Bandera Roja (Parte 2)
Cuatro horas después, Eugenia
llamó a mi puerta para ir a casa de Nicolás y Peter. Ella no se contuvo cuando
salí al pasillo.
— ¡Qué asco, Lali!
¡Pareces una vagabunda!
—Bien —dije, sonriendo a
mi atuendo. Mi cabello estaba recogido encima de mi cabeza en un moño
desordenado. Me había lavado el maquillaje de la cara y sustituí mis lentes de
contacto por mis gafas con montura negra. Luciendo una andrajosa camiseta y
pantalones de chándal, terminando con un par de chanclas. La idea se me había
ocurrido horas antes, no ser atractiva era el mejor plan. Obviamente, Peter
estaría desanimado inmediatamente y detendría su ridícula persistencia. Si él
estaba en busca de un amigo, entonces sería muy poca cosa para ser vista a su
lado.
Eugenia bajó la
ventanilla y escupió su goma de mascar.
—Eres tan obvia. ¿Por qué
no rodaste en mierda de perro para completar tu atuendo?
—No estoy tratando de
impresionar a nadie —le dije.
—Obviamente.
Nos detuvimos en el
estacionamiento del apartamento de Nicolás y yo seguí a Eugenia a las escaleras.
Nicolás abrió la puerta, riendo cuando entré. — ¿Qué te pasó a ti?
—Está tratando de no
impresionar —dijo Eugenia.
Eugenia siguió a Nicolás
a su habitación. La puerta se cerró y me quedé sola, sintiéndome fuera de
lugar. Me senté en el sillón cercano a la puerta y me quité mis sandalias.
Su apartamento era más
agradable que el típico apartamento de soltero. Los posters predecibles de
mujeres medio desnudas y señales de tránsito estaban en las paredes, pero
aparte de eso estaba limpio, los muebles eran nuevos y el olor a ropa sucia y
de cerveza no estaba presente.
—Ya era hora de que
llegaras —dijo Peter, colapsando en el sofá.
Sonreí y empujé las gafas
sobre el puente de mi nariz, esperando a que él prestara atención a mi
apariencia. —Eugenia tenía un ensayo que terminar.
—Hablando de ensayos, ¿Ya
has comenzado el de historia?
Él ni siquiera se inmutó
por mi cabello desordenado y fruncí el ceño ante su reacción. — ¿Tú?
—Lo terminé esta tarde.
—Pero no se entregará
hasta el próximo miércoles. —le dije, sorprendida.
—Sólo para borrarlo de la
lista. ¿Qué tan difícil puede ser un ensayo de dos páginas sobre Grant?
—Me imagino que soy
floja, entonces —me encogí de hombros—. Es probable que lo comience hasta este
fin de semana.
—Bueno, si necesitas
ayuda, házmelo saber.
Esperé a que se riera, o
mostrara algún signo de que estaba bromeando, pero su expresión era sincera.
Levanté una ceja. —Tú me vas a ayudar con mi ensayo.
—Tengo una A en esa clase
—dijo un poco molesto ante mi incredulidad.
—Él tiene A en todas sus
clases. Él es un jodido genio. Lo odio —dijo Nicolás mientras entraba en la
habitación de la mano de Eugnia.
Vi a Peter con una
expresión dudosa y sus cejas se levantaron. — ¿Qué? ¿No crees que un hombre
cubierto de tatuajes y que intercambie golpes para ganarse la vida no pueda
obtener buenas calificaciones? No estoy en la escuela porque no tenga nada
mejor que hacer.
— ¿Por qué tienes que
luchar, entonces? ¿Por qué no aplicas para becas? —Le pregunté.
—Ya lo hice. Se me
concedió la mitad de mi matrícula. Pero hay libros, gastos, y tengo que obtener
la otra mitad. Lo digo en serio, Pidge. Si necesitas ayuda con algo, sólo
pregunta.
—No necesito tu ayuda.
Soy capaz de escribir un ensayo. —Quería dejarlo en eso. Debí haberlo dejado en
eso, pero lo nuevo que había revelado roía mi curiosidad—. ¿No puedes buscar
otra cosa que hacer para ganarte la vida? Algo menos, no sé, ¿sádico?
Peter se encogió de
hombros. —Es una manera fácil de ganar dinero. No puedo ganar lo mismo
trabajando en el centro comercial.
—Yo no diría que es fácil
si tú estás recibiendo golpes en la cara.
