NO GRACIAS (Parte 2)
El sol se fundió en los
edificios fuera de la ventana, y me paré en frente de mi espejo, cepillándome
el pelo mientras trataba de decidir cómo iba a fingir con Peter. ―Es sólo un
día, Lali. Puedes manejar un día ―le dije al espejo.
Fingir nunca había sido
un problema para mí, es por lo que iba a pasar cuando estuviésemos fingiendo
por lo que estaba preocupada. Cuando Peter me dejara después de la cena, iba a
tener que tomar una decisión. Una decisión que podría estar sesgada por una
falsa sensación de felicidad que se presentaría para su familia.
Toc, toc.
Di media vuelta, mirando
hacia la puerta. Maríaa no había vuelto a la habitación en toda la noche, y
sabía que Eugenia y Nicolás ya estaban en la carretera. No me podía imaginar
quién podría ser. Puse mi cepillo sobre la mesa y abrí la puerta.
―Peter ―suspiré.
― ¿Estás lista?
Levanté una ceja. ―
¿Lista para qué?
―Dijiste que te recogiera
a las cinco.
Crucé los brazos sobre mi
pecho. ― ¡Quise decir cinco de la mañana!
―Oh ―dijo Peter, parecía
decepcionado―. Creo que debería llamar a papá y hacerle saber que no vamos a
estar ahí después de todo.
― ¡Peter! ―Gemí.
―Traje el coche de Nico,
así que no tenemos que lidiar con las maletas en la moto. Tienen un dormitorio
disponible en el que puedes dormir. Podemos ver una película o…
― ¡No me quedo en
casa de tu padre!
Su cara cayó. ―Está bien.
Yo eh… te veré en la mañana.
Dio un paso atrás y cerré
la puerta, apoyada contra ella. Todas las emociones que tenía se mesclaron
dentro y fuera de mi interior, y lancé un suspiro de exasperación. Con la
expresión decepcionada de Peter fresca en mi mente, abrí la puerta y salí, vi
que estaba caminando lentamente por el pasillo, marcando su teléfono.
―Peter, espera ―giró y la
mirada esperanzada en sus ojos hizo que me doliera el pecho―. Dame un minuto
para empacar algunas cosas.
Una sonrisa de alivio,
agradecida, se dibujó en su cara y me siguió hasta mi habitación, mirándome
meter un par de cosas en una bolsa frente a la puerta.
―Todavía te amo, Pidge.
No levanté la vista. ―No
lo hagas. No estoy haciendo esto por ti.
Él contuvo el aliento.
―Lo sé.
Viajamos en silencio a la
casa de su padre. El coche iba cargado de energía nerviosa, y era difícil
quedarse quieta frente a los fríos asientos de piel. Una vez que llegamos, Bautista
y Pablo salieron al porche, todos sonrientes.
Peter llevó nuestro
equipaje desde el coche, y Pablo le dio unas palmaditas en la espalda.
―Es bueno verte, hijo ―su
sonrisa se amplió cuando me miró―. Lali Espósito. Estamos viendo si adelantamos
la cena de mañana. Ha sido mucho tiempo desde que… bueno. Ha sido un largo
tiempo.
Asentí con la cabeza y
seguí a Peter a la casa. Pablo puso la mano sobre su vientre protuberante y
sonrió. ―Los puse a ambos en el dormitorio de invitados, Pit. No pensé que
quisieras pelear con el gemelo en tu habitación.
Miré a Peter. Era difícil
verle luchar para hablar. ―Uh Lali… ella va a… va a tomar la habitación de
invitados. Yo voy a quedarme en la mía.
Bautista hizo una mueca.
― ¿Por qué? Ella se ha estado quedando en tu apartamento, ¿no es cierto?
―No últimamente ―dijo,
tratando desesperadamente de evitar la verdad.
Pablo y Bautista
intercambiaron miradas. ―La habitación de Pepo ha sido el almacén por años, por
lo que iba a dejar que tomara tu habitación. Supongo que él puede dormir en el
sofá ―dijo Pablo, mirando los raídos cojines descoloridos en la sala de estar.
