lunes, 15 de diciembre de 2014

Capítulo 8

8
OZ



Lali se durmió antes que yo. Su respiración era calmada y su cuerpo se encontraba relajado contra el mío. Era cálida, y su nariz hacía el zumbido más mínimo y dulce cuando inhalaba. Su cuerpo en mis brazos se sentía demasiado bien. Era algo a lo que me podía acostumbrar con mucha facilidad. Tan asustado como eso me hacía sentir, no me podía mover.

Conociendo a Lali, se despertaría y me recordaría que era un trasero irritante, y me gritaría por dejar que esto pasara o, peor, trataría de que nunca pasara de nuevo.

No era tan estúpido como para tener esperanza, o lo suficientemente fuerte para dejar de sentirme de la manera en que lo hacía. Total revelación. No tan rudo, después de todo. No cuando se trataba de Lali.

Mi respiración se hizo más lenta, y mi cuerpo se hundió en el colchón, pero luché contra la fatiga que constantemente me alcanzaba. No quería cerrar mis ojos y perderme incluso un segundo de cómo se sentía tener a Lali tan cerca.

Se movió, y me congelé. Sus dedos se presionaron en mi piel, y luego se abrazó contra mí una vez antes de relajarse de nuevo. Besé su cabello, y apoyé mi mejilla contra su frente.

Cerrando mis ojos sólo por un momento, tomé un respiro.

Abrí mis ojos de nuevo y ya era de día. Joder. Sabía que no debía hacerlo. Lali se movía, tratando de salirse de debajo de mí. Mis piernas estaban sobre las suyas, y mi brazo aún la sujetaba.

—Basta, Pidge. Estoy durmiendo —dije, acercándola más.

Sacó sus piernas, una a la vez, y luego se sentó en la cama y suspiró. Deslicé mi mano sobre la cama, alcanzando las puntas de sus dedos pequeños y delicados. Su espalda estaba hacia mí, y no se dio la vuelta.

—¿Qué pasa, Pigeon?

—Voy por un vaso con agua. ¿Quieres algo?

Negué con la cabeza y cerré mis ojos. Ya sea que ella fuera a fingir que no pasó o estuviera enojada, ninguna de las opciones era buena.

Lali salió y me quedé acostado un rato, tratando de encontrar la motivación para moverme. Las resacas apestaban, y mi cabeza latía con fuerza.

Podía escuchar la profunda y apagada voz de Nicolás, así que decidí arrastrar mi trasero fuera de la cama.

Mis pies desnudos golpearon contra el suelo de madera mientras caminaba hacia la cocina. Lali estaba de pie en mi camiseta y bóxer, vertiendo jarabe de chocolate en un tazón humeante de avena.

—Eso es asqueroso, Pidge —repliqué, tratando de parpadear el desenfoque fuera de mis ojos.

—Buenos días también para ti.
—Escuché que tu cumpleaños se acerca. Lo último en tus años adolescentes.

Ella hizo una mueca, atrapada con la guardia baja. —Sí… No soy una persona de cumpleaños. Creo que Euge va a llevarme a cenar o algo así. —Sonrió—. Puedes venir si quieres.

Me encogí de hombros, tratando de pretender que su sonrisa no me había alcanzado. Ella me quería allí. —De acuerdo. ¿Es una semana después del domingo?

—Sí. ¿Cuándo es tu cumpleaños?

—No hasta abril. El primero de abril —dije, vertiendo leche sobre el cereal.

—Estás bromeando.

Tomé un bocado, divertido ante su sorpresa. —No, lo digo en serio.

—¿Tu cumpleaños es el Día de los Inocentes?

Me reí. Esa mirada en su rostro no tenía precio. —¡Sí! Vas a llegar tarde. Mejor me voy a vestir.

—Voy a ir con Euge.

Ese pequeño rechazo era mucho más duro de escuchar de lo que debería haber sido. Había estado viajando al campus conmigo, y ¿de pronto iba a viajar con Eugenica? Me hacía preguntarme si era por lo que pasó anoche. Probablemente trataba de distanciarse de mí de nuevo, y eso no era más que decepcionante. —Como sea —dije, dándole la espalda antes de que pudiera ver la decepción en mis ojos.

Las chicas tomaron sus mochilas de prisa. Eugenia arrancó del estacionamiento como si hubiera asaltado un banco.

Nicolás salió de su habitación, poniéndose una camiseta sobre la cabeza.

Sus cejas se juntaron. —¿Acaban de irse?

—Sí —dije distraídamente, levantado mi tazón de cereal y tirando las sobras de la avena de Lali en el lavabo. Apenas la había tocado.

—Bueno, ¿qué diablos? Euge ni siquiera me dijo adiós.

—Sabías que iba a clases. Deja de ser un bebé llorón.

Nicolás apuntó hacia su pecho. —¿Yo soy un bebé llorón? ¿Recuerdas anoche?

—Cállate.

—Eso es lo que pensé. —Se sentó en el sofá y se deslizó dentro de sus tenis—. ¿Le preguntaste a Lali sobre su cumpleaños?

—No dijo mucho, excepto que no le gustan los cumpleaños.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer?

—Hacerle una fiesta. —Nicolás asintió, esperando a que le explicara—. Pensé que la sorprendería. Invitar a algunos de sus amigos y hacer que Eugenia se la lleve fuera por un rato.

Nicolás se puso su gorra blanca de béisbol, tirándola hacia tan abajo sobre sus cejas que no podía ver sus ojos. —Puede manejarlo. ¿Algo más?

—¿Qué piensas de un perrito?

Nicolás se rió una vez. —No es mi cumpleaños, amigo.

Caminé alrededor de la barra de desayuno e incliné mi cadera contra el taburete. —Lo sé, pero vive en los dormitorios. No puede tener un perrito.

—¿Tenerlo aquí? ¿En serio? ¿Qué vamos a hacer para tener un perro?

—Encontré un terrier en línea, es perfecto.

—¿Un qué?

—Pidge es de Kansas, es el mismo perro que Dorothy tenía en El Mago de Oz.
La cara de Nicolás estaba en blanco. —El Mago de Oz.

—¿Qué? Me gustaba el espantapájaros cuando era un niño, cierra la boca.

—Se va a cagar por todas partes, Peter. Ladrará y llorará y… no sé.

—Igual que Eugenia… menos la parte de cagarse. —A Nicolás no le hizo gracia—. Lo sacaré y limpiaré lo que haga. Lo mantendré en mi habitación. Ni siquiera sabrás que está aquí.

—No puedes evitar que ladre.

—Piénsalo. Tienes que admitir que eso la va a conquistar.

Nicolás sonrió. —¿De eso es de lo que se trata todo esto? ¿Estás tratando de ganarte a Lali?

Mis cejas se juntaron. —Déjalo.

Su sonrisa se ensanchó. —Puedes conseguir al maldito perro… —Sonreí. ¡Sí! ¡Victoria!—…si admites que tienes sentimientos por Lali.

Fruncí el ceño. ¡Joder! ¡Derrota! —¡Vamos, amigo!

—Admítelo —dijo Nicolás, cruzando sus brazos. Qué idiota. En realidad iba a hacerme decirlo.

Miré al suelo y a todas partes excepto a la petulante e idiota sonrisa de Nicolás. Luché contra ello por un rato, pero el perrito era jodidamente brillante.

Lali iba a dar una voltereta (en el buen sentido, por una vez), y podría tenerlo en el apartamento. Ella querría estar aquí todos los días.

—Me gusta —dije entre dientes.

Nicolás sostuvo su mano en su oreja. —¿Qué? No pude escucharte bien.

—¡Eres un idiota! ¿Escuchaste eso?

Nicolás cruzó los brazos. —Dilo.

—Me gusta, ¿de acuerdo?

—No es lo suficientemente bueno.

—Tengo sentimientos por ella. Me preocupo por ella. Mucho. No puedo soportar cuando no está cerca. ¿Feliz?

—Por ahora —dijo, tomando su mochila del suelo. Colgó una correa sobre su hombro, y luego tomó su celular y llaves—. Nos vemos en el almuerzo, marica.

—Come mierda —repliqué.

Nicolás siempre era el idiota enamorado actuando como un tonto. No me iba a dejar vivir tranquilo.

Sólo me tomó un par de minutos vestirme, pero toda esa charla me hizo llegar tarde. Me puse mi chaqueta de cuero y mi gorra de béisbol al revés. Mi única clase del día era Química III, así que llevar mi mochila no era necesario. Alguien en clase me prestaría un lápiz si tuviéramos una prueba.

Lentes de sol. Llaves. Teléfono. Billetera. Me puse mis botas y cerré de golpe la puerta detrás de mí, trotando por las escaleras. Manejar la Harley no era tan atractivo sin Lali en la parte de atrás. Maldita sea, ella estaba arruinando todo.

En el campus, caminé un poco más rápido de lo usual para llegar a clases a tiempo. Con sólo un segundo que perder, me deslicé en el escritorio. La doctora Webber rodó sus ojos, nada contenta con mi tiempo y probablemente un poco irritada con mi falta de materiales. Le guiñé un ojo, y una mínima sonrisa tocó sus labios. Negó con la cabeza y luego regresó su atención a los papeles en su escritorio.

No fue necesario un lápiz, y una vez que fuimos despedidos, despegué hacia la cafetería.

Nicolás esperaba a las chicas en medio de los jardines. Agarré su gorra de béisbol, y antes de que pudiera quitármela, la lancé como un disco volador por el césped.
—Qué bonito, idiota —dijo, caminando los pocos metros para recogerla.

—Mad Dog —dijo alguien detrás de mí. Sabía por la voz desaliñada y profunda quién era. Adam se acercó a Nicolás y a mí con su expresión de negocios—. Estoy tratando de formar una pelea. Estén preparados para una llamada.

—Siempre lo estamos —dijo Nicolás. Él era algo así como mi representante.

Se encargaba de pasar la voz y se aseguraba de que yo estuviera en el lugar correcto en el momento adecuado.

Adam asintió una vez y luego se fue a su siguiente destino, fuera lo que fuera. Nunca había estado en clases con el tipo. Ni siquiera estaba seguro de si él realmente asistía a esta escuela. Mientras me pagara, supongo que no me importaba.

Nicolás miró a Adam alejarse, y luego se aclaró la garganta. —Entonces, ¿escuchaste?

—¿Qué?
—Arreglaron las duchas en Morgan.

—¿Y?

—Eugenia y Lali se marcharán esta noche. Vamos a estar ocupados ayudándolas a mudar toda su mierda de vuelta a los dormitorios.

Mi rostro cayó. La idea de Lali empacando y yo llevándola de regreso a Morgan se sentía como un golpe en la cara. Especialmente después de anoche, probablemente estaría feliz de irse. Podría no hablarme de nuevo. Mi mente pasó a través de un millón de escenarios, pero no podía pensar en nada para hacer que se quedara.

—¿Estás bien, amigo? —preguntó Nicolás.

Las chicas aparecieron, riendo y sonrientes. Traté de sonreír, pero Lali estaba demasiado avergonzada por lo que fuera que Eugenia se reía.

—Hola, cariño —dijo Eugenia, besando a Nicolás en la boca.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Nicolás.
—Oh, un chico en clase estuvo mirando a Lali toda la hora. Fue adorable.

—Siempre y cuando él estuviera mirando a Lali. —Nicolás hizo un guiño.

—¿Quién era? —pregunté sin pensar.

Lali cambió su peso, reajustando su mochila. Estaba llena de libros y la cremallera apenas contenía sus cosas. Debía estar pesada. La tomé de su hombro.

—Euge está imaginando cosas —dijo, rodando sus ojos.

—¡Lali! ¡Eres una gran mentirosa! Era Pablo Martínez, y él estaba siendo tan obvio. El tipo prácticamente estaba babeando.

Mi cara se retorció. —¿Pablo Martínez?

Nicolás tiró de la mano de Eugenia. —Nos vamos a almorzar. ¿Disfrutaras de la fina cocina de la cafetería esta tarde?
Eugenia lo besó otra vez en repuesta, y Lali los siguió, provocando que yo hiciera lo mismo. Caminamos en silencio. Iba a averiguar acerca de las duchas, se mudarían de nuevo a Morgan y Pablo la invitaría a salir.

Pablo Martínez era un idiota, pero podía ver a Lali interesada en él. Sus padres eran estúpidos ricos e iba a la escuela de medicina, en la superficie era una buen tipo. Ella iba a acabar con él. El resto de su vida con él pasó por mi cabeza, y era todo lo que podía hacer para calmarme. La imagen mental luchando contra mi genio y empujándolo dentro de una caja ayudó.

