3
CABALLERO BLANCO
Nicolás se quedó en la puerta como un idiota enfermo de amor,
saludando a Eugenia mientras ella abandonaba el aparcamiento.
Cerró la puerta, y luego colapsó en el sillón reclinable con la
más ridícula sonrisa en su cara.
—Eres un tonto —le dije.
—¿Yo? Deberías haberte visto. Lali no podía irse de aquí lo
suficientemente rápido.
Fruncí el ceño. No me pareció que Lali estuviera apurada, pero
ahora que Nicolás dijo algo recordé que estaba bastante callada cuando
volvimos. —¿Tú crees?
Nicolás se echó a reír, tirándose hacia atrás en la silla y
sacando el apoya pies. —Te odia. Ríndete.
—No me odia. Di en el clavo con esa cita… cena.
La ceja de Nicolás se disparó hacia arriba. —¿Cita? Pit. ¿Qué
estás haciendo? Porque si esto es sólo un juego y arruinas lo mío, te mataré
mientras duermes.
Caí contra el sofá y agarré el control remoto. —No sé qué estoy
haciendo, pero no es eso.
Nicolás lucía confundido. No le iba a dejar saber que estaba tan
desconcertado como él —No estaba bromeando —dijo, manteniendo sus ojos en la
pantalla de la TV—. Te voy a ahogar.
—Te escuché —espeté. Toda la cosa de sentirme fuera de mi elemento
me enojaba, y luego tenía a Pepé Le Pew3 por
aquí, amenazándome de muerte.
Nicolás con un flechazo era molesto. Nicolás enamorado era casi
intolerable.
—¿Recuerdas a Anya?
—No es como eso —dijo Nicolás, exasperado—. Es diferente con Euge.
Es la indicada.
—¿Sabes eso después de un par de meses?—pregunté dubitativamente.
—Lo supe en cuanto la vi.
Negué con la cabeza. Odiaba cuando se ponía así. Unicornios y
mariposas saliendo de su trasero, y corazones flotando en el aire. Siempre
terminaba con el corazón roto, y luego yo tenía que asegurarme que no bebiera
hasta morir durante seis meses. Aunque América parecía gustarle.
Lo que sea. Ninguna mujer podría hacerme balbucear y ser un
borracho baboso por perderla. Si no se mantenían alrededor, no valían la pena
de todos modos.
Nicolás se levantó, se estiró y luego se encaminó hacia su
habitación.
—Estás lleno de mierda, Nico.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
Tenía razón. Nunca he estado enamorado, pero no podía imaginar que
eso me pudiera cambiar tanto.
Decidí irme a la cama, también. Me desvestí y me tiré en el
colchón, exhausto. En el segundo en que mi cabeza tocó la almohada, pensé en
Lali.
Nuestra conversación se reprodujo textualmente en mi cabeza. Unas
pocas veces mostró un brillo de interés. No me odiaba completamente, y eso me
ayudó a relajarme. No estaba exactamente disculpándome por mi reputación, pero
ella no esperaba que fingiera. Las mujeres no me ponían nervioso. Lali me hacía
sentir distraído y concentrado, todo al
mismo tiempo. Agitado y relajado. Cabreado y malditamente cerca del vértigo.
Nunca me había sentido tan en desacuerdo conmigo mismo. Algo acerca de ese
sentimiento me hacía querer estar más cerca de ella.
Después de dos horas mirando el techo, preguntándome si la vería
de nuevo al día siguiente, decidí levantarme a buscar una botella de Jack
Daniel’s en la cocina.
Los vasos de shot estaban limpios en el lavavajillas, así que saqué
uno y lo llené hasta el borde. Después de tragarlo, me serví otro. Lo vacié,
puse el vaso en el fregadero y regresé. Nicolás se encontraba en la puerta de
su habitación con una sonrisa en su cara.
—Y así empieza.
—El día que apareciste en nuestro árbol familiar, quise cortarlo.
Nicolás se rió una vez y cerró su puerta. Caminé hacia mi cuarto,
enojado por no poder discutir.
***
Las clases de la mañana parecieron durar por siempre, y estaba un
poco disgustado conmigo mismo por casi haber corrido hasta la cafetería. Ni
siquiera sabía si Lali estaría allí.
Pero estaba.
Brasil se encontraba sentado directamente en frente de ella,
charlando con Nicolás. Una sonrisa tocó mi cara, y luego suspiré, aliviado y
resignado al hecho de que era patético.
La señora del almuerzo llenó mi bandeja con Dios-sabe-qué, y luego
caminé hacia la mesa, de pie en frente de Lali.
—Estás sentado en mi silla, Brasil.
