15
MAÑANA
Dos semanas. Eso era todo lo que me quedaba para, ya fuera,
disfrutar el tiempo que nos quedaba juntos, o de algún modo demostrarle a Lali
que yo podía ser quién ella necesitaba.
Me vuelvo encantador; quito todos los inconvenientes; no reparo en
gastos.
Fuimos a los bolos, a cenar, a almorzar, y al cine. También
pasamos tanto tiempo en el apartamento como era posible: rentábamos películas,
ordenábamos comida, cualquier cosa para estar a solas con ella. No tuvimos ni
una sola pelea.
Adam llamó un par de veces. Aunque hice un buen papel, él no
estaba feliz con cuán cortas eran las peleas. Dinero era dinero, pero yo no
quería desperdiciar el tiempo estando lejos de Pidge.
Ella estaba más feliz de lo que nunca la había visto, y por
primera vez, me sentí como un ser humano normal y completo, en vez de un hombre
enojado y roto.
En las noches, podíamos recostarnos y acurrucarnos como una vieja
pareja de casados. Entre más se acercaba la última noche, más luchaba por
mantenerme optimista y pretender que no estaba desesperado por mantener
nuestras vidas del modo en el que estaban.
La noche anterior a la última, Lali optó por cenar en Pizza Shack.
Todo era perfecto: las migajas en el suelo rojo, el olor a grasa y especias en
el aire, menos el desagradable equipo de fútbol.
Perfecto pero triste. Era el primer sitio en el que íbamos a cenar
juntos. Lali se rió mucho, pero nunca se abrió. Nunca mencionó nuestro tiempo juntos.
Todavía en esa burbuja. Todavía inconsciente. Que mis esfuerzos
estuvieran siendo ignorados algunas veces era exasperante, pero ser paciente y
mantenerla feliz era la única manera en la que tenía alguna oportunidad de
tener éxito.
Ella se durmió aquella noche con bastante rapidez. Mientras dormía
a tan sólo unos centímetros, la observé, tratando de guardar su imagen en mi
memoria.
La manera en la que sus pestañas caían contra su piel; la manera
en la que su húmedo cabello se sentía contra mi brazo; el frutal, limpio olor
que emanaba de su aromatizado cuerpo: el apenas audible ruido que su nariz
hacía cuando exhalaba.
Estaba tan tranquila, y se había acostumbrado a dormir en mi cama.
Las paredes rodeándonos estaban cubiertas con fotos de Lali en la
época en la que estaba en el apartamento. Era oscuro, pero cada una estaba
relacionada a un recuerdo. Ahora que finalmente se sentía como casa, se iba a
ir.
La mañana del último día de Lali aquí se sentía como si fuera a
ser tragado por el dolor, sabiendo que ella empacaría a la mañana siguiente
para Morgan Hall.
Pidge estaría alrededor, tal vez me visitaría ocasionalmente,
probablemente con Eugenia, pero estaría con Pablo. Estaba al borde de perderla.
El sillón crujió un poco mientras me balanceaba adelante y atrás,
esperando a que se despertara. El apartamento estaba en silencio. Demasiado
silencioso. El silencio pesaba sobre mí.
La puerta de Nicolás chilló mientras se abría y cerraba, y los
pies descalzos de mi primo golpearon contra el suelo. Su cabello estaba
levantado en todas las direcciones y sus ojos entrecerrados. Procedió a
sentarse en la silla para dos, y me observó por un rato debajo de la capucha de
su sudadera.
Podría haber estado frío. No me di cuenta.
—¿Pit? La vas a ver de nuevo.
—Lo sé.
—Por la mirada en tu cara, no creo que lo sepas.
—No será los mismo, Nico. Vamos a vivir diferentes vidas, a
separarnos. Ella estará con Pablo.
—Tú no sabes eso. Pablo mostrará lo imbécil que es. Ella se dará
cuenta.
—Entonces alguien más como Pablo.
