16
ESPACIO Y TIEMPO
Al principio, no entré en pánico. Al principio, una neblina
soñolienta me proporcionó la suficiente confusión para fomentar una sensación
de calma. Al principio, cuando estiré mi brazo por Lali a través de las sábanas
y no la sentí allí, sólo sentí un poco de decepción, seguido por curiosidad.
Probablemente estaba en el baño, o tal vez comiendo cereales en el
sofá.
Acababa de darme su virginidad a mí, a alguien con el que había
gastado demasiado tiempo y esfuerzo pretendiendo no tener más que sentimientos
platónicos. Eso era mucho para asimilar.
—¿Pidge? —llamé. Levanté sólo mi cabeza, esperando que se
arrastrara a la cama conmigo. Pero después de unos momentos, me di por vencido,
y me senté.
Sin tener idea de que ocurría, me puse el bóxer que me había
sacado anoche, y deslicé una camiseta por encima de mi cabeza.
Mis pies se arrastraron por el pasillo hasta la puerta del baño, y
golpeé. La puerta se abrió un poco. No se oía ningún movimiento, pero la llamé,
de todos modos. —¿Pigeon?
Abriendo la puerta un poco más, se reveló lo que esperaba. Vacío y
oscuro.
Entonces entré en la sala de estar, esperando verla en la cocina o
en el sofá, pero no se encontraba en ningún lugar.
—¿Pigeon? —llamé, esperando por una respuesta.
El pánico comenzó a crecer dentro de mí, pero me negué a
enloquecer hasta que supiera qué demonios pasaba. Pisoteé hacia la habitación
de Nicolás y abrí la puerta sin llamar.
Eugenia yacía junto a Nicolás, enredada en sus brazos de la manera
en que imaginé que Lali habría estado conmigo en este momento.
—¿Han visto a Lali? No puedo encontrarla.
Nicolás se incorporó sobre el codo, frotándose los ojos con los
nudillos. —¿Eh?
—Lali —dije, con impaciencia encendiendo el interruptor de la luz.
Tanto Nicolás como Eugenia retrocedieron—. ¿La han visto?
Diferentes escenarios pasaban por mi mente, todos causando
diferentes grados de alarma. Quizás ella había sacado a Toto, y alguien la
había secuestrado, o herido, o tal vez se había caído por las escaleras. Pero
las garras de Toto repiqueteaban contra el suelo del pasillo, por lo que no
podía ser. Tal vez fue a buscar algo fuera al coche de Eugenia.
Corrí hacia la puerta del frente y miré alrededor. Entonces corrí
escaleras abajo, mis ojos buscando cada centímetro entre la puerta principal
del apartamento y el auto de Eugenia.
Nada. Ella había desaparecido.
Nicolás apareció en la puerta, entrecerrando los ojos y
abrazándose a sí mismo por el frío.
—Sí. Nos despertó temprano. Quería ir a casa.
Subí las escaleras de dos en dos, agarrando los hombros desnudos
de Nicolás, empujándolo hacia atrás todo el camino hasta el lado opuesto de la
habitación, y embistiéndolo contra la pared. Agarró mi camiseta, con una
expresión en su rostro medio aturdida y medio frunciendo el ceño.
—¿Qué dem...? —comenzó.
—¿La llevaste a casa? ¿A Morgan? ¿En medio de la maldita noche?
¿Por qué?
—¡Porque me lo pidió!
Lo empujé contra la pared otra vez, cegado por la rabia que
comenzaba a tomar el control de mi sistema.
Eugenia salió del dormitorio, con su pelo despeinado y su rímel
manchado por debajo de sus ojos. Estaba en su bata, apretando el cinturón
alrededor de su cintura. —¿Qué demonios está pasando? —preguntó, deteniéndose a
medio paso delante de mí.
Nicolás sacudió el brazo y le tendió la mano. —Euge, quédate
atrás.
—¿Estaba enfadada? ¿Molesta? ¿Por qué se fue? —pregunté entre
dientes.
