Peter me apretó la mano
cuando contuve la respiración. Traté de mantener mi cara tranquila, pero cuando
me encogí, su dominio se hizo más fuerte. El techo blanco estaba empañado en
algunos lugares por manchas de filtración. Aparte de eso, la habitación estaba
impecable. Ningún desorden, no había utensilios esparcidos. Todo estaba su
lugar, lo que me hizo sentir medianamente a gusto con la situación. Había
tomado la decisión. La llevaría a cabo.
—Bebé… —dijo Peter,
frunciendo el ceño.
—Puedo hacer esto —le
dije, mirando a las manchas en el techo. Salté cuando dedos tocaron mi piel,
pero traté de no tensarme. Podía ver la preocupación en los ojos de Peter
cuando comenzó el zumbido.
—Pigeon —comenzó Peter de
nuevo, pero negué con la cabeza con desdén.
—Está bien. Estoy lista.
—Sostuve el teléfono lejos de mi oído, haciendo una mueca tanto por el dolor
como por la conferencia inevitable.
— ¡Te voy a matar,
Lali Espósito! —Exclamó Eugenia—. ¡Matar!
—Técnicamente, es Lali
Lanzani, ahora —dije, sonriéndole a mi nuevo marido.
— ¡No es justo!
—Se quejó ella, la ira hundiéndose en su tono—. ¡Se suponía que debía ser tu
dama de honor! ¡Se suponía que debía ir de compras por el vestido contigo y
lanzar una fiesta de despedida de soltera y sostener tu ramo!
—Lo sé —dije, viendo
desvanecerse la sonrisa de Peter cuando hice una mueca de dolor otra vez.
—No tienes que hacer
esto, lo sabes —dijo, sus cejas se unieron entre sí.
Apreté sus dedos con mi
mano libre.
—Lo sé.
—¡Eso ya lo dijiste!
—Gritó Eugenia.
—No estaba hablando
contigo.
—Oh, estás hablando
conmigo —se quejó ella—. Por supueeesto que estás hablando conmigo. Nunca
vas a oír el final de esto, ¿me oyes? ¡Nunca, jamás te perdonaré!
—Sí lo harás.
—¡Tú! ¡Eres una...! ¡Eres
simplemente egoísta, Lali! ¡Eres una terrible mejor amiga!
Me eché a reír, haciendo
que el hombre sentado a mi lado se sacudiera.
—No se mueva, Sra. Lanzani.
—Lo siento —dije.
— ¿Quién fue ese? —Gruñó Eugenia.
—Ese fue Griffin.
— ¿Quién diablos es
Griffin? Déjame adivinar, ¿invitaste a un desconocido a tu boda y no a tu mejor
amiga? —Su voz se hacía más aguda con cada pregunta.
—No. Él no fue a la boda
—dije, aspirando una bocanada de aire.
Peter suspiró y se movió
nervioso en su silla, apretando mi mano.
—Se supone que debo hacer
esto, ¿recuerdas? —le dije, sonriéndole a través del dolor.
—Lo siento. No creo que
pueda soportar esto —dijo, con voz llena de angustia. Relajó su mano, mirando a
Griffin—. Date prisa, ¿quieres?
Griffin negó con la
cabeza.
—Cubierto de tatuajes y
no puede soportar que su novia consiga una simple inscripción. Terminaré en un
minuto, camarada.
El ceño fruncido de Peter
se profundizó. —Esposa. Ella es mi esposa.
Eugenia jadeó una vez
procesada la conversación en su mente. — ¿Te estás haciendo un tatuaje?
¿Qué está pasando contigo, Lali? ¿Respiraste humos tóxicos en el incendio?
Miré hacia abajo a mi
estómago, a la confusa mancha negra justo en el interior de mi hueso de la
cadera y sonreí.
—Pit tiene mi nombre en
su muñeca —aspiré otra bocanada de aire cuando el zumbido continuó. Griffin
secó la tinta de mi piel y empezó de nuevo. Hablé a través de mis dientes—:
Estamos casados. Quería algo, también.
Peter sacudió la cabeza.
—No tenías que hacerlo.
Entrecerré los ojos. —No
empieces conmigo. Hemos hablado de esto.
Eugenia se echó a reír
una vez. —Te has vuelto loca. Te voy admitir en el asilo al llegar a casa. —Su
voz era aún perforante y exasperada.
—No es tan loco. Nos
amamos el uno al otro. Hemos estado viviendo prácticamente juntos dentro y
fuera de todo el año. ¿Por qué no?
