sábado, 22 de noviembre de 2014

Capítulo 10 (Parte 2)

CARA DE PÓKER (Parte 2)


Su apartamento era exactamente como lo había imaginado: Inmaculado, con costosos artículos electrónicos en todos los rincones, y muy probablemente decorado por su madre.

—¿Y? ¿Qué piensas? —dijo, sonriendo como un niño presumiendo un juguete nuevo.

—Es fantástico. —asentí con la cabeza.

Su expresión cambió de lúdica a profunda, y me tomó en sus brazos, besando mi cuello. Cada músculo de mi cuerpo se tensó. Quería estar en cualquier otro lugar menos en ese apartamento.

Mi celular sonó, y le ofrecí una sonrisa de disculpa antes de contestar.

—¿Cómo va todo, Pidge?

Le di la espalda a Pablo y susurré en el teléfono. —¿Qué es lo que quieres, Peter? —Traté de hacer mi tono severo, pero fue suavizado por mi alivio al escuchar su voz.

—Quiero ir a los bolos mañana. Necesito mi pareja.

—¿Bolos? ¿No me podrías haber llamado más tarde? —Me sentí como una hipócrita por decir esas palabras, sabiendo que yo había esperado una excusa para mantener los labios de Pablo lejos de mí.
—¿Cómo voy a adivinar cuándo hayas terminado? Oh. Eso no salió bien... —su voz se fue apagando, junto a su diversión.

—Te llamo mañana y podemos hablar de ello, ¿De acuerdo?

—No, no está bien. Has dicho que quieres que seamos amigos, pero ¿no podemos pasar el rato? —Rodé mis ojos, y Peter resopló.

—No ruedes los ojos. ¿Vendrás o no?

—¿Cómo sabes que rodé los ojos? ¿Me estás acechando? —pregunté, notando las cortinas cerradas.

—Siempre ruedas los ojos. ¿Sí? ¿No? Estás perdiendo tiempo precioso de tu cita.

Me conocía tan bien. Luché contra el impulso de pedirle que me recogiera en ese momento. No pude evitar sonreír ante la idea.

—¡Sí! —dije en voz baja, tratando de no reírme—. Voy a ir.

—Te recogeré a las siete.
Me volví hacia Pablo, sonriendo como el gato Cheshire.

—¿Peter? —preguntó con una expresión de certeza.

—Sí —fruncí el ceño, atrapada.

—¿Siguen siendo sólo amigos?

—Seguimos siendo sólo amigos. —asentí con la cabeza una vez.

Nos sentamos en la mesa, comiendo comida china para llevar. Me relajé al estar con él después de un rato, y me recordó lo encantador que era. Me sentí más ligera, casi risueña, un marcado cambio con respecto al inicio. Por más que intentaba empujar el pensamiento de mi cabeza, no podía negar que mi plan con Peter había iluminado mi estado de ánimo.

Después de la cena, nos sentamos en el sofá a ver una película, pero antes de terminar los créditos del principio, Pablo me tenía sobre mi espalda. Me alegré de haber elegido usar los vaqueros, no habría sido capaz de defenderme con la misma facilidad en un vestido. Sus labios viajaron a mi clavícula, y su mano se detuvo en mi cinturón. Torpemente trabajó para abrirlo, y una vez que lo logró, me deslicé por debajo de él para ponerme de pie.

—¡Está bien! Creo que es todo lo que pasará esta noche, —le dije, abrochándome el cinturón.

—¿Qué?

—Primera base.... ¿Segunda base? No importa. Es tarde, es mejor que me vaya.

Se sentó y se apoderó de mis piernas. —No te vayas, La. No quiero que pienses que por eso te traje aquí.

—¿No es así?

—Por supuesto que no —dijo, tirando de mí hacia su regazo—. Eres todo en lo que he pensado durante dos semanas. Me disculpo por ser impaciente.

Me besó en la mejilla, y me incliné a él, sonriendo cuando su aliento me hizo cosquillas en el cuello. Me volví hacia él y apreté los labios contra los suyos, intentando con todas mis fuerzas sentir algo, pero no lo hice. Me aparté de él y suspiré.

Pablo frunció el ceño. —Dije que lo siento.
—Te dije que era tarde.

Nos dirigimos a Morgan, Pablo me apretó la mano después de que me dio un beso de buenas noches. —Vamos a intentarlo de nuevo. ¿En Biasetti mañana?

Apreté los labios. —Iré a los bolos con Peter mañana.

—El miércoles, ¿entonces?

—El miércoles es genial. —le dije, ofreciéndole una sonrisa artificial.

Pablo se removió en su asiento. Él estaba pensando en algo. — ¿Lali? Hay una fiesta de parejas en un par de fin de semana en la Casa...

Mi interior se estremeció, temiendo la discusión que inevitablemente tendría.

—¿Qué? —Preguntó, riendo nerviosamente.

—No puedo ir contigo. —le dije, saliendo fuera del coche.

Él me siguió, encontrándome en la entrada de Morgan. —¿Tienes planes?

Hice una mueca. —Tengo planes... Peter ya me lo preguntó.

—¿Peter te preguntó qué?

—Para la fiesta de parejas. —le expliqué, un poco frustrada.

La cara de Pablo se sonrojó, y cambió su peso. —¿Irás a la fiesta con Peter? Él no va a esas cosas. Y ustedes son sólo amigos. No tiene sentido que vayas con él.

—Eugenia no irá con Nico a menos que yo vaya.

Se relajó. —Entonces puedes ir conmigo. —sonrió, entrelazando sus dedos con los míos.

Hice una mueca ante su solución. —No puedo cancelarle a Peter, y luego ir contigo.

—No veo el problema —se encogió de hombros—. Puedes estar ahí por Eugenia, y Peter no tendrá que asistir. Él es un firme defensor de no ir a las fiestas de citas. Piensa que son una plataforma para que nuestras parejas nos obliguen a declarar una relación.

—Era yo la que no quería ir. Él me convenció.
—Ahora tienes una excusa. —se encogió de hombros. Era desesperante su confianza de que me haría cambiar de opinión.

—Yo no quería ir en absoluto.

La paciencia de Pablo se había agotado. —Sólo para ser claro, no quieres ir a la fiesta de citas. Peter quiere ir, él te lo pidió, y ¿no lo cancelarás a él para ir conmigo, a pesar de que no querías ir en primer lugar?

Me costó enfrentarme a su fulgor. —No le puedo hacer eso, Pablo, lo siento.

—¿Entiendes lo que es una fiesta de parejas? Es algo para que vayas con tu novio.

Su tono condescendiente hizo que cualquier empatía que sintiese por él desapareciera. —Bueno, yo no tengo novio, así que técnicamente no debería ir en absoluto.

—Pensé que íbamos a intentarlo de nuevo. Pensé que había algo.

Estoy tratando.

—¿Qué esperas que haga? ¿Qué me siente solo en casa mientras tú estás en la fiesta de mi fraternidad con otra persona? ¿Debería preguntarle a otra chica?

—Puedes hacer lo que quieras. —le dije, irritada con su amenaza.

Levantó la mirada y meneó la cabeza. —Yo no quiero pedírselo a otra chica.

—No espero que no vayas a tu propia fiesta. Nos veremos allí.

—¿Quieres que se lo pida a otra persona? Y tú vas con Peter. ¿No ves cuán completamente absurdo es?

Me crucé de brazos, lista para una pelea. —Le dije que iría con él antes de que tú y yo comenzáramos a salir, Pablo. No puedo cancelarlo.

—No puedes, ¿o no quieres?

—Da lo mismo. Lamento que no lo entiendas.

Abrí la puerta a Morgan, y Pablo puso su mano sobre la mía.

—Muy bien —suspiró con resignación—. Esto es obviamente un asunto con el que voy a tener que lidiar. Peter es uno de tus mejores amigos, yo lo entiendo. No quiero que esto afecte nuestra relación. ¿De acuerdo?  

—Bien —dije, asintiendo con la cabeza.

Abrió la puerta y me indicó que caminara, besando mi mejilla antes de que entrara. —¿Nos vemos el miércoles a seis?

—A las seis. —sonreí, despidiéndome mientras caminaba por las escaleras.

Eugenia estaba saliendo de la ducha cuando doblé la esquina, y sus ojos se iluminaron cuando me reconoció. — ¡Hey, pollita! ¿Cómo te fue?

—No muy bien. —dije, desanimada.

—Uh, oh.

—No le digas a Peter, ¿De acuerdo?

Ella resopló. —No lo haré. ¿Qué pasó?

—Pablo me pidió que fuera a la fiesta de parejas.

Eugenia apretó la toalla. —No le cancelarás a Pit, ¿verdad?
—No y Pablo no está feliz con eso.

—Comprensible —dijo, asintiendo con la cabeza—. También es terriblemente malo.