Nicolás suspiró y puso una pierna en el sofá, sosteniéndolo por el
tobillo. —¿Qué puedo hacer?
—No me había sentido así desde que mamá murió. No sé qué hacer —dije ahogado—. La
voy a perder.
Las cejas de Nicolás se juntaron. —¿Así
que vas a renunciar a pelear, eh?
—He intentado todo. No puedo dejarla. Tal vez no se sienta lo mismo
que yo.
—O tal vez sólo está intentando no hacerlo. Escucha. Eugenia y yo
nos haremos invisibles. Todavía tienes está noche. Haz algo especial. Compra
una botella de vino. Hazle espagueti. Haces un malditamente buen espagueti.
Un lado de mi boca se curvo. —El
espagueti no va a hacer que ella cambie de opinión.
Nicolás sonrió. —Nunca se sabe. Tu manera
de cocinar es la razón por la que decidí mudarme contigo e ignorar el hecho de
que eres un puto loco.
Asentí. —Lo intentaré. Intentaré lo que sea.
—Sólo hazlo memorable, Pit —dijo
Nicolás encogiéndose de hombros—. Ella podría entrar en
razón.
Nicolás y Eugenia se ofrecieron a recoger un par de cosas de la
tienda de víveres, así yo podría hacer la cena para Lali. Nicolás incluso
accedió a hacer una parada en la tienda departamental para recoger una vajilla
nueva de plata y así no tendríamos que usar la mierda de vajilla “mezcla y
combina” que teníamos en los gabinetes.
Mi última noche con Lali estaba lista.
Mientras acomodaba las servilletas esa noche, Lali y apareció de
la esquina en unos vaqueros agujereados y una camisa blanca suelta y floja.
—He estado salivando. Lo que sea que estás preparando, huele muy
bien.
Serví el espagueti con la salsa Alfredo encima en su plato hondo,
deslicé el pollo cajún rostizado encima, y después rocié un poco de tomate y
cebolla verde picados.
—Esto es lo que he estado cocinando —dije,
posicionando el plato frente a la silla de Lali. Se sentó, y sus ojos se
abrieron, y después me observó llenar mi propio plato.
Arrojé un trozo de pan de ajo en su plato, y sonrió. —Pensaste
en todo.
—Sí, así es —dije, descorchando el vino. El líquido rojo oscuro se derramó un
poco cuando fluyó en su copa, y rió entre dientes.
—¿Sabes? No tenías que hacer todo esto.
Fruncí los labios. —Sí,
sí tenía que hacerlo.
Lali tomó un bocado, y después otro, escasamente deteniéndose para
tragar. Un pequeño gemido emanó de sus labios. —Esto
está realmente bueno, Pit —dijo todavía masticando—. Me lo
había estado ocultado.
—Si te lo hubiera dicho antes, lo hubieras estado esperando todas
las noches. —La sonrisa artificial que de algún modo puse, se desvaneció.
—Te voy a extrañar también, Pit —dijo,
todavía masticando.
—Vas a seguir viniendo, ¿cierto?
—Sabes que lo haré. Y tú vas a estar en lo de Morgan, ayudándome a estudiar,
tal como lo hiciste antes.
—Pero no será lo mismo —suspiré—. Vas a
estar saliendo con Pablo, nos vamos a mantener ocupados… nos vamos a ir en
diferentes direcciones.
—No va a cambiar mucho.
Me reí una vez. —¿Quién hubiera pensado
por la primera vez que nos conocimos que estaríamos sentados aquí? No hubieras
podido decirme tres meses atrás que iba a ser tan miserable por despedirme de
una chica.
La cara de Lali decayó. —No
quiero que seas miserable.
—Entonces no te vayas.
Lali tragó saliva, y sus cejas se movieron infinitesimalmente. —No
puedo mudarme aquí, Peter. Eso es una locura.
—¿Quién lo dice? Acabo de tener las dos mejores semanas de mi vida.
—Yo también.
