19
LA CASA DE PAPÁ
Viernes. El día de la fiesta de citas, tres días después de que
Lali sonrió por el nuevo sofá y entonces minutos más tarde dio vuelta la
botella de whisky sobre mis tatuajes.
Las chicas habían terminado de hacer lo que las chicas hacen en
las fiestas de citas, y yo estaba sentado frente al departamento, en los
escalones, esperando a que Toto fuera a cagar.
Por razones que no podía detallar, mis nervios estaban disparados.
Ya había tomado un par de tragos de whisky para tratar de tranquilizarme, pero
fue inútil.
Miré mi muñeca, esperando que cualquier ominoso sentimiento que
tenía fuera sólo una falsa alarma. Mientras comenzaba a decirle a Toto que se
diera prisa porque estaba jodidamente frío afuera, se agachó e hizo su asunto.
—¡Ya casi es hora, pequeño! —dije, alzándolo en brazos y caminando
hacia adentro.
—Acabo de llamar al florista. Bueno, floristas. El primero no
tenía suficiente —dijo Nicolás.
Sonreí. —Las chicas van a enojarse. ¿Te aseguraste que los
entregarán antes de que lleguen a casa?
—Sí.
—¿Qué pasa si llegan a casa temprano?
—Estarán aquí con tiempo de sobra.
Asentí.
—Oye —dijo Nicolás con media sonrisa—, ¿estás nervioso acerca de
esta noche?
—No —dije, frunciendo el ceño.
—Lo estás, también, ¡eres un marica! ¡Estás nervioso por la noche
de citas!
—No seas idiota —dije, dirigiéndome a mi habitación.
Mi camisa negra ya estaba planchada y esperando en su gancho. No era
nada especial, una de las dos camisas con cuello abotonado que tenía.
La fiesta sería mi primera, sí, e iba con mi novia por primera
vez, pero el nudo en mi estómago era por algo más. Algo que no podía descifrar.
Como si algo terrible estuviera acechando en el futuro inmediato.
Nervioso, regresé a la cocina y me serví otro trago de whisky. El
timbre sonó, y levanté la vista del mostrador para ver a Nicolás corriendo a
través de la sala desde su habitación, con una toalla en su cintura.
—Podría haberlo conseguido.
—Sí, pero entonces tendrías que parar de llorar en tu Jim Beam —se
quejó, jalando la puerta. Un pequeño hombre cargando dos enormes ramos más
grandes que él, estaba parado en la entrada.
—Uh, sí... por este camino, amigo —dijo Nicolás, abriendo la
puerta más amplia.
Diez minutos más tarde, el departamento empezaba a ser de la forma
que imaginé. La idea de conseguir las flores de Lali antes de la fiesta de
citas se me había ocurrido, pero un ramo no era suficiente.
Justo cuando uno de los chicos repartidores se fueron, otro llegó,
y otro. Una vez que cada superficie en el departamento orgullosamente mostraba
al menos dos o tres ramos ostentosos de rosas rojas, rosas, amarillas y
blancas, Nicolás y yo estábamos satisfechos.
Tomé una rápida ducha, me rasuré, y me deslizaba en unos vaqueros
cuando el motor del Honda zumbó ruidosamente en el estacionamiento. Unos
segundos después se apagó, Eugenia atravesó la puerta principal, y luego Lali.
Sus reacciones hacia las flores fue inmediata y Nicolás y yo
sonreíamos como idiotas mientras ellas chillaban con deleite.
Nicolás miró alrededor de la habitación con orgullo.
—Fuimos a comprarles dos flores, pero pensamos que un ramo no
sería suficiente.
Lali envolvió sus brazos alrededor de mi cuello. —Ustedes
chicos... son asombrosos. Gracias.
Palmeé su trasero, dejando mi palma detenerse en la suave curva
justo arriba de su muslo.
—Treinta minutos para la fiesta, Pidge.
Las chicas se vistieron en la habitación de Nicolás mientras
nosotros esperábamos. Me tomó cinco minutos completos para abotonar mi camisa,
encontrar mi cinturón, y deslizarme en calcetines y zapatos. Las chicas, sin
embargo, se tomaron jodidamente una eternidad.