Eugenia reunió las hebras de su cabello largo y húmedo sobre un hombro, y las gotas de agua corrieron por su piel desnuda. Ella era una contradicción andante. Se inscribió a Eastern para que ambas estuviéramos juntas. Era mi conciencia autoproclamada, intentando intervenir cuando me daban mis pretensiones de volar fuera de pista. Iba en contra de todo lo que hablamos el hecho de que yo me involucrara con Peter y ella se había convertido en su más entusiasta animadora.

Me apoyé en la pared. —¿Estaría loca si no fuera con ninguno?

—No, yo estaría increíble e irrevocablemente cabreada. Eso sería motivo para una pelea de gatos, Lali.

—Entonces creo que iré —le dije, metiendo la llave en la cerradura. Mi celular sonó y una imagen de Peter haciendo una mueca apareció en la pantalla—. ¿Hola?  

—¿Estás tu casa, ya?

—Sí, él me dejó hace cinco minutos.

—Voy a estar allí en cinco más.

—¡Espera! ¿Peter? —dije después de que él había colgado.

Eugenia se echó a reír. —Acabas de tener una decepcionante cita con Pablo, y sonríes cuando Peter te llama. ¿Está realmente así de denso?

—Yo no sonreí —protesté—. Viene para acá. ¿Te reunirás con él afuera y le dirás que me fui a la cama?

—Tú lo harás, y no yo... ve a decírselo tú misma.

—Sí, Euge, que salga yo misma a decirle que ya estoy en la cama funcionará muy bien. —Ella me dio la espalda, caminando a su habitación. Levanté las manos, dejándolas caer sobre mis muslos—. ¡Euge! ¿Por favor?

—Que se diviertan, Lali —sonrió y desapareció en su habitación. Bajé las escaleras y vi a Peter en su motocicleta, estacionada en la escalinata. Llevaba una camiseta blanca con obras de arte negro, lo que destacaba los tatuajes en sus brazos.  
—¿No tienes frío? —Le pregunté, tirando de mi estrecha chaqueta.

—Te ves bien. ¿Tuviste un buen día?

—Uh... sí, gracias —dije, distraída—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Movió el acelerador y el motor rugió. —Iba a dar un paseo para despejarme la mente. Quiero que vengas conmigo.

—Hace frío, Pit.

—¿Quieres que vaya a buscar el coche de Nico?

—Iremos a los bolos mañana. ¿No puedes esperar hasta entonces?

—Pasé de estar junto a ti cada segundo del día para verte durante diez minutos si tengo suerte.

Sonreí y negué con la cabeza. —Sólo han pasado dos días, Pit.

—Te echo de menos. Mueve tu trasero al asiento y vámonos.

No podía negarlo. Yo también lo echaba de menos. Más de lo que le admitiría. Me subí el cierre de la chaqueta y me subí detrás de él, deslizando mis dedos a través de las trabillas de su pantalón. Puso mis muñecas en su pecho y luego las cruzó. Una vez que se convenció de que lo sostenía con fuerza suficiente, quitó sus manos, y corrimos por la carretera.

Apoyé la mejilla contra su espalda y cerré los ojos, respirando su olor. Me recordó a su apartamento, y sus cosas, y la forma en que olía cuando andaba con una toalla alrededor de su cintura. La ciudad pasaba borrosa por delante de nosotros, y no me importaba lo rápido que iba al volante, o el frío del viento que azotaba mi piel, no estaba prestando atención a donde estábamos. Lo único que podía pensar era en su cuerpo contra el mío. No teníamos ningún destino o tiempo, y anduvimos por las largas calles después de haber abandonado todo, excepto a nosotros.

Peter se detuvo en una gasolinera y se estacionó. —¿Quieres algo? —Preguntó.

Negué con la cabeza, bajándome de la motocicleta para estirar las piernas. Él me miró cuando rastrillaba mi cabello con mis dedos, y sonrió.

—Déjalo. Estás jodidamente hermosa.

—Sólo si me pones en un video de principio de los ochenta. —dije.

Se echó a reír, y luego bostezó, espantando a las polillas que zumbaban a su alrededor. El inyector hizo clic, sonando más fuerte de lo que debería en una noche tranquila. Parecía que éramos las únicas dos personas en la tierra.

Saqué mi teléfono móvil para comprobar la hora. —Oh, Dios mío, Pit. Son las tres de la mañana.

—¿Quieres que volvamos? —Preguntó, con el rostro ensombrecido por la decepción.

Yo apreté los labios. —Será lo mejor.

—¿Todavía iremos esta noche a los bolos?

—Te dije que lo haría.

—Y todavía irás a la Sig Tau conmigo en un par de semanas, ¿verdad?

—¿Estás insinuando que yo no sigo mi palabra? Me parece un poco insultante.