Eugenia dio un paso más. —¡Simplemente odia las despedidas,
Nicolás! ¡No me sorprendió en absoluto que quisiera irse antes de que
despertaras!
Sostuve a Nicolás contra la pared y miré a Eugenia. —¿Estaba...
estaba llorando?
Me imaginé que Lali se había disgustado por haber permitido que
alguien como yo, alguien que no le importa una mierda, haya tomado su
virginidad, y luego pensé que tal vez de alguna manera, la había lastimado accidentalmente.
El rostro de Eugenia se retorció de miedo, confusión, ira. —¿Por
qué? —dijo. Su tono era más una acusación que una pregunta—. ¿Por qué iba a
estar llorando o enojada, Peter?
—Euge —advirtió Nicolás.
Eugenia dio un paso más. —¿Qué has hecho?
Solté a Nicolás, pero él tomó un puñado de mi camisa mientras me
enfrentaba a su novia.
—¿Estaba llorando? —exigí.
Eugenia negó con la cabeza. —¡Se encontraba bien! ¡Sólo quería ir
a casa! ¿Qué has hecho? —gritó.
—¿Pasó algo? —preguntó Nicolás.
Sin pensarlo, me di la vuelta alrededor y me balanceé, casi
golpeando la cara de Nicolás.
Eugenia gritó, cubriéndose la boca con las manos. —¡Peter, para!
—dijo a través de sus manos.
Nicolás envolvió sus brazos alrededor de mis codos, con el rostro
a sólo un par de centímetros del mío. —¡Llámala! —gritó—. ¡Tranquilízate,
maldita sea, y llama a Lali!
Pasos rápidos y ligeros recorrieron el pasillo y regresaron. Eugenica
volvió, extendiendo su mano y sosteniendo mi teléfono. —Llámala.
Lo tomé de su mano y marqué el número de Lali. Sonó hasta que me
llevó al correo de voz. Colgué el teléfono y marqué de nuevo. Y otra vez. Y
otra vez. No me contestaba. Me odiaba.
Dejé caer el teléfono al suelo, con mi pecho agitado. Cuando las
lágrimas quemaron mis ojos, agarré lo primero que mis manos tocaron, y lo lancé
a través del cuarto. Fuera lo que fuera, quedó fragmentado en trozos grandes.
Girándome, vi los taburetes situados directamente uno frente al
otro, recordándome a nuestra cena. Recogí uno con la pierna y lo estrellé
contra la nevera hasta que se rompió. La puerta del refrigerador se abrió, y la
pateé. La fuerza hizo que rebotara abriéndose de nuevo, así que la pateé otra
vez, y otra vez, hasta que Nicolásy finalmente corrió para mantenerla cerrada.
Pisoteé hacia mi habitación. Las sábanas sucias en la cama se
burlaban de mí. Mis brazos se extendieron a cada lado mientras las arrancaba
del colchón —la sabana ajustable, la sábana superior y la manta— y entonces
regresé a la cocina para tirarlas a la basura, y luego hice lo mismo con las
almohadas. Todavía loco de ira, me quedé en mi habitación, obligándome a
calmarme, pero no había nada por lo que calmarme. Había perdido todo.
Caminando lentamente, me detuve frente a la mesita de noche. El
recuerdo de Lali metiendo la mano en el cajón vino a la mente. Las bisagras
chirriaron cuando lo abrí, revelando la pecera llena de condones. Apenas había
hurgado en ellos desde que había conocido a Lali. Ahora que ella había hecho su
elección, no podía imaginarme estar con nadie más.
El cristal se sentía frío en mi mano cuando la recogí y la lancé a
través del cuarto. Chocó contra la pared junto a la puerta y se hizo añicos,
rociando pequeños paquetes de papel de aluminio en todas las direcciones.
Mi reflejo en el espejo sobre la cómoda me miró. Mi barbilla hacia
abajo, y me miré fijamente a los ojos. Mi pecho se movía, estaba temblando, y
bajo los estándares de cualquiera me veía loco, pero el control se hallaba tan
fuera de mi alcance en este momento. Levanté el brazo hacia atrás y golpeé el
puño en el espejo. Los fragmentos apuñalaron en mis nudillos, dejando un
círculo sangriento.
