lunes, 22 de diciembre de 2014

Capítulo 14

14
OZ


El día no comenzó bien. Lali estaba en alguna parte con Eugenia, tratando de disuadirla de no dejar a Nicolás, y Nicolás estaba comiéndose sus uñas en la sala, esperando a que Lali hiciera un milagro.

Había llevado al cachorro afuera una sola vez, paranoico de que Eugenia llegara en cualquier momento y arruinara la sorpresa. A pesar de que lo había alimentado y le había dado una toalla para que se acurrucara, se quejaba.

La simpatía no es mi punto fuerte, pero nadie podía culparlo. Sentarse en una pequeña caja no era la mejor idea. Afortunadamente, segundos antes de que ellas regresaran, el pequeño mestizo se había calmado y dormido.

—¡Están de regreso! —dijo Nicolás, saltando fuera del sofá.

—Bien —dije, cerrando la puerta detrás de mí silenciosamente—. Comportát…

Antes de que mi oración estuviese completa, Nicolás había abierto la puerta y bajado las escaleras. La entrada era un buen lugar para mirar a Lali sonreír a la ansiosa reconciliación de Nicolás y Eugenia. Lali metió las manos en los bolsillos de atrás y se dirigió al apartamento.

Las nubes de otoño proyectaban una sombra gris sobre todas las cosas, pero la sonrisa de Lali era como el verano. Cada paso que daba que la acercaba a donde yo estaba, mi corazón latía con más fuerza contra mi pecho.

—Y ellos vivieron felices para siempre —dije, cerrando la puerta tras ella.

Nos sentamos juntos en el sofá, y empujé sus piernas en mi regazo.

—¿Qué quieres hacer hoy, Pidge?

—Dormir. O descansar… o dormir.

—¿Puedo darte tu regalo primero?

Empujó mi hombro. —Cállate. ¿Me has traído un regalo?

—No es un brazalete de diamante, pero pensé que te gustaría.

—Me encanta y aún no lo he visto.

Levanté sus piernas fuera de mi regazo y fui a recoger su regalo. Traté de no mover la caja, esperando que el cachorro no despertara e hiciera algún ruido para alertarla. —Ssshhhh, pequeño. Sin llorar, ¿Está bien? Sé un buen chico.

Puse la caja a sus pies, agachándome detrás de ella. —Apresúrate, quiero verte sorprendida.

—¿Qué me apresure? —preguntó, levantando la tapa. Su boca se abrió—. ¿Un perrito? —gritó, metiendo la mano en la caja. Levantó el cachorro a su cara, tratando de mantenerlo en sus manos, ya que se movía y estiraba su cuello, desesperado por cubrir su boca con besos.

—¿Te gusta él?

—¿Él? ¡Lo amo! ¡Me compraste un perrito!

—Es un Cairn Terrier. Tuve que manejar tres horas para traerlo después de clases el jueves.

—Entonces, cuando dijiste que fuiste con Nicolás en su auto para comprar…

—Fuimos a conseguir tu regalo —asentí.

—¡Es muy inquieto!

—Toda chica de Kansas necesita un Toto —dije, tratando de mantener a la bola de pelos en el regazo de ella.

—¡Se ve como Toto! Así es como voy a llamarlo —dijo, arrugando su nariz en él.

Ella era feliz, y eso me hacía feliz.

—Puedes tenerlo aquí. Me encargaré de él cuando vuelvas a Morgan, y eso me asegurara de que vengas a visitarlo varias veces al mes.
—Hubiera regresado, de todas maneras, Pit.

—Haría cualquier cosa por esa sonrisa que está en tu rostro ahora mismo.

Mis palabras la hicieron pausarse, pero rápidamente volvió su atención al perro.

—Creo que necesito una siesta, Toto. Sí, tú también la necesitas.

Asentí, empujándola a mi regazo y llevándola conmigo mientras me levantaba.

—Vamos, entonces.

La llevé hasta la habitación, quitando las sábanas y luego bajándola al colchón, la acción por si sola me habría excitado, pero estaba muy cansado. Pasé por encima de ella para cerrar las cortinas, y luego caí en mi almohada.