―No te preocupes por eso,
Pablo. Estábamos tratando de ser respetuosos ―sonreí, tocándole el brazo.
Su risa rugió en toda la
casa, y me acarició la mano. ―Has conocido a mis hijos, Lali. Tú debes saber
que es casi malditamente imposible ofenderme.
Peter asintió con la
cabeza hacia las escaleras, y yo lo seguí. Abrió la puerta con el pie y dejó
nuestras bolsas en el suelo, mirando a la cama y luego se volvió hacia mí. La
habitación estaba llena de paneles de color marrón, la alfombra marrón más allá
del desgaste normal. Las paredes eran de un blanco sucio, la pintura
desconchada en algunos lugares. Sólo vi un cuadro en la pared, encerraba una
imagen de Pablo y la madre de Peter. El fondo era un retrato tipo estudio de
color azul, luciendo plumas en el pelo y rostros jóvenes, sonriendo. Tenían que
haber sido tomadas antes de que tuvieran los niños, ninguno de ellos podría
haber tenido más de veinte años.
―Lo siento, Pidge. Voy a
dormir en el suelo.
―Por supuesto que
dormirás en él ―le dije, agarrándome el pelo en una coleta―. No puedo creer que
me metieras en esto.
Se sentó en la cama y se
frotó la cara con frustración.
―Esto va a ser una
mierda. No sé en qué estaba pensando.
―Yo sé exactamente lo que
estabas pensando. No soy estúpida, Peter.
Él me miró y sonrió.
―Pero aun así viniste.
―Tengo que tener todo
listo para mañana ―le dije, abriendo la puerta.
Peter se puso de pie. ―Yo
te ayudaré.
Pelamos a una montaña de
patatas, cortamos las verduras, pusimos el pavo a que se descongelara, y
comenzamos la masa de los pasteles. La primera hora fue más que incómoda, pero
cuando llegaron los gemelos, todo el mundo parecía congregarse en la cocina. Pablo
contaba historias sobre cada uno de sus muchachos, y nos reímos de los cuentos
de otras desastrosas Acciones de Gracias cuando intentaron hacer algo más que
pedir una pizza.
―Claudia era un infierno
de cocinera ―reflexionó Pablo―. Pit no recuerda, pero no tenía sentido tratar
después de su muerte.
―Sin presiones, Lali ―Bautista
se rió entre dientes, tomando una cerveza de la nevera―. Vamos jugar a las
cartas. Quiero intentar recuperar algo de mi dinero que Lali tomó.
Pablo apuntó con el dedo
a su hijo. ―Nada de póker este fin de semana, Bauti. Bajé las fichas de dominó,
ve a ordenarlo. Nada de apuestas, maldita sea. Lo digo en serio.
Bautista negó con la
cabeza. ―Está bien, viejo, está bien.
Los hermanos de Peter
serpenteaban de la cocina, y siguiendo a Bauti, deteniéndose para mirar hacia
atrás. ―Vamos, Pit.
―Estoy ayudando a Pidge.
―No hay mucho más por
hacer, bebé ―le dije―. Adelante.
Sus ojos se suavizaron
ante mis palabras, y me tocó mi cadera. ― ¿Estás segura?
Asentí con la cabeza y se
inclinó para besar mi mejilla, apretando mi cadera con los dedos antes de
seguir a Bautista a la sala de juegos.
Pablo vio a sus hijos
desfilar por la puerta, negando con la cabeza y sonriendo. ―Esto es increíble,
lo que estás haciendo, Lali. No creo que te des cuenta de lo mucho que lo
aprecio.
―La idea fue de la Pit.
Me alegro de poder ayudar.
Se inclinó sobre el
mostrador, tomando un trago de cerveza mientras reflexionaba sobre sus
siguientes palabras. ―Peter y tú no han hablado mucho. ¿Están teniendo
problemas?
Apreté el jabón para
lavar platos en el fregadero mientras lo llenaba con agua caliente, tratando de
pensar en algo que decir que no fuera una descarada mentira. ―Las cosas están
un poco diferente, supongo.