—¡Peter, para! —dijo Nicolás desde la sala—. ¡Detente, maldita
sea!
Me precipité hacia él, empujándolo hacia atrás y, a continuación,
cerré la puerta de un portazo. Presioné mis manos contra la madera, y luego di
un paso atrás, pateándola hasta que el pie hizo un hueco en la parte baja. Tiré
hacia los lados hasta que salió de las bisagras, y luego la arrojé al otro lado
de la habitación.
Los brazos de Nicolás me agarraron de nuevo. —¡Dije basta!
—gritó—. ¡Estás asustando a Eugenia! —La vena en su frente sobresalía, la que
aparecía sólo cuando se enfurecía.
Lo empujé y me empujó de regreso. Lancé otro golpe, pero lo
esquivó.
—¡Iré a verla! —declaró Eugenia—. ¡Voy a ver si está bien, y voy a
hacer que te llame!
Dejé que mis manos cayeran a mis costados. A pesar del aire frío
llenando el apartamento debido a la puerta del frente abierta, el sudor goteaba
de mis sienes.
Mi pecho se movía como si hubiera corrido una maratón.
Eugenia corrió a la habitación de Nicolás. A los cinco minutos, ya
estaba vestida, anudándose el pelo en un moño. Nicolás la ayudó a deslizarse en
el abrigo y luego la besó despidiéndola y ofreciendo un gesto de seguridad.
Agarró sus llaves y dejó que la puerta se cerrara detrás de ella.
—Siéntate. Maldita. Sea —dijo Nicolás, señalando el sillón
reclinable.
Cerré los ojos, y luego hice lo que me ordenó. Mis manos temblaban
cuando las llevé a mi cara.
—Tienes suerte. Estaba a dos segundos de llamar a Pablo. Y a cada
hermano que tienes.
Negué con la cabeza. —No llames a papá —dije—. No lo llames.
—Lágrimas saladas quemaron mis ojos.
—Habla.
—Se lo hice. Quiero decir, no la obligué, nosotros...
Nicolás asintió. —Anoche fue difícil para los dos. ¿De quién fue
la idea?
—De ella. —Parpadeé—. Traté de alejarme. Me ofrecí a esperar, pero
prácticamente me suplicó.
Nicolás parecía tan confundido como yo.
Levanté las manos y las dejé caer en mi regazo. —Tal vez la
lastimé, no lo sé.
—¿Cómo se comportó después? ¿Te dijo algo?
Pensé por un momento. —Dijo algo sobre que era un primer beso.
—¿Eh?
—Hace unas semanas se le escapó que el primer beso la pone
nerviosa, y me burlé de ella.
Nicolás frunció el ceño. —Eso no suena como si estuviera molesta.
—Le dije que era su último primer beso. —Me reí una vez utilizando
el borde de mi camiseta para pellizcar la humedad de mi nariz—. Pensé que todo estaba
bien, Nico. Que por fin me había dejado entrar ¿Por qué me pediría... y luego
simplemente se iría?
Nicolás negó con la cabeza lentamente, tan confundido como yo. —No
lo sé, primo. Eugenia se enterará. Sabremos algo pronto.
Me quedé mirando el suelo, pensando en lo que podría pasar
después. —¿Qué voy a hacer? —le pregunté, mirándole.
Nicolás me agarró del antebrazo. —Vas a limpiar tu desorden para mantenerte
ocupado hasta que llamen.
Entré en mi habitación. La puerta yacía sobre mi colchón desnudo,
trozos de espejo y cristal rotos en el suelo. Parecía como si una bomba hubiera
pasado.
Nicolás apareció en la puerta con una escoba, un recogedor y un destornillador.
—Me encargaré del cristal. Tú ocúpate de la puerta.
Asentí, quitando el gran tablón de madera de la cama. Sólo después
de realizar el último giro en el destornillador, sonó mi celular. Salí
disparando para tomarlo de la mesita de noche.