Nicolás, impaciente, tocó la puerta. La fiesta empezó hace quince
minutos.
—Hora de irnos, señoritas —dijo Nicolás.
Eugenia salió con un vestido que lucía como una segunda piel, y Nicolás
chifló, destellando una sonrisa instantánea en su cara.
—¿Dónde está ella? —pregunté.
—Lali tiene un poco de problemas con su zapato. Saldrá en sólo un segundo
—explicó Eugenia.
—¡El suspenso me está matando, Pigeon! —llamé.
La puerta chirrió, y Lali salió moviéndose con nerviosismo, con su
corto vestido blanco.
Su cabello estaba recogido hacia un lado, y aunque sus pechos
estaban cuidadosamente ocultos, se acentuaban por la tela muy apretada.
Eugenia me codeó, y parpadeé. —Mierda.
—¿Estás listo para enloquecer? —preguntó Eugenia.
—No estoy enloqueciendo, luce asombrosa.
Lali sonrió con travesura en sus ojos, y lentamente se dio la
vuelta para mostrar la caída inclinada de tela en la parte de atrás.
—De acuerdo, ahora estoy enloqueciendo —dije, caminando hacia ella
y alejándola de los ojos de Nicolás.
—¿No te gusta? —preguntó.
—Necesitas una chaqueta. —Corrí hacia el estante y rápidamente
cubrí con el abrigo de Lali sus hombros.
—No puede usar eso toda la noche, Pit. —Eugenia río entre dientes.
—Luces hermosa, Lali —dijo Nicolás, tratando de disculpar mi comportamiento.
—Lo haces —dije desesperado por escuchar y entender sin causar una
pelea—. Luces increíble, pero no puedes usar eso. Tu falda es... guau, tus
piernas son... tu falda es muy corta y ¡sólo es la mitad de un vestido! —Lali
sonrió, al menos no estaba cabreada.
—¿Ustedes viven para torturarnos el uno al otro? —Nicolás frunció
el ceño.
—¿Tienes un vestido más largo? —pregunté.
Lali bajó la mirada. —Es de hecho bastante modesto en frente. Sólo
la parte de atrás muestra mucha piel.
—Pigeon —dije, haciendo un gesto de dolor—, no quiero que estés
enojada, pero no puedo llevarte a la casa de la fraternidad luciendo así. Me
meteré en una pelea en los primeros cinco minutos.
Se inclinó y besó mis labios. —Tengo fe en ti.
—Esta noche va a apestar —gruñí.
—Esta noche va a ser fantástica —dijo Eugenia, ofendida.
—Sólo piensa en lo fácil que será quitármelo después —dijo Lali.
Se puso de puntillas para besar mi cuello.
Miré el techo, tratando de no dejar que sus labios, pegajosos de
su brillo labial, debilitaran mi caso.
—Ese es el problema. Todos los otros tipos allí estarán pensando
lo mismo.
—Pero tú eres el único que conseguirá descubrirlo —dijo con
entonación.
Cuando no respondí, se inclinó otra vez para mirarme a los ojos—.
¿De verdad quieres que me cambie?
Escaneé su cara, y cada parte de ella, y entonces exhalé. —No
importa lo que uses, eres hermosa.
—Sólo debería acostumbrarme a eso, ahora, ¿cierto? —Lali se
encogió de hombros, y sacudí mi cabeza.
—Está bien, ya estamos
tarde. Vámonos.
***
Mantuve mis brazos alrededor de Lali mientras caminábamos a través
del césped de la casa Sigma Tau. Lali temblaba, así que caminé rápidamente y
torpemente tirando de ella, tratando de sacarla del frío tan rápido como sus
tacones altos lo permitían. Al segundo que atravesamos las gruesas puertas dobles,
inmediatamente prendí un cigarro en mi boca para agregar la típica niebla de la
fiesta de fraternidad. El bajo de las bocinas resonaba como un latido debajo de
nuestros pies.
Después de que Nicolás y yo nos hicimos cargo de los abrigos de
las chicas, guié a Lali hacia la cocina, con Nicolás y Eugenia justo detrás.
