5
COMPAÑEROS DE HABITACIÓN
La sexoadicta estaba en el baño, vistiéndose y arreglándose. No
dijo mucho después de haber terminado, y pensé que iba a tener que conseguir su
número y ponerla en la lista muy corta de las chicas, como Megan, que no
requerían una relación para tener sexo, y que también merecían la pena repetir.
El teléfono de Nicolás sonó. Hubo un ruido de beso, por lo que
debió haber sido Eugenia. Ella había cambiado el tono de texto en su teléfono,
y Nicolás estaba más que feliz de cumplir. Estaban bien juntos, pero también me
daban ganas de vomitar.
Estaba sentado en el sofá haciendo clic a través de canales,
esperando a que la chica saliera para que pudiera enviarla a su casa, cuando me
di cuenta de que Nicolás estaba a tope en todo el apartamento.
Mis cejas se juntaron. —¿Qué estás haciendo?
—Es posible que desees recoger tu mierda. Euge va a venir con
Lali.
Eso llamó mi atención. —¿Lali?
—Sí. La caldera se estropeó de nuevo en Morgan.
—¿Y?
—Así que se van a quedar aquí por unos pocos días.
Me senté. —¿Ellas? ¿Cómo que Lali se va a quedar aquí? ¿En nuestro
apartamento?
—Sí, idiota. Deja de pensar en el culo de Jenna Jameson, y escucha
lo que estoy diciendo. Estarán aquí dentro de diez minutos. Con el equipaje.
—De ninguna jodida manera.
Nicolás se detuvo en seco y me miró desde debajo de su frente.
—Mueve el culo y ayúdame, y saca tu basura —dijo, señalando hacia el baño.
—Oh, mierda —le dije, saltando a mis pies.
Nicolás asintió, con los ojos muy abiertos. —Sí.
Finalmente me golpeó. Si Eugenia se molestaba porque tenía una
rezagada todavía aquí cuando llegue con Lali, pondría a Nicolás en su la lado
vulnerable.
Si Lali no quería quedarse aquí por eso, se convertiría en su
problema, y el mío. Mis ojos se centraron en la puerta del baño. El grifo había
estado funcionando desde que se había ido allí. No sabía si estaba tomando una
mierda o una ducha. De ninguna manera iba a sacarla del apartamento antes de
que las muchachas llegasen. Se vería mal si fuera atrapado tratando de echarla,
así que me decidí a cambiar las sábanas de mi cama y recoger un poco, en su
lugar.
—¿Dónde va a dormir Lali? —le pregunté, mirando el sofá. No iba a permitir
que su cama estuviera llena de catorce meses de fluidos corporales.
—No lo sé. ¿El sillón?
—No va a estar durmiendo en el sillón de mierda, payaso. —Me
rasqué la cabeza—. Creo que va a dormir en mi cama.
Nicolás aulló, su sonrisa extendiéndose por lo menos dos manzanas.
Se agachó y agarró sus rodillas, su cara poniéndose roja.
—¿Qué?
Se puso de pie y señaló, sacudiendo su dedo y la cabeza hacia mí.
Estaba demasiado divertido para hablar, así que se alejó, tratando de continuar
la limpieza mientras su cuerpo se estremecía.
Once minutos después, Nicolás corría a través de la habitación
frente a la puerta. Se abrió camino por las escaleras, y luego nada. El grifo
del cuarto de baño finalmente se apagó, y se volvió muy tranquilo.
Después de unos minutos más, oí la puerta abrirse, y Nicolás
quejándose entre gruñidos.
—¡Jesús, Bebé! ¡Tú maleta pesa nueve kilos más que la de Lali!
Entré en la sala, viendo mi última conquista salir del baño. Se quedó
inmóvil en el pasillo, echó un vistazo a Lali y Eugenia, y luego terminó de
abotonarse la blusa. Ella definitivamente no estaba refrescándose allí. Todavía
tenía maquillaje corrido por toda la cara.
Por un momento me distraje por completo de la torpeza con las
letras W, T y F.
Supongo que no era tan sencilla como pensaba, haciendo la visita sorpresa de
Eugenia y Lali aún más agradable. Aun cuando yo todavía estaba en mi bóxer.
—Hola —le dijo a las chicas. Miró a su equipaje, la sorpresa
volviéndose confusión total.
Eugenia miró a Nicolás.
Él levantó las manos. —¡Ella está con Peter!
Esa fue mi señal. Doblé la esquina y bostecé, acariciando el culo
de mi huésped.
—Mis invitadas están aquí. Será mejor que te vayas.
Ella pareció relajarse un poco y sonrió. Envolvió sus brazos
alrededor de mí, y luego me besó en el cuello. Sus labios se sentían suaves y
cálidos no como hace una hora. Frente a Lali, eran como dos bollos pegajosos
forrados con alambre de púas.
—Voy a dejar mi número en el mostrador.
—Eh... no te preocupes por eso —le dije, deliberadamente
indiferente.
—¿Qué? —preguntó, inclinándose hacia atrás. El rechazo brilló sus
ojos, buscando en mí cualquier otra cosa de lo que realmente quería decir. Me
alegro de que esto sucediera ahora. Podría haberla llamado de nuevo y estropear
aún más las cosas. Confundirla con un posible pasajero frecuente era un poco
sorprendente. Solía ser un juez mejor.
—¡Otra vez! —dijo
Eugenia. Miró a la chica—. ¿Cómo es que estás sorprendida por esto? ¡Él es Peter
follador Lanzani! Él es famoso por esto mismo, y aun así se sorprenden —dijo,
dirigiéndose a Nicolás. Él puso su brazo alrededor de ella, haciendo un gesto
para que se calmara.
Los ojos de la chica se estrecharon, ardiendo con ira y vergüenza,
y entonces salió, agarrando su bolso en el camino. La puerta se cerró de golpe,
y los hombros de Nicolás se tensaron. Esos momentos le molestaban. Yo, en
cambio, tenía una fierecilla que domar, por lo que entré en la cocina y abrí la
nevera como si nada hubiera pasado. El infierno en sus ojos predijo una cólera
como nunca había experimentado (no porque no me hubiera encontrado con una
mujer a la que quisiera entregar mi culo en bandeja de plata, sino porque nunca
me había importado quedarme alrededor para escucharlo).
Eugenia negó con la cabeza y caminó por el pasillo. Nicolás la
siguió, inclinando su cuerpo para compensar el peso de la maleta mientras la
arrastraba a sus espaldas.
Justo cuando pensaba que Lali huiría, se dejó caer en el sillón. Eh. Bueno… ella estaba
enojada. Bien podría acabar de una vez.
Me crucé de brazos, manteniendo una distancia mínima de seguridad
por estar en la cocina. —¿Qué pasa, Pidge? ¿Día duro?
—No, estoy profundamente disgustada.
Era un comienzo.
—¿Conmigo? —le pregunté con una sonrisa.
—Sí, contigo.
¿Cómo puedes usar a alguien así como así, y tratarla de esa manera?
Y así empezó todo. —¿Cómo la traté? Ella ofreció su número, yo me
negué.
Su boca se abrió. Traté de no reír. No sabía por qué me divertía
tanto verla aturdida y horrorizada por mi comportamiento, pero lo hacía.
—¿Puedes tener relaciones sexuales con ella, pero no tomarás su
número?
—¿Por qué iba a querer su número si no la voy a llamar?
—¿Por qué dormir con ella si no la vas a llamar?
—No prometo nada a nadie, Pidge. Ella no estipuló una relación
antes de esturar sus piernas en mi sofá.
Se quedó mirando el sofá con repugnancia. —Es la hija de alguien, Peter.
¿Qué pasa si, en el futuro, alguien trata así a tu hija?
El pensamiento había cruzado mi mente, y estaba preparado. —Mi
hija sabrá algo mejor que quitarse las bragas por un imbécil que acaba de
conocer, vamos a decirlo de esa manera.
Esa era la verdad. ¿Las mujeres merecen ser tratadas como putas?
No.
¿Putas merecen ser tratadas como putas? Sí. Yo era un puto. La
primera vez que bolseé a Megan y se fue sin siquiera un abrazo, no lloré por
eso y comí un litro de helado. No me quejé con mis hermanos de fraternidad
sobre encamarme en la primera cita, y Megan me trató de acuerdo con la forma en
que me comporté. Era lo que era, no tenía sentido pretender proteger su
dignidad si ella se disponía a destruirla. Las chicas eran conocidas por juzgar
a los demás, de todos modos, sólo estaba tomando un descanso lo suficiente como
para juzgar a un hombre por hacerlo. Las oiría etiquetar a una compañera de
clase de puta antes de que el pensamiento hubiera cruzado por mi mente. Sin
embargo, si llevaba a esa puta a casa, la bolseaba, y la liberaba de sus
cadenas, de repente yo era el chico malo. Tonterías.
Lali se cruzó de brazos notablemente incapaz de discutir, y eso la
puso aún más furiosa. —Así que, además de admitir que eres un imbécil, estás
diciendo que porque ella se acostó contigo, ¿ella merecía ser desechada como un
gato callejero?
—Estoy diciendo que fui honesto con ella. Ella es una adulta, fue
de mutuo acuerdo… ella estaba un poco ansiosa al respecto, si quieres saber la
verdad. Actúas como si hubiera cometido un crimen.
—Ella no parecía entender tus intenciones, Peter.
—Las mujeres suelen justificar sus acciones con lo que sus cabezas
les dicen. Ella no me dijo por adelantado que esperaba una relación más de lo
que yo le dije que esperaba sexo sin compromiso. ¿Cómo es diferente?
—Eres un cerdo.
Me encogí de hombros. —Me han llamado peor. —A pesar de mi indiferencia,
oírle decir eso se sintió tan bien como si me hubiera empujado un trozo enorme
de madera bajo la uña del pulgar. Incluso si era cierto.
Se quedó mirando el sofá, y luego retrocedió. —Creo que dormiré en
el sillón reclinable.
—¿Por qué?
—¡No voy a dormir en esa cosa! ¡Dios sabe sobre lo que estaría acostándome!
Levanté la bolsa de lona en el suelo. —No dormirás en el sofá o en
el sillón reclinable. Dormirás en mi cama.
—La qué es más antihigiénica que el sofá, estoy segura.
—Nunca ha habido nadie en mi cama, aparte de mí.
Puso los ojos en blanco. —¡Dame un respiro!
—Hablo absolutamente en serio. Las bolseo en el sofá. No las dejo
entrar en mi habitación.
—Entonces, ¿por qué me dejas a mí en tu cama?
Quería decirle. Jesús, alguna vez quería decir las palabras, pero
apenas podía admitirlo ante mí mismo, y mucho menos frente ella. En el fondo
sabía que era un pedazo de mierda, y ella se merecía algo mejor. Una parte de
mí quería llevarla a la habitación y mostrarle por qué era diferente, pero eso fue también lo
único que me detuvo. Ella era mi contrario: inocente en la superficie, y dañada
profundamente en su interior. Había algo en ella que necesitaba en mi vida, y aunque
no estaba seguro de lo que era, no podía entrar en mis malos hábitos y echarlo
a perder. Era de las que perdonan, podía verlo, pero tenía líneas dibujadas que
sabía que no debía cruzar.
Una mejor opción apareció en mi cabeza, y sonreí. —¿Estás
planeando tener sexo conmigo esta noche?
—¡No!
—Por eso. Ahora levanta tu trasero malhumorado, toma tu ducha con
agua caliente, y después podemos estudiar algo de Bio.
Los ojos de Lali me miraron, pero cumplió. Casi me empujó con su hombro
mientras me pasaba, y luego cerró la puerta del baño. Los tubos bajo el piso
inmediatamente se quejaron en respuesta a la apertura del grifo del agua.
Empacó lo justo: sólo lo esencial. Encontré unos pantalones
cortos, una camiseta y un par de bragas de algodón blanco con rayas moradas.
Las levanté delante de mí, y luego excavé un poco más lejos. Todas eran de
algodón.
Realmente no tenía intención de desnudarse conmigo, o incluso de
bromear. Un poco decepcionante, pero al mismo tiempo hizo que me gustase aún
más. Me pregunté si tenía alguna tanga en absoluto.
¿Era virgen?
Me eché a reír. Una virgen en la universidad era algo inaudito en
estos días. Una crema dental, el cepillo de dientes y un pequeño bote de algún
tipo de crema para el rostro estaban en la maleta también, así que los llevé
conmigo al final del pasillo, agarrando una toalla limpia del armario de la
ropa en el camino.
Llamé inmediatamente, pero no contestó, así que entré. Estaba
detrás de la cortina, de todos modos, y no tenía nada que no hubiera visto
antes.
—¿Euge?
—No, soy yo —le dije, poniendo sus cosas en la mesa al lado de la
pileta.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¡Fuera! —gritó.
Me reí una vez. Qué bebé. —Olvidaste una toalla y he traído tu
ropa, cepillo de dientes y una crema extraña para el rostro que encontré en tu
bolsa.
—¿Buscaste entre mis cosas? —Su voz subió una octava.
La risa repentina quedó atrapada en mi garganta y me contuve.
Traje las cosas Prudezilla para ser un buen chico, y ella estaba enloqueciendo.
No es como si fuera a encontrar nada interesante en su bolso, de todos modos.
Era tan traviesa como un maestro de escuela dominical.
Apreté un poco de su pasta de dientes en el cepillo y abrí el
grifo.
Lali estaba extrañamente escondida hasta su frente y los ojos
salieron de detrás de la cortina. Traté de ignorarlo, sintiendo como hacían un
agujero en la parte de atrás de mi cabeza.
Su irritación era un misterio. Para mí, todo el escenario era
extrañamente relajante. Ese pensamiento me hizo hacer una pausa; la
domesticidad no era algo que pensé en disfrutar.
—¡Fuera, Peter! —gruñó.
—No puedo ir a la cama sin cepillarme los dientes.
—Si te acercas a un metro de la cortina, te sacaré los ojos
mientras duermas.
—No voy a mirar, Pidge. —En realidad, la idea de ella inclinada
sobre mí, incluso con un cuchillo en la mano, era un poco caliente. Más la
parte inclinada que la del cuchillo.
Terminé de cepillarme los dientes y luego me dirigí a la
habitación, sonriendo todo el camino. En cuestión de minutos los tubos se
silenciaron, pero tardó una eternidad en salir.
Impaciente, asomé la cabeza por la puerta del baño. —¡Vamos,
Pidge! ¡Me estoy haciendo viejo! —Su aparición me sorprendió. La había visto
sin maquillaje antes, pero su piel era de color rosa y brillante, y su pelo
largo y húmedo había sido puesto hacia atrás de su cara. No podía dejar de
mirar.
Lali echó hacia atrás el brazo y tiró su peine contra mí. Me
agaché, y luego cerré la puerta, riendo todo el camino por el pasillo.
Podía oír sus pequeños pies repiqueteando hasta mi habitación, y
mi corazón empezó a latir en mi pecho.
—Buenas noches, Lali —dijo Eugenia desde la habitación de Nicolás.
—Buenas noches, Euge.
Me tuve que reír. La pesadilla (Euge) tenía
razón. La novia de Nicolás me había introducido a mi droga personal. No podía
conseguir lo suficiente, y no quería dejarlo. A pesar de que sólo podía
llamarlo una adicción, no me atreví incluso a mostrar una miga. Sólo la
mantenía cerca, sintiéndome mejor con sólo saber que estaba allí. No había
esperanza para mí.
Dos pequeños golpes me trajeron de vuelta a la realidad.
—Entra, Pidge. No tienes que tocar.
Lali se deslizó dentro, su cabello oscuro y húmedo, en unos
pantalones cortos grises y camiseta a cuadros. Sus amplios ojos vagaron por la
habitación mientras decidió diferentes cosas sobre mí basadas en la desnudez de
mis paredes.
Era la primera vez que una mujer había estado allí. En ese momento
no era algo que yo había pensado, pero Lali cambiando la forma en la habitación
se sentía como algo que no me esperaba.
Antes, sólo era donde dormía. Un lugar donde nunca había pasado
mucho tiempo en absoluto. La presencia de Lali hacía a las paredes blancas
evidentes, hasta el punto de hacerme sentir una versión menor a la vergüenza. Lali
estando en mi habitación la hacía sentir como mi casa, y el vacío ya no parecía
correcto.
