sábado, 6 de diciembre de 2014

Capítulo 3

3
CABALLERO BLANCO

Nicolás se quedó en la puerta como un idiota enfermo de amor, saludando a Eugenia mientras ella abandonaba el aparcamiento.

Cerró la puerta, y luego colapsó en el sillón reclinable con la más ridícula sonrisa en su cara.

—Eres un tonto —le dije.

—¿Yo? Deberías haberte visto. Lali no podía irse de aquí lo suficientemente rápido.

Fruncí el ceño. No me pareció que Lali estuviera apurada, pero ahora que Nicolás dijo algo recordé que estaba bastante callada cuando volvimos. —¿Tú crees?

Nicolás se echó a reír, tirándose hacia atrás en la silla y sacando el apoya pies. —Te odia. Ríndete.

—No me odia. Di en el clavo con esa cita… cena.

La ceja de Nicolás se disparó hacia arriba. —¿Cita? Pit. ¿Qué estás haciendo? Porque si esto es sólo un juego y arruinas lo mío, te mataré mientras duermes.

Caí contra el sofá y agarré el control remoto. —No sé qué estoy haciendo, pero no es eso.

Nicolás lucía confundido. No le iba a dejar saber que estaba tan desconcertado como él —No estaba bromeando —dijo, manteniendo sus ojos en la pantalla de la TV—. Te voy a ahogar.

—Te escuché —espeté. Toda la cosa de sentirme fuera de mi elemento me enojaba, y luego tenía a Pepé Le Pew3 por aquí, amenazándome de muerte.

Nicolás con un flechazo era molesto. Nicolás enamorado era casi intolerable.

—¿Recuerdas a Anya?

—No es como eso —dijo Nicolás, exasperado—. Es diferente con Euge. Es la indicada.

—¿Sabes eso después de un par de meses?—pregunté dubitativamente.

—Lo supe en cuanto la vi.

Negué con la cabeza. Odiaba cuando se ponía así. Unicornios y mariposas saliendo de su trasero, y corazones flotando en el aire. Siempre terminaba con el corazón roto, y luego yo tenía que asegurarme que no bebiera hasta morir durante seis meses. Aunque América parecía gustarle.

Lo que sea. Ninguna mujer podría hacerme balbucear y ser un borracho baboso por perderla. Si no se mantenían alrededor, no valían la pena de todos modos.

Nicolás se levantó, se estiró y luego se encaminó hacia su habitación.

—Estás lleno de mierda, Nico.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
Tenía razón. Nunca he estado enamorado, pero no podía imaginar que eso me pudiera cambiar tanto.

Decidí irme a la cama, también. Me desvestí y me tiré en el colchón, exhausto. En el segundo en que mi cabeza tocó la almohada, pensé en Lali.

Nuestra conversación se reprodujo textualmente en mi cabeza. Unas pocas veces mostró un brillo de interés. No me odiaba completamente, y eso me ayudó a relajarme. No estaba exactamente disculpándome por mi reputación, pero ella no esperaba que fingiera. Las mujeres no me ponían nervioso. Lali me hacía sentir  distraído y concentrado, todo al mismo tiempo. Agitado y relajado. Cabreado y malditamente cerca del vértigo. Nunca me había sentido tan en desacuerdo conmigo mismo. Algo acerca de ese sentimiento me hacía querer estar más cerca de ella.

Después de dos horas mirando el techo, preguntándome si la vería de nuevo al día siguiente, decidí levantarme a buscar una botella de Jack Daniel’s en la cocina.
Los vasos de shot estaban limpios en el lavavajillas, así que saqué uno y lo llené hasta el borde. Después de tragarlo, me serví otro. Lo vacié, puse el vaso en el fregadero y regresé. Nicolás se encontraba en la puerta de su habitación con una sonrisa en su cara.

—Y así empieza.

—El día que apareciste en nuestro árbol familiar, quise cortarlo.

Nicolás se rió una vez y cerró su puerta. Caminé hacia mi cuarto, enojado por no poder discutir.

***
Las clases de la mañana parecieron durar por siempre, y estaba un poco disgustado conmigo mismo por casi haber corrido hasta la cafetería. Ni siquiera sabía si Lali estaría allí.

Pero estaba.

Brasil se encontraba sentado directamente en frente de ella, charlando con Nicolás. Una sonrisa tocó mi cara, y luego suspiré, aliviado y resignado al hecho de que era patético.

La señora del almuerzo llenó mi bandeja con Dios-sabe-qué, y luego caminé hacia la mesa, de pie en frente de Lali.