―Eso es lo que yo
pensaba. Tienes que ser paciente con él. Peter no recuerda mucho al respecto,
pero era cercano a su madre, y después de haberla perdido nunca fue el mismo.
Pensé que él crecería sin eso, ya sabes, con él siendo tan joven. Fue difícil
para todos nosotros, pero Pit… dejó de tratar de amar a la gente después de
eso. Me sorprendió que te trajera aquí. La forma en que actúa a tu alrededor,
la manera en que te mira; yo sabía que eran algo especial.
Sonreí, pero mantuve mi
mirada en los platos que estaba fregando.
―Peter tendrá un tiempo
duro. Va a cometer un montón de errores. Creció en torno a un montón de niños
sin madre y con un solitario y malhumorado hombre viejo como padre. Todos
estábamos un poco perdidos después de Claudia murió, y creo que no ayudé a los
niños hacer frente en la forma en que debía hacerlo. Sé que es difícil no
echarle la culpa, pero tienes que amarlo, de todos modos, Lali. Tú eres la
única mujer que ha amado, además de su madre. No sé lo que voy a hacer con él
si lo dejas, también.
Me tragué las lágrimas y
asentí con la cabeza, incapaz de responder.
Pablo apoyó su mano en mi
hombro y apretó. ―Nunca lo he visto sonreír como lo hace cuando está contigo.
Espero que todos mis hijos tengan una Lali algún día.
Sus pasos se
desvanecieron en el pasillo y me agarré al borde de la pileta, tratando de
recuperar el aliento. Sabía que pasar las vacaciones con Peter y su familia,
sería difícil, pero no pensé que mi corazón se rompiera de nuevo. Los hombres
bromearon y se rieron en la habitación de al lado mientras yo lavaba y secaba
los platos, poniéndolos a un lado. Limpié la cocina y luego me lavé las manos,
haciendo mi camino a las escaleras para pasar la noche.
Peter me agarró la mano.
―Es temprano, Pidge. ¿No vas a la cama, o si?
―Ha sido un día largo.
Estoy cansada.
―Estábamos a punto de ver
una película. ¿Por qué no bajas y pasas el rato?
Miré hacia arriba a las
escaleras y luego a su esperanzada sonrisa. ―De acuerdo.
Me llevó de la mano al
sofá, y nos sentamos juntos mientras pasaban los créditos de apertura.
―Apaga esa luz, Tato
―ordenó Pablo.
Peter pasó su brazo por
encima de mí, apoyándolo sobre el respaldo del sofá. Estaba tratando de seguir
fingiendo, mientras me apaciguaba. Había sido muy cuidadoso de no tomar ventaja
de la situación, y me encontré en conflicto, agradecida y decepcionada. Sentada
tan cerca de él, oliendo la mezcla de tabaco y su colonia, era muy difícil para
mí mantener distancia, tanto física como emocional. Tal como me temía, mi
decisión estaba vacilando y luché para bloquear todo lo que Pablo había dicho
en la cocina.
A mitad de la película,
la puerta principal se abrió y Pepo rodeó la esquina, con maletas en la mano.
― ¡Feliz Día de Acción de
Gracias! ―dijo, poniendo su equipaje en el suelo.
Pablo se levantó y abrazó
a su hijo mayor, y todo el mundo, menos Peter, se puso de pie para saludarlo.
― ¿No vas a saludar a Pepo?
―susurré.
No me miró mientras
hablaba, mirando a su familia abrazarse y reír. ―Tengo una noche contigo. No
voy a perder ni un segundo de ella.
―Hola, Lali. Es bueno
verte de nuevo ―sonrió Pepo.
Peter me tocó la rodilla
con su mano y miré hacia abajo, y luego a Peter. Al darse cuenta de mi
expresión, Peter sacó su mano de mi pierna y entrelazó sus dedos sobre su
regazo.
―Uh oh. ¿Problemas en el
paraíso? ―preguntó Pepo.
―Cállate, Pepo ―se quejó
de Peter.
El estado de ánimo en la
sala cambió, y yo sentía todos los ojos en mí, esperando una explicación.
Sonreí nerviosa y tomó la mano de Peter entre las mías.
