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"Lali" (Parte 1)
Malditos buitres, pueden esperar por horas. También días. Noches.
Mirándote, escogiendo qué partes de ti arrancarán primero, qué piezas serían
las más dulces, las más tiernas, o simplemente qué parte sería la más
conveniente.
Lo que no saben, lo que nunca han anticipado, es que la presa está
fingiendo. Son los buitres los que son fáciles. Sólo cuando piensan que todo lo
que tienen que hacer es tener paciencia, sentarse y esperar a que expires, es
el momento de sorprenderlos. Ese es el momento de traer tu arma secreta: una
absoluta falta de respeto al Status Quo; rechazar el orden normal de las cosas.
Ahí es cuando los sacudes con mucha fuerza. No te importa una
mierda. Un oponente en el Círculo, algún imbécil malo al azar tratando de
exponer tu debilidad con insultos, una mujer tratando de amarrarte; sucede cada
vez.
Había tenido mucho cuidado desde muy joven para vivir mi vida de
esta manera. Estos imbéciles con su corazón sangrando, iban por ahí dando su
alma a cada banshee “caza-fortuna” que les sonreía. Pero de alguna manera yo
era de los que nadaban contra la corriente. Era un hombre diferente. Mi forma
de vivir era más difícil, si me preguntaban. Dejaba la emoción en la puerta, y
la reemplazaba con insensibilidad, o ira, que era mucho más fácil de controlar,
era simple. Dejarte sentir vulnerable. Tantas veces como he tratado de explicar
este error a mis hermanos, primos, o amigos, me recibieron con escepticismo.
Tantas veces como los había visto llorando o perdiendo el sueño
por alguna puta tonta en un maldito par de tacones que nunca daba una mierda
por ellos de todos modos, no podían entenderlo. Las mujeres con ese tipo de
angustia no dejaban que te enamores de ellas tan fácilmente. No se inclinaban
en tu sofá o te permitían encantarlas en su habitación la primera noche, ni
siquiera la décima.
Mis teorías fueron ignoradas porque esa no era la manera en que
las cosas sucedían.
Atracción, sexo, enamoramiento, amor y luego la angustia. Ese era
el orden lógico. Y siempre había sido así.
Pero no para mí. De. Ninguna. Maldita. Manera.
Decidí hace mucho tiempo que alimentaría a los buitres hasta que
una paloma llegara. Una paloma. El tipo de alma que no le impediría nada a
nadie, que simplemente camine y se preocupe de sus propios asuntos, tratando de
pasar por la vida sin joder al resto de las personas con sus propias
necesidades y hábitos egoístas. Valiente. Una comunicadora. Inteligente.
Hermosa. De voz suave. Una criatura que fuera camarada con la vida.
Inalcanzable hasta que tenga una razón para confiar en ti.
Mientras estaba parado en la puerta de mi apartamento, chasqueé la
última parte de las cenizas fuera de mi cigarro, la chica con chaqueta de color
rosa y sangre en el Círculo destelló en mi memoria. Sin pensarlo, la llamé
Pigeon. En el momento, fue un apodo estúpido para ponerla más incómoda de lo
que ya estaba.
Su rostro manchado con carmesí, sus ojos muy abiertos.
Exteriormente parecía inocente, pero me di cuenta de que era sólo su ropa. La
empujé de mi memoria mientras miraba fijamente la sala de estar.
Megan estaba acostada perezosamente en mi sofá, mirando la
televisión. Se veía aburrida y me pregunté por qué seguía en mi apartamento.
Por lo general, tomaba su mierda y se iba antes de que la echara.
La puerta se quejó cuando la abrí un poco más. Me aclaré la
garganta y recogí mi mochila por las correas. —Megan. Me voy.
Se incorporó, estiró, y luego se apoderó de la cadena de su bolso
excesivamente grande. No podía imaginar que tuviera suficientes pertenencias
para llenarlo. Colocó los eslabones de plata
por encima de su hombro y luego se deslizó sobre sus tacones, paseándose
por la puerta.