—Estás sentado en mi silla, Brasil.

—Oh, ¿es ella una de tus chicas, Pit?

Lali negó con la cabeza. —Absolutamente no.

Esperé, y luego Brasil cumplió, llevando su bandeja a un asiento vacío al final de la larga mesa.

—¿Qué hay de nuevo, Pidge? —pregunté, esperando que escupiera veneno hacia mí. Para mi extrema sorpresa, no mostró signos de enojo.

—¿Qué es eso? —Miró fijamente mi bandeja.

Bajé la vista hacia el brebaje humeante. Estaba haciendo una conversación al azar. Sin embargo, era otra buena señal. —La señora de la cafetería me asusta. No criticaré sus habilidades culinarias.

Lali me vio hurgar con mi tenedor por algo comestible, y luego pareció distraída por los murmullos de los que nos rodeaban. Concedido, era nuevo para mis compañeros verme hacer un alboroto para sentarme en frente de alguien.

Todavía no estaba seguro de por qué lo hice.

Ugh… el examen de Bio es después del almuerzo —gimió Eugenia.

—¿Has estudiado? —preguntó Lali.

La nariz de Eugenia se arrugó. —Dios, no. Pasé toda la noche tranquilizando a mi novio de que no dormirías con Peter.

Nicolás inmediatamente se volvió silencioso ante la mención de la conversación de la noche anterior.

Los jugadores de futbol sentados al final de la mesa hicieron silencio para escuchar nuestra conversación, y Lali se hundió en su asiento, disparando una mirada hacia Eugenia.

Ella lucía avergonzada. Por alguna razón, estaba avergonzada ante cualquier atención en absoluto.

Eugenia ignoró a Lali y empujó a Nicolás con su hombro, pero el ceño de él no desapareció.

—Jesús, Nico. Lo pasas tan mal, ¿eh? —Le lancé un paquete de ketchup, tratando de aligerar el ambiente. Los estudiantes a nuestro alrededor pusieron su atención en Nicolás y luego en Eugenia, esperando algo por lo que hablar.

Nicolás no respondió, pero los ojos grises de Lali me echaron un vistazo con una pequeña sonrisa. Estaba de suerte hoy. No podría odiarme aunque lo intentara. No sabía por qué me preocupa tanto. No era como si quisiera salir con ella o algo. Sólo parecía el experimento platónico perfecto. Era, básicamente, una buena chica —aunque un poco enojona— y no necesitaba que yo le arruinara su plan para los próximos cinco años. Si es que tenía uno.

Eugeniaa frotó la espalda de Niolás. —Él va a estar bien. Sólo le tomará un tiempo para creer que Lali es resistente a sus encantos.

—No he tratado de seducirla —dije. Sólo me estaba acercando, y Eugenia hundía mi nave—. Ella es mi amiga.

Lali miró a Nicolás. —Te lo dije. No tienes nada de qué preocuparte.

Nicolás encontró los ojos de Lali, y luego su expresión se suavizó. Crisis evitada. Lali salvó el día.

Esperé un minuto, tratando de pensar algo que decir. Quería preguntarle a Lali si quería venir a casa después, pero sería lamentable después del comentario de Eugenia. Una idea brillante apareció en mi cabeza, y no dudé. —¿Tú estudiaste?

Lali frunció el ceño. —Ninguna cantidad de estudio me va a ayudar con la Biología. Es algo que no puedo entender del todo.

Me levanté, asintiendo hacia la puerta. —Vamos.

—¿Qué?

—Vamos a tomar tus notas. Voy a ayudarte a estudiar.

—Peter…

—Levanta tu trasero, Pidge. Vas a aprobar ese examen.

Los siguientes tres segundos pudieron haber sido los más largos de mi vida.

Lali finalmente se levantó. Pasó a Eugenia y tiró de su cabello. —Te veo en clases, Euge.

Ella sonrió. —Te voy a guardar un asiento. Necesitaré toda la ayuda que pueda conseguir.

Sostuve la puerta abierta para ella mientras dejábamos la cafetería, pero no pareció notarlo. De nuevo, me sentí terriblemente decepcionado.

Metiendo las manos en mis bolsillos, me mantuve al mismo ritmo con ella durante el corto camino a Morgan Hall, y luego la observé mientras jugueteaba con la llave de la puerta de su dormitorio.

Lali finalmente abrió la puerta, y luego tiró su libro de biología en la cama. Se sentó, cruzó las piernas, y yo caí sobre el colchón, notando lo rígido e incómodo que era. No era extraño que todas las chicas de esta escuela estuvieran de mal humor. Posiblemente no podían tener una buena noche de sueño en ese maldito colchón. Jesús.

