domingo, 23 de noviembre de 2014

Capítulo 12 (Parte 2)

EL UNO PARA EL OTRO (Parte 2)


Cuando llegamos solté mi pelo y pase mis dedos por él varias veces, antes de que Peter me llevara hacia la puerta.

— ¡Santo Cristo! ¡Es el idiota! —Uno de los chicos gritó.

Peter asintió. Trató de verse enojado, pero pude ver que estaba emocionado de ver a sus hermanos. La casa estaba gastada, con papel tapiz amarillo y marrón en las paredes y distintos tonos de café en las alfombras.

Caminamos por un pasillo hasta una puerta abierta de par en par. El humo de cigarro salía de la habitación, y allí estaban su padre y hermanos, sentados alrededor de una mesa con sillas disparejas.

—Hey, Hey… Cuiden el lenguaje frente a la señorita. —dijo su papá, moviendo el cigarro en su boca al hablar.

—Pidge, éste es mi papá, Pablo Lanzani. Papá, ésta es Pigeon.

— ¿Pigeon? —Preguntó Pablo, divertido.

—Lali. —Sonreí, sacudiendo su mano.

Peter apuntó a sus hermanos. —Bautista, Tato, Tyler, y Pepo.

Todos asintieron, y todos menos Pepo lucían como versiones mayores de Peter; sus cabellos casi rapados, ojos marrones, sus camisas estiradas en los trabajados músculos, y cubiertos en tatuajes. Pepo llevaba una camisa de vestir y la corbata suelta, sus ojos eran verde avellana, y su cabello rubio oscuro era un poco más largo.

— ¿Lali tiene apellido? —Preguntó Pablo.

—Espósito. —Asentí.

—Es un placer conocerte, Lali. —dijo Pepo, sonriendo.


—Un gran placer. —dijo Bauti, mirándome de arriba abajo.

Pablo lo golpeó en la nuca y él saltó.

— ¿Qué dije? —Preguntó, sobándose la cabeza.

—Siéntate, Lali. Míranos quitarle el dinero a Peter. —Uno de los gemelos dijo. No supe quién era quién; ambos eran una total copia del otro, hasta sus tatuajes coincidían.

La habitación estaba decorada con fotografías antiguas de juegos de póker, fotos de leyendas posando con Pablo y a quién asumía era el abuelo de Peter, y cartas viejas en los estantes.

Los ojos de Pablo brillaban. — ¿Sabes quién es Stu Unger?

Asentí. —Mi papá es un fan también.

Se levantó, apuntando hacia la fotografía junto a él. —Y ese de allí es Doyle Brunson.

Sonreí. —Mi papá lo vio jugar una vez. Es increíble.


—El abuelito de Peter era un profesional… Nos tomamos el póker muy en serio por aquí. —Sonrió Pablo.

Me senté en medio de Peter y uno de los gemelos, mientras Bautista mezclaba las cartas con moderada habilidad. Los chicos pusieron su dinero y Pablo dividió las fichas.  

Trenton levantó una ceja. — ¿Quieres jugar, Lali?

Sonreí educadamente y sacudí la cabeza. —No creo que debería.

— ¿No sabes cómo? —Preguntó Pablo.

No pude evitar sonreír. Pablo se veía tan serio, casi paternal. Sabía la respuesta que él esperaba, y odiaba decepcionarlo.

Peter besó mi frente. —Juega… Yo te enseño.

—Deberías darle un beso de despedida a tu dinero en este momento, Lali. —Pepo rió.

Presioné mis labios y busqué en mi bolso, sacando dos billetes de cincuenta. Se los tendí a Pablo y esperé pacientemente a que me los cambiara por fichas. La cara de Bautista se estiró en una sonrisa satisfecha, pero lo ignoré.

—Tengo fe en las habilidades para enseñar de Peter. —dije.

Uno de los gemelos aplaudió. — ¡Demonios, sí! ¡Me voy a ser rico esta noche!