Nos quedamos de pie allí, con cervezas en mano, oyendo a Jay Gruber y Brad
Pierce discutiendo mi última pelea. Lexie se apartó de la camisa de Brad,
claramente aburrida con la plática de hombres.
—Amigo, ¿pusiste el nombre de tu chica en tu muñeca? ¿Qué en el
infierno te poseyó para hacer eso? —dijo Brad.
Le di la vuelta a mi mano para revelar el apodo de Lali. —Estoy
loco por ella —dije, bajando la mirada hacia Lali.
—Apenas la conoces —se burló Lexie.
—La conozco.
En mi visión de perfil, vi a Nicolás empujar a Eugenia hacia las
escaleras, así que tomé la mano de Lali y lo seguí. Desafortunadamente, Brad y
Lexie hicieron lo mismo. En una fila, bajamos las escaleras hacia el sótano, la
música creciendo más fuerte con cada paso.
Al segundo que mi pie golpeó el último escalón, el DJ puso una
canción lenta. Sin dudarlo, jalé a Lali a la pista de baile de concreto,
alineado con los muebles que habían sido empujados hacia los lados por la fiesta.
Lali encajaba perfectamente en la curva de mi cuello.
—Estoy contento que nunca fui a una de estas cosas antes —le dije
en su oído—. Es correcto que te haya traído sólo a ti.
Lali presionó su mejilla contra mi pecho, y sus dedos presionaron
mis hombros.
—Todos te están mirando en este vestido —dije—, creo que es algo
genial... estar con la chica que todos quieren.
Lali se inclinó hacia atrás para ponerme los ojos en blanco.
—Ellos no me quieren. Están curiosos de por qué tú me
quieres. De cualquier forma, siento pena por cualquiera que piense que tiene
una oportunidad. Estoy desesperadamente y completamente enamorada de ti. ¿Cómo siquiera
podía preguntárselo?
—Tú sabes porque te quiero. No sabía que estaba perdido hasta que me
encontraste. No sabía lo solo que estaba hasta la primera noche que pasé sin ti
en mi cama. Eres lo único que he hecho bien. Tú eres por quien he estado
esperando, Pidgeon.
Lali se alzó para tomar mi cara entre sus manos, y envolví mis
brazos alrededor de ella, levantándola del piso. Nuestros labios se presionaron
suavemente, y mientras trabajaba sus labios contra los míos, me aseguré
silenciosamente de comunicar lo mucho que la amaba en ese beso, porque nunca
podría hacerlo correctamente con sólo palabras.
Después de unas canciones y un momento hostil, aunque entretenido,
entre Lexie y Eugenia, decidí que era un buen momento para dirigirnos arriba.
—Ven, Pidge. Necesito un cigarro.
Lali me siguió hacia arriba en las escaleras. Me aseguré de
agarrar su abrigo antes de continuar hacia el balcón. El segundo que dimos un
paso afuera, me detuve, Lali también se detuvo a mi lado, frente a Pablo y una
muy maquillada chica que él toqueteaba.
El primer movimiento fue hecho por Pablo, quien llevó su mano
debajo de la falda de la chica.
—Lali —dijo, sorprendido y sin aliento.
—Hola, Pablo —replicó Lali, conteniendo una carcajada.
—Cómo, uh... ¿cómo has estado?
Ella sonrió amablemente. —He estado genial, ¿tú?
—Uh. —Miró a su cita—. Lali, esta es Amber. Amber... Lali.
—¿Lali Lali?
—preguntó ella.
Pablo le dio un rápido e incómodo asentimiento. Amber estrechó la
mano de Lali con una mirada disgustada en su cara, y entonces me miró como si
acabara de encontrar al enemigo.
—Gusto en conocerte... creo.
—Amber —advirtió Pablo.
Reí una vez, y entonces abrí las puertas para que pasaran. Pablo
agarró la mano de Amber y se dirigió hacia a la casa.
—Eso fue... raro —dijo Lali, sacudiendo su cabeza y doblando sus
brazos alrededor de ella. Miró sobre el borde hacia dos parejas enfrentando el
viento invernal.
—Por lo menos, ha superado sus malditos intentos para que regreses
—le dije, sonriendo.
—No creo que estuviera tratando de hacerme regresar tanto como
tratando de mantenerme lejos de ti.
—Llevó a una chica
a casa una vez.
Ahora se comporta como si hubiese hecho un hábito el recoger y salvar a todas
las estudiantes de primer año que he embolsado.
Lali me lanzó una mirada irónica por la esquina de su ojo. —¿Te he
dicho lo mucho que detesto esa
palabra?
—Lo siento —le dije, tirando de ella a mi lado. Encendí un
cigarrillo y tomé una respiración profunda, girando mi mano. Las delicadas pero
gruesa líneas negras de tinta que se entretejían para formar la palabra Pigeon—.
¿Es extraño que este tatuaje no sólo sea mi nuevo favorito, sino que también me haga sentir a gusto el
saber que está ahí?
—Muy extraño —dijo Lali. Le lancé una mirada, y se rió—. Estoy
bromeando. No puedo decir que lo entiendo, pero es dulce... en una especie de
forma a lo Peter Lanzani.
—Si se siente tan bien tener esto en mi brazo, no puedo imaginar
cómo se sentirá el poner un anillo en tu dedo.
—Peter...
—En cuatro o tal vez cinco años —le dije, internamente asombrado
de que hubiese ido tan lejos.
Lali respiró. —Tenemos que reducir la velocidad. Muy, muy
despacio.
—No empieces, Pidge.
—Si seguimos a este ritmo, voy a estar descalza y embarazada antes
de graduarme. No estoy lista para vivir contigo, no estoy lista para un anillo,
y ciertamente no estoy preparada para sentar cabeza.
Ahuequé suavemente sus hombros. —Este no es el discurso de
"quiero ver otras personas", ¿verdad? Porque no voy a compartirte. De
ninguna manera.
—No quiero a nadie más —dijo, exasperada.
Me relajé y liberé sus hombros, volviendo a agarrar la barandilla.
—¿Qué estás diciendo, entonces? —le pregunté, aterrorizado por su respuesta.
—Estoy diciendo que tenemos que reducir la velocidad. Eso es todo lo
que digo.
Asentí, insatisfecho.
Lali me cogió el brazo. —No te enojes.
—Parece que damos un paso adelante y dos pasos atrás, Pidge. Cada
vez que pienso que estamos en la misma página, levantas una pared. No lo
entiendo... la mayoría de las chicas acosan a sus novios para que se lo tomen
en serio, para hablar de sus sentimientos, para dar el siguiente paso...
—¿Creo que hemos establecido que no soy la mayoría de las
chicas?
Dejé caer mi cabeza, frustrado. —Estoy cansado de adivinar. ¿Hacia
dónde ves que esto está yendo, Lali?
Apretó los labios contra mi camisa. —Cuando pienso en mi futuro,
te veo.
La abracé a mi lado, todos los músculos de mi cuerpo
inmediatamente relajándose con sus palabras. Los dos miramos las nubes
moviéndose a través de la noche sin estrellas, el cielo negro. La risa y el
murmullo de las voces inferiores provocaron una sonrisa en el rostro de Lali.
Vi los mismos asistentes a la fiesta que ella, acurrucados juntos y corriendo a
la casa desde la calle.
Por primera vez en el día, el sentimiento ominoso que se había
cernido sobre mí todo el día comenzó a desvanecerse.
—¡Lali! ¡Ahí estás! He estado buscándote por todos lados —dijo Eugenia,
apresurándose a través de la puerta. Levantó su teléfono celular—. Acabo de hablar
por teléfono con mi padre. Carlos les llamó anoche.
La nariz de Lali frunció. —¿Carlos? ¿Por qué los llamó?
Eugenia levantó las cejas. —Tu madre le sigue colgando.
—¿Qué es lo que quiere?
Eugenia apretó los labios. —Saber dónde estabas.
—No se lo dijeron, ¿verdad?
La cara de Eugenia cayó. —Es tu padre, Lali. Papá pensó que tenía derecho
a saber.
—Va a venir aquí —dijo Lali, su voz hinchada de pánico—. ¡Va a
venir aquí, Euge!
—¡Lo sé! ¡Lo siento! —dijo Eugenia, tratando de consolar a su
amiga. Lali se apartó de ella y se cubrió la cara con las manos.
No estaba seguro de qué demonios pasaba, pero toqué los hombros de
Lali. —No te hará daño, Pidge —le dije—. No lo voy a dejar.
—Encontrará una manera —dijo Eugenia, mirando a Lali con los ojos pesados—.
Siempre lo hace.
—Tengo que salir de aquí. —Lali se apretó su abrigo, y luego tiró
de las manijas de las puertas francesas. Estaba demasiado alterada para
detenerse el tiempo suficiente como para empujar primero y antes de tirar las
manijas de las puertas. Mientras las lágrimas caían por sus mejillas, cubrí sus
manos con las mías.
Después de ayudar a abrir las puertas, Lali me miró. No estaba
segura de sí tenía las mejillas ruborizadas de vergüenza o por el frío, pero
todo lo que quería era hacer que eso desapareciera.
Tomé a Lali bajo mi brazo, y juntos nos fuimos a través de la
casa, por las escaleras y a través de la multitud hacia la puerta principal. Lali
se movió rápidamente, desesperada por llegar a la seguridad del apartamento.
Sólo había oído hablar elogios de Carlos Espósito como jugador de póker por mi
padre. Ver a Lali correr como una niña asustada me hacía odiar cada momento que
mi familia perdió admirándolo.
A medio paso, la mano de Eugenia salió disparada y agarró el
abrigo de Lali.
—Lali —susurró, señalando a un pequeño grupo de personas.
Estaban apiñadas alrededor de un hombre más viejo, desaliñado, sin
afeitar y sucio hasta el punto en que parecía que olía. Señalaba a la casa, con
una imagen pequeña. Las parejas asentían, discutiendo la foto entre ellos.
Lali irrumpió hacia el hombre y le sacó la foto de las manos. —¿Qué demonios estás
haciendo aquí?
Miré la foto en su mano. No podía haber tenido más de quince años,
flaca, con el pelo ratonil y los ojos hundidos. Ella debía de haber sido
miserable. No es de extrañar que quisiera alejarse.
Las tres parejas que lo rodeaban se alejaron. Miré hacia atrás a
sus rostros asombrados, y luego esperé a que el hombre respondiera. Era Carlos
jodido Espósito. Lo reconocí por los agudos ojos inconfundibles ubicados en esa
cara sucia.
Nicolás y Eugenia estaban a cada lado de Lali. Ahuequé sus hombros
desde atrás.
Carlos miró el vestido de Lali y chasqueó la lengua en señal de desaprobación.
—Bueno, bueno, Cookie. Puedes sacar a la chica de Vegas…
—Cállate. Cállate, Carlos. Sólo da la vuelta —señaló tras él—, y
vuelve a cualquier lugar de donde vengas. No quiero que estés aquí.
—No puedo, Cookie. Necesito tu ayuda.
—Dime algo nuevo —se burló Eugenia.
Carlos entrecerró los ojos hacia ella, y luego volvió su atención
a su hija. —Te ves increíblemente hermosa. Has crecido. No te reconocería en la
calle.
Lali suspiró. —¿Qué quieres?
Él levantó las manos y se encogió de hombros. —Parece que me he
metido en un lío, nena. Tu viejo padre necesita un poco de dinero.
Todo el cuerpo de Lali se puso tenso. —¿Cuánto?
—Lo estaba haciendo relativamente bien, realmente lo estaba. Sólo
tenía que pedir un granito de arena para salir adelante y... ya sabes.
—Lo sé —le espetó—. ¿Cuánto necesitas?
—Veinticinco.
—Mierda, Carlos, ¿dos mil quinientos? Si te largas en este mismo instante...
Te los daré —dije, sacando mi cartera.
—Quiere decir veinticinco mil —dijo Lali, su voz fría.
Los ojos de Carlos rodaron encima de mí, de mi cara a mis zapatos.
—¿Quién es este payaso?
Mis cejas se alzaron de mi cartera, y por instinto, me incliné
hacia mi presa.
La única cosa que me detenía era sentir el pequeño cuerpo de Lali
entre nosotros, y saber que este hombrecito sucio era su padre. —Puedo ver,
ahora, por qué un hombre como tú se ha reducido a pedirle a su hija adolescente
un préstamo.
Antes de que Carlos pudiera hablar, Lali sacó su celular. —¿A
quién le debes esta vez, Carlos?
Carlos se rascó su grasoso y canoso cabello. —Bueno, es una
historia divertida, Cookie…
—¿Quién? —gritó
Lali.
—Benny.
Lali se inclinó hacia mí. —¿Benny? ¿Le debes a Benny?
¿Qué diablos estabas...? —Hizo una pausa—. No tengo esa cantidad de dinero, Carlos.
Sonrió. —Algo me dice que sí.
—¡Bien, no lo tengo! ¿Realmente lo has hecho, esta vez, no? ¡Sabía
que no pararías hasta que terminaras muerto!
Se movió, la sonrisa satisfecha en su rostro había desaparecido.
—¿Cuánto tienes?
—Once mil. Estaba ahorrando para un coche.
Los ojos de Eugenia se lanzaron en dirección a Lali. —¿De dónde
sacaste once mil dólares, Lali?
—Las peleas de Peter.
Tiré de sus hombros hasta que me miró. —¿Has obtenido once mil de
mis peleas? ¿Cuándo estabas apostando?
—Adam y yo tenemos un acuerdo —dijo casualmente.
Los ojos de Carlos estaban repentinamente animados. —Puedes
duplicar eso en un fin de semana, Cookie. Puedes hacerme veinticinco para el
domingo, y Benny no enviará a sus matones por mí.
—Me dejará sin nada, Carlos. Necesito pagar la escuela —dijo Lali,
un deje de tristeza en su voz.
—Oh, puedes conseguirlo de nuevo en muy poco tiempo —dijo,
agitando la mano con desdén.
—¿Cuándo es la fecha límite? —preguntó Lali.
—El lunes. A la media noche —dijo, sin pedir disculpas.
—No tienes que darle una jodida moneda de diez centavos, Pidge —le
dije.
Carlos agarró la muñeca de Lali. —¡Es lo menos que puedes hacer!
¡No estaría en este lío si no fuera por ti!
Eugenia le dio una palmada en la mano y luego lo empujó. —¡No te
atrevas a empezar esa mierda otra vez, Carlos! ¡Ella no te obligó a pedirle
dinero prestado a Benny!
Carlos miró a Lali. La luz de odio en sus ojos hizo que cualquier
conexión que tuviera con su hija desapareciera. —Si no fuera por ella, habría
tenido mi propio dinero. Me arrebataste todo lo que era mío, Lali. ¡No tengo
nada!
Lali ahogó un grito. —Voy a reunir el dinero de Benny para el
domingo. Pero cuando lo haga, quiero que me dejes en paz. No
voy a hacer esto otra vez, Carlos. A partir de ahora, estás por tu cuenta, ¿me
oyes? Mantente. Alejado.
Apretó los labios y asintió. —Como tú digas, Cookie.
Lali se dio la vuelta y se dirigió hacia el coche.
Eugenia suspiró. —Hagan sus maletas, muchachos. Nos vamos a Las
Vegas.
—Caminó hacia el Charger, y Nicolás y yo nos pusimos de pie,
congelados.
—Espera. ¿Qué? —Él me miró—. Como Las Vegas, ¿Las Vegas? ¿Al igual
que en Nevada?
—Eso parece —le dije, metiendo las manos en los bolsillos.
—Sólo vamos a reservar un vuelo a Las Vegas —dijo Nicolás, todavía
tratando de procesar la situación.
—Sí.
Nicolás se acercó a la puerta abierta de Eugenia para dejar que ella
y Lali entraran al lado del pasajero, y luego la cerró de golpe, su cara en
blanco.
—Nunca he estado en Las Vegas.
Una sonrisa traviesa elevó mi boca hacia un lado. —Parece que es
hora de estallar esa cereza.
CONTINUARÁ... ¡Hola! He podido subir :) Así que, ¡FELIZ AÑO NUEVO! Disfrutar mucho y pasarlo genial esta noche :) Gracias por leer y firmar!!
me encantoooo .. gracias por subir .. feliz año nuevo :)
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