miércoles, 26 de noviembre de 2014

Capítulo 16 (Parte 2)

NO GRACIAS (Parte 2)


El sol se fundió en los edificios fuera de la ventana, y me paré en frente de mi espejo, cepillándome el pelo mientras trataba de decidir cómo iba a fingir con Peter. ―Es sólo un día, Lali. Puedes manejar un día ―le dije al espejo.

Fingir nunca había sido un problema para mí, es por lo que iba a pasar cuando estuviésemos fingiendo por lo que estaba preocupada. Cuando Peter me dejara después de la cena, iba a tener que tomar una decisión. Una decisión que podría estar sesgada por una falsa sensación de felicidad que se presentaría para su familia.

Toc, toc.

Di media vuelta, mirando hacia la puerta. Maríaa no había vuelto a la habitación en toda la noche, y sabía que Eugenia y Nicolás ya estaban en la carretera. No me podía imaginar quién podría ser. Puse mi cepillo sobre la mesa y abrí la puerta.

―Peter ―suspiré.

― ¿Estás lista?

Levanté una ceja. ― ¿Lista para qué?

―Dijiste que te recogiera a las cinco.

Crucé los brazos sobre mi pecho. ― ¡Quise decir cinco de la mañana!

―Oh ―dijo Peter, parecía decepcionado―. Creo que debería llamar a papá y hacerle saber que no vamos a estar ahí después de todo.

― ¡Peter! ―Gemí.

―Traje el coche de Nico, así que no tenemos que lidiar con las maletas en la moto. Tienen un dormitorio disponible en el que puedes dormir. Podemos ver una película o…

― ¡No me quedo en casa de tu padre!

Su cara cayó. ―Está bien. Yo eh… te veré en la mañana.

Dio un paso atrás y cerré la puerta, apoyada contra ella. Todas las emociones que tenía se mesclaron dentro y fuera de mi interior, y lancé un suspiro de exasperación. Con la expresión decepcionada de Peter fresca en mi mente, abrí la puerta y salí, vi que estaba caminando lentamente por el pasillo, marcando su teléfono.

―Peter, espera ―giró y la mirada esperanzada en sus ojos hizo que me doliera el pecho―. Dame un minuto para empacar algunas cosas.

Una sonrisa de alivio, agradecida, se dibujó en su cara y me siguió hasta mi habitación, mirándome meter un par de cosas en una bolsa frente a la puerta.

―Todavía te amo, Pidge.

No levanté la vista. ―No lo hagas. No estoy haciendo esto por ti.

Él contuvo el aliento. ―Lo sé.

Viajamos en silencio a la casa de su padre. El coche iba cargado de energía nerviosa, y era difícil quedarse quieta frente a los fríos asientos de piel. Una vez que llegamos, Bautista y Pablo salieron al porche, todos sonrientes.

Peter llevó nuestro equipaje desde el coche, y Pablo le dio unas palmaditas en la espalda.

―Es bueno verte, hijo ―su sonrisa se amplió cuando me miró―. Lali Espósito. Estamos viendo si adelantamos la cena de mañana. Ha sido mucho tiempo desde que… bueno. Ha sido un largo tiempo.

Asentí con la cabeza y seguí a Peter a la casa. Pablo puso la mano sobre su vientre protuberante y sonrió. ―Los puse a ambos en el dormitorio de invitados, Pit. No pensé que quisieras pelear con el gemelo en tu habitación.

Miré a Peter. Era difícil verle luchar para hablar. ―Uh Lali… ella va a… va a tomar la habitación de invitados. Yo voy a quedarme en la mía.

Bautista hizo una mueca. ― ¿Por qué? Ella se ha estado quedando en tu apartamento, ¿no es cierto?

―No últimamente ―dijo, tratando desesperadamente de evitar la verdad.
Pablo y Bautista intercambiaron miradas. ―La habitación de Pepo ha sido el almacén por años, por lo que iba a dejar que tomara tu habitación. Supongo que él puede dormir en el sofá ―dijo Pablo, mirando los raídos cojines descoloridos en la sala de estar.

