lanzani, o sólo desde que llegaste aquí? —Usó dos dedos en cada mano, como comillas cuando dijo el espantoso apodo de mierda.

Me encogí. —No. Adam comenzó eso después de mi primera pelea.

Odiaba ese apodo, pero se quedó. A todo el mundo parecía agradarle, así que Adam siempre lo usaba.

Después de un silencio incomodo, Lali finalmente habló—: ¿Eso es todo? ¿No me dirás nada acerca de ti mismo?

A ella no parecía importarle el apodo, o solamente aceptó la historia. Nunca sabía cuando iba a ofenderse o a enloquecer, o cuando sería racional y mantendría la calma. Santo infierno, no podía conseguir bastante de ella.

—¿Qué quieres saber?

Se encogió de hombros. —Las cosas normales De dónde eres, lo que quieres ser cuando seas grande… cosas así.

Tuve que trabajar para mantener la tensión fuera de mis hombros. Hablar sobre mí —especialmente de mi pasado— estaba fuera de mi zona de comodidad.

Le di algunas respuestas vagas y lo dejé así, pero entonces oí a unos de los jugadores de futbol haciendo una broma. No me hubiera molestado ni un poco si no estuviera temiendo el momento en el que Lali se diera cuenta de la razón por la cual se estaban riendo. Bien, eso era una mentira. Me habría cabreado aunque no se diera cuenta.

Ella seguía queriendo saber sobre mi familia y mi carrera, y yo trataba de no saltar de mi asiento y golpear a todos en una estampida de un solo golpe. Como mi ira hervía, centrarme en la conversación se me hizo más difícil.
—¿De qué se están riendo? —preguntó finalmente, haciendo un gesto hacia la ruidosa mesa.

Negué con la cabeza

—Cuéntame —insistió.

Mis labios se apretaron en una delgada línea. Si ella se iba, probablemente no tendría otra oportunidad, y esos imbéciles tendrían algo más de que reírse.

Me miró expectante.
A la mierda. —Se están riendo de mí por tener que llevarte a cenar, primero. No es por lo general… lo mío.

—¿Primero?

Cuando entendió el significado, su rostro se congeló. Estaba avergonzada de estar aquí conmigo.

Hice una mueca, esperando que saltara.

Sus hombros cayeron. —Y yo que tenía miedo de que se estuvieran riendo de ti por ser visto conmigo así vestida, y ellos creen que voy a dormir contigo —se quejó.

Espera, ¿Qué?

—¿Por qué no querría ser visto contigo?

Las mejillas de Lali se tornaron rosas, y miró hacia la mesa. —¿De qué estábamos hablando?

Suspiré. Ella estaba preocupada por mí. Pensó que se reían de la forma en que lucía. La paloma no era un duro-culo, después de todo. Me decidí a hacer otra pregunta antes de que lo reconsiderara.

—De ti. ¿Cuál es tu especialidad?

—Oh, eh… educación general, por el momento. Todavía estoy indecisa, pero me estoy inclinando hacia contabilidad.

—Tú no eres de aquí, sin embargo. Debes haber tenido un traslado.

—Wichita. Igual que Eugenia.
—¿Cómo llegaste aquí desde Kansas?

—Sólo quería escapar

—¿De qué?

—Mis padres.

Estaba huyendo. Tenía la sensación de que la chaqueta y las perlas que llevaba la noche que nos conocimos eran una fachada. Pero, ¿para ocultar qué? Se molestaba bastante rápido con las preguntas personales, pero antes de que pudiera cambiar de tema, Kyle, del equipo de futbol, escupió algo.

Asentí. —Entonces, ¿por qué aquí?

Lali espetó algo. Me perdí lo que fuera. El idiota se rió, pero el equipo de futbol ahogó sus palabras.

—Amigo, se supone que tienes que conseguir una bolsa para el perrito, no bolsear al perrito.
No me pude contener más. Estaban siendo irrespetuosos conmigo y con Lali. Me puse de pie y di unos pasos, se empezaron a empujar unos a otros por la puerta, tropezando y tropezando con una docena de pares de pies.

Los ojos de Lali excavaron la parte de atrás de mi cabeza, trayéndome de vuelta a mis cinco sentidos. Me planté de nuevo en la mesa, ella levantó una ceja, y de inmediato mi frustración y mi ira se desvanecieron.

—Ibas a decirme por qué elegiste esta escuela —le dije. Pretender que el show de hace poco no había ocurrido era probablemente la mejor manera de continuar.

—Es difícil de explicar —dijo, encogiéndose de hombros—. Supongo que sólo se sentía bien.

Si había una frase para explicar lo que yo sentía, era esa. No sabía qué diablos hacía, ni porque, pero algo de estar sentado frente a ella en esta cabina me traía una extraña sensación de calma. Incluso en medio de mi furia.


Le sonreí y abrí mi menú. —Sé lo que quieres decir.


CONTINUARÁ... 

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