—Mándame un mensaje si estás aburrido —dijo sin mirarme. Se puso
sus gigantes gafas de sol y luego bajó las escaleras, sin encontrarse afectada
por
despedirla. Su indiferencia era exactamente la razón por la que
Megan era una de mis pocas viajeras frecuentes. No lloró por el compromiso o
tuvo una rabieta. Tomó nuestro arreglo por lo que era, y luego se fue.
Mi Harley brillaba en el sol mañanero del otoño. Esperé a que
Megan se alejara del estacionamiento de mi apartamento, y luego bajé corriendo
las escaleras, abrochando mi chaqueta. La clase de humanidades del Dr. Rueser
comenzaba en media hora, pero a él no le importaba si yo llegaba tarde. Si no
lo molestaba, realmente no tenía sentido matarme por llegar allí.
—¡Espera! —dijo una voz detrás de mí.
Nicolás estaba en la puerta de nuestro apartamento, sin camisa y
mantenía el equilibrio sobre un pie mientras intentaba ponerse un calcetín en
el otro. — Quería preguntarte anoche. ¿Qué le dijiste a Marek? Te inclinaste en
su oído y le dijiste algo. Él parecía como si se hubiera tragado su lengua.
—Le agradecí por sacarme de la ciudad hace unas semanas, porque su
madre fue una salvaje.
Me miró, dudoso. —Amigo. No lo hiciste.
—No. Escuché de Cami que tuvo un Menor en Posesión en el
Condado de Jones.
Negó con la cabeza y luego miró hacia el sofá. —¿Dejaste que Megan
pasara la noche esta vez?
—No, Nico. Sabes muy bien eso.
—Ella se acercó para conseguir un poco de sexo antes de clases,
¿eh? Esa es una manera interesante de asegurarte.
—¿Crees que es eso?
—Alguien más tiene sus sobras. —Se encogió de hombros—. Es Megan. Quién
sabe. Escucha, tengo que llevar a Eugenia de vuelta al campus. ¿Quieres que te
lleve?
—Te veré más tarde —dije, poniéndome las gafas—. Puedo llevar a Euge,
si quieres.
La cara de Nicolás se contorsionó. —Uh… no.
Divertido por su reacción, me senté en la Harley y arranqué el
motor. A pesar de que tenía la mala costumbre de seducir a las amigas de su
novia, había una línea que no podía cruzar. Eugenia era de él, y una vez que se
mostraba interesado en una chica, ella estaba fuera de mi radar, para nunca ser
considerada otra vez. Él sabía eso. A él le gustaba darme mierda.
Me encontré con Adam detrás de Sig Tau. Él hacía que El Círculo funcionara.
Después del desembolso inicial de la primera noche, le permití recoger el bolso
de devoluciones al día siguiente, y le di una parte por las molestias.
Mantuvo la cubierta: me quedé con las ganancias. Nuestra relación
era estrictamente profesional, y ambos preferíamos mantener todo simple.
Mientras siguiera pagándome, me quedaba fuera de su vista, y
siempre que no quisiera tener su culo pateado, él se quedaba fuera de la mía.
Me abrí paso a la cafetería del campus. Justo antes de llegar a
las puertas metálicas dobles, Lexi y Ashley se pusieron delante de mí.
—Hola, Pit —dijo Lexi, de pie con una postura perfecta.
Perfectamente bronceada, pechos dotados con silicona se asomaban desde su
camiseta rosa.
Esas siliconas irresistibles que rebotaban, fueron las que me
rogaron que la follara en primer lugar, pero con una vez fue suficiente. Su voz
me recordaba al sonido producido cuando el aire lentamente se soltaba de un
globo, y a Nathan Squalor, quién se la folló la noche después de que yo lo
hiciera.
—Hola, Lex.
Pellizqué la punta de mi cigarro y lo tiré en la papelera antes de
caminar rápidamente por delante de ella y pasar las puertas. No es que
estuviera dispuesto a abordar el buffet de verduras, carnes secas flácidas, y
frutas maduras. Jesús. Su voz hacía que los perros aullaran y que los niños se
acercaran a ver qué persona de dibujos animados había llegado a la vida.
Independientemente de despedirlas, las chicas me siguieron.
—Nico. —Asentí. Estaba sentado con Eugenia y riendo con la gente a
su alrededor. Pigeon se sentaba frente a él, hurgando su comida con un tenedor
de plástico. Mi voz pareció despertar su curiosidad. Podía sentir sus grandes
ojos seguirme al extremo de la mesa donde tiré mi bandeja.
