JET
Los números en la
pantalla fueron remplazados por un nombre cuando el teléfono empezó a sonar, y
los ojos de Peter se ampliaron cuando leyó la pantalla. Con un borroso
movimiento, él ya tenía el teléfono junto a su oreja.
— ¿Bauti? —Una risa de
sorpresa se escapó de sus labios, y una sonrisa estalló en su rostro mientras
me miraba—. ¡Es Bauti! —Abrí la boca y apreté su brazo mientras él hablaba—.
¿Dónde estás? ¿Qué quieres decir con que estás en lo de Morgan? Estaré allí en
un segundo, ¡ni se te ocurra moverte!
Me lancé hacia adelante,
mis pies luchando para mantenerse al paso de Peter mientras corría a través del
campus, arrastrándome detrás de él. Cuando llegamos a lo de Morgan, mis
pulmones gritaban por aire. Bauti bajó corriendo las escaleras, chocando contra
nosotros.
— ¡Jesús H. Cristo,
hermano! ¡Pensé que estabas tostado! —dijo Bauti, abrazándonos con tanta fuerza
que no me dejaba respirar.
—¡Idiota! —dijo Peter
empujando a su hermano lejos—. ¡Pensé que estabas malditamente muerto! He
estado esperando por los bomberos para llevar tu cuerpo carbonizado desde
Keaton!
Peter le frunció el ceño
a Bauti por un momento y luego lo empujó en un abrazo. Su brazo salió
disparado, buscando a tientas hasta que encontró mi camisa, y entonces me
empujó en un abrazo también. Tras unos momentos, Peter liberó a Bauti,
manteniéndome cerca, a su lado.
Bauti me miró con un
gesto de disculpa.
—Lo siento, Lali. ¡Me
entró el pánico!
Yo sacudí la cabeza.
—Sólo estoy feliz de que
estés bien.
—¿Yo? Hubiera sido mejor
estar muerto si Peter me hubiera visto salir de ese edificio sin ti. Traté de
encontrarte después de que saliste corriendo, pero luego me perdí y tuve que
encontrar otra manera. Caminé alrededor del edificio para encontrar esa
ventana, pero me encontré con unos policías y me obligaron a salir. ¡Me he
estado volviendo loco por aquí! —dijo él, pasándose una mano por el corto
cabello.
Peter amplió mis mejillas
con sus pulgares, y entonces levantó su camiseta, usándola para sacar el hollín
de su rostro.
—Salgamos de aquí. Los policías
van a estar arrastrándose por aquí pronto.
Después de abrazar a su
hermano una vez más, nos dirigimos al Honda de Eugenia. Peter miraba la hebilla
del cinturón de seguridad y luego fruncía el ceño cuando tosía.
—Tal vez debería llevarte
al hospital y conseguir que te chequeen.
—Estoy bien —dije,
entrelazando mis dedos con los suyos. Miré hacia abajo, y vi un profundo corte
a través de sus nudillos—. ¿Es eso de la pelea o de la ventana?
—La ventana —respondió,
frunciendo a mis uñas ensangrentadas.
—Salvaste mi vida, sabes
—Sus cejas se juntaron.
—No me hubiera ido sin
ti.
—Sabía que vendrías.
—Sonreí, apretando sus dedos entre los míos.
Nos sujetamos las manos
hasta que llegamos el departamento. No podría haber dicho de quién era la
sangre mientras lavaba el color carmesí y las cenizas de mi piel en la bañera.
Cayendo en la cama de Peter, pude aún oler el humo y la piel ardiente.
—Aquí –dijo él,
alcanzándome un pequeño vaso con un líquido ámbar—. Te ayudará a relajarte.
—No estoy cansada.
Mantuvo el vaso cerca
para mí. Sus ojos lucían exhaustos, inyectados de sangre y pesados.
—Sólo trata de descansar
un poco, Pidge.
—Estoy casi asustada de
cerrar los ojos —dije, tomando el vaso y tragándome el líquido.
Tomó el vaso de mis manos
y lo puso sobre la mesita de noche, sentándose a mi lado. Nos sentamos en
silencio, dejando que las horas pasaran nadando. Cerré los ojos con fuerza cuando
los recuerdos de los gritos aterrorizados de las personas atrapadas en el
sótano, llenaron mi mente. No estaba segura de cuánto tiempo me tomaría para
olvidar, o si lo haría alguna vez.
La mano cálida de Peter
sobre mi rodilla me sacó de mi sueño consciente.
—Una gran cantidad de
gente murió esta noche.
—Lo sé —No sabremos hasta
mañana cuántos fueron. Bauti y yo pasamos a un grupo de chicos en el camino. Me
pregunto si ellos lo hicieron. Parecían muy asustados…
Sentí las lágrimas llenar
mis ojos, pero antes de que tocaran mis mejillas. Los sólidos brazos de Peter
me rodearon. Inmediatamente me sentí protegida, cálida contra su piel.
Sintiéndome tan como en casa en los brazos que una vez me aterrorizaron, pero
sólo en ese momento. Estaba tan agradecida de poder sentirme tan segura después
de experimentar algo tan horroroso. Sólo había una razón para que yo me pudiera
sentir de tal forma con una persona.
Pertenecía a él.
Fue ahí cuando lo supe.
Sin ninguna duda en mi mente, sin preocupación de lo que otros podrían pensar,
y no teniendo miedo de los errores o consecuencias, sonreí por las palabras que
iba a decir.
— ¿Peter? —dije contra su
pecho.
— ¿Qué, nena? —susurró en
mi cabello.
Nuestros teléfonos
sonaron al unísono, alcancé el suyo para él mientras contestaba el mío.
— ¿LALI? —chilló Eugenia.
—Estoy bien, Euge.
Estamos todos bien.
—Lo acabamos de escuchar.
¡Está todo en las noticias!
Pude escuchar a Peter
explicándole a Nicolás junto a mí, y traté de hacer lo mejor para tranquilizar
a Eugenia. Contestando miles de sus preguntas, tratando de mantener mi voz
tranquila mientras recordaba los momentos más horripilantes de mi vida, me
relajé cuando Peter cubrió mi mano con la suya.
Parecía como si estuviera
contando la historia de alguien más, sentada en el cómodo departamento de Peter,
un millón de millas lejos de la pesadilla que pudo habernos matado. Eugenia
lloró cuando terminé, dándome cuenta de cuán cerca estuvimos de haber perdido
nuestras vidas.
—Voy a empezar a empacar
ahora. Estaremos en casa a primera hora de la mañana —susurró Eugenia.
—Euge, no te vayas tan
pronto. Estamos bien.
—Tengo que verte. Tengo
que abrazarte para saber que estás bien —lloró.
—Estamos bien, puedes
abrazarme el viernes.
Ella sorbió por las
narices otra vez.
—Te amo.
—Yo también. Diviértanse.
Peter me miró y apretó
más el teléfono contra su oreja.
—Mejor abraza a tu chica,
Nico. Suena enojada. Lo sé, amigo… yo también. Te veo pronto.
Colgué segundos antes de
que Peter lo hiciera, y nos sentamos en silencio por un momento, todavía
procesando lo que había ocurrido. Después de un tiempo, Peter se inclinó sobre
su almohada, y me puso contra su pecho.
—¿Eugenia está bien?
—preguntó, mirando el celular.
—Está molesta. Pero está
bien.
—Estoy feliz de que no
estuvieran allí.
Choqué mis dientes. Ni
siquiera había pensado sobre qué hubiera pasado si ellos no se estuvieran
quedando con los padres de Nicolás. Mi mente me dio una imagen fugaz de las
asustadas expresiones de las chicas en el sótano, peleando con los chicos para
poder escapar. Los ojos asustados de Eugenia reemplazaron los rostros sin
nombre de las chicas en esa habitación. Sentí nauseas al pensar acerca su
hermoso cabello rubio sucio y quemado junto con el resto de los órganos
tendidos en el césped.
—Yo también —dije con un
temblor.
—Lo siento. Has pasado
por mucho esta noche. No debería agregar nada más a tu matrícula.
—Tú estabas allí también,
Pit.
Estuvo callado por
algunos minutos, y justo cuando abrí mi boca para hablar otra vez, él tomó un
profundo respiro.
—No me asusto muy a
menudo —dijo, finalmente—. Estaba asustado la primera mañana en que desperté y
tú no estabas allí. Estaba asustado cuando me dejaste después de Las Vegas.
Estaba asustado cuando pensé que iba a tener que decirle a mi papá que Bauti
había muerto en esa construcción. Pero cuando te vi a través de las llamas en
ese sótano… estaba aterrorizado. Llegué a la puerta, estaba a pocos metros de
la salida, y no pude irme.
— ¿Qué quieres decir?
¿Estás loco? —dije, mi cabeza dando vueltas cuando miré sus ojos.
—Nunca había estado tan
seguro de nada en mi vida. Me di la vuelta, hice mi camino a ese cuarto donde
estabas, y allí estabas. Nada más importaba. Ni siquiera sabía si lo
lograríamos o no, sólo quería estar donde tú estuvieras, donde sea que eso
signifique. De la única cosa de la que estoy asustado es de una vida sin ti,
Pigeon.
Me levanté, besé sus
labios tiernamente.
—Entonces no tienes nada
de qué estar asustado. Estaremos juntos para siempre.
Él suspiró.
—Lo haría todo otra vez,
sabes. No cambiaría ni un segundo si eso significara que estaríamos aquí, en
este momento.
Mis ojos se sintieron
pesados, y tomé un respiro profundo. Mis pulmones protestaron, seguían quemando
por el humo. Tosí un poco, y luego me relajé, sintiendo los cálidos labios de Peter
contra mi frente. Su mano se deslizó por mi cabello húmedo y pude escuchar el
latido constante de su corazón contra su pecho.
—Esto es —dijo con un
suspiro.
— ¿Qué?
—El momento. Cuando te
veo dormir… ¿esa paz en tu rostro? Eso es. No lo he tenido desde que mi madre
murió, pero lo puedo sentir nuevamente. —Tomó otra profunda respiración y se
acercó más—. Yo supe en el momento en que te conocí que había algo en ti que yo
necesitaba. Resultó que no era algo de ti. Eras sólo tú.
La esquina de mi boca se
levantó mientras enterraba mi rostro en su pecho.
—Somos nosotros, Pit.
Nada tiene sentido a menos que estemos juntos. ¿No has notado eso?
— ¿Notarlo? ¡Te he estado
diciendo eso todo el año! —él bromeó.
—Es oficial. Bimbo, peleas,
rompimientos, Pablo, Las Vegas… incluso incendios… nuestra relación puede
soportar cualquier cosa.
Levanté mi cabeza una vez
más, y noté la alegría en sus ojos mientras me miraba. Era similar a la paz que
había visto en su rostro luego de haber perdido la apuesta sobre quedarme con
él en su departamento, después de que le dije que lo amaba por primera vez, y
de la mañana de baile de San Valentín. Era similar, pero diferente. Esta era
absoluta y permanente. La cautelosa esperanza había desaparecido de sus ojos,
la confianza incondicional tomaba su lugar.
Lo reconocí sólo porque
sus ojos reflejaban lo que yo estaba sintiendo.
— ¿Las Vegas?
Frunció el ceño al no
saber dónde me dirigía.
— ¿Sí?
— ¿Has pensado en volver?
Sus cejas se alzaron.
—No creo que sea una
buena idea para mí.
—¿Y qué si fuéramos sólo
por una noche?
Miró alrededor de la
oscura habitación, confuso.
— ¿Una noche?
—Cásate conmigo —dije sin
vacilar. Me sorprendió la rapidez y la facilidad con que las palabras salieron.
Su boca se expandió en una gran sonrisa.
—¿Cuándo? —Me encogí de
hombros.
—Podemos fijar un vuelo
para mañana. Son las vacaciones de primavera. No tengo nada para mañana. ¿Y tú?
—Yo me encargaré de todo
—dijo él, alcanzando su teléfono—. American Airlines —dijo él, observando mi
reacción de cerca mientras estaba al teléfono—. Necesito dos boletos para Las
Vegas, por favor. Mañana, humm. —Me miró, esperando a que cambiara de opinión—.
Dos días, ida y vuelta. Lo que tenga.
Descansé mi mejilla
contra su pecho, esperando a que terminara de reservar los boletos. Cuanto más
tiempo le permití quedarse en el teléfono, más amplia se hacía su sonrisa.
—Sí, uh, espere un minuto
—dijo él, apuntando a su billetera—. Podrías alcanzar mi tarjeta, Pidge? —Él
espero nuevamente por mi reacción.
Con mucho gusto me
incliné, saqué su tarjeta de crédito de su billetera y se la entregué.
Peter leyó los números para
el agente, mirándome después de terminar cada serie. Cuando le dio la fecha de
vencimiento, él apretó los labios.
—Er, sí señora. Los
recogeremos en el mostrador. Gracias.
Me dio su celular y me
senté en la mesa de noche, esperando a que hablara. — Me acabas de pedir que me
case contigo —dijo él, aun esperando que yo admitiera algún tipo de truco.
—Lo sé.
—Ese es un asunto real,
sabes. Sólo pedí dos boletos para mañana temprano. Entonces eso significa que
nos casaremos mañana en la noche.
—Gracias. —Sus ojos se
achicaron.
—Vas a ser la Señora Lanzani
cuando empieces las clases el lunes.
—Oh —dije, mirando a
todas partes.
Peter levantó una ceja.
— ¿Tienes dudas?
—Tendré que cambiar
serios papeles la próxima semana.
Él asintió con lentitud,
con una esperanza cautelosa.
—¿Te vas a casar conmigo
mañana? —Sonreí.
—Uh huh.
—¿Hablas en serio?
—Sip.
— ¡Te amo, maldita sea!
—Agarró cada lado de mi cara, cerrando sus labios con los míos—. Te amo
demasiado, Pigeon —dijo él, besándome una y otra vez.
—Sólo recuerda que en
cincuenta años todavía estaré pateando tu trasero en el Póker —bromeé.
Él sonrió triunfante.
—Si significan sesenta o
setenta años contigo, nena… tienes todo mi permiso para hacer lo que quieras.
Levanté una ceja.
—Tú no quisiste decir
eso.
— ¿Quieres apostar?
Apareció en mi rostro la
sonrisa más perversa que pude hacer.
— ¿Estás lo
suficientemente confiado como para apostar la brillante moto que está afuera?
Sacudió su cabeza, una
expresión seria reemplazando la sonrisa burlona que tenía unos segundos antes.
—Pondría todo lo que
tengo en tus manos. No me arrepiento de ningún segundo contigo, Pidge, y nunca
lo haré.
Le tendí la mano y él la
tomó sin vacilar, agitándola una vez y luego llevándola a su boca, y
presionando sus labios tiernamente contra mis nudillos. La habitación estaba en
silencio, sus labios dejando mi piel y el aire que escapa de sus pulmones era
el único sonido.
—Lali Lanzani —dijo, con
una sonrisa radiante a la luz de la luna.
Apreté mi mejilla contra
su pecho desnudo.
—Peter y Lali Lanzani.
Tendrá un bonito anillo para ella.
— ¿Anillo? —dijo él,
frunciendo el ceño.
—Nos preocuparemos de los
anillos después, bebé. En cierto modo te arrojé esto encima.
—Uh… —se interrumpió,
observando a que reaccionara de la forma que él esperaba.
— ¿Qué? —dije,
sintiéndome tensa.
—No te enojes —dijo
mientras se movía nervioso. Su agarre apretado a mí alrededor—. Yo… como que ya
me hice cargo de esa parte.
— ¿Qué parte? —dije,
estirando mi cuello para mirarle la cara.
Se quedó mirando el techo
y suspiró.
—Vas a enloquecer.
—Peter…
Fruncí el ceño mientras
él alejaba un brazo de mí, agarrando el cajón de la mesita de noche. Él
toqueteó adentro por un momento y yo soplé el flequillo húmedo fuera de mis
ojos.
— ¿Qué? ¿Compraste más
condones?
Él rio una vez.
—No, nena. —Sus cejas se
juntaron cuando hizo más esfuerzo para alcanzar algo en el cajón. Una vez que
encontró lo que él estaba buscando, su enfoque cambió y él me miró mientras
sacaba una pequeña cajita de su escondite secreto.
Miré hacia abajo mientras
colocaba la pequeña cajita cuadrada de terciopelo sobre su pecho, y descansó su
cabeza sobre su brazo.
— ¿Qué es eso? —pregunté.
— ¿Qué es lo que parece?
—Está bien. Déjame volver
a decir la pregunta… ¿Cuándo conseguiste eso?
Peter inhaló, y mientras
lo hacía, también la cajita rosa con su pecho, y sentí cuando espiró el aire de
sus pulmones.
—Hace un tiempo.
—Pit…
—Sólo lo vi un día… y
supe que sólo había un lugar al que podía pertenecer… en tu perfecto dedo
meñique.
— ¿Un día, cuándo?
— ¿Importa? —rebatió. Se
retorció un poco, y yo no podía dejar de reír.
— ¿Puedo verlo? —Sonreí,
repentinamente sintiéndome un poco mareada.
Sonrió también, y miró la
caja.
—Ábrelo.
La toque con un dedo,
sintiendo el exuberante terciopelo debajo de mi yema. Agarré el sello de oro
con las dos manos, poco a poco fui tirando de la tapa para abrirla, hasta que
un destello me llamó la atención. Y cerré la tapa.
— ¡Peter! —me lamenté.
—Sabía que ibas a
enloquecer —dijo, sentándose y poniendo sus manos sobre las mías.
Podía sentir la caja
presionando contra las palmas de mis manos, sintiendo como si fuera una granada
espinosa que podía detonar en cualquier momento. Cerré los ojos y sacudí la
cabeza.
— ¿Es que estás loco?
—Lo sé, sé lo que estás
pensando, pero tenía que hacerlo. Era único. ¡Y tenía razón! No he visto uno
así que sea tan perfecto como este.
Mis ojos se abrieron y en
lugar del ansioso par de ojos que me esperaba, él estaba lleno de orgullo.
Gentilmente él levantó la tapa de la caja con sus manos, y tiró el anillo de la
pequeña ranura que lo mantenía en su lugar.
El gran diamante redondo
brillaba aún en la penumbra, captando la luz de la luna en todas sus facetas.
—Es… Dios mío, es
increíble —le susurré mientras tomaba mi mano izquierda en la suya.
— ¿Puedo ponerlo en tu
dedo? —preguntó, mirándome.
Cuando asentí, él
presionó sus labios, deslizando la banda de plata por mi dedo, sosteniéndolo en
el lugar por un momento y luego soltándolo —Ahora es increíble.
Ambos observamos mi mano
por un momento, igualmente sorprendidos por el contraste del gran diamante
puesto en mi pequeño y delgado dedo. La banda se extendió por la parte inferior
de mi dedo, partiéndose en dos en cada lado hasta que se juntaba y hacían una,
diamantes más pequeños revestían cada franja de oro blanco.
—Tú pudiste haber pagado
la cuota inicial de un auto con esto —dije en voz baja, incapaz de inculcar
ninguna fuerza en mi tono de voz. Mis ojos siguieron a mi mano mientras Peter
se la llevaba a los labios.
—Me había imaginado cómo
se vería en tu mano un millón de veces. Ahora que está ahí…
— ¿Qué? —sonreí,
observando cómo miraba mi mano con una sonrisa emocionada.
Miró hacia mi rostro.
—Pensé que iba a tener
que sudar cinco años antes de sentirme de esta manera.
—Lo quería tanto como tú.
He tenido un infierno con la cara de póquer. —Sonreí al presionar mis labios
contra los suyos.
CONTINUARÁ... Ahora sí, ¡penúltimo capítulo!
me encantooooooo .. subi masssssssss
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