Lali puso su bandeja entre Eugenia y Gastón. Una silla vacía a pocos asientos abajo era mejor opción para mí que intentar mantener una conversación como si no acabara de perderla. Esto iba a apestar y no sabía qué hacer. Había desperdiciado tanto tiempo en juegos. Lali no tuvo la oportunidad de llegar a conocerme. Diablos, incluso si la tuviera, probablemente estaría mejor con alguien como Pablo Martínez.

—¿Estás bien, Pit? —preguntó Lali.
—¿Yo? Bien, ¿por qué? —pregunté, tratando de librarme de la sensación de pesadez que se instaló en cada músculo de mi cara.

—Es sólo que has estado callado.

Varios miembros del equipo de Futbol se acercaron a la mesa, riendo a carcajadas. Sólo el sonido de sus voces me daba ganas de golpear una pared.

Chris Jenks lanzó una papa frita dentro de mi plato. —¿Qué sucede, Pit? Escuché que te tiraste a Tina Martin. Está barriendo tu nombre por el lodo hoy.

—Cállate, Jenks —dije, manteniendo los ojos en mi comida. Si miraba su ridícula cara de mierda, podría haberlo golpeado fuera de su silla.

Lali se inclinó hacia adelante. —Ya basta, Chris.

Miré a Lali, y por una razón que no pude explicar, me convertí instantáneamente en ira. ¿Para qué demonios me defendía? El segundo en que se enterara de lo de Morgan, me dejaría. Nunca volvería a hablarme. A pesar de que era una locura, me sentí traicionado.

—Puedo defenderme solo, Lali.

—Lo siento, yo…

—No quiero que lo sientas. No quiero que hagas nada —exploté. Su expresión fue la gota final. Por supuesto, ella no quería estar cerca de mí. Era un idiota infantil que tenía el control emocional de un niño de tres años. Me aparté de la mesa y empujé la puerta, sin detenerme hasta que me subí a mi moto.

Los agarres de goma en las manillas se quejaron bajo mis palmas mientras las retorcía en mis manos hacia atrás y hacia adelante. El motor rugió y pateé hacia atrás el pie de apoyo antes de despegar como un murciélago fuera del infierno hacia la calle.

Conduje alrededor de una hora, no sintiéndome mejor que antes. Las calles me llevaban a un lugar, sin embargo, y aunque me tomó mucho tiempo ceder y sólo dejarme ir, por fin aparqué en la entrada de la casa mi padre.

Papá salió por la puerta de entrada y se quedó en el porche, dando un breve saludo.

Tomé las dos escaleras del porche de una vez y me detuve justo donde él estaba. No dudó en tirar de mí hacia su suave y redondo lado, antes de escoltarme al interior.

—Pensaba que ya era hora de una visita —dijo con una sonrisa cansada. Sus párpados se cernían sobre sus pestañas un poco, y la piel debajo de ellos estaba hinchada, coincidiendo con el resto de su cara redonda.

Papá estuvo fuera de servicio un par de años después de la muerte de mamá. Pepo asumió muchas más responsabilidades de las que un niño de su edad debió tener, pero lo hicimos, y finalmente papá explotó. Él nunca hablaba de ello, pero nunca perdió la oportunidad de hacer las paces con nosotros.

A pesar de que estaba triste y enojado por la mayor parte de mis años de formación, no lo considero un mal padre, sólo se había perdido sin su esposa.

Sabía cómo se sentía ahora. Tal vez sentía una fracción de ello por Pigeon de lo que papá sintió por mamá, y la idea de estar sin ella me hacía sentir enfermo.

Se sentó en el sofá y señaló al sillón desgastado. —¿Y bien? Siéntate, ¿quieres? —Me senté, inquieto, mientras trataba de averiguar lo que iba a decir—. ¿Pasa algo hijo?

—Hay una chica, papá.

Sonrió un poco. —Una chica.

—Ella como que me odia, y yo como que…

—¿La amas?

—No lo sé, no lo creo. Me refiero, ¿cómo lo sabes?

Su sonrisa se hizo más amplia. —Cuando hablas de ella con tu viejo padre es porque no sabes qué más hacer.

Suspiré. —Acabo de conocerla. Bueno, hace un mes. No creo que sea amor.

—Está bien.

—¿Está bien?

—Voy a tomar tu palabra —dijo sin juicios.

—Sólo… no creo que sea bueno para ella. —Papá se inclinó hacia adelante, y tocó con un par de dedos sus labios. Continué—: Creo fue consumida por alguien  antes. Por alguien como yo.

—Te gusta.

—Sí. —Asentí y suspiré. La última cosa que quería admitirle a papá es lo que he estado haciendo.

La puerta principal se cerró de golpe contra la pared. —Mira quién decidió volver a casa —dijo Bautista con una amplia sonrisa. Abrazando dos costales de papel marrón a su pecho.

—Hola, Bauti —dije, levantándome. Lo seguí a la cocina y le ayudé a poner a un lado los comestibles de papá.

Nos dimos codazos y empujones el uno al otro. Bautista siempre había sido el más duro conmigo en cuanto a patear mi trasero cuando no concordábamos, pero también estaba más cerca de él de lo que estaba con mis otros hermanos.

—Te extrañamos en The Red la otra noche. Cami te envió saludos.

—Estaba ocupado.

—¿Con esa chica con la que Cami te vio la otra noche?

—Sí —dije. Saqué una botella de ketchup vacía y un poco de fruta con moho de la nevera y lo tiré a la basura antes de regresar a la habitación principal.

Bautista rebotó un par de veces y cayó en la cama, golpeándose las rodillas.

—¿Qué has estado haciendo, perdedor?

—Nada —dije, mirando a papá.

Bautista miró a papá, y luego a mí. —¿He interrumpido?

—No —dije, sacudiendo la cabeza.

Papá le despidió con un gesto. —No, hijo. ¿Cómo fue el trabajo?

—Es una mierda. Dejé el cheque del alquiler en tu aparador esta mañana.

¿Lo viste? —Papá asintió con una sonrisa. Bautista asintió una vez—. ¿Te quedas a la cena, Pit?

—No —dije, levantándome—. Creo que me voy a casa.

—Me gustaría que te quedaras, hijo.
Mi boca se estiró de un lado. —No puedo. Pero, gracias, papá. Te lo agradezco.

—¿Agradeces qué? —preguntó Bautista. Su cabeza giró de lado a lado como si estuviera viendo un partido de tenis—. ¿Qué me perdí?

Miré a mi padre. —Ella es una paloma. Sin duda una paloma.

—¿Oh? —dijo papá, sus ojos brillando un poco.

—¿La misma chica?

—Sí, pero fui una especie de idiota con ella antes. Como que me hace sentir muy loco.

La sonrisa de Bautisa creció de a poco, y luego, lentamente, se extendió por todo el ancho de su rostro. —¡Hermanito!

—Déjalo. —Fruncí el ceño.

Papá golpeó a Bauti en la parte posterior de la cabeza.
—¿Qué? —exclamó Bautista—. ¿Qué he dicho?

Papá me siguió hasta la puerta principal y me dio unas palmaditas en el hombro. —Vas a averiguarlo. No tengo ninguna duda. Debe de ser algo, sin embargo. No creo haberte visto así.

—Gracias, papá. —Me apoyé, envolviendo mis brazos alrededor de su enorme cuerpo lo mejor que pude, y luego me dirigí a la Harley.

El viaje al apartamento pareció durar una eternidad. Sólo un toque de aire caliente del verano se mantuvo, inusual para la época del año, pero era bienvenido.

El cielo nocturno oscurecía todo a mí alrededor, por lo que temí lo peor. Vi el coche de Eugenia aparcado en su habitual sitio y estuve inmediatamente nervioso. Cada paso se sentía como un pie más cerca del corredor de la muerte.

Antes de llegar a la puerta, ésta se abrió de golpe y Eugenia me miró con una expresión en blanco en su rostro.
—¿Lali está aquí?

Eugenia asintió. —Está durmiendo en tu habitación —dijo en voz baja.

Me puse delante de ella y me senté en el sofá. Nicolás estaba en el asiento del amor, y Eugenia se dejó caer a mi lado.

—Está bien —dijo Eugenia. Su voz era dulce y tranquilizadora.

—No debí haberle hablado de esa manera —dije—. En un momento la estoy empujando tan lejos como pueda para enojarla, y al siguiente estoy aterrado de que entre en razón y me saque de su vida.

—Dale un poco de crédito. Sabe exactamente lo que estás haciendo. No eres su primer rodeo.

—Exactamente. Se merece algo mejor. Lo sé, y al mismo tiempo no puedo alejarme. No sé por qué —dije con un suspiro, frotándome las sienes—. No tiene sentido. Nada de esto tiene sentido.
—Lali lo entiende, Pit. No te tortures —dijo Nicolás.

Eugenia me dio un codazo en el brazo. —Ya van a ir a la fiesta. ¿Dónde está el daño en invitarla a salir?

—No quiero salir con ella, sólo quiero estar a su alrededor. Ella es… diferente. —Era una mentira. Eugenia lo sabía y yo lo sabía. La verdad era que si realmente me preocupara por ella, la dejaría malditamente sola.

—¿Cómo diferente? —preguntó Eugenia, sonando irritada.

—No sigue mis idioteces, es refrescante. Lo dijiste tú misma, Euge. No soy su tipo. Simplemente no es… de esa forma con nosotros. —Incluso si lo fuera, no debería serlo.

—Estás más cerca de ser su tipo de lo que crees —dijo Eugenia.

Miré a los ojos de Eugenia. Estaba completamente seria. Eugenia era como una hermana para Lali, y tan protectora como una madre osa. Nunca se animarían a cualquier cosa la una a la otra que podría ser perjudicial. Por primera vez, sentí un poco de esperanza.

Las tablas de madera crujieron en el pasillo, y nos congelamos. La puerta de mi habitación se cerró, y luego los pasos de Lali resonaron en la sala.

—Hola, Lali —dijo Eugenia con una sonrisa—. ¿Cómo estuvo tu siesta?

—Estuve inconsciente durante cinco horas. Es más cercano a un coma que a una siesta.

Su máscara estaba corrida debajo de sus ojos, y su pelo estaba enmarañado en su cabeza. Era impresionante. Me sonrió y me levanté, tomé su mano y la llevé directamente a la habitación. Lali me miró confundida y preocupada, haciéndome sentir aún más desesperado por hacer las paces.

—Lo siento, Pidge. Fui un imbécil contigo.

Sus hombros cayeron. —No sabía que estabas enojado conmigo.
—No estaba enojado contigo. Es sólo que tengo la mala costumbre de desquitarme con quienes me preocupan. Es una pobre excusa de mierda, lo sé, pero lo siento —dije, envolviéndola en mis brazos.

—¿Por qué estabas enojado? —preguntó, poniendo su mejilla en mi pecho.

Maldita sea, eso se sintió demasiado bien. Si no fuera un idiota, le habría explicado que sabía que las calderas habían sido arregladas, y que la idea de dejarla ir y pasar más tiempo con Pablo me asustaba demasiado, pero no podía hacerlo. No quería arruinar el momento.

—No importa. Lo único que me preocupa eres tú.

Me miró y sonrió. —Puedo manejar tus rabietas.

Examiné su rostro durante unos momentos antes de que una pequeña sonrisa se extendiera a través de mis labios. —No sé por qué me aguantas, y tampoco sé lo que haría si no lo hicieras.
Sus ojos cayeron lentamente de mis ojos a mis labios, y contuvo el aliento.

Cada vello en mi piel se erizó, y no estaba seguro de si respiraba o no. Me incliné menos de un centímetro esperando a ver si protestaba, pero entonces, sonó mi jodido teléfono. Los dos saltamos.

—Sí —dije con impaciencia.

—Mad Dog. Brady estará en Jefferson en noventa.

—¿Hoffman? Jesús… De acuerdo. Será grande y fácil. ¿Jefferson?

—Jefferson —dijo Adam—. ¿Estás dentro?

Miré a Lali y le guiñé un ojo.


—Estaremos ahí. —Colgué, metí el teléfono en el bolsillo y agarré la mano de Lali—. Ven conmigo. —La llevé a la sala de estar—. Era Adam —le dije a Nicolás—. Brady Hoffman estará en Jefferson en noventa minutos.


CONTINUARÁ...

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