lunes, 17 de noviembre de 2014

Capítulo 6 (Parte 2)

PUNTO CRUCIAL (Parte 2)


Pablo me llevó al apartamento, aparcando en el estacionamiento. Cuando me beso, sus labios se mantuvieron en los míos. Tiró del freno de mano mientras sus labios viajaron a lo largo de mi mandíbula al oído, y luego hacia mi cuello. Me tomó por sorpresa y dejé escapar un suspiro en respuesta.

—Eres tan hermosa —susurró—. He estado distraído durante toda la noche, con tu pelo retirado fuera de tu cuello. —Él repartió besos por mi cuello y exhalé, un gemido escapando con mi aliento.
— ¿Por qué tardaste tanto? —Sonreí, levantando mi barbilla para darle mejor acceso.

Pablo se enfocó en mis labios. Agarró cada lado de mi cara, dándome un beso un poco más firme que de costumbre. No teníamos mucho espacio en el coche, pero hicimos que el reducido espacio estuviera a nuestro favor. Se apoyó en mí, doblé mi rodilla cuando me dejé caer contra la ventana. Su lengua se deslizó dentro de mi boca y su mano tomó mi tobillo y luego la deslizó a lo largo de mi pierna a mi muslo. Las ventanas se empañaron en minutos con nuestra respiración dificultosa, pegándose en las heladas ventanas. Sus labios rozaron mi clavícula y luego su cabeza se elevó cuando el cristal vibró con varios golpes fuertes.

Pablo se sentó y yo me enderecé, ajustando mi vestido. Di un salto cuando la puerta se abrió. Peter y Eugenia estaban al lado del coche. Eugenia tenía una expresión simpática y Peter parecía estar a punto de una rabieta.

— ¿Qué demonios, Pit? —Gritó Pablo.

De pronto, la situación se sintió peligrosa. Nunca había oído a Pablo levantar la voz, los nudillos de Peter estaban blancos mientras él apretaba sus manos en puños a los costados—y yo estaba en medio.
La mano de Eugenia parecía minúscula cuando la colocó en el voluminoso brazo de Peter, sacudiendo la cabeza hacia Pablo en una alerta silenciosa.

—Vamos, Lali. Necesito hablar contigo —dijo.
— ¿Sobre qué?

— ¡Sólo ven! —gritó.

Miré a Pablo, viendo la irritación en sus ojos. —Lo siento, me tengo que ir.

—No, está bien. Ve.

Peter me ayudó a salir del Porsche y luego pateó la puerta, cerrándola. Me volteé, interponiéndome entre él y el coche, empujando su hombro. — ¿Qué te pasa? ¡Basta!

Eugenia parecía nerviosa. No tomó mucho tiempo saber por qué. Peter olía a whisky; ella había insistido en acompañarlo o él le había pedido que viniera. De cualquier manera, ella era un elemento de disuasión a la violencia.

Las ruedas del Porsche de Pablo chillaron fuera del estacionamiento y Peter encendió un cigarrillo. —Puedes entrar, Euge.

Ella tiró de mi falda. —Vamos, Lali.

— ¿Por qué no te quedas, La? —Bulló.

Asentí con la cabeza para que Eugenia siguiera adelante y de mala gana ella cumplió. Me crucé de brazos, lista para una pelea, preparándome para arremeterlo contra la inevitable charla. Peter tomó varias caladas de su cigarrillo y cuando fue obvio que él no iba a explicar nada, mi paciencia se agotó.

— ¿Por qué hiciste eso? —Le pregunté.

— ¿Por qué? ¡Porque estaba follándote delante de mi apartamento! —Gritó. Sus ojos estaban desenfocados y podía ver que él era incapaz de tener una conversación racional.

Mantuve mi voz tranquila. —Puede que esté quedándome en tu casa, pero lo que hago, y con quien lo haga, es mi problema.

Tiró el cigarrillo al suelo. —Eres mucho mejor que eso, Pidge. No dejes que te folle en un coche como una barata cita de graduación.