—¿Entonces por qué siento como si nunca fuera a volver a verte?
Me observó por un momento, pero no contestó. En su lugar se puso
de pie y caminó alrededor de la mesa del desayuno, sentándose en mi regazo.
Todo en mí quería mirarla a los ojos, pero tenía miedo de que si lo hacía
trataría de besarla, y nuestra noche estaría arruinada.
Me abrazó, su suave mejilla presionando a la mía. —Te
vas a dar cuenta que dolor en el trasero era yo. Y después te olvidarás acerca
de todo eso de extrañarme —susurró en mi oído.
Froté mi mano en círculos entre sus omóplatos, tratando de ahogar
la tristeza. —¿Lo prometes?
Lali me miró a los ojos, tocando cada lado de mi cara con sus
manos.
Acarició mi quijada con su pulgar. Pensamientos de rogarle que se
quedara pasaron por mi mente, pero no me escucharía. No del otro lado de su
burbuja.
Lali cerró sus ojos y se recostó. Sabía que ella quería besar la
esquina de mi boca, pero volteé el rostro para que nuestros labios se
encontraran. Era mi última oportunidad. Tenía que darle un beso de despedida.
Se paralizó un momento, pero después su cuerpo se relajó, y dejó que sus labios
permanecieran en los míos.
Lali finalmente se alejó, jugando con una sonrisa. —Tengo
un día importante mañana. Voy a limpiar la cocina, y después me voy a ir a la
cama.
—Te ayudaré.
Lavamos los platos juntos en silencio, con Toto dormido a nuestros
pies.
Sequé el último plato y lo puse en el estante, y después alcancé
su mano para guiarla al corredor. Cada pasó era una agonía.
Lali se bajó sus vaqueros, y después levantó su camisa sobre su
cabeza.
Agarrando una de mis camisas del armario, dejó al gris y
desgastado material de algodón deslizarse sobre su cabeza. Me quité la ropa y
sólo dejé mi bóxer como había hecho docenas de veces con ella en la habitación,
pero esta vez la solemnidad llenaba la habitación.
Nos subimos a la cama, y apagué la lámpara. Inmediatamente envolví
mis brazos a su alrededor y suspiré, y ella posicionó su rostro en mi cuello.
Los árboles afuera de mi ventana formaban una sombra en las
paredes.
Traté de concentrarme en sus figuras y en la forma en que la luz y
el viento cambiaban la forma de sus siluetas contra los diferentes ángulos de
la pared.
Cualquier cosa para evitar de mi mente los números en el reloj, o
cuan cerca estábamos de la mañana.
La mañana. Mi vida iba a cambiar para empeorar en sólo unas horas.
Jesucristo. No podía resistirlo. Apreté mis ojos cerrados,
tratando de bloquear ese tren de pensamientos.
—¿Pit, estás bien?
Me tomó un poco formar las palabras. —Nunca
he estado menos bien en mi vida.
Presionó su frente contra mi cuello de nuevo, y la apreté más.
—Esto es una tontería —dijo—. Vamos
a vernos todos los días.
—Sabes que no es verdad.
Su cabeza ladeó un poco hacia arriba. No estaba seguro si me
miraba fijamente, o se alistaba para decirme algo. Esperé en la oscuridad, en
el silencio, sintiendo como si el mundo fuera a derrumbarse a mí alrededor en
cualquier segundo. Sin advertencia, Lali frunció sus labios y tocó mi cuello
con ellos. Su boca se abrió cuando probó mi piel, y la calidad humedad de su
boca permaneció en ese punto.
Bajé la mirada en su dirección, tomado completamente por sorpresa.
Una familiar chispa ardía tras la ventana de sus ojos. Inseguro de cómo pasó, finalmente
había llegado hasta ella. Lali finalmente se había dado cuenta de mis sentimientos
hacia ella, y la luz de pronto había entrado.
Me incliné, presionando mis labios contra los suyos, suave y
lento. Mientras más tiempo nuestras bocas permanecían unidas, más me sentía
abrumado por la realidad del asunto.
