CERDO (PARTE 2)
Media hora más tarde empacamos
nuestras cosas en su Honda y nos dirigimos al apartamento. Eugenia muy apenas
tomó una respiración entre sus divagaciones mientras conducía. Ella sonó la
bocina cuando se estacionó frente al apartamento. Nicolás corrió por las
escaleras, y sacó nuestras maletas del maletero, siguiéndonos por las
escaleras.
—Está abierto. —resopló.
Eugenia abrió la puerta y
la mantuvo abierta. Nicolás gruñó cuando puso nuestro equipaje en el suelo. —
¡Jesús, Bebé! ¡Tú maleta pesa nueve kilos más que la de Lali!
Eugenia y yo nos quedamos
inmóviles cuando una mujer salió del cuarto de baño, abotonándose la blusa.
—Hola. —dijo ella,
sorprendida. Sus ojos llenos de rímel corrido nos examinaron antes de observar
el equipaje. La reconocí como la morena de piernas largas que Peter había
seguido de la cafetería.
Eugenia miró a Nicolás.
Él levantó las manos. —
¡Ella está con Peter!
Peter apareció en la
esquina en un par de calzoncillos y bostezó. Él miró a su invitada, y luego le
dio unas palmaditas en el espada. —Mis invitados están aquí. Es mejor que te
vayas.
Ella sonrió y echó los
brazos alrededor de él, besando su cuello. —Voy a dejar mi número de teléfono
en el mostrador.
—Eh… no te preocupes por
eso. —dijo Peter en tono casual.
— ¿Qué? —Preguntó, inclinándose
hacia atrás para mirarlo a los ojos.
— ¡Otra vez! —dijo Eugenia.
Ella miró a la mujer—. ¿Cómo es que estás sorprendida por esto? ¡Él es Peter
follador Lanzani! Él es famoso por esto mismo, y aun así se sorprenden. —dijo,
volviéndose a Nicolás. Él puso su brazo alrededor de ella, haciendo un gesto
para que se calmara.
La chica entrecerró los
ojos hacia Peter y luego agarró su bolso y salió, cerrando la puerta detrás de
ella.
Peter caminó a la cocina
y abrió la nevera como si nada hubiera pasado.
Eugenia negó con la
cabeza y caminó por el pasillo. Nicolás la siguió, balanceando su cuerpo para
compensar el peso de la maleta mientras caminaba.
Me dejé caer sobre el
sillón y suspiré, preguntándome si estaba loca por haber aceptado venir. No
sabía que el apartamento de Nicolás era una puerta giratoria para chicas
cabezas huecas.
Peter estaba detrás de la
barra de desayuno, cruzó sus brazos sobre su pecho y sonrió. — ¿Qué pasa, Pidge?
¿Día duro?
—No, estoy profundamente
disgustada.
—¿Conmigo? —Él estaba
sonriendo. Debería haber sabido que él esperaba esta conversación. Eso sólo me
hizo menos dispuesta a detenerme.
—Sí, contigo.
¿Cómo puedes usar a alguien así como así y tratarlas de esa manera?
—¿Cómo la traté? Ella
ofreció su número, yo me negué.
Mi boca se abrió ante su
falta de remordimiento. —¿Tendrás relaciones sexuales con ella, pero no tomarás
su número?
Peter se inclinó sobre el
mostrador con los codos. —¿Por qué iba a querer su número si no la iba a
llamar?
—¿Por qué dormir con ella
si no la vas a llamar?
—No prometo nada a nadie,
Pidge. Ella no estipuló una relación antes de extender sus piernas en mi sofá.
Miré el sofá con
repugnancia. —Ella es la hija de alguien, Peter. ¿Qué pasa si, en un futuro,
alguien trata así a tu hija?
—Mi hija sabrá algo mejor
que quitarse las bragas por un imbécil que acaba de conocer, vamos a decirlo de
esa manera.
Me crucé de brazos,
enfadada de que él tuviera razón. —Así que, además de admitir que eres un
imbécil, estás diciendo que porque ella se acostó contigo, ¿ella merecía ser
desechada como un gato callejero?
—Estoy diciendo que fui
honesto con ella. Ella es un adulto, fue de mutuo acuerdo… ella estaba un poco
ansiosa al respecto si quieres saber la verdad. Actúas como si he cometido un
crimen.
—Ella no parecía entender
tus intenciones, Peter.
—Las mujeres suelen
justificar sus acciones con lo que sus cabezas les dicen. Ella no me dijo por
adelantado que esperaba una relación más de lo que yo le dije que esperaba sexo
sin compromiso. ¿Cómo es diferente?
—Eres un cerdo.
Peter se encogió de
hombros. —Me han llamado peor.
Miré el sofá, los cojines
todavía ladeados y amontonados por su uso reciente. Retrocedí ante la idea de
cuántas mujeres se han ofrecido a sí mismas sobre esa tela.
—Creo que dormiré en el
sillón reclinable. —me quejé.
— ¿Por qué?
Lo miré, furiosa por su
expresión confusa.
— ¡No dormiré en esa
cosa! ¡Dios sabe sobre lo que estaría acostándome!
CONTINUARÁ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario