PUNTO CRUCIAL (Parte 2)
Pablo me llevó al
apartamento, aparcando en el estacionamiento. Cuando me beso, sus labios se
mantuvieron en los míos. Tiró del freno de mano mientras sus labios viajaron a
lo largo de mi mandíbula al oído, y luego hacia mi cuello. Me tomó por sorpresa
y dejé escapar un suspiro en respuesta.
—Eres tan hermosa
—susurró—. He estado distraído durante toda la noche, con tu pelo retirado
fuera de tu cuello. —Él repartió besos por mi cuello y exhalé, un gemido
escapando con mi aliento.
— ¿Por qué tardaste
tanto? —Sonreí, levantando mi barbilla para darle mejor acceso.
Pablo se enfocó en mis
labios. Agarró cada lado de mi cara, dándome un beso un poco más firme que de
costumbre. No teníamos mucho espacio en el coche, pero hicimos que el reducido
espacio estuviera a nuestro favor. Se apoyó en mí, doblé mi rodilla cuando me
dejé caer contra la ventana. Su lengua se deslizó dentro de mi boca y su mano
tomó mi tobillo y luego la deslizó a lo largo de mi pierna a mi muslo. Las
ventanas se empañaron en minutos con nuestra respiración dificultosa, pegándose
en las heladas ventanas. Sus labios rozaron mi clavícula y luego su cabeza se
elevó cuando el cristal vibró con varios golpes fuertes.
Pablo se sentó y yo me
enderecé, ajustando mi vestido. Di un salto cuando la puerta se abrió. Peter y
Eugenia estaban al lado del coche. Eugenia tenía una expresión simpática y Peter
parecía estar a punto de una rabieta.
— ¿Qué demonios, Pit?
—Gritó Pablo.
De pronto, la situación
se sintió peligrosa. Nunca había oído a Pablo levantar la voz, los nudillos de Peter
estaban blancos mientras él apretaba sus manos en puños a los costados—y yo
estaba en medio.
La mano de Eugenia
parecía minúscula cuando la colocó en el voluminoso brazo de Peter, sacudiendo
la cabeza hacia Pablo en una alerta silenciosa.
—Vamos, Lali. Necesito
hablar contigo —dijo.
— ¿Sobre qué?
— ¡Sólo ven! —gritó.
Miré a Pablo, viendo la
irritación en sus ojos. —Lo siento, me tengo que ir.
—No, está bien. Ve.
Peter me ayudó a salir
del Porsche y luego pateó la puerta, cerrándola. Me volteé, interponiéndome
entre él y el coche, empujando su hombro. — ¿Qué te pasa? ¡Basta!
Eugenia parecía nerviosa.
No tomó mucho tiempo saber por qué. Peter olía a whisky; ella había insistido
en acompañarlo o él le había pedido que viniera. De cualquier manera, ella era
un elemento de disuasión a la violencia.
Las ruedas del Porsche de
Pablo chillaron fuera del estacionamiento y Peter encendió un cigarrillo.
—Puedes entrar, Euge.
Ella tiró de mi falda.
—Vamos, Lali.
— ¿Por qué no te quedas, La?
—Bulló.
Asentí con la cabeza para
que Eugenia siguiera adelante y de mala gana ella cumplió. Me crucé de brazos,
lista para una pelea, preparándome para arremeterlo contra la inevitable
charla. Peter tomó varias caladas de su cigarrillo y cuando fue obvio que él no
iba a explicar nada, mi paciencia se agotó.
— ¿Por qué hiciste
eso? —Le pregunté.
— ¿Por qué?
¡Porque estaba follándote delante de mi apartamento! —Gritó. Sus ojos estaban
desenfocados y podía ver que él era incapaz de tener una conversación racional.
Mantuve mi voz tranquila.
—Puede que esté quedándome en tu casa, pero lo que hago, y con quien lo haga,
es mi problema.
Tiró el cigarrillo al
suelo. —Eres mucho mejor que eso, Pidge. No dejes que te folle en un coche como
una barata cita de graduación.
— ¡No iba a tener
relaciones sexuales con él!
Hizo un gesto hacia el
espacio vacío donde el coche de Pablo estaba. — ¿Qué estaban haciendo,
entonces?
— ¿Nunca has besado a
alguien sin que llegue a nada más?
Frunció el ceño y sacudió
la cabeza como si estuviera hablando galimatías. — ¿Cuál es el punto en eso?
—Es el concepto que
existe para mucha gente… sobre todo para aquellos que tienen citas.
—Todas las ventanas
estaban empañadas, el coche se estaba sacudiendo… ¿Cómo iba yo a saber? —dijo,
agitando sus brazos en la dirección del estacionamiento vacío.
— ¡Tal vez no deberías
espiarme!
Se frotó la cara y
sacudió la cabeza. —No puedo soportar esto, Pigeon. Siento que me estoy
volviendo loco.
Tiré mis manos al aire y
las dejé caer golpeando mis muslos. — ¿No puedes soportar qué?
—Si tú duermes con él, no
quiero saberlo. Iré a la cárcel por mucho tiempo si me entero que… simplemente
no me lo digas.
—Peter —bullí—. ¡No puedo
creer que hayas dicho eso! ¡Eso es un gran paso para mí!
— ¡Eso es lo que todas
las chicas dicen!
— ¡No me refiero a las
putas con las que lidias! ¡Me refiero a mí! —Dije, sosteniendo mi mano
contra mi pecho—. ¡Yo no he… ugh! No importa.
Me alejé de él, pero me
agarró del brazo, girándome hacia él.
— ¿Tú no qué? —preguntó.
No le respondí; no tenía que hacerlo. Podía ver el reconocimiento atravesar su
rostro y se rió una vez—. ¿Eres virgen?
— ¿Y qué? —dije, la
sangre arremolinándose en mis mejillas.
Sus ojos se dirigieron a
los míos. —Es por eso que Eugenia estaba tan segura que no irías tan lejos.
—Tuve el mismo novio los
cuatro años de escuela secundaria. ¡Él era un aspirante a ministro bautista!
¡Esto nunca fue un tema para nosotros!
La ira de Peter se
desvaneció y el alivio era evidente en sus ojos. — ¿Un ministro de la juventud?
¿Qué pasó después de toda la dura abstinencia?
—Él quería casarse y
quedarse en… Kansas. Yo no lo hacía. —Estaba desesperada por cambiar de tema.
La diversión en los ojos de Peter era lo suficientemente humillante. No quería
que él cavara más lejos en mi pasado.
Dio un paso hacia mí y
sostuvo cada lado de mi cara. —Virgen —dijo, sacudiendo la cabeza—. Nunca me lo
hubiera imaginado con la forma en que bailaste en The Red.
—Muy gracioso. —le dije,
dirigiéndome a las escaleras.
Peter intentó seguirme,
pero tropezó y cayó, volviéndose boca arriba y riendo histéricamente.
— ¿Qué estás haciendo?
¡Levántate! —dije, ayudándolo a ponerse de pie.
Enganchó su brazo
alrededor de mi cuello y le ayudé a subir las escaleras. Nicolás y Eugenia ya
estaban en cama, por lo que sin ayuda a plena vista, me quité los tacones para
evitar romperme los tobillos al guiar a Peter a la habitación. Cayó de espaldas
a la cama, tirando de mí con él.
Cuando aterrizamos, mi
cara estaba a pocos centímetros de la suya. Su expresión era repentinamente
seria. Se inclinó, casi besándome, pero lo alejé. Las cejas de Peter se
elevaron.
—Ya basta, Pitt —dije.
Me abrazó fuertemente
contra él hasta que dejé de luchar y luego alejó la correa de mi vestido,
haciendo que ésta colgara de mi hombro. —Desde que la palabra virgen salió de
tus labios… tengo una urgencia repentina de ayudarte a salir de este vestido.
—Qué mal. Estabas
dispuesto a matar a Pablo por la misma razón hace veinte minutos, así que no
seas un hipócrita.
—Al diablo con Pablo. Él
no te conoce como yo.
—Anda, Peter. Vamos a
quitarte la ropa y meterte a la cama.
—De eso es de lo que
estoy hablando. —rió entre dientes.
— ¿Cuánto has bebido?
—pregunté, consiguiendo finalmente poner mi pie entre sus piernas.
—Lo suficiente. —sonrió,
tirando del dobladillo de mi vestido.
—Probablemente superaste lo
suficiente hace mucho, —le dije, dándole una palmada en la mano. Coloqué mi
rodilla en el colchón junto a él y tirando de su camisa sobre su cabeza.
Intentó tomarme otra vez pero lo agarré de la muñeca, oliendo el hedor de acre
en el aire—. Dios, Pit, apestas a Jack Daniels.
—Jim Beam —corrigió con una inclinación ebria.
—Huele a madera quemada y
productos químicos.
—Sabe así, también. —dijo
riendo. Abrí la hebilla de su cinturón y tiré de los bucles. Se echó a reír con
las sacudidas del movimiento y luego levantó la cabeza para mirarme—. Es mejor
que cuides tu virginidad, Pidge. Sabes que me gusta duro.
—Cállate. —dije,
desabrochándole los pantalones vaqueros, deslizándolos hacia abajo sobre sus
caderas y luego sus piernas. Tiré los vaqueros al suelo y me paré con las manos
en mis caderas, mi respiración era dificultosa. Sus piernas estaban colgando de
la cama, sus ojos cerrados y su respiración profunda y pesada. Se había quedado
dormido.
Tomé una respiración
profunda y caminé al armario. Sacudiendo mi cabeza mientras revolvía la ropa.
Abrí la cremallera del vestido y lo empujé hacia abajo sobre mis caderas,
dejándolo caer hasta los tobillos. Lo pateé a la esquina, deshice la cola de
caballo, sacudiendo el pelo.
El armario estaba lleno
de su ropa y la mía, solté una respiración, soplando mi cabello fuera de mi
rostro mientras buscaba a través del desorden por una camiseta. Mientras que
retiraba una de la percha, Peter se estrelló contra mi espalda, envolviendo sus
brazos alrededor de mi cintura.
— ¡Me asustaste hasta la
mierda! —Me quejé.
Deslizó sus manos sobre
mi piel. Me di cuenta de que se sentían diferentes; lentos y pausados. Cerré
los ojos cuando tiró de mí contra él y enterró su cara en mi pelo, acariciando
mi cuello. El sentir su piel desnuda contra la mía, hizo que me tomara un
momento para protestar.
—Peter …
Tiró de mi pelo a un lado
y rozó sus labios a lo largo de mi espalda, de un hombro a otro, soltando el
broche de mi sujetador. Besó la piel desnuda en la base de mi cuello y cerré
los ojos, la cálida suavidad de su boca se sentía demasiado bien para detenerlo.
Un silencioso gemido escapó de su garganta cuando él apretó su pelvis contra la
mía, y pude sentir lo mucho que me deseaba a través de sus bóxers. Contuve la
respiración, sabiendo que lo único que nos mantenía de ese gran paso que hace
momentos estaba en contra eran sólo dos piezas de tela delgada.
Peter me volvió hacia él
y luego presionó contra mí, inclinando mi espalda contra la pared. Nuestros
ojos se encontraron, y pude ver el dolor en su expresión mientras analizaba mi
piel desnuda. Lo había visto persuadir a las mujeres, pero esto era diferente.
Él no me quería conquistar; él quería que le dijera que sí.
Se inclinó para besarme,
deteniéndose a tan sólo una pulgada de distancia. Podía sentir el calor
radiando de su piel contra mis labios, y tuve que detenerme a mí misma de
atraerlo el resto del camino. Sus dedos se clavaron en mi piel mientras él
deliberaba, y luego sus manos se deslizaron desde mi espalda hasta el
dobladillo de mi ropa interior. Su dedo índice se deslizó por mis caderas,
entre mi piel y el tejido de encaje, y en el momento en que estaba a punto de
tirar hacia abajo los delicados hilos, dudó. Justo cuando abrí la boca para
decir sí, cerró los ojos.
—No así. —susurró,
rozando sus labios contra los míos—. Te deseo, pero no sucederá así.
Se tambaleó hacia atrás,
cayendo sobre su espalda en la cama, y yo me quedé por un momento con los
brazos cruzados a través de mi estómago. Cuando su respiración se reguló, metí
mis brazos a través de la camisa que aún tenía en la mano y tiré de ella sobre
mi cabeza. Peter no se movió y dejé escapar una respiración de alivio, sabiendo
que no podría contenernos a cualquiera de nosotros si él se despertaba con una
menos honorable perspectiva.
Me apresuré al sillón
reclinable y me desplomé en él, cubriendo mi cara con mis manos. Sentí las
capas de frustración danzando de un lado a otro para luego estrellarse en sí
dentro de mí. Pablo se había ido sintiéndose menospreciado, Peter esperó hasta
que yo estaba viendo a alguien—alguien quien realmente me gustaba—para mostrar
un interés en mí y yo parecía ser la única chica con la cual no era capaz de
dormir, incluso, cuando estaba ebrio.
****
A la mañana siguiente, serví el jugo de
naranja en un vaso grande y tomé un sorbo mientras sacudía la cabeza al ritmo
de la música que descendía de mi iPod. Me había despertado antes de que saliera
el sol, y luego me retorcí en el sillón hasta las ocho. Después de eso, decidí
limpiar la cocina para pasar el rato hasta que mis menos ambiciosos compañeros
se despertaran. Había cargado el lavavajillas, barrido y trapeado, y luego
limpié los mostradores. Cuando la cocina estaba reluciente, agarré la cesta de
ropa limpia y me senté en el sofá, doblándola hasta que hubo más de una docena
de pilas de ella rodeándome.
Murmullos provinieron de la habitación de Nicolás.
Eugenia rió y luego se quedó en silencio unos minutos más, seguido por ruidos
que me hicieron sentir un poco incómoda estar sentada sola en la sala de estar.
Apilé los montones de ropa doblada en la cesta
y la llevé a la habitación de Peter, sonriendo al ver que no se había movido
del lugar donde cayó la noche anterior. Dejé la cesta en el suelo y tiré de la
sábana sobre él, ahogando una risa cuando se dio la vuelta.
—Ven, Pigeon —dijo, murmurando algo inaudible
antes de que su respiración se tornara lenta y profunda.
No pude evitar verlo dormir, sabiendo que él
estaba soñando sobre mí envió una emoción a través de mis venas que no podía
explicar. Peter se quedó en silencio, así que tomé una ducha, esperando el
sonido de que alguien despierto calmaría los gemidos de Nicolás y Eugenia y los
crujidos y los golpes contra la pared. Cuando apagué el agua, me di cuenta de
que ellos no estaban preocupados de quién los pudiera escuchar.
Me peiné, poniendo los ojos en blanco ante los
gritos de Eugenia, más pareciendo a un perro de lana que a una estrella de
porno. El timbre de la puerta sonó y agarré mi bata azul y ajusté el cinturón,
trotando a través de la habitación hacia la puerta. Los ruidos de la habitación
de Nicolás se detuvieron de inmediato y abrí la puerta para encontrarme con un
Pablo sonriente.
—Buenos días —dijo.
Retiré mi pelo mojado hacia atrás con los
dedos. — ¿Qué estás haciendo aquí?
—No me gustó la forma en que nos despedimos
ayer por la noche. Salí esta mañana para buscar tu regalo de cumpleaños, y no
podía esperar para dártelo. Así que —dijo, sacando una caja brillante del
bolsillo de la chaqueta—, feliz cumpleaños, La.
Puso el paquete en mi mano y me incliné para
besarlo en la mejilla. —Gracias.
—Ábrelo. Quiero ver tu cara cuando lo hagas.
Metí el dedo por debajo de la cinta en la
parte inferior de la caja y luego retiré el papel, entregándoselo. Una pulsera
de brillantes diamantes reposaba en la caja.
—Pablo. —susurré.
Sonrió. — ¿Te gusta?
—Por supuesto —dije sosteniendo el brazalete
en frente de mi cara en admiración—, pero es demasiado. No podría aceptar esto
aunque hubiésemos estado saliendo por un año, mucho menos a la semana.
Pablo hizo una mueca. —Pensé que dirías eso.
Busqué de arriba a abajo toda la mañana por tu perfecto regalo de cumpleaños, y
cuando lo vi, supe que sólo había un lugar donde debía pertenecer —dijo,
tomándolo de mis dedos y colocándolo alrededor de mi muñeca—. Y tenía razón. Se
ve increíble en ti.
Levanté mi muñeca y sacudí la cabeza,
hipnotizada por el brillo de colores que desprendían a la luz del sol. —Es lo
más hermoso que he visto. Nadie nunca me había dado algo tan… —caro vino
a mi mente, pero no quería decir eso—, elaborado. No sé qué decir.
Pablo se echó a reír y luego besó mi mejilla.
—Di que lo llevarás mañana.
Sonreí de oreja a oreja. —Lo llevaré —le dije,
observando mi muñeca.
—Me alegro que te guste. La expresión en tu
rostro vale la pena por las siete tiendas a las que fui.
Suspiré. — ¿Fuiste a siete tiendas? —Él
asintió con la cabeza y tomé su rostro entre mis manos—. Gracias. Es perfecto
—le dije, besándolo rápidamente.
Me abrazó fuerte. —Tengo que irme. Tengo un
almuerzo con mis padres, pero te llamo después, ¿de acuerdo?
—Está bien. ¡Gracias! —Llamé detrás de él,
mirándolo trotar por las escaleras.
Me apresuré a entrar en el apartamento, sin
poder apartar los ojos de mi muñeca.
— ¡Mierda, Lali! —Dijo Eugenia, tomando mi
mano—. ¿De dónde sacaste esto?
—Pablo lo trajo. Es mi regalo de cumpleaños
—le dije.
Eugenia me miró boquiabierta y luego hacia a
la pulsera.
— ¿Él te compró una pulsera de diamantes?
¿Después de una semana? Si no lo supiera mejor, ¡diría que tienes una
entrepierna mágica!
Me reí en voz alta, comenzando un ridículo
festival de risa en la sala de estar.
Nicolás salió de su habitación, viéndose
cansado y satisfecho. — ¿Sobre qué están chillando los pastelitos de frutas?
Eugenia levantó mi muñeca. — ¡Mira! ¡Su regalo
de cumpleaños de Pablo!
Nicolás entrecerró los ojos y después se
agrandaron.
—Vaya.
— ¿Verdad que sí? —dijo Eugenia, asintiendo
con la cabeza.
Peter tropezó en la vuelta de la esquina,
pareciendo un poco enfermo. —Ustedes son jodidamente ruidosos —gimió,
abotonándose sus vaqueros.
—Lo siento —le dije, tirando de mi mano del
agarre de Eugenia. Nuestro casi-momento se deslizó en mi mente y parecía que no
podía verlo a los ojos.
Se tomó el resto de mi jugo de naranja y luego
se secó su boca. — ¿Quién diablos me dejó beber tanto ayer por la noche?
Eugenia se burló. —Tú lo hiciste. Te fuiste a
comprar un quinto después de que Lali se fuese con Pablo y arruinaste todo el
asunto cuando ella regresó.
—Maldita sea —dijo, sacudiendo la cabeza—. ¿Te
divertiste? —Preguntó, mirándome.
— ¿Hablas en serio? —Pregunté,
mostrando mi ira antes de pensarlo.
— ¿Qué?
Eugenia se echó a reír. —La sacaste del coche
de Pablo, viendo todo rojo cuando los sorprendiste acaramelados como
estudiantes de secundaria. ¡Empañaron las ventanas y todo!
Los ojos de Peter se desenfocaron, buscando
los recuerdos de la noche anterior en su mente. Traté de sofocar mi temperamento.
Si él no recordaba sacándome del coche, entonces no recordaría que estuve a
punto de entregarle mi virginidad en una bandeja de plata.
— ¿Qué tan cabreada estás? —preguntó, haciendo
una mueca.
—Bastante. —Estaba furiosa de que mis
sentimientos no tenían nada que ver con Pablo. Apreté la bata y pisoteé por el
pasillo. Los pasos de Peter estaban detrás de mí.
—Pidge —dijo, capturando la puerta cuando la
cerré en su cara. Poco a poco la abrió y se puso delante de mí, esperando para
sufrir ante mi ira.
— ¿No recuerdas nada de lo que me dijiste la
noche anterior? —Le pregunté.
—No. ¿Por qué? ¿Fui grosero contigo? —Sus ojos
inyectados de sangre estaban cargados de preocupación, lo que sólo sirvió para
amplificar mi ira.
— ¡No, no fuiste grosero conmigo! Tú…
nosotros… —Cubrí mis ojos con mis manos y luego me congelé cuando sentí la mano
de Peter en mi muñeca.
— ¿De dónde salió esto? —dijo, mirando la
pulsera.
—Es mía. —le dije, alejándome de él.
Él no quitaba los ojos de encima de mi muñeca.
—Nunca la había visto antes. Parece nueva.
—Lo es.
— ¿De dónde la has sacado?
—Pablo me la dio hace unos quince minutos —le
dije, mirando su expresión pasar de la confusión a la ira.
— ¿Qué diablos estaba haciendo ese imbécil aquí?
¿Pasó la noche aquí? —Preguntó, levantando la voz con cada pregunta.
Me crucé de brazos. —Él fue de compras en
busca de mi regalo de cumpleaños esta mañana y lo trajo.
—No es tu cumpleaños, todavía. —Su rostro se
volvió en un intenso color rojo mientras intentaba mantener su temperamento
bajo control.
—No podía esperar. —dije, levantando la barbilla
con orgullo.
—No es de extrañar que tuve que arrastrar tu
trasero de su coche, parece que tú… —Se detuvo, presionando sus labios.
Entrecerré los ojos. — ¿Qué? Parece como si
estuviera, ¿Qué?
Su mandíbula se tensó y tomó una respiración
profunda, soplando a través de su nariz. —Nada. Estoy cabreado e iba a decir
algo que no quería decir.
—Nunca te has detenido antes.
—Lo sé. Estoy trabajando en ello —dijo
caminando hacia la puerta—. Dejaré que te vistas.
Cuando tomó el pomo, se detuvo, frotándose el
brazo. Tan pronto como sus dedos tocaron el morete purpura que se acumulaba
bajo su piel, levantó su codo y vio la contusión. Él la miró por un momento y
luego se volvió hacia mí.
—Me caí en las escaleras la noche anterior. Y
tú me ayudaste a llegar a la cama… —dijo, analizando las imágenes borrosas en
su mente.
Mi corazón latía con fuerza y tragué saliva
cuando noté que lo había recordado. Sus ojos se estrecharon. —Nosotros
—comenzó, dando un paso hacia mí, mirando el armario y luego a la cama.
—No, no lo hicimos. No pasó nada —dije,
sacudiendo la cabeza.
Se encogió, la memoria, obviamente,
repitiéndose en su mente. —Empañaron las ventanas de Pablo, te saqué del coche
y después traté de… —dijo, sacudiendo la cabeza. Se dio la vuelta hacia la
puerta y cogió el pomo, sus nudillos blancos—. Estás volviéndome en un jodido
psicópata, Pigeon —gruñó sobre su hombro—. No puedo pensar bien cuando estoy
cerca de ti.
— ¿Así que es mi culpa?
Se dio la vuelta. Sus ojos se posaron en de mi
rostro a mi bata, a mis piernas y luego a los pies, después volviendo a mis
ojos. —No sé. Mi memoria es un poco confusa… pero no recuerdo que dijeras que
no.
Di un paso adelante, dispuesta a discutir ese
hecho irreverente, pero no pude. Él estaba en lo cierto. — ¿Qué quieres que
diga, Peter?
Miró la pulsera y luego a mí con ojos
acusadores. — ¿Estabas esperando que no lo recordara?
— ¡No! ¡Estaba furiosa porque se te olvidó!
Sus ojos marrones se clavaron en los míos. — ¿Por
qué?
—Porque si yo… si nosotros… ¡No sé por qué!
¡Sólo lo estaba!
Él atravesó por la habitación, deteniéndose a
centímetros de mí. Sus manos tocaron cada lado de mi rostro. — ¿Qué estamos
haciendo, Pidge?
Mis ojos comenzaron en su
cinturón y luego se deslizaron sobre los músculos y tatuajes de su estómago y
pecho, reposando, finalmente, en el cálido color marrón de sus ojos. —Tú
dímelo.
CONTINUARÁ...
me encantaaaaa . .subi massssss
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