— ¡Porque tienes diecinueve,
idiota! ¡Porque te fuiste y no le dijiste a nadie, y porque no estoy allí!
—Exclamó.
—Lo siento, Euge, me
tengo que ir. Nos vemos mañana, ¿de acuerdo?
— ¡No sé si quiero verte
mañana! ¡No creo que quiera ver a Peter nunca más! —Se burló.
—Te veré mañana, Euge.
Sabes que quieres ver mi anillo.
—Y tu tatuaje —dijo, con
una sonrisa en su voz.
Colgué y cerré el
teléfono, entregándoselo a Peter. El zumbido se reanudó de nuevo, y mi atención
se centró en la sensación de ardor seguido por el segundo dulce de alivio
cuando limpiaba el exceso de tinta. Peter empujó mi teléfono en su bolsillo,
agarrando mi mano entre las suyas, inclinándose hasta tocar su frente con la
mía.
— ¿Te asustaste así de
mucho cuando te hiciste tus tatuajes? —Le pregunté, sonriendo a la expresión de
aprehensión en su rostro.
Se movió, parecía sentir
mi dolor mil veces más que yo. —Uh... no. Esto es diferente. Esto es mucho,
muchísimo peor.
— ¡Listo! —Dijo Griffin
con un gran alivio en su voz como el reflejado en el rostro de Peter.
Dejé que mi cabeza cayera
hacia atrás en la silla.
— ¡Gracias a Dios!
— ¡Gracias a Dios!
—suspiró Peter, acariciando mi mano.
Miré hacia abajo a las
hermosas líneas negras en mi piel enrojecida e inflamada:
Sra. Lanzani
—Vaya —dije, levantándome
sobre los codos para tener una mejor visión. El ceño fruncido de Peter al
instante se convirtió en una sonrisa triunfal
—Es hermoso.
Griffin negó con la
cabeza. —Si tuviera un dólar por cada esposo tatuado nuevo que trae a su esposa
aquí y se lo toma peor de lo que ella lo hace… bueno. No tendría que tatuar a
nadie nunca más.
—Sólo dígame cuánto le
debo, grandísimo idiota —murmuró Peter.
—Voy a dejar su factura
en el mostrador —dijo Griffin, entretenido con la réplica de Peter.
Miré alrededor de la
habitación al cromo brillante y los carteles de las muestras de tatuajes en la
pared, y luego de vuelta a mi estómago. Mi apellido nuevo relucía en gruesas
letras negras elegantes. Peter me miraba con orgullo, y luego miró hacia abajo
a su anillo de boda de titanio.
—Lo hicimos, bebé —dijo
en voz baja—. Todavía no puedo creer que seas mi esposa.
—Créelo —dije, sonriendo.
Me ayudó a levantarme de
la silla y favorecí mi lado derecho, consciente de que cada movimiento que
hacía causaba que mi jeans rozara mi piel en carne viva. Peter sacó su
billetera, firmó el recibo con rapidez antes de que me llevara de la mano al
taxi que esperaba fuera. Mi celular volvió a sonar, y cuando vi que se trataba
de Eugenia, lo dejé sonar.
—Nos va a hacer sentir
miserable por un largo tiempo, ¿cierto? —dijo Peter con el ceño fruncido.
—Hará puchero por
veinticuatro horas, después de que vea las fotos, lo superará.
Peter me lanzó una
sonrisa maliciosa. — ¿Estás segura de eso, Sra. Lanzani?
— ¿Alguna vez vas a dejar
de llamarme así? Lo has dicho cientos de veces desde que salimos de la capilla.
Él negó con la cabeza
mientras sostenía la puerta del taxi abierta para mí. —Voy a dejar de llamarte
así hasta que esto termine siendo real.
—Oh, es real de acuerdo
—dije, deslizándome a la mitad del asiento para dejarle espacio—. Tengo
recuerdos de la noche de boda para probarlo.
Se apoyó en mí, corriendo
su nariz por la piel sensible de mi cuello hasta que llegó a mi oído.
—Desde luego que sí.
—Ay... —dije cuando se
presionó en contra de mi vendaje.
—Oh, maldita sea, lo
siento, Pidge.
—Estás perdonado —sonreí.
Rodamos hacia el
aeropuerto de mano en mano, y me reí cuando vi a Peter mirar a su anillo de
boda sin disculpas.
Sus ojos tenían la
expresión pacífica a la que me estaba acostumbrando.
—Cuando lleguemos al
apartamento, creo que finalmente me daré cuenta, y voy a dejar de actuar como
un idiota.
— ¿Me lo prometes?
—sonreí.
Me besó la mano y la
acunó en su regazo entre sus manos. —No.
Me reí, apoyando mi
cabeza sobre su hombro hasta que el taxi redujo la velocidad hasta detenerse
frente del aeropuerto. Mi celular volvió a sonar, mostrando el nombre de Eugenia
una vez más.
—Es implacable. Déjame
hablar con ella —dijo Peter, alcanzando mi teléfono.
— ¿Hola? —Dijo, esperando
que acabara la corriente estridente en el otro extremo de la línea. Él sonrió—.
Porque soy su marido. Puedo responder su teléfono, ahora. —Me miró, y luego
abrió la puerta del taxi, ofreciéndome su mano—. Estamos en el aeropuerto, Eugenia.
¿Por qué no Nico y tú nos recogen y puedes gritarnos a ambos en el camino a
casa? Sí, todo el camino a casa. Debemos llegar en torno a las tres. Muy bien, Euge.
Nos vemos entonces. —Hizo una mueca con las duras palabras de ella y luego me
pasó el teléfono—. No estabas bromeando. Está enojada.
Le pagó al taxista y
luego tiró su bolsa al hombro, tirando de la manija de mi equipaje para
rodarlo. Sus brazos tatuados se tensaron mientras empujaba mi bolso, con la
mano libre buscando a la mía.
—No puedo creer que le
hayas dado luz verde para que nos tenga por una hora entera —dije, siguiéndolo
a través de la puerta giratoria.
—Realmente no crees que
voy a dejar que le grite a mi esposa, ¿verdad?
—Te estás poniendo muy
cómodo con ese término.
—Creo que es hora de que
lo admita. Sabía que ibas a ser mi esposa más o menos a partir del segundo en
que te conocí. No voy a mentir y decir que no he estado esperando el día que lo
pudiera decir... así que voy a abusar del título. Deberías acostumbrarte a él,
ahora —dijo esto con la mayor naturalidad posible, como si estuviera dando un
discurso practicado.
Me reí, apretándole la
mano. —No me importa.
Me miró por el rabillo de
su ojo. — ¿No? —Negué con mi cabeza y me jaló a su lado, besando mis mejillas—.
Bien. Te vas a hartar de esto durante los próximos meses, pero sólo dame un
respiro, ¿de acuerdo?
Lo seguí por los
pasillos, escaleras mecánicas, y las líneas de seguridad. Cuando Peter caminó a
través del detector de metales, un timbre fuerte se disparó. Cuando el guardia
del aeropuerto le pidió a Peter que se quitara su anillo, su rostro se tornó
grave.
—Lo sostendré, señor
—dijo el oficial—. Sólo será por un momento.
—Le prometí que nunca me
lo quitaría —dijo Peter a través de sus dientes.
El oficial extendió la
palma de su mano, paciencia y divertida simpatía arrugaba la fina piel
alrededor de sus ojos.
Peter a regañadientes, se
quitó el anillo, lo estrelló en la mano del guardia, y luego suspiró cuando
caminó por la puerta, esa vez sin activar la alarma. Caminé a través de ella
sin novedad, entregándole mi anillo también. La expresión de Peter era tensa,
pero cuando se nos permitió pasar, sus hombros se relajaron.
—Está bien, bebé. Está de
regreso en tu dedo —le dije, riendo ante su reacción exagerada.
Me besó en la frente,
jalándome a su lado mientras nos dirigimos a la terminal. Cuando capturé la
mirada de los que pasábamos, me pregunté si era obvio que estábamos recién
casados, o si simplemente notaban la sonrisa ridícula en el rostro de Peter, un
fuerte contraste con su cabeza rapada, brazos tatuados y músculos
sobresalientes.
El aeropuerto era un
hervidero de turistas emocionados, de pitidos y zumbidos de las máquinas
tragamonedas en el aire, y la gente serpenteando en todas direcciones. Le
sonreí a una joven pareja tomada de la mano, viéndose tan excitados y nerviosos
como Peter y yo lo hicimos cuando llegamos. No me cabe duda de que se irían
sintiendo la misma mezcla de alivio y desconcierto que sentimos, llevando a
cabo lo que habían venido hacer.
En la terminal, eché un
vistazo a través de una revista, y toqué suavemente la rodilla violentamente
rebotando de Peter. Su pierna se congeló y me sonrió, manteniendo mis ojos en
las fotografías de las celebridades. Estaba nervioso por algo, pero esperé a
que me dijera, sabiendo que estaba trabajando a nivel interno.
Después de unos minutos,
su rodilla se balanceó de nuevo, pero esta vez lo detuvo por su cuenta, y
luego, lentamente, se dejó caer en su silla.
— ¿Pidge?
— ¿Sí?
Unos cuantos minutos
pasaron, y luego suspiró.
—Nada.
El tiempo pasó demasiado
rápido, y parecía que apenas nos habíamos sentado cuando nuestro número de
vuelo fue llamado a bordo. Una línea se formó rápidamente, y nos pusimos de
pie, esperando nuestro turno para mostrar nuestros boletos y caminar por el
largo pasillo hacia el avión que nos llevaría a casa.
Peter vaciló. —No puedo
deshacerme de este sentimiento —dijo en voz baja.
— ¿Qué quieres decir?
¿Cómo un mal presentimiento? —dije, de repente nerviosa.
Se volvió hacia mí con
preocupación en sus ojos. —Tengo ésta loca sensación que una vez que lleguemos
a casa, me voy a despertar. Como si nada de esto fuera real.
Deslicé mis brazos
alrededor de su cintura, pasando mis manos sobre los músculos magros de su
espalda.
— ¿Es eso lo que te
preocupa?
Bajó la mirada a su
muñeca, y luego miró a la banda de plata gruesa en su dedo izquierdo.
—No puedo evitar la
sensación de que la burbuja va a estallar, y voy a estar acostado en mi cama
solo, deseando que estés allí conmigo.
— ¡No sé qué voy a hacer
contigo, Pit! Me he desecho de alguien por ti, dos veces, he empacado y he ido
a Las Vegas contigo, dos veces, he ido literalmente a través del infierno y de
regreso, me casé contigo y me marqué con tu nombre. Me estoy quedando sin ideas
para que sepas que soy tuya.
Una pequeña sonrisa
adornó sus labios.
—Me encanta cuando dices
eso.
— ¿Que soy tuya? —Le
pregunté. Me incliné hacia arriba en las puntas de mis pies, presionando mis
labios contra los suyos—. Soy. Tuya. La Señora de Peter Lanzani, por siempre y
para siempre.
Su pequeña sonrisa se
desvaneció mientras miraba hacia la puerta de embarque y luego hacia abajo a
mí. —Voy a seguir jodiendo, Pigeon. Vas a hartarte de mis estupideces.
Me eché a reír. —Estoy
harta de tus estupideces, ahora. Aun así me casé contigo.
—Pensé que una vez que
nos casáramos, me sentiría un poco más tranquilo acerca de perderte. Pero
siento que si subo a ese avión...
— ¿Peter? Te amo. Vamos a
casa.
Sus cejas se juntaron.
—No me vas dejar, ¿verdad? ¿Incluso cuando soy un dolor en el trasero?
—Juré ante Dios... y
Elvis... que no lo haría, ¿cierto?
Su ceño se aligeró un
poco. — ¿Esto es para siempre?
Una de las esquinas de mi
boca se elevó. — ¿Te haría sentir mejor si hacemos una apuesta?
Otros pasajeros
comenzaron a caminar alrededor de nosotros, aunque lentamente, observaban y
escuchaban nuestra conversación ridícula. Al igual que todas las otras veces,
estaba manifiestamente consciente de las miradas indiscretas, pero esta vez era
diferente. Lo único que podía pensar era en que la paz regresara a los ojos de Peter.
— ¿Qué clase de marido
sería si apostara en contra de mi propio matrimonio?
Sonreí. —Del tipo
estúpido. ¿No escuchaste a tu padre cuando te dijo que no apostaras contra mí?
Él levantó una ceja. —Así
que estás así de segura, ¿eh? ¿Apostarías en ello?
Envolví mis brazos
alrededor de su cuello y sonreí contra sus labios. —Apostaría mi primer hijo.
Así de segura estoy.
Y luego volvió la paz.
—No puedes estar tan
segura —dijo, la ansiedad ausente en su voz.
Levanté una ceja, y mi
boca se elevó hacia un lado.
— ¿Quieres apostar?
FIN
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Aquí tenéis el epílogo. Espero que hayáis disfrutado y os haya gustado. Más tarde subiré la nove para descargar y la sinopsis del próximo libro. ¡Besos!
me encantooooooo . .muy linda novee .. :)
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