—Gracias por quedarte conmigo anoche —dijo, su voz un poco ronca y somnolienta—. No tenías por qué dormir en el suelo del baño.
—Anoche fue una de las mejores noches de mi vida.

Se volvió hacia mí con una mirada dudosa. —¿Dormir entre un retrete y la bañera y en el frío y duro piso con una idiota vomitando fue una de tus mejores noches? Eso es triste, Pit.

—No, sentado contigo cuando estabas enferma, y tú durmiendo en mi regazo fue una de mis mejores noches. No fue cómodo, no dormí casi nada, pero estuve en tu decimonoveno cumpleaños contigo, y realmente eres dulce cuando estás borracha.

—Estoy segura que entre eructando y vomitando fui muy encantadora.

La atraje hacia mí, acariciando a Toto, quien estaba acurrucado en su cuello.

—Eres la única mujer que conozco que aún se ve increíble con la cabeza dentro del inodoro. Eso es mucho decir.

—Gracias, Pit. No haré que seas mi niñera otra vez.

Me apoyé en mi almohada. —Como sea. Nadie puede sostener tu cabello hacia atrás como yo.

Río y cerró sus ojos. Tan cansado como estaba, era difícil dejar de mirarla.

Su rostro estaba libre de maquillaje excepto por la delgada piel debajo de sus pestañas inferiores que todavía estaba un poco manchada con rímel. Se removió un poco antes de que sus hombros se relajaran.

Parpadeé un par de veces, mis ojos poniéndose más pesados cada vez que se cerraban. Parecía que apenas me había quedado dormido cuando escuché el timbre en la puerta.

Lali ni siquiera se movió.

Dos voces masculinas murmuraban en la sala de estar, una de ellas era la de Nicolás. La voz de Eugenia era un chillido agudo pero ninguno de ellos parecía feliz. Quienquiera que fuese no hacía una visita de cortesía.

Pasos resonaron en el pasillo y luego la puerta se abrió. Pablo se paró en la puerta. Me miró a mí, y luego a Lali, su mandíbula tensa.

Sabía lo que él pensaba, y cruzó por mi mente explicar porque Lali estaba en mi cama, pero no lo hice. En cambio, alargué mi mano y la apoyé en su cadera.

—Cierra la puerta cuando termines de meterte en mis asuntos —dije, apoyando mi cabeza junto a la de Lali.

Pablo se alejó sin decir una palabra. No azotó mi puerta, en cambio puso toda su fuerza cerrando la puerta principal. Nicolás se asomó en mi habitación —Mierda, hermano. Eso no es bueno. —Estaba hecho; no podía cambiarlo ahora. Las consecuencias no eran motivo de preocupación en ese momento, pero yacer junto a Lali, explorar sobre su contextura perfecta, su bello rostro, el pánico se deslizó dentro de mí. Cuando se enterara de lo que había hecho, me odiaría.
***
Las chicas se fueron a clases a la mañana siguiente en un apuro. Pidge apenas tuvo tiempo de hablarme antes de irse, así que sus sentimientos acerca del día anterior eran sin duda menos claros para mí.

Me lavé los dientes y me vestí, y luego encontré a Nicolás en la cocina.

Se sentó en un taburete frente a la barra de desayuno, sorbiendo leche de la cuchara. Llevaba una sudadera y el bóxer rosado que Eugenia le había comprado porque pensaba que era “sexy”.

Saqué un vaso del lavavajillas y lo llené con jugo de naranja. —Parece que lo de ustedes dos volvió a funcionar.

Nicolás sonrió, mirándose casi ebrio de alegría. —Lo hicimos. ¿Alguna vez te he dicho como es Eugenia en la cama después de una pelea?

Hice una mueca. —No, y por favor no lo hagas.

—Pelear con ella así me asusta como el infierno, pero es una tentación si nos arreglamos de esta manera todo el tiempo. —Como no respondí, Nicolás continuó—: Me casaré con esa mujer.