—Oh, ¿es ella una de tus chicas, Pit?
Lali negó con la cabeza. —Absolutamente no.
Esperé, y luego Brasil cumplió, llevando su bandeja a un asiento
vacío al final de la larga mesa.
—¿Qué hay de nuevo, Pidge? —pregunté, esperando que escupiera
veneno hacia mí. Para mi extrema sorpresa, no mostró signos de enojo.
—¿Qué es eso? —Miró fijamente mi bandeja.
Bajé la vista hacia el brebaje humeante. Estaba haciendo una
conversación al azar. Sin embargo, era otra buena señal. —La señora de la
cafetería me asusta. No criticaré sus habilidades culinarias.
Lali me vio hurgar con mi tenedor por algo comestible, y luego pareció
distraída por los murmullos de los que nos rodeaban. Concedido, era nuevo para mis
compañeros verme hacer un alboroto para sentarme en frente de alguien.
Todavía no estaba seguro de por qué lo hice.
—Ugh… el
examen de Bio es después del almuerzo —gimió Eugenia.
—¿Has estudiado? —preguntó Lali.
La nariz de Eugenia se arrugó. —Dios, no. Pasé toda la noche tranquilizando
a mi novio de que no dormirías con Peter.
Nicolás inmediatamente se volvió silencioso ante la mención de la conversación
de la noche anterior.
Los jugadores de futbol sentados al final de la mesa hicieron
silencio para escuchar nuestra conversación, y Lali se hundió en su asiento,
disparando una mirada hacia Eugenia.
Ella lucía avergonzada. Por alguna razón, estaba avergonzada ante cualquier
atención en absoluto.
Eugenia ignoró a Lali y empujó a Nicolás con su hombro, pero el
ceño de él no desapareció.
—Jesús, Nico. Lo pasas tan mal, ¿eh? —Le lancé un paquete de
ketchup, tratando de aligerar el ambiente. Los estudiantes a nuestro alrededor
pusieron su atención en Nicolás y luego en Eugenia, esperando algo por lo que
hablar.
Nicolás no respondió, pero los ojos grises de Lali me echaron un
vistazo con una pequeña sonrisa. Estaba de suerte hoy. No podría odiarme aunque
lo intentara. No sabía por qué me preocupa tanto. No era como si quisiera salir
con ella o algo. Sólo parecía el experimento platónico perfecto. Era,
básicamente, una buena chica —aunque un poco enojona— y no necesitaba que yo le
arruinara su plan para los próximos cinco años. Si es que tenía uno.
Eugeniaa frotó la espalda de Niolás. —Él va a estar bien. Sólo le
tomará un tiempo para creer que Lali es resistente a sus encantos.
—No he tratado de
seducirla —dije. Sólo me estaba acercando, y Eugenia hundía mi nave—. Ella es
mi amiga.
Lali miró a Nicolás. —Te lo dije. No tienes nada de qué
preocuparte.
Nicolás encontró los ojos de Lali, y luego su expresión se
suavizó. Crisis evitada. Lali salvó el día.
Esperé un minuto, tratando de pensar algo que decir. Quería
preguntarle a Lali si quería venir a casa después, pero sería lamentable
después del comentario de Eugenia. Una idea brillante apareció en mi cabeza, y
no dudé. —¿Tú estudiaste?
Lali frunció el ceño. —Ninguna cantidad de estudio me va a ayudar
con la Biología. Es algo que no puedo entender del todo.
Me levanté, asintiendo hacia la puerta. —Vamos.
—¿Qué?
—Vamos a tomar tus notas. Voy a ayudarte a estudiar.
—Peter…
—Levanta tu trasero, Pidge. Vas a aprobar ese examen.
Los siguientes tres segundos pudieron haber sido los más largos de
mi vida.
Lali finalmente se levantó. Pasó a Eugenia y tiró de su cabello.
—Te veo en clases, Euge.
Ella sonrió. —Te voy a guardar un asiento. Necesitaré toda la
ayuda que pueda conseguir.
Sostuve la puerta abierta para ella mientras dejábamos la
cafetería, pero no pareció notarlo. De nuevo, me sentí terriblemente
decepcionado.
Metiendo las manos en mis bolsillos, me mantuve al mismo ritmo con
ella durante el corto camino a Morgan Hall, y luego la observé mientras
jugueteaba con la llave de la puerta de su dormitorio.
Lali finalmente abrió la puerta, y luego tiró su libro de biología
en la cama. Se sentó, cruzó las piernas, y yo caí sobre el colchón, notando lo
rígido e incómodo que era. No era extraño que todas las chicas de esta escuela
estuvieran de mal humor. Posiblemente no podían tener una buena noche de sueño
en ese maldito colchón. Jesús.