Era Eugenia.
—¿Euge? —me atraganté.
—Soy yo. —La voz de Lali era pequeña y nerviosa.
Quería rogarle que regresase, pedir su perdón, pero no estaba seguro
de qué había hecho mal. Entonces, me enojé.
—¿Qué mierda pasó contigo anoche? Me desperté esta mañana, y no
estabas y tú… ¿sólo te fuiste y no dijiste adiós? ¿Por qué?
—Lo siento. Yo...
—¿Lo sientes? ¡He
estado volviéndome loco! No contestas tu teléfono, te escabulles y... ¿P… Por qué?
¡Pensé que finalmente teníamos todo resuelto!
—Sólo necesitaba un poco de tiempo para pensar.
—¿Sobre qué? —Hice una pausa, con miedo de lo que podría responder
a la pregunta que estaba a punto de hacerle—. ¿Te... Te lastimé?
—¡No! ¡No es nada de eso! Realmente, realmente lo siento. Estoy
segura de que Eugenia te lo dijo. Yo no me despedido.
—Necesito verte —le dije, desesperado.
Lali suspiró. —Tengo mucho que hacer hoy, Pit. Tengo que
desempacar y tengo pilas de ropa que lavar.
—Te arrepientes.
—No es… no es eso. Somos amigos. Eso no va a cambiar.
—¿Amigos? Entonces,
¿qué diablos fue anoche?
Podía oír su respiración. —Sé lo que quieres. Solamente no puedo
hacer eso ahora mismo.
—¿Así que sólo necesitas algo de tiempo? Podrías haberme dicho
eso. No, tenías que salir corriendo de mí.
—Sólo parecía la forma más fácil.
—¿Más fácil para quién?
—No podía dormir. Me quedé pensando en cómo sería en la mañana, cargando
el coche de Euge… y no pude hacerlo, Pit.
—Ya es bastante malo que no vas a estar más aquí. No puedes
simplemente salir de mi vida.
—Te veré mañana —dijo, tratando de sonar casual—. No quiero que
las cosas estén raras, ¿de acuerdo? Sólo necesito organizar algunas cosas. Eso
es todo.
—Está bien —le dije—. Puedo hacer eso.
La línea quedó en silencio y Nicolás me miró, cauteloso. —Peter…
acabas de arreglar la puerta. No más líos, ¿de acuerdo?
Mi rostro entero se arrugó, y asentí. Traté de estar enojado, eso
era mucho más fácil de controlar que el abrumador dolor físico en mi pecho,
pero lo único que sentía fue oleada tras oleada de tristeza. Me sentía
demasiado cansado para luchar contra ello.
—¿Qué te dijo?
—Necesita tiempo.
—Está bien. Así que, eso no es el final. Puedes lidiar con eso,
¿verdad?
Tomé una respiración profunda. —Sí. Puedo lidiar con eso.
El recogedor tintineaba con los fragmentos de vidrio mientras Nicolás
caminaba con él por el pasillo. A solas en el dormitorio, rodeado de fotos de Lali
y yo, me dieron ganas de romper algo de nuevo, así que fui a la sala a esperar
por Eugenia.
Por suerte, no tardó mucho en volver. Me imaginé que estaba probablemente
preocupada por Nicolás.
La puerta se abrió y me levanté. —¿Ella está contigo?
—No. No está.
—¿Dijo algo más?
Eugenia tragó, dudando en responder. —Dijo que va a mantener su promesa,
y que para mañana a esta hora, no la extrañaras.
Mis ojos se dirigieron al piso. —No volverá —dije cayendo en el
sofá.
Eugenia dio un paso adelante. —¿Qué significa eso, Peter?
Me tomé la parte superior de mi cabeza con ambas manos. —Lo que
pasó anoche no era su forma de decir que quería que estuviéramos juntos. Estaba
despidiéndose.
—No sabes eso.
—La conozco.
—Lali se preocupa por ti.
—No me ama.