— ¿Qué? ¿Estás preocupada
por mí? —Me hizo un guiño. Hice una mueca y él rió entre dientes—. No soy
golpeado con tanta frecuencia. Si tratan de golpearme, me muevo. No es tan
difícil.
Me reí una vez más.
—Actúas como si nadie más haya llegado a esa conclusión.
—No es solamente lanzar
un golpe, recibirlo y contraatacar. Eso no va a ganar una pelea.
Puse los ojos en blanco.
— ¿Quién eres tú… el Karate Kid? ¿Dónde aprendiste a luchar?
Nicolás y Eugenia se
miraron y luego sus ojos se posaron en el suelo. No me tomó mucho tiempo para
reconocer que había dicho algo malo.
Peter no parecía
afectado. —Tuve un padre con problemas alcohólicos y mal temperamento y cuatro
hermanos mayores que portaban el gen de idiotez.
—Oh. —Mis orejas ardían.
—No te avergüences,
Pidge. Papá dejó de beber, los hermanos maduraron.
—No estoy avergonzada.
—Jugueteé con las puntas sueltas de mi cabello y luego decidí soltarlo y
arreglarlo en otro moño, tratando de ignorar el silencio incómodo.
—Me gusta tu aspecto al
natural. Las chicas no vienen aquí así.
—Fui obligada a venir aquí.
No se me ocurrió que debía impresionarte —le dije, enfadada de que mi plan
hubiese fracasado.
Sonrió con su sonrisa
infantil, divertida, la cual incremento mi ira, esperando a que cubriera mi
inquietud. No sabía cómo la mayoría de las chicas se sentían a su alrededor,
pero había visto su comportamiento. Estaba experimentando un desorientado y
nauseo sentimiento en lugar de un sentimiento cálido de colegiala, y entre más
él intentaba hacerme reír, más inestable me sentía.
—Ya estoy impresionado.
Normalmente no tengo que rogar para que las chicas vengan a mi apartamento.
—Estoy segura. —le dije,
haciendo una mueca de disgusto.
Él era tan seguro de sí
mismo. No sólo estaba descaradamente consciente de su físico, él estaba
acostumbrado a que las mujeres se le lanzaran por lo que él consideraba mi
actitud fría como algo refrescante en lugar de un insulto. Tendría que cambiar
de estrategia.
Eugeniaa apuntó el
control remoto al televisor y la encendió. —Hay una buena película esta noche.
¿Alguien quiere saber dónde está Baby Jane?
Peter se puso de pie.
—Estaba a punto de ir a cenar. ¿Tienes hambre, Pidge?
—Ya comí —me encogí de
hombros.
—No, no lo has hecho
—dijo Eugenia, antes de darse cuenta de su error—. Oh… es cierto, se me
olvidaba que tú tomaste una ¿pizza? Antes de irnos.
Hice una mueca ante su
miserable intento de arreglar su metida de pata, y luego esperé la reacción de Peter.
Él cruzó la habitación y
abrió la puerta.
—Vamos. Tienes que tener
hambre.
— ¿A dónde vamos?
—Dondequiera que tú
desees. Podemos ir a una pizzería.
Miré a mi ropa.
—Realmente no estoy vestida.
Él me observó por un
momento y luego sonrió. —Te ves bien. Vamos, que estoy muriendo de hambre.
Me puse de pie y me
despedí de Eugenia, pasando a Peter para bajar las escaleras. Me detuve en el
estacionamiento, mirando con horror como él se montó en una motocicleta de
color negro.
—Uh… —No supe que decir,
arrugando los dedos de mis pies expuestos.
Me lanzó una mirada
impaciente. —Oh, sube. Iré lento.
— ¿Qué es eso? —pregunté,
leyendo la escritura en el tanque de gas demasiado tarde.
—Es una Harley Night Rod.
Ella es el amor de mi vida, así que no rayes la pintura cuando te subas.
— ¡Estoy usando
sandalias!
Peter se me quedó mirando
como si hubiera hablado en un idioma extranjero. —Y yo llevo botas. Sube.
Se puso sus gafas de sol
y el motor rugió cuando lo trajo a la vida. Me subí y busqué algo a que
agarrarme, pero mis dedos se deslizaron del cuero a la cubierta de plástico de
la luz trasera.
Peter me agarró de las
muñecas y las envolvió en torno a su cintura. —No hay nada de que aferrarte
excepto de mí, Pidge. No me sueltes. —dijo, empujando la moto hacia atrás con
los pies. Con un movimiento de su muñeca, salió a la calle, y se dirigió como
un cohete. Los mechones de mi cabello que colgaban golpeaban contra mi cara, y
me escondí detrás de Peter, sabiendo que terminaría con bichos en mis gafas si
miraba por encima de su hombro.