— ¡No iba a tener relaciones sexuales con él!
Hizo un gesto hacia el espacio vacío donde el coche de Pablo estaba. — ¿Qué estaban haciendo, entonces?

— ¿Nunca has besado a alguien sin que llegue a nada más?

Frunció el ceño y sacudió la cabeza como si estuviera hablando galimatías. — ¿Cuál es el punto en eso?

—Es el concepto que existe para mucha gente… sobre todo para aquellos que tienen citas.

—Todas las ventanas estaban empañadas, el coche se estaba sacudiendo… ¿Cómo iba yo a saber? —dijo, agitando sus brazos en la dirección del estacionamiento vacío.

— ¡Tal vez no deberías espiarme!

Se frotó la cara y sacudió la cabeza. —No puedo soportar esto, Pigeon. Siento que me estoy volviendo loco.

Tiré mis manos al aire y las dejé caer golpeando mis muslos. — ¿No puedes soportar qué?

—Si tú duermes con él, no quiero saberlo. Iré a la cárcel por mucho tiempo si me entero que… simplemente no me lo digas.

—Peter —bullí—. ¡No puedo creer que hayas dicho eso! ¡Eso es un gran paso para mí!

— ¡Eso es lo que todas las chicas dicen!

— ¡No me refiero a las putas con las que lidias! ¡Me refiero a ! —Dije, sosteniendo mi mano contra mi pecho—. ¡Yo no he… ugh! No importa.

Me alejé de él, pero me agarró del brazo, girándome hacia él.

— ¿Tú no qué? —preguntó. No le respondí; no tenía que hacerlo. Podía ver el reconocimiento atravesar su rostro y se rió una vez—. ¿Eres virgen?

— ¿Y qué? —dije, la sangre arremolinándose en mis mejillas.

Sus ojos se dirigieron a los míos. —Es por eso que Eugenia estaba tan segura que no irías tan lejos.

—Tuve el mismo novio los cuatro años de escuela secundaria. ¡Él era un aspirante a ministro bautista! ¡Esto nunca fue un tema para nosotros!  

La ira de Peter se desvaneció y el alivio era evidente en sus ojos. — ¿Un ministro de la juventud? ¿Qué pasó después de toda la dura abstinencia?

—Él quería casarse y quedarse en… Kansas. Yo no lo hacía. —Estaba desesperada por cambiar de tema. La diversión en los ojos de Peter era lo suficientemente humillante. No quería que él cavara más lejos en mi pasado.

Dio un paso hacia mí y sostuvo cada lado de mi cara. —Virgen —dijo, sacudiendo la cabeza—. Nunca me lo hubiera imaginado con la forma en que bailaste en The Red.

—Muy gracioso. —le dije, dirigiéndome a las escaleras.

Peter intentó seguirme, pero tropezó y cayó, volviéndose boca arriba y riendo histéricamente.

— ¿Qué estás haciendo? ¡Levántate! —dije, ayudándolo a ponerse de pie.

Enganchó su brazo alrededor de mi cuello y le ayudé a subir las escaleras. Nicolás y Eugenia ya estaban en cama, por lo que sin ayuda a plena vista, me quité los tacones para evitar romperme los tobillos al guiar a Peter a la habitación. Cayó de espaldas a la cama, tirando de mí con él.  

Cuando aterrizamos, mi cara estaba a pocos centímetros de la suya. Su expresión era repentinamente seria. Se inclinó, casi besándome, pero lo alejé. Las cejas de Peter se elevaron.

—Ya basta, Pitt —dije.

Me abrazó fuertemente contra él hasta que dejé de luchar y luego alejó la correa de mi vestido, haciendo que ésta colgara de mi hombro. —Desde que la palabra virgen salió de tus labios… tengo una urgencia repentina de ayudarte a salir de este vestido.

—Qué mal. Estabas dispuesto a matar a Pablo por la misma razón hace veinte minutos, así que no seas un hipócrita.

—Al diablo con Pablo. Él no te conoce como yo.

—Anda, Peter. Vamos a quitarte la ropa y meterte a la cama.

—De eso es de lo que estoy hablando. —rió entre dientes.

— ¿Cuánto has bebido? —pregunté, consiguiendo finalmente poner mi pie entre sus piernas.

—Lo suficiente. —sonrió, tirando del dobladillo de mi vestido.

—Probablemente superaste lo suficiente hace mucho, —le dije, dándole una palmada en la mano. Coloqué mi rodilla en el colchón junto a él y tirando de su camisa sobre su cabeza. Intentó tomarme otra vez pero lo agarré de la muñeca, oliendo el hedor de acre en el aire—. Dios, Pit, apestas a Jack Daniels.

—Jim Beam —corrigió con una inclinación ebria.

—Huele a madera quemada y productos químicos.

—Sabe así, también. —dijo riendo. Abrí la hebilla de su cinturón y tiré de los bucles. Se echó a reír con las sacudidas del movimiento y luego levantó la cabeza para mirarme—. Es mejor que cuides tu virginidad, Pidge. Sabes que me gusta duro.

—Cállate. —dije, desabrochándole los pantalones vaqueros, deslizándolos hacia abajo sobre sus caderas y luego sus piernas. Tiré los vaqueros al suelo y me paré con las manos en mis caderas, mi respiración era dificultosa. Sus piernas estaban colgando de la cama, sus ojos cerrados y su respiración profunda y pesada. Se había quedado dormido.

Tomé una respiración profunda y caminé al armario. Sacudiendo mi cabeza mientras revolvía la ropa. Abrí la cremallera del vestido y lo empujé hacia abajo sobre mis caderas, dejándolo caer hasta los tobillos. Lo pateé a la esquina, deshice la cola de caballo, sacudiendo el pelo.

El armario estaba lleno de su ropa y la mía, solté una respiración, soplando mi cabello fuera de mi rostro mientras buscaba a través del desorden por una camiseta. Mientras que retiraba una de la percha, Peter se estrelló contra mi espalda, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura.  

— ¡Me asustaste hasta la mierda! —Me quejé.

Deslizó sus manos sobre mi piel. Me di cuenta de que se sentían diferentes; lentos y pausados. Cerré los ojos cuando tiró de mí contra él y enterró su cara en mi pelo, acariciando mi cuello. El sentir su piel desnuda contra la mía, hizo que me tomara un momento para protestar.

—Peter …

Tiró de mi pelo a un lado y rozó sus labios a lo largo de mi espalda, de un hombro a otro, soltando el broche de mi sujetador. Besó la piel desnuda en la base de mi cuello y cerré los ojos, la cálida suavidad de su boca se sentía demasiado bien para detenerlo. Un silencioso gemido escapó de su garganta cuando él apretó su pelvis contra la mía, y pude sentir lo mucho que me deseaba a través de sus bóxers. Contuve la respiración, sabiendo que lo único que nos mantenía de ese gran paso que hace momentos estaba en contra eran sólo dos piezas de tela delgada.

Peter me volvió hacia él y luego presionó contra mí, inclinando mi espalda contra la pared. Nuestros ojos se encontraron, y pude ver el dolor en su expresión mientras analizaba mi piel desnuda. Lo había visto persuadir a las mujeres, pero esto era diferente. Él no me quería conquistar; él quería que le dijera que sí.

Se inclinó para besarme, deteniéndose a tan sólo una pulgada de distancia. Podía sentir el calor radiando de su piel contra mis labios, y tuve que detenerme a mí misma de atraerlo el resto del camino. Sus dedos se clavaron en mi piel mientras él deliberaba, y luego sus manos se deslizaron desde mi espalda hasta el dobladillo de mi ropa interior. Su dedo índice se deslizó por mis caderas, entre mi piel y el tejido de encaje, y en el momento en que estaba a punto de tirar hacia abajo los delicados hilos, dudó. Justo cuando abrí la boca para decir sí, cerró los ojos.

—No así. —susurró, rozando sus labios contra los míos—. Te deseo, pero no sucederá así.

Se tambaleó hacia atrás, cayendo sobre su espalda en la cama, y yo me quedé por un momento con los brazos cruzados a través de mi estómago. Cuando su respiración se reguló, metí mis brazos a través de la camisa que aún tenía en la mano y tiré de ella sobre mi cabeza. Peter no se movió y dejé escapar una respiración de alivio, sabiendo que no podría contenernos a cualquiera de nosotros si él se despertaba con una menos honorable perspectiva.  

Me apresuré al sillón reclinable y me desplomé en él, cubriendo mi cara con mis manos. Sentí las capas de frustración danzando de un lado a otro para luego estrellarse en sí dentro de mí. Pablo se había ido sintiéndose menospreciado, Peter esperó hasta que yo estaba viendo a alguien—alguien quien realmente me gustaba—para mostrar un interés en mí y yo parecía ser la única chica con la cual no era capaz de dormir, incluso, cuando estaba ebrio.
****
A la mañana siguiente, serví el jugo de naranja en un vaso grande y tomé un sorbo mientras sacudía la cabeza al ritmo de la música que descendía de mi iPod. Me había despertado antes de que saliera el sol, y luego me retorcí en el sillón hasta las ocho. Después de eso, decidí limpiar la cocina para pasar el rato hasta que mis menos ambiciosos compañeros se despertaran. Había cargado el lavavajillas, barrido y trapeado, y luego limpié los mostradores. Cuando la cocina estaba reluciente, agarré la cesta de ropa limpia y me senté en el sofá, doblándola hasta que hubo más de una docena de pilas de ella rodeándome.

Murmullos provinieron de la habitación de Nicolás. Eugenia rió y luego se quedó en silencio unos minutos más, seguido por ruidos que me hicieron sentir un poco incómoda estar sentada sola en la sala de estar.

Apilé los montones de ropa doblada en la cesta y la llevé a la habitación de Peter, sonriendo al ver que no se había movido del lugar donde cayó la noche anterior. Dejé la cesta en el suelo y tiré de la sábana sobre él, ahogando una risa cuando se dio la vuelta.

—Ven, Pigeon —dijo, murmurando algo inaudible antes de que su respiración se tornara lenta y profunda.

No pude evitar verlo dormir, sabiendo que él estaba soñando sobre mí envió una emoción a través de mis venas que no podía explicar. Peter se quedó en silencio, así que tomé una ducha, esperando el sonido de que alguien despierto calmaría los gemidos de Nicolás y Eugenia y los crujidos y los golpes contra la pared. Cuando apagué el agua, me di cuenta de que ellos no estaban preocupados de quién los pudiera escuchar.

Me peiné, poniendo los ojos en blanco ante los gritos de Eugenia, más pareciendo a un perro de lana que a una estrella de porno. El timbre de la puerta sonó y agarré mi bata azul y ajusté el cinturón, trotando a través de la habitación hacia la puerta. Los ruidos de la habitación de Nicolás se detuvieron de inmediato y abrí la puerta para encontrarme con un Pablo sonriente.

—Buenos días —dijo.

Retiré mi pelo mojado hacia atrás con los dedos. — ¿Qué estás haciendo aquí?

—No me gustó la forma en que nos despedimos ayer por la noche. Salí esta mañana para buscar tu regalo de cumpleaños, y no podía esperar para dártelo. Así que —dijo, sacando una caja brillante del bolsillo de la chaqueta—, feliz cumpleaños, La.

Puso el paquete en mi mano y me incliné para besarlo en la mejilla. —Gracias.

—Ábrelo. Quiero ver tu cara cuando lo hagas.

Metí el dedo por debajo de la cinta en la parte inferior de la caja y luego retiré el papel, entregándoselo. Una pulsera de brillantes diamantes reposaba en la caja.

—Pablo. —susurré.

Sonrió. — ¿Te gusta?

—Por supuesto —dije sosteniendo el brazalete en frente de mi cara en admiración—, pero es demasiado. No podría aceptar esto aunque hubiésemos estado saliendo por un año, mucho menos a la semana.
Pablo hizo una mueca. —Pensé que dirías eso. Busqué de arriba a abajo toda la mañana por tu perfecto regalo de cumpleaños, y cuando lo vi, supe que sólo había un lugar donde debía pertenecer —dijo, tomándolo de mis dedos y colocándolo alrededor de mi muñeca—. Y tenía razón. Se ve increíble en ti.

Levanté mi muñeca y sacudí la cabeza, hipnotizada por el brillo de colores que desprendían a la luz del sol. —Es lo más hermoso que he visto. Nadie nunca me había dado algo tan… —caro vino a mi mente, pero no quería decir eso—, elaborado. No sé qué decir.

Pablo se echó a reír y luego besó mi mejilla. —Di que lo llevarás mañana.

Sonreí de oreja a oreja. —Lo llevaré —le dije, observando mi muñeca.

—Me alegro que te guste. La expresión en tu rostro vale la pena por las siete tiendas a las que fui.

Suspiré. — ¿Fuiste a siete tiendas? —Él asintió con la cabeza y tomé su rostro entre mis manos—. Gracias. Es perfecto —le dije, besándolo rápidamente.
Me abrazó fuerte. —Tengo que irme. Tengo un almuerzo con mis padres, pero te llamo después, ¿de acuerdo?

—Está bien. ¡Gracias! —Llamé detrás de él, mirándolo trotar por las escaleras.

Me apresuré a entrar en el apartamento, sin poder apartar los ojos de mi muñeca.

— ¡Mierda, Lali! —Dijo Eugenia, tomando mi mano—. ¿De dónde sacaste esto?

—Pablo lo trajo. Es mi regalo de cumpleaños —le dije.

Eugenia me miró boquiabierta y luego hacia a la pulsera.

— ¿Él te compró una pulsera de diamantes? ¿Después de una semana? Si no lo supiera mejor, ¡diría que tienes una entrepierna mágica!

Me reí en voz alta, comenzando un ridículo festival de risa en la sala de estar.

Nicolás salió de su habitación, viéndose cansado y satisfecho. — ¿Sobre qué están chillando los pastelitos de frutas?

Eugenia levantó mi muñeca. — ¡Mira! ¡Su regalo de cumpleaños de Pablo!

Nicolás entrecerró los ojos y después se agrandaron.

—Vaya.

— ¿Verdad que sí? —dijo Eugenia, asintiendo con la cabeza.

Peter tropezó en la vuelta de la esquina, pareciendo un poco enfermo. —Ustedes son jodidamente ruidosos —gimió, abotonándose sus vaqueros.

—Lo siento —le dije, tirando de mi mano del agarre de Eugenia. Nuestro casi-momento se deslizó en mi mente y parecía que no podía verlo a los ojos.

Se tomó el resto de mi jugo de naranja y luego se secó su boca. — ¿Quién diablos me dejó beber tanto ayer por la noche?

Eugenia se burló. —Tú lo hiciste. Te fuiste a comprar un quinto después de que Lali se fuese con Pablo y arruinaste todo el asunto cuando ella regresó.

—Maldita sea —dijo, sacudiendo la cabeza—. ¿Te divertiste? —Preguntó, mirándome.

— ¿Hablas en serio? —Pregunté, mostrando mi ira antes de pensarlo.

— ¿Qué?

Eugenia se echó a reír. —La sacaste del coche de Pablo, viendo todo rojo cuando los sorprendiste acaramelados como estudiantes de secundaria. ¡Empañaron las ventanas y todo!

Los ojos de Peter se desenfocaron, buscando los recuerdos de la noche anterior en su mente. Traté de sofocar mi temperamento. Si él no recordaba sacándome del coche, entonces no recordaría que estuve a punto de entregarle mi virginidad en una bandeja de plata.

— ¿Qué tan cabreada estás? —preguntó, haciendo una mueca.

—Bastante. —Estaba furiosa de que mis sentimientos no tenían nada que ver con Pablo. Apreté la bata y pisoteé por el pasillo. Los pasos de Peter estaban detrás de mí.  

—Pidge —dijo, capturando la puerta cuando la cerré en su cara. Poco a poco la abrió y se puso delante de mí, esperando para sufrir ante mi ira.
— ¿No recuerdas nada de lo que me dijiste la noche anterior? —Le pregunté.

—No. ¿Por qué? ¿Fui grosero contigo? —Sus ojos inyectados de sangre estaban cargados de preocupación, lo que sólo sirvió para amplificar mi ira.

— ¡No, no fuiste grosero conmigo! Tú… nosotros… —Cubrí mis ojos con mis manos y luego me congelé cuando sentí la mano de Peter en mi muñeca.

— ¿De dónde salió esto? —dijo, mirando la pulsera.  

—Es mía. —le dije, alejándome de él.

Él no quitaba los ojos de encima de mi muñeca. —Nunca la había visto antes. Parece nueva.

—Lo es.

— ¿De dónde la has sacado?

—Pablo me la dio hace unos quince minutos —le dije, mirando su expresión pasar de la confusión a la ira.


— ¿Qué diablos estaba haciendo ese imbécil aquí? ¿Pasó la noche aquí? —Preguntó, levantando la voz con cada pregunta.

Me crucé de brazos. —Él fue de compras en busca de mi regalo de cumpleaños esta mañana y lo trajo.

—No es tu cumpleaños, todavía. —Su rostro se volvió en un intenso color rojo mientras intentaba mantener su temperamento bajo control.

—No podía esperar. —dije, levantando la barbilla con orgullo.

—No es de extrañar que tuve que arrastrar tu trasero de su coche, parece que tú… —Se detuvo, presionando sus labios.

Entrecerré los ojos. — ¿Qué? Parece como si estuviera, ¿Qué?

Su mandíbula se tensó y tomó una respiración profunda, soplando a través de su nariz. —Nada. Estoy cabreado e iba a decir algo que no quería decir.

—Nunca te has detenido antes.

—Lo sé. Estoy trabajando en ello —dijo caminando hacia la puerta—. Dejaré que te vistas.

Cuando tomó el pomo, se detuvo, frotándose el brazo. Tan pronto como sus dedos tocaron el morete purpura que se acumulaba bajo su piel, levantó su codo y vio la contusión. Él la miró por un momento y luego se volvió hacia mí.

—Me caí en las escaleras la noche anterior. Y tú me ayudaste a llegar a la cama… —dijo, analizando las imágenes borrosas en su mente.

Mi corazón latía con fuerza y tragué saliva cuando noté que lo había recordado. Sus ojos se estrecharon. —Nosotros —comenzó, dando un paso hacia mí, mirando el armario y luego a la cama.

—No, no lo hicimos. No pasó nada —dije, sacudiendo la cabeza.

Se encogió, la memoria, obviamente, repitiéndose en su mente. —Empañaron las ventanas de Pablo, te saqué del coche y después traté de… —dijo, sacudiendo la cabeza. Se dio la vuelta hacia la puerta y cogió el pomo, sus nudillos blancos—. Estás volviéndome en un jodido psicópata, Pigeon —gruñó sobre su hombro—. No puedo pensar bien cuando estoy cerca de ti.
— ¿Así que es mi culpa?

Se dio la vuelta. Sus ojos se posaron en de mi rostro a mi bata, a mis piernas y luego a los pies, después volviendo a mis ojos. —No sé. Mi memoria es un poco confusa… pero no recuerdo que dijeras que no.

Di un paso adelante, dispuesta a discutir ese hecho irreverente, pero no pude. Él estaba en lo cierto. — ¿Qué quieres que diga, Peter?  

Miró la pulsera y luego a mí con ojos acusadores. — ¿Estabas esperando que no lo recordara?

— ¡No! ¡Estaba furiosa porque se te olvidó!

Sus ojos marrones se clavaron en los míos. — ¿Por qué?

—Porque si yo… si nosotros… ¡No sé por qué! ¡Sólo lo estaba!

Él atravesó por la habitación, deteniéndose a centímetros de mí. Sus manos tocaron cada lado de mi rostro. — ¿Qué estamos haciendo, Pidge?


Mis ojos comenzaron en su cinturón y luego se deslizaron sobre los músculos y tatuajes de su estómago y pecho, reposando, finalmente, en el cálido color marrón de sus ojos. —Tú dímelo.


CONTINUARÁ...

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