Oí reír a Lexi, lo que me obligó a frenar la irritación que hervía
en mí. Cuando me senté, usó mi rodilla como una silla.
Algunos de los chicos del equipo de fútbol sentados en nuestra
mesa me miraban con asombro, como si ser seguido por dos inarticuladas zorras
fuera algo inalcanzable para ellos.
Lexi deslizó su mano por debajo de la mesa y apretó sus dedos en
mi muslo mientras se abría camino hasta la entrepierna de mis jeans. Abrí mis
piernas un poco más, esperando a que lo alcanzara.
Justo antes de sentir sus manos sobre mí, escuché los murmullos de
Eugenia.
—Creo que acabo de vomitar un poco en mi boca.
Lexi se dio vuelta, todo su cuerpo rígido. —Te he oído, puta.
Un panecillo pasó volando frente a la cara de Lexi y rebotó en el
suelo.
Nicolás y yo intercambiamos miradas, y luego moví mi rodilla.
El culo de Lexi rebotó en el azulejo de la cafetería. Lo admito,
me giré al escuchar el sonido de su piel golpear contra la cerámica.
No se quejó mucho antes de marcharse. Nicolás parecía apreciar mi
gesto, y eso fue suficiente para mí. Mi tolerancia para las chicas como Lexi no
duraba tanto tiempo. Tenía una regla: respeto. Por mí, por mi familia y por mis
amigos.
Demonios, incluso algunos de mis enemigos merecían respeto. No
veía la razón para relacionarme con personas que no entendían esa lección de
vida. Podía sonar hipócrita para las mujeres que habían pasado por la puerta de
mi apartamento, pero si se trataran a ellas mismas con respeto, yo se los
habría dado.
Le guiñé un ojo a Eugenia, quien se veía satisfecha, le asentí a Nicolás
y luego tomé otro bocado de lo que sea que estaba en mi plato.
—Buen trabajo anoche, Mad Dog —dijo Chris Jenks, poniendo un
crouton sobre la mesa.
—Cállate, imbécil —dijo Brasil en su típica voz baja—. Adam nunca
te dejaría entrar otra vez si oye lo que estás diciendo.
—Oh. Seh —dijo, encogiéndose de hombros.
Llevé mi bandeja a la basura y luego volví a mi asiento con el
ceño fruncido.
—Y no me llames así.
—¿Qué? ¿Mad Dog?
—Ajam.
—¿Por qué no? Pensé que era tu nombre en el Círculo. Algo así como
tu nombre de stripper.
Mis ojos clavaron a Jenks. —¿Por qué no te callas y le das a ese
agujero en tu rostro una oportunidad de sanar?
Nunca me había gustado ese pequeño gusano.
—Seguro, Peter. Todo lo que tenías que hacer era decirlo. —Se rió
entre dientes nerviosamente antes de recoger su basura e irse.
En poco tiempo, la mayoría de la cafetería estaba vacía. Miré
alrededor para ver a Nicolás y Eugenia todavía dando vueltas, hablando con su
amiga.
Ella tenía el pelo largo y ondulado, y su piel seguía bronceada de
las vacaciones de verano. Sus pechos no eran lo más grandes que he visto, pero
sus ojos… eran de un extraño color gris. De alguna manera familiar. No había
manera de que la hubiera visto antes, pero había algo en su rostro que me
recordaba a algo.
Y no estaba seguro de qué era.
Me levanté y caminé hacia ella. Tenía el cabello de una estrella
porno, y el rostro de un ángel. Sus ojos eran de forma almendrada y
singularmente hermosos.
Fue entonces cuando lo vi: detrás de la belleza y la falsa
inocencia había algo más, algo frío y calculador. Incluso cuando sonrió, pude
ver el pecado tan profundamente incrustado en ella que ningún cárdigan podría
ocultarlo. Aquellos ojos flotaban por encima de su pequeña nariz, y sus suaves
rasgos. Para cualquier otro, sería pura e ingenua, pero esta chica ocultaba
algo. Lo sabía sólo porque yo había vivido el mismo pecado toda mi vida. La
diferencia era que ella lo mantenía muy dentro, y yo dejaba que el mío saliera
de su jaula con regularidad.