Lali me puso más cerca de ella. Cada movimiento que hacía era una afirmación
más de la respuesta. Ella sentía lo mismo. Me quería. Me deseaba.
Quería correr alrededor de la calle y gritar en celebración, y al
mismo tiempo no quería mover mi boca de la suya.
Su boca se abrió, y moví mi lengua adentro, probando y buscando suavemente.
—Te deseo.
El peso de sus palabras cayó en mí, y entendí lo que quería decir.
Una parte de mí quería arrancar cada pedazo de tela entre nosotros, la otra
encender todas las luces y sirenas. Estábamos finalmente en la misma página. No
había necesidad de apresurarlo ahora.
Me alejé un poco, pero Lali sólo se volvió más determinada. Me
puse en posición vertical sobre mis rodillas, pero Lali se quedó conmigo.
Agarré sus hombros para mantenerla a raya. —Espera
un segundo —susurré, respirando fuerte—. No
tienes que hacer esto, Pidge. Esto no es de lo que se trata está noche.
Aunque yo quería hacer lo correcto, la inesperada intensidad de Lali
junto con el hecho de que no había tenido sexo en un periodo de tiempo que de
seguro era el record de mi vida, mi pene estaba orgullosamente erecto contra mi
bóxer.
Lali se recostó otra vez, y está vez la dejé acercarse lo
suficiente para tocar sus labios con los míos. Me miró, seria y decidida. —No me
hagas rogar —susurró contra mi boca.
No importaba cuan noble intenté ser, esas palabras saliendo de su
boca me destruyeron. Agarré la parte de atrás de su cuello y sellé mis labios
contra los suyos.
Los dedos de Lali recorrieron la longitud de mi espalda y se
quedaron en el elástico de mi bóxer, antes de parecer querer contemplar su
siguiente movimiento. Seis semanas de tensión sexual reprimida me abrumaron, y
nos estrellamos en el colchón. Mis dedos se enredaron en su cabello mientras me
posicionaba entre sus rodillas abiertas. Justo cuando nuestras bocas de
encontraron de nuevo, deslizó su mano al frente de mi bóxer. Cuando sus suaves
dedos tocaron mi piel desnuda, un gemido gutural surgió. Era el mejor maldito
sentimiento que podría imaginar.
La vieja y gris camisa que Lali vestía fue la primera cosa en
desaparecer.
Afortunadamente, la luna llena alumbraba la habitación lo
suficiente para que yo pudiera apreciar sus pechos desnudos por sólo unos
instantes antes de que impacientemente me moviera al resto de ella. Mi mano
apretó sus bragas, y después las deslicé debajo de sus piernas. Probé su boca
mientras seguía la línea interna de su pierna, y viajé por la longitud de su
muslo. Mis dedos fueron dentro de la suave y mojada piel de Lali, y dejó
escapar un largo y vacilante suspiro.
Antes de que fuera más allá, una conversación que habíamos tenido
anteriormente no hace mucho se reprodujo en mi mente. Lali era virgen. Si esto
era lo que ella realmente quería, yo tenía que ser gentil. La última cosa que
quería hacer era herirla.
Sus piernas se doblaron y retorcieron con cada movimiento de mi
mano.
Lamí y succioné diferentes puntos de su cuello mientras esperaba a
que ella tomara una decisión. Sus caderas se movieron de lado a lado, y se
mecieron de atrás hacia adelante, recordándome el modo en que bailó contra mí
en el Red. Tiró de su labio inferior, y lo mordió, hundiendo sus dedos en mi
espalda al mismo tiempo.
Me posicioné sobre ella. Todavía tenía puestos mi bóxer, pero
podía sentir su piel desnuda contra mí. Era tan malditamente cálida, contenerme
fue la cosa más difícil que jamás me había obligado a hacer. Ni siquiera un
centímetro más y pude haber empujado a través de mi bóxer y haber estado dentro
de ella.