―Estamos cansados. Hemos
estado trabajando toda la noche en la comida ―dije, inclinando mi cabeza en el
hombro de Peter.
Miró nuestras manos y
luego apretó, sus cejas tirando un poco.
―Hablando de cansado,
estoy agotada ―suspiré―. Voy a la cama, bebé ―miré a los demás―. Buenas noches,
muchachos.
―Buenas noche, hermanita
―dijo Pablo.
Todos los hermanos de Peter
me desearon buenas noches y me fui por las escaleras.
―Voy a la cama, también
―oí decir a Peter.
―Apuesto a que sí ―se
burló Bautista.
―Bastardo suertudo ―se
quejó Tyler.
―Hey. No vamos a hablar
de tu hermana de esa manera ―advirtió Pablo.
Mi estómago se hundió. La
única familia real que había tenido en años fueron los padres de Eugenia, y
aunque Mark y Pam habían estado pendientes de mí con verdadera bondad, eran
prestados. Los seis rebeldes, mal hablados y adorables hombres de abajo me habían
recibido con los brazos abiertos, y mañana les diría adiós por última vez.
Peter cogió la puerta de
la habitación antes de que yo la cerrara y luego se congeló. ― ¿Quieres que
espere en el pasillo mientras te vistes para dormir?
―Voy a saltar a la ducha.
Me vestiré en el baño.
Se frotó la nuca. ―Está
bien. Voy a hacer una cama, entonces.
Asentí con la cabeza,
haciendo mi camino hacia el baño. Me fregué fuertemente en la ducha en mal
estado, centrándose en las manchas de agua y espuma para luchar contra el miedo
abrumador que sentía tanto por la noche como por la mañana. Cuando volví a la
habitación, Peter lanzó una almohada en el suelo en su improvisada cama.
Ofreció una débil sonrisa antes de pasar por mi lado para tomar su turno en la
ducha.
Me metí en la cama,
tirando de las sábanas hasta mi pecho, tratando de ignorar las mantas en el
suelo. Cuando Peter regresó, miró a la improvisada cama con la misma tristeza
que yo, y luego apagó la luz, situándose en su almohada.
Estuvo en silencio por
unos minutos, y luego escuché a Peter dar un miserable suspiro. ―Esta es
nuestra última noche juntos, ¿no?
Esperé un momento,
tratando de pensar en lo que debía decir. ―No quiero pelear, Pit. Sólo ve a
dormir.
Al oírle voltear, me
volví en un lado para mirarlo hacia abajo, presionando mi mejilla en la
almohada. Apoyó la cabeza con su mano y me miró a los ojos.
―Te amo.
Lo observé por un
momento. ―Lo prometiste.
―Prometí que no era un
truco para volver a estar juntos. No lo era ―levantó su mano para tocar la
mía―. Pero si eso significa estar contigo otra vez, no puedo decir que no lo
consideraría.
―Me preocupo por ti. No
quiero que salgas lastimado, pero deberías haber seguido mi instinto en primer
lugar. No podría haber funcionado.
―Me amabas, sin embargo,
¿no?
Apreté los labios.
―Todavía lo hago.
Alzó la vista con ojos
llenos de lágrimas y apretó mi mano.
― ¿Puedo pedirte un
favor?
―Estoy como en medio de
lo último que me pediste que hiciera ―sonreí.
Sus rasgos fueron
enseñados, no afectados por mi expresión.
―Si esto es real… si
estás realmente terminando conmigo… ¿me dejas abrazarte esta noche?
―No creo que sea una
buena idea, Pit.
Su agarre se apretó. ―
¿Por favor? No puedo dormir sabiendo que estás sólo a unos centímetros de
distancia, y nunca voy a tener la oportunidad de nuevo.
Miré sus desesperados
ojos por un momento y luego fruncí el ceño. ―No voy a tener sexo contigo.
Él negó con la cabeza.
―Eso no es lo que estoy pidiendo.