Lali se volvió hacia la página correcta de su libro de texto, y me puse a trabajar. Fuimos sobre los puntos claves de cada capítulo. Era algo lindo como me miraba cuando hablaba. Casi tanto como si estuviera colgando de cada palabra, y sorprendida de que supiera leer. Un par de veces, podía decir por su expresión, que no entendía de qué hablaba, así que retrocedía, y sus ojos brillarían más. Empecé a trabajar duro por la luz en su rostro después de eso.

Antes de que me diera cuenta, era tiempo de que fuera a clases. Suspiré, y luego, en broma, le golpeé la cabeza con su guía de estudio.

—Lo tienes. Ahora sabes esta guía al derecho y al revés.

—Bueno… Ya veremos.

—Te acompañaré a clases. Te cuestionaré en el camino. —Esperé por un rechazo educado, pero me ofreció una pequeña sonrisa y un asentimiento.

Caminamos por el pasillo, y suspiró. —No te enfadarás si repruebo el examen, ¿verdad?

¿Le preocupaba que me fuera a enfadar con ella? No estaba seguro de si debería pensar sobre eso, pero me sentí bastante malditamente asombroso. —No reprobarás, Pidge. Tenemos que empezar antes del siguiente, sin embargo —dije, acompañándola hacia el edificio de ciencias. Le hice pregunta tras pregunta.
Respondió casi todas bien, en algunas dudaba, pero las respondió correctamente. Llegamos a la puerta de su salón de clases, y pude ver el agradecimiento en su rostro. Aunque era demasiado orgullosa como para reconocerlo.

—Patea sus traseros —dije, sin saber realmente que otra cosa decir.

Pablo Martínez pasó a mi lado y asintió. —Hola, Pit.

Odiaba a ese cretino. —Pablo —dije, asintiendo.

Pablo era uno de esos tipos que les gustaba seguirme y usar su condición de Caballero Blanco para tener sexo. Le gustaba referirse a mí como un mujeriego, pero la verdad era que Pablo jugaba un juego más sofisticado. No era honesto sobre sus conquistas. Fingía que le importaba y luego las decepcionaba fácilmente.

Una noche de nuestro primer año, llevé a Janet Littleton desde The Red Door hasta mi apartamento. Pablo intentaba tener suerte con su amiga. Nos fuimos por caminos separados. Después que estuve con ella, y no fingí querer una relación, llamó enojada a su amiga para que la fuera a buscar. Su amiga todavía estaba con Pablo, así que él terminó llevando a Janet a casa.

Después de eso, Pablo tuvo una nueva historia para contarle a sus conquistas.

Con cualquier chica que yo estuviera, él usualmente barría mis sobras relatándoles la vez que salvó a Janet.

Lo toleraba, pero sólo apenas.

Los ojos de Pablo apuntaron a Pigeon e inmediatamente se encendieron. —Hola, Lali.

No entendía por qué Pablo insistía tanto en ver si podía desembarcar las mismas chicas que yo, pero había tenido clase con ella durante varias semanas y acababa de mostrar interés. Saber que era porque la vio hablando conmigo casi me envió en una furia.

—Hola —dijo Lali, atrapada con la guardia baja. Claramente no sabía la razón por la que él de repente le hablaba. Estaba escrito en toda su cara—. ¿Quién es? —me preguntó.

Me encogí de hombros casualmente, pero quería entrar al salón y golpear su culo de muy buen gusto. —Pablo Martínez —dije. Su nombre dejó un mal gusto en mi boca—. Es uno de mis hermanos de Sig Tau. —Eso dejó un mal gusto también.

Tenía hermanos, ambos, de fraternidad y de sangre. Pablo se sentía como ninguno de ellos. Era más como el archienemigo que mantienes lo suficientemente cerca como para poder vigilarlo.

¿Estás en una fraternidad? —preguntó, su pequeña nariz arrugándose.

—Sigma Tau, al igual que Nico. Pensé que ya lo sabías.

—Bueno… no pareces el tipo de fraternidad —dijo, mirando los tatuajes en mis brazos.

El hecho de que los ojos de Lali estuvieran de nuevo en mí inmediatamente me puso de mejor humor. —Mi papá es un ex alumno, y todos mis hermanos son Sig Tau… es una cosa de familia.

—¿Y ellos esperan que jures? —preguntó, escéptica.

