PABLO MARTÍNEZ (Parte 2)
Pablo me llevó
directamente a casa de Peter, manteniéndose al límite de velocidad y mi mano en
la suya. Se puso detrás de la Harley, y al igual que antes, me abrió la puerta.
Una vez que llegamos a la puerta, él se inclinó para besar mi mejilla.
—Descansa un poco. Nos
vemos esta noche. —me susurró al oído.
—Adiós. —sonreí, girando
el pomo. Cuando la empuje, la puerta cedió y me lanzó hacia adelante.
Peter me agarró del brazo
antes de caer. —Tranquila.
Me volví para ver a Pablo
mirándonos con una expresión incómoda. Se inclinó para mirar en el apartamento.
— ¿Ninguna joven humillada, varada, que tenga que darle un aventón a casa?
Peter miró a Pablo. —No
empieces conmigo.
Pablo sonrió y guiñó un
ojo. —Siempre estoy dándole problemas. No tengo la oportunidad de hacerlo a
menudo desde que él se dio cuenta que es más fácil si consigue que ellas
lleguen aquí en sus propios autos.
—Supongo que eso sí
simplifica las cosas. —dije, bromeando.
—No es gracioso, Pidge.
— ¿Pidge?
—Es uh… una abreviatura
de Pigeon. Es sólo un apodo, ni siquiera sé de dónde lo sacó. —le dije. Esa fue
la primera vez que me sentí incómoda con el nombre que Peter me había concedido
en la noche que nos conocimos.
—Tendrás que contármelo
cuando lo averigües. Suena como una buena historia. —sonrió Pablo—. Buenas
noches, Lali.
— ¿Quieres decir buenos
días? —dije, viéndolo trotar por las escaleras.
—Eso también. —gritó con
una sonrisa dulce. Peter cerró la puerta y tuve retirar mi cabeza antes de que
me golpeara con ella. — ¿Qué? —pregunté.
Peter sacudió la cabeza y
se dirigió a su dormitorio. Yo le seguí y luego salté sobre un pie para retirar
uno de mis tacones. —Él es bueno, Pit.
Suspiró y se acercó a mí.
—Te vas a lastimar. —dijo, enganchando su brazo alrededor de mi cintura con una
mano y quitando mis zapatillas con la otra. Los arrojó en el armario y luego se
quitó la camisa, caminando hacia la cama.
Abrí la cremallera de mi
vestido y lo deslicé por mis caderas, pateándolo hacia la esquina. Tiré una
camiseta sobre mi cabeza, después desabroché el sujetador, retirándolo a través
de la manga de mi camisa. Cuando acomodé mi pelo en un moño en la parte
superior de mi cabeza, me di cuenta de que él me miraba.
—Estoy segura que no hay
nada que no hayas visto antes. —le dije, poniendo los ojos en blanco. Me
deslicé bajo las sábanas y me recosté en contra de mi almohada. Él se
desabrochó el cinturón y tiró de sus pantalones hacia abajo, quitándoselos.
Esperé mientras él
permanecía en silencio por un momento. Yo estaba de espaldas a él, así que me
preguntaba qué estaba haciendo, de pie al lado de la cama en silencio. La cama
cóncavo cuando finalmente se arrastró sobre el colchón junto a mí y me puse
rígida cuando su mano se posó en mi cadera.
—No fui a una pelea esta
noche. —dijo—. Adam llamó. Pero no fui.
— ¿Por qué? —dije,
volviéndome hacia él.
—Quería asegurarme de que
llegaras a casa.
Arrugué la nariz. —No
hace falta que me cuides.
Él trazó la longitud de
mi brazo con su dedo, enviando escalofríos por mi columna vertebral. —Lo sé.
Creo que todavía me siento mal por la otra noche.
—Te dije que no me
importaba.
Se sostuvo sobre su codo,
el ceño fruncido dudosamente en su cara. — ¿Es por eso que dormiste en el
sillón? ¿Por qué no te importaba?
—No podía conciliar el
sueño después de que… tus amigas se fueron.
—Dormiste demasiado bien
en el sillón. ¿Por qué no sólo dormiste conmigo?
— ¿Quieres decir junto a
un hombre que todavía olía como un par de moscas de bar que acababa de enviar a
casa? ¡No lo sé! ¡Qué egoísta de mi parte!
Peter hizo una mueca. —Te
dije que lo siento.
—Y yo te dije que no me
importaba. Buenas noches. —le dije, volviéndome hacia el otro lado.
Unos instantes de
silencio pasaron. Él deslizó la mano en la parte superior de mi almohada,
colocando su mano sobre la mía. Acarició las delicadas partes de piel entre los
dedos y luego apretó los labios contra mi pelo. —Estuve tan preocupado de que
no me dirigieras la palabra de nuevo… creo que es peor que seas indiferente.
Mis ojos se cerraron. —
¿Qué quieres de mí, Peter? No quieres que esté molesta por lo que hiciste, pero
quieres que me importe. Le dijiste a Eugenia que no quieres nada conmigo, pero
te enojas cuando yo digo lo mismo, tanto que sales como alma que lleva el
diablo y consigues emborracharte ridículamente. No haces ningún sentido.
— ¿Es por eso que le
dijiste esas cosas a Eugenia? ¿Por qué le dije que no saldría contigo?
Apreté los dientes. Él
acababa de insinuar que yo estaba jugando con él. Formulé la respuesta más
directa que pude pensar. —No, quise decir lo que dije. Sólo que no lo decía
como un insulto.
Peter suspiró. —Yo sólo
lo dije porque, —rascó su corto cabello, nervioso—, no quiero arruinar las
cosas, Pigeon. Ni siquiera sé cómo hacer para merecerte. Estaba tratando de
comprenderlo en mi cabeza.
—Como sea. Tengo que
dormir un poco. Tengo una cita esta noche.
— ¿Con Pablo? —preguntó,
la ira filtrándose a través de su tono.
—Sí. ¿Puedo ir a dormir?
—Por supuesto, —dijo,
empujándose a sí mismo fuera de la cama y luego cerrando la puerta detrás de
él. El sillón reclinable chirrió bajo su peso y las voces ahogadas de la
televisión llenaban el pasillo. Me obligué a cerrar los ojos y traté de
calmarme lo suficiente como para quedarme dormida, aunque sólo fuera un par de
horas.
****
El reloj marcaba las 3 PM
cuando abrí los ojos. Agarré una toalla y mi bata y luego caminé hacia el
cuarto de baño. Tan pronto como cerré la cortina de la ducha, la puerta se
abrió y cerró. Esperé a que alguien hablara, pero el único sonido fue el chasquido
de la tapa del inodoro en contra de la porcelana.
— ¿Peter?
—No, soy yo, —dijo Eugenia.
— ¿Tienes que
hacer pis aquí? Tú tienes tu propio cuarto de baño.
—Nico ha estado allí
durante media hora vomitando. No entraré allí.
—Genial.
—He oído que tienes una
cita esta noche. ¡Peter está enojado! —Exclamó.
— ¡A las seis! Él es tan
dulce, Eugenia. Él es… —me detuve, suspirando. Estaba hablando efusivamente, y
no era normal en mí hablar a borbotones. Todo lo que hacía era pensar que tan
perfecto había sido desde el momento en que lo había conocido. Él era
exactamente lo que necesitaba, el polo opuesto de Peter.
— ¿Te dejó sin palabras?
—Ella rió.
Asomé mi cabeza por la
cortina. — ¡No quería volver a casa! ¡Podría haber hablado con él para siempre!
—Suena prometedor. ¿No es
un poco extraño que estés aquí?
Me metí bajo el agua,
enjuagando la espuma. —Se lo he explicado.
El inodoro se enjuagó, y
el grifo se encendió, por lo que el agua se tornó fría por un momento. Grité y
la puerta se abrió de golpe.
— ¿Pidge? —dijo Peter.
Eugenia se echó a reír.
—Sólo tiré la cadena del inodoro, Pit, cálmate.
—Oh. ¿Estás bien, Pigeon?
—Estoy genial. Fuera de
aquí. —La puerta se cerró de nuevo y suspiré—. ¿Es mucho pedir cerraduras en
las puertas? —Eugenia no respondió—. ¿Euge?
—Es realmente una lástima
que ustedes dos no pudieron estar en la misma página. Tú eres la única que podría
haber… —Suspiró—. Olvídalo. Ya no importa.
Apagué el agua y me
envolví en una toalla.
—Eres tan mala como él.
Es un virus… nadie aquí tiene sentido. Estás enojada con él, ¿recuerdas?
—Lo sé. —concordó.
Encendí mi nuevo secador
de pelo y comencé el proceso de arreglarme para mi cita con Pablo. Ricé mi
cabello y me pinté las uñas y los labios de un tono rojo profundo. Era
demasiado para una primera cita. Fruncí el ceño a mí misma en el espejo. No
debí de ofenderme cuando Peter me acusó de estar jugando juegos, después de
todo.
Tomando una última mirada de mí misma en el espejo, la
culpa se apoderó de mí. Peter estaba tratando de arreglar las cosas y yo sólo
estaba siendo terca. Salí a la sala y Peter sonrió, no era la reacción que
estaba esperando.
—Estás… hermosa.
—Gracias. —le dije,
confundida por la ausencia de irritación o celos en su voz.
Nicolás silbó. —Buena
elección, Lali. A los chicos les gusta el rojo.
—Y los rizos son
magníficos. —añadió Eugenia.
El timbre sonó y Eugenia
sonrió, agitando su mano con entusiasmo exagerado. — ¡Qué te diviertas!
Abrí la puerta. Pablo
sostenía un pequeño ramo de flores, él llevaba pantalones de vestir y corbata.
Sus ojos hicieron una recorrida sobre mí rápidamente, desde el vestido hasta mis
zapatos y luego de abajo a arriba.
—Eres la criatura más
hermosa que he visto. —dijo, sinceramente.
Miré hacia atrás para
despedirme de Eugenia, cuya sonrisa era tan grande que podía ver cada uno de
sus dientes. Nicolás tenía la expresión de un padre orgulloso y Peter mantuvo los ojos en la televisión.
Pablo me tendió la mano,
dirigiéndome a su brillante Porsche. Una vez dentro, dejó escapar una bocanada
de aire.
— ¿Qué? —Le pregunté.
—Tengo que admitirlo,
estaba un poco nervioso por recoger a la mujer con la cual Peter está enamorado… de su apartamento. No sabes
cuántas personas me han acusado de estar loco el día de hoy.
—Peter no está enamorado de mí. Él muy apenas puede
soportar estar cerca de mí a veces.
— ¿Entonces es una
relación de amor/odio? Porque cuando le conté a mis hermanos que te llevaría
cenar esta noche, todos dijeron la misma cosa. Él ha estado comportándose tan
erráticamente, incluso más de lo habitual, que todos han llegado a la misma
conclusión.
—Están equivocados.
—insistí.
Pablo meneó la cabeza
como si yo estuviera completamente desorientada. Él apoyó su mano sobre la mía.
—Será mejor que nos vayamos. Tengo una mesa esperándonos.
— ¿Dónde?
—En Biasetti. Me
arriesgué… espero que te guste la comida italiana.
Levanté una ceja. — ¿No
era un corto plazo para reservaciones? Ese lugar siempre está lleno.
—Bueno… es nuestro
restaurante. La mitad, de todos modos.
—Me gusta la comida
italiana. —sonreí.
Pablo condujo hacia el
restaurante en el límite de velocidad, usando su señal apropiadamente y
disminuyendo a una distancia razonable para cada luz amarilla. Cuando hablaba,
muy apenas retiró los ojos de la carretera. Cuando llegamos a restaurante, me
reí.
— ¿Qué? —Preguntó.
—Es sólo que eres… un
conductor muy prudente. Es algo bueno.
— ¿Diferente de la parte
trasera de la moto de Peter? —Él sonrió.
Me habría reído, pero la
diferencia no se sentía bien. —No hablemos de Peter esta noche. ¿De acuerdo?
—Muy bien. —dijo,
saliendo para abrir mi puerta.
****
Estábamos sentados
inmediatamente en nuestra mesa, junto a una enorme ventana. Aunque llevaba un
vestido, parecía pobre en comparación con las otras mujeres en el restaurante.
Ellas estaban goteando en diamantes y usando vestidos de coctel. Nunca antes había
comido en un lugar tan elegante como éste.
Pedimos y Pablo cerró el
menú sonriéndole al camarero. —Y nos trae una botella de Allegrini Amarone, por
favor.
—Por supuesto, señor.
—dijo el camarero, tomando nuestros menús.
—Este lugar es increíble.
—le susurré, apoyándome contra la mesa.
Sus ojos se suavizaron.
—Gracias, le dejaré saber a mi padre lo que piensas.
Una mujer se acercó a
nuestra mesa. Llevaba el pelo recogido en un moño francés, una raya gris
interrumpiendo el flequillo de su cabello. Traté de no mirar las brillantes
joyas reposando alrededor de su cuello o meciéndose de ida y vuelta en sus
oídos, pero sin duda alguna fueron hechos para ser vistos. Sus ojos azules se
dirigieron a mí.
Rápidamente se volvió
para mirar a mi cita. — ¿Quién es tu amiga, Pablo?
—Madre, ésta es Lali
Espósito. Lali ella es mi madre, Victoria Martínez.
Extendí mi mano y ella la sacudió sólo una vez. En un movimiento
practicado, el interés incendió los rasgos afilados de su cara y miró a Pablo.
— ¿Espósito?
Tragué saliva, preocupada
de que ella había reconocido el nombre.
La expresión de Pablo se
volvió impaciente. —Ella es de Wichita, mamá. No conoces a su familia. Ella
asiste a Eastern.
— ¿Ah, sí? —Victoria me
miró de nuevo—. Pablo estará asistiendo a Harvard el próximo año.
—Eso es lo que él dijo.
Creo que es genial. Usted debe de estar muy orgullosa.
La tensión alrededor de
sus ojos se suavizó un poco y en las comisuras de sus labios apareció una
sonrisa de suficiencia. —Lo estamos. Gracias.
Me sorprendió la forma en
que sus palabras eran educadas, más aun así goteaban con insultos. No era un
talento que había desarrollado de la noche a la mañana. La Sra. Martínez debía
haber pasado sus años restregando su superioridad a los demás.
—Es bueno verte, mamá.
Buenas noches. —Ella besó su mejilla, frotó el lápiz labial con el dedo pulgar
y luego regresó a su mesa—. Lo siento, yo no sabía que ella estaría aquí.
—Está bien. Ella parece…
genial.
Pablo se echó a reír.
—Sí, para una piraña. —Ahogué una risa y él ofreció una sonrisa de disculpa—.
Ella se ablandará. Sólo le toma un poco de tiempo.
—Esperemos que sea antes
de que te vayas a Harvard.
Hablamos sin cesar acerca
de la comida, de Eastern, cálculo e incluso sobre el Círculo. Pablo era encantador,
divertido y decía las cosas correctas. Varias personas se acercaron a Pablo
para saludarlo y él siempre me presentó con una sonrisa de orgullo. Él era
considerado como una celebridad dentro de las paredes del restaurante y cuando
nos retiramos, sentí la presión de los ojos de todos en la habitación.
— ¿Y ahora qué? —Le
pregunté.
—Me temo que tengo un
examen en Anatomía el lunes a primera hora. Tengo que estudiar. —dijo,
cubriendo mi mano con la suya.
—Mejor tú que yo. —le
dije, tratando de no sonar demasiada decepcionada.
Condujo al apartamento y
me llevó hasta las escaleras de la mano.
—Gracias, Pablo.
—sonreí—. Pase un rato fantástico.
— ¿Es demasiado pronto
para pedirte una segunda cita?
—No, para nada. —sonreí.
— ¿Te llamó mañana?
—Suena perfecto.
Luego vino el momento del
silencio incómodo. El elemento de las citas que temo. Besarse o no besarse,
odiaba esa pregunta.
Antes de que tuviera la
oportunidad de preguntarme si me besaría o no, él tomó cada lado de mi cara y
me acercó a él, presionando sus labios contra los míos. Eran suaves, cálidos y
maravillosos. Se retiró y luego me besó otra vez.
—Te hablo mañana, La.
Me despedí con la mano,
mirándolo caminar por las escaleras hacia su coche.
—Adiós.
Una vez más, cuando giré
el picaporte, la puerta se abrió de un tirón y caí hacia adelante. Peter me
atrapó y recuperé el equilibrio.
— ¿Quieres parar de hacer
eso? —Le dije, cerrando la puerta detrás de mí.
— ¿La? ¿Qué eres,
un vídeo de ejercicios? —Se burló.
— ¿Pigeon? —dije
con la misma cantidad de desdén—. ¿Una molesta ave que hace popo por toda la
acera?
—A ti te agrada Pigeon
—dijo él a la defensiva—. Es una paloma, una chica atractiva, una carta
ganadora en el póker, tú sólo elige. Tú eres mi paloma.
Me agarré de su brazo
para quitarme los tacones y luego caminé a su habitación. Cuando ya me había
cambiado en mi pijama, hice mi mejor esfuerzo para permanecer enojada con él.
Peter se sentó en la cama
y se cruzó de brazos. — ¿Pasaste un buen rato?
—Pase —suspiré—, un rato
fantástico. Un momento perfecto. Él es… —No podía pensar en una palabra
adecuada para describirlo, así que sólo negué con la cabeza.
— ¿Te besó?
Apreté los labios y
asentí con la cabeza. —Tiene unos labios realmente suaves.
Peter se estremeció. —No
me importa qué tipo de labios tiene.
—Créeme, es importante.
Me pongo nerviosa con los primeros besos, también, pero éste no fue tan malo.
— ¿Te pones nerviosa
acerca de un beso? —Preguntó, divertido.
—Sólo los primeros besos.
Los detesto.
—Yo los detestaría,
también, si tuviera que besar a Pablo Martínez.
Me reí y fui al cuarto de
baño para lavar el maquillaje de mi cara. Peter me siguió, apoyándose contra la
puerta. —Así que, ¿van a salir otra vez?
—Sí. Él me llamará
mañana. —Me sequé la cara y corrí por el corredor, saltando sobre la cama.
Peter se quedó en sus
bóxers y se sentó de espaldas a mí. Un poco desplomado, parecía estar agotado.
Los músculos de su espalda se extendieron cuando él lo hizo, él me miró por un
momento. —Si pasaron un buen rato, ¿por qué estás en casa tan temprano?
—Él tiene un examen el
lunes.
Peter arrugó la nariz. —
¿A quién le importa?
—Él está tratando de
entrar a Harvard. Tiene que estudiar.
Él resopló, arrastrándose
sobre su estómago. Lo observé meter las manos debajo de la almohada, parecía
irritado. —Sí, eso es lo que sigue diciéndole a todo mundo.
—No seas aguafiestas. Él
tiene sus prioridades… Creo que es responsable.
— ¿No debería su chica
ser una de sus prioridades?
—No soy su chica.
Hemos salido sola una vez, Pit. —lo regañé.
—Entonces, ¿Qué son? —Le
lancé una mirada sucia y él se echó a reír—. ¿Qué? ¡Tengo curiosidad!
Al ver que estaba siendo
sincero, le describí todo, desde el restaurante, la comida hasta las dulces y
divertidas cosas que dijo Pablo. Sabía que mi boca estaba congelada en una sonrisa
ridícula, pero no podía dejar de sonreír mientras describía mi perfecta noche.
Peter me miraba con una
sonrisa divertida mientras yo borboteaba, incluso haciendo preguntas. A pesar
de que él parecía frustrado con la situación de Pablo, tuve la clara sensación
de que disfrutaba verme feliz.
Peter se recostó en su
lado de la cama y yo bostecé. Nos miramos el uno al otro por un momento antes
de que él suspirara. —Me alegro de que lo hayas pasado bien, Pidge. Te lo
mereces.
—Gracias. —sonreí. El
tono de mi teléfono celular reverberó en la mesa de noche y me estiré para
mirar la pantalla.
— ¿Hola?
—Ya es mañana. —dijo Pablo.
Miré el reloj y me eché a
reír. Eran las doce y un minuto.
—Ya lo es.
—Entonces, ¿qué opinas
sobre el lunes por la noche? —Preguntó.
Me tapé la boca por un
momento y luego tomé una respiración profunda. —Eh, sí. El lunes por la noche
suena genial.
—Bien. Nos vemos el
lunes. —dijo. Podía oír la sonrisa en su voz.
Colgué el teléfono y miré
a Peter, quien observaba con leve molestia. Me aparté de él y me hice un
ovillo, tensa de la emoción.
—Eres tan empalagosa.
—dijo Peter, dándome la espalda.
Puse los ojos en blanco y
suspiré.
Se dio la vuelta, tirando
de mí hacia él. — ¿En verdad te gusta Pablo?
— ¡No lo arruines, Peter!
CONTINUARÁ...
me encantooo . .subi massssss
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