sábado, 20 de diciembre de 2014

Capítulo 12

12
VIRGEN


Menos de una semana después, había vaciado mi segunda botella de whisky. Entre lidiar con Lali pasando más y más tiempo con Pablo, y que me pidiera que la libere de la apuesta para poder irse, mis labios tocaban la boca de la botella más de lo que mis cigarrillos lo hacían.

Pablo arruinó la sorpresa de Lali el jueves en el almuerzo, así que tuve que luchar para moverlo al viernes por la noche en lugar del domingo. Estaba agradecido por la distracción, pero no fue suficiente.

El jueves por la noche, Lali y Eugenia charlaban en el baño. El comportamiento de Lali combinó con la forma que me miró: apenas había hablado conmigo esa noche, ya que me negué a dejarla fuera de la apuesta.

Con la esperanza de suavizar las cosas, me metí en el baño. —¿Quieres ir a cenar?

—Nico quiere visitar el nuevo lugar mexicano en el centro, si ustedes quieren ir —dijo Eugenia, ausente, peinando su cabello.

—Pensé que Pidge y yo podríamos ir solos esta noche.

Lali maquilló sus labios con labial. —Voy a salir con Pablo.

—¿Otra vez? —dije, sintiendo mi cara comprimirse en un ceño.

—Otra vez —dijo ligeramente.

El timbre sonó, y Lali salió del baño y se precipitó a través de la sala para abrir la puerta principal.

La seguí y me situé detrás de ella, haciendo un espacio para darle a Pablo mi mejor mirada de muerte.

—¿Alguna vez te ves menos que magnífica? —preguntó Pablo.
—Basándome en la primera vez que viniste aquí, tendré que decir que sí —le dije sin expresión.

Lali levantó un dedo hacia Pablo, y se volvió. Esperaba que regresara bruscamente mi comentario, pero estaba sonriendo. Echó los brazos alrededor de mi cuello y me apretó.

Al principio me tensé, pensando que trataba de golpearme, pero una vez que reconocí que me abrazaba, me relajé, y luego tiré de ella hacia mí.

Se apartó y sonrió. —Gracias por organizar mi fiesta de cumpleaños —dijo, con aprecio genuino en su voz—. ¿Puedo tomar un vale para la cena?

Tenía una calidez en sus ojos en la cual me perdí, pero sobre todo me sorprendió que después de no hablar conmigo toda la tarde y la noche, estuviera en mis brazos. —¿Mañana?

Me abrazó de nuevo. —Absolutamente. —Se despidió mientras tomaba la mano de Pablo y cerró la puerta detrás de ella.

Me di la vuelta y froté la parte trasera de mi cuello. —Necesito... necesito…

—¿Un trago?—preguntó Nicolás, había un tono de preocupación en su voz.

Miró hacia a la cocina—. No tenemos mucho, sólo cerveza.

—Entonces, creo que haré un viaje a la tienda de licores.

—Voy a ir con ustedes —dijo Eugenia, saltando para agarrar su abrigo.

—¿Por qué no manejas? —le dijo Nicolás, lanzándole las llaves.

Eugenia miró a la colección de metales en la mano —¿Estás seguro?

Nicolás suspiró. —No creo que Peter deba conducir. En cualquier lugar… si me entiendes.

Eugenia asintió con entusiasmo. —Lo tengo. —Me agarró la mano—. Vamos, Pit. Te ayudaremos. —Empecé a seguirla a la puerta, pero se detuvo bruscamente, girando sobre sus talones—. ¡Pero! Tienes que prometerme algo. No pelees esta noche. Ahogar tus penas, sí —dijo, tomando mi barbilla y obligándome a asentir—. Borracho, no. —Otra vez me hizo asentir.

Me aparté, agitando la mano.

—¿Lo prometes? —Levantó una ceja.

—Sí.

Sonrió. —Entonces nos vamos.

Con mis dedos en los labios y mi codo contra la puerta, veía el mundo pasar por mi ventana. El tiempo frío trajo consigo un salvaje viento, azotando los árboles y arbustos, haciendo que las farolas que colgaban empezaran a balancearse atrás y adelante. La falda del vestido de Lali era bastante corta. Los ojos de Pablo tenían que mantenerse en su cabeza.  La manera en que las rodillas desnudas de Lali se veían cuando se sentaba a mi lado en el asiento trasero del auto vino a mi mente, y me imaginé a Pablo notando su suave y brillante piel como yo, pero con menos aprecio y más alucinación.

Los celos empezaron a brotar, pero Eugenia puso el freno de emergencia. —Estamos aquí.

La suave luz del cartel de Licores Ugly Fixer estaba encendida en la entrada.

Eugenia era mi sombra por el pasillo tres. Sólo me tomó un momento encontrar lo que buscaba. La única botella que me ayudaría para una noche como esta: whisky Jim Beam.

—¿Estás seguro que quieres eso? —preguntó Eugenia, su voz teñida de advertencia—. Tienes una fiesta de cumpleaños sorpresa que organizar mañana.

—Estoy seguro —dije, tomando la botella en el mostrador.

En el segundo que mi culo golpeó el asiento de pasajero, saqué la tapa y bebí un trago, apoyando mi cabeza contra el respaldo.

Eugenia me miró por un momento, y luego metió reversa. —Esto será divertido, te lo aseguro.

Para el momento que llegamos al apartamento, me había bebido el whisky que estaba en el cuello de la botella, y seguía avanzando.

—No es cierto —dijo Nicolás al ver la botella.

—Sí, lo es —le dije, tomando otro trago—. ¿Quieres? —pregunté, apuntando la boca de vidrio en su dirección.

Hizo una mueca. —Dios, no. Tengo que estar sobrio para poder reaccionar lo suficientemente rápido cuando vayas todo Peter-Jim-Beam sobre Pablo después.

—No, no —dijo Eugenia—. Me lo prometió.

—Lo hice —le dije con una sonrisa, para hacerla sentir mejor—. Lo prometí.

Durante la siguiente hora, Nicolás y Eugenia hicieron todo lo posible para pensar en otra cosa. El Sr. Beam hizo todo lo posible para mantenerme insensible.

Pasadas más de dos horas, las palabras de Nicolás parecían más lentas. Eugenia se rió de la estúpida sonrisa en mi cara.

—¿Ves? Es un borracho feliz.

Solté el aire a través de mis labios, y dejé escapar un sonido de soplo. —No estoy borracho. Todavía no.

Nicolás señaló el líquido ambarino disminuyendo. —Si bebes el resto de eso, lo estarás.

Levanté la botella, y luego miré el reloj. —Tres horas. Debe ser un buen día. —Levanté la botella hacia Nicolás, y luego la coloqué en mis labios, tomándomelo todo. El resto del contenido salió de mis labios y sentí los dientes entumecidos, y quemó todo el camino hasta mi estómago.

—Jesús, Peter —dijo Nicolás con el ceño fruncido—. Te vas a desmayar. No quieres estar así cuando ella llegue.

El sonido de un motor se hizo más fuerte cuando se acercó al apartamento y luego vibró en el exterior. Sabía que era del Porsche de Pablo.

Una sonrisa descuidada se extendió por mis labios —¿Para qué? Aquí es donde se produce la magia.

Eugenia me miró con recelo. —Pit... ¡lo prometiste!

Asentí. —Lo hice. Lo prometí. Sólo voy a ayudarla a salir del coche. —Mis piernas estaban allí, pero no las podía sentir. El respaldo del sofá resultó ser un gran estabilizador de mi intento de ebriedad en pie.

En la puerta, mi mano abarcaba la perilla, pero Eugenia suavemente la cubrió con la mano. —Voy a ir contigo. Para asegurarme que no rompas tú promesa.

—Buena idea —dije. Abrí la puerta, y al instante la adrenalina me atravesó.
El Porsche se sacudió una vez, y las ventanas estaban empañadas.

No estaba seguro de cómo mis piernas se movían tan rápido en mi condición, de repente estaba en la parte baja de las escaleras. Eugenia tomó mi camisa en un puño. Tan pequeña como era, era sorprendentemente fuerte.

—Peter —dijo en un susurro—, Lali no va a dejarlo ir demasiado lejos. Primero, trata de calmarte.

—Sólo voy a comprobar que se encuentre bien —dije, caminando hacia el coche de Pablo. El lado de mi mano golpeó la ventana del pasajero tan fuerte, que me sorprendió que no se rompiera. Cuando no abrieron, lo hice por ellos.

Lali jugueteaba con su vestido. Su pelo estaba revuelto y tenía poco brillo en los labios, un signo revelador de lo que habían estado haciendo.

Pablo se tensó. —¿Qué demonios, Peter?

Mis manos se cerraron en puños, pero podía sentir la mano de Eugenia en mi hombro.

—Vamos, Lali. Necesito hablar contigo —dijo Eugenia.

Lali parpadeó un par de veces. —¿Sobre qué?

—¡Sólo ven! —espetó.

Lali miró a Pablo. —Lo siento, me tengo que ir.

Pablo meneó la cabeza, molesto. —No, está bien. Ve.

Tomé la mano de Lali mientras salía del Porsche, y luego cerré la puerta de una patada. Lali volteó, quedándose entre el coche y yo, empujando mi hombro.

—¿Qué te pasa? ¡Basta!

El Porsche chilló fuera de la zona de aparcamiento. Saqué los cigarrillos del bolsillo de mi camisa y encendí uno. —Puedes entrar, Euge.
—Vamos, Lali.

—¿Por qué no te quedas, La? —le dije. La palabra sonaba ridícula. Cómo Pablo podía pronunciar esa palabra con una cara seria era una hazaña.

Lali asintió hacia Eugenia para seguir adelante, y ella a regañadientes accedió.

La miré por un momento, tomando una calada o dos de mi cigarrillo. Lali cruzó los brazos. —¿Por qué hiciste eso?

—¿Por qué? ¡Porque estaba follándote delante de mi apartamento!

—Puede que esté quedándome en tu casa, pero lo que hago, y con quién lo hago, es mi problema.

Apagué el cigarrillo en el suelo. —Eres mucho mejor que eso, Pidge. No dejes que te folle en un coche como una barata cita de graduación.

—¡No iba a tener sexo con él!
Moví mi mano hacia el espacio vacío donde estaba el coche de Pablo. —¿Qué estabas haciendo, entonces?

—¿Nunca has besado a alguien sin que llegue a nada más?

Eso fue lo más estúpido que había escuchado. —¿Cuál es el punto en eso?

—Es el concepto que existe para mucha gente… sobre todo para aquellos que tienen citas.

—Todas las ventanas estaban empañadas, el coche se sacudía... ¿cómo iba yo a saber?

—¡Tal vez no deberías espiarme!

¿Espiarla? Sabe que podemos escuchar cada coche desde el apartamento, ¿y decidió que justo fuera de mi puerta era un buen lugar para besuquearse con un hombre que no soporto? Me froté y sacudí la cara con frustración, tratando de mantener la calma. —No puedo soportar esto, Pigeon. Siento que me estoy volviendo loco.

—¿No puedes soportar qué?

—Si duermes con él, no quiero saberlo. Iré a la cárcel por mucho tiempo si me entero que… simplemente no me lo digas.

—Peter. —Hervía—. ¡No puedo creer que hayas dicho eso! ¡Eso es un gran paso para mí!

—¡Eso es lo que todas las chicas dicen!

—¡No me refiero a las putas con las que lidias! ¡Me refiero a ! —Llevó la mano a su pecho—. Yo no he… ¡ugh! No importa. —Dio unos pasos, pero agarré su brazo, girándola hacia mí.

—¿Tu no, qué? —Incluso en mi estado actual, la respuesta vino a mí—. ¿Eres virgen?

—¿Y qué? —dijo, ruborizándose.

—Por eso que Eugenia estaba tan segura que no irías tan lejos.

—Tuve el mismo novio los cuatro años de escuela secundaria. ¡Él era un aspirante a ministro bautista! ¡Esto nunca fue un tema para nosotros!

—¿Un ministro de la juventud? ¿Qué pasó después de toda la dura abstinencia?

—Quería casarse y quedarse en… Kansas. Yo no lo hacía.

No podía creer lo que estaba diciendo. ¿Tiene casi diecinueve años, y todavía virgen? Eso era casi imposible en estos días. No podía recordar conocer a alguien así desde el inicio de la escuela secundaria.

Me acerqué y tomé cada lado de su cara. —Virgen. Nunca me hubiera imaginado con la forma en que bailaste en The Red.

—Muy gracioso —dijo, pisando fuerte hacia las escaleras.

Fui tras ella, pero me caí en el camino. Mi codo chocó contra la esquina de la escalera de hormigón, pero el dolor nunca llegó. Rodé sobre mi espalda, riendo histéricamente.

—¿Qué estás haciendo? ¡Levántate! —dijo, tirando de mí hasta ponerme de pie.

Mi visión se volvió borrosa, y entonces estábamos en clase de Chaney. Lali estaba sentada en su escritorio con algo que parecía un vestido de graduación, y yo estaba en bóxer. La habitación estaba vacía, y era o bien atardecer o amanecer.

—¿Vas a alguna parte? —pregunté, ¿no le preocupa que yo no estuviera vestido?

Lali sonrió, extendiendo la mano para tocar mi cara. —Nop. No voy a ninguna parte. Estoy aquí para quedarme.

—¿Lo prometes? —le pregunté, tocando sus rodillas. Abrió sus piernas lo suficiente como para que yo pudiera encajar cómodamente entre sus muslos.

—Al final de todo, soy tuya.

No estaba muy seguro de lo que quería decir, pero estaba encima de mí. Sus labios viajaron por mi cuello, y cerré los ojos en un estado de completa y total euforia. Todo por lo que había trabajado estaba sucediendo. Sus dedos viajaron por mi torso, y aspiré un poco justo cuando se deslizó entre mi bóxer y se instaló en mi miembro.

Cualquiera que hubiera sido el miedo que sentí antes, acababa de ser superado. Giré mis dedos en su pelo, y apreté los labios contra los suyos, sin perder tiempo para acariciar el interior de su boca con mi lengua.

Uno de sus tacones se cayó al suelo, y bajé la mirada.

—Me tengo que ir —dijo, triste.

—¿Qué? Pensé que habías dicho que no te ibas a ninguna parte.

Sonrió. —Esfuérzate más.

—¿Qué?

—Esfuérzate más —repitió, tocándome la cara.

—Espera —dije, no queriendo terminar—. Te amo, Pigeon.

Mis ojos parpadearon lentamente. Cuando se centraron, reconocí el ventilador de techo. Mi cuerpo dolía por todas partes, y la cabeza me palpitaba con cada latido de mi corazón.

Desde algún lugar de la sala, la chillona voz de Eugenia llenó mis oídos. Por el contrario, la voz baja de Nicolás fue sofocada con las voces de Eugenia y Lali.

Cerré los ojos, cayendo en una profunda depresión. Sólo fue un sueño. Nada de eso fue real. Me froté la cara, tratando de producir suficiente motivación para sacar mi culo de la cama.

Lo que sea que hice ayer en la noche, esperaba que fuera digno del sentimiento de carne pulverizada en el fondo de un bote de basura.

Mis pies se sentían pesados mientras los arrastraba por el suelo para recoger un par de jeans arrugados en el rincón. Me los puse, y me tropecé a la cocina, retrocediendo ante el sonido de sus voces.

—Ustedes son jodidamente ruidosos —dije, abotonando mis jeans.

—Lo siento —dijo Lali, apenas mirándome. No hay duda que probablemente hice algo estúpido para avergonzarla anoche.

—¿Quién diablos me dejó beber tanto anoche?

La cara de Eugenia se retorció con disgusto. —Tú lo hiciste. Te fuiste a comprar alcohol después de que Lali se fuese con Pablo, y arruinaste todo el asunto cuando regresó.

Fragmentos de recuerdos volvieron en pequeñas piezas. Lali se fue con Pablo. Yo estaba deprimido. Fui a la tienda de licor con Eugenia.

—Maldita sea —dije, sacudiendo la cabeza—. ¿Te divertiste? —le pregunté a Lali.

Sus mejillas se pusieron rojas.

Oh, mierda. Debió haber sido peor de lo que pensaba.
—¿Hablas en serio? —preguntó.

—¿Qué? —pregunté, pero cuando la palabra salió, me arrepentí.

Eugenia se rió, claramente sorprendida por mi pérdida de memoria. —La sacaste del coche de Pablo, viendo todo rojo cuando los sorprendiste acaramelados como estudiantes de secundaria. ¡Empañaron las ventanas y todo!

Intenté recordar. Esa escena no me suena, pero los celos sí.

Lali parecía a punto de estallar, y retrocedí ante su mirada.

—¿Qué tan cabreada estás? —le pregunté, esperando que una explosión de gritos se infiltrase en mí ya palpitante cabeza.

Lali pisoteó fuerte hacia el dormitorio, y la seguí, cerrando suavemente la puerta detrás de nosotros.

Se volvió. Su expresión era diferente de lo que había visto antes. No estaba seguro de cómo leerlo. —¿No recuerdas nada de lo que me dijiste anoche? —preguntó.

—No. ¿Por qué? ¿Fui grosero contigo?

—¡No, no fuiste grosero conmigo! Tú… nosotros… —Se cubrió los ojos con las manos.

Cuando levantó su mano, una nueva y brillante pieza de joyería se deslizó de su muñeca a su antebrazo. —¿De dónde salió esto? —pregunté, envolviendo mis dedos alrededor de su muñeca.

—Es mía —dijo, alejándose.

—Nunca la había visto antes. Parece nueva.

—Lo es.

—¿De dónde la has sacado?

—Pablo me la dio hace unos quince minutos —dijo.

Rabia creció en mi interior. Necesitaba golpear algo para sentirme mejor. —¿Qué diablos hacía ese imbécil aquí? ¿Pasó la noche aquí?

Se cruzó de brazos, imperturbable. —Fue de compras en busca de mi regalo de cumpleaños esta mañana y lo trajo.

—No es tu cumpleaños, todavía. —Mi ira se desbordó, pero el hecho que no estuviera intimidada en absoluto, me ayudó a mantenerla bajo control.

—No podía esperar —dijo, levantando la barbilla.

—No es de extrañar que tuviese que arrastrar tu trasero de su coche, parece que tú… —Me detuve, presionando mis labios para evitar que el resto salga. No era un buen momento para decir palabras que no pudiera retroceder.

—¿Qué? Parece como si yo, ¿qué?

Apreté los dientes. —Nada. Estoy cabreado e iba a decir algo que no quería decir.
—Nunca te has detenido antes.

—Lo sé. Estoy trabajando en ello —dije, caminando hacia la puerta—. Dejaré que te vistas.

Cuando llegué a la perilla, un dolor se disparó de mi codo hasta mi brazo. Lo toqué, y era tierno. Al levantarlo, reveló lo que había sospechado: un moretón fresco. Mi mente corrió a averiguar lo que podría haberlo causado, y recordé que Lali me dijo que era virgen, me caí riendo, y entonces me ayudó a desvestirme…y entonces… Oh, Dios.

—Me caí en las escaleras anoche. Y tú me ayudaste a llegar a la cama… Nosotros —dije, dando un paso hacia ella. El recuerdo de mí estrellándome contra ella mientras estaba de pie semi desnuda frente al armario, pasó por mi mente.

Casi la había follado, tomando su virginidad cuando estaba borracho. La idea de lo que podría haber sucedido me hizo sentir avergonzado por primera vez desde… nunca.

—No, no lo hicimos. No pasó nada —dijo, negando con la cabeza.

Me encogí. —Empañaron las ventanas de Pablo, te saqué del coche y después traté de… —Traté de recordar. Era repugnante. Afortunadamente, incluso en mi borrachera, me detuve, pero ¿qué si no lo hubiera hecho? Lali no merecía que su primera vez fuera así con nadie y yo menos que todos. Guau. Por un momento, realmente creí que había cambiado. Sólo tomó una botella de whisky y la mención de la palabra virgen para hacer revivir mi polla.

Me volví hacia la puerta y agarré el pomo. —Estas volviéndome un jodido psicópata, Pigeon —gruñí por encima de mi hombro—. No puedo pensar bien cuando estoy cerca de ti.

—¿Así que es mi culpa?

Me volví. Mis ojos se posaron en la delantera de su bata, luego en sus piernas, sus pies y luego volviendo a sus ojos. —No sé. Mi memoria es un poco confusa… pero no recuerdo que dijeras que no.
Dio un paso hacia adelante. Al principio parecía a punto de saltar, pero su rostro se suavizó, sus hombros cayeron. —¿Qué quieres que diga, Peter?

Le eché un vistazo a la pulsera, y luego a ella. —¿Esperabas que no lo recordara?

—¡No! ¡Estaba furiosa porque se te olvidó!

No. Ella no lo hizo. Mierda. —¿Por qué?

—Porque si yo… si nosotros… ¡No sé por qué! ¡Sólo lo estaba!

Estaba a punto de admitirlo. Tenía que hacerlo. Se enojó conmigo porque iba a darme su virginidad y no recordaba lo que había sucedido. Eso era todo.

Este era mi momento. Estábamos finalmente cerca de aclarar nuestro asunto de una vez, pero el tiempo se acababa. Nicolás iba a venir en cualquier momento a decirle a Lali que salga con Eugenia por los planes de la fiesta.
Corrí hacia ella, deteniéndome a centímetros. Mis manos tocaron cada lado de su cara. —¿Qué estamos haciendo, Pidge?

Sus ojos empezaron por mi cinturón, y luego viajó lentamente a mis ojos. —Tú dímelo.

Su rostro quedó en blanco, como si admitir profundos sentimientos por mí hiciera apagar todo su sistema.

Un golpe en la puerta provocó mi ira, pero me mantuve enfocado.

—¿Lali? —dijo Nicolás—. Euge va a hacer algunas diligencias, quiere que lo sepas en caso de que quieras ir con ella.

—¿Pidge? —le dije, mirándola a los ojos.

—Sí —le gritó a Nicolás—. Tengo algunas cosas que necesito comprar.

—Bien, estará lista para irse cuando tú lo estés —dijo, sus pasos desaparecieron por el pasillo.

—¿Pidge? —dije, desesperado por mantenerme en el camino.

Dio unos pasos hacia atrás, sacó un par de cosas del armario, y luego pasó por delante de mí. —¿Podemos hablar de esto más tarde? Tengo que hacer muchas cosas hoy.


—Seguro —dije, exhalando.


CONTINUARÁ... 

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