Busqué en la poco
iluminada habitación con mis ojos, pensando en las consecuencias, preguntándome
si podía decirle que no a Peter si él cambiaba de opinión. Cerré los ojos con
fuerza y luego me aparté de la orilla de la cama, bajando la manta. Se arrastró
en la cama a mi lado, tirando de mí a toda prisa apretándome en sus brazos. Su
pecho desnudo subía y bajaba con respiraciones irregulares, y me maldije por
sentirme tan pacífica contra su piel.
―Voy a extrañar esto ―le
dije.
Besó mi pelo y tiró de mí
hacia él, incapaz de acercarse lo suficiente hacia mí. Hundió la cara en mi
cuello y yo apoyé mi mano en su espalda en comodidad, a pesar de que estaba tan
afligida como él lo estaba. Respiró hondo, y presionó su frente contra mi
cuello, presionando sus dedos en la piel de mi espalda. Tan miserables como
estábamos la última noche de la apuesta, esto era mucho, mucho peor.
―Yo… yo no creo que pueda
hacer esto, Peter.
Tiró de mí más fuerte y
sentí la primera lágrima cayendo de mi ojo por mi sien. ―No puedo hacer esto
―le dije, apretando los ojos cerrados.
―Entonces, no lo hagas
―dijo sobre mi piel―. Dame otra oportunidad.
Traté de impulsarme por
debajo de él, pero su agarre era demasiado sólido para cualquier posibilidad de
escape. Me cubrí la cara con ambas manos mientras mis sollozos nos sacudían a
los dos.
Peter me miró, sus ojos
grandes y húmedos.
Con sus dedos grandes,
suaves, sacó mi mano de mis ojos y me besó en la palma de la mano. Tomé una
respiración escalonada mientras miraba a mis labios y luego de vuelta a mis
ojos.
―Nunca voy a amar a nadie
de la forma en que te amo, Pigeon.
Inhalé y toqué su cara.
―No puedo.
―Lo sé ―dijo, con voz
rota―. Nunca me convencí de que yo fuera lo suficientemente bueno para ti.
Mi rostro se arrugó y
sacudí la cabeza. ―No eres sólo tú, Pit. No somos buenos el uno para el otro.
Sacudió su cabeza,
queriendo decir algo, pero pensándolo mejor. Después de un largo y profundo
suspiro, apoyó la cabeza contra mi pecho. Cuando los números verdes del reloj
de la habitación dieron las once, las respiraciones de Peter finalmente se
hicieron más lentas y niveladas. Mis ojos se abrieron grandes, y parpadeé
varias veces antes de caer fuera de la conciencia.
****
― ¡Ay! ―Grité, sacando mi
mano de la estufa y automáticamente atendiendo la quemadura con mi boca.
― ¿Estás bien, Pidge?
―preguntó Peter, arrastrando los pies por el suelo y deslizando una camiseta
sobre su cabeza―. ¡Mierda! ¡Los pisos están jodidamente helados! ―ahogué una
risita mientas lo veía saltar en un pie y luego al otro hasta que las plantas
de sus pies se aclimataron a las baldosas frías.
El sol apenas asomaba
entre las cortinas, y el resto de los Lanzani dormían plácidamente en sus
camas. Empujé la bandeja de hojalata antigua en el horno y luego cerré la
puerta, girando para enfriar mis dedos debajo del fregadero.
―Puedes volver a la cama.
Sólo tengo que poner el pavo dentro.
― ¿Vienes a la cama?
―preguntó, envolviendo sus brazos alrededor de su pecho para protegerse del
frio en el aire.
―Sí.
―Muéstrame el camino
―dijo, barriendo su mano hacia las escaleras.
Peter se arrancó la
camisa mientras ambos empujábamos las piernas bajo las sábanas, tirando de la
manta hasta el cuello. Apretó sus brazos alrededor de mí mientras tiritábamos,
esperando a que nuestro calor corporal calentara el pequeño espacio entre
nuestra piel y las mantas.
Sentí sus labios contra
mi pelo, y luego su garganta se movió mientras hablaba. ―Mira, Pidge. Está
nevando.
Me volví para hacer
frente a la ventana. Los copos blancos sólo eran visibles a la luz de la
lámpara de la calle. ―Es algo que se siente como Navidad ―dije, mi piel
finalmente calentándose contra la suya.
Suspiró y me volví para
ver su expresión. ― ¿Qué?
―No vas a estar aquí para
la Navidad.
―Estoy aquí, ahora
―levantó unas de las esquinas de su boca y se inclinó para besar mis labios. Me
eché hacia atrás y sacudí la cabeza. ―Pit…
Su agarre se apretó y
bajó la barbilla, sus ojos castaños determinados. ―Tengo menos de veinticuatro
horas contigo, Pidge. Voy a besarte. Voy a besarte un montón hoy. Todo el
día. Cada vez que pueda. Si quieres que me detenga, sólo di la palabra, pero
hasta que lo hagas, voy a hacer que cada segundo de mi último día cuente.
―Peter … ―Pensé en ello
por un momento, y razoné que él no tenía ninguna desilusión sobre lo que
sucedería cuando me llevara a casa.
Yo había llegado allí
para fingir, y tan duro como fuera para los dos más tarde, no quería decirle
que no.
Cuando me vio mirando sus
labios, la comisura de su boca se elevó otra vez, y se inclinó para presionar
su suave boca contra la mía. Comenzó dulce e inocente, pero en el momento en
que sus labios se abrieron, acaricié su lengua con la mía. Su cuerpo se tensó
instantáneamente, y tomó una respiración profunda por la nariz, apretándose
contra mí. Dejé caer la rodilla hacia el lado y él se movió por encima de mí,
sin apartar su boca de la mía.
No perdió el tiempo en
desnudarme, y cuando no había más tela entre nosotros, se apoderó de las viñas
de hierro de la cabecera de la cama con las dos manos, y en un rápido
movimiento, estaba dentro de mí. Me mordí fuerte el labio, ahogando el grito
que estaba arañando su camino hasta mi garganta. Peter se quejó contra mi boca,
y yo apreté los pies contra el colchón, anclándome, de ese modo podía levantar
las caderas para encontrar las suyas.
Una mano en el hierro y
la otra en mi nuca, se mecía contra mí una y otra vez, y mis piernas temblaban
con sus firmes y determinados movimientos. Su lengua buscó mi boca, y podía
sentir la vibración de sus profundos gemidos contra mi pecho mientras seguía a
su promesa de hacer memorable nuestro último día juntos. Podría pasar miles de
años tratando de bloquear ese momento de mi memoria, y seguiría grabado en mi
mente.
Había pasado una hora
cuando apreté mis ojos cerrados, cada uno de mis nervios se centró en el
temblor de mis entrañas.
Peter contuvo el aliento
mientras empujaba dentro de mí una vez más, me dejé caer sobre el colchón,
completamente agotada. Peter exhaló con respiraciones profundas, mudas y bañado
en sudor.
Podía escuchar las voces
abajo y me tapé la boca, riendo por nuestra mala conducta. Peter se volvió de
lado, escaneando mi cara con sus dulces ojos marrones.
―Dijiste que sólo ibas a
besarme ―sonreí.
Mientras estaba tirada al
lado de su piel desnuda, viendo el amor incondicional en sus ojos, deje ir mi
decepción y mi rabia y mi obstinada determinación. Yo lo amaba, y no importa
cuales eran mis razones para vivir sin él, sabía que no era lo que quería. Incluso
si no hubiera cambiado de opinión, era imposible para nosotros mantenernos
alejados el uno del otro.
― ¿Por qué no nos
quedamos en la cama todo el día? ―sonrió.
―Yo he venido aquí a
cocinar, ¿recuerdas?
―No, viniste aquí para ayudarme
a cocinar, y no me presentaré a trabajar durante ocho horas.
Toqué su cara, las ganas
de terminar nuestro sufrimiento se hicieron insoportables. Cuando le dije que
había cambiado mi opinión y que las cosas volvieron a la normalidad, no
tendríamos que pasar el día fingiendo. Podríamos pasar celebrando, en su lugar.
―Peter, creo que…
―No lo digas, ¿de
acuerdo? No quiero pensar en eso hasta que tenga que hacerlo ―se levantó y se
puso los calzoncillos, caminando hacia mi bolso. Tiró la ropa sobre la cama y
tiró de su camisa sobre su cabeza―. Quiero recordar esto como un buen día.
****
Hice los huevos para el
desayuno y sándwiches para el almuerzo, y cuando el juego comenzó, empecé a
comer. Peter estaba parado detrás de mí en cada oportunidad, sus brazos
alrededor de mi cintura, sus labios en mi cuello. Me sorprendí a mí misma
mirando el reloj, impaciente por encontrar un momento a solas con él para
decirle mi decisión. Estaba ansiosa por ver la expresión de su rostro, y para
volver a donde estábamos.
El día estuvo lleno de
risas, conversación, y un flujo constante de quejas de Tyler sobre la constante
muestra de afecto de Peter.
― ¡Consigue una
habitación, Peter! ¡Jesús! ―Gimió Tyler.
―Estás volviéndote una
espantosa sombra verde ―bromeó Pepo.
—Es porque me están
enfadando. No estoy celoso, idiota. —se burló Tyler.
—Déjenlos en paz, Ty,
—advirtió Pablo.
Cuando nos sentamos a
cenar, Pablo insistió en que Peter cortara el pavo, y sonreí con orgullo cuando
él se puso de pie para hacerlo. Estaba un poco nerviosa hasta que los elogios
llegaron a mí. En el momento en que serví el pastel, no había ninguna pisca de
comida sobre la mesa.
— ¿Hice suficiente? —Reí.
Pablo sonrió, tomando su
tenedor para estar listo para el postre. —Hiciste un montón, Lali. Sólo
queríamos abastecernos hasta el próximo año… a menos que quieras hacer esto de
nuevo en Navidad. Eres un Lanzani, ahora. Espero que estés con nosotros en cada
día de fiesta, y no para cocinar.
Miré a Peter cuya sonrisa
se había desvanecido, y mi corazón se hundió. Tenía que decirle pronto.
—Gracias, Pablo.
—No le digas eso, papá,
—dijo Bautista—. Ella tiene que cocinar. ¡No he tenido una comida decente desde
que tenía cinco años! —Se llevó un bocado de pastel de nuez a la boca, gimiendo
con satisfacción.
Me sentía como en casa,
sentada en una mesa llena de hombres recostados en sus sillas, frotándose la
barriga.
La emoción me embargó
cuando fantaseé con la idea de Navidad y la Pascua, y cada otro día de fiesta
que pasaría con ellos. No quería nada más que formar parte de esta rota y
fuerte familia que adoraba.
Cuando los pasteles se
terminaron, los hermanos de Peter comenzaron a limpiar la mesa y los gemelos se
dirigieron al fregadero.
—Yo lo hago. —dije,
poniéndome de pie.
Pablo sacudió la cabeza.
—No, no lo harás. Los chicos pueden encargarse de eso. Peter y tú vayan al sofá
a descansar. Has trabajado duro, hermana.
Los gemelos se salpicaron
el uno al otro con el agua y Bautista maldijo cuando se resbaló en un charco y
dejó caer un plato. Pepo les llamó la atención, tomando la escoba y el
recogedor para barrer los vidrios. Pablo les dio unas palmaditas a sus hijos en
los hombros y luego me abrazó para retirarse a su habitación.
Peter puso mis piernas
sobre su regazo y me quitó los zapatos, masajeando las puntas de mis pies con
los pulgares. Incliné mi cabeza hacia atrás y suspiré.
—Este ha sido el mejor
Acción de Gracias que hemos tenido desde que mamá murió.
Levanté la cabeza para
ver su expresión. Estaba sonriendo, pero estaba teñida de tristeza.
—Me alegro haber estado
aquí para verlo.
La expresión de Peter
cambió y me preparé para lo que estaba a punto de decir. Mi corazón latía con
fuerza con mi pecho, con la esperanza de que me preguntara que volviera con él
para poderle decir que sí. Lo que sucedió en Las Vegas parecía una eternidad,
sentada en el hogar de mi nueva familia.
—Soy diferente. No sé lo
que me pasó en Las Vegas. Ése no era yo. Estaba pensando en todo lo que podría
comprar con ese dinero, y eso fue en todo lo que estaba pensando. No vi lo
mucho que te dolía el de volver allí, pero en el fondo, creo que lo sabía.
Merezco que me dejes. Merecía todas las noches sin dormir y todo el dolor que
he sentido. Necesitaba eso para darme cuenta de lo mucho que te necesito y lo
que estoy dispuesto a hacer para mantenerte en mi vida.
Me mordí el labio,
impaciente por llegar a la parte en la que diría que sí. Quería que me llevara
de regreso al departamento y pasar toda la noche celebrando. No veía la hora de
relajarme en su nuevo sofá con Toto, ver películas y reír como antes.
—Has dicho que has
terminado conmigo, y lo acepto. Soy una persona diferente desde que te conocí.
He cambiado… para bien. Pero no importa cuánto lo intente, parece que no puedo
hacer las cosas bien contigo. Fuimos amigos primero, y no te puedo perder,
Pigeon. Siempre te amaré, pero si no puedo hacerte feliz, no tiene sentido
tratar de recuperarte. No puedo imaginarme estar con alguien más, pero voy a
ser feliz siempre y cuando seamos amigos.
— ¿Quieres ser amigos?
—Pregunté, las palabras quemándome la garganta.
—Quiero que seas feliz.
Sin importar qué.
Mis entrañas se
contrajeron antes sus palabras, y me sorprendió el dolor abrumador que sentía.
Me estaba dejando libre y era exactamente cuando no lo quería. Le podría haber
dicho que había cambiado de opinión y él retiraría todo lo que acababa de
decir, pero sabía que no era justo para ninguno de los dos volver justo en el
momento en el que él me había dejado salir.
Sonreí para luchar contra
las lágrimas. —Cincuenta dólares a que me lo agradecerás cuando conozcas a tu
futura esposa.
—Esa es una apuesta fácil.
La única mujer con la cual deseo casarme acaba de romperme el corazón.
No pude fingir una
sonrisa después de eso. Me sequé los ojos y luego me levanté. —Creo que es hora
de que me lleves a casa.
—Vamos, Pigeon. Lo
siento, eso no fue gracioso.
—No es eso, Pit. Estoy
cansada, y estoy lista para ir a casa.
Él respiró hondo y
asintió con la cabeza, poniéndose de pie. Abracé a sus hermanos despidiéndome
de ellos, le pedí a Bautista que le digiera adiós a Pablo por mí. Peter estaba
en la puerta con nuestros bolsos mientras todos se ponían de acuerdo para
volver a casa para Navidad, y yo contuve la sonrisa el tiempo suficiente hasta
salir por la puerta.
Cuando Peter me acompañó
a Morgan, su expresión todavía era de tristeza, pero el tormento había
desaparecido. Este fin de semana no fue un truco para ganarme de vuelta,
después de todo. Era una clausura.
Se inclinó para besar mi
mejilla y sostuvo la puerta abierta para mí, mirando mientras caminaba al
interior. —Gracias por hoy. No sabes lo feliz que hizo a mi familia.
Me detuve en la puerta
inferior de las escaleras. —Les dirás mañana, ¿no?
Él miró hacia el
estacionamiento y luego a mí. —Estoy casi seguro que ya lo saben. No eres la
única con una cara de póquer, Pidge.
Lo miré fijamente, sorprendida,
y por primera vez desde que lo había conocido, se alejó de mí sin mirar atrás.
CONTINUARÁ...
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¡Hola! Solo quería decir un par de cosas. Solo quedan dos capítulos más de la nove (tiene 18) así que en unos días ya se acaba. Cuando termine, subiré el segundo libro que es el que está todo narrado por Peter. Y subiré la adaptación completa para descargar (y podréis encontrar el link en la sección de "noves para descargar" arriba a la izquierda). Gracias por leer y firmar, espero que estéis disfrutando tanto de la nove como yo lo hize.
me encanta mucho la nove . .muy buena eleccion :) massssssss
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