Eugenia tomó aire, y cualquier reserva que había tenido acerca de
mi temperamento se desvaneció mientras una expresión simpática suavizaba su rostro.
—No sabes eso, tampoco. Escucha, sólo dale algo de espacio. Lali no es como las
chicas a las que estás acostumbrado, Pit. Se asusta fácilmente. La última vez
que alguien mencionó que se iban a poner serios, se mudó un estado entero de distancia.
Esto no es tan malo como parece.
Levanté la vista hacia Eugenia, sintiendo un poquito de esperanza.
—¿Así que no lo crees?
—Peter, se fue porque sus sentimientos por ti la asustan. Si lo
supieras todo, sería más fácil de explicar, pero no puedo decírtelo.
—¿Por qué no?
—Porque se lo prometí a Lali, y es mi mejor amiga.
—¿Ella no confía en mí?
—No confía en sí misma. Tú, sin embargo, necesitas confiar en mí.
—Eugenia agarró mis manos y tiró de mí para levantarme—. Ve a tomar una ducha, larga
y caliente, y luego vamos a comer fuera. Nicolás me dijo que es noche de póquer
en casa de tu padre.
Negué con la cabeza. —No puedo ir a jugar póquer. Van a preguntar
por Pigeon. ¿Tal vez podríamos ir a ver a Pidge?
Eugenia palideció. —No va a estar en casa.
—¿Ustedes van a salir?
—Ella.
—¿Con quién? —Sólo me tomó unos segundos para darme cuenta—. Pablo.
Eugenia asintió.
—Es porque piensa que no la voy a extrañar —dije, mi voz se
quebró. No podía creer que iba hacerme esto. Era sólo cruel.
Eugenia no vaciló en interceptar otra rabia. —Vamos a ir a ver una
película, entonces, una comedia, por supuesto y luego ya veremos si el go-kart
sigue abierto, y puedes sacarme de la pista otra vez.
Eugenia era inteligente. Sabía que la pista de go-kart era uno de
los pocos lugares en los que no había estado con Lali. —No puedo sacarte de la
pista. Tú simplemente no puedes manejar dentro de lo establecido.
—Ya veremos —dijo Eugenia, empujándome hacia el baño—. Llora si es
necesario. Grita. Saca todo de tu sistema, y luego vamos a divertirnos. No va a
durar para siempre, pero te mantendrá ocupado por esta noche.
Me di la vuelta en la puerta del baño. —Gracias, Euge.
—Sí, sí… —dijo, volviendo a donde Nicolás.
Giré la llave del agua, dejando que el vapor calentara el lugar
antes de entrar. El reflejo en el espejo me sorprendió. Círculos oscuros bajo
mis ojos cansados, mí una vez confiada postura ahora era flácida; lucía como el
infierno.
Una vez en la ducha, dejé correr el agua sobre mi cara,
manteniendo mis ojos cerrados. Los contornos delicados de los rasgos de Lali
quemaron detrás de mis párpados. No era la primera vez; la veía cada vez que
cerraba mis ojos. Ahora que se había ido, era como estar atrapado en una
pesadilla.
Contuve algo que brotaba en mi pecho. Cada pocos minutos, el dolor
se renovaba.
La echaba de menos. Dios, la echaba de menos, y todo lo que
habíamos pasado se recreaba una y otra vez en mi cabeza.
Puse las palmas de mis manos contra la pared del azulejo, apreté
mis ojos con fuerza. —Por favor, regresa —dije en voz baja. Ella no podía
oírme, pero eso no me impedía desear que viniera y me salvará del terrible
dolor que sentía sin ella allí.
Después de revolcarme en mi desesperación bajo el agua, tomé unas
cuantas respiraciones profundas, y me compuse. El hecho de que Lali se hubiera marchado
no debería haber sido una sorpresa, incluso después de lo que pasó anoche. Lo
que Eugenia decía tenía sentido. Lali era tan nueva y asustadiza en esto como
yo. Los dos teníamos una manera bastante pobre de lidiar con nuestras emociones,
y supe al segundo de darme cuenta que me había enamorado de ella que me iba a
destrozar.