Sacó la boquilla del tanque y la conectó en su base. —Simplemente ya no sé lo que vas a hacer.

Se sentó en su motocicleta y me ayudó a subir detrás de él. Puse en mis dedos en los bucles de su cinturón y luego lo pensé mejor, envolviendo mis brazos alrededor de él.

Él suspiró y se irguió en el asiento, reacio a arrancar el motor. Sus nudillos se volvieron blancos mientras sostenía las manillas. Tomó aire, como para empezar a hablar, y luego negó con la cabeza.

—Eres importante para mí, ya sabes. —dije, apretándome a él.

—No te entiendo, Pigeon. Pensé que conocía a las mujeres, pero eres tan jodidamente confusa que ya no sé a qué te refieres.

—Yo no te entiendo, tampoco. Se supone que debes ser el hombre mujeriego del Eastern. No estoy recibiendo la experiencia completa de primer año que prometieron en el folleto. —me burlé.

—Bueno, eso es lo primero. Nunca había tenido que dormir con una chica para que ella quisiera que la dejara en paz —dijo, manteniendo su espalda hacia mí.

—Eso no es lo que fue, Peter. —mentí, avergonzada de que él hubiese adivinado mis intenciones sin darse cuenta de cuánta razón tenía. Él negó con la cabeza y encendió el motor, volviendo a la calle. Condujo inusualmente lento, deteniéndose en todas las luces amarillas, tomando el camino largo al campus.

Cuando nos paramos frente a la entrada de Morgan Hall, la misma tristeza que sentí la noche que me fui de la casa me consumía. Sabía que era ridículo ser tan emocional, pero cada vez que hacía algo para alejarlo, estaba aterrorizada de que funcionara. Me acompañó hasta la puerta y saqué las llaves, evitando sus ojos. Cuando ya tenía el metal en la mano, su mano de repente fue a mi mentón, el pulgar tocando suavemente mis labios.

—¿Él te beso? —Preguntó.

Me alejé, sorprendida de que sus dedos causaran una sensación de ardor que quemaba todos los nervios desde mi boca a mis pies. —Tú sí que sabes cómo arruinar una noche perfecta, ¿no?


—Pensaste que fue perfecto, ¿eh? ¿Significa eso que lo pasaste bien?

—Siempre lo hago cuando estoy contigo.

Miró al suelo, juntando las cejas. —¿Te besó?

—Sí. —suspiré irritada.

Entrecerró los ojos. —¿Eso es todo?

—¡Eso no es asunto tuyo! —dije, tirando la puerta.

Peter la empujó cerrándola y se puso en mi camino, con una expresión de disculpa. —Necesito saber.

—No, ¡no lo necesitas! ¡Muévete, Peter!

—Pigeon...  

—¿Crees que porque ya no soy virgen voy a lanzarme a cualquier otro? ¡Gracias! —dije, empujándolo.

—Yo no he dicho eso, ¡Maldita sea! ¿Es mucho pedir por un poco de paz mental?

—¿Por qué te daría tranquilidad saber si estoy durmiendo con Pablo?

—¿Cómo no lo sabes? ¡Es obvio para todos los demás, menos para ti! —dijo, exasperado.

—Supongo que soy una idiota, entonces. Estás brillante esta noche, Pit —dije, alcanzando la manilla de la puerta.

Agarró mis hombros. —La forma en que me siento por ti... es una locura.

—Acertaste en la parte de la locura —espeté, alejándome de él.

—Practiqué en mi cabeza todo el tiempo que estuvimos en la moto, así que escúchame, —dijo.

—Peter …

—Sé que estamos jodidos, ¿De acuerdo? Soy impulsivo y tengo mal genio, y te metiste bajo mi piel como nadie más. Actúas como si me odiaras un minuto, y luego como si me necesitaras al siguiente. Nunca acierto en nada, y no te merezco... pero estoy malditamente enamorado de ti, Lali. Te amo más de lo que he querido a nadie ni nada, nunca. Cuando estás cerca, no necesito alcohol, ni dinero, ni lucha, o algo de una sola noche... todo lo que necesito es a ti. Tú eres en todo lo que pienso. Eres todo lo que soñé. Eres todo lo que quiero.

Mi plan para fingir ignorancia fue un fracaso épico. No podía pretender ser impermeable cuando él había puesto todas sus cartas sobre la mesa. Cuando nos conocimos, algo dentro de los dos había cambiado, y era que nos necesitábamos el uno al otro. Por razones desconocidas para mí, yo era su excepción, y por mucho que habían tratado de luchar contra mis sentimientos, él era la mía.

Él negó con la cabeza, acunó mi rostro con sus manos, y me miró a los ojos. —¿Te has acostado con él?

Ardientes lágrimas llenaron mis ojos cuando negué con la cabeza. Estampó su boca contra la mía y su lengua entró sin dudarlo. Incapaz de controlarme a mí misma, agarré su camisa con los puños, y tiré de él hacia mí. Gimió con su increíble voz profunda, y se apoderó de mí con tanta fuerza que era difícil respirar.

Se retiró, sin aliento. —Llama a Pablo. Dile que no quieres verlo nunca más. Dile que estás conmigo.

Cerré los ojos. —No puedo estar contigo, Peter.  

—¿Por qué diablos no? —dijo, soltándome.

Negué con la cabeza, temiendo de su reacción a la verdad.

Él se rió una vez. —Increíble. La única chica que yo quiero, y ella no me quiere.

Tragué saliva, sabiendo que tendría que acercarme más a la verdad que tenía desde hace meses. —Cuando Eugenia y yo nos mudamos aquí, fue sabiendo que mi vida daría un giro en una forma determinada. O más bien, que no resultaría de cierta manera. Las peleas, el juego, la bebida... es lo que dejé atrás. Cuando estoy cerca de ti... todo está allí para mí en un irresistible y tatuado paquete. No me mude cientos de kilómetros para vivir todo de nuevo.

Tomó mi barbilla para que lo enfrentara. —Yo sé que mereces más que yo. ¿Crees que no lo sé? Pero si hay alguna mujer que se hizo para mí... eres tú. Haré todo lo que tenga que hacer, Pidge. ¿Me oyes? Haré cualquier cosa.

Me aparté, avergonzada de no poder decirle la verdad. Era yo quien no era lo suficientemente buena. Yo sería quien arruinaría todo, arruinándolo a él. Él me odiaría un día, y yo no podría ver la mirada en sus ojos cuando llegara a esa conclusión.

Mantuvo la puerta cerrada con una mano. —Dejaré de pelear al segundo que me gradúe. No voy a beber una sola gota de nuevo. Te haré feliz siempre, Pigeon. Si sólo creyeras en mí, yo puedo hacerlo.

—No quiero que cambies.

—Entonces dime qué hacer. Dime y lo haré —declaró él.

Cualquier idea de estar con Pablo se había ido, y yo sabía que era a causa de mis sentimientos por Peter. Pensé en los diferentes caminos que mi vida tomaría desde ese momento—confiando en Peter con un salto de fe y arriesgándome a lo desconocido, o sacándolo completamente y sabía exactamente dónde iba a terminar, en una vida sin él—cualquier decisión me aterraba.  

—¿Me prestas el teléfono? —Le pregunté.

Peter frunció el ceño, confundido. —Por supuesto —dijo, sacando su teléfono del bolsillo, entregándomelo.  

Marqué, y luego cerré los ojos mientras sonaba en mis oídos.

—¿Peter? ¿Qué demonios? ¿Sabes qué hora es? —Contestó Pablo. Su voz era profunda y ronca, y al instante sentí que mi corazón vibraba en mi pecho. No se me había ocurrido que él sabría que yo había llamado desde el teléfono de Peter. Mis siguientes palabras encontraron su camino de alguna manera hacia mis temblorosos labios.

—Lo siento por llamar tan temprano, pero esto no podía esperar. Yo... no puedo ir a cenar contigo el miércoles.

—Son casi las cuatro de la mañana, Lali. ¿Qué está pasando?

—No puedo verte de nuevo, de hecho.

—La...

—Estoy… bastante segura de que estoy enamorada de Peter —dije, preparándome para su reacción. Después de unos momentos de inquietante silencio, me colgó el teléfono en mi oído.  

Mis ojos todavía se centraban en el pavimento, le pasé el teléfono a Peter, y luego a regañadientes miré su expresión. Una combinación de confusión, shock, y adoración se configuraba en su rostro.

—Colgó el teléfono —hice una mueca.

Echó un vistazo a mi cara con cuidado, con esperanza en sus ojos.

—¿Me amas?

—Son los tatuajes. —me encogí de hombros.

Una amplia sonrisa se extendió por su cara, haciendo que le aparecieran hoyuelos en las mejillas. —Ven conmigo a casa —dijo, envolviéndome en sus brazos.

Mis cejas se alzaron. —¿Dijiste todo eso para tenerme en tu cama? Debí haberte dado una gran impresión.

—Lo único que estoy pensando ahora mismo es en tenerte en mis brazos toda la noche.


—Vamos. —sonreí.


CONTINUARÁ...

1 comentario: