jueves, 13 de noviembre de 2014

Capítulo 2 (Parte 2)

CERDO (PARTE 2)


Media hora más tarde empacamos nuestras cosas en su Honda y nos dirigimos al apartamento. Eugenia muy apenas tomó una respiración entre sus divagaciones mientras conducía. Ella sonó la bocina cuando se estacionó frente al apartamento. Nicolás corrió por las escaleras, y sacó nuestras maletas del maletero, siguiéndonos por las escaleras.

—Está abierto. —resopló.

Eugenia abrió la puerta y la mantuvo abierta. Nicolás gruñó cuando puso nuestro equipaje en el suelo. — ¡Jesús, Bebé! ¡Tú maleta pesa nueve kilos más que la de Lali!

Eugenia y yo nos quedamos inmóviles cuando una mujer salió del cuarto de baño, abotonándose la blusa.

—Hola. —dijo ella, sorprendida. Sus ojos llenos de rímel corrido nos examinaron antes de observar el equipaje. La reconocí como la morena de piernas largas que Peter había seguido de la cafetería.

Eugenia miró a Nicolás.

Él levantó las manos. — ¡Ella está con Peter!   

Peter apareció en la esquina en un par de calzoncillos y bostezó. Él miró a su invitada, y luego le dio unas palmaditas en el espada. —Mis invitados están aquí. Es mejor que te vayas.

Ella sonrió y echó los brazos alrededor de él, besando su cuello. —Voy a dejar mi número de teléfono en el mostrador.

—Eh… no te preocupes por eso. —dijo Peter en tono casual.

— ¿Qué? —Preguntó, inclinándose hacia atrás para mirarlo a los ojos.

— ¡Otra vez! —dijo Eugenia. Ella miró a la mujer—. ¿Cómo es que estás sorprendida por esto? ¡Él es Peter follador Lanzani! Él es famoso por esto mismo, y aun así se sorprenden. —dijo, volviéndose a Nicolás. Él puso su brazo alrededor de ella, haciendo un gesto para que se calmara.

La chica entrecerró los ojos hacia Peter y luego agarró su bolso y salió, cerrando la puerta detrás de ella.

Peter caminó a la cocina y abrió la nevera como si nada hubiera pasado.
Eugenia negó con la cabeza y caminó por el pasillo. Nicolás la siguió, balanceando su cuerpo para compensar el peso de la maleta mientras caminaba.

Me dejé caer sobre el sillón y suspiré, preguntándome si estaba loca por haber aceptado venir. No sabía que el apartamento de Nicolás era una puerta giratoria para chicas cabezas huecas.

Peter estaba detrás de la barra de desayuno, cruzó sus brazos sobre su pecho y sonrió. — ¿Qué pasa, Pidge? ¿Día duro?

—No, estoy profundamente disgustada.

—¿Conmigo? —Él estaba sonriendo. Debería haber sabido que él esperaba esta conversación. Eso sólo me hizo menos dispuesta a detenerme.

—Sí, contigo. ¿Cómo puedes usar a alguien así como así y tratarlas de esa manera?

—¿Cómo la traté? Ella ofreció su número, yo me negué.

Mi boca se abrió ante su falta de remordimiento. —¿Tendrás relaciones sexuales con ella, pero no tomarás su número?
Peter se inclinó sobre el mostrador con los codos. —¿Por qué iba a querer su número si no la iba a llamar?  

—¿Por qué dormir con ella si no la vas a llamar?

—No prometo nada a nadie, Pidge. Ella no estipuló una relación antes de extender sus piernas en mi sofá.

Miré el sofá con repugnancia. —Ella es la hija de alguien, Peter. ¿Qué pasa si, en un futuro, alguien trata así a tu hija?

—Mi hija sabrá algo mejor que quitarse las bragas por un imbécil que acaba de conocer, vamos a decirlo de esa manera.

Me crucé de brazos, enfadada de que él tuviera razón. —Así que, además de admitir que eres un imbécil, estás diciendo que porque ella se acostó contigo, ¿ella merecía ser desechada como un gato callejero?

—Estoy diciendo que fui honesto con ella. Ella es un adulto, fue de mutuo acuerdo… ella estaba un poco ansiosa al respecto si quieres saber la verdad. Actúas como si he cometido un crimen.

—Ella no parecía entender tus intenciones, Peter.  

—Las mujeres suelen justificar sus acciones con lo que sus cabezas les dicen. Ella no me dijo por adelantado que esperaba una relación más de lo que yo le dije que esperaba sexo sin compromiso. ¿Cómo es diferente?

—Eres un cerdo.

Peter se encogió de hombros. —Me han llamado peor.  

Miré el sofá, los cojines todavía ladeados y amontonados por su uso reciente. Retrocedí ante la idea de cuántas mujeres se han ofrecido a sí mismas sobre esa tela.

—Creo que dormiré en el sillón reclinable. —me quejé.

— ¿Por qué?

Lo miré, furiosa por su expresión confusa.


— ¡No dormiré en esa cosa! ¡Dios sabe sobre lo que estaría acostándome!


CONTINUARÁ... 

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