Lali se volvió hacia la página correcta de su libro de texto, y me
puse a trabajar. Fuimos sobre los puntos claves de cada capítulo. Era algo
lindo como me miraba cuando hablaba. Casi tanto como si estuviera colgando de
cada palabra, y sorprendida de que supiera leer. Un par de veces, podía decir
por su expresión, que no entendía de qué hablaba, así que retrocedía, y sus
ojos brillarían más. Empecé a trabajar duro por la luz en su rostro después de
eso.
Antes de que me diera cuenta, era tiempo de que fuera a clases.
Suspiré, y luego, en broma, le golpeé la cabeza con su guía de estudio.
—Lo tienes. Ahora sabes esta guía al derecho y al revés.
—Bueno… Ya veremos.
—Te acompañaré a clases. Te cuestionaré en el camino. —Esperé por
un rechazo educado, pero me ofreció una pequeña sonrisa y un asentimiento.
Caminamos por el pasillo, y suspiró. —No te enfadarás si repruebo
el examen, ¿verdad?
¿Le preocupaba que me fuera a enfadar con ella? No estaba seguro
de si debería pensar sobre eso, pero me sentí bastante malditamente asombroso.
—No reprobarás, Pidge. Tenemos que empezar antes del siguiente, sin embargo
—dije, acompañándola hacia el edificio de ciencias. Le hice pregunta tras
pregunta.
Respondió casi todas bien, en algunas dudaba, pero las respondió
correctamente. Llegamos a la puerta de su salón de clases, y pude ver el
agradecimiento en su rostro. Aunque era demasiado orgullosa como para
reconocerlo.
—Patea sus traseros —dije, sin saber realmente que otra cosa
decir.
Pablo Martínez pasó a mi lado y asintió. —Hola, Pit.
Odiaba a ese cretino. —Pablo —dije, asintiendo.
Pablo era uno de esos tipos que les gustaba seguirme y usar su
condición de Caballero Blanco para tener sexo. Le gustaba referirse a mí como
un mujeriego, pero la verdad era que Pablo jugaba un juego más sofisticado. No
era honesto sobre sus conquistas. Fingía que le importaba y luego las
decepcionaba fácilmente.
Una noche de nuestro primer año, llevé a Janet Littleton desde The Red Door hasta
mi apartamento. Pablo intentaba tener suerte con su amiga. Nos fuimos por caminos
separados. Después que estuve con ella, y no fingí querer una relación, llamó
enojada a su amiga para que la fuera a buscar. Su amiga todavía estaba con Pablo,
así que él terminó llevando a Janet a casa.
Después de eso, Pablo tuvo una nueva historia para contarle a sus conquistas.
Con cualquier chica que yo estuviera, él usualmente barría mis
sobras relatándoles la vez que salvó a Janet.
Lo toleraba, pero sólo apenas.
Los ojos de Pablo apuntaron a Pigeon e inmediatamente se
encendieron. —Hola, Lali.
No entendía por qué Pablo insistía tanto en ver si podía
desembarcar las mismas chicas que yo, pero había tenido clase con ella durante
varias semanas y acababa de mostrar interés. Saber que era porque la vio
hablando conmigo casi me envió en una furia.
—Hola —dijo Lali, atrapada con la guardia baja. Claramente no
sabía la razón por la que él de repente le hablaba. Estaba escrito en toda su
cara—. ¿Quién es? —me preguntó.
Me encogí de hombros casualmente, pero quería entrar al salón y
golpear su culo de muy buen gusto. —Pablo Martínez —dije. Su nombre dejó un mal
gusto en mi boca—. Es uno de mis hermanos de Sig Tau. —Eso dejó un mal gusto
también.
Tenía hermanos, ambos, de fraternidad y de sangre. Pablo se sentía
como ninguno de ellos. Era más como el archienemigo que mantienes lo
suficientemente cerca como para poder vigilarlo.
—¿Estás en una
fraternidad? —preguntó, su pequeña nariz arrugándose.
—Sigma Tau, al igual que Nico. Pensé que ya lo sabías.
—Bueno… no pareces el tipo de fraternidad —dijo, mirando los
tatuajes en mis brazos.
El hecho de que los ojos de Lali estuvieran de nuevo en mí inmediatamente
me puso de mejor humor. —Mi papá es un ex alumno, y todos mis hermanos son Sig
Tau… es una cosa de familia.
—¿Y ellos esperan que jures? —preguntó, escéptica.
—En realidad no. Sólo son chicos buenos—le dije, agitando sus
papeles. Se los di a ella—. Es mejor que vayas a clases.
Esbozó una sonrisa perfecta. —Gracias por ayudarme. —Me empujó con
el codo, y no pude evitar sonreír de nuevo.
Entró al salón de clases y se sentó junto a Eugenia. Pablo las
miraba fijamente, observándolas hablar. Me imaginaba agarrando un escritorio y lanzándolo
hacia su cabeza mientras caminaba por el pasillo. Sin más clases por el día, no
había razón para quedarme. Un largo paseo en la Harley me ayudaría a evitar que
la idea de Pablo corrompiendo la gracia de Lali me volviera loco, así que me
aseguré de tomar el camino largo a casa para que me diera más tiempo para
pensar. Un par de alumnas dignas del sofá cruzaron por mi camino, pero la cara
de Lali seguía apareciendo en mi mente, tantas veces que ya empezaba a molestarme.
Había sido notoriamente un pedazo de mierda con todas las chicas
con las que había tenido una conversación privada sobre la edad de dieciséis,
desde que tenía quince años. Nuestra historia podría haber sido la típica:
chico malo se enamora de chica buena, pero Lali no era ninguna princesa.
Ocultaba algo.
Quizás esa era nuestra conexión: lo que fuera que estaba dejando
de lado. Estacioné en el apartamento y bajé de la moto. Mucho para pensar mejor
en la Harley. Todo lo que había resuelto en mi mente no tenía malditamente
sentido.
Sólo había tratado de justificar mi extraña obsesión con ella. De
repente, de un muy mal humor, cerré la puerta de golpe detrás de mí y me senté
en el sofá. Me puse de un peor humor cuando no pude encontrar el control remoto
enseguida.
El plástico negro aterrizó junto a mí mientras Nicolás pasaba a
sentarse en el sillón. Lo recogí y apunté a la TV, encendiéndola.
—¿Por qué te llevas el control remoto a tu habitación? Luego hay
que traerlo de vuelta aquí —le espeté.
—No lo sé, hombre, es sólo un hábito. ¿Cuál es tu problema?
—No lo sé —me quejé, dando vueltas por la TV. Presioné el botón de
silencio—. Lali Espósito.
Las cejas de Nicolás se elevaron. —¿Qué hay con ella?
—Se mete bajo mi piel. Creo que necesito bolsearla y superarlo.
Nicolás me miró por un rato, inseguro. —No es que no me guste que
no estés jodiendo mi vida con tu recién descubierta moderación, pero nunca has necesitado
mi permiso antes… A menos que... no me digas que finalmente te importa la
mierda de alguien.
—No seas un idiota.
Nicolás no podía contener su sonrisa. —Te preocupas por ella.
Supongo que sólo bastaba con que una chica se negara a dormir contigo por un
periodo mayor a veinticuatro horas.
—Laura me hizo esperar una semana.
—¿Aunque Lali no te da ni la hora del día?
—Sólo quiere que seamos amigos. Supongo que tengo suerte de que no
me trate como a un leproso.
Después de un silencio incómodo, Nicolás asintió. —Tienes miedo.
—¿A qué? —le dije con una sonrisa dudosa.
—Al rechazo. Mad Dog es uno de nosotros, después de todo.
Abrí mucho los ojos. —Sabes que odio eso malditamente, Nico.
Sonrió. —Lo sé. Casi tanto como odias la forma en la que te
sientes ahora.
—No me estás haciendo sentir mejor.
—Así que te gusta y estás asustado. ¿Ahora qué?
—Nada. Sólo que apesta que finalmente encontré la chica que vale
la pena tener, y es demasiado buena para mí.
Nicolás trató de ahogar una risa. Era irritante que estuviera tan
divertido con mi situación. Enderezó su sonrisa y luego dijo—: ¿Por qué no la
dejas tomar esa decisión por sí misma?
—Porque me preocupo por ella lo suficiente como para tomarla por
ella.
Nicolás se estiró y se puso de pie, con los pies descalzos
arrastrándose por la alfombra. —¿Quieres una cerveza?
—Seh. Brindemos por la amistad.
—¿Así que vas a seguir saliendo con ella? ¿Por qué? Eso me suena a
tortura.
Pensé en ello por un minuto. Sonaba como a tortura, pero no tanto
como tenerla lejos. —No quiero que termine conmigo… o cualquier otro idiota.
—Te refieres a cualquier otro. Amigo, eso es de locos.
—Busca mi maldita cerveza y cállate.
Se encogió de hombros. A diferencia de Chris Jenks, Nicolás sabía
cuándo callarse.
CONTINUARÁ...
+++++++++++
ResponderEliminar