—Pigeon —dije jadeante—. No tiene que ser está
noche. Esperaré hasta que estés lista. —Lali
alcanzó el cajón de arriba de la mesa de noche y la abrió. El sonido de
plástico crujió en su mano, y después abrió el paquete cuadrado con sus dientes.
Eso fue una luz verde, si alguna vez había visto una.
Mi mano dejó su espalda, y me bajé mi bóxer, pateándolo
violentamente.
Toda la paciencia que tenía se había ido. La única cosa en la que
podía pensar era en estar dentro de ella. Deslicé el látex sobre mí, y después
bajé mis labios entre sus muslos, tocando las partes más sensibles de mi piel
contra la suya.
—Mírame, Pigeon —solté.
Sus grandes, redondos y grises ojos miraron en mi dirección. Era
tan irreal.
Esto era sobre lo que había estado soñando desde la primera vez
que ella me rodó los ojos, y estaba pasando finalmente. Ladeé mi cabeza, y
después me incliné para besarla tiernamente. Continué y después me tensé,
empujando hacia adentro lo más gentilmente que pude. Cuando me hice hacia
atrás, miré a los ojos de Lali.
Sus rodillas sostenían mis caderas en un agarre fuerte, y se
mordió el labio inferior más fuertes que antes, pero sus dedos hacían presión
sobre mi espalda, colocándome más cerca. Cuando me balanceé dentro de ella de
nuevo, apretó los ojos con fuerza.
La besé suave y pacientemente. —Mírame
—susurré.
Ella canturreó, gimió y gritó. Con cada sonido que hacía se me
dificultaba más controlar mis movimientos. El cuerpo de Lali finalmente se
relajó, permitiendo que me moviera contra ella en un movimiento más rítmico.
Entre más rápido me movía, menos en control me sentía. Toqué cada parte de su
piel, lamí y besé su cuello, mejillas y labios.
Me apretaba contra ella una y otra vez, y cada vez empujaba más
dentro.
—Te he deseado por tanto tiempo, Lali. Eres todo lo que quiero —dije
en un suspiró contra su boca.
Agarré su muslo con una mano y me apoyé en mi codo. Nuestros
estómagos se deslizaron fácilmente contra el otro y gotas de sudor comenzaron a
formarse en nuestra piel. Pensé en volverla, o en ponerla encima de mí, pero
decidí que prefería sacrificar la creatividad por ser capaz de mirarla a los
ojos, y quedarme tan cerca a ella como pudiera.
Justo cuando pensé que podía hacer que durará toda la noche, Lali suspiró—: Peter.
El sonido de ella diciendo mi nombre en un suspiro me tomó
desprevenido y me volvió loco. Tenía que ir más rápido, empujar más profundo
hasta que cada músculo en mi cuerpo se tensara. Gemí y me sacudí un par de
veces antes de colapsar finalmente.
Inhalé por la nariz contra su cuello. Ella olía a sudor, y su
loción… y yo. Era malditamente fantástico.
—Ese fue un gran primer beso —dijo
con una expresión contenta y cansada.
Escaneé su cara y sonreí. —Tú
último primer beso.
Lali parpadeó, y después caí en el colchón con ella, agarrando su
desnuda espalda baja.
De repente, la mañana era algo por lo que esperar. Iba a ser
nuestro primer día juntos, en vez de empacar la miseria mal disimulada,
podíamos quedarnos durmiendo, pasar una ridícula cantidad de tiempo en la cama,
y después sólo disfrutar el día como pareja. Eso sonaba malditamente cerca al
cielo para mí.
Tres meses atrás, nadie habría podido convencerme de que me sentiría
de ese modo. Ahora, no había nada que quisiera más.
Un gran y relajado aliento movió mi pecho arriba y abajo
lentamente mientras me quedaba dormido al lado de la segunda mujer que había
amado.
CONTINUARÁ...
subi otroooo plissssssssssss
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