—En realidad no. Sólo son chicos buenos—le dije, agitando sus papeles. Se los di a ella—. Es mejor que vayas a clases.

Esbozó una sonrisa perfecta. —Gracias por ayudarme. —Me empujó con el codo, y no pude evitar sonreír de nuevo.

Entró al salón de clases y se sentó junto a Eugenia. Pablo las miraba fijamente, observándolas hablar. Me imaginaba agarrando un escritorio y lanzándolo hacia su cabeza mientras caminaba por el pasillo. Sin más clases por el día, no había razón para quedarme. Un largo paseo en la Harley me ayudaría a evitar que la idea de Pablo corrompiendo la gracia de Lali me volviera loco, así que me aseguré de tomar el camino largo a casa para que me diera más tiempo para pensar. Un par de alumnas dignas del sofá cruzaron por mi camino, pero la cara de Lali seguía apareciendo en mi mente, tantas veces que ya empezaba a molestarme.

Había sido notoriamente un pedazo de mierda con todas las chicas con las que había tenido una conversación privada sobre la edad de dieciséis, desde que tenía quince años. Nuestra historia podría haber sido la típica: chico malo se enamora de chica buena, pero Lali no era ninguna princesa. Ocultaba algo.

Quizás esa era nuestra conexión: lo que fuera que estaba dejando de lado. Estacioné en el apartamento y bajé de la moto. Mucho para pensar mejor en la Harley. Todo lo que había resuelto en mi mente no tenía malditamente sentido.

Sólo había tratado de justificar mi extraña obsesión con ella. De repente, de un muy mal humor, cerré la puerta de golpe detrás de mí y me senté en el sofá. Me puse de un peor humor cuando no pude encontrar el control remoto enseguida.

El plástico negro aterrizó junto a mí mientras Nicolás pasaba a sentarse en el sillón. Lo recogí y apunté a la TV, encendiéndola.

—¿Por qué te llevas el control remoto a tu habitación? Luego hay que traerlo de vuelta aquí —le espeté.

—No lo sé, hombre, es sólo un hábito. ¿Cuál es tu problema?

—No lo sé —me quejé, dando vueltas por la TV. Presioné el botón de silencio—. Lali Espósito.

Las cejas de Nicolás se elevaron. —¿Qué hay con ella?

—Se mete bajo mi piel. Creo que necesito bolsearla y superarlo.

Nicolás me miró por un rato, inseguro. —No es que no me guste que no estés jodiendo mi vida con tu recién descubierta moderación, pero nunca has necesitado mi permiso antes… A menos que... no me digas que finalmente te importa la mierda de alguien.
—No seas un idiota.

Nicolás no podía contener su sonrisa. —Te preocupas por ella. Supongo que sólo bastaba con que una chica se negara a dormir contigo por un periodo mayor a veinticuatro horas.

—Laura me hizo esperar una semana.

—¿Aunque Lali no te da ni la hora del día?

—Sólo quiere que seamos amigos. Supongo que tengo suerte de que no me trate como a un leproso.

Después de un silencio incómodo, Nicolás asintió. —Tienes miedo.

—¿A qué? —le dije con una sonrisa dudosa.

—Al rechazo. Mad Dog es uno de nosotros, después de todo.

Abrí mucho los ojos. —Sabes que odio eso malditamente, Nico.

Sonrió. —Lo sé. Casi tanto como odias la forma en la que te sientes ahora.

—No me estás haciendo sentir mejor.

—Así que te gusta y estás asustado. ¿Ahora qué?

—Nada. Sólo que apesta que finalmente encontré la chica que vale la pena tener, y es demasiado buena para mí.

Nicolás trató de ahogar una risa. Era irritante que estuviera tan divertido con mi situación. Enderezó su sonrisa y luego dijo—: ¿Por qué no la dejas tomar esa decisión por sí misma?

—Porque me preocupo por ella lo suficiente como para tomarla por ella.

Nicolás se estiró y se puso de pie, con los pies descalzos arrastrándose por la alfombra. —¿Quieres una cerveza?

—Seh. Brindemos por la amistad.

—¿Así que vas a seguir saliendo con ella? ¿Por qué? Eso me suena a tortura.

Pensé en ello por un minuto. Sonaba como a tortura, pero no tanto como tenerla lejos. —No quiero que termine conmigo… o cualquier otro idiota.

—Te refieres a cualquier otro. Amigo, eso es de locos.

—Busca mi maldita cerveza y cállate.


Se encogió de hombros. A diferencia de Chris Jenks, Nicolás sabía cuándo callarse.


CONTINUARÁ...

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