—Sí. Bueno, cuando termines de ser una mariquita, tenemos que irnos.

—Cierra el pico, Peter. No creas que estoy ajeno a lo que está pasando contigo.

Crucé mis brazos. —¿Y qué es lo que está pasando conmigo?

—Estás enamorado de Lali.

Pft. Definitivamente estás inventando esto para mantener tu mente lejos de Eugenia.

—¿Lo estás negando? —Los ojos de Nicolás no parpadearon, y traté de mirar a cualquier parte excepto a ellos.

Después de un minuto completo, me moví nerviosamente pero me mantuve en silencio.
—¿Quién está siendo una mariquita ahora?

—Jódete.

—Admítelo.

—No.

—¿No, no estás negando que estás enamorado de Lali, o no lo admitirás? Porque de cualquier manera, imbécil, estás enamorado de ella.

¿…Y?

—¡LO SABÍA! —dijo Nicolás, pateando el taburete hacia atrás, haciéndolo patinar por el suelo de madera donde se reunió con la alfombra en la sala de estar.

—Yo… sólo… cállate, Nico —dije. Mis labios formando una línea dura.

Nicolás me señaló mientras se dirigía a mi habitación. —Acabas de admitirlo. Peter Lanzani está enamorado. Ahora lo he escuchado todo.

—¡Sólo ponte tus bragas y vámonos!

Nicolás se rió para sí mismo en su dormitorio, y miré al piso. Decirlo en voz alta, a otra persona, lo hacía real, y no estaba seguro de qué hacer con eso.

Menos de cinco minutos después, yo estaba jugando con la radio en el Charger mientras Nicolás salía del estacionamiento de nuestro apartamento.

Nicolás parecía estar en un estado de ánimo excepcionalmente bueno mientras nos llevaba a través del tráfico y frenando lo suficiente para no tirar a los peatones por encima del capó. Finalmente, encontró un espacio adecuado en el estacionamiento, y nos dirigimos a Composición de Inglés II, la única clase que compartíamos.

La fila superior había sido el nuevo acuerdo de asientos de Nicolás y mío por bastantes semanas en un intento de liberarnos de la manada de hembras que generalmente rodeaba mi escritorio.

La Dra. Park entró campante en el aula, vertiendo un bolso de mano, un maletín y una taza de café en su escritorio. —¡Cristo! ¡Hace frío! —dijo, tirando de su abrigo apretadamente alrededor de su pequeño cuerpo—. ¿Están todos aquí? —Manos se dispararon hacia arriba, y ella asintió, sin prestar realmente atención—. Genial. Buenas noticias. ¡Examen sorpresa!

Todo el mundo se quejó, y ella sonrió. —Aún me aman. Papel y lápiz, gente. No tengo todo el día.

La habitación se llenó con el mismo sonido mientras todos alcanzaban sus suministros. Escribí mi nombre en la parte superior de mi papel y sonreí ante los susurros de pánico de Nicolás.

—¿Por qué? ¿Examen sorpresa en Composición II? Jodidamente ridículo —dijo entre dientes.

La prueba fue bastante inofensiva, y su lección terminó con otra tarea para entregar al final de esta semana. En los últimos minutos de clases, un chico de la fila justo delante de mí, estiró el cuello hacia atrás. Lo reconocí de la clase. Su nombre era Levi, pero sabía eso sólo porque había escuchado a la Dra. Park llamarlo en varias ocasiones. Su pelo negro grasiento siempre estaba peinado hacia atrás, lejos de su cara picada de viruela. Levi nunca estaba en la cafetería, o en cualquier fraternidad. Él no estaba en el equipo de futbol, tampoco, y en ninguna de las fiesta. No en ninguna de las que yo frecuentaba, al menos.

Bajé la vista hacia él, y luego volví mi atención a la Dra. Park, quien compartía una historia acerca de la última visita de su amigo gay favorito.

Mis ojos se dirigieron hacia abajo de nuevo. Aún estaba mirándome.

—¿Necesitas algo? —pregunté.

—Acabo de enterarme acerca de la fiesta de Brasil este fin de semana. Bien jugado.

—¿Eh?

La chica a su derecha, Elizabeth, se volvió también, su pelo castaño claro rebotando. Elizabeth era la novia de uno de mis hermanos de fraternidad. Sus ojos se iluminaron. —Sí. Lamento haberme perdido ese show.

Nicolás se inclinó hacia adelante —¿Qué? ¿La pelea entre Euge y yo?

El chico se rió. —No. La fiesta de Lali.

—¿La fiesta de cumpleaños? —pregunté, tratando de no pensar a que se podía estar refiriendo. Había varias cosas que habían pasado que podrían batir molinos de rumores, pero nada que un olvidado tipo al azar se enteraría.

Elizabeth comprobó a ver si la Dra. Park nos estaba mirando, y luego volvió su cabeza atrás. — Lali y Pablo.

Otra chica se volteó. —Oh, sí. Escuché que Pablo los encontró a ustedes dos juntos la mañana siguiente. ¿Es cierto?

—¿Lo has oído en dónde? —pregunté. La adrenalina gritando a través de mis venas.
Elizabeth se encogió de hombros. —En todas partes. La gente hablaba sobre eso en mi clase esta mañana.

—En la mía, también —dijo Levi.

La otra chica sólo asintió.

Elizabeth se volvió un poco más, inclinándose hacia mí. —¿Realmente lo estaba haciendo en el pasillo de Brasil con Pablo, y luego se fue a casa contigo?

Nicolás frunció el ceño. —Ella se está quedando con nosotros.

—No —dijo la chica al lado de Elizabeth—. Ella y Pablo se besuquearon en el sofá de Brasil, y luego se levantó, bailó con Peter, Pablo se fue molesto, y ella se fue con Peter… y Nicolás.

—Eso no fue lo que yo escuché —dijo Elizabeth, visiblemente tratando de contener su entusiasmo—. Escuché que era una especie de trío. Así que… ¿Cuál de todas es, Peter?
Levi parecía estas disfrutando de la conversación. —Siempre había oído que era al revés.

—¿A qué te refieres? —Ya irritado con su tono.

—Que Pablo estaba consiguiendo tus sobras.

Entrecerré mis ojos. Quien fuera que sea este tipo, sabía más de mí de lo que debería. Me incliné hacia él. —Metete en tus jodidos asuntos, imbécil.

—Está bien —dijo Nicolás, poniendo sus manos en mi escritorio.

Inmediatamente Levi se volteó, y las cejas de Elizabeth se alzaron antes de volverse también.

—Jodida porquería —me quejé. Miré a Nicolás—. La hora del almuerzo es la siguiente. Alguien le dirá algo. Están diciendo que los dos nos la follamos. Maldición. Maldición, Nicolás, ¿Qué hago?

Nicolás inmediatamente comenzó a meter sus cosas en su mochila, y yo hice lo mismo.

—Pueden irse —dijo la Dra. Park—. Váyanse endemoniadamente fuera y sean ciudadanos productivos hoy.

Mi mochila golpeó contra mi espalda mientras corría a través del campo, haciendo una línea recta hacia la cafetería. Eugenia y Lali aparecieron a la vista, a tan sólo unos pasos de la entrada.

Nicolás tomó el brazo de Eugenia. —Euge —resopló.

Agarré mis caderas tratando de recuperar el aliento.

—¿Hay una turba de mujeres enfadadas que te persiguen? —bromeó Lali.

Sacudí mi cabeza. Mis manos temblaban, así que agarré las tiras de mi mochila. —Trataba de alcanzarte… antes de que… entraras —suspiré.

—¿Qué está pasando? —preguntó Eugenia a Nicolás.

—Hay un rumor —comenzó Nicolás—. Todo el mundo está diciendo que Peter llevó a Lali a casa y… los detalles son diferentes, pero es bastante malo.

—¿Qué? ¿Hablas en serio? —exclamó Lali.

Eugenia rodó sus ojos. —¿A quién le importa, Lali? La gente ha estado especulando sobre ti y Pit por semanas. No es la primera vez que alguien dice que ustedes duermen juntos.

Miré a Nicolás, esperando a que él hubiese encontrado una forma de salir del apuro en el que me había metido.

—¿Qué? —dijo Lali—. Hay algo más, ¿no es así?

Nicolás se estremeció. —Dicen que dormiste con Pablo donde Brasil, y que luego dejaste que Peter… te llevara a casa, si sabes a lo que me refiero.
Su boca cayó abierta. —¡Genial! ¿Así que soy la puta de la escuela ahora?

Yo había hecho esto, y por supuesto que era Lali la que sufriría las consecuencias. —Esto es mi culpa. Si fuera alguien más, no estarían diciendo eso de ti. —Entré a la cafetería, con mis manos en puños a mis costados.
 
Lali se sentó, y me aseguré de sentarme a unos pocos asientos lejos de ella.

Los rumores habían sido extendidos sobre mí manoseando chicas antes, y algunas veces el nombre de Pablo era incluso mencionado también, pero nunca me importó hasta ahora. Lali no merecía ser tratada de esa manera porque era mi amiga.

—No tienes que sentarte ahí, Pit. Vamos, ven a sentarte —dijo Lali, palmeando el espacio vacío en la mesa frente a ella.

—Escuché que tuviste un buen cumpleaños, Lali —dijo Chris Jenks, arrojando un trozo de lechuga en mi plato.
—No empieces con ella, Jenks —advertí, ceñudo.

Chris sonrió, empujando sus redondas y rosadas mejillas. —Escuché que Pablo está furioso. Dijo que fue a tu apartamento ayer, y tú y Peter todavía estaban en la cama.

—Estaban tomando una siesta, Chris —se burló Eugenia.

Los ojos de Lali se clavaron en mí. —¿Parker vino?

Me moví incómodo en mi silla. —Iba a decírtelo.

—¿Cuándo? —espetó.

Eugenia se inclinó en su oído, probablemente explicando lo que todo el mundo, excepto Lali sabía.

Lali puso sus codos sobre la mesa, cubriéndose el rostro con las manos. —Esto se pone cada vez mejor.
—Entonces, chicos, ¿realmente no han entrado en acción? —preguntó Chris—. Maldición, eso apesta. Pensé que Lali era la adecuada para ti después de todo, Pit.

—Es mejor que pares ahora, Chris —advirtió Nicolás.

—Si no dormiste con ella, ¿importa si tomo mi turno? —dijo Chris, riendo a sus compañeros.

Sin pensarlo, salté de mi asiento, y me subí a la mesa de Chris. Su rostro se transformó en cámara lenta desde una sonrisa a amplios ojos y una boca abierta.

Agarré a Chris por la garganta con una mano y un puñado de su camiseta con la otra. Mis nudillos apenas sintieron la conexión con su cara. Mi rabia estaba al máximo y estaba a punto de mandarlo todo a volar. Chris cubrió su rostro, pero seguí dándole caza.

—¡Peter! —gritó Lali, bordeando de la mesa.

Mi puño se congeló en pleno vuelo, y entonces liberé la camisa de Chris, dejándolo desmoronarse en una pelota en el suelo. La expresión de Lali me hizo vacilar; estaba asustada de lo que acababa de ver. Tragó, y dio un paso hacia atrás.

Su miedo sólo me puso más enojado, no con ella, sino porque me avergonzaba de mí mismo.

Pasé junto a ella y empujé a todos lo que estaban en mi camino. Dos por dos.

Primero, me las arreglé para iniciar un rumor sobre la chica de la que estaba enamorado, y luego la asusté casi hasta la muerte.

La soledad de mi habitación parecía el único lugar adecuado para mí. Estaba demasiado avergonzado para incluso buscar el consejo de mi padre. Nicolás me alcanzó. Sin una palabra, entró al Charger conmigo y encendió el motor.