—Empecemos con poco esta vez. —dijo Pablo, tirando una ficha de cinco dólares.

Bautista repartió, y Peter jugó mi mano por mí. — ¿Has jugado cartas alguna vez?

—Ha pasado un tiempo. —Asentí.

—No se vale el Go Fish, Pollyanna. —dijo Bautista, mirando sus cartas.  

—Cierra la boca, Bauti. —Soltó Peter, mirando a su hermano antes de volver su vista a mi mano—. Estás buscando cartas altas, números consecutivos, y de la misma clase si eres muy afortunada.

En la primera mano Peter miró mis cartas y yo las suyas. Básicamente asentía y sonreía, jugando cuando me decían que lo hiciera. Ambos, Peter y yo perdimos, y mis fichas habían disminuido para el final de la primera ronda.
Luego de que Pepo repartiera, no le permití a Peter ver mis cartas. —Creo que lo tengo. —dije.

— ¿Estás segura? —Preguntó.

—Estoy segura, bebé. —Sonreí.

Tres manos después, ya había recuperado mis fichas y bajado la de los demás con un par de Ases, una escalera y la carta más alta.

— ¡Mierda! —Se quejó Bautista—. ¡La suerte de principiantes apesta!

—Tienes a una chica que aprende rápido, Pit. —dijo Pablo, moviendo la boca alrededor de su cigarro.  

Peter tomó un sorbo de su cerveza. — ¡Me estás haciendo orgulloso, Pigeon! —Sus ojos estaban brillantes de emoción, y su sonrisa era diferente a la que siempre le había visto.

—Gracias. —Sonreí.

—Aquellos que no pueden, enseñan. —Pepo sonrió satisfecho.

—Muy gracioso, imbécil. —Murmuró Peter.

Cuatro manos después, tomé lo último de mi cerveza y encogí los ojos hacia el único hombre en la mesa que no se había rendido. —Está de tu parte, Tato. ¿Vas a seguir siendo un bebé o vas a dar la cara como un hombre?

— ¡Que se joda! —dijo, poniendo lo último de sus fichas.

Peter me miró, animado. Me recordó a la expresión de aquellos cuando lo venían pelear.

— ¿Qué tienes, Pigeon?

— ¿Tato? —Pregunté.

Una gran sonrisa cruzó su cara. — ¡Flush! —Gritó, abriendo sus cartas en la mesa.

Cinco pares de ojos se dirigieron a mí. Escaneé la mesa y luego tiré mis cartas. — ¡Acepten su derrota y lloren, chicos! ¡Ases y ochos! —dije, riendo.

— ¿Un Full House? ¿Qué demonios? —Bauti lloró.

—Lo siento. Siempre quise decir eso. —dije, tomando mis fichas.

Los ojos de Pepo se encogieron. —Esto no es sólo suerte de principiantes. Ella juega.

Peter miró a Pepo por un momento y luego giró la vista hacia mí. — ¿Has jugado alguna vez, Pidge?

Junté mis labios y me encogí de hombros, dando mi mejor mirada inocente. La cabeza de Peter se fue hacia atrás dejando escapar una gran risotada. Trató de hablar, pero no pudo, y enterró su puño en la mesa.

— ¡Tu novia nos acaba de estafar! —dijo Tato, apuntando en mi dirección.

— ¡DE NINGUNA JODIDA MANERA! —Se quejó Bautista, levantándose.

—Buen plan, Peter. Traer un tiburón de cartas a la noche de póker. —dijo Pablo, guiñándome.  

— ¡No lo sabía! —dijo él, sacudiendo la cabeza.

— ¡Tonterías! —Me miró Pepo.

— ¡En serio! —Soltó entre risas.

—Odio decirlo, hermano. Pero creo que me enamoré de tu chica. —dijo Tyler.

—Hey, ya. —Soltó Peter, su sonrisa inmediatamente convirtiéndose en una mueca.

—Ya está bueno. Estaba solamente dejándotela fácil, Lali, pero quiero mi dinero de vuelta, ahora. —Advirtió Bautista.

Peter no jugó en las próximas rondas, viendo a sus hermanos luchar por recuperar su dinero. Mano tras mano, les gané sus fichas, y mano tras manos, Pepo me miraba más de cerca. Cada vez que mostraba mis cartas, Peter y Pablo reían, Tato maldecía, Tyler proclamaba su innegable amor por mí, y Bauti soltaba una rabieta.

Una vez sentados en el salón, cambie mis fichas por dinero y le di cien dólares a cada uno. Pablo se negó, pero los hermanos aceptaron con gratitud. Peter tomó mi mano y caminamos a la puerta. Pude ver que estaba triste, así que apreté mi mano en la suya.

— ¿Qué sucede, bebé?

— ¡Acabas de regalar cuatrocientos dólares, Pidge! —Frunció el ceño.

—Si esto hubiera sido en una noche de póker en Sig Tau, me los hubiera quedado. No les puedo robar a tus hermanos la primera vez que los conozco.

— ¡Ellos se hubieran quedado con tu dinero! —dijo.

—No lo hubiera dudado ni por un segundo, tampoco. —Rió Tyler.

Pepo me miraba en silencio desde la esquina de la habitación.

— ¿Por qué sigues mirando a mi chica, Pepo?

— ¿Cuál fue que dijiste era su apellido? —Preguntó Pepo.

Apoyé mi peso en la otra pierna, nerviosa. Peter notando mi incomodidad, volteó la mirada a su hermano y abrazó mi cintura. No estaba segura si lo hizo como una reacción protectora o si se estaba preparando para lo que su hermano podría decir.

—Es Espósito. ¿Por qué?

—Puedo entender por qué no lo averiguaste antes de esta noche, Pit, pero ya no tienes ninguna excusa. —dijo Pepo, satisfecho.

— ¿De qué mierda estás hablando? —Preguntó Peter.

— ¿Por casualidad no estarás emparentada con Carlos Espósito? —Preguntó Pepo.

Todas las cabezas se voltearon en mi dirección, y nerviosamente recogí mi pelo hacia atrás. — ¿De dónde conoces a Carlos?

Peter torció su cabeza para poder mirarme. —Es uno de los mejores jugadores de póker que haya existido. ¿Lo conoces?

Me estremecí, sabiendo que finalmente había sido arrinconada para contar la verdad. —Es mi padre.

Toda la habitación explotó.

— ¡DE NINGUNA JODIDA MANERA!

— ¡LO SABÍA!

— ¡ACABAMOS DE JUGAR CON LA HIJA DE CARLOS ESPÓSITO!

— ¿CARLOS ESPÓSITO? ¡SANTA MIERDA!

Pepo, Pablo y Peter eran los únicos que no gritaban. —Les dije que no debía jugar. —dije.

—Si nos hubieras dicho que eras la hija de Carlos Espósito, tal vez te hubiéramos tomado más en serio. —dijo Pepo.

Miré a Peter, quien me miraba con asombro.

— ¿Tú eres Lucky Thirteen? —Preguntó, sus ojos estaban un poco nublados.

Bautista se levantó y me apuntó, su boca se abrió en asombro. — ¡Lucky Thirteen está en nuestra casa! ¡De ninguna manera! ¡No lo creo, joder!

—Ese fue un apodo que la prensa me dio. Y la historia no era exactamente correcta. —dije.

—Necesito llevar a Lali a casa, chicos. —dijo Peter, todavía mirándome.

Pablo me miró por encima de sus lentes. — ¿Por qué no era correcta?


—Yo no le quité la suerte a mi papá. Es decir, que ridículo. —Reí, enredando un mechón de pelo alrededor de mi dedo, nerviosa.

Pepo sacudió la cabeza. —No, Pablo dio esa entrevista. Dijo que a la media noche de tu decimotercer cumpleaños su suerte se acabó.

—Y la tuya empezó. —Añadió Peter.