―No te preocupes por eso, Pablo. Estábamos tratando de ser respetuosos ―sonreí, tocándole el brazo.

Su risa rugió en toda la casa, y me acarició la mano. ―Has conocido a mis hijos, Lali. Tú debes saber que es casi malditamente imposible ofenderme.

Peter asintió con la cabeza hacia las escaleras, y yo lo seguí. Abrió la puerta con el pie y dejó nuestras bolsas en el suelo, mirando a la cama y luego se volvió hacia mí. La habitación estaba llena de paneles de color marrón, la alfombra marrón más allá del desgaste normal. Las paredes eran de un blanco sucio, la pintura desconchada en algunos lugares. Sólo vi un cuadro en la pared, encerraba una imagen de Pablo y la madre de Peter. El fondo era un retrato tipo estudio de color azul, luciendo plumas en el pelo y rostros jóvenes, sonriendo. Tenían que haber sido tomadas antes de que tuvieran los niños, ninguno de ellos podría haber tenido más de veinte años.
―Lo siento, Pidge. Voy a dormir en el suelo.

―Por supuesto que dormirás en él ―le dije, agarrándome el pelo en una coleta―. No puedo creer que me metieras en esto.

Se sentó en la cama y se frotó la cara con frustración.

―Esto va a ser una mierda. No sé en qué estaba pensando.

―Yo sé exactamente lo que estabas pensando. No soy estúpida, Peter.

Él me miró y sonrió. ―Pero aun así viniste.

―Tengo que tener todo listo para mañana ―le dije, abriendo la puerta.

Peter se puso de pie. ―Yo te ayudaré.

Pelamos a una montaña de patatas, cortamos las verduras, pusimos el pavo a que se descongelara, y comenzamos la masa de los pasteles. La primera hora fue más que incómoda, pero cuando llegaron los gemelos, todo el mundo parecía congregarse en la cocina. Pablo contaba historias sobre cada uno de sus muchachos, y nos reímos de los cuentos de otras desastrosas Acciones de Gracias cuando intentaron hacer algo más que pedir una pizza.

―Claudia era un infierno de cocinera ―reflexionó Pablo―. Pit no recuerda, pero no tenía sentido tratar después de su muerte.

―Sin presiones, Lali ―Bautista se rió entre dientes, tomando una cerveza de la nevera―. Vamos jugar a las cartas. Quiero intentar recuperar algo de mi dinero que Lali tomó.

Pablo apuntó con el dedo a su hijo. ―Nada de póker este fin de semana, Bauti. Bajé las fichas de dominó, ve a ordenarlo. Nada de apuestas, maldita sea. Lo digo en serio.

Bautista negó con la cabeza. ―Está bien, viejo, está bien.

Los hermanos de Peter serpenteaban de la cocina, y siguiendo a Bauti, deteniéndose para mirar hacia atrás. ―Vamos, Pit.

―Estoy ayudando a Pidge.

―No hay mucho más por hacer, bebé ―le dije―. Adelante.

Sus ojos se suavizaron ante mis palabras, y me tocó mi cadera. ― ¿Estás segura?
Asentí con la cabeza y se inclinó para besar mi mejilla, apretando mi cadera con los dedos antes de seguir a Bautista a la sala de juegos.

Pablo vio a sus hijos desfilar por la puerta, negando con la cabeza y sonriendo. ―Esto es increíble, lo que estás haciendo, Lali. No creo que te des cuenta de lo mucho que lo aprecio.

―La idea fue de la Pit. Me alegro de poder ayudar.

Se inclinó sobre el mostrador, tomando un trago de cerveza mientras reflexionaba sobre sus siguientes palabras. ―Peter y tú no han hablado mucho. ¿Están teniendo problemas?

Apreté el jabón para lavar platos en el fregadero mientras lo llenaba con agua caliente, tratando de pensar en algo que decir que no fuera una descarada mentira. ―Las cosas están un poco diferente, supongo.

―Eso es lo que yo pensaba. Tienes que ser paciente con él. Peter no recuerda mucho al respecto, pero era cercano a su madre, y después de haberla perdido nunca fue el mismo. Pensé que él crecería sin eso, ya sabes, con él siendo tan joven. Fue difícil para todos nosotros, pero Pit… dejó de tratar de amar a la gente después de eso. Me sorprendió que te trajera aquí. La forma en que actúa a tu alrededor, la manera en que te mira; yo sabía que eran algo especial.

Sonreí, pero mantuve mi mirada en los platos que estaba fregando.

―Peter tendrá un tiempo duro. Va a cometer un montón de errores. Creció en torno a un montón de niños sin madre y con un solitario y malhumorado hombre viejo como padre. Todos estábamos un poco perdidos después de Claudia murió, y creo que no ayudé a los niños hacer frente en la forma en que debía hacerlo. Sé que es difícil no echarle la culpa, pero tienes que amarlo, de todos modos, Lali. Tú eres la única mujer que ha amado, además de su madre. No sé lo que voy a hacer con él si lo dejas, también.

Me tragué las lágrimas y asentí con la cabeza, incapaz de responder.

Pablo apoyó su mano en mi hombro y apretó. ―Nunca lo he visto sonreír como lo hace cuando está contigo. Espero que todos mis hijos tengan una Lali algún día.

Sus pasos se desvanecieron en el pasillo y me agarré al borde de la pileta, tratando de recuperar el aliento. Sabía que pasar las vacaciones con Peter y su familia, sería difícil, pero no pensé que mi corazón se rompiera de nuevo. Los hombres bromearon y se rieron en la habitación de al lado mientras yo lavaba y secaba los platos, poniéndolos a un lado. Limpié la cocina y luego me lavé las manos, haciendo mi camino a las escaleras para pasar la noche.

Peter me agarró la mano. ―Es temprano, Pidge. ¿No vas a la cama, o si?

―Ha sido un día largo. Estoy cansada.

―Estábamos a punto de ver una película. ¿Por qué no bajas y pasas el rato?

Miré hacia arriba a las escaleras y luego a su esperanzada sonrisa. ―De acuerdo.

Me llevó de la mano al sofá, y nos sentamos juntos mientras pasaban los créditos de apertura.

―Apaga esa luz, Tato ―ordenó Pablo.

Peter pasó su brazo por encima de mí, apoyándolo sobre el respaldo del sofá. Estaba tratando de seguir fingiendo, mientras me apaciguaba. Había sido muy cuidadoso de no tomar ventaja de la situación, y me encontré en conflicto, agradecida y decepcionada. Sentada tan cerca de él, oliendo la mezcla de tabaco y su colonia, era muy difícil para mí mantener distancia, tanto física como emocional. Tal como me temía, mi decisión estaba vacilando y luché para bloquear todo lo que Pablo había dicho en la cocina.

A mitad de la película, la puerta principal se abrió y Pepo rodeó la esquina, con maletas en la mano.

― ¡Feliz Día de Acción de Gracias! ―dijo, poniendo su equipaje en el suelo.

Pablo se levantó y abrazó a su hijo mayor, y todo el mundo, menos Peter, se puso de pie para saludarlo.

― ¿No vas a saludar a Pepo? ―susurré.

No me miró mientras hablaba, mirando a su familia abrazarse y reír. ―Tengo una noche contigo. No voy a perder ni un segundo de ella.

―Hola, Lali. Es bueno verte de nuevo ―sonrió Pepo.

Peter me tocó la rodilla con su mano y miré hacia abajo, y luego a Peter. Al darse cuenta de mi expresión, Peter sacó su mano de mi pierna y entrelazó sus dedos sobre su regazo.
―Uh oh. ¿Problemas en el paraíso? ―preguntó Pepo.

―Cállate, Pepo ―se quejó de Peter.  

El estado de ánimo en la sala cambió, y yo sentía todos los ojos en mí, esperando una explicación. Sonreí nerviosa y tomó la mano de Peter entre las mías.  

―Estamos cansados. Hemos estado trabajando toda la noche en la comida ―dije, inclinando mi cabeza en el hombro de Peter.

Miró nuestras manos y luego apretó, sus cejas tirando un poco.

―Hablando de cansado, estoy agotada ―suspiré―. Voy a la cama, bebé ―miré a los demás―. Buenas noches, muchachos.

―Buenas noche, hermanita ―dijo Pablo.

Todos los hermanos de Peter me desearon buenas noches y me fui por las escaleras.  

―Voy a la cama, también ―oí decir a Peter.

―Apuesto a que sí ―se burló Bautista.

―Bastardo suertudo ―se quejó Tyler.
―Hey. No vamos a hablar de tu hermana de esa manera ―advirtió Pablo.

Mi estómago se hundió. La única familia real que había tenido en años fueron los padres de Eugenia, y aunque Mark y Pam habían estado pendientes de mí con verdadera bondad, eran prestados. Los seis rebeldes, mal hablados y adorables hombres de abajo me habían recibido con los brazos abiertos, y mañana les diría adiós por última vez.

Peter cogió la puerta de la habitación antes de que yo la cerrara y luego se congeló. ― ¿Quieres que espere en el pasillo mientras te vistes para dormir?

―Voy a saltar a la ducha. Me vestiré en el baño.  

Se frotó la nuca. ―Está bien. Voy a hacer una cama, entonces.

Asentí con la cabeza, haciendo mi camino hacia el baño. Me fregué fuertemente en la ducha en mal estado, centrándose en las manchas de agua y espuma para luchar contra el miedo abrumador que sentía tanto por la noche como por la mañana. Cuando volví a la habitación, Peter lanzó una almohada en el suelo en su improvisada cama. Ofreció una débil sonrisa antes de pasar por mi lado para tomar su turno en la ducha.

Me metí en la cama, tirando de las sábanas hasta mi pecho, tratando de ignorar las mantas en el suelo. Cuando Peter regresó, miró a la improvisada cama con la misma tristeza que yo, y luego apagó la luz, situándose en su almohada.

Estuvo en silencio por unos minutos, y luego escuché a Peter dar un miserable suspiro. ―Esta es nuestra última noche juntos, ¿no?

Esperé un momento, tratando de pensar en lo que debía decir. ―No quiero pelear, Pit. Sólo ve a dormir.

Al oírle voltear, me volví en un lado para mirarlo hacia abajo, presionando mi mejilla en la almohada. Apoyó la cabeza con su mano y me miró a los ojos.

―Te amo.

Lo observé por un momento. ―Lo prometiste.

―Prometí que no era un truco para volver a estar juntos. No lo era ―levantó su mano para tocar la mía―. Pero si eso significa estar contigo otra vez, no puedo decir que no lo consideraría.

―Me preocupo por ti. No quiero que salgas lastimado, pero deberías haber seguido mi instinto en primer lugar. No podría haber funcionado.

―Me amabas, sin embargo, ¿no?

Apreté los labios. ―Todavía lo hago.

Alzó la vista con ojos llenos de lágrimas y apretó mi mano.

― ¿Puedo pedirte un favor?

―Estoy como en medio de lo último que me pediste que hiciera ―sonreí.

Sus rasgos fueron enseñados, no afectados por mi expresión.

―Si esto es real… si estás realmente terminando conmigo… ¿me dejas abrazarte esta noche?

―No creo que sea una buena idea, Pit.

Su agarre se apretó. ― ¿Por favor? No puedo dormir sabiendo que estás sólo a unos centímetros de distancia, y nunca voy a tener la oportunidad de nuevo.

Miré sus desesperados ojos por un momento y luego fruncí el ceño. ―No voy a tener sexo contigo.

Él negó con la cabeza. ―Eso no es lo que estoy pidiendo.

Busqué en la poco iluminada habitación con mis ojos, pensando en las consecuencias, preguntándome si podía decirle que no a Peter si él cambiaba de opinión. Cerré los ojos con fuerza y luego me aparté de la orilla de la cama, bajando la manta. Se arrastró en la cama a mi lado, tirando de mí a toda prisa apretándome en sus brazos. Su pecho desnudo subía y bajaba con respiraciones irregulares, y me maldije por sentirme tan pacífica contra su piel.

―Voy a extrañar esto ―le dije.

Besó mi pelo y tiró de mí hacia él, incapaz de acercarse lo suficiente hacia mí. Hundió la cara en mi cuello y yo apoyé mi mano en su espalda en comodidad, a pesar de que estaba tan afligida como él lo estaba. Respiró hondo, y presionó su frente contra mi cuello, presionando sus dedos en la piel de mi espalda. Tan miserables como estábamos la última noche de la apuesta, esto era mucho, mucho peor.

―Yo… yo no creo que pueda hacer esto, Peter.

Tiró de mí más fuerte y sentí la primera lágrima cayendo de mi ojo por mi sien. ―No puedo hacer esto ―le dije, apretando los ojos cerrados.

―Entonces, no lo hagas ―dijo sobre mi piel―. Dame otra oportunidad.

Traté de impulsarme por debajo de él, pero su agarre era demasiado sólido para cualquier posibilidad de escape. Me cubrí la cara con ambas manos mientras mis sollozos nos sacudían a los dos.

Peter me miró, sus ojos grandes y húmedos.

Con sus dedos grandes, suaves, sacó mi mano de mis ojos y me besó en la palma de la mano. Tomé una respiración escalonada mientras miraba a mis labios y luego de vuelta a mis ojos.

―Nunca voy a amar a nadie de la forma en que te amo, Pigeon.
Inhalé y toqué su cara. ―No puedo.

―Lo sé ―dijo, con voz rota―. Nunca me convencí de que yo fuera lo suficientemente bueno para ti.

Mi rostro se arrugó y sacudí la cabeza. ―No eres sólo tú, Pit. No somos buenos el uno para el otro.

Sacudió su cabeza, queriendo decir algo, pero pensándolo mejor. Después de un largo y profundo suspiro, apoyó la cabeza contra mi pecho. Cuando los números verdes del reloj de la habitación dieron las once, las respiraciones de Peter finalmente se hicieron más lentas y niveladas. Mis ojos se abrieron grandes, y parpadeé varias veces antes de caer fuera de la conciencia.
****
― ¡Ay! ―Grité, sacando mi mano de la estufa y automáticamente atendiendo la quemadura con mi boca.

― ¿Estás bien, Pidge? ―preguntó Peter, arrastrando los pies por el suelo y deslizando una camiseta sobre su cabeza―. ¡Mierda! ¡Los pisos están jodidamente helados! ―ahogué una risita mientas lo veía saltar en un pie y luego al otro hasta que las plantas de sus pies se aclimataron a las baldosas frías.

El sol apenas asomaba entre las cortinas, y el resto de los Lanzani dormían plácidamente en sus camas. Empujé la bandeja de hojalata antigua en el horno y luego cerré la puerta, girando para enfriar mis dedos debajo del fregadero.

―Puedes volver a la cama. Sólo tengo que poner el pavo dentro.

― ¿Vienes a la cama? ―preguntó, envolviendo sus brazos alrededor de su pecho para protegerse del frio en el aire.

―Sí.

―Muéstrame el camino ―dijo, barriendo su mano hacia las escaleras.

Peter se arrancó la camisa mientras ambos empujábamos las piernas bajo las sábanas, tirando de la manta hasta el cuello. Apretó sus brazos alrededor de mí mientras tiritábamos, esperando a que nuestro calor corporal calentara el pequeño espacio entre nuestra piel y las mantas.

Sentí sus labios contra mi pelo, y luego su garganta se movió mientras hablaba. ―Mira, Pidge. Está nevando.

Me volví para hacer frente a la ventana. Los copos blancos sólo eran visibles a la luz de la lámpara de la calle. ―Es algo que se siente como Navidad ―dije, mi piel finalmente calentándose contra la suya.

Suspiró y me volví para ver su expresión. ― ¿Qué?

―No vas a estar aquí para la Navidad.

―Estoy aquí, ahora ―levantó unas de las esquinas de su boca y se inclinó para besar mis labios. Me eché hacia atrás y sacudí la cabeza. ―Pit…

Su agarre se apretó y bajó la barbilla, sus ojos castaños determinados. ―Tengo menos de veinticuatro horas contigo, Pidge. Voy a besarte. Voy a besarte un montón hoy. Todo el día. Cada vez que pueda. Si quieres que me detenga, sólo di la palabra, pero hasta que lo hagas, voy a hacer que cada segundo de mi último día cuente.

―Peter … ―Pensé en ello por un momento, y razoné que él no tenía ninguna desilusión sobre lo que sucedería cuando me llevara a casa.

Yo había llegado allí para fingir, y tan duro como fuera para los dos más tarde, no quería decirle que no.

Cuando me vio mirando sus labios, la comisura de su boca se elevó otra vez, y se inclinó para presionar su suave boca contra la mía. Comenzó dulce e inocente, pero en el momento en que sus labios se abrieron, acaricié su lengua con la mía. Su cuerpo se tensó instantáneamente, y tomó una respiración profunda por la nariz, apretándose contra mí. Dejé caer la rodilla hacia el lado y él se movió por encima de mí, sin apartar su boca de la mía.

No perdió el tiempo en desnudarme, y cuando no había más tela entre nosotros, se apoderó de las viñas de hierro de la cabecera de la cama con las dos manos, y en un rápido movimiento, estaba dentro de mí. Me mordí fuerte el labio, ahogando el grito que estaba arañando su camino hasta mi garganta. Peter se quejó contra mi boca, y yo apreté los pies contra el colchón, anclándome, de ese modo podía levantar las caderas para encontrar las suyas.

Una mano en el hierro y la otra en mi nuca, se mecía contra mí una y otra vez, y mis piernas temblaban con sus firmes y determinados movimientos. Su lengua buscó mi boca, y podía sentir la vibración de sus profundos gemidos contra mi pecho mientras seguía a su promesa de hacer memorable nuestro último día juntos. Podría pasar miles de años tratando de bloquear ese momento de mi memoria, y seguiría grabado en mi mente.

Había pasado una hora cuando apreté mis ojos cerrados, cada uno de mis nervios se centró en el temblor de mis entrañas.

Peter contuvo el aliento mientras empujaba dentro de mí una vez más, me dejé caer sobre el colchón, completamente agotada. Peter exhaló con respiraciones profundas, mudas y bañado en sudor.

Podía escuchar las voces abajo y me tapé la boca, riendo por nuestra mala conducta. Peter se volvió de lado, escaneando mi cara con sus dulces ojos marrones.

―Dijiste que sólo ibas a besarme ―sonreí.

Mientras estaba tirada al lado de su piel desnuda, viendo el amor incondicional en sus ojos, deje ir mi decepción y mi rabia y mi obstinada determinación. Yo lo amaba, y no importa cuales eran mis razones para vivir sin él, sabía que no era lo que quería. Incluso si no hubiera cambiado de opinión, era imposible para nosotros mantenernos alejados el uno del otro.

― ¿Por qué no nos quedamos en la cama todo el día? ―sonrió.

―Yo he venido aquí a cocinar, ¿recuerdas?

―No, viniste aquí para ayudarme a cocinar, y no me presentaré a trabajar durante ocho horas.

Toqué su cara, las ganas de terminar nuestro sufrimiento se hicieron insoportables. Cuando le dije que había cambiado mi opinión y que las cosas volvieron a la normalidad, no tendríamos que pasar el día fingiendo. Podríamos pasar celebrando, en su lugar.

―Peter, creo que…

―No lo digas, ¿de acuerdo? No quiero pensar en eso hasta que tenga que hacerlo ―se levantó y se puso los calzoncillos, caminando hacia mi bolso. Tiró la ropa sobre la cama y tiró de su camisa sobre su cabeza―. Quiero recordar esto como un buen día.
****
Hice los huevos para el desayuno y sándwiches para el almuerzo, y cuando el juego comenzó, empecé a comer. Peter estaba parado detrás de mí en cada oportunidad, sus brazos alrededor de mi cintura, sus labios en mi cuello. Me sorprendí a mí misma mirando el reloj, impaciente por encontrar un momento a solas con él para decirle mi decisión. Estaba ansiosa por ver la expresión de su rostro, y para volver a donde estábamos.

El día estuvo lleno de risas, conversación, y un flujo constante de quejas de Tyler sobre la constante muestra de afecto de Peter.

― ¡Consigue una habitación, Peter! ¡Jesús! ―Gimió Tyler.

―Estás volviéndote una espantosa sombra verde ―bromeó Pepo.

—Es porque me están enfadando. No estoy celoso, idiota. —se burló Tyler.

—Déjenlos en paz, Ty, —advirtió Pablo.

Cuando nos sentamos a cenar, Pablo insistió en que Peter cortara el pavo, y sonreí con orgullo cuando él se puso de pie para hacerlo. Estaba un poco nerviosa hasta que los elogios llegaron a mí. En el momento en que serví el pastel, no había ninguna pisca de comida sobre la mesa.

— ¿Hice suficiente? —Reí.

Pablo sonrió, tomando su tenedor para estar listo para el postre. —Hiciste un montón, Lali. Sólo queríamos abastecernos hasta el próximo año… a menos que quieras hacer esto de nuevo en Navidad. Eres un Lanzani, ahora. Espero que estés con nosotros en cada día de fiesta, y no para cocinar.

Miré a Peter cuya sonrisa se había desvanecido, y mi corazón se hundió. Tenía que decirle pronto. —Gracias, Pablo.

—No le digas eso, papá, —dijo Bautista—. Ella tiene que cocinar. ¡No he tenido una comida decente desde que tenía cinco años! —Se llevó un bocado de pastel de nuez a la boca, gimiendo con satisfacción.

Me sentía como en casa, sentada en una mesa llena de hombres recostados en sus sillas, frotándose la barriga.

La emoción me embargó cuando fantaseé con la idea de Navidad y la Pascua, y cada otro día de fiesta que pasaría con ellos. No quería nada más que formar parte de esta rota y fuerte familia que adoraba.

Cuando los pasteles se terminaron, los hermanos de Peter comenzaron a limpiar la mesa y los gemelos se dirigieron al fregadero.

—Yo lo hago. —dije, poniéndome de pie.

Pablo sacudió la cabeza. —No, no lo harás. Los chicos pueden encargarse de eso. Peter y tú vayan al sofá a descansar. Has trabajado duro, hermana.

Los gemelos se salpicaron el uno al otro con el agua y Bautista maldijo cuando se resbaló en un charco y dejó caer un plato. Pepo les llamó la atención, tomando la escoba y el recogedor para barrer los vidrios. Pablo les dio unas palmaditas a sus hijos en los hombros y luego me abrazó para retirarse a su habitación.

Peter puso mis piernas sobre su regazo y me quitó los zapatos, masajeando las puntas de mis pies con los pulgares. Incliné mi cabeza hacia atrás y suspiré.

—Este ha sido el mejor Acción de Gracias que hemos tenido desde que mamá murió.

Levanté la cabeza para ver su expresión. Estaba sonriendo, pero estaba teñida de tristeza.
—Me alegro haber estado aquí para verlo.

La expresión de Peter cambió y me preparé para lo que estaba a punto de decir. Mi corazón latía con fuerza con mi pecho, con la esperanza de que me preguntara que volviera con él para poderle decir que sí. Lo que sucedió en Las Vegas parecía una eternidad, sentada en el hogar de mi nueva familia.  

—Soy diferente. No sé lo que me pasó en Las Vegas. Ése no era yo. Estaba pensando en todo lo que podría comprar con ese dinero, y eso fue en todo lo que estaba pensando. No vi lo mucho que te dolía el de volver allí, pero en el fondo, creo que lo sabía. Merezco que me dejes. Merecía todas las noches sin dormir y todo el dolor que he sentido. Necesitaba eso para darme cuenta de lo mucho que te necesito y lo que estoy dispuesto a hacer para mantenerte en mi vida.

Me mordí el labio, impaciente por llegar a la parte en la que diría que sí. Quería que me llevara de regreso al departamento y pasar toda la noche celebrando. No veía la hora de relajarme en su nuevo sofá con Toto, ver películas y reír como antes.


—Has dicho que has terminado conmigo, y lo acepto. Soy una persona diferente desde que te conocí. He cambiado… para bien. Pero no importa cuánto lo intente, parece que no puedo hacer las cosas bien contigo. Fuimos amigos primero, y no te puedo perder, Pigeon. Siempre te amaré, pero si no puedo hacerte feliz, no tiene sentido tratar de recuperarte. No puedo imaginarme estar con alguien más, pero voy a ser feliz siempre y cuando seamos amigos.

— ¿Quieres ser amigos? —Pregunté, las palabras quemándome la garganta.

—Quiero que seas feliz. Sin importar qué.

Mis entrañas se contrajeron antes sus palabras, y me sorprendió el dolor abrumador que sentía. Me estaba dejando libre y era exactamente cuando no lo quería. Le podría haber dicho que había cambiado de opinión y él retiraría todo lo que acababa de decir, pero sabía que no era justo para ninguno de los dos volver justo en el momento en el que él me había dejado salir.

Sonreí para luchar contra las lágrimas. —Cincuenta dólares a que me lo agradecerás cuando conozcas a tu futura esposa.

—Esa es una apuesta fácil. La única mujer con la cual deseo casarme acaba de romperme el corazón.

No pude fingir una sonrisa después de eso. Me sequé los ojos y luego me levanté. —Creo que es hora de que me lleves a casa.

—Vamos, Pigeon. Lo siento, eso no fue gracioso.

—No es eso, Pit. Estoy cansada, y estoy lista para ir a casa.

Él respiró hondo y asintió con la cabeza, poniéndose de pie. Abracé a sus hermanos despidiéndome de ellos, le pedí a Bautista que le digiera adiós a Pablo por mí. Peter estaba en la puerta con nuestros bolsos mientras todos se ponían de acuerdo para volver a casa para Navidad, y yo contuve la sonrisa el tiempo suficiente hasta salir por la puerta.

Cuando Peter me acompañó a Morgan, su expresión todavía era de tristeza, pero el tormento había desaparecido. Este fin de semana no fue un truco para ganarme de vuelta, después de todo. Era una clausura.

Se inclinó para besar mi mejilla y sostuvo la puerta abierta para mí, mirando mientras caminaba al interior. —Gracias por hoy. No sabes lo feliz que hizo a mi familia.

Me detuve en la puerta inferior de las escaleras. —Les dirás mañana, ¿no?

Él miró hacia el estacionamiento y luego a mí. —Estoy casi seguro que ya lo saben. No eres la única con una cara de póquer, Pidge.


Lo miré fijamente, sorprendida, y por primera vez desde que lo había conocido, se alejó de mí sin mirar atrás.


CONTINUARÁ...
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¡Hola! Solo quería decir un par de cosas. Solo quedan dos capítulos más de la nove (tiene 18) así que en unos días ya se acaba. Cuando termine, subiré el segundo libro que es el que está todo narrado por Peter. Y subiré la adaptación completa para descargar (y podréis encontrar el link en la sección de "noves para descargar" arriba a la izquierda). Gracias por leer y firmar, espero que estéis disfrutando tanto de la nove como yo lo hize.

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