No hablamos mientras Nicolás manejaba al apartamento. El pensamiento de Lali marchándose de casa era algo que mi mente no quería procesar.
Nicolás detuvo su coche en el usual lugar del estacionamiento, y salí, caminando como un zombi por las escaleras. No había un posible buen final. En cualquiera, Lali iba a irse porque estaba asustada de lo que vio, o incluso peor: tenía que liberarla de la apuesta para que así pudiera irse, incluso si yo no quería hacerlo.

Mi corazón estaba indeciso entre dejar a Lali en paz o si debía insistir un poco más. Una vez dentro, tiré mi mochila contra la pared, y me aseguré de cerrar de golpe la puerta del dormitorio detrás de mí. No me hizo sentir mejor, de hecho,  pisar fuerte como un niño me recordó el tiempo que he pasado persiguiéndola; si podía llamarse así.

El zumbido agudo del Honda de Eugenia sonó brevemente antes de que apagara el motor. Lali estaría con ella. Entraría gritando, o todo lo contrario. No estaba seguro de lo que me haría sentir peor.

—¿Peter? —dijo Nicolás, abriendo la puerta.

Negué con la cabeza, y entonces me senté al borde de la cama. Se hundió bajo mi peso.
—Ni siquiera sé lo que ella va a decir. Quizás solo quiere saber si estás bien.

—Dije que no.

Nicolás cerró la puerta. Los árboles afuera estaban marrones y empezaban a arrojar lo que quedaba de color. Pronto estarían sin hojas. Para el tiempo en que las últimas hojas cayeran, Lali se habría ido. Maldición, me sentía depresivo.

Unos pocos minutos más tarde, otro golpe en la puerta. —¿Peter? Soy yo. Abre.

Suspiré. —Vete, Pidge.

La puerta crujió cuando la abrió. No me di la vuelta. No tenía que hacerlo.

Toto estaba detrás de mí, y su pequeña cola golpeaba mi espalda ante su vista.

—¿Qué pasa contigo, Pit? —preguntó.

No sabía cómo decirle la verdad, y una parte de mí sabía que no me escucharía, de todos modos, así que sólo miré la ventana, contando las hojas cayendo. Con cada una que se desprendía y flotaba hasta el suelo, estábamos uno más cerca a Lali desapareciendo de mi vida. Mi reloj de arena natural.

Lali se paró a mi lado, cruzándose de brazos. Esperé a que gritara, o me castigara de alguna manera por la crisis en la cafetería.

—¿No vas a hablarme sobre esto?

Empezó a girar hacia la puerta y suspiré. —¿Recuerdas el otro día cuando Brasil se metió conmigo y tú saliste en mi defensa? Bueno… eso es lo que pasó.

Sólo que me dejé llevar un poco.

—Estabas enojado antes de que Chris dijera algo —dijo, sentándose a mi lado en la cama. Toto inmediatamente se metió en su regazo, pidiendo atención.

Conocía el sentimiento. Todas las travesuras, mis estúpidos trucos; todo era para conseguir de alguna manera su atención, y ella parecía ajena a todo. Incluso a mi loco comportamiento.

—Quise decir lo que dije antes. Tienes que irte, Pidge. Dios sabe que no puedo alejarme de ti.

Alcanzó mi brazo. —No quieres que me vaya.

No tenía idea de cuán cierta, y cuan equivocada, ella estaba. Mis sentimientos en conflicto sobre ella enloquecían. Estaba enamorado de ella; no podía imaginar una vida sin ella; pero al mismo tiempo, quería para ella lo mejor.

Con eso en mente, el pensamiento de Lali con alguien más era insoportable.

Ninguno de los dos podía ganar, y sin embargo no podía perderla. El constante ir y venir me tenía agotado.

Empujé a Lali contra mí, y entonces besé su frente. —No importa lo duro que lo intente. Vas a odiarme cuando todo esté dicho y hecho.

Envolvió sus brazos a mí alrededor, uniendo sus dedos alrededor de la cúspide de mis hombros. —Tenemos que ser amigos. No tomaré un no por respuesta.

Me había robado mi línea de nuestra primera cita en la pizzería. Eso parecía como hace cien vidas atrás. No estaba seguro de cuando las cosas habían empezado a complicarse tanto.

—Te observo dormir un montón —dije, envolviéndola con ambos brazos—. Siempre te ves tan tranquila. No tengo ese tipo de tranquilidad. Tengo toda esta ira y rabia dentro de mí… excepto cuando te veo dormir. Quería que él pensara que algo sucedió. Ahora la escuela entera cree que estuviste con los dos en la misma noche. Lo siento.

Lali se encogió de hombros. —Si cree ese rumor, es su culpa.

—Es difícil pensar en algo más cuando nos vio en la cama juntos.

—Sabe que me estoy quedando contigo. Estaba completamente vestida, por el amor de Cristo.

Suspiré. —Probablemente estaba demasiado enojado para darse cuenta. Sé que te gusta, Pidge. Debería haberle explicado. Te debo mucho.

—No importa.

—¿No estás enojada? —pregunté, sorprendido.

—¿Es eso lo que te tiene tan molesto? ¿Pensabas que estaría enojada contigo cuando me dijeras la verdad?

—Deberías estarlo. Si me estuvieran hundiendo por la mala reputación de alguien, estaría un poco molesto.

—Tú no te preocupas por la reputación. ¿Qué pasó con el Peter que no le importa una mierda lo que piensen los demás? —bromeó, empujándome con el codo.
—Eso era antes de que viera la mirada en tu rostro cuando escuchaste lo que todos están diciendo. No quiero que salgas herida por mi culpa.

—Tú nunca harías algo para lastimarme.

—Preferiría cortarme el brazo —suspiré.

Relajé mi mejilla contra su cabello. Siempre olía tan bien, se sentía tan bien.

Estar cerca de ella era como un sedante. Mi cuerpo entero se relajó, y de repente estaba tan cansado que no quería moverme. Nos sentamos juntos, nuestros brazos alrededor del otro, su cabeza metida en mi cuello, durante más tiempo. Nada más allá de ese momento estaba garantizado, así que me quedé allí dentro de él, con Pigeon.

Cuando el sol comenzó a ponerse, escuché un leve golpe en la puerta. —¿Lali? —La voz de Eugenia sonaba pequeña en el otro lado de la madera.

—Entra, Euge —dije, sabiendo que probablemente estaba preocupada sobre por qué estábamos tan tranquilos.

Eugenia entró con Nicolás, y sonrió al vernos enredados en los brazos del otro. —Vamos por un poco de comida. ¿Tienen ganas de hacer una carrera hasta Pei Wei?

Ugh… ¿comida asiática de nuevo, Euge? —pregunté.

—Sí, de verdad —dijo, pareciendo un poco más relajada—. ¿Vienen o no?

—Muero de hambre —dijo Lali.

—Por supuesto que sí, no llegaste a almorzar —dije, frunciendo el ceño. Me puse de pie, levantándola conmigo—. Vamos. Vamos a conseguirte algo de comida.

No estaba listo para dejarla ir todavía, así que mantuve mi brazo alrededor de ella durante el viaje a Pei Wei. A ella no parecía importarle, e incluso se inclinó contra mí en el auto mientras concedí compartir una comida para cuatro con ella.

Tan pronto como encontramos una cabina, dejé mi abrigo junto a Lali y fui al baño. Era raro cómo todos pretendían que no había golpeado a alguien hace unas horas, como si nada hubiera pasado. Acuné mis manos bajo el agua, y me lavé la cara, mirándome en el espejo. El agua goteaba de mi nariz y barbilla. Una vez más, iba a tener que tragar la disforia y concordar con el estado de ánimo falso de todos los demás. Como si tuviéramos que mantener pretextos para ayudar a Lali a avanzar a través de la realidad en su pequeña burbuja de ignorancia donde nadie sentía nada demasiado fuerte, y todo estaba establecido.

—¡Maldición! ¿La comida aún no está aquí? —pregunté, deslizándome en la cabina junto a Lali. Su teléfono estaba sobre la mesa, así que lo agarré, encendí la cámara, hice una estúpida cara y tomé una foto.

—¿Qué demonios pasa contigo? —dijo Lali con una risita.

Busqué mi nombre y luego adjunté la foto. —Así recordaras lo mucho que me adoras cuando llame.

—O lo idiota que eres —dijo Eugenia.

Eugenia y Nicolás hablaron la mayor parte del tiempo de sus clases y de los últimos chismes, cuidando de no mencionar a nadie involucrado en la pelea de más temprano.

Lali los miraba con su barbilla descansando en su puño, sonriendo y siendo hermosa sin esfuerzo. Sus dedos eras pequeños, y me sorprendí cómo de desnudo lucía su dedo anular. Me miró y se inclinó para empujarme juguetonamente con su hombro. Entonces se enderezó, para continuar escuchar la charla de Eugenia.

Nos reímos y bromeamos hasta que el restaurante cerró, y luego nos amontonamos en el Charger para volver a casa. Me sentía exhausto, y aunque el día pareció largo como el infierno, no quería que terminara.

Nicolás llevó en su espalda a Eugenia por las escaleras, pero me quedé atrás, tirando del brazo de Lali. Observé a nuestros amigos hasta que entraron en el apartamento, y entonces jugueteé con mis manos y las de Lali. —Te debo una disculpa por hoy, así que lo siento.

—Ya te has disculpado. Está bien.

—No, me disculpé por Pablo. No quiero que pienses que soy un psicópata que va por ahí atacando a la gente por lo más mínimo —dije—, pero te debo una disculpa porque no te defendí por la razón correcta.

—Y esa sería… —solicitó.

—Me lancé sobre él porque dijo que quería ser el próximo en la fila, no porque se burlaba de ti.

—Insinuar que hay una fila es la razón suficiente para que me defiendas, Pit.

—Ese es mi punto. Estaba enojado porque tomé eso como que él quería dormir contigo.
Lali pensó por un momento, y entonces agarró los costados de mi camisa.

Presionó su frente contra mi camiseta, en mi pecho. —¿Sabes qué? No me importa —dijo, mirándome con una sonrisa—. No me importa lo que la gente está diciendo, o que perdiste tu temperamento, o el por qué arruinaste el rostro de Chris. La última cosa que quiero es una mala reputación, pero estoy cansada de explicar nuestra amistad a todo el mundo. Al diablo con ellos.

Las comisuras de mi boca se levantaron. —¿Nuestra amistad? A veces me pregunto si me escuchas por completo.

—¿Qué quieres decir?

La burbuja con la que se rodeaba era impenetrable, y me preguntaba que sucedería si alguna vez la atravesaba. —Entremos, estoy cansado.

Asintió, y caminamos juntos por las escaleras y en el apartamento. Eugenia y Nicolás ya murmuraban en su dormitorio, y Lali desapareció en el baño. Los tubos chillaron y luego el agua en la ducha golpeó contra el azulejo.

Toto me acompañó mientras esperaba. Ella no perdía el tiempo; su rutina nocturna estaba completa en una hora.

Se tumbó en la cama, su pelo mojado apoyado en mi brazo. Exhaló un largo y relajante suspiro. —Sólo quedan dos semanas. ¿Vas a hacer un drama cuando me mude a Morgan?

—No lo sé —dije. No quería pensar en ello.

—Oye. —Tocó mi brazo—. Estaba bromeando.

Quería que mi cuerpo se relajara contra el colchón, recordándome a mí mismo que por el momento, todavía seguía a mi lado. No funcionó. Nada funcionó. La necesitaba en mis brazos. Suficiente tiempo había sido perdido. —¿Confías en mí, Pidge? —pregunté, un poco nervioso.

—Sí, ¿por qué?

—Ven aquí —dije, tirándola contra mí. Esperé por su protesta, pero sólo se congeló por un momento antes de dejar que su cuerpo se fundiera con el mío. Su mejilla se relajó contra mi pecho.


Inmediatamente, mis ojos se sintieron pesados. Mañana intentaría pensar en una forma de posponer su partida, pero en ese momento, dormir con ella en mis brazos era la única cosa que quería hacer.


CONTINUARÁ...

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