Él aceleró el acelerador
cuando nos detuvimos en la entrada del restaurante, y una vez que estacionó, no
perdí tiempo para volver a la seguridad del concreto.
— ¡Eres un loco!
Peter se echó a reír,
apoyando su motocicleta sobre el pie de apoyo antes de bajar. —Conduje al
límite de velocidad.
— ¡Sí, si estuviéramos en
la autopista! —dije, soltándome el moño para desenredar mi cabello con los
dedos.
Peter me vio retirar el
pelo de mi rostro y luego se dirigió a la puerta, manteniéndola abierta. —No
dejaría que nada te pasara, Pigeon.
Pasé junto a él para
entrar al restaurante, mi cabeza aún no estaba en sintonía con mis pies. El
aroma a grasa y condimentos llenaban el aire mientras lo seguía a través de la
roja alfombra. Eligió una mesa en la esquina, lejos de los grupos de estudiantes
y familias, y pidió dos cervezas. Escaneé la habitación, mirando a los padres
persuadir a los niños a comer, y mirando a otro lado ante las miradas curiosas
de los estudiantes de Eastern.
—Claro, Peter —dijo la
camarera, escribiendo nuestras bebidas. Ella parecía un poco drogada ante su
presencia mientras regresaba a la cocina.
Acomodé mi cabello detrás
de mis orejas, de repente avergonzada por mi apariencia. — ¿Vienes aquí a
menudo? —Pregunté mordazmente.
Peter se inclinó sobre la
mesa con los codos, sus ojos color marrón fijos en los míos. —Así qué, ¿cuál es
tu historia, Pidge? ¿Eres una odia-hombres en general o sólo me odias a mí?
—Creo que sólo a ti —me
quejé.
Se echó a reír una vez
más, divertido por mi estado de ánimo. —No puedo comprenderte. Tú eres la única
chica que ha estado disgustada conmigo antes del sexo. No te pones nerviosa
cuando hablas conmigo y no tratas de llamar mi atención.
—No es un truco. Simplemente
no me caes bien.
—No estarías aquí si no
te gustara.
Mi ceño involuntariamente
se suavizó y suspiré. —No digo que eres una mala persona. Simplemente no me
gusta ser un objetivo por el sólo hecho de tener una vagina. —Me concentré en
los granos de sal en la mesa hasta que oí un sonido ahogado de la dirección de Peter.
Sus ojos se agrandaron y
se estremecía de la risa. — ¡Oh, Dios mío! ¡Me estás matando! Eso es. Hemos de
ser amigos. No voy a aceptar un no por respuesta.
—No me importa ser amigos,
pero eso no quiere decir que no tratarás de meterte en mis bragas cada cinco
segundos.
—No dormirás conmigo. Lo
entiendo.
Traté de no sonreír, pero
fallé.
Sus ojos se iluminaron.
—Te doy mi palabra. Ni siquiera pensaré en tus bragas… a menos que quieras que
lo haga.
Apoyé los codos sobre la
mesa y me incliné en ellos.
—Y eso no sucederá, por
lo que podemos ser amigos.
Una sonrisa traviesa
apareció en su rostro mientras él se inclinaba un poco más cerca. —Nunca digas
nunca.
—Entonces, ¿cuál es tu
historia? —Le pregunté—. ¿Siempre has sido Peter “Mad Dog” Lanzani o
sólo desde que llegaste aquí? —Utilicé dos dedos en cada mano como comillas
cuando dije su apodo, y por primera vez su confianza se desvaneció. Él parecía
un poco avergonzado.
—No. Adam comenzó eso
después de mi primera pelea.
Sus respuestas cortas
estaban comenzando a fastidiarme. — ¿Eso es todo? ¿No me dirás nada acerca de
ti mismo?
— ¿Qué quieres saber?
—Las cosas normales. De
dónde eres, lo que quieres ser cuando seas grande… cosas así.
—Soy de aquí, nací y
crecí, y estoy matriculándome en justicia criminal.
Con un suspiro,
desenrolló sus cubiertos y los enderezó junto a su plato. Él miró sobre su
hombro, y noté su mandíbula tensarse un poco por los que nos rodeaban. Dos
mesas ocupadas por el equipo de fútbol soccer de Eastern estalló en carcajadas,
y Peter parecía estar molesto por lo que se reían.
—Estás bromeando. —le
dije con incredulidad.
—No, soy un local. —dijo
él, distraído.
—Me refería sobre tu
especialidad. No pareces ser el tipo de justicia criminal.
Sus cejas se juntaron, de
pronto concentrado en nuestra conversación. — ¿Por qué?
Recorrí los tatuajes que
cubrían su brazo. —Sólo voy a decir que pareces más criminal y menos justicia.
—No me meto en problemas…
en su mayor parte. Papá era muy estricto.
— ¿Dónde estaba tu mamá?
—Ella murió cuando yo era
niño, —dijo como sin nada.
—Yo… yo lo siento. —dije,
sacudiendo la cabeza. Su respuesta me pilló con la guardia baja.
Rechazó mi simpatía. —No
me acuerdo de ella. Mis hermanos lo hacen, pero yo sólo tenía tres años cuando
murió.
—Cuatro hermanos, ¿eh?
¿Cómo logras mantenerlos en regla? —Me burlé.
—Los mantengo por quien
golpea más fuerte, lo que también es de mayor a menor. Pepo, los gemelos… Tato
y Tyler, y Bautista. Nunca, nunca estés sola en un cuarto con Tato y Ty.
Aprendí la mitad de lo que hago en el Circulo de ellos. Bautista era el más
pequeño, pero él es rápido. Él es el único que puede azotarme un golpe, ahora.
Negué con la cabeza,
atónita ante la idea de cinco Peter corriendo en un hogar. — ¿Todos tienen
tatuajes?
—Más o menos. Excepto Pepo.
Él es un ejecutivo de publicidad en California.
— ¿Y tu papá? ¿Dónde
está?
—Por allí —dijo. Su
mandíbula tensa nuevamente, cada vez más irritado con el equipo de fútbol.
— ¿De qué se están
riendo? —Pregunté, señalando a la mesa ruidosa. Él negó con la cabeza,
claramente sin querer compartir. Me crucé de brazos y me retorcí en mi asiento,
nerviosa sobre lo que estaban diciendo que le causó tanto enfado. —Cuéntame.
—Se están riendo de mí
por tener que llevarte a cenar, primero. No es por lo general… lo mío.
— ¿Primero? —Cuando la
comprensión se posó en cara, Peter hizo una mueca de dolor al ver mi expresión.
Hablé antes de pensar—. Y yo que tenía miedo de que se estuvieran riendo de ti
por ser visto conmigo así vestida, y ellos creen que voy a dormir contigo —me
quejé.
— ¿Por qué no querría ser
visto contigo?
— ¿De qué estábamos
hablando? —Pregunté, tratando de evitar el sonrojo en mis mejillas.
—De ti. ¿Cuál es tu
especialidad? —preguntó.
—Oh, eh… educación
general, por el momento. Todavía estoy indecisa, pero me estoy inclinando hacia
contabilidad.
—Tú no eres de aquí, sin
embargo. Debes ser un trasplante.
—Wichita. Igual que Eugenia.
— ¿Cómo llegaste hasta
aquí desde Kansas?
Cogí la etiqueta de la
botella de cerveza. —Sólo teníamos que escapar.
— ¿De qué?
—Mis padres.
—Oh. ¿Qué hay sobre Eugenia?
¿Ella tiene problemas con sus padres, también?
—No, Mark y Pam son
geniales. Ellos prácticamente me criaron. Ella sólo vino a lo largo; ella no
quería que viniese sola.
Peter asintió con la
cabeza. —Así que, ¿por qué Eastern?
— ¿Qué pasa con el tercer
grado? —Le dije. Las preguntas estaban dirigiéndose de una pequeña charla a lo
personal, y estaba comenzando a sentirme incómoda.
Varias sillas
entrechocaron cuando el equipo de fútbol abandonó sus asientos. Intercambiaron
una última broma antes de serpentear hacia la puerta. Los que estaban en la
parte trasera empujaron a los de adelante para escapar antes de que Peter hiciera
su camino a través de la habitación. Se sentó, obligando a la frustración y la
ira a desvanecerse.
Levanté una ceja.
—Ibas a decir por qué
elegiste Eastern —dijo.
—Es difícil de explicar, —le dije, encogiéndome de
hombros—. Creo que sólo se sentía bien.
Él sonrió cuando abrió el menú. —Sé lo que quieres decir.
CONTINUARÁ...
Mas! Mas!
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