El agua caliente lavó la ira y el miedo, y un nuevo optimismo se
apoderó de mí. Yo no era un perdedor que no tenía ni idea de cómo conseguir una
chica. En algún lugar de mis sentimientos por Lali, me había olvidado de ese
hecho. Era el momento de creer en mí mismo otra vez, y recordar que Lali no era
más que una chica que podría romper mi corazón; que era también mí mejor amiga.
Sabía cómo hacerla sonreír, y sus cosas favoritas. Todavía tenía un perro en
esta pelea.
***
***
Nuestros estados de ánimo eran ligeros cuando volvimos de la pista
de gokart.
Eugenia seguía riendo acerca de haberle dado una paliza a Nicolás
cuatro veces en una vuelta, y Nicolás fingía estar de mal humor.
Nicolás tanteó con la llave en la oscuridad.
Sostuve mi teléfono celular en mis manos, luchando contra el
impulso de llamar a Lali por decimotercera vez.
—¿Por qué simplemente no la llamas ya? —preguntó Eugenia.
—Todavía estará en la cita, probablemente. Yo mejor no… interrumpo
—dije, tratando de empujar el pensamiento de lo que podría estar sucediendo de
mi mente.
—¿No deberías? —preguntó Eugenia, genuinamente sorprendida—. ¿No
dijiste que querías preguntarle si quería ir a jugar a los bolos mañana? Es
grosero no preguntarle a una chica en una cita el día después de, ya sabes.
Nicolás finalmente encontró el ojo de la cerradura y abrió la
puerta, dejándonos entrar.
Me senté en el sofá, mirando el nombre de Lali en mi lista de
llamadas.
—A la mierda —dije, tocando su nombre.
El teléfono sonó una vez, y luego otra vez. Mi corazón latía con
fuerza contra mis costillas, más de lo que nunca lo hizo antes de una pelea.
Lali respondió.
—¿Cómo va la cita, Pidge?
—¿Qué es lo que necesitas, Peter? —susurró. Al menos no respiraba
con dificultad.
—Quiero ir mañana a los bolos. Necesito a mi pareja.
—¿Bolos? ¿No
podrías haberme llamado más tarde? —Quería que sus palabras sonaran fuerte,
pero el tono de su voz era todo lo contrario. Podría decir que estaba contenta
de que la hubiera llamado.
Mi confianza se elevó a un nuevo nivel. Ella no quería estar allí
con Pablo.
—¿Cómo se supone que voy a saber cuándo ustedes van a terminar?
Oh. Eso no salió bien… —bromeé.
—Te llamaré mañana y podremos hablar de ello entonces, ¿está bien?
—No, no está bien. Dijiste que querías que seamos amigos, ¿pero no
podemos pasar el rato? —Hizo una pausa, y me la imaginaba rodando esos
preciosos ojos grises. Estaba celoso de que Pablo podía verlos de primera
mano—. No me ruedes los ojos. ¿Vienes o no?
—¿Cómo sabías que rodé mis ojos? ¿Me estás acechando?
—Siempre ruedas tus ojos. ¿Sí? ¿No? Estás perdiendo tiempo
precioso de la cita.
—¡Sí! —dijo en un fuerte susurro, con una sonrisa en su voz—. Iré.
—Te recogeré a las siete.
El teléfono hizo un ruido sordo cuando lo arrojé al extremo del
sofá, y entonces mis ojos viajaron hacia Eugenia.
—¿Tienes una cita?
—La tengo —dije, inclinándome hacia atrás contra el cojín.
Eugenia retiró sus piernas fuera de Nicolás, burlándose de él
sobre su última carrera mientras navegaba por los canales. No le tomó mucho
tiempo para aburrirse. —Voy a volver a la residencia.
Nicolás frunció el ceño, nunca contento con su partida. —Mándame
mensajes.
—Lo haré —dijo Eugenia, sonriendo—. Nos vemos, Pit.