— ¡Fuiste criada por mafiosos! —dijo Bauti, riendo con emoción.

—Oh… no. —Reí una vez—. Ellos no me criaron. Sólo estuvieron alrededor… bastante.

—Es una pena, Pablo soltándole tu nombre a la mafia por medio de la prensa. Eras sólo una niña. —dijo Pablo, sacudiendo la cabeza.

—En todo caso, fue suerte de principiantes. —dije, tratando de esconder mi humillación.

—Fuiste enseñada por Carlos Espósito —dijo Pablo, sacudiendo la cabeza en asombro—. Estabas jugando profesionalmente y ganando a la edad de trece años, por Cristo santo. —Miró a Peter—. No apuestes en su contra, hijo. Ella no pierde.
Peter me miró entonces, sus ojos aún sorprendidos y desorientados. —Uh… Nos tenemos que ir, papá. Adiós, chicos.

La profunda y emocionada voz de la familia de Peter se desvaneció cuando él me arrastró por la puerta hasta su moto. Me agarré el cabello en un moño, y ajusté mi chaqueta, esperando a que hablara. Se subió a la moto sin palabras, y yo me monté en el asiento detrás de él.

Estaba segura que sentía que no había sido honesta con él, y probablemente estaba avergonzado de haberse enterado de una parte tan importante de mi vida al mismo tiempo que su familia. Esperaba una gran discusión al llegar a su apartamento, e inventé una docena de disculpas para el momento en que llegamos a la puerta.

Me llevó por el pasillo de la mano, y me ayudó con la chaqueta.

Tiré del gancho color caramelo que ataba mi cabello, el cual calló por mis hombros en gruesas ondas. —Sé que estás enojado conmigo —dije sin poder mirarlo a los ojos—. Discúlpame que no te lo dije, pero no es algo de lo que hablo.

— ¿Enojado contigo? —dijo—. Estoy tan caliente que no puedo ver claramente. Le acabas de robar el dinero a los imbéciles de mis hermanos sin siquiera pestañear, lograste asombrar a mi papá, y estoy bastante seguro de que perdiste a propósito aquella apuesta que hicimos antes de mi pelea.

—Yo no diría eso…

Levantó la barbilla. — ¿Pensaste que ibas a ganar?

—Bueno… no, no exactamente. —dije, quitándome los tacones.

Peter sonrió. —Entonces, querías estar aquí conmigo. Creo que me acabo de enamorar de ti de nuevo.

— ¿Cómo es que no estás enojado en este momento? —Pregunté, tirando mis zapatos al closet.

Suspiró y asintió. —Es algo bastante importante, Pidge. Debiste habérmelo dicho. Pero entiendo por qué no lo hiciste. Viniste aquí para apartarte de todo eso. Es como si el cielo se abriera… ahora todo tiene sentido.

—Bueno, eso es un alivio.

Lucky Thirteen. —dijo, sacudió la cabeza y me sacó la camisa.

—No me llames así, Peter. No es algo bueno.

— ¡Eres jodidamente famosa, Pigeon! —Soltó, sorprendido por mis palabras. Desabotonó mis jeans y los bajó hasta mis tobillos, ayudándome a sacarlos.

—Mi padre me odió luego de eso. Todavía me culpa por todos sus problemas.

Peter se arrancó la camisa y me abrazó a él. —Todavía no puedo creer que la hija de Carlos Espósito está parada frente a mí, he estado contigo todo este tiempo y no tenía ni idea.

Lo empujé lejos. —No soy la hija de Carlos Espósito, Peter. Eso fue lo que dejé atrás. Soy Lali. ¡Sólo Lali! —dije, caminando al closet. Arranqué una camisa de su gancho y me la puse.

Suspiró. —Lo siento. Estoy un poco sorprendido.

— ¡Solamente soy yo! —Llevé las palmas de mis manos contra mi pecho, desesperada porque entendiera.

—Sí, pero…

—Pero nada. La manera en que me estás mirando en este instante. Es justamente por eso que no te lo había dicho. —Cerré los ojos—. No voy a vivir así de nuevo, Pit. Ni siquiera contigo.

— ¡Whoa! Cálmate, Pigeon. No nos dejemos llevar. —Sus ojos se concentraron y caminó hacia mí, envolviéndome en sus brazos—. No me importa lo que fuiste o lo que ya no eres. Sólo te quiero a ti.

—Entonces, supongo que tenemos eso en común.

Me llevó hacia la cama, sonriéndome. —Somos sólo tú y yo contra el mundo, Pidge.

Me acurruqué junto a él, acomodándome en el colchón. Nunca planeé que nadie excepto Eugenia se enterara de Carlos, y nunca esperé que mi novio perteneciera a una familia de aficionados al póker. Suspiré profundo, presionando mi mejilla contra su pecho.

— ¿Qué sucede? —Preguntó.

—No quiero que nadie se entere, Pit. No quería que te enteraras.

—Te amo, Lali. No lo volveré a mencionar, ¿de acuerdo? Tu secreto está a salvo conmigo. —dijo, besando mi frente.
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—Sr. Lanzani, ¿Cree que puede bajar el tono hasta después de la clase? —dijo el Profesor Cheney, refiriéndose a mi risa mientras Peter enterraba su nariz en mi cuello.

Aclaré mi garganta, sintiendo como mis mejillas se encendían en vergüenza.

—No lo creo, Dr. Cheney. ¿Le ha echado un buen vistazo a mi chica? —dijo Peter, señalándome.

La risa inundó el salón, y mi cara se incendió. El Profesor Cheney me miró con cara medio divertida y medio incomoda, y luego le sacudió la cabeza a Peter.

—Sólo haga lo mejor que pueda. —dijo Cheney.  

La clase se volvió a reír, y yo me hundí en mi asiento. Peter recostó su brazo en la espalda de mi silla, y la clase continuó. Luego de que terminara la hora, Peter me acompañó a mi próxima clase.
—Perdóname si te avergüenzo. No lo puedo evitar.

—Inténtalo.

Pablo caminó junto a nosotros, y cuando le devolví su asentimiento con una sonrisa educada, sus ojos brillaron. —Hola, Lali. Te veo adentro. —Caminó al salón, y Peter lo fulminó por unos tensos segundos.

—Oye —Jalé su brazo hasta que me miró—. Olvídate de él.

—Le ha estado diciendo a los chicos en la fraternidad que aún lo llamas.

—Eso no es verdad. —dije, inafectada.

—Yo lo sé, pero ellos no. Dice que sólo está esperando su turno. Le dijo a Brad que tú sólo estás esperando por el momento correcto para dejarme, y que lo llamas para decirle cuán infeliz eres. Me está empezando a molestar.

—Tiene una gran imaginación. —Miré a Pablo, y cuando se encontró con mis ojos lo fulminé con la mirada.

— ¿Te enojarías si te avergüenzo una vez más?
Me encogí de hombros, y Peter no perdió tiempo en meterme al salón. Se detuvo en mi mesa, poniendo mi bolso en el piso. Miró a Pablo y luego me jaló hacia él, y me besó, profundo y determinado. Trabajó mis labios en su usual manera reservada sólo para el dormitorio, y no pude evitar tomar su camisa con ambos puños.

Los murmullos y las risas se volvieron más fuertes luego de que era claro que Peter no se iba a apartar pronto.  

— ¡Creo que la dejó embarazada! —Alguien desde el final del salón gritó, riéndose.

Me separé con los ojos cerrados, tratando de recuperar mi aliento. Cuando miré a Peter, él me devolvía la mirada con la misma fuerza retenida.  

—Sólo intentaba probar un punto. —Murmuró.

—Buen punto. —Asentí.

Peter sonrió, besó mi mejilla y luego miró a Pablo quien estaba echando humo en su asiento.

—Te veo en el almuerzo. —Guiñó.


Caí en mi silla y suspiré, tratando de disipar el hormigueo en medio de mis piernas.

Soporté toda la clase de Cálculo, y cuando la hora terminó, vi a Pablo apoyado en la pared junto a la puerta.

—Pablo. —Asentí. Determinada en no darle la reacción que él quería.

—Sé que estás con él, no tiene que violarte en frente de toda una clase para mostrármelo.

Me detuve de inmediato y me preparé para atacar. —Entonces, tal vez deberías dejar de decirle a tus hermanos de fraternidad que yo todavía te llamo. Lo vas a molestar demasiado, y no me voy a sentir mal cuando entierre su bota en tu trasero.

Arrugó la nariz. —Escúchate. Te has estado juntando demasiado con Peter.

—No, está soy yo. Es solamente un lado de mí que no conocías.

—No fue como si me hubieras dado la oportunidad, ¿cierto?

Suspiré. —No quiero pelear contigo, Pablo. Simplemente no funcionó, ¿está bien?
—No, no está bien. ¿Crees que disfruté siendo el hazme reír de Eastern? Peter Lanzani es el tipo que apreciamos sólo porque nos hace lucir bien. Él usa a las chicas, las bota, e incluso los mayores idiotas de Eastern parecen Príncipes Azules frente a Peter.

— ¿Cuándo vas a abrir los ojos y vas a ver que él es diferente ahora?

—Él no te ama, Lali. Solamente eres un brillante juguete nuevo. Aunque luego de la escena que hizo en el salón, asumo que ya no eres tan brillante.

Mi mano voló a su cara antes de darme cuenta que lo había hecho.

—Si hubieras esperado dos segundos, te hubiera ahorrado el esfuerzo, Pidge. —dijo Peter, empujándome detrás de él.

Tomé su brazo. —Peter, no.

Pablo se veía un poco nervioso, mientras el perfecto contorno rojo de mi mano aparecía en su mejilla.

—Te lo advertí. —dijo Peter, empujando a Pablo violentamente contra la pared.

La mandíbula de Pablo se tensó, y me fulminó con la mirada. —Considera esto un cierre, Peter. Ahora puedo ver que ustedes dos están hechos el uno para el otro.

—Gracias. —dijo Peter, llevando su brazo a mis hombros.

Pablo se separó de la pared y caminó inmediatamente al otro lado del pasillo, hacia las escaleras, cerciorándose de que Peter no lo seguía con una rápida mirada.

— ¿Estás bien? —Preguntó Peter.

—Me duele la mano.

Sonrió. —Eso fue asombroso, Pidge. Estoy impresionado.

—Probablemente me va a demandar y terminaré pagando su carrera en Harvard. ¿Qué estás haciendo aquí? Pensé que nos íbamos a encontrar en la cafetería.

Un lado de su boca se levantó en una sonrisa maliciosa. —No me podía concentrar en clases. Todavía estoy sintiendo ese beso.

Miré por el pasillo y luego a él. —Ven conmigo.
Sus cejas se unieron sobre su sonrisa. — ¿Qué?

Caminé hacia atrás, arrastrándolo hasta que sentí la manilla del laboratorio de Física. La puerta se abrió, y con una mirada hacia atrás, vi que estaba solo y oscuro. Jalé su mano, riéndome por su expresión confusa, y luego tranqué la puerta, empujándolo contra ella.

Lo besé y se rió. — ¿Qué estamos haciendo?

—No quiero que no seas capaz de concentrarte en clases. —dije, besándolo de nuevo. Me levantó y enredé mis piernas a su alrededor.

—No estoy seguro de qué hice sin ti todo este tiempo —dijo, sosteniéndome con una mano y desabotonándose el cinturón con la otra—. Pero nunca lo quiero averiguar. Eres todo lo que siempre he querido, Pigeon.


—Solo recuerda eso cuando tome todo tu dinero en el próximo juego de póker —dije, quitándome la camisa.


CONTINUARÁ...

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