Observé a Nicolás hasta que lo sintió. Cuando miró en mi
dirección, di un cabezazo en dirección a Pigeon.
¿Quién es esa? gesticulé
con la boca.
Nicolás sólo respondió frunciendo el ceño confundido.
Ella,
volví a gesticular en silencio.
La boca de Nicolás se curvó en la molesta sonrisa de imbécil que
siempre tenía cuando estaba a punto de hacer algo para molestarme.
—¿Qué? —preguntó, un poco más fuerte de lo necesario.
Pude darme cuenta que la chica sabía que hablábamos de ella,
porque mantuvo la cabeza gacha, fingiendo no escuchar.
Luego de pasar sesenta segundos en la presencia de Lali Espósito, percibí
dos cosas: no hablaba mucho, y cuando lo hacía era algo así como una perra.
Pero no estaba seguro... como que me gustaba eso de ella. Levantaba una fachada
para mantener alejados a los imbéciles como yo, pero eso hacía que, incluso, me
llamara más la atención.
Rodó sus ojos hacia mí por tercera o cuarta vez. La estaba molestando,
y yo encontraba eso bastante divertido. Las chicas generalmente no me trataban
con odio íntegro, aun cuando les enseñaba la puerta. Cuando mis mejores
sonrisas no funcionaron, lo llevé a otro nivel.
—¿Tienes un tic?
—¿Un qué? —preguntó.
—Un tic. Tus ojos no dejan de moverse. —Si pudiera haberme matado
con su mirada, me habría desangrado en el suelo. No pude evitar reírme. Era una
listilla y grosera como el infierno. Me gustaba más a cada segundo. Me incliné
más cerca de su rostro—. De hecho, esos son unos ojos increíbles. ¿Qué color
son? ¿Grises?
Inmediatamente agachó la cabeza, dejando que su cabello cubriera
su rostro.
Punto para mí. La hice sentir incómoda, y eso significaba que
estaba llegando a alguna parte.
Eugenia saltó inmediatamente, advirtiéndome que me alejara. No
podía culparla. Había visto la interminable fila de chicas que entraban y
salían del departamento. No quería molestar a Eugenia, pero no parecía enojada.
Más bien como divertida.
—Tú no eres su tipo —dijo Eugenia.
Mi boca cayó abierta, metiéndome en su juego.
—¡Soy el tipo de todas!
Pigeon se asomó para mirarme y sonrió. Una sensación cálida
—probablemente fue sólo el loco impulso de arrojar a esta chica a mi sofá— pasó
sobre mí. Ella era diferente, y eso era refrescante.
—¡Ah! Una sonrisa —dije. El llamarla simplemente una sonrisa, como
si no fuera la cosa más hermosa que jamás hubiera visto, se sentía mal, pero no
iba a joder mi juego cuando por fin conseguía algo—. No soy un podrido bastardo
después de todo. Fue un placer conocerte, Pidge.
Me levanté, di la vuelta a la mesa, y me incliné en la oreja de Eugenia
—: Ayúdame aquí, ¿quieres? Me comportaré, lo juro.
Una patata frita saltó hacia mi cara.
—¡Quita los labios de la oreja de mi chica, Pit! —dijo Nicolás. Retrocedí,
levantando las manos para resaltar la expresión más inocente que podía lograr
en mi rostro.
—¡Me retiro! ¡Me retiro! —Caminé atrás unos pasos hacia la puerta,
notando un pequeño grupo de chicas. Abrí la puerta, y se acumularon a mí
alrededor como una manada de búfalos acuáticos antes de que pudiera salir.
Había pasado un largo tiempo desde la última vez que tuve un desafío. Lo
extraño era que, no iba a intentar joderla a ella. Me molestaba que pensara que
yo era un pedazo de mierda, pero me molestaba aún más el hecho de que me
importaba. De cualquier manera, por primera vez en un largo tiempo, alguien era
impredecible. Pigeon era totalmente lo contrario a las chicas que había
conocido aquí, y tenía que saber por qué.
CONTINUARÁ
me encantooooooo . .subi otrooooooooooo
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