—Bonita pijama —dije finalmente, sentándome en la cama—. Bien,
ven. No voy a morderte.
Su barbilla bajó y alzó las cejas. —No te tengo miedo. —Dejó su
libro de biología a mi lado con un ruido sordo, y luego se detuvo—. ¿Tienes una
pluma?
Asentí hacia la mesa de noche. —Primer cajón. —Al segundo que dije
las palabras, mi sangre se puso fría. Iba a encontrar mi escondite. Me preparé
para el inminente combate a muerte que pronto seguiría.
Puso una rodilla en la cama y se acercó, abriendo el cajón y
buscando alrededor hasta que su mano se tambaleó hacia atrás. En el segundo
siguiente, tomó la pluma y luego cerró la gaveta.
—¿Qué? —le pregunté, fingiendo escanear a través de las palabras
en el libro de biología.
—¿Robaste la clínica de salud?
¿Cómo sabe Pigeon
dónde conseguir condones? —No. ¿Por qué?
Su cara se torció. —Tu suministro de preservativos es para toda la
vida.
Aquí viene. —Más vale prevenir que lamentar, ¿no? —Ella no podía
discutir con eso.
En lugar de los gritos y los insultos que me esperaba, rodó sus
ojos. Pasé las páginas del libro de biología, tratando de no parecer demasiado
aliviado.
—Bueno, podemos empezar aquí. Jesús... ¿fotosíntesis? ¿No
aprendiste esto en la escuela secundaria?
—Más o menos —dijo a la defensiva—. Es Biología 101, Pit. No elegí
el plan de estudios.
—¿Y estás en cálculo? ¿Cómo puedes estar tan avanzada en
matemáticas y tan atrasada en ciencias?
—No estoy atrasada. La primera mitad es siempre crítica.
Levanté una ceja. —No realmente.
Ella escuchaba mientras yo repasaba los aspectos básicos de la
fotosíntesis, y luego la anatomía de las células vegetales. No importaba cuánto
tiempo habláramos, o lo que decía, se aferraba a cada palabra. Era fácil fingir
que estaba interesada en mí y no en una calificación aprobatoria.
—Lípidos. No lípidos. Dime lo que son otra vez.
Se quitó las gafas. —Estoy muerta. No puedo memorizar una macromolécula
más.
Maldita sea. Hora de acostarse. —Está bien.
Lali de repente parecía nerviosa, lo que curiosamente fue un
alivio para mí.
La dejé sola con sus nervios para tomar una ducha. Sabiendo que
ella había estado de pie, desnuda en el mismo lugar, hizo surgir algunas
reflexiones excitantes, así que para los cinco minutos antes de que me fuera,
el agua tenía que estar helada. Era incómodo, pero al menos liberó mi erección.
Cuando volví a la habitación, Lali estaba tendida de costado, con
los ojos cerrados, y tiesa como una tabla. Dejé caer mi toalla, me puse mi
bóxer, y luego me metí en la cama, volteándome para apagar la luz. Lali no se
movió, pero no dormía.
Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, pero se apretó aún más
justo antes de volverse hacia mí.
—¿Dormirás aquí, también?
—Bueno, sí. Esta es mi cama.
—Lo sé, pero... —Fue apagándose, sopesando sus opciones.
—¿Aún no confías en mí? Me comportaré mejor que bien, lo juro.
—Levanté mi índice, medio y meñique, cariñosamente conocido por mis hermanos de
fraternidad como la "sorpresa". Ella no lo entendía.
Por más que ser bueno sería un asco, no iba a huir la primera
noche haciendo algo estúpido.
Lali era un delicado equilibrio de duro y blando. Empujarla
demasiado lejos parecía provocar la misma reacción que un animal acorralado.
Era divertido caminar por la cuerda floja que ella requería en una
aterrorizante conducción a mil millas por hora, hacia atrás en una moto.
Se apartó de mí, la manta alrededor marcando cada curva de su
cuerpo. Otra sonrisa se deslizó por mi rostro, y me incliné a su oído.
—Buenas noches, Pigeon.
CONTINUARÁ...
subi otrooo plisssssssss
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