Tuve envidia de que ella se iba, que tenía algo que hacer. Yo ya
había terminado días antes las dos únicas cosas que tenía que hacer.
El reloj encima de la televisión capturó mi atención. Los minutos
rodaban lentamente, y cuanto más me decía que dejara de prestar atención, más
mis ojos se dirigían a los números digitales de la caja. Después de una
eternidad, sólo media hora había pasado. Mis manos se removieron. Me sentía más
aburrido e inquieto incluso los segundos eran una tortura. Empujar los
pensamientos de Lali y Pablo de mi cabeza se convirtió en una lucha constante.
Finalmente, me levanté.
—¿Te vas? —preguntó Nicolás con un rastro de sonrisa.
—No puedo quedarme sentado aquí. Ya sabes cómo Pablo ha estado echando
espuma por la boca por ella. Me está volviendo loco.
—¿Piensas que ellos…? Nah. Lali no lo haría. Eugenia dijo que era…
no importa. Mi boca va a meterme en problemas.
—¿Virgen?
—¿Lo sabes?
Me encogí de hombros. —Lali me dijo. ¿Crees que porque nosotros…
que ella…?
—No.
Me froté la parte posterior de mi cuello. —Tienes razón. Creo que
tienes razón. Quiero decir, espero. Es capaz de hacer cualquier mierda loca
para alejarme.
—¿Lo haría? ¿Alejarte, quiero decir?
Miré a los ojos de Nicolás. —La amo, Nico. Sin embargo, sé lo que
le haría a Pablo si se aprovecha de ella.
Nicolás negó con la cabeza. —Es su elección, Pit. Si eso es lo que
decidió, vas a tener que dejarlo ir.
Tomé las llaves de mi moto y apreté los dedos a su alrededor,
sintiendo los bordes de metal afilados mientras se clavaban en mi palma.
Antes de subirme a la Harley, llamé a Lali.
—¿Estás en casa, ya?
—Sí, me dejó hace aproximadamente cinco minutos.
—Estaré allí en cinco más.
Colgué antes de que pudiera protestar. El aire gélido que se
precipitaba contra mi rostro mientras conducía contribuyó a adormecer la ira
que provocaron los pensamientos de Parker, pero una sensación de malestar
descendió sobre mi estómago mientras más cerca me encontraba del campus.
El motor de la moto parecía más fuerte mientras rebotaba en la
pared de ladrillo de Morgan Hall. En comparación con las ventanas oscuras y el estacionamiento
abandonado, mi Harley y yo hicimos que la noche pareciera anormalmente
tranquila, y la espera excepcionalmente larga. Finalmente, Lali apareció en el
umbral. Cada músculo de mi cuerpo se tensó mientras esperaba que sonriera o
enloqueciera.
No hizo ninguno. —¿No tienes frío? —preguntó, tirando de su
chaqueta apretada.
—Te ves bien —dije, notando que no estaba en un vestido. Era
evidente que no trataba de parecer toda sexy para él, y eso era un alivio—.
¿Tuviste un buen rato?
—Uh… sí, gracias. ¿Qué estás haciendo aquí?
Encendí el motor. —Iba a dar un paseo para despejar mi cabeza.
Quiero que vengas conmigo.
—Hace frío, Pit.
—¿Quieres que vaya a buscar el coche de Nico?
—Iremos a los bolos mañana. ¿No puedes esperar hasta entonces?
—Pasé de estar contigo cada segundo del día a verte durante diez
minutos, si tengo suerte.
Sonrió y negó con la cabeza. —Sólo han pasado dos días, Pit.
—Te echo de menos. Mueve tu trasero al asiento y vámonos.
Contempló mi oferta, y luego subió la cremallera de su chaqueta y se
subió en el asiento detrás de mí.
Tiré de sus brazos alrededor de mí sin pedir disculpas, lo
suficientemente apretado que era difícil ampliar mi pecho como para inhalar por
completo, pero por primera vez en toda la noche, me sentí como si pudiera respirar.
CONTINUARÁ...
subiiii otroooooo plisssssssss